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Anarquismo, naturismo y utopía
Sebastián Stavisky
Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue. 
Jorge Luis Borges, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. 
 
Entre magnicidas y naturistas
El 24 de junio de 1894 en la ciudad de Lyon, el anarquista italiano Sante Caserio asesinó de una puñalada al presidente de la Tercera República Francesa, Sadi Carnot. Apenas unos días más tarde, el pintor Émile Gravelle publicó en Montmartre el primer número del periódico L’État naturel et la part du prolétaire dans la civilisation. El primero de estos hechos marcó el fin de lo que en Francia se conoció como la “época de los atentados”, iniciada dos años antes con las explosiones producidas en la localidad de Clichy por François Claudius Koënigstein, mejor conocido como Ravachol. El segundo, el comienzo de una extraña relación de afinidad entre el anarquismo y la medicina naturista. En la distancia que se abre entre ambos sucesos es posible entrever algunas de las transformaciones por las que atravesó cierta sensibilidad individualista del movimiento libertario en el período de entresiglos. La tan deseada revolución social sería el correlato ya no de una serie de atentados contra jefes de Estado, sino de una destrucción quizás mucho más terrorífica, pero también un tanto más difusa. Lo que publicitaban periódicos como el de Gravelle era la destrucción de la civilización y, tras ella, el retorno al estado de naturaleza. En tal sentido, podría pensarse que el hecho que mejor se corresponde con la prédica de estos primeros anarco-naturistas fue otro atentado, en este caso fallido, ocurrido el mismo año en que cayó asesinado Carnot. Me refiero al intento del francés Martial Bourdin por hacer explotar, el 15 de febrero de 1894, el Real Observatorio de Greenwich, acontecimiento que inspiró la novela de Joseph Conrad El agente secreto, a cuyo protagonista le ordenan atacar el “fetiche sacrosanto” de la civilización.
Las experiencias naturistas en el cuidado de la salud surgieron a mediados del siglo XIX en Austria y Alemania como una alternativa a la llamada medicina oficial o alopática. En distintas partes del mundo comenzaron desde entonces a ensayarse y ofrecerse técnicas curativas basadas en el uso de agentes naturales y la promoción de hábitos de conducta orientados por la sobriedad y la temperancia. Los primeros anarquistas que se interesaron por estas técnicas lo hicieron como parte de una reacción a los cambios en las formas de vida producidos por el desarrollo tecnológico de la modernidad y los modos de producción industrial. Elaboraron entonces un discurso con ribetes primitivistas que, cual ludditas finiseculares, ponía en cuestión desde el maquinismo en los medios de transporte hasta las costumbres de vestimenta regidas por los patrones de la moda; desde el hacinamiento en las grandes ciudades hasta los modos de trabajo de la tierra inaugurados por las primeras comunidades agrícolas. Y este discurso de rechazo radical a la sociedad lo acompañaron con la práctica de métodos de hidroterapia, helioterapia, ejercicios de respiración y una dieta vegetariana.
Poco tiempo después de la aparición de L’État naturel…, Gravelle lanzó una convocatoria para constituir un grupo de naturistas libertarios. La reunión inaugural se realizó el 16 de abril de 1895 en la habitación de un comerciante de vinos. Entre quienes asistieron a ella se encontraba Henry Zisly, fundador de un periódico manuscrito de ideas anarquistas por el cual había sido arrestado durante las persecuciones ordenadas en el contexto de los atentados. Para su tranquilidad, el nuevo camino de transformación emprendido le permitiría llevar adelante una vida con menos riesgos de encierro. Así lo confirmaba un agente de policía infiltrado en los banquetes y charlas organizados por el grupo. Lejos de las incitaciones a la violencia que hasta hacía poco habían caracterizado a algunos sectores de la prensa libertaria francesa, el informante hacía saber a sus superiores que la propaganda difundida por estos anarco-naturistas era “más extravagante que peligrosa”.
Ante las dificultades que el medio urbano les imponía para llevar adelante el estilo de vida que deseaban, Zisly y otros anarco-naturistas como Georges Butaud y E. Armand participaron en 1903 de la creación de una colonia agrícola en la comuna francesa de Vaux. Durante los cuatro años que duró el proyecto, quienes se aventuraron en él buscaron regirse por el principio comunista que ordenaba que “cada uno producirá según sus fuerzas. Cada uno consumirá según sus necesidades.” Claro está que no fue la de Vaux la única experiencia de este tipo. La prensa anarquista del novecientos solía cada tanto publicar convocatorias a compañeros de ideas para emprender la huida de la ciudad y ensayar formas de vida comunitaria a distancia de las grandes aglomeraciones. También, notificaciones de proyectos interrumpidos antes de llegar a colocar su piedra angular, informes sobre las dificultades que debían afrontar aquellos que habían corrido con mejor suerte, y críticas a la dispersión de fuerzas que implicaban estos planes de fuga. De un modo u otro, el tema de las colonias atravesó gran parte de la historia del movimiento anarquista. Ellas constituyeron un intento por hacerle un lugar a la utopía, por conjugar en tiempo presente las imágenes de futuro, por ofrecer una respuesta a la impaciencia por vivir según el propio deseo.
Así como en Francia, también en otras regiones del mundo militantes anarquistas adoptaron prácticas naturistas del cuidado de la salud, y las promovieron como un camino de transformación de los modos de vida. En España, las primeras noticias sobre el anarco-naturismo llegaron a través de un artículo de Zisly publicado el 15 de septiembre de 1902 en La Revista Blanca de Madrid. El anarquista francés argumentó en su escrito acerca de la importancia de prescindir de adelantos tecnológicos como el ferrocarril, el telégrafo y el automóvil, y aseguró que el perfecto estado de salud se alcanzaría con “la abolición de las ciudades, focos permanentes, inevitables, de epidemias”. Si bien todavía este tipo de experiencias no llegaban a despertar mayor interés en el anarquismo ibérico, para la década del ’20 y hasta el estallido de la guerra civil, el naturismo se constituyó en un asunto de cierta importancia en los espacios de sociabilidad libertaria. Militantes de renombre como Federica Montseny, Antonia Maymón, Eugenio Carbó e Isaac Puente se convirtieron en fervientes propagandistas de los beneficios de una existencia en contacto estrecho con la naturaleza. Surgieron publicaciones como las revistas Generación Consciente, Estudios, Ética e Iniciales que, entre métodos de control de la natalidad y prácticas de amor libre, difundieron técnicas de curación alternativas a la medicina oficial. También se crearon grupos de excursionistas que organizaron, de manera periódica, viajes a la montaña para despojarse de las órdenes de civilidad y practicar el nudismo a resguardo de la vigilancia normativa.
En el Río de la Plata, los anarquistas que profesaron el naturismo no encontraron demasiadas complicidades para la elaboración de proyectos en los que ensayar una articulación de saberes y prácticas propios de ambas formaciones de ideas. Si bien buscaron a fuerza de debates desdibujar los contornos que separaban los horizontes de transformación del movimiento libertario y el naturista, difícilmente pudieron superar las tensiones que se desprendían de sus propias y singulares búsquedas. Así, salvo algunas excepciones, se vieron obligados a repartir sus horas libres entre actos de protesta y experimentaciones con métodos naturales de curación, cuando no a tener que decidirse por una u otra forma de activismo.
Arturo Montesano fue uno de los primeros militantes anarquistas en practicar y difundir el naturismo en Buenos Aires. El 29 de abril de 1900, el periódico La Protesta Humana presentó a sus lectores a este “nuevo compañero profesor”, quien ese mismo día por la tarde daría una conferenciabajo el título de “La Medicina en la Anarquía”. Montesano comenzó desde entonces a ganar cierto reconocimiento por su manejo de la oratoria, lo que lo llevó a participar de una gira de propaganda junto al célebre anarquista italiano Pietro Gori. En julio de 1902, inició la publicación de una revista naturista llamada La Renovación. Sin embargo, el proyecto se vio rápidamente interrumpido a raíz de la detención de Montesano y su expulsión del país por la aplicación de la Ley de Residencia. A su regreso a Buenos Aires algunos años más tarde, instaló un consultorio del sistema curativo natural sobre la calle Cerrito. Su publicitación en La Protesta suscitó la indignación de uno de los principales sostenedores del periódico, el anarquista y médico diplomado Juan Creaghe. Este manifestó su disconformidad con que se diera publicidad a la oferta de servicios terapéuticos no avalados por la ciencia médica, y denunció al ya viejo “compañero profesor” de curandero y asesino. La polémica desatada terminó por alejar a Montesano de la militancia libertaria, quien acabó convirtiéndose en uno de los más destacados propagandistas del naturismo en el Río de la Plata y, en la segunda mitad de la década del veinte, en secretario general de la Sociedad Teosófica Argentina.
En el Montevideo de principios del siglo XX, fue Pascual Lorenzo quien buscó con mayor obstinación conciliar las ideas anarquistas con las promesas naturistas de una vida saludable. Él fue uno de los primeros miembros del Centro Natura, fundado en 1902, y director de la revista homónima durante el período inicial de su publicación. Sin embargo, a fines de 1904, la Junta Directiva del Centro lo despidió de su cargo. El hecho desató una polémica entre Lorenzo y el nuevo director de la revista, J. Fernando Carbonell. Desde las páginas del periódico Despertar, editado por la sociedad de resistencia Obreros Sastres, Lorenzo acusó a Carbonell de haber convertido al Centro “en una ‘rama’ teosófica”, y a la revista Natura, en un pasquín de “ciencias ocultas y espiritismo”. Varios años más tarde, lanzó una convocatoria en el mismo periódico obrero para sumar adherentes a la nueva Asociación Naturista fundada y presidida por él. “¿Quiere usted y los suyos, vivir sanos? ¿Desea usted ver a sus niños y a los demás niños de sus relaciones, siempre saludables, alegres y llenos de vida? ¿Desea usted una sociedad regenerada, física y moralmente? […] ¡Adopte en su casa el Naturismo, practique y haga practicar el sistema Natural…!” La portada del número siguiente de Despertar, fechada en el mes julio de 1915, fue ilustrada con una foto de Lorenzo y el anuncio de su repentina muerte.
Revolución de las conductas
El mismo año en que, tras el llamado de Gravelle, se conformó en Francia el primer grupo de naturistas libertarios, Albano Rossell i Llongueras comenzó su militancia en el sindicato de tejedores de la localidad catalana de Sabadell, a unos pocos kilómetros de la ciudad de Barcelona. Tenía catorce años y había dejado la escuela hacía tres para ingresar a trabajar como hilador en una fábrica. Siendo activista gremial, empezó a interesarse por las ideas anarquistas y a colaborar con publicaciones afines, experiencia que lo llevó a dirigir el periódico El Trabajo de la Federación Obrera Sabadellense. En un local de dicha Federación, se reencontró en 1898 con su amigo de la infancia Mateo Morral. Ambos compartieron distintos proyectos hasta que, luego del atentado fallido contra el rey Alfonso XIII que causó la muerte de veinticinco personas, Morral se quitó la vida. En un largo artículo escrito a comienzos de la década del treinta para el diario La Protesta de Buenos Aires, Rosell manifestó comprender “el abnegado gesto de insurgencia” de su amigo. Sin embargo, entendió también que la impaciencia por ver un mundo mejor le había hecho errar el camino, sin “reparar, en su afán bondadoso y de ilusión, que unos años son partícula insignificante en relación con el infinito”.
Con el tiempo, Rosell fue haciéndose de un concepto de revolución social como resultado menos de una gran jornada de lucha que de un lento trabajo de transformación de las conductas. Su militancia pasó entonces de la participación en organizaciones obreras y la planificación de acciones directas, a una labor pedagógica al interior de proyectos de los que, en reiteradas ocasiones, fue su único miembro. Para esto se sirvió de distintos instrumentos de propaganda: la prensa, el teatro, la docencia, el propio cuerpo.
En 1901, Rosell fundó la Agrupación Dramática Ibsen, con la cual debutó sobre el escenario representando ese mismo año la obra La Resclosa de Ignaci Iglesias. Poco más tarde, se sumó al grupo Avenir, dirigido por el tipógrafo, dramaturgo y poeta libertario Felip Cortiella. También fue autor de obras de teatro dedicadas, en su mayoría, a los niños. Mientras tanto, luego de entrar en contacto con la Escuela Moderna de Barcelona, el famoso pedagogo Francisco Ferrer i Guardia le encargó en 1904 la dirección de una Escuela Moderna en Montgat. A poco de inaugurarse, esta fue clausurada por las malas condiciones de higiene del edificio en el que funcionaba, hecho que propició un desencuentro entre ambos anarquistas que, con el tiempo, se iría profundizando. Dos años más tarde, Rosell fundó la Escuela Integral de Sabadell, proyecto al cual se dedicó hasta el estallido de la semana trágica de Barcelona de 1909. La represión ordenada para terminar con el levantamiento produjo cientos de detenciones, asesinatos en las calles, condenas a muerte como en el caso de Ferrer, y exilios como en el de Rosell. Este se trasladó a Buenos Aires y, apenas llegó, asumió el cargo de director de la Escuela Libre de Villa Crespo. Sin embargo, una nueva represión al anarquismo, en esta oportunidad como respuesta al atentado de Simón Radowitzky contra Ramón Falcón, forzó al catalán a abordar nuevamente un barco y partir hacia Montevideo, donde fundó una liga popular de educación y publicó la revista Infancia.
En uno de sus escritos, Rosell recordó haber empezado a practicar el naturismo después del fallecimiento de uno de sus hijos víctima de una enfermedad que médicos diplomados no supieron cómo curar. A partir de entonces, comenzó a tratar sus afecciones con métodos de hidroterapia y el sostenimiento de una dieta vegetariana, así como también a ensayar una articulación entre las imágenes naturistas de una vida saludable y la crítica anarquista a la sociedad industrial. Estos desarrollos lo llevaron a tomar distancia del modo en que la medicina natural era practicada por muchos de quienes integraban los centros especializados en ella. 
Desde su perspectiva, el naturismo no debía limitarse a ofrecer una alternativa superadora a la incompetencia de la medicina alopática. Quienes así lo comprendían, partían según Rosell de una visión simplista que, pasando por alto la dimensión social, reducía el problema de la salud a un fenómeno exclusivamente fisiológico. El naturismo —expresó en uno de sus escritos— “no es sólo Vegetarismo, Hidroterapia, etc., etc., ya que sólo acepta esas fracciones como medios, pues como finalidad reclama mucho más: La felicidad integral del Hombre sobre la Madre Tierra.” Y esta felicidad que él aspiraba alcanzar no era un horizonte hacia el cual pudiera avanzarse con el solo estudio de los mecanismos de perfeccionamiento físico, requería también de un minucioso examen del “estado social indigno que nos envuelve”. Si así no fuera, la actividad de los naturistas terminaría siendo similar a la de cualquier filántropo apenas interesado en generar las condiciones para favorecer el aumento de la productividad de los explotados y, por tanto, del beneficio de sus patrones. 
Pero si había algo que a Rosell preocupaba aún más que la falta de problematización del vínculo entre salud y condiciones sociales de vida, era el uso que muchos naturistas hacían de sus saberes médicos con fines comerciales. Arribistas, filisteos y curanderos fueron algunos de los epítetos con que solía referirse a quienes, ofreciendoservicios curativos a cambio de dinero en clínicas y consultorios, dañaban la buena imagen del ideal que él profesaba. Así, durante sus primeros años en Montevideo, encontró que el naturismo que allí se practicaba se había convertido en “un asqueroso negocio, un comercio sin entrañas, entrevero de ocultismos y sugestiones, de hipocresías y fanfarria”. Tales expresiones aludían a la forma en que los métodos naturales de cura eran ofertados como cualquier otro producto de la última tendencia de la moda por los integrantes del Centro Natura. Por entonces, y desde que el anarquista Pascual Lorenzo había sido despedido, dicho centro era dirigido por J. Fernando Carbonell, con quien Rosell entabló un fuerte debate desde las páginas de la revista Infancia. 
Al igual que la docencia y el teatro, Rosell concebía el naturismo como una práctica transformadora del mundo, una para la cual era el propio cuerpo el órgano de prensa de una vida saludable. Para ello elaboró el concepto de naturismo integral como forma de distanciarse de las concepciones exclusivamente fisiológicas de la medicina naturista, así como también del filisteísmo de quienes exponían sus saberes en un juego de toma y daca con personas desesperadas por recobrar la salud. Retomando los desarrollos de su amigo Henry Zisly, Rosell buscó hacer del naturismo una filosofía práctica a través de la cual llevar la crítica a los procesos de industrialización de la sociedad hacia una reflexión sobre los modos cotidianos de existencia. De tal manera, ensayó y propagó un estilo de vida sencillo, despojado de placeres superfluos, atento al disfrute de la naturaleza y capaz de prescindir de los adelantos tecnológicos. “A las furias del automóvil o del avión que devoran distancias indiferentes a cuanto les circuye y acaricia”, Rosell prefería “las delicias del caminar que nos permite detenernos a contemplar las cosas bellas, los parajes gratos, descansar a la vera, emocionarnos, intimar con el nuevo panorama, cosas que los avances científicos de hoy desprecian pues se prefiere todo hecho de encargo, obra de la magia y de la pericia.”
Rosell produjo la mayor parte de sus reflexiones sobre naturismo entre fines de la década del diez y mediados de la siguiente, período durante el cual, de vuelta en España, residió en la ciudad valenciana de Carlet. En 1918, viajó a Lisboa para participar como delegado de la Sociedad Vegetariana Naturista de Valencia en un congreso de medicina natural que, finalmente, fue suspendido debido a la conflictividad política por la que atravesaba Portugal. Ese mismo año se desató la pandemia de gripe española que causaría la muerte de alrededor de cuarenta millones de personas en todo el mundo. La revista Helios, órgano de propaganda de la Sociedad a la que Rosell estaba afiliado, publicó varios artículos condenatorios del modo en que las políticas públicas de salud buscaban infructuosamente frenar los contagios. También, notas en las que se daba a conocer la forma de aplicación de tratamientos naturales para prevenir y curar “el mal de moda”: baños de vapor, lavados de nariz y de boca, ingesta de laxantes vegetales y de infusiones de raíces y frutas. En uno de los tantos escritos, apareció la pluma de Rosell para analizar las causas sociales que habían desencadenado la pandemia. Este refirió a la escasez de agua potable y la ausencia de un sistema de cloacas en muchos pueblos de España; a las aglomeraciones en teatros, cines, bares y salones de baile; a los malos hábitos alimenticios y los altos niveles de consumo de alcohol; a la falta de normas profilácticas de higiene y las costumbres mercantilistas de médicos y farmacéuticos. Por entonces, aún había quienes se encontraban combatiendo bajo las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Aludiendo a estos hechos, Rosell exclamó con ironía: “¡Venga epidemia, que mayor que la que nos zarandea desde hace cuatro años y pico no lo será!”
Otro de los temas al que Rosell dedicó gran cantidad de escritos fue el de las vacunas. El rechazo a las prácticas de inmunización por inyección de virus atenuado fue un asunto que los naturistas levantaron como bandera de lucha de manera casi unánime. No solo cuestionaban la efectividad de la medida profiláctica, también la consideraban un peligro para la salud, una contaminación de la sangre y, en contextos de sanción de leyes de vacunación obligatoria, un atropello a las libertades individuales. Así, cuando en 1919 se sancionó en España un decreto de prevención de enfermedades infecciosas que ordenaba la obligatoriedad de la vacunación antivariólica, Rosell se dispuso a debatir con quien sea que argumentara en favor de la vacuna. Entre ellos se encontró el ex militante anarquista y por entonces periodista del diario El Sol, Julio Camba, quien en 1902 había sido expulsado de Argentina junto a otro ex compañero de ideas y practicante del naturismo, Arturo Montesano. En respuesta a un artículo de Camba que apoyaba la inmunización forzada en España, Rosell sostuvo que la propagación de la viruela debía atacarse en sus causas y no en sus efectos, y que estas radicaban en la mala alimentación y la falta de higiene de la población. De manera similar, en otro de sus escritos, afirmó que el descenso en los niveles de contagio de viruela se alcanzaría no con leyes de vacunación obligatoria, sino cuando “entren en el pueblo las bondades de la limpieza, los hábitos del cuidado personal, el tiempo de que puedan disponer los obreros para el aseo de sí mismos, las inclinaciones a un vivir de confort y de distracciones”. En fin, como toda enfermedad, la viruela se erradicaría cuando cada trabajador logre constituirse en médico de sí.
Una vida utópica
La obra de Rosell es tan grande como dispersa. Está compuesta por artículos en diarios y revistas de Argentina, Uruguay, España y otros países; por folletos, libros, transcripciones de conferencias y copias mecanografiadas que no llegaron a publicarse. Escrita tanto en castellano como en catalán, aborda temas de pedagogía, teatro, naturismo, anarquismo, masonería. Y se encuentra firmada por una pluralidad de seudónimos: Laureano D’Ore, Antonio Roca, Héctor Thales, El Otro, Dr. Frank Aube, Germina Alba, Dr. Zeda, X. Fueron estos algunos de los alter egos con que Rosell buscó conjurar los riesgos de idolatría que, en ocasiones, se levantan tras la autoridad del nombre propio. Él mismo así lo manifestó en un artículo publicado en El Naturista, periódico que fundó en 1922 en la localidad de Carlet. Firmado por Laureano D’Ore, el escrito fue una respuesta a quienes le imputaban querer ser el “único” en comprender los verdaderos alcances del ideal que profesaba. El articulista replicó entonces que, lejos de la egolatría de la que se lo acusaba, él siempre había hecho todo lo posible por pasar desaparecido, ignorado, desconocido ante las masas. “Yo he escrito casi siempre en pseudónimos, y cuando uno de ellos, por cualquier causa, llegaba a ser conocido, lo abandonaba, anheloso de que no se fijaran con quien lo escribe, sino con lo que se dice, y si se acepta, se cumpla lo mejor que se pueda.” 
Esta persistente búsqueda del anonimato a través de la dispersión de una identidad en una multiplicidad de camaradas apócrifos llevó a Rosell a escribir números completos de periódicos cuyas notas eran firmadas con distintos seudónimos. En un aviso publicado en la revista Infancia, anunció él mismo la pronta aparición de un libro del Dr. Zeda con prólogo de Frank Aube, nombre con el que también prologó una obra sobre educación de Germina Alba. Asimismo, narró hechos reales de su biografía en una nota publicada con el nombre de Antonio Roca, y asumió el cargo de director de la Escuela Integral de Montevideo con el de Laureano D’ Ore. 
La utilización de seudónimos era una práctica común entre anarquistas, no sólo como intento de que sus ideas fueran discutidas por lo que ellas significaran más allá de quién las hubiera plasmado en la hoja, también como resguardo ante persecuciones por parte de la policía. Sin embargo, el uso que Rosellhizo de algunos de los tantos nombres con que firmó sus escritos tuvo ciertas peculiaridades. Tal es el caso de Germina Alba en su libro sobre Macrobia. Se trata de una novela utópica que el catalán publicó por primera vez en 1921 a través de la editorial de la revista barcelonesa Naturismo. Cuenta la historia de una mujer que, encontrándose en la ciudad de Río de Janeiro en busca de datos para los artículos de una gran enciclopedia pronta a publicarse en cuatro idiomas, se adentra en la selva amazónica tras las pistas de un país “al que solo pueden llegar los audaces y voluntariosos”. La obra, entonces titulada Una visita a Macrobia (Notas para la narración todavía en bruto “En el país de Macrobia”), se encuentra narrada en primera persona por quien, en aquella primera edición, figura también como su autora: Germina Alba. 
Siete años más tarde, cuando Rosell ya se encontraba de vuelta en Montevideo, donde pasaría el resto de su vida, publicó a través de la misma casa editorial la versión definitiva de la novela, que en esta ocasión decidió firmar con su nombre propio y bajo el título En el país de Macrobia. Aunque en esta edición el nombre de Germina ya no figura como autora, sí mantiene la función de narradora. El relato no presenta cambios sustanciales con respecto a la versión anterior, pero está acompañado de un prólogo en el que Rosell otorgó a su seudónimo un espesor singular. El autor realizó allí una breve semblanza de Germina Alba, por medio de la cual le imprimió vida más allá de la autoría ficticia que acompañaba la edición de 1921, más allá también de su rol como protagonista de la aventura utópica. Rosell construyó en Germina una suerte de heterónimo, y la presentó como “una amiga muy íntima” que le había encargado la revisión y publicación de las notas que ella había tomado durante su viaje por Sudamérica. “Explicado esto —sostuvo el prologuista—, debo hacer constar que a mí no me toca otro mérito sino el de ordenarlas y darlas a las cajas, correspondiendo todo lo demás a la autora amiga.”
El nombre del país en el que transcurre el relato de Rosell se encuentra inspirado en el concepto de macrobiótica, acuñado a fines del siglo XVIII por uno de los referentes de la medicina naturista, el alemán Christoph Wilhelm Hufeland. A diferencia de la medicina que entonces se enseñaba en las universidades y que, según Hufeland, tenía por único objeto el tratamiento de enfermedades, la macrobiótica consistía en el arte de prolongar la vida. Para ello se servía de un conjunto de técnicas destinadas a alcanzar el perfeccionamiento físico y moral, las cuales incluían desde métodos para el control del onanismo y otros placeres, hasta el uso del agua como agente curativo. A comienzos del siglo XX, la promesa de longevidad era uno de los recursos más utilizados por la propaganda naturista para informar los beneficios que traería la adopción de los hábitos de conducta por ella difundidos. Estos hábitos son los que orientan las costumbres de los pobladores de la utopía de Rosell, los macrobiatas, algunos de los cuales alcanzan en la novela los doscientos años de edad. Sin embargo, para el anarco-naturista, la longevidad a la que pudiera llegar una persona no era tanto un valor en sí, cuanto el índice de una conducta de vida que había sabido despojarse de los vicios y bajas pasiones de la sociedad moderna.
El ideal ascético de alcanzar el autogobierno de las conductas era ilustrado en las publicaciones naturistas por la figura del médico de sí. Esta partía de la convicción de que nadie sería capaz de conocer el propio cuerpo mejor que uno mismo, y que ningún experto, por tanto, sería capaz tampoco de ser mejor guía que uno mismo para el cuidado de la propia salud. Es posible que este ideal haya sido uno de los vectores que atrajo a muchos anarquistas hacia el naturismo. Incluso aunque no lo practicaran de manera rigurosa como Rosell, hubo también otros utopistas que encontraron en la esperanza naturista de autocuidado una de las imágenes de futuro que iluminaba el sueño de una vida sin jefes y sin pestes. Tal fue el caso del libertario francés residente en Buenos Aires, Pierre Quiroule, quien en 1914 imaginó una ciudad anarquista en que las enfermedades habían sido desterradas casi por completo. Luego de haber realizado una primera revolución contra el Estado y una segunda y definitiva contra la metrópolis, los habitantes de la ciudad anarquista, “vegetarianos por gusto y convicción”, habían finalmente logrado constituirse en médicos de sí mismos.
Si bien no fueron pocos los anarquistas que se dedicaron a la escritura de utopías y otras obras literarias con elementos del género, su publicación desató ciertas controversias en los medios libertarios. Uno de los debates apuntaba a la posibilidad de que escritores y lectores tomaran dichas obras como una planificación minuciosa del modo en que debiera organizarse la sociedad al día siguiente de la revolución. Diego Abad de Santillán fue uno de los que se levantó en contra de las riesgosas pretensiones de esta corriente constructivista del anarquismo. En un artículo publicado en 1923 en el periódico La Protesta, sostuvo que las divagaciones futuristas eran o bien “un castillo de naipes que derribarán los primeros acontecimientos”, o bien “un programa de gobierno”. A lo cual Juan Enrique Stieben respondería que, por lo visto, el compañero tenía dificultades para diferenciar la literatura utópica del trazado de los planos de una casa. “Es nuestra opinión que esa literatura es de incalculable poder para hacer comprender el comunismo anárquico. Su parte novelesca e idílica es también educativa en alto grado.”
Mientras este tipo de debates en torno a las utopías refería a los riesgos de que hubiera quienes pretendan realizarlas al pie de la letra en la sociedad del porvenir, otra de las controversias apuntaba a las ilusiones que algunos pudieran hacerse de llevarlas a la práctica en el presente. La ansiedad de ciertos compañeros de ideas por construirse un mundo a la medida de sus deseos fundando colonias agrícolas fue objeto de cuestionamiento por parte de autores de utopías como Rosell. Él no descartaba la posibilidad de que alguno de estos proyectos pueda llegar a funcionar, pero consideraba necesario que quienes los emprendieran hayan realizado antes un riguroso trabajo de renuncia a las costumbres inculcadas por una civilización egoísta y especulativa. Así, en un artículo publicado en el periódico que editó desde la localidad de Carlet, confesaba no ilusionarse con “los ensayos de Colonias naturistas, mientras éstas no tengan lugar en sitios apropiados y con elementos bastantes fuertes y conscientes que sepan rechazar todas las tentaciones e influencias del medio…”
Nuevamente, las malas condiciones de vida impuestas por un sistema autoritario, injusto e insalubre no eran, para el catalán, problemas que pudieran resolverse de un día para el otro, sea asesinando reyes o huyendo de la contaminación de las ciudades. Su guerra sin cuartel contra las fantasías de inmediatez no lo inducía, sin embargo, a adoptar una actitud desesperanzada, tampoco a arrojarse a la inmovilidad de quien espera que, alguna vez, el orden de las cosas cambie como por arte de magia. Por el contrario, desde mucho antes de que saliera de imprenta En el país de Macrobia, Rosell ya había comenzado a hacer de su propia vida el ámbito de experimentación utópica. Ella fue la fuente de inspiración para delinear las estrictas (e, incluso, visto a la distancia, en ocasiones cuestionables) normas de conducta de los personajes de su novela. Son estas normas las que —sugiere Germina Alba— permitirían a los fundadores de colonias no fracasar en el intento de darse para sí una existencia naturista y libertaria, hacerse dignos de la utopía con la que sueñan.
Rosell falleció en 1964 en la ciudad de Montevideo. En una fecha seguramente cercana a su muerte, el órgano de prensa de la CNT francesa, Le Combat Syndicaliste, publicó un folleto escrito por él en 1940 con el título de El poder de la educación.Este fue ilustrado en sus primeras páginas con una foto del autor acompañada por el epígrafe: “A sus ochenta años, Rosell aún se ocupaba de las flores.”

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