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El testimonio de mi abuela. Las hallacas andinas de Dorila Paredes. Jají. Estado Mérida – Venezuela. (1915‐2003) Natalia Paredes Suárez. Tesista en Publicidad Universidad de Palermo. Buenos Aires. Diciembre de 2007. En mi juventud y primeros años de mi matrimonio, la preparación de las hallacas comenzaba en enero!!!!, pues sí, comenzando el año empezábamos a engordar el cerdo que sería beneficiado en diciembre. El que se escogía se llevaba al chiquero y se alimentaba de malanga, una planta rastrera que abunda en estas zonas y de cambures, también abundantes en la finca de tu abuelo. Ya en noviembre comenzaba el movimiento de las compras del seco, todas las menudencias que lleva el guiso y que como eran importadas, había que tomar las previsiones para no quedarnos sin esos ingredientes tan costosos: aceitunas rellenas, pasas, alcaparras; más adelante comenzó a llegar la salsa 57 y el vino dulce. A mediados del diciembre, mientras los hijos más chiquitos se quedaban poniendo el arbolito y el pesebre, los más grandes tenían que ir cortando las hojas del cambur para asarlas en fogatas que se hacían en el patio. Este era el trabajo más fuerte y sacrificado. Imagínate una gran fogata y agarrar por las puntas entre dos personas esas hojas inmensas e irlas pasando una y otra vez cerca del fuego hasta que estuvieran suaves y flexibles para que pudieran doblarse sin que se rompieran a la hora de envolver la hallaca. Después tocaba el trabajo a las mujeres quienes tenían que lavar esas hojas hasta quitarles todo ese tisne que les quedaba. Bueno; tras días antes de la hechura llegaban los peones que mataban el cochino, nos dejaban una pierna para la cena de año nuevo y separaban el tocino que lleva el guiso. Ellos se llevaban las asaduras. El guiso aquí en los andes se acostumbra crudo, se cocina cuando ya está armada la hallaca. La carne se pica muy fino y aparte se pica gallina y se pone en marinada el día anterior con las hierbas que teníamos en la finca: cebollín, cilantro, ají dulce, ajo. El pimentón nos llegó más tarde. El tocino se sofríe un poco antes. Otra labor ardua es la masa ya que no usábamos harina sino maíz pilado por nosotros mismos. El maíz desgranado se pasa por el pilón varias veces hasta que le salga la concha. Esa concha también se le da a los cerdos. Se cocina que no se pase porque si no queda una pasta que no se puede trabajar. Luego se pasa por un cedaso para que termine de salir la concha y quede una masa fina. Se amasa con caldo de gallina y aceite con onoto para que le de color. Ya con la masa lista y el guiso a punto, se recortaba el cascarón, ese filo duro que tiene la hoja de cambur, para amarrar la hallaca. El día señalando para hacer las hallacas comenzábamos a las 4 de la madrugada. Se disponían mesas en el patio y se organizaba el trabajo, desde la que extiende la masa, pasando por la que pone el guiso y los adornos y los que amarran. Finalmente, quedaba la cocción que era en fogones de leña en grandes ollas con bastante agua para que cocine bien; a las cuatro horas se sacan y escurren para dejarlas reposar. La hallaca sabe mejor al día siguiente de la hechura. Glosario Chiquero: lugar de tierra cercado para engordar cerdos Tisne: Manchas de humo Pilón: troco de árbol grueso que se perfora para moler maíz con maso. Cascarón: filo duro de la hoja de plátano
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