Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Apartado de la Revista Chilena de Ingeniería y Anales del Instituto de Ingenieros La Normalización en General La Normalización en el Mundo ING. GRAL. PIERRE SALMON AÑO LXXII MARZO-ABRIL Y MAYO-JUNIO DE 1959 № 2 Y 3 ч / N o t a b i o g r á f i c a El General de División M. Fierre Salmón hizo sus estudios de ingenie- ría en la Escuela Politécnica de París. Siguió su carrera en los servicios téc- nicos del Ejército francés, especiali- zándose en máquinas-herramientas y en metrología. Es autor de varias obras y de numerosos artículos sobre estas materias. Durante los años 1939 a 1940 y 1947 a 1952 fue Di- rector General del Armamento del Ejército de su patria. Por su reconocida dedicación a los importantes problemas de la norma- lización, se le encomendó, después de la segunda guerra mundial, la rees- tructuración de la normalización en Francia. También se le encargó la representación de la Asociación Fran- cesa de Normalización, AFNOR, en la fundación de la Organización In- ternacional de Normalización, a cuyo Consejo General ha. pertenecido sin interrupción. Desde hace diez años desempeña el alto cargo de Comisario de la Normalización en su país, siendo así el relacionador entre las reparticiones del Gobierno y la AFNOR, que es un organismo privado que estudia y elabora las normas. El Ingeniero General Salmón per- tenece a numerosas sociedades cientí- ficas o profesionales. Es una figura vastamente conocida en el campo in- ternacional de la normalización. En- tre las múltiples distinciones que ha recibido figura la de Gran Oficial de la Legión de Honor. Durante su breve estada en Chile, el Ingeniero Salmón dictó una con- ferencia en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Univer- sidad de Chile, en la que su presen- tación estuvo a cargo de don Carlos Hoerning, Director del INDITEC- NOR, y desarrolló un seminario en la Sociedad de Fomento Fabril sobre normalización. Agradecemos a tan distinguido profesional el haber proporcionado el texto de los interesantes trabajos que se publican en nuestra revista. La normalización representa una actividad, cuya importancia no cesa de incrementarse desde hace varios anos; antes de pasar a definirla exactamente, podemos caracterizar- la señalando, que aporta orden en las definiciones y especificaciones, que facilita la unificación de las medidas y de sus tolerancias, ha- ciendo posible la intercambiabili- dad, y que, por último, colabora en la simplificación de las series de fabricación, al permit ir concentrar los esfuerzos en la producción de objetos realmente útiles. La utilidad y hasta la necesidad de realizar una normalización efi- caz, son tan antiguas como el mun- do. La construcción del alcantari- llado de Pekín, con materiales cu- vas dimensiones estaban unificadas, la adopción para los navios fenicios y griegos (trirremes y otros) de elementos idénticos, que permitían la mayor intercambiabilidad posi- ble, son ¡os más antiguos ejemplos de la aplicación de normas; la con- fección de armas y de municiones con el conjunto de las piezas de re- cambio indispensables para la vida de los ejércitos en campaña, ha mostrado, por otra parte, la impor- tancia de la intercambiabilidad. El nivel actual que ha alcanzado la industria muestra la importancia de la normalización en las fabricacio- nes modernas; basta con ver el in- menso desarrollo de la industria del automóvil, la intercambiabili- dad de las piezas de recambio, la constancia en la calidad de las ma- terias utilizadas, para apreciar qué servicios se pueden esperar de quie- nes han asumido la tarea, bien in- grata, a veces, del estudio y de la realización de todas las unificacio- nes indispensables para la industria moderna. Se dice, a menudo, que normali- zar consiste ei} especificar, unifi- car, simplificar. Comentándola de- tenidamente, vemos q u e a esta de- finición, aunque un poco esquemá- tica, no le falta exactitud. Especificar consiste, por un lado, en adoptar los mismos términos pa- ra los mismos objetos, y, por otro, en proporcionar los elementos ne- cesarios para el establecimiento de los pliegos de condiciones que se refieren a un suministro determi- nado. La adopción de términos idénti- cos para los mismos objetos es, sin duda alguna, una de las primeras medidas que deben ser lomadas en un país industrial; evitar las con- fusiones de palabras y de denomi- naciones para expresarse de una manera clara, dar todas las expli- caciones necesarias sin ambigüedad, es una de las primeras tareas que se deben emprender . Cuántos erro- res no han sido cometidos a conse- cuencia del empleo de términos im- propios, que han originado, por añadidura , litigios y procesos. La terminología no interesa tan sólo a la industria; la encontramos también en las ciencias, cuya nece- sidad de definiciones precisas no hay que demostrar, y en numero- sas nomenclaturas, especialmente en las que guardan relación con las nuevas técnicas; la Comisión Elec- trotécnica Internacional estudia, en lo que concierne a la electricidad y a la electrónica, una terminología precisa en varias lenguas, con el f in de crear u n lenguaje neto y comprensible por todos los intere- sados; el reciente comité técnico de energía nuclear ha puesto en estu- dio una nomenclatura unif icada vá- lida para todos los términos nue- vos, tan difíciles de poner a pun to , en todo lo que se relaciona con este nuevo ramo de la actividad. Para resumir la ut i l idad de estos traba- 4 REVISTA CHILENA DE INGENIERÍA jos, se puede decir q u e cada cien- cia, cada técnica, deben disponer de u n diccionario en varias len- guas para de te rminar sus medios de expresión, así como lo hacen to- dos los pueblos; es una necesidad ineludible . Una vez puesta a p u n t o la termi- nología, hay q u e utilizarla en la re- dacción de los pliegos de condicio- nes, para que éstos ofrezcan la ma- yor claridad posible. Estos docu- mentos comprenden, en general, la designación del suministro, sus ca- racterísticas y los métodos necesa- rios para controlar estas caracterís- ticas; se ve inmedia tamente la im- por tancia de los métodos de ensa- yo de las materias y de los produc- tos, q u e pe rmi ten asegurarse de la conformidad del suminis t ro a sus especificaciones. Los métodos de ensayo son uno de los puntos en los q u e el amor propio se hace sen- tir de una manera a veces excesi- va; ¿quién no ha encontrado, en el curso de su carrera, un químico apegado f ie ramente a sus hábitos, u n observador delante del micros- copio persuadido de q u e es el úni- co en leer la verdad en su aparato? Se comprende que la unificación de los métodos de ensayo, la elec- ción de uno de ellos para ser con- siderado como un método tipo, co- m o u n método de referencia, sea u n a tarea par t icu la rmente impor- tante, pero t ambién par t icu larmen- te difícil pa ra los normalizadores, q u e t ienen q u e imponer a m e n u d o u n método di ferente de los que ciertos especialistas desearían adop- tar . Por otra par te , el problema de los métodos de ensayo se complica todavía más por el hecho de q u e los progresos de la ciencia y de la técnica nos apor tan mejoras ince- santes en los diferentes modos ope- rator ios en los aparatos utilizados, de ta l mane ra que, para no opo- nerse al progreso, las normas de- ben ser constantemente vigiladas y eventua lmente corregidas; hay q u e evitar q u e documentos de la impor tancia de las normas sopor- ten la acusación de f renar el des- arrol lo incesante de la técnica, cu- ya celeridad es prodigiosa. Unificar es uno de los elemen- tos esenciales de la indust r ia mo- derna; los artesanos efectuaban an- taño sus trabajos con gran esmero y u n p r o f u n d o ЧРюг a su oficio; en nuestra civilización actual, en la que el rend imien to es, sin embar- go, una cuestión tan impor tante , todavía se encuen t ran artesanos que, ya sea con herramientas de mano,ya con máqu inas simples, efectúan verdaderos t rabajos de ar- te. La industr ia relojera, y hasta la electrónica poseen sus artistas, cuyo valor profesional es quizás más apreciado que an taño; en ellos, la noción de perfección eclipsa casi la de tolerancia en las medidas, de tal manera que su obra es personal y que no se puede in ten ta r substi- tuir la pieza fabricada por uno de ellos por una pieza teóricamente idéntica fabricada por uno cual- quiera de sus colegas. En el marco de los oficios de arte, o cuando el objeto producido no admi te acopla- miento a lguno con otros objetos, no existe n ingún mal en que éstos lleven la f i rma de su autor ; la eba- nistería artística, la alfarería, cier- tos artículos de muebla je , pueden ser, pues, fabricados por artesanos, y como a m e n u d o los gastos gene- rales de éstos son muy reducidos, los precios obtenidos no son exce- sivos. Ocurre lo mismo con la cons- trucción inmobil iar ia , ya que las casas pequeñas alejadas de las gran- des ciudades pueden ser construidas por los alarifes locales sin que sea necesario recurr i r a los poderosos medios empleados en los grandes centros. Pero la vida moderna se caracte- riza por la producción y la utiliza- ción de numerosos objetos de va- r iada naturaleza, destinados a la industr ia , al consumo corriente, cu- yos precios deben ser bajos y cuya difusión muy ampl ia ; son numero- sos los objetos que deben ajustarse en otros sin regulación previa; las bombillas, que cualquiera puede montar las en el por ta lámparas , constituyen uno de los más claros ejenjplos de esta necesidad. Para obtener precios bajos, es, pues, ne- cesario realizar fabricaciones en grandes series y, por otro lado, lo- grar q u e los productos fabricados separadamente p u e d a n ajustarse unos en otros sin dif icul tad. Como hemos indicado antes, la fabrica- ción de fusiles y de cartuchos de guerra ha respondido desde hace t iempo a estas condiciones, pero sólo desde hace poco t iempo rela- t ivamente han sido codificados los principios l lamados de ajuste y han llegado a tener u n a aplicación co- rr iente . Conocemos las líneas gene- rales de la teoría de los ajustes que consiste, pa ra una medida nominal dada, en f i jar las tolerancias para las piezas macho y h e m b r a que de- ben ajustarse; estas tolerancias va- r ían según las dimensiones y la precisión de las piezas, y se puede a f i rmar que su observancia permi- te la realización de la intercam- biabi l idad en las condiciones más satisfactorias. A este efecto, la in- dustr ia ha empleado d u r a n t e mu- cho t iempo, y aún sigue empleando ampl iamente , los calibres de inter cambiabi l idad, q u e pe rmi ten ase- gurarse de an temano de la confor- midad de las piezas ejecutadas a las medidas y a las tolerancias prescri- tas. La intercainbiabi l idad ha apor- tado a la indust r ia una revolución de cuya importancia es a veces di- fícil darse cuenta: el precio de numerosos objetos ha d isminuido en proporciones considerables, ya que la fabricación en serie ha re- ducido cada vez más el t iempo de mano de obra necesario para la ejecución. Las piezas sueltas, en la indust r ia automovilística, constitu- yen u n e jemplo típico y, en este terreno, se hacen nuevos progresos, ya que las cadenas automáticas po- drán incrementar todavía el rendi- miento y supr imi r cada vez más la intervención h u m a n a . La prefabr i - cación ya comienza a da r a la cons- trucción inmobi l iar ia u n carácter industr ial , q u e permi t i rá sin duda , y cada vez más, realizar, a precios aceptables, los inmuebles indispen- sables pa ra el a lo jamiento de u n mayor n ú m e r o de familias. Abun- dan ejemplos en las esferas en que la fabricación en serie ofrece pro- ductos de mejor calidad a ba jo pre- cio: aparatos domésticos, herra- mientas, textiles, etc. Por otra par- Y ANALES DEL INSTITUTO DE INGENIEROS 5 te, y como consecuencia, ha surgi- do un espíri tu de emulación mun- dial para estudiar y realizar las máquinas y las herramientas nece- sarias para esta clase de fabricacio- nes; las necesidades de una mayor precisión han originado, por otra par te , la fabricación de ins t rumen- tos de medida cada vez más sensi- bles, sin perder por ello sus cuali- dades de firmeza y de manejabi l i - dad, y asistimos ac tua lmente a una "domesticación" de los elementos científicos más abstractos, como la óptica y la electrónica, en favor de las más variadas técnicas: el es- pesor de las chapas laminadas, el de revestimientos tales como la galvanización o el cromado, pue- den ser verificados ac tua lmente de una manera precisa du ran te el cur- so mismo de la fabricación. Por otra parte, las ideas recientes so- bre el control de la calidad o so- bre el control estadístico conducen a la puesta a p u n t o de procedi- mientos de verificación que dan nacimiento a toda una nueva me- trología. No cabe duda a lguna que los trabajos sobre la unificación son el origen de este progreso con- siderable. Pe rmí t anme rendir ho- menaje , en esta ocasión, a u n gran ingeniero francés, Le Besnerais, q u e ha sido, en mi opinión, el pri- mero en codificar las reglas de la in tercambiabi l idad. Simplificar es, por últ imo, la ter- cera faceta de la normalización. Una de las características de los t iempos antiguos era la variedad de ciertos objetos que, no siendo pro- ducidos en serie, podían en rigor evitar la unificación; el interés de supr imir ciertos modelos no era aparente , puesto que no producía n inguna consecuencia económica. Al contrario, existía u n cierto amor propio, que consistía en poseer u n objeto único en el mundo , a u n q u e fuera feo, de difícil empleo o de precio elevado. En nuestros días, el número de productos necesarios para la existencia corriente ha au- men tado en proporciones conside- rables y sólo una producción en gran serie permi te obtener precios bastante bajos para que sean acep- tables; pero estas condiciones ex- cluyen la posibilidad de fabricar cualquier producto a riesgo de u n derroche inadmisible. Se ha obser- vado que en Francia, país agríco- la, en el que las regiones son di- versas, sin que esta diversidad sea muy grande, los campesinos utili- zaban, sin duda por tradición, va- rias centenas de tipos de palas, cuando una decena bastaría para satisfacer todas las necesidades; ocurre lo mismo con los clavos, tornillos, her ramientas de mano, etc. La simplificación consiste, pues, en de te rminar cuáles son los tipos de objetos empleados más co- r r ientemente y en concentrar la producción en serie sobre estos ob- jetos, abandonando los otros mode- los. Este procedimiento no es tan sencillo como se podr ía creer, pues- to que entre el productor y el cliente hay a m e n u d o gran canti- dad de intermediar ios que viven del "surt ido", es decir, de la no unificación, del desorden. Los ar- gumentos expuestos en favor del sur t ido no soportan una crítica se- ria: las costumbres pueden ser mo- dificadas paula t inamente ; en cuan- to a los argumentos basados en la estética o en la belleza, fáci lmente se aprecia que carecen de valor cuando se t rata de herramientas , sanitarios, en f in, de todo lo que se h a dado en l lamar "ut i l i ta r io" . Poniendo en práctica estos tres principios: especificar, unificar, simplificar, estamos seguros de al- canzar resultados que a veces pue- den parecer sorprendentes por su importancia . Es cierto que un país nuevo, que organiza a par t i r de ce- ro todas las piezas de su economía, debería llegar a ahor ra r sumas que pueden cifrarse en u n 50 ó 60% con respecto a países en los que no se puede obrar más que por persuasión, respetando a la vez viejas tradiciones y viejas instala- ciones; pero aun en estos países, ent re los cuales podemos incluir a Francia, es fácil, por medio de u n a aplicación re la t ivamente reducida de las normas, realizar economías considerables, comoha sido el caso en la joven indust r ia del automó- vil y, por otro lado, en la an t igua actividad agrícola y en la cons- trucción inmobil iar ia . Es que los problemas de la vida moderna exi- gen soluciones rápidas; es preciso q u e una industr ia sea próspera, q u e el suelo a l imente a sus habi- tantes, que una población cada vez más numerosa pueda hal lar los alojamientos confortables y moder- nos que considera como actualmen- te indispensables. Esta necesidad, imperiosa, a pe- sar de lo que pueda decirse en con- tra, de estudiar y de aplicar las normas, implica una organización adap tada a los países interesados. A este título, podemos hacer la descripción de una organización ti- po. Según que el país sea más bien agrícola o industrial , según que se t ra te de industr ia pesada o de t ransformación, según que el cli- ma sea polar, t emplado o tropical, los problemas se p lan tean de ma- nera diferente. Por otra parte, los países industrializados, en par te al menos, desde hace t iempo, t ienen una tendencia hacia u n liberalis- mo mayor que los países más jóve- nes, ansiosos de recuperar un re- traso impor tan te . Por últ imo, hay que contar con la estructura polí- tica de ciertos países q u e desean imponerse sobre su industr ia de una manera autor i ta r ia y hacen obligatoria la aplicación de normas que serían facultativas en otras na- ciones. En real idad, sólo cuenta el resultado, y si damos aquí algunas indicaciones sobre la organización de ciertos países en mater ia de nor- malización, no se t ra ta en absolu- to de sugerir consejo alguno. La normalización puede ser en- teramente privada y facultat iva; es el caso, bien entendido, evidente- mente, que estas indicaciones son muy esquemáticas, de los U. S. A., por ejemplo; en este país es co- r r iente que ciertas grandes ent ida- des: siderurgia, industr ias del au- tomóvil, electricidad, est iman út i l normalizar ciertos elementos, cier- tas medidas, ciertos productos. Las decisiones así tomadas sobre el p lan corporativo son comunicadas al organismo oficial de normaliza- ción que se encarga de autent i f i - carlas. Se constata así de paso esta verdad evidente: no puede habe r 6 REVISTA CHILENA DE INGENIERÍA más que u n organismo oficial de normalización, ya que puede ima- ginarse fáci lmente el desorden q u e resultaría de la existencia de va- rios organismos que tuvieran pode- res idénticos y que legislaran sobre los mismos sujetos. La tendencia opuesta se encuen- tra en la URSS; este país puede ser considerado como muy joven des- de el p u n t o de vista industrial , lo q u e le conduce a establecer planes de equipo y de producción bastan- te rígidos; la normalización es in- dispensable para el estudio y pa ra la realización de estos planes y, po r esto mismo, el organismo ofi- cial es u n organismo de Estado; pa ra la URSS esta solución es, sin duda , la mejor actualmente . En Francia, puesto q u e hay q u e hab la r de sí mismo, tenemos u n defecto notorio: la vanidad de creer que ocupamos u n justo me- dio; esto explica por qué nuest ra organización es mixta : una Comi- saría de la Normalización repre- senta al Gobierno y está encarga- da por él de hacer estudiar los proyectos de normas, de darles el carácter oficial necesario para la homologación, y de velar por su aplicación. Pero los estudios de normas son privados; son las indus- trias las q u e aseguran su estudio b a j o la dirección de una Asocia- ción privada, la AFNOR (Asociación Francesa de Normal ización) , de mane ra que no haya d ic tadura téc- nica. El Estado se reserva solamen- te el derecho de hacer aplicar las normas por sus servicios e impone su aplicación de una manera auto- r i t a r i a en ciertos casos, en los que , p o r e jemplo, la seguridad está en juego. U n e jemplo t ipo es el de los empalmes de incendio; es preciso que , en toda Francia, todos los bomberos l lamados a aplacar u n incendio p u e d a n enchufar sus bom- bas en todas las canalizaciones de agua. Este resul tado, que parece t an evidente, no ha sido obtenido, hay que reconocerlo, hasta hace m u y poco. Expongo estas indicaciones sin segunda intención; pensamos q u e ustedes han realizado la organiza- ción que les parecía la mejor; a veces puede suceder q u e cuestiones de crédito o de personas no permi- tan obtener inmedia tamente la es- cala juzgada necesaria; en este ca- so puede ser út i l conocer las orga- nizaciones realizadas en otros paí- ses para ponerlas como e jemplo a su Gobierno. Espero que, en lo q u e a ustedes concierne, no tendrán q u e utilizar tales medios. Me ha sido p regun tado a menu- do si era opor tuno asociar los tra- bajos de normalización con los que interesan a la organización del tra- ba jo y también con lo que se lla- ma racionalización, que no es siem- pre exactamente la organización del t rabajo . La cuestión es delica- da; los problemas de organización del t raba jo engloban, en efecto, su- jetos muy vastos y muy variados, tales como: modos de remunera- ción, psicología del t rabajador , mo- do de vida del t r aba jador . . . q u e no f iguran exactamente en la com- petencia de la normalización y en los que en t ra una par te impor tan- te de elementos no técnicos. En cambio, el estudio de las normas requiere entregarse a t rabajos téc- nicos muy precisos; no es posible, en realidad, elaborar normas apro- ximativas. Así, pues, la organiza- ción del t raba jo y la normalización proceden, en ciertos momentos, de estados de espíri tu diferentes, y no es indispensable, a priori , aso- ciar sus estudios; sin embargo, es prefer ible no proseguir estas dos actividades de una manera inde- pendiente , p o r q u e ambas t ienen el mismo objetivo, que es el de fa- vorecer el progreso de la indust r ia y de la economía. Es, pues, conve- niente in ten ta r buscar más bien conexiones que una verdadera fu - sión; pero aun en este terreno no querr íamos hacerles creer que que- remos darles consejos y prefer imos darles a conocer s implemente lo que se hace en Francia. La Comi- saría de la normalización y la Co- misaría General de la productivi- dad están ne tamente separadas, pe- ro han consti tuido una comisión de conexión, l lamada Comisión NSS (Normalización, Especificación, Es- pecialización), en el seno de la cual se estudian los problemas co- munes a estas dos actividades; de esta manera , los resultados obteni- dos se completan; los estudios de normas t ienden a hacerse más rea- listas, y las mismas normas son to- madas en mayor consideración cuando p lan tean problemas de or- ganización del t rabajo . La cuestión que se presenta na- tu ra lmente al espír i tu es la si- guiente: Cómo utilizar las normas en las diferentes actividades; esta cuestión es tanto más necesaria p lantear la cuanto que las normas t ra tan de sujetos muy variados; unas se refie- ren a los problemas de unidades, de terminología, otras, a los méto- dos de ensayo; otras, a los produc- tos. Se concibe, pues, que todas las normas no sean puestas en ser- vicio de la misma manera . Si se t ra ta de unidades y de ter- minología, no cabe d u d a de q u e las normas deben ser seguidas sin res- tricción. En lo q u e concierne a las terminologías, son el resul tado de numerosos t rabajos realizados por los mejores especialistas, apor tan claridad allí en donde re inaba la confusión y, sobre todo, no origi- nan gastos importantes , en el sen- t ido de q u e la adopción de térmi- nos unificados no cambia más que algunos impresos. No hay, pues, n inguna excusa pa ra no emplear- las. Pero a veces se in t roduce el f r a u d e al amparo de terminologías incompletas; es por esto por lo q u e en Francia el deseo de unif i - car las calidades de los aparatos de calefacción, con el f in de realizar las economías de combustible in- dispensables hab ía ocasionado la definición de los aparatos de coc- ción l lamados "cocineras"; u n a de- finición incompleta ha permi t ido a ciertos comerciantes vender ba jo este nombre aparatos de tres fue- gos y no de cuatro fuegos, en de- t r imento del consumidor; nunca se es demasiado preciso en terminolo- gía. Cuando se t ra ta de unidades, la cuestión se complica por el hecho de q u e la adopción de u n sistema de unidades es en muchos países u n asunto de orden gubernamen- tal; las normas reproducen, en ge- Y ANALES DEL INSTITUTO DE INGENIEROS 7 neral, con explicaciones útiles en casos particulares, las disposiciones oficiales sin poder modificarlas. Ustedes no ignoran las grandes querellas actuales de los sabios to- cante a los sistemas de unidades que se deben adoptar ; no me gus- taría complicar u n informe ya ar- d u o en sí, así que me l imitaré a señalar a lgunas de las dificultades más típicas; por una parte, la elec- ción ent re u n ki logramo peso y u n ki logramo masa, objeto de deses- peración pa ra muchos estudiantes; por otra, reacción de las unidades eléctricas sobre las unidades clási- cas, polémicas sobre el sistema Giorgi, etc. En medio de este con- cierto de discusiones, los normali- zadores se ven a m e n u d o obligados a esperar decisiones q u e exceden a veces el marco de u n solo país, y se encuent ran en u n atolladero. Puedo señalarles, a t í tulo ligera- mente humoríst ico, u n a campaña sostenida en Francia para supr imir el caballo de vapor; basándose en razonamientos a l tamente científi- cos, esta un idad es condenada por los autores de la campaña en cues- tión al gri to de "Delendus Equus" . Pero, ¿qué sería de las denomina- ciones tan conocidas y, sin embar- go, tan falsas, por razones fiscales, con las cuales se caracteriza a los automóviles 4cv, l l c v ? . . . Las normas de métodos de ensa- yo, cuya importancia hemos indi- cado anter iormente , deber ían ser r igurosamente observadas para permi t i r a los interesados interpre- tar correctamente los resultados obtenidos; esto es t an to más nece- sario cuanto q u e ensayos idénticos en apariencia no pueden ser expre- sados en una única fórmula . Un e jemplo t ipo de esta dif icul tad es la probeta de resiliencia. Francia ha luchado para obtener una pro- beta única, nacional e internacio- nalmente : es la p robe ta UF, b ien conocida por los metalúrgicos, q u e t iene la fo rma de un paralelepípe- do de base cuadrada, provisto de una en ta l ladura cuyo fondo es re- dondeado; esta probeta , rota po r u n péndu lo de choque, da u n a ci- f r a de resiliencia q u e no t iene va- lor más que en función de la pro- beta y del apara to de ensayo mis- mo. Pero algunos metalúrgicos p re tenden que la probeta U F no es bas tante sensible para caracterizar la resiliencia de los aceros aleados modernos, puesto que las cifras ob- tenidas con esta probeta son exce- sivamente débiles; preconizan, por este hecho, el empleo de una pro- beta l lamada Charpy, uti l izada an- ter iormente en Francia, y cuya en- ta l ladura más débil permi te obte- ner cifras de resiliencia más eleva- das. Desgraciadamente, no se pue- den comparar las cifras obtenidas por los dos procedimientos y se co- r re el peligro, en el caso de que subsistieran las dos probetas, de que se creen confusiones extrema- damente peligrosas; igualmente, la probeta UF y la probeta IZOD, utilizada en Inglaterra , no dan ci- fras equiparables . Está clara, pues, la necesidad de poner en aplica- ción ensayos conformes a las nor- mas para evitar estos inconvenien- tes. Se objeta a veces que los ensa- yos previstos por las normas tie- nen a veces u n carácter demasiado general, son demasiado complejas para la práctica corriente, y q u e no es posible llevarlos a la prácti- ca en ensayos cotidianos; esta ob- jeción es válida pa ra ciertos análi- sis químicos susceptibles de ser reemplazados por operaciones ex- t remadamente sencillas en la prác- tica corriente. En caso semejante, nos encontramos ante una al terna- tiva delicada, pero que se puede al lanar de la manera siguiente: los ensayos normalizados represen- tan los únicos capaces de dar re- sultados oficiales; no está prohibi - do, ni puede serlo, q u e dos par- tes se en t iendan pa ra simplif icar estos ensayos, pero debe entenderse de u n a manera expresa que , en caso de litigio, de proceso, los con- flictos serán zanjados por el recur- so a las pruebas descritas por las normas. Cada vez q u e se h a adop- tado esta posición, ha sido fácil evitar conflictos. Se p lan tean muchas cuestiones delicadas en lo q u e concierne a los métodos de ensayo y sería imposi- ble señalarlas todas; sin embargo, parece necesario evocar el caso en que las normas preconizan un mé- todo de ensayo conocido, bien esta- blecido, pero para el que sería in- dicado emplear nuevos métodos, consagrados por una experiencia cierta; sin embargo, las normas no los mencionan y, en principio, es- tos métodos no deber ían tener n in- gún valor oficial. Se concibe fácil- men te que sería una lástima impo- ner procedimientos pasados de mo- da —o casi—, cuando la mejor so- lución, inmedia tamente disponible, t iene como único defecto el de no haber sido admit ida todavía ofi- cialmente. Tocamos aquí el d r a m a representado por la lucha ent re la estabil idad que apor tan las nor- mas y que permi te fo r j a r para lar- go plazo fabricaciones o ensayos incontestables, y el progreso q u e nos impulsa con t inuamente hacia adelante de una manera ineludi- ble. En el curso de esta conferen- cia, tendremos la ocasión de volver a tocar este delicado problema va- rias veces; en lo que concierne a los métodos de ensayo, la solu- ción es re la t ivamente simple: la Asociación Francesa de Normaliza- ción Pública, ba jo la forma de proyecto, el nuevo método y la entrega a los compradores de nor- mas, al mismo t iempo que la nor- ma que describe el método anti- guo, con un comentar io indicando la evolución de la técnica, y de- jando, bien entendido, a los inte- resados la facul tad de elección en- tre el an t iguo y el nuevo método. Las normas de productos son las más numerosas, las más útiles qui - zá, puesto que intervienen directa- men te en la vida industr ial ; su es- fera se ext iende a casi todas las técnicas, desde la mecánica, en la que las normas han adqui r ido des- de hace t iempo derecho de ciuda- danía, hasta la agricul tura, en la q u e las tentativas son muy recien- tes, pasando por la siderurgia, la química, la indust r ia textil, etc. N i n g ú n ramo de la actividad de- bería escapar a la normalización, q u e es la base de solidez y, hasta cierto punto , de seguridad, cuan- do se emprende u n a fabricación. Pero es muy raro q u e las normas 8 REVISTA CHILENA DE INGENIERÍA def inan en te ramente un producto, desde la mater ia que lo constituye hasta su func ionamiento normal ; nos encontramos así en presencia de una situación delicada que cier- tas mentes no comprenden o, más probablemente , f ingen no com- prender ; si las normas def inieran en te ramente un producto, lo codi- ficarían, y entonces el p roducto quedar ía f i jado por la e te rn idad en su con jun to y en sus detalles; pa ra modificarlo, habr ía que estu- diar otras normas que substituye- ran a las ant iguas y que represen- tar ían un producto nuevo. Algunos países han tomado tales decisio- nes, ba jo la forma de normas o de otros documentos, en circunstan- cias graves, como guerras o perío- dos de restricción, con el f in de mejora r el bienestar de la pobla- ción; así, la Gran Bretaña ha crea- do después de 1945 y por algún t iempo, u n t ipo de' lencería nacio- nal, con el f in de vestir a sus ha- bi tantes a precios muy bajos. Otras naciones, como la URSS, deseosas de monta r u n a indust r ia nueva, máquinas-her ramientas o tractores, h a n hecho estudiar u n modelo y, después de ensayos concluyentes, h a n normal izado todos los elemen- tos, lo q u e ha permi t ido norma- lizar también las herramientas y los aparatos destinados a la fabri- cación de losobjetos elegidos de- f in i t ivamente; en este caso, las se- ries lanzadas deben ser l imitadas en número; du ran te su ejecución, se cont inúan las búsquedas de per- feccionamiento, con el f in de per- mi t i r el lanzamiento de una nueva serie que apor te las mejoras juzga- das necesarias. Pero, en la mayoría de los casos, el p rob lema es diferente; un obje- to de te rminado es estudiado con miras a los servicios que debe ren- d i r y, por ello, presenta ciertas características; de las cuales, unas deben ser codificadas, po rque es el único medio de realizar una fabri- cación económica, y otras, entera- men te libres, puesto que deben se- gu i r el progreso, la moda, o adap- tarse al gusto de la clientela. Po- dríamos tomar el e jemplo del mo- bil iar io industr ial , una butaca, por ejemplo, o u n sillón de despa- cho u oficina: los datos que de- ben ser codificados son esencial- mente de orden dimensional : u n sillón es en real idad u n objeto complejo, ya que debe permi t i r que personas de tallas y de contex- turas diferentes se encuent ren a gusto sentadas, sin q u e los nervios ciáticos de las piernas estén com- primidos, sin q u e la columna ver- tebral sufra roce alguno, sin q u e la cabeza se encuent re en una po- sición incómoda. Estos elementos —hay otros muchos todavía— han sido estudiados por médicos, por especialistas de una escuela france- sa especializada en el mobil iario, la Escuela Boullc, y es así como han sido determinadas las dimen- siones más importantes; estas di- mensiones deben ser respetadas en nombre del confort de los interesa- dos. En cambio, el mueble puede ser de madera , de metal , de mate- ria plástica, etc. La elección de la mater ia es voluntar ia . Pero, bien entendido, es impor t an t e que, u n a vez escogida la mater ia , ésta sea conforme a las normas, cuando existen, que f i jan su calidad. Ve- mos así que el p roduc to conserva, en medio de las normas que a él se ref ieren, una cierta independen- cia q u e permi te el desarrollo del progreso. Volviendo a los asientos de oficinas, es sorprendente cons- tatar que el respeto de las normas ha hecho que los asientos metáli- cos sean casi tan cómodos como numerosos asientos almohadil lados. La SNCF (Sociedad Nacional de Ferrocarriles de Francia) h a reali- zado con los asientos de sus vago- nes ensayos de este género, desti- nados a mejorar el bienestar de los viajeros, bienestar t an to más apre- ciable cuando los trayectos son lar- gos. Las normas de productos dan, pues, mater ia para numerosas re- flexiones, que provocan, al estu- diarlas, progresos cada vez más considerables; uno de ellos, q u e ilustra bastante bien el e jemplo de los asientos y del que daremos otros e jemplos más adelante, es el relativo a la noción de acotación funcional que se ext iende cada vez más y que, verosímilmente, tendrá una inf luencia considerable en los d ibujos técnicos; lo esencial de esta teoría es lo siguiente: u n ob- je to de te rminado está destinado a satisfacer una función en general bas tante precisa, por ejemplo, un tornil lo está hecho para acoplar dos objetos; ahora bien, un torni- llo se compone de cabeza, una par te roscada y u n a pa r t e lisa; hay que de te rminar cuál es la par te del tornil lo q u e juega u n papel p reponderan te en esta función de acoplamiento; desde luego, no es la cabeza que sirve, de u n lado, para dar al tornil lo su movimiento de apretado, y de otro, como ele- mento de fi jación; tampoco es la pa r t e roscada, que es en suma el motor del tornillo, pero que no es- tá encargada, en pr incipio, de ase- gurar la ensambladura ; es, pues, la par te lisa la que constituye el ele- men to funcional y cuya longi tud debe ser def in ida con gran preci- sión, pud iendo las otras partes estar dotadas de tolerancias más amplias. Esta teoría, bastante re- ciente, no ha sido reconocida toda- vía umversalmente; además, que, si bien puede ser expuesta con fa- cilidad en el caso de u n simple tor- nillo, se vuelve in f in i t amente más complicada en cuanto se t rata de conjuntos tales como motores, etc. El normalizador, entonces, se ve obligado a hacer esfuerzos de re- flexión considerables y a hacerse ayudar por los d ibu jan tes y ejecu- tantes. Pero las pr imeras aplica- ciones de esta teoría han demos- t rado que estos esfuerzos de refle- xión son fruct íferos y h a n hecho aparecer a m e n u d o el exceso de precisión impuesto en la fabrica- ción de piezas de impor tancia se- cundaria ; se ha hecho acotación funcional , sin saberlo, en las fabri- caciones de guerra , en la que ha podido demostrarse q u e las mejo- res armas automáticas no eran for- zosamente aquéllas cuyos elemen- tos tenían tolerancias más peque- ñas. La normalización de productos puede reservar peligrosas celadas; el caso de las latas de conserva es, a este sujeto, bastante típico, pues- Y ANALES DEL INSTITUTO DE INGENIEROS 9 to que no se normaliza el conte- nido, sino tan sólo el recipiente, y los compradores deben saber q u e solamente están prevenidos contra el f r aude en el volumen y no con- tra el f r aude en el contenido de las latas. Vemos aquí la ineficacia de la normalización cuando tiene por objeto no el interés del productor , su posibilidad de realizar fabrica- ciones económicas y de calidad, si- no cuando tiene que proteger al consumidor. A excepción de f i rmas impor- tantes, q u e poseen los medios de defenderse contra u n a mala pro- ducción, y cuyo n ú m e r o es relati- vamente reducido, el consumidor es un ser abandonado a sí mismo, y pr ivado de los medios de hacer valer sus derechos, aun los más le- gítimos. Qué puede, en efecto, un ama de casa que quiere comprar u n apara to doméstico, u n calenta- dor de agua o una máqu ina de la- var; le venderán este apara to con una garant ía que depende sola- mente del p roduc tor y cuyo valor es bien precario, sobre todo si el interesado reside lejos de los gran- des centros; ahora bien, la impor- tancia de la normalización, indis- cut ib lemente considerable cuando se t rata de la industr ia , mecáni- ca, acero, etc., no lo es menos en lo que concierne a los consumido- res de una cant idad cada vez ma- yor de aparatos domésticos, q u e en la época actual favorecen singu- la rmente el bienestar en el hogar . La incapacidad de defensa de los interesados ha conducido en Fran- cia a la Comisaría de la normali- zación y a la A F N O R a desarrollar el uso de u n a marca de conformi- dad a las normas que pueda dar- les —dispensándoles de verificar por sí mismos los productos, lo q u e en real idad no pueden hacer en la mayoría de los casos— la ga- ran t ía de que el obje to q u e h a n comprado responde a las condicio- nes indispensables de buen funcio- namiento , codificadas por las nor- mas correspondientes. El interés de una organización tal es incontesta- ble s iempre q u e se satisfagan algu- nas condiciones: por u n a par te , las normas deben ser bas tante ex- plícitas para permi t i r la garant ía de u n buen funcionamiento , y por o t ra parte, la concesión de la mar- ca de conformidad a las normas de- be escapar a toda crítica. La p r imera condición plantea cuestiones de principio; la no rma de un producto an imado de movi- mientos, no puede llevar tan sólo prescripciones dimensionales, sino que debe llevar también prescrip- ciones de funcionamiento . Por mu- cho esmero que se haya puesto en la construcción de un apara to , no se puede juzgar su valor de utili- zación si ésta no ha sido demostra- da por u n ensayo en marcha; pero, indiscutiblemente, las p ruebas de func ionamien to son mucho más complicadas q u e la medida de di- mensiones; en u n a m á q u i n a de la- var, por e jemplo, las prescripcio- nes de func ionamien to son muy complejas: lavado de una pieza de tela de dimensiones determinadas, de color blanco, que ha sido man- chada ar t i f ic ia lmente de u n a ma- nera uni forme;control de la lim- pieza, de la resistencia al desgarra- miento; utilización de u n agua y de u n detergente determinados. Si se t ra ta de u n a estufa de carbón, los ensayos de rend imien to deben ser efectuados con combustibles comparables en t re sí y cuyas cua- lidades sean conocidas exactamen- te. Sacamos, pues, la conclusión de q u e los ensayos deben ser efectua- dos por laboratorios de alta cali- dad y que posean u n personal cua- lificado de gran valor y provistos de medios de ensayo completamen- te adaptados a los t rabajos q u e hay que efectuar. Cuando estos labora- torios no existen, no es posible pensar en la puesta en práctica de una marca de conformidad a las normas. La segunda condición impone, por su par te , exigencias extrema- damen te serias. La conformidad a las normas de- be ser verificada por toda una or- ganización q u e debe ser i rrepro- chable mora l y mater ia lmente ; to- do abuso en este terreno conduci- ría, en efecto, a originar u n a des- confianza q u e alejar ía al públ ico de u n a actividad creada, en defini- tiva, en su prop io interés. Se con- cibe, pues, que se tomen numero- sas precauciones: pr imero, elec- ción de los objetos susceptibles de llevar la marca; esta elección es efectuada por u n Comité, q u e comprende representantes de la normalización, de los productores, de los usuarios, y de los servicios susceptibles de asegurar el control de la marca; tan sólo si ha h a b i d o u n acuerdo de pr incipio se pasa a la puesta a p u n t o de los detalles materiales. Por otra par te , es pre- ciso disponer de un control per- manen te sobre los industriales q u e fabrican los productos susceptibles de recibir la marca; los def rauda- dores deben ser perseguidos despia- dadamente . Por úl t imo, y es bien necesario, u n servicio de lo con- tencioso debe juzgar los casos de f raude . En real idad, la organización de la marca func iona bien y se dan re la t ivamente pocos casos de fal ta de honest idad; cierto que algunos artesanos llegan a efectuar algu- nos fraudes, pero los resultados son, en conjunto , ex t r emadamen te alentadores; las profesiones q u e se h a n interesado en esta cuestión, como la electricidad, el gas, el car- bón, el cemento . . . manif ies tan u n gran interés y el público, descon- f iado o indi ferente en principio, se alegra de conocer, gracias a la mar- ca de conformidad a las normas, proveedores de cuya producción está seguro de que es i rreprocha- ble. Bien entendido, n a d a es perfec- to; las normas no pueden codificar todo, ya lo hemos dicho; si los aparatos q u e corresponden a las prescripciones de las normas son mejorados por perfeccionamientos apor tados sobre otros puntos , todo está perfecto; pero es de temer q u e se encuent ren aparatos confor- mes a las normas, cuyos elementos no normalizados existan en peque- ño número . Es por lo q u e la mar- ca de conformidad a las normas no es concedida obl igator iamente a cualquier apara to y q u e la encues- ta efectuada se lleve inevitable- men te sobre el con jun to de la fa- bricación; de ello resulta a veces 1 0 REVISTA CHILENA DE INGENIERÍA un cierto m a l h u m o r entre los q u e no t ienen el beneficio de la mar - ca, pero, en general, es bas tante fácil calmarles. En cambio, no se pueden satisfacer los deseos de or- ganismos tales como las escuelas de enseñanza del menaje , q u e de- searían encontrar con la marca de conformidad a las normas, los ele- mentos de u n a elección preferen- cial entre tal y cual apara to . La A F N O R no puede rea lmente se- guir u n camino semejante; se tra- tar ía de un acto comercial al de- signar, por preferencia, un apara- to en lugar de otro, selección q u e variaría según los gustos de unos o de otros; en f in, los aparatos se modif ican y estas modificaciones provocarían cambios en las selec- ciones efectuadas, lo que podr ía ocasionar consecuencias enojosas. Parece ser q u e en los U. S. A. las asociaciones de usuarios pueden comunicarse entre sí informacio- nes que pe rmi ten elegir u n apara- to en lugar de otro. En Francia, en cambio, la normalización no p u e d e permitirse, por el momento , una tal elección. Desearía abordar ahora con uste- des u n problema delicado, que es el de las relaciones, o más exacta- mente , el de las oposiciones posi- bles en t r e la normalización y todo lo q u e concierne al arte; ent re las cuestiones q u e pueden plantearse a este sujeto, la de la construcción inmobi l iar ia es una de las más im- portantes . A priori , tal p rob lema no debía de plantearse, y que yo sepa, los normalizadores no h a n pensado nunca , en n ingún momento y en n ingún terreno, en legislar en ma- ter ia artística, y podemos conside- r a r que el p rob lema está ma l p lan teado de esta manera . La ver- dadera manera de plantear lo sería más bien decir: ¿En qué medida esta actividad intelectual , que es la normalización, puede facilitar el progreso intelectual de los artistas y favorecer sus realizaciones mate- riales? P lanteada de esta manera , podemos llevar la discusión a u n a conclusión práctica. Podemos a f i rmar que todo artis- ta necesita servirse de medios ma- teriales; en el caso de algunos de ellos, como los arquitectos, estos medios materiales a u m e n t a n sin cesar, ya sea po rque los materiales de que disponen son más numero- sos, ya po rque los cálculos de re- sistencia de estos materiales permi- ten pensar en realizaciones, bóve- das, etc., en las que sería difícil pensar hace algún t iempo. Para elegir estos elementos nuevos, el artista debe hacerse ayudar bien por colaboradores, bien por docu- mentos, y es aquí donde la norma- lización puede rendi r los mayores servicios. Pero es prefer ib le razo- nar sobre ejemplos, para hacer comprender mejor los problemas. Tomemos, en p r imer lugar, ca- sos diferentes de la arqui tec tura , como es el de la música; el valor artístico de las par t i turas , como la construcción de los ins t rumen- tos de medida , viene dado por el p u n t o de origen, q u e es el " la"; pero el " l a" no es el mismo en to- dos los países y ú l t imamente se h a realizado un gran esfuerzo pa ra normalizar u n " l a" internacional . Esta medida , que no es todavía de- finit iva, si es adoptada , tendrá re- percusiones considerables; ciertos trozos musicales son tocados, y apreciados, con " la" diferentes en París y en Nueva York, y su eje- cución no será la misma después de la re forma. De ahí que, en cier- tos medios franceses, exista u n a oposición considerable a esta re- forma. En cambio, todos los instru- mentos de música serían intercam- biables en el m u n d o entero y, a es- te t í tulo, la reforma sería acertadí- sima. Vemos, pues, q u e volunta- r iamente o no, la normalización deberá intervenir en u n arte en el que, hasta ahora, sólo re inaba el con t rapunto . En el campo de la p in tu ra , los artistas actuales se que j an de no poder combinar fáci lmente los co- lores y de su insuficiente resisten- cia al t iempo y a las intemperies; es por lo que se sienten dichosos de poder emplear los servicios del Centro de Información del Color, que no sólo estudia las diferentes tintas, sino también su adaptación a usos industriales, así como a la fotograf ía en colores; este centro es de fecha reciente y los resultados q u e h a obtenido son muy alenta- dores. Pero es en la a rqui tec tura don- de el p rob lema se p lan tea con más acuidad; en efecto, el m u n d o actual se ve preso en obligaciones ex t remadamente diferentes: por u n lado, es necesario proteger los monumentos antiguos, las viejas mansiones, que son el orgullo de numerosas naciones; pero hay que pensar, también, que no se puede " h a b i t a r " en 1958 del mismo mo- do que en la Edad Media o en el t iempo de griegos y romanos, y que es necesaria u n a nueva arqui- tectura, ya sea para palacios o pa- ra casas privadas. Además, las exi- genciasoriginadas por el aumen- to de la población, que desea ser alojada decentemente, y las posibi- lidades q u e ofrecen los procedi- mientos modernos de construcción conducen a pensar en formas nue- vas de arqui tectura , pa ra las cua- les son necesarias reglas bastante precisas; en este momen to es cuan- do interviene la normalización. En real idad, la normalización hab ía pene t rado desde hace tiem- po en la construcción inmobil ia- ria; desde la ant igüedad, las escue- las de a rqui tec tura hab ían norma- lizado, ba jo el t í tulo de escuelas, columnas, c a p i t a l e s . . . y hab ían creado esta un i fo rmidad , matiza- da de fantasía a veces, q u e es uno de los encantos de la a rqui tec tura ant igua. El "áureo número" , es de- cir, la relación ent re la a l tura total y la a l tura del capital, ha sido u n a no rma respetada d u r a n t e toda la ant igüedad. Por el momento , existe en Fran- cia u n a sola no rma q u e se aseme- ja al áureo n ú m e r o por su carác- ter de general idad, q u e es el mó- dulo; teniendo en cuenta en u n inmueb le el n ú m e r o de pisos, de puertas, de ventanas, el mobil iario, se ha es tudiado una med ida común que permi ta tener todas las medi- das de estos elementos en múlt i - plos de esta medida, con el f in de realizar una armonía en t re estos elementos diferentes; a esta medi- da común se le l lama módulo, de Y ANALES DEL INSTITUTO DE INGENIEROS 1 1 aquí la expresión " m o d u l a r " la construcción. Esta noción era ne- cesaria; en los países antiguos y para actividades antiguas, subsisten costumbres ancestrales, como son las de relacionar con las partes del cuerpo las medidas corrien- tes, de aquí los términos: brazada, paso, pie, pulgada, etc. Estas cos- tumbres se han opuesto d u r a n t e mucho t iempo a la difusión del sistema métrico, y se oponen a ve- ces a la modulación, sobre todo porque a m e n u d o hay arquitectos caprichosos que no desean ser mo- lestados por reglas estrictas y que ciertos "jóvenes" pref ieren inven- tar u n módulo propio . Sin embargo, la idea prosigue su camino; se ha podido comprobar que dibujos ex t remadamente artís- ticos, hechos por arquitectos de ta- lento estaban conformes al módu- lo, del q u e difer ían tan sólo por el espesor de u n trazo de lápiz. , La segunda objeción a tañe a la un i fo rmidad de los inmuebles con- formes al módulo ; si se modula todo, se dice a veces, las puertas , las ventanas, las fachadas, serán idénticas y esta un i fo rmidad hará pesar sobre la vida moderna una amenaza de hastío. En p r imer lu- gar, podemos responder que los palacios, las casas privadas, pue- den liberarse de toda regla, pero que no es posible privarse, en los inmuebles corrientes, de ciertas normas esenciales. Por otra par te , el riesgo de un i fo rmidad exterior no es de temer, puesto que pre- cisamente el n ú m e r o de elementos que intervienen: puertas , venta- nas, canalones, etc., pueden ser dispuestos de formas muy diferen- tes. La p rueba la tenemos en el problema p lan teado a los a lumnos arquitectos franceses, a los q u e se p ide cada año q u e hagan u n pala- cio d i ferente de todos los que h a n sido propuestos por sus predeceso- res, ut i l izando 14 columnas (es el p rob lema l lamado de las 14 colum- nas) . Un simple cálculo demostra- ría, si fue re necesario, que todavía está lejos el t iempo de volver a ha- cer proyectos ya presentados. En cambio, la modulac ión per- mi te realizar la prefabricación, condición indispensable para u n coste reducido de la construcción; los elementos prefabricados deben poder adaptarse sin t r aba jo suple- mentar io impor tan te y supr imir especialmente el t iempo perd ido en las obras, que son causa de pre- cios exagerados, que no serán nun- ca suficientemente combatidos. Los resultados de la prefabricación se a f i rmarán seguramente cada vez más, a condición, bien entendido, de que la calidad de los elementos prefabricados sea i r reprochable . Los arquitectos de los U. S. A. es- tán, en este sentido, par t icular- mente entusiasmados por los servi- cios que se pueden esperar de la normalización; est iman que , gra- cias a ella, pueden verse libres de un número considerable de pre- ocupaciones de orden mater ia l y entregarse as! de una mane ra más completa a su arte; no dudan en reconocer que ciertas realizaciones espectaculares han sido posibles gracias a una cooperación ín t ima ent re ellos y los normalizadores. Este sent imiento es compart ido igualmente en Francia por algu- nos arquitectos, en general encar- gados de la reconstrucción de las ciudades que han sido alcanzadas, como ustedes saben, por los bom- bardeos de la guerra ; su apoyo mo- ral es ex t remadamente precioso pa- ra nosotros y h a n permi t ido nor- malizar un código que, f i j ando las atr ibuciones de todos los que cola- boran en la construcciáfi, ha facili- tado las relaciones, a m e n u d o deli- cadas, ent re los diferentes cuerpos de Estado. Además, la A F N O R aca- ba de edi tar u n folleto concebido de manera que el arquitecto, para cada par te de la construcción que t iene que realizar, tenga presente en todo momen to la lista de las normas que le es út i l conocer. Este conciso relato q u e m e ha sido dado exponer ante ustedes, y po r el q u e he exper imentado u n sumo placer, sobre la obra de la normalización, no h a tenido más ambición que la de demostrarles que se t rata de una actividad ex- t remadamente impor tan te y de u n a ut i l idad considerable. Es in- dispensable recordar constantemen- te estas verdades, puesto que los t rabajos de normalización se mues- tran algunas veces, a priori , in- gratos y pesados. Ingratos lo son hasta cierto punto , puesto q u e siempre causa decepción empren- der una obra en la q u e se sabe de an temano que hay que enf ren- tarse con personas y con hechos; entonces hay que armarse de pa- ciencia y poner en práctica todas las posibilidades de persuasión pa- ra inducir a personas convencidas en pr incipio de los beneficios de la normalización, a utilizar estos beneficios por su propia cuenta . Por otra par te , si bien la normal i - zación apor ta ventajas considera- bles a la comunidad, no obstante, tiene que enfrentarse con ciertos intereses privados, con ciertas ru t i - nas, y el éxito de los trabajos más elementales corre el riesgo de ser considerablemente diferido. Pesados, los t rabajos de norma- lización no lo son par t icu la rmente si se los compara con todas las ac- tividades corrientes; cierto que los t rabajos de investigación exal tan más indiscutiblemente, puesto q u e apelan a lo que apasiona más al hombre , a saber, la búsqueda de lo nuevo y de lo desconocido. Si los t rabajos de normalización no con- sistieran más que en llevar u n in- ventar io de los conocimientos ad- quir idos para t ransformarlos en u n código vago, es cierto que para- cerían par t i cu la rmente pesados y repelentes a los q u e sueñan con in- venciones y novedades. Pero la ela- boración de las normas no consis- te tan sólo en llevar un inventario, bien al contrario, exige trabajos, estudios y a veces investigaciones de laborator io que los vuelven pa r - t icularmente impor tantes y atrayen- tes. Es también ocasión de contac- tos con especialistas eminentes en cada mater ia , de tal manera q u e los documentos relativos a u n a nor- m a en vías de elaboración, repre- sentan, d u r a n t e u n t iempo, el resu- men de los conocimientos más com- pletos relativos al suje to t ra tado. La puesta en servicio de las nor- mas p lan tea el p rob lema de la in- dustr ia entera y de su evolución. Para poder t r aba ja r en serie, se ne- 1 2 REVISTA CHILENA DE INGENIERÍA cesitan normas sólidas, que no de- bían de ser modificadas d u r a n t e cinco años al menos, t iempo míni - m o y hasta muy corto, para per- mi t i r la amortización de las insta- laciones y de las her ramientas y la obtención de beneficios;es u n t iempo bien corto pa ra q u e los productos salidos de fábrica se ex- t iendan a los almacenes de venta y a los comerciantes de las regiones más alejadas. Pero el progreso científico, arras- t r ando consigo al progreso técnico, avanza a una rapidez vertiginosa; las fabricaciones más recientes co- r ren el peligro de pasar de moda en u n t iempo r id iculamente corto, con el desvío de un públ ico solicitado hacia otros productos por una pu- blicidad cada vez más hábi l . La so- lidez, la estabil idad que apor ta consigo la normalización se ven ex- puestas a duras pruebas y se pre- senta muy a m e n u d o el caso de conciencia de elegir en t re el pro- greso y la estabil idad. Estas dificultades son la marca, de nuestro t iempo y exigen q u e poseamos cualidades de las q u e quizá nuestros padres no tenían necesidad en u n mismo grado, y so- mos nosotros quienes tenemos que adaptarnos a una época q u e cier- t amente n o volverá atrás. Es, pues, u n privilegio del que debemos es- tar orgullosos, nosotros, los norma- lizadores, el de realizar a la vez el a rb i t ra je y la un ión ent re la esta- bi l idad y la razón, indispensables para la solidez de la existencia y del progreso que descubre sin ce- sar an te nuestros ojos mundos igno- tos y nuevos. ¿л En una conferencia precedente, tuve ocasión de evocar ante voso- tros los problemas generales que plantea la normalización. Hoy es deseo mío poder hablaros de las cuestiones de normalización tal y cómo se presentan en el ámbito in- ternacional. La normalización internacional no es. en realidad, sino uno de los elementos de la actividad, expo- nente de una mayor unión entre los diferentes países, uno de los medios que permiten facilitar en- tre éstos los intercambios de toda índole en los más variados domi- nios en que los países están inte- resados: cultura, ciencia, técnica, economía en general. Más aún: las normas constituyen, a menudo, pa- ra los pueblos, un recurso indirec- to para hacer f rente a la imposibi- lidad de disponer de un idioma único. Durante largo tiempo vivieron las naciones apartadas unas de otras, excepción hecha de algunas escasas comarcas marít imas que mantenían contactos, a decir ver- dad, reducidos y alejados, con al- gunas que otras regiones. Los inter- cambios culturales, muy reducidos, eran la resultante de guerras, las más de las veces, y, sobre todo, de conquistas de unas naciones por otras. En cuanto a los intercambios industriales, prácticamente no exis- tían. Por otra parte, la diversidad de razas y de modos de vida no contribuía a que se acortaran las distancias. Por consiguiente, lo que ha traído el acercamiento de los pueblos en el plano del lenguaje, y, hasta cierto punto , en el de los instrumentos de medida, es el des- arrollo de la civilización, creando esas exigencias nuevas en el terre- no económico. Verdad es que en las diferentes épocas de la historia, en la Edad Media, en el Renaci- miento, etc., pueden hallarse hue- llas de normalización que rebasan el marco de ciertas fronteras, pero hay que recordar que en aquel en- tonces la misma noción de país permaneció largo tiempo no poco imprecisa, y, económicamente ha- blando, no podía dejar de topar- se con las barreras aduaneras, que hacían resultasen los intercambios más difíciles y costosos. Asimismo, incesantes guerras pa- ralizaron durante largo t iempo to- dos los esfuerzos proyectados o in- tentados para facilitar los inter- cambios. T a n sólo a fines del siglo XIX, en Europa, y ello como consecuen- cia de la súbita expansión indus- trial, arraigó la idea de precisar ciertas nociones y adoptar deter- minadas especificaciones comunes. Ello dio lugar a la creación de co- misiones u organismos, cuya misión era unificar ciertas medidas y co- dificar determinadas reglas en el terreno en que los intercambios podían considerarse como más in- tensos. Dos preocupaciones acapararon inmediatamente la atención: por una parte, el problema del aterra- jado, que era —y por desgracia si- gue siendo— de lo más incoheren- te, y, por otra, las cuestiones rela- tivas a la electricidad. Tratábase, en el pr imer caso, de hacer que re- sultara más fácil el abastecimien- to, evitando cargarse de esas exis- tencias que hacen no se encuentre en las tiendas sino lo inutilizable. Este meritorio esfuerzo fue acerba- mente criticado, con gran número de argumentos, por cierto, de los que nos ocuparemos más adelante. Y la seductora unidad, tan anhela- da de todos y con la que se espera- ba clausurar el Congreso de Zurich (hacia 1899), no pasó a ser entonces una realidad, como tampoco lo es, desgraciadamente, en nuestros días. En cambio, en lo tocante a la cuestión de la electricidad, plan- teáronse desde el princiipo diver- sos y numerosos problemas de nor- malización, que los interesados cre- yeron necesario zanjar. Y es que la electricidad, a principios del siglo XX, era una técnica nueva, con la que no se habían contraído cos- tumbres inveteradas, y se prestaba, por lo mismo, a que se normalizara de modo bastante extenso. De ahí que la Comisión Electrotécnica In- ternacional, creada allá por 1900, contara con el apoyo de todos los países interesados, siendo su auto- ridad cada día más acatada - s i - cabe. A sus trabajos se les recono- ce umversalmente la máxima auto- ridad, y precisa decir que de por sí constituyen el mejor ejemplo que puede darse _ a numerosas comisio- nes internacionales. Pero es el de la electricidad un dominio muy delimitado, a propó- sito del cual los problemas se plan- tean con la máxima claridad. Por otra parte, los ingenieros que se ocupan de resolverlos, son de exce- lente formación técnica, y sobre todo homogénea, lo cual les permi- te comprenderse y entenderse con cierta facilidad. Esas favorables condiciones no se hallan reunidas, por desdicha, en todas las activida- des técnicas en que la normaliza- ción internacional puede ser útil . Eso es precisamente lo que ha he- cho que no se pusieran de acuer- do los diversos países en materia de normalización, y que, al hacer- lo, lo realizaran tan tardíamente. La pr imera realización de esta í ^ 1 4 REVISTA CHILENA DE INGENIERÍA dolé data de 1926. Creóse entonces la ISA (Asociación Internacional de Normal ización) , f u n d a d a en Wash- ington. Pero, a pesar de ese pa- trocinio, la actividad de la ISA f ue europea, impulsada más especial- mente por Francia y Alemania, paí- ses que, a pesar de las guerras que tan a m e n u d o han sostenido uno con otro, poseen u n a menta l idad cuyas ideas no siempre son opues- tas y a veces pueden incluso com- pletarse. E jemplo de ello son los excelentes t rabajos que se llevaron a efecto casi por completo sobre los ajustes v los números normales, de 192G a 1939, fecha en que la gue- r ra mund ia l in t e r rumpió la activi- dad de esta organización interna- cional. Creado quedaba , sin embar- go, u n estado de ánimo. Los traba- jos efectuados en común crearon u n clima de confianza q u e permi- tió colaborar más estrecha y fruc- tuosamente. Porque no hay que di- s imular que los representantes de ciertas naciones en los comités de t r aba jo muest ran a menudo exage- rado a rdor en hacer t r iun fa r su p u n t o de vista o el de su país, im- pulsados, sin duda, por u n amor prop io mal entendido, cuando, en real idad, los t rabajos de normaliza- ción internacional son el resul tado más bien de acción diplomática q u e técnica. Los pun tos de vista q u e precisa hacer t r iun fa r son muchas veces el resul tado de u n a selec- ción efectuada ent re soluciones muy parecidas, de las que es menester elegir, a veces, algunos elementos pa ra completarlos por otros pro- cedentes de otras soluciones distin- tas, pues con frecuencia se advier- te q u e las más racionales solucio- nes h a n de modificarse para da r cabida en ellas a otros puntos de vista, tal vez menos puestos en ra- zón, pero que, a pesarde todo, tie- nen su valor. Fáci lmente imagina- réis, vosotros, q u e sois latinos, lo ma l que le cuadra a uno la sola idea de transigir, aceptando tales compromisos. Si po r efecto de la segunda gue- r ra m u n d i a l se paral izaron tales trabajos, no por ello quedó supri- tida la necesidad de que se efec-asen. Los países aliados, por su par te , se vieron en la necesidad de realizar grandes esfuerzos de unif i - cación en cada uno de sus grupos, a f in de poder amplif icar su esfuer- zo de guerra . El grupo anglosajón, en par t icular , se vio obligado a crear, en 1943, una organización l lamada UNSCO (United Nat ions Standards Coordinat ing Commitee), q u e tuvo que emprende r una serie de trabajos de suma urgencia, en- tre los q u e f iguraba la normaliza- ción del a t e r ra j ado y la de la pul - gada. Más ade lante volveremos a ocuparnos de esas dos reformas, que tan sólo fueron parciales y cuyo éxito f ina l no puede decirse q u e sea pa ra fecha próxima. Sea lo que fuere, el caso es que, termina- da la guerra , los Estados Unidos to- maron la iniciativa de t ransformar la UNSCO en organización interna- cional de normalización. N o sin di- ficultades se realizó la t ransforma- ción, constituyéndose, en 1946, la iso (Organización Internacional de Normal ización) , la cual, previa conclusión de un acuerdo, con lo q u e quedaba de la ISA ha pasado a ser la organización q u e todos vos- otros conocéis. Poco a poco las na- ciones del m u n d o van dándole su adhesión. Los principios fueron di- fíciles, pe ro eso no es extraño, puesto q u e se t ra taba de ag rupar a todos los países del globo. Ale- jadas ahora esas dificultades, ya empiezan a aparecer los f rutos de una cooperación sin e jemplo pare- jo hasta la fecha. * Hecha esa reseña histórica, m e parece necesario daros algunos de- talles sobre la iso, su estructura y func ionamiento . Algunos ejemplos de los t rabajos q u e está l levando a efecto nos permi t i rán luegos i lustrar la misión de esta organización. La iso no es una organización es- tatal . Vive y funciona sin estar so- met ida a tutela a lguna de los Go- biernos. Por consiguiente, los repre- sentantes de cada país en el seno de la iso ostentan la representación de su respectivo país o la suya pro- pia: no son mandatar ios de su Go- bierno. En todo caso, las posicio- nes que adoptan, así como las opi- niones que sostienen, no se conside- ra que emanan de un Gobierno, si- no del organismo de normalización de su país. Este p u n t o resulta ser de gran importancia , pues si así no fuese, dif íc i lmente podría evitarse que se in t rodu je ran cuestiones de política en los problemas técnicos, dísvír tuando así el sentido y alcan- ce de las discusiones. Por lo tanto, es la iso una asocia- ción de Comités Miembros, que cada uno representa a un país. El término de Comité Miembro desig- na a la organización de normaliza- ción del país de que se t rata . Huel- ga decir que, para q u e un país pue- da ser admi t ido en el seno de la ISO; es menester q u e en el refer ido país haya una organización única de normalización consti tuida y re- conocida, de la q u e emane el Co- mité Miembro. Ha causado decep- ción y extrañeza en ciertos países tener conocimiento de que no po- dían formar par te de la iso por ca- recer de organismo representativo. Otros, que por motivos políticos poseen territorios separados unos de otros, t ra tan de hacer q u e se les reconozca una oficina de normali- zación en cada terri torio. En ambos casos le es a la iso imposible com- placerles. Na tura lmente , cada Comité Miembro satisface una cuota en dó- lares, calculada aprox imadamente y en relación con lo que el país representa respecto de la normali- zación. Es imposible evitar que tal estimación resulte bas tante apro- ximada. Sin embargo, ha demostra- do la experiencia que el cálculo aproximado era de lo más razona- ble, puesto q u e las reclamaciones s iempre h a n sido insignificantes. La iso elige u n Consejo de Ad- ministración, que t iene po r misión hacer func ionar todo el mecanismo de la misma. Algunos países son re- elegidos con bas tante frecuencia. Otros, en cambio, permanecen so- lamente los tres años del m a n d a t o electivo. Al pr incipio, la pe rmanen- cia de ciertos Comités Miembros en el Consejo de Administración resultó excelente y lo resulta aún ahora, en par te , por lo menos, pues, a pesar de los doce años q u e Y ANALES DEL INSTITUTO DE INGENIEROS 1 5 lleva de existencia, la iso es toda- vía muy joven y t iene que acumu- lar experiencia, lo mismo en éxitos q u e en fracasos. T a m b i é n la reno- vación de miembros del Consejo de Adminis t ración tiene su par te bue- na, pues permi te apor ta r al mismo ideas nuevas y opiniones origina- les de gran interés. Los t rabajos técnicos constituyen la base esencial de la existencia de la iso. Eso, hay q u e repet i r lo hasta la saciedad, pues ha podido repro- charse a ciertos Miembros el inte- resarse más bien por las cuestio- nes administrat ivas y f inancieras q u e por las técnicas. Queda fue ra de toda duda , desde luego, q u e el func ionamien to de la organización h a de ser i r reprochable, sin perder de vista, claro está, el f in q u e se p ropone alcanzar, q u e es la publ i - cación, no de normas internaciona- les, sino recomendaciones. Más ade- lan te veremos por qué se ha adop- tado el t é rmino de "recomendacio- nes". El Presidente es elegido cada tres años. Su elección constituye u n gran acontecimiento en el seno de la iso y en la vida de la misma, pues la elección de dicha personali- dad reviste una significación sim- bólica, tanto en lo relativo a los di- versos países como al id ioma q u e representa y a su formación espiri- tual . Los Presidentes q u e hasta la fecha han estado al f r en te de la iso eran y son personalidades ver- daderamente notables, conocidas por su valor científico o técnico. Con su actuación han confer ido al organismo u n realce q u e le ha si- do de gran ut i l idad en las relacio- nes que ha man ten ido con otras (y numerosas) organizaciones interna- cionales. El func ionamien to de la iso es m u y sencillo. El Secretario General del organismo reúne todos los te- mas de normalización considerados de interés y los distr ibuye ent re los Comités Miembros voluntarios. Es- tos pasan a ser, entonces, secretarías técnicas encargadas de activar la labor, convocar a los interesados a las reuniones de t rabajo , levantar acta de las sesiones y p repara r los proyectos de recomendación. Esta labor es bastante compleja y re- quiere m u c h o t iempo, pena y tra- bajo, pues, como es sabido, nada hay tan difícil como coordinar tra- bajos técnicos. Na tura lmente , la colaboración q u e prestan las secre- tarías técnicas es en te ramente des- interesada, así como la de todos los especialistas que toman pa r t e en los t rabajos y en las discusio- nes. Si a todas esas exigencias se añaden las de efectuar largos via- jes, a veces con frecuencia, se po- drá fo rmar concepto de lo impor- tante que es la labor que asumen los "normalizadores internaciona- les" y de la infat igable abnega- ción con que se dan a una obra en te ramente desinteresada. Ya sabéis, sin duda , el impor tan- te pape l que desempeñan las cues- tiones de lengua je en todas las or- ganizaciones internacionales. Pues bien, al crearse la iso, se vio ésta en la obligación de adoptar el in- glés, el francés y el ruso como len- guas oficiales. Se renunció a util i- zar otros idiomas, cuya cual idad de expresión no se hizo en t rar en lí- nea de cuenta, por resul tar impo- sible adop ta r más de tres. Ello es muy na tura l , pues la sola traduc- ción del ruso al inglés o al f ran- cés plantea, en ciertas reuniones, problemas de muy difícil y delica- da solución. T a m b i é n resulta em- presa muchas veces difícil estable- cer en tres idiomas los documen- tos de la iso. Para darse cuenta de las dificultadesq u e en ese aspecto se le ofrecen a la iso, basta saber lo escasas que son las máquinas de escribir de caracteres rusos. Fácil es imaginar cuáles serían las t r ibula- ciones de la iso si se hubiese teni- do que aceptar el chino como idio- ma oficial. Los meros estudios técnicos no bastan pa ra que den lugar a reco- mendaciones. Es menester proce- der a ciertas consultas, establecer f inal idades de adopción . . . Al efec- to, u n sistema bastante riguroso ha regulado, de u n a vez para siempre, el modo de proceder. Cierto es q u e el sistema no resulta s iempre có- modo ni fácil de aplicar, dando in- cluso lugar, a lguna que ot ra vez, a críticas acerbas. Pero hay q u e re- conocer que, sin él, in te rpre tar ían- se los t rabajos técnicos con no po- ca fantasía, y a veces hasta con al- teraciones a posteriori . Por eso, a pesar de todo, no pueden dejarse de acatar las reglas del sistema, así como las directrices que han preci- sado las normas de t raba jo de los Comités Técnicos. Ya he indicado antes que el f in q u e se asigna a los t rabajos no es el establecer normas internaciona- les, sin recomendaciones. En esta precaución aparece el criterio an- glosajón, que es reacio a dejarse imponer prescripciones q u e no sean nacionales, y que, según los intere- sados, menoscabarían la soberanía nacional . En Francia llegamos a la misma concepción, pero por moti- vos diferentes. Consideramos q u e los documentos internacionales es- tán casi s iempre mal redactados, p o r q u e una par te más o menos im- por t an te del contenido es de textos concebidos y redactados en otros idiomas, y aun aceptando q u e la traducción sea correcta, es imposi- ble evitar que otros países traduz- can sus ideas ba jo formas que co- rxesponden a su idioma, pero no al de otros países. El texto francés resul tante ha de ser, pues, poco apreciado por los franceses y, por eso, se pref iere adap ta r lo y darle, en forma de no rma francesa, la necesaria claridad y precisión q u e lo valoricen sin modif icar el senti- do real de las prescripciones con- tenidas. Parece ser este el me jo r de los métodos. Se ha hecho observar, sin em- bargo, q u e hay países, novicios en mater ia de normalización, que se considerarían muy satisfechos adop- tando sencilla y l lanamente las re- comendaciones como normas nacio- nales, sin modificarlas en lo más mín imo. Nada se opone, claro es- tá, a q u e se ponga eso en práctica: la iso se considerará muy satisfe- cha de al lanar con sus recomenda- ciones las dificultades de esos paí- ses y facilitar así el t r aba jo de los mismos. * Ese es, def in ido a grandes rasgos, el ins t rumento de t r aba jo que re- 1 6 REVISTA CHILENA DE INGENIERÍA presenta la iso. Ahora es menes- ter examinar cómo p u e d e funcio- na r ú t i lmente en u n ámbi to en el que se hal lan todos los climas, to- das las civilizaciones, todas las in- dustrias, todas las ciencias. A pri- mera vista, el t raba jo aparece ím- probo. Personalidades preeminen- tes ha hab ido q u e creían imposible pud ie ran realizarse los t rabajos en el espacio de t iempo convel ien te para q u e la mayor pa r t e de las pres- cripciones normalizadas no hubie- ran de jado de ofrecer interés en su aplicación. Las realidades no just if ican tal pesimismo puesto q u e los t rabajos siguen adelante, si bien, claro está, con las dificultades que nunca de- j an de presentarse. Pa ra convencer- se de ello, basta con examinar los t rabajos que se están realizando. Dividámoslos —arbitrariamente— en dos categorías: aquellos en que no se p lan tea el p rob lema de las uni - dades y aquellos en q u e el sistema métr ico y el de pulgadas desempe- ña u n pape l p reponderan te . En los de la p r imera categoría examinaremos las cuestiones rela- tivas a los métodos de ensayo, a la terminología y a determinados problemas de seguridad. Los métodos de ensayo fue ron objeto ya (en u n a conferencia pre- cedente) , de u n estudio crítico. Sir- ven de base pa ra la aceptación de los productos y constituyen u n a garant ía para el comprador o usua- rio contra todo riesgo de disconfor- midad con las especificaciones. А pesar de las dif icultades con que se tropieza en ese campo, puede es- perarse sea posible llegar a u n acuerdo internacional sobre deter- minados tipos de métodos de en- sayo. Los análisis químicos, en par - t icular, se efectúan de modo m u y parecido en todos los países: su co- dificación no parece que haya de oponer los ingenieros unos a otros. Por eso es de esperar que, en este terreno, podrán obtenerse resulta- dos positivos. En cambio, divergen considerablemente los ensayos me- cánicos, ya se t ra te de tracción, re- sistencia o dureza. T a n sólo los ensayos de dureza pe rmi ten espe- r a r una unificación, más bien por los propios apara tos (Brinell, Rock- wel, Vickers), que por obra de los ingenieros. Ya en otra conferen- cia se puso de manifiesto —y es menester insistir cont inuamente en ello— la imposibi l idad de pasar de un ensayo a otro ut i l izando una fórmula simple, a u n q u e es m u y probable q u e los esfuerzos de los especialistas resulten vanos en es- te sentido. T a l vez sea posible esta- blecer, sin embargo, cuadros de co- rrespondencia en cuanto a deter- minados aceros y en lo tocante a la carga de rup tu r a , dureza, etc., cuando dichas características son obtenidas por procedimientos dis- tintos, pe ro el usuar io tendrá q u e resignarse a leer u n a cifra en u n a columna sin poder comparar la con la de otra . Si en los casos de ensayos clási- cos pueden aparecer divergencias, no es ex t raño hallarlas, y aun ma- yores, en tentativas de normaliza- ción referentes a métodos nuevos. El e jemplo q u e puede citarse sobre el par t icular , por suscitar verdade- ros enfurecimientos, es el de los es- tados de superficie, estudiados por u n Comité Técnico, cuya secretaria corre a cargo de la URSS. El estado de las superficies resulta ya, de po r sí, difícil de definir , pues no se sa- be exactamente si h a de determi- narse la superficie p u n t o por pun to , l ínea por línea, o e lemento por ele- mento . A cada caso corresponde u n método de ensayo, caracterizado por el uso de un apara to y no por la aplicación de una teoría científica. Dadas esas condiciones ¿cómo llegar a un resultado? La sola manera se- rá, a nues t ro en tender , ser razona- ble, y, apl icando u n a vez más nues- tra famosa teoría funcional , def in i r el uso del producto . Entonces será fácil escoger el apara to convenien- te, s iempre que se evite ir en pos de u n a precisión excesiva. La terminología, en el ámbi to internacional , es, sin duda , una verdadera plaga. Lo es intrínseca- mente , puesto que la confrontación de idiomas diferentes amplif ica las dif icultades que ya son de compli- cada resolución, incluso en el pla- no nacional . Lo es t ambién p o r q u e los esfuerzos de la iso se ven cons- tan temente pe r tu rbados por inter- venciones de organismos internacio- nales o supranacionales que, al po- nerse a t raba ja r , descubren q u e es menester emplear u n lenguaje рте- ciso y emprenden t rabajos d e ter- minología sin i n fo rmar siquiera de ello a la iso. Repet idas veces nos hemos dado cuenta de q u e la UNESCO, por e jemplo, organiza- ción de toda seriedad, se hab ía pro- puesto publ icar u n léxico sobre asuntos tratados por la iso y ya hab ía puesto manos a la obra . Po- drá objetarse q u e la iso debía ha- berlo advert ido a t iempo, pe ro hay q u e decir q u e resulta muy difícil adivinar cuál es el p rograma de t r aba jo de organismos encargados de estudiar los más diversos pro- blemas. La iso se hal la ac tua lmente an- te la necesidad de solventar una cuestión de terminología par t icu- la rmente delicada, relativa a la energía nuclear . Este t r aba jo es el resul tado de una iniciativa tomada con jun tamente por la iso Y la CEI en 1956, cuando ambos organismos tenían que
Compartir