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02-Estres, salutogenesis y vulnerabilidad

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ESTRÉS, SALUTOGÉNESIS Y VULNERABILIDAD 
 
 Jorge A. Grau Abalo 
 Edelsys Hernández Meléndez 
 Pablo Vera Villarroel 
 
 
Desde que Hans Selye introdujo en el ámbito de la salud en la década del 1920 al 1930 el término 
"stress", éste se ha convertido en uno de los términos más utilizados por los diferentes profesionales 
de la salud, y también en el lenguaje coloquial del hombre en su vida cotidiana. A su vez, el estudio 
y manejo del estrés en relación al proceso salud-enfermedad ha jugado un papel tan importante en 
el desarrollo de la Psicología de la Salud, que algunos consideran que constituye uno de sus 
ordenadores o ejes axiales fundamentales (Arauz, 1998; Grau, 1998). 
 
Si bien Selye se ha considerado tradicionalmente como "el padre de los estudios del estrés", el 
mérito de concebir este fenómeno y desarrollar los conocimientos actuales en muy diversas 
orientaciones, debe ser compartido con muchos otros autores. En realidad, fue el filósofo griego 
Hipócrates quien primero planteó la relevancia de este fenómeno en la vida del hombre. El 
fisiólogo francés Claude Bernard lo introduce en la Medicina en el siglo XIX, al referirse a la 
estabilidad del ambiente interno con independencia de los cambios en el ambiente externo 
(Bernard, 1927). Osler, un conocido médico británico, generalizó equivalencias entre el "estrés" y 
el sobreesfuerzo" (strain) así como también entre el "trabajo fuerte" y la "preocupación", indicando 
que estas condiciones facilitaban la instalación de enfermedades cardiovasculares en los médicos 
(Osler, 1910). El fisiólogo estadounidense Cannon lo relaciona, en 1932, con el proceso de 
homeostasis, al referirse a los procesos fisiológicos coordenados que mantienen la mayor parte de 
los estados constantes del organismo. Muy influenciado por las ideas de Bernard y Cannon, Selye 
(1956) definió al estrés como una respuesta general del organismo ante cualquier demanda, o sea, 
ante cualquier estímulo estresor o situación estresante, en su concepción del Síndrome General de 
Adaptación (SGA). 
 
Se piensa que el término estrés provenía de la Física, donde hace referencia a una fuerza o peso que 
produce diferentes grados de tensión o deformación en distintos materiales, aunque Selye lo 
introdujo con significado algo diferente. Para Selye, el estrés no hacía referencia a un estímulo 
(peso o carga), sino a la respuesta del organismo a éste; lo utiliza para describir la suma de cambios 
inespecíficos del organismo en respuesta a un estímulo o situación estimular (Selye, 1956). Se ha 
comentado que este cambio o vuelco en la concepción del estrés se debió al mal conocimiento del 
inglés que tenía Selye cuando era estudiante de Medicina de la Universidad de Praga, al confundir 
el término "strain" con "stress" (Labrador, 1995). Lo que si es cierto que estos "vuelcos" se han 
producido alternativamente en el estudio de este fenómeno, y el vocablo ha servido para muy 
diferentes acepciones: para designar la respuesta el organismo, para identificar la situación que 
desencadena esta respuesta, o para describir los efectos producidos como consecuencia de la 
exposición repetida a situaciones estresantes. Corrientemente se habla de estrés cuando debíamos 
mejor precisar algunas emociones y sentimientos que experimentamos ante determinados sucesos 
vitales, o cuando queremos expresar, con cierta indefinición, algún tipo de nerviosismo producido 
por factores más o menos duraderos. En realidad, el término estrés ha sido indistintamente usado en 
la jerga, no sólo cotidiana y popular, sino científica. No es casual que genere toda una serie de 
confusiones y el decursar de los estudios haya sido tan zigzagueante, con toda una gama de 
implicaciones en el orden de las disciplinas biológicas y médicas, psicológicas y sociales. 
 
La confusión y ambigüedad existente sobre la palabra estrés fue adecuadamente presentada por H. 
Selye en su libro "Stress without distress": "La palabra estrés, al igual que "éxito", "fracaso" o 
"felicidad", significan diferentes cosas para diferente gente de tal manera que su definición es muy 
difícil. El hombre de negocios, quien se encuentra bajo gran presión por parte de sus clientes y 
empleados, el controlador de tráfico aéreo quien sabe que un momento de distracción puede costar 
la muerte de centenares de personas, el atleta que quiere ganar una competencia, y el esposo que 
desesperanzadamente ve a su esposa morir lenta y dolorosamente de cáncer, todos ellos sufren de 
estrés. Los problemas que cada una de estas personas enfrenta son totalmente diferentes, sin 
embargo, la investigación médica ha demostrado que en muchos aspectos el cuerpo responde de 
una manera estereotipada, con cambios bioquímicos idénticos, esencialmente llamado a afrontar 
cualquier tipo de demanda excesiva sobre la maquinaria humana" (Selye, 1974, p. 25-26). 
 
Muchos de estos planteamientos han dejado su impronta en la investigación actual sobre el estrés, 
en el pensamiento de psicólogos, médicos, fisiólogos y filósofos. Las concepciones del estrés como 
una respuesta del organismo, el problema de su carácter específico, la discusión acerca de la 
existencia de un estrés positivo (eutrés vs. distrés) y su influencia en el desarrollo sano o patológico 
del hombre, siguen siendo objeto de investigación y análisis. A pesar de su extenso uso en el campo 
de las ciencias médicas, psicológicas y sociales, no se ha logrado un consenso general entre 
expertos acerca del concepto y definición del estrés. 
 
El libro de Grinker y Spiegel, en 1945 "Men under stress", que describe las dificultades de soldados 
en los campos de batalla durante la Segunda Guerra Mundial se considera un marcador de la 
primera vez en que aparece el término estrés en una publicación de carácter psicológico. Entre los 
años 40-50 aparecieron toda una serie de estudios psicológicos sobre aspectos intelectuales, 
percepción, actividades bélicas y rendimiento "bajo situaciones de estrés" (Glixman, 1949; Janis, 
1951; Kardiner, 1947; Lindsley, 1946; Postman, Bruner, 1948; Williams, 1947), casi todos ellos 
con la concepción del estrés como una respuesta o variable dependiente, demostrando la influencia 
de los trabajos de Selye. Lazarus, Deese y Osler, en 1946, fueron los primeros en publicar un 
artículo en el Psychological Bulletin de la Asociación Americana de Psicología (APA), utilizando 
la frase estrés psicológico, defendiendo el criterio de que el estrés no podía ser definido en términos 
de estímulos o respuesta, sino como variable interviniente en la cual la motivación juega un papel 
fundamental. 
 
Hoy en día, los modelos más aceptados en el estudio del estrés lo conciben según una serie de 
características generales: 1) es un tipo de interacción individuo-ambiente, en el que es necesario 
estudiar los dos polos, 2) señalan su carácter dinámico, como un sistema de retroalimentación, 3) 
destacan una serie de variables mediadoras entre los estímulos estresores y las respuestas de estrés 
(evaluación cognitiva, afrontamientos, controlabilidad, comunicación interpersonal, apoyo social, 
etc.), 4) consideran las emociones (ansiedad, depresión, ira, etc.) como estados fijados en 
determinados momentos o niveles del proceso de estrés, 5) hacen énfasis en la caracterización de 
variables psicológicas moduladoras (especialmente personales), y, 6) generan variados 
procedimientos de manejo e intervención que deben ser consecuentemente aplicados (Bravo, 
Serrano-García, Bernal, 1988; Grau, Martín, Portero, 1993). 
 
Como ha podido deducirse, el desarrollo contemporáneo de los estudios sobre el estrés lo 
relacionan estrechamente con la Psicología. Sin embargo, el encuentro de la Psicología con la 
temática del estrés se produjo de forma relativamente tardía: el vocablo no apareció en el índice de 
"Psychological Abstracs" hasta 1944 (Lazarus, Folkman, 1984), aunque estuvo durante mucho 
tiempo implícito en la psicopatología, fundamentalmente a partir de los trabajos de Freud y otros 
autores psicodinámicos,que empleaban más bien el término ansiedad (Bravo, Serrano-García, 
Bernal, 1988). Ciertamente, la necesidad de profundizar en la demarcación conceptual y táctica de 
los diferentes "grados" del estrés y sus intervínculos con la ansiedad y otros estados emocionales 
afines, ha emanado directamente de la práctica asistencial; ella está estrechamente asociada al 
problema de lo normal y lo anómalo en el psiquismo, por cuanto en su base subyace la necesidad 
de establecer las diferencias entre los estados que pueden considerarse como reacciones normales 
ante los acontecimientos negativos de la vida, de aquellas reacciones que puedan considerarse 
patológicas, ya sea por su magnitud desproporcionada en relación con los acontecimientos que las 
evocan o por los efectos que ocasionan en la salud, la estabilidad psíquica, la personalidad y la 
calidad de la vida (Grau, Martín, Portero, 1993). 
 
Esta entrada tardía de la Psicología a la solución de los problemas en este campo de trabajo ha 
resentido la comprensión del fenómeno, que -al menos en cuanto a la especie humana se refiere es 
por su determinación un fenómeno social y por su naturaleza, un fenómeno psicofisiológico. Lo 
psíquico representa aquí un puente entre lo biológico y lo social, dado por el reflejo subjetivo, 
individual, tanto del sistema de relaciones sociales en que está inmerso el individuo, como del 
conjunto de estímulos físico-biológicos en los que está inmerso el organismo (Grau, Martín, 
Portero, 1993). Visto de esta forma, el estrés es una forma particular de reflejo por el sujeto de una 
situación compleja en la cual se encuentra y que a fuerza de causas internas (significación personal) 
resulta significativa (Naenko, 1976; Grau, Martín, Portero, 1993). 
 
Resaltar el carácter reflejo del estrés como fenómeno subjetivo permite destacar las funciones que 
cumple en el desarrollo exitoso de la actividad. La ejecución con éxito del hombre de cualquier 
tarea, cualquiera que fuese, presupone una representación del hombre sobre sí mismo, sobre sus 
posibilidades, la capacidad de trazarse metas conscientemente, de definir la dirección de su 
actividad y de su vida. Mientras más adecuadamente se refleje en la psiquis del hombre su 
"correlación consigo mismo", más plena y efectiva será la actividad. Todas estas exigencias se 
incrementan en situaciones difíciles, estresantes. El reflejo psíquico en estos casos señaliza las 
particularidades de la situación, por ejemplo, su carácter peligroso o amenazante. En este sentido, el 
estrés como fenómeno psíquico cumple una función de orientación del sujeto en el mundo objetivo, 
y participa en la regulación de la actividad. Aun más, en las condiciones complejas que caracterizan 
a las situaciones estresantes, el objetivo de la actividad, las condiciones externas y los medios de 
realización de la acción, aparecen ante el sujeto no sólo en sus propiedades objetivas, sino también 
en su sentido personal para el individuo, en función de hasta dónde puede afectarse la satisfacción 
de las necesidades más vitales para el hombre. El contenido objetivo puede no coincidir con el 
sentido personal que tiene una situación dada para el individuo, lo que explicaría en considerable 
medida, las diferencias en la conducta de distintas personas ante una misma situación compleja o 
estresante (Grau, Martín, Portero, 1993). De este modo, no es el estrés un fenómeno negativo en sí 
mismo, él puede generar enfermedad, tanto como una conducta y una actividad sana, saludable, 
autorregulada. La relevancia que tiene en la aclaración del proceso de salud-enfermedad no está 
dada solamente por su función refleja y autorreguladora, sino por sus efectos positivos o negativos. 
Como dicen autores contemporáneos (Borynsenko, 1995), no es el estrés por sí mismo —una parte 
inevitable de la vida— lo que nos debe preocupar, sino más bien como afrontar el estrés, si 
podemos aprender a relajarnos y verlo como un reto y no como una catástrofe, y hasta dónde 
podemos inculcarnos la esperanza de que podremos afrontar este reto positiva y eficazmente. Ya 
hace casi 2000 años, Epicteto se refería a esto cuando decía que al hombre no le perturban las 
cosas, sino su opinión acerca de las cosas (Grau, Martín, Portero, 1993). 
 
Viendo el problema desde esta perspectiva, el estrés se nos presenta como un fenómeno que 
representa un modo particular de relación del hombre y del entorno, que tiene diferentes "grados" 
que se distinguen, no tanto por la intensidad de las vivencias emocionales presentes, ni por su 
carácter placentero/displacentero; no tanto por la magnitud de la estimulación que el sujeto recibe 
de manera pasiva; no sólo por conllevar una respuesta fisiológica, más o menos específica. Los 
diversos "grados" del estrés representan la transición de estados emocionales cada vez más 
complejos, cuyo contenido vivencial y diferente influencia en el curso de la actividad, resulta de la 
interacción en una matriz en la cual están involucradas las necesidades del individuo, el conjunto de 
sus valoraciones acerca de sí mismo, la naturaleza de las demandas estresoras del ambiente, la 
complejidad circunstancial de la situación, los recursos de afrontamiento del individuo y la 
valoración que él hace de la significación de la situación para la realización de sus necesidades 
fundamentales (Grau, Martín, Portero, 1993). 
 
A pesar de los numerosos estudios acerca del estrés todavía hoy se sigue discutiendo acerca de tres 
problemas básicos, relacionados con el proceso salud-enfermedad: 
 
1. Los criterios de distinción entre “eutres” y “distrés”. Aunque se asumen generalmente, como 
 criterios diferenciales la intensidad de la estimulación, la calidad de la estimulación, y las 
 posibilidades de su control y afrontamiento eficaz, éste no es aún un problema resuelto. 
2. La generalidad vs. la especificidad en los modelos de intervención del estrés en la producción 
de enfermedades. 
3. El papel particular del distrés como variable de riesgo en los diferentes modelos de producción 
de padecimientos y su relación con el tiempo de exposición del sujeto a los estímulos 
estresores. 
 
La acepción e investigaciones del estrés han ido en tres direcciones fundamentales, conformando 
los tres grandes enfoques en el estudio del estrés (Grau, Martín, Portero, 1993): 
 
1. El estrés como respuesta psicobiológica del organismo, en el cual están enmarcadas desde las 
concepciones tradicionales de Selye, hasta las concepciones y resultados de la 
Psiconeuroinmunología contemporánea. 
2. El estrés como estímulo, visto como un agente o acontecimiento vital. Este enfoque ha dado 
lugar a la teoría de los eventos vitales y resalta en su forma más pura el carácter agresivo de la 
situación estresante. 
3. El estrés como un proceso de transacción entre el individuo y el medio, modulado por 
diferentes variables de carácter cognitivo-conductual y personal. En este tercer enfoque caben 
los trabajos de Lazarus y los actuales modelos transaccionales que resaltan el papel de los 
moduladores psicosociales. 
 
 
 
El estrés como respuesta psicobiológica 
 
La respuesta de estrés consiste en un importante aumento de la activación fisiológica y cognitiva, 
así como en la preparación del organismo para una intensa actividad motora. Estas respuestas 
fisiológicas favorecen una mejora en la percepción de la situación y sus demandas, un 
procesamiento más rápido y potente de la información disponible, una mejor búsqueda de 
soluciones y selección de las conductas adecuadas para hacer frente a las demandas de la situación 
estresora, y preparan al organismo para actuar de forma más rápida y vigorosa ante las posibles 
exigencias de la situación. La sobreactivación a estos tres niveles (fisiológico, cognitivo y motor) es 
eficaz hasta cierto límite, pero superado éste tienen un efecto más bien desorganizador del 
comportamiento; en especial, cuando a pesar de esa sobreactivación, no se encuentra la conducta 
adecuada para hacerfrente a la situación (Labrador, 1995). 
 
Fue precisamente Selye quien generó inicialmente un modelo biológico del estrés, concibiéndolo 
como un sistema de fases. El identificó tres fases en la respuesta fisiológica al estrés: 1) fase de 
alarma, 2) fase de resistencia, y, 3) fase de agotamiento. El organismo se alerta (reacción de 
alarma), se desencadena la actividad autónoma (etapa de resistencia) y si esta actividad dura 
demasiado, se produce el daño y ocurre el colapso (fase de agotamiento). En forma de diagrama, 
estas fases componentes del Síndrome General de Adaptación se muestran en la figura 1 como 
sigue: 
 
Figura 1. Fases del Síndrome General de Adaptación de Selye 
 
 
 ______________________________ Nivel de resistencia normal 
 
 
 1 2 3 
 
El pequeño descenso durante la fase 1 (reacción de alarma) indica que en la primera exposición a 
un estresor, la resistencia fisiológica en realidad disminuye un poco, mientras el organismo reúne 
sus fuerzas para la resistencia. La duración de la fase 2 (resistencia) depende mucho de la fuerza y 
la capacidad del individuo, pero si continúa obligadamente por mucho tiempo, la fase 3 
(agotamiento) se presentará invariablemente. Este modelo se ha utilizado también para intentar 
explicar los aspectos psicológicos (Fontana, 1992). 
 
Es bien conocido que los sistemas del organismo implicados en la respuesta de estrés son el sistema 
nervioso (central y neurovegetativo) y el sistema endocrino (con particular acción de las glándulas 
suprarrenales: corteza y médula, quienes segregan las llamadas "hormonas de adaptación" u 
"hormonas del estrés", que preparan las reacciones fisiológicas de "ataque-huida". Las 
catecolaminas ejercen una acción preferentemente general, a distancia, por el torrente sanguíneo 
(adrenalina), o local (noradrenalina), a nivel de las terminaciones nerviosas del Sistema 
Neurovegetativo, en la médula suprarrenal y en el tronco encefálico ascendente y descendente; 
ambas tienen una importancia crucial en la conducta afectivo-emocional y el grado de alerta, 
asociadas a conductas corporales (Alvarez, 1987). Estas reacciones corporales pueden agruparse 
como sucedería con un ejército en campaña como (Fontana, 1992): 
 
a) movilizadoras de energía, 
b) alistamiento de sistemas de apoyo de la energía, 
c) movilización de recursos auxiliares para la concentración, y, 
d) reacciones defensivas (20). 
 
Los primeros recursos (movilizadores de energía) vienen siendo como las tropas de primera línea, 
provocan los siguientes efectos: 
 
- Liberación de adrenalina y noradrenalina al torrente sanguíneo por las glándulas 
suprarrenales. Estas hormonas, estimulantes poderosos, aceleran los reflejos, incrementan el 
ritmo cardíaco y la presión arterial, elevan la concentración de azúcar en la sangre, aceleran el 
metabolismo. Aumentan la capacidad y el desempeño a corto plazo, conforme llega más 
sangre a los músculos y pulmones, aumenta el suministro de energía y las respuestas se 
agudizan. 
- Liberación de hormonas tiroideas secretadas por la glándula tiroides al torrente sanguíneo. 
Ellas aumentan aún más el metabolismo e incrementan la energía que puede consumirse. 
- Liberación de colesterol por el hígado al torrente sanguíneo, incrementando la energía y 
ayudando a la función muscular. 
 
El alistamiento de sistemas de apoyo se refiere a determinadas funciones en ayuda al suministro de 
energía, son como las tropas de apoyo que están justo detrás de la primera línea de defensa, y que 
les ayudan a las primeras en sus obligaciones: 
 
- Supresión de la función digestiva, para que la sangre se desvíe del estómago y pueda 
utilizarse en pulmones y músculos. La boca se seca, para que el estómago ni siquiera tenga 
que ocuparse de la saliva. 
- Desvío de la sangre de la superficie de la piel, para ser mejor utilizada (nótese la palidez 
característica de los estados de estrés intenso) e incremento del sudor, para ayudar a los 
músculos sobrecalentados a enfriarse y regularse. 
- Paso de aire en los pulmones dilatados, ayudado por el incremento en el ritmo de respiración, 
para que la sangre tome más oxígeno. 
 
Los recursos auxiliares para la concentración son como los oficiales del estado mayor que detrás 
de las líneas mantienen a las tropas concentradas en su sitio, controlan y eliminan las distracciones 
indeseables: 
 
- Liberación de endorfinas por el hipotálamo al torrente sanguíneo, que actúan como 
analgésicos naturales y reducen la sensibilidad a daños como contusiones y heridas. 
- Liberación de cortisona por corteza suprarrenal al torrente sanguíneo, la cual suprime las 
reacciones alérgicas que pueden interferir la respiración. 
- Agudización de los sentidos e incremento del desempeño mental. 
- Disminución de la producción de hormonas sexuales, que evita la desviación de energía hacia 
esas funciones. 
 
Las reacciones defensivas son como las tropas acuarteladas, que emprenden determinadas acciones 
para limitar el daño producido por el enemigo: 
 
- Constricción de los vasos sanguíneos y espesamiento de la sangre, para que fluya más 
despacio y coagule con mayor rapidez en caso de heridas. 
 
Todas estas reacciones corporales son benéficas cuando se producen por corto tiempo y ante 
agresores que las ameriten. Si se mantienen por largo tiempo, producen una serie de efectos 
desfavorables: afectaciones del sistema cardiovascular y renal, trastornos de la concentración de 
azúcar en la sangre asociados a la diabetes y la hipoglicemia, agotamiento físico, pérdida de peso, 
endurecimiento de las arterias por aumento de colesterol circulante, trastornos estomacales y 
digestivos, afectaciones de la temperatura corporal, aumento de la sensibilidad a dolores ordinarios 
(cabeza, espalda), incremento de ulceraciones y rebote de reacciones alérgicas, inmunodepresión, 
disminución de respuestas sensoriales e intelectuales, problemas sexuales, aumento de trastornos en 
la circulación sanguínea, etc. 
 
Cada una de las reacciones corporales ante las exigencias del medio, si no es mantenida por largo 
tiempo, es útil en sí misma. Estas adaptan al cuerpo para que responda a los desafíos que enfrenta, 
haciendo que permanezcamos firmes y devolvamos los golpes, impulsándonos a una retirada 
estratégica. Esta respuesta de "ataque o huida" sucede a nivel del Sistema Neurovegetativo, es 
decir, no ocurre conscientemente, es automática, de la misma manera en que nuestro organismo 
realiza procesos digestivos, eleva el ritmo cardíaco cuando corremos tras un ómnibus, o ajusta 
nuestro termostato corporal cuando nos movemos de un ambiente frío a uno caliente o viceversa. 
Nosotros no decidimos, es el organismo el que reconoce la necesidad de una respuesta. En su 
ejecución, sucede gran cantidad de reacciones, cada una tiene una función específica para 
adaptarnos y enfrentar el desafío que nos presenta. Están planeadas por naturaleza como reacciones 
inmediatas, rápidas, de corta duración, diseñadas para desaparecer tan pronto corno ha pasado la 
urgencia. Si no cesan, comienzan a tener un efecto adverso, se convierte en una reacción lenta, 
tardía, de efectos nefastos sobre el organismo y la economía de sus recursos. Al decir de D. Fontana 
(1992) es como un ejército que se prepara para una amenaza exterior y que permanece movilizado 
sin que se les permita entrar en acción. No sólo sufre el país (organismo en este caso) debido a que 
sus habitantes utilizaron sus energías para empuñar las armas, en lugar de acelerar la economía, 
sino que también sufre porque los soldados desocupados (recursos fisiológicos movilizados y 
mantenidos) se inquietan y se vuelven destructivos, saqueando y llevando a cabo prácticas ilegales 
(efectos nefastos de estos recursos). 
 
En realidad, el cuerpo humano ha evolucionado a lo largo de miles de años para enfrentarse a las 
amenazas,movilizándose y luego encarándolas, pero el medio en el que vivimos ahora ha 
cambiado a tal grado desde la Revolución Científico-Técnica que, una vez movilizado, no es capaz 
de cumplir siempre las instrucciones de atacar o huir, no está seguro de que el peligro ha pasado y 
deben ser retirados los recursos. Nuestra sociedad contemporánea, por lo general, no permite pelear 
físicamente, o escaparnos cuando encaramos estresores, pero tampoco los elimina, de manera que 
se nos permita relajarnos. Permanecemos en un estado constante de preparación para la acción que 
no llegamos a ejecutar, y el cuerpo, al tiempo, comienza a sentir los efectos. De aquí a muchos 
miles de años, quizás, la fisiología humana habrá evolucionado a través de la respuesta ataque-
huida, y producirá algo capaz para adaptarse a las exigencias de la vida. Pero en el presente, 
utilizamos un sistema desarrollado a lo largo de millones de años de vivir cerca de la naturaleza, 
para enfrentarnos a un medio que ha cambiado más allá de lo reconocible en poco más de un siglo. 
Antes, los estresores se relacionaban con la supervivencia física (necesidad de alimento, de abrigo, 
de seguridad, de una pareja para procrear); en las culturas actuales, al menos en el mundo 
occidental de nuestros tiempos, los estresores tienen menos que ver con los mecanismos básicos de 
supervivencia y están más asociados al éxito social, a la generación de niveles de vida cada vez más 
altos, a la satisfacción de las expectativas de nosotros mismos y de los demás. 
 
Sucede así, que con frecuencia, son las reacciones lentas, duraderas y continuas, que el organismo 
no puede detener automáticamente, caracterizadas ante todo por la secreción de cortisol (y no 
adrenalina), las que producen efectos nefastos en el organismo: hiperglicemia, acidosis, 
deshidratación, anomalías electrolíticas, aumentando las consecuencias inmunosupresoras, el 
fraccionamiento de proteínas y los procesos de lipólisis, glucogenésis y citogénesis. Ante 
situaciones prolongadas de tensión constante, se produce entonces una respuesta de estrés crónico 
sin conciencia de urgencia, que afecta desfavorablemente el organismo: por modulación del sistema 
límbico (respuestas emocionales a situaciones cotidianas) se activa crónicamente la secreción de 
hormona adrenocorticotrópica (ACTH) y también de endorfinas, produciéndose más cortisol 
inmunosupresor (Alvarez, 1987). 
 
Particular interés ha tenido en los últimos años la investigación psiconeuroinmunológica, que se 
basa, precisamente, en el estudio del efecto de las variables psicológicas, especialmente el estrés, en 
el funcionamiento del sistema inmunológico. Desde las primeras referencias de vínculos entre 
cerebro y sistema inmune, correspondientes a Metalnikov y Chorine, en 1926, con sus famosos 
experimentos de condicionamiento clásico en conejos que aumentaban sus anticuerpos con el 
sonido de una trompeta, una serie de autores se ha dedicado a poner de manifiesto la relevancia del 
estudio de los eslabones psiconeuroinmunológicos (Kiecolt-Glaser, Glaser, 1992, Kiecolt-Glaser et 
al, 2002; ; Schwartz, 1994; Terr, 1995; Domínguez, 1998; Cohen et al, 1998; Fors, Quesada, Peña, 
1999; Vera-Villarroel, Buela-Casal, 1999; Bayés, Borrás, 1999; Salovoy et al, 2000; Mustaca, 
2001; Vera-Villarroel, 2001; Suárez Vera, 2002; Barra, 2003). Hoy en día se reconoce que 
determinados estresores (pérdida por muerte de la pareja, ruptura y problemas maritales, realización 
de exámenes) pueden cambiar el patrón de funcionamiento de marcadores inmunológicos corno los 
linfocitos T, las células NK, las inmunoglobulinas, la eritrosedimentación y el factor reumatoideo, 
los anticuerpos al virus Epstein-Bahr y la reacción de tuberculina (Alvarez, 1987, Domínguez, 
1998, Vera-Villarroel, Buela-Casal, 1999 y otros). Numerosos estudios y experiencias con técnicas 
de eficiencia inmunitaria han puesto de manifiesto el papel del estrés en la producción de tumores, 
sea al inicio del proceso (aumentando la exposición del individuo a carcinógenos como el tabaco, 
interactuando con los efectos de estos carcinógenos, o permitiendo la expresión de un potencial 
genético latente a través de cambios endocrinos), o cuando ya se ha establecido el proceso tumoral 
(porque las condiciones de enfermedad actúan sinérgicamente con el ambiente neuroendocrino o 
por bloqueo de recursos inmunológicos, como las células NK, que aumentan la probabilidad de 
acciones de defensa del organismo) (Bayés, 1991; Simonton et al, 1988). Así, el estrés puede 
desencadenar la carcinogénesis o acelerar la progresión del tumor, explicación presentada a través 
de diferentes teorías, como la de la vigilancia inmunológica (el cáncer sería consecuencia de un 
fallo en el sistema de vigilancia) y la teoría de la inmunoestimulación (el sistema inmune puede 
favorecer el crecimiento de tumores y la diseminación de metástasis) (Bayés, 1991; Suárez Vera, 
2002). Aún cuando mucho pueda todavía discutirse, se acepta hoy casi universalmente el papel de 
los mecanismos psicoinmunológicos en el desarrollo del cáncer (no en el origen), la susceptibilidad 
a infecciones y muchas otras enfermedades. 
 
De esta manera, los ángulos psicológicos y biológicos del estrés se encuentran íntimamente 
relacionados. Son eventos psicosociales los que desencadenan generalmente las respuestas 
fisiológicas, a la vez que pueden provocar mayor susceptibilidad a las enfermedades por el impacto 
en el sistema inmunológico. A su vez, los mayores efectos psicológicos benéficos de la respuesta 
de estrés se producen en la fase 2 (resistencia) en dependencia de las valoraciones del individuo 
sobre la utilidad del estresor, su capacidad de resistencia y su necesidad de enfrentarse a desafíos), 
mientras que los efectos dañinos se presentan y mantienen generalmente en la fase 3 (agotamiento), 
y varían mucho de un individuo a otro. Estos últimos efectos sobre la psiquis pueden ser agrupados, 
siguiendo a Fontana (1992), como: 
 
Cognoscitivos: 
 
Decremento de la concentración y la atención, aumento de la distractibilidad, deterioro de la 
memoria a corto y largo plazo, cambios en la velocidad de respuesta, aumento de la frecuencia 
de errores con decisiones inciertas, deterioro de la capacidad de organización y planeación a 
largo plazo, pérdida de objetividad y capacidad crítica, los patrones de pensamiento pueden 
volverse confusos e irracionales. 
 
Emocionales: 
 
Aumento de la tensión, disminución de la capacidad para relajar tono muscular y detener 
preocupaciones ansiosas, aumento de hipocondría, cambios en rasgos de personalidad y 
preocupación por apariencia física, aumento de problemas de personalidad preexistentes, 
debilitamiento de las restricciones morales con cambios en códigos de conducta y control de 
impulsos sexuales, aumento de explosiones emocionales, depresión del ánimo y sensación de 
impotencia e incontrolabilidad de los actos propios, pérdida de la autoestima con sentimientos 
de incompetencia. 
 
Conductuales: 
 
Aumento de problemas de la comunicación y el habla (tartamudez, farfulleo, vacilación), 
disminución de interés y entusiasmo por objetivos y metas vitales, disminución de pasatiempos, 
aumento del ausentismo e impuntualidad al trabajo, aumento del consumo de drogas y 
sustancias psicoactivas, descenso en los niveles de energía, alteración de los patrones de sueño, 
incremento del cinismo acerca de usuarios y clientes y también de los colegas, rechazo a 
cambios o nueva información aunque sean útiles, aumento de la tendencia a trazar nuevos 
límites al trabajo, excluyendo todo lo desagradable, adopción de soluciones superficiales y de 
carácter provisional y a corto plazo, aparición de patrones de conducta extraños (conductas 
impredecibles, manerismos), amenazas de daño autoinfligido (suicidio). 
 
Resumiendo hasta aquí, el estrés es una condición natural e inevitable de la vida. El organismo está 
preparado para responder de forma autónoma a los agresores ambientales,aunque el tipo, duración 
y calidad de las reacciones corporales pueda ser también modificado por nosotros mismos. 
Especialmente importante resultaría reducir las respuestas lentas, prolongadas, productoras de daño 
en los sistemas vitales del organismo (se considera que del 50 al 75 % de todas las enfermedades y 
accidentes del hombre moderno se relacionan con un exceso de estrés) (Grau, 1998). 
 
Tan natural es el estrés para la vida, que a veces hacemos un buen trabajo para inventarlo nosotros 
mismos; en efecto, hay personas que "se buscan el estrés": aventurándose a la exposición 
prolongada a nuevos eventos, llenos de incertidumbre y de riesgo para la salud, dejando las cosas 
para el último momento, presionándonos a hacer otras...(Grau, 1998). A veces, posponemos no sólo 
lo desagradable, sino aquello que disfrutaríamos al hacerlo o que es necesario hacer para sentirnos 
satisfechos y apreciados. Es que acaso debemos hacer nuestro mejor trabajo sólo cuando tengamos 
un cierto grado de presión? Hasta dónde puede llegar esa presión? Cuáles son sus fuentes? Qué 
papel juegan los estresores del ambiente sociolaboral y del hogar? 
 
El estrés como estímulos ambientales 
 
El enfoque que se centra en los estímulos otorga importancia central a las situaciones que provocan 
estrés (estresoras o estresantes). Tuvo su expresión más ferviente en la "teoría de los eventos 
vitales" (life events), especialmente próspera en los años 60-70, aún cuando posteriormente 
comenzaron a investigarse una serie de moduladores que mediaban la influencia del estresor y que 
era lo que daba el carácter de estresante a una situación (Dohrenwend, Dohrenwend, 1974). 
Aunque hoy en día está claro que la condición estresora de un evento depende de muchos factores, 
esencialmente relacionados con la percepción y otros procesos cognitivos por los cuales ellos 
adquieren carácter amenazante o desafiante, siempre es bueno analizar cuáles son las características 
que comparten las situaciones habitualmente consideradas como estresantes. 
 
El enfoque parte de una serie de supuestos: 1) todo cambio vital es de por sí estresante, 2) los 
eventos vitales han de ser importantes para producir estrés, y, 3) el estrés psicológico resultante es 
un factor principal en la aparición de trastornos y enfermedades. 
 
Los estresores son comúnmente clasificados como biogénicos o psicosociales (Everly, 1989). Los 
primeros son estímulos o situaciones capaces de producir determinados cambios bioquímicos o 
eléctricos que disparan automáticamente la respuesta de estrés, con independencia de la 
interpretación que hagamos de la situación: temperatura elevada o ejecución intensa de un ejercicio. 
Las situaciones psicosociales se convierten en estresantes, a fuerza de la interpretación cognitiva o 
el significado que se le otorgue por el individuo: hablar en público, discusión con la pareja, etc. 
Ambos tipos de estresores provienen tanto de estímulos externos a la propia persona (ruido o luz 
intensa, conversación desagradable que lo involucra a uno) como de aspectos internos (malestar por 
una mala digestión, dolor por una herida o sufrimiento por una enfermedad, recuerdo de una 
situación desagradable, pensamientos de inutilidad o de culpa). Los eventos psicosociales, 
vinculados a aspectos cognitivos, parecen ser los más frecuentes e importantes en la producción de 
estrés. 
 
Se ha señalado que tan estresantes pueden ser los eventos positivos o percibidos como agradables, 
como los aversivos o amenazantes, ya que ambos producen un cambio al que la persona deberá 
adaptarse. Tener un hijo, prepararse para una cita deseada o lanzarse en paracaídas en práctica 
deportiva desde un avión puede ser estresante, aunque difícilmente puedan considerarse estos 
eventos como aversivos. De hecho, muchas personas desean y llevan a cabo las conductas 
necesarias para exponerse a dichas situaciones. Parece ser, sin embargo que los efectos de ambas 
situaciones no son los mismos. Suls y Mullen (1981) han demostrado que no hay relación entre 
acontecimientos estresantes positivos y trastornos psicofisiológicos, pero sí entre estos y los 
acontecimientos aversivos. Kanner y cols (1981) achacan los efectos negativos de las situaciones de 
estrés en el organismo más que a sus características de novedad, a las de indeseabilidad. 
 
Apartando por ahora el contenido o significado de una situación estresante, se pueden señalar 
algunas de las características que más comúnmente suelen presentar y que parecen contribuir a la 
condición estresante de una determinada situación (Labrador, 1995): 
 
- Cambio o novedad de la situación: el mero cambio en una situación habitual puede 
convertirla en amenazante (por ejemplo, regresar a la casa en la noche y escuchar ruidos 
extraños). Una situación nueva resultará tanto más estresante cuanto mayor sea la asociación 
que exista entre situaciones anteriores similares a ella y amenazas o daño. 
- Falta de información: se produce un cambio, no hay información de lo que puede pasar, cuál 
es la demanda o que se puede hacer para afrontarlo (por ejemplo, una enfermedad inesperada 
y de la cual no sabemos nada). Es importante la cantidad de información, no solo en términos 
absolutos, sino en términos relativos o de predictibilidad. 
- Predictibilidad: vinculada al grado en que se puede predecir lo que va a ocurrir (por ejemplo, 
enfrentarse a una persona desagradable en la calle sin poder predecir qué va a hacer). Las 
situaciones ambiguas son más estresantes que aquellas en que resulta fácil predecir lo que va 
a suceder, aunque sea amenazante. 
- Incertidumbre: probabilidad de que un evento ocurra, sea o no predecible (por ejemplo, no se 
sabe la certeza con que un tumor extirpado pueda reproducirse). Hunter (1979), estudiando 4 
grupos de mujeres cuyos maridos habían peleado en Vietnam (desaparecidos en combate, 
prisioneros de guerra, muertos en combate y que habían regresado a casa tras participar en la 
guerra), encontró que la adaptación de esas mujeres era peor a medida que aumentaba el 
grado de incertidumbre en cada situación. La incertidumbre puede provocar dilatados 
procesos de valoración que crean sentimientos de desesperanza, y finalmente, confusión 
(Lazarus, Folkman, 1986). 
- Ambigüedad de la situación estresora: hace referencia a si la situación es clara o suficiente 
para ser interpretada (por ejemplo, exceso de datos que no permite saber qué hacer con ellos). 
Puede producirse por falta de información o por exceso de ella y puede convertirse en una 
fuente amenazante. 
- Inminencia de la situación estresora e incertidumbre: en dependencia del intervalo de tiempo 
desde que se predice una situación hasta que ocurre. Mientras más inminente es un 
acontecimiento, es valorado como más estresante. Si no se sabe en qué momento preciso se va 
a producir (incertidumbre) aumenta la respuesta de estrés (por ejemplo, cuando exactamente 
comenzará un ataque, que se está viendo desde hace algún tiempo como inminente). Esto es 
relativo, en función de las habilidades que se tengan para evaluar la situación y seleccionar 
respuestas adecuadas; en este sentido, tener más tiempo si se dispone de esas habilidades es 
menos estresante. 
- Falta de habilidades o conductas para enfrentar y manejar la situación: enfrentarse a una 
situación para la que no se dispone de conductas eficaces, implica también indefensión (por 
ejemplo, ante el reencuentro con una persona significativa, cuando no sabemos cómo 
reaccionar). 
- Alteración de condiciones biológicas del organismo: como el consumo de sustancias (té, café 
tabaco, anfetaminas, alcohol), condiciones ambientales extremas (frío, calor, ruidos, 
humedad), la realización o no de ejercicios. Una persona de cierta edad, necesitada de 
tranquilidad, puede alterarse muy fácilmente con una música de alto volumen en una 
discoteca. 
- Duración de la situación de estrés: mientras más duradera sea la situación, mayores 
consecuencias negativas tiene para la persona, pudiendoprovocar trastornos psíquicos o 
psicofisiológicos (depresión, hipertensión, insomnio, etc.). 
 
Como puede deducirse, el carácter estresante de una situación no está determinado tan sólo por la 
situación en sí misma, sino por factores propios de la persona a la cual ocurre, y especialmente, por 
la valoración cognitiva que se haga de la situación. 
 
Por otra parte, pueden distinguirse tres fuentes diferentes de estrés en el ámbito natural (Labrador, 
1995): a) sucesos vitales intensos, extraordinarios, importantes, b) sucesos diarios estresantes de 
menor intensidad, y, c) situaciones de tensión crónica mantenida. 
 
En efecto, sucesos grandes, importantes en la vida, como casarse o ser abandonado, promover a un 
puesto laboral más reconocido, tener un accidente o la muerte de un amigo íntimo, pueden exigir al 
organismo un proceso intenso de adaptación, desencadenando respuestas de estrés. Al repetirse, el 
organismo tendrá que sobreesforzarse de forma reiterada, lo cual puede dificultar la recuperación y 
facilitar la aparición de efectos negativos a corto, mediano y largo plazo. Pero no todas las 
respuestas de estrés se producen como consecuencia de acontecimientos excepcionales. Pequeñas 
molestias y contrariedades de la vida cotidiana pueden desencadenar estrés: dolores de cabeza 
vespertinos, alto volumen de la televisión de los vecinos, dificultades diarias para trasladarse al 
trabajo, no poder comer de forma relajada, pueden provocar respuestas de estrés y efectos 
negativos, psicológicos y biológicos, más importantes que los acontecimientos estresantes 
extraordinarios. Estos agentes estresores cotidianos, irritantes, frustrantes o desagradables, son los 
llamados "hasless" y está demostrado que generan más trastornos psicofisiológicos asociados al 
estrés que los acontecimientos extraordinarios (Kanner y cols, 1981). Los más importantes son 
aquellos relacionados con roles de representación social o laboral, con asuntos familiares y de 
relaciones interpersonales y de aspectos económicos (Labrador, 1995). 
 
Las situaciones de tensión crónica mantenida, como una enfermedad prolongada, un clima laboral 
inadecuado o una situación duradera de déficit económico (desempleo, por ejemplo), reúnen 
características de los dos anteriores: son intensos, importantes, y además, duraderos y repetidos. 
Una mala relación de pareja mantenida por largo tiempo puede ser mucho más estresante que un 
episodio intenso, aunque esporádico, como la separación de la pareja o el divorcio. 
 
Se han desarrollado numerosos procedimientos para evaluar hasta qué punto las condiciones de 
vida en las que nos desenvolvemos son estresantes. El objetivo final es prepararnos parra estas 
situaciones, una vez sean identificadas, desarrollando habilidades para contrarrestarlas. Por esta 
razón se han elaborado instrumentos que pretenden cuantificar de alguna manera la cantidad total 
de estrés a la que estamos sometidos, a partir de los estresores. Habitualmente, tales instrumentos 
son cuestionarios o autorregistros. Las más conocidas son las llamadas "escalas de eventos vitales", 
mediante las cuales se le provee a la persona de una lista de posibles sucesos que suelen provocar 
respuestas de estrés y se le pide que señale cuáles le han afectado en un determinado período de 
tiempo (seis meses, dos últimos años). Como no todas las situaciones son de la misma intensidad, 
se asigna a cada situación un valor o peso específico según su supuesta intensidad y sumando todos 
los valores de todas las situaciones que nos han afectado durante ese período de tiempo, podemos 
llegar a un cómputo final, supuestamente indicativo de la cantidad de estrés a que hemos estado 
sometidos. La más conocida es la escala desarrollada por Holmes y Rahe (Holmes, Rahe, 1967), 
que incluye 43 Ítems con distintos valores (divorcio: 73 puntos, dificultades sexuales: 39 puntos, 
cambio de domicilio: 20 puntos). Esta escala fue validada en Estados Unidos, y ha generado una 
serie de instrumentos similares. Es muy sensible a las variaciones de los valores estresantes por 
factores socioculturales. Además, no tiene en cuenta la importancia de la interpretación 
(significación personal) de los eventos. Se han desarrollado escalas que pretenden salvar estas 
deficiencias, como las escalas de Sarason y cols (1978), la de Newcomb y cols (1981), dirigida a 
adolescentes, la de Martens (1987), dirigida a deportistas y muchas otras. La escala de F. Labrador, 
elaborada en España, recoge la importancia subjetiva que tiene cada evento para cada persona y la 
incorpora en el cómputo final (1995). 
 
Entre las principales críticas que se hacen a estas escalas están las siguientes: 
 
1) No tienen en cuenta la deseabilidad de los eventos. La mayoría de los ítems se refieren a 
eventos indeseables. 
2) Los valores otorgados a los distintos sucesos son poco significativos, al no considerar el 
hecho de que cada acontecimiento se viva de manera diferente por cada sujeto. 
3) No pueden transferirse mecánicamente a otras culturas, el valor de los ítems y el cómputo 
final puede variar en dependencia de las situaciones más habituales en cada país o región. 
4) Las escalas se contaminan con ítems de síntomas (se utiliza como predictor la misma 
variable dependiente que se quiere predecir) o utilizan la medida retrospectiva, susceptibles 
de mayor o menor olvido por la asociación con sucesos de diferente deseabilidad. 
 
Existen otras escalas para medir eventos cotidianos, como la "Daily Hasless Scale", que tiene 116 
ítems en el original y de la cual existe una variante reducida con subescalas para responsabilidades 
domésticas, economía, trabajo, problemas ambientales y sociales, mantenimiento del hogar, salud, 
vida personal y familia y amigos. La "Uplifts Scale" se dirige al mejoramiento de la vida cotidiana, 
tiene 135 ítems en el original de Kanner y cols (1981). 
 
Algunos autores (Labrador, 1995) proponen más adecuado utilizar autorregistros para obtener 
información mucho más adecuada. Este tipo de instrumento, como la que se describe a 
continuación, permite obtener no sólo la frecuencia, sino el momento en que aparecen, 
posibilitando un mejor enfrentamiento a estas situaciones (Ver figura 2). 
 
La teoría de los eventos vitales ha ido decayendo, al irse conociendo todos los factores que 
confieren carácter estresante a una situación y desarrollarse los modelos cognitivos del estrés. En su 
libro: "Stressful life events" Dohrenwend y cols (1974), exponen resultados que cuestionan la 
propia esencia de estimar el estrés rígidamente a partir de los estresores vitales. Además de algunos 
patrones personales que pueden servir como "refractores" del estrés y que después analizaremos 
con más detalle, cuatro indicadores pueden explicar la enorme variación de los datos en las 
investigaciones realizadas al efecto. Uno de ellos, como ya se dijo, es la novedad del evento, 
muchas veces no se investiga si ya los sujetos habían experimentado con anterioridad esos cambios. 
Hay que considerar aquí que la repetitividad provoca habituación, y por tanto, disminuirá el 
carácter estresante del evento. Otro es el apoyo social, que deviene importante modulador, un 
factor contenedor o "buffer" del estrés. El trae un efecto protector de las relaciones sociales, y es, 
además, un moderador en las consecuencias mismas del estrés. 
Figura 2. Ejemplo de ficha de autorregistro diario de situaciones de estrés 
 
Fecha____________________________ Día de la semana ____________________ 
 
Hora Actividad desarrollada Situación 
estresante 
Grado de 
malestar 
(0-100) 
Qué hacer para 
superarla 
Malestar 
resultante 
9 am Salgo para el trabajo en 
bus 
Voy retrasado y el 
bus se rompe 
75 Intento tomar un 
taxi 
40 
12 m Me llama el jefe a su 
despacho 
Me pide un 
informe cuyos 
datos no tengo 
80 Digo que no tengo 
los datos, con el 
riesgo de que 
piensen mal de mí 
90 
7 pm Regreso a la casa tarde Mi mujer me 
increpa por la 
tardanza 
50 Trato deexplicarle, 
pero terminando 
con ira hacia ella 
85 
 
 
La anticipación del estímulo determinará en cierta medida la percepción del grado de control sobre 
las adaptaciones necesarias para el mantenimiento de las relaciones con el medio, por lo que las 
expectativas ( predictibilidad) determinarán en cierta medida la percepción del grado de control 
sobre las adaptaciones necesarias para el mantenimiento de las relaciones con el medio. El grado 
real de control sobre el posible cambio o las repercusiones del mismo condicionan el papel 
modulador de la controlabilidad ante las situaciones estresoras: a mayor controlabilidad, menos 
impacto estresante. 
 
De este modo, la evaluación del estrés a partir de su concepción como estímulos, llámense 
situaciones o eventos vitales, deberá ser muy cautelosa y tener en cuenta todas las objeciones que 
han sido planteadas a este enfoque (Grau, 1998). 
 
Los modelos transaccionales que conciben al estrés como un proceso 
 
La forma en que el individuo interpreta una situación específica y decide enfrentarse a ella 
determina en gran medida el que dicha situación se convierta en estresante. En otras palabras, las 
cogniciones constituyen un importante mediador entre los estímulos estresores y las respuestas de 
estrés. 
 
Desde los años 60 y estimulada por el reencuentro de la Psicología Cognitiva, la importancia del 
componente experiencial ha venido ganando amplio reconocimiento en la definición e 
investigación del estrés. Existe consenso actualmente acerca de que la evaluación o valoración 
cognitiva (appraisal) que un individuo hace acerca de una situación como amenazadora va a influir 
significativamente en sus reacciones emocionales ante dicho evento (Lazarus, Folkman, 1986; 
Lazarus, 1991). El desarrollo de las concepciones del estrés como un proceso de transacción entre 
el individuo y su ambiente ganó popularidad con los estudios de Lazarus y sus colaboradores. 
 
Se pueden considerar como características básicas de cualquier modelo transaccional las siguientes 
(Bravo, Serrano-García, Bernal, 1988; Grau, Martín, Portero, 1993): 
 
1. Considera al individuo y a su entorno en una relación bidireccional, dinámica y recíproca. 
2. Implica la creación de un nuevo nivel de abstracción, en el que los elementos separados: 
individuo y entorno, se unen para formar un solo significado de relación. 
3. Considera que esta relación está en desarrollo continuo. 
 
Los conceptos básicos en el modelo transaccional propuesto inicialmente por Lazarus son los de 
evaluación o valoración y afrontamientos. Se entiende por valoración (preferimos llamarle 
“valoración” y no “evaluación”, por cuanto existen instrumentos de evaluación de la “evaluación” y 
esto pudiera crear confusiones) al proceso que determina las consecuencias que un acontecimiento 
dado provoca en el individuo. Mediante este proceso la persona evalúa las demandas de la situación 
y realiza cambios en la forma de actuar, no en función de como es la situación en sí, sino en 
función de cómo él la valora (Lazarus, Folkman, 1986). Tal valoración implica ya un 
procesamiento controlado (que puede hacerse consciente) de la información que proviene del 
medio externo e interno. Lazarus y Folkman distinguen tres tipos básicos de valoración del medio y 
sus demandas: a) irrelevante, cuando las demandas del entorno no conllevan implicaciones para la 
persona, b) benigno-positiva, cuando se evalúa las demandas del medio como favorables para 
lograr o mantener el bienestar personal, y, c) estresante, que pueden ser de tres tipos: daño o 
pérdida, amenaza y desafío. La evaluación de daño o pérdida ocurre cuando el individuo ya ha 
recibido un perjuicio (lesión, pérdida de un ser querido, etc.). En la evaluación de amenaza se 
prevén daños o pérdidas, aunque estos todavía no hayan ocurrido y pueda solucionarse o afrontarse 
anticipadamente. La evaluación del desafío implica la previsión anticipada de situaciones de daño o 
pérdida o de amenaza, con la diferencia de que la persona piensa que tiene fuerzas o habilidades 
suficientes para afrontarlas con éxito y obtener ganancias. Esto hace que la situación de desafío 
conlleve generalmente emociones placenteras (impaciencia, regocijo), mientras que la amenaza, 
suele ir acompañada de emociones corno miedo, ansiedad, hostilidad. 
 
El percibir una situación como amenazante o desafiante es determinante para el tipo de respuesta de 
la persona, y en definitiva, para el grado de estrés que se genere. Además, pueden producir 
respuestas de activación bien diferentes, que tendrán consecuencias muy distintas sobre la salud a 
mediano y largo plazo. En muchas ocasiones, la evaluación de las demandas del medio no es clara, 
y pueden mezclarse estos tipos. En esto intervienen muchos factores, como la historia personal, los 
aprendizajes y las experiencias anteriores, que pueden determinar esta valoración y también las 
respuestas del organismo. 
 
La valoración puede ser primaria y secundaria. La valoración primaria, como la que hemos 
descrito en principio, es el proceso de percibir una situación o acontecimiento como amenazante. 
La valoración secundaria es el proceso de elaboración mental de una respuesta a la amenaza 
potencial, valoración dirigida a determinar que puede hacerse frente al acontecimiento, para luego 
ejecutar esa respuesta (afrontamiento). El resultado de esta valoración secundaria está muy 
determinado por la valoración primaria, pues el hecho que la persona piense que puede controlar o 
no una situación de estrés depende directamente de las demandas percibidas en esta situación. Pero 
también está muy determinada por las conductas o habilidades para afrontar las situaciones de las 
que disponga la persona. El resultado de esta evaluación secundaria determina las conductas y las 
respuestas emocionales consecuentes. En otras palabras, la percepción de controlabilidad 
determinará en gran medida el carácter de las respuestas ulteriores: mucha gente, por ejemplo, tiene 
miedo a tomar un avión, a pesar de que conocen que las estadísticas de riesgo de accidente son 
mucho menores que en automóvil, pero en caso de transportación aérea poco o nada podrían hacer 
para evitar el accidente o disminuir sus efectos. 
 
En resumen, la evaluación primaria y secundaria convergen para determinar si la interacción entre 
una persona y su situación debe considerarse como significativa para su bienestar, si es 
básicamente amenazante (posibilidad de daño/pérdida) o de desafío (posibilidad de controlarla y 
beneficiarse de ella). En consecuencia, lo verdaderamente importante es que la persona crea que 
puede hacer algo en una situación determinada, con independencia de que en realidad pueda o no 
hacerlo. Naturalmente, si después de pensar que puede afrontar exitosamente una situación fracasa 
a la hora de intentarlo, las consecuencias serán negativas a corto plazo, y a mediano y largo plazo 
esto hará que vaya cambiando su valoración con respecto a su capacidad real para controlar dichas 
situaciones. 
 
Entre los factores que influyen en los procesos de valoración, se plantean factores personales 
(creencias, compromisos) y situacionales (novedad, incertidumbre, carácter temporal, ambigüedad 
y la cronología de los sucesos). Estos últimos han sido descritos de una u otra manera, al referimos 
a los moduladores del impacto de los eventos vitales. Los factores personales, para Lazarus, tienen 
considerable importancia. Las creencias son configuraciones cognitivas formadas individualmente 
o compartidas culturalmente, como nociones preexistentes de la realidad, que modelan el 
entendimiento de su significado. Hay dos tipos básicos de creencias: de control personal (generales 
y específicas) a las cuales nos hemos referido en forma muy general anteriormente, y existenciales. 
Los compromisos expresan lo que es importante para el individuo y deciden el carácter estresante o 
no de la situación, así como las alternativas que la persona elige para conservar sus idealesy/o 
conseguir determinados propósitos. Ellos influyen en la valoración: a) acercando o alejando al 
individuo de las situaciones que puedan desafiarle, beneficiarle o dañarle, b) determinando la 
sensibilidad del sujeto con respecto a las características de la situación, o, c) relacionándose con la 
vulnerabilidad psicológica del individuo. 
 
La otra categoría básica en el modelo transaccional de Lazarus es la de afrontamiento (coping), a 
veces mal llamada “enfrentamiento”. Los afrontamientos son aquellos esfuerzos cognitivos y 
conductuales constantemente cambiantes que se desarrollan para manejar las demandas específicas 
externas y/o internas que son evaluadas como excedentes o desbordantes de los recursos del 
individuo (Lazarus, Folkman, 1986). Aquí hay que considerar especialmente que: 
 
1) Son esfuerzos cognitivos y conductuales (no sólo conductuales). 
2) Son conjuntos de actividades adaptativas cambiantes, que implican esfuerzo; no son rasgos o 
predisposiciones estables. 
3) No se pueden equiparar con éxito adaptativo. No son a priori estrategias buenas o malas, 
eficaces o ineficaces. Afrontamiento no es dominio del entorno (éste no siempre se puede 
dominar), un afrontamiento puede ser eficaz para tolerar, minimizar, aceptar o ignorar 
determinadas situaciones estresoras y no eficaz para otras situaciones, o para otras personas, 
o para la misma persona en otro período de tiempo. 
 
Las estrategias de afrontamiento pueden ser muy variadas, incluso en una misma situación pueden 
utilizarse con éxito diferentes formas de afrontamiento, por lo que puede haber muchas estrategias 
adecuadas. Por eso, el que unas personas utilicen un tipo de estrategias de afrontamiento y otras no, 
no quiere decir que una persona actúe mejor que otra. Sólo intentan controlar la situación de 
manera distinta, probablemente porque sus recursos y habilidades son también diferentes. 
 
Existen diferentes recursos de afrontamiento: salud y energía, creencias positivas, habilidades 
sociales, recursos materiales y el apoyo social. Los factores que limitan la utilización de estos 
recursos pueden ser: personales (creencias y valores, tolerancia a la ambigüedad, miedo al 
fracaso/éxito, problemas con figuras de autoridad, estilos personales), ambientales 
(socioeconómicos y grupales) y el grado de amenaza percibida. 
 
Las investigaciones han tratado de encontrar tipologías de afrontamiento generales y específicas, 
ante el debut de las enfermedades. Las estrategias pueden agruparse en dos categorías generales, de 
acuerdo a Lazarus: a) dirigidas a hacer frente a la situación y resolverla (centradas en el problema) 
o, b) enfocadas a controlar las respuestas emocionales asociadas a la situación de estrés (centradas 
en la regulación emocional). Steptoe (1991) subclasifica unas y otras en: conductuales y cognitivas. 
En algunos casos, están especialmente indicadas las estrategias para afrontar y resolver la situación 
(incrementar el cumplimiento de prescripciones para la curación de una enfermedad). En otros 
casos, ello no es posible, y entonces las estrategias se dirigen a la regulación de las respuestas 
emocionales (por ejemplo, ante una enfermedad en estadio terminal, o ante la pérdida de un 
familiar, en donde lo necesario es regular la respuesta excesiva de estrés). En la mayoría de los 
casos se pueden utilizar ambos tipos de estrategias. 
 
Lazarus y Folkman (1986) señalan 8 formas de afrontar las situaciones de estrés: 
 
 Confrontación: acciones directas y en cierto grado agresivas para alterar la situación. 
 Distanciamiento: esfuerzos por separarse de la situación. 
 Autocontrol: esfuerzos para regular los propios sentimientos y acciones. 
 Búsqueda de apoyo social: acciones para buscar consejo, información o simpatía y 
comprensión. 
 Aceptación de la responsabilidad: reconocimiento de la responsabilidad en el problema 
 Huida-evitación de la situación estresora. 
 Planificación: esfuerzos para alterar la situación que implican una aproximación analítica a 
esta. 
 Reevaluación positiva: esfuerzos por crear un significado positivo centrándose en el 
desarrollo personal. 
 
Estos mismos autores han desarrollado un cuestionario para identificar los tipos de afrontamiento 
que habitualmente utiliza una persona en situaciones de estrés (CSQ - Coping Stress 
Questionnaire), que ha recibido adaptaciones en varios países de acuerdo a los estudios 
psicométricos realizados (Labrador, 1995). 
 
Por otra parte, se han estudiado los tipos de afrontamiento ante el debut de las enfermedades, que 
corrientemente se clasifican como: a) de negación, b) búsqueda de información, c) búsqueda de 
apoyo, d) resolución de problemas concretos, e) preparación para alternativas futuras, y, f) 
búsqueda de un significado para la enfermedad. Estos afrontamientos han sido descritos sobre el 
supuesto de que la aparición de una enfermedad más o menos seria constituye una situación vital 
estresora para el sujeto, que le obliga a procesos adaptativos (Friedman, DiMatteo, 1989; Taylor et 
al, 1988). Así, se ha intentado describir los principales afrontamientos a la enfermedad de personas 
que padecen cáncer, artritis reumatoide, dolor crónico, etc. En el siguiente cuadro (figura 3) 
aparecen resumidos algunos de los resultados de estos estudios, que se pueden encontrar referidos 
en literatura que relacione estrés con estas enfermedades (Lazarus, Folkman, 1986, Friedman, 
DiMatteo, 1989; Taylor et al, 1988; Taylor, 1993; Grau, Martín, 1993; Martín, Grau, 1994; Vera-
Villarroel, Pérez, Moreno y Allende, 2004): 
 
Figura 3: Algunos afrontamientos descritos en diferentes enfermedades 
 
ENFERMEDAD TIPOS DE APRONTAMIENTO 
Cáncer Buscar información 
Hablar con los demás sobre sus problemas emocionales 
Distraerse con otras cosas 
Encontrar algo positivo en su enfermedad 
Reducir la tensión mediante alcohol o drogas 
Buscar una explicación (sentido) a la enfermedad en el pasado 
Cumplir obsesivamente prescripciones médicas 
Prepararse para lo peor 
Autoculparse 
Mantener un espíritu de lucha 
Artritis reumatoide Reestructuración cognitiva (modificación del sentido personal del evento) 
Tendencia a la fantasía 
Expresión emocional (comunicar a otros sus emociones) 
Autoculpa 
Búsqueda de información y minimización de culpas 
Desesperanza 
Actitudes irracionales 
Pensamientos negativos y adherencia pasiva 
VIH/SIDA Conducta Activa frente a la enfermedad 
Optimismo 
Conducta evitativa 
Espíritu de Lucha 
Búsqueda de Apoyo Social 
Creencia en la suerte 
Cefaleas 
 
Afrontamientos directos dirigidos a evitar el dolor 
Afrontamientos indirectos dirigidos a aliviar el dolor 
 
Con respecto a estos afrontamientos, recordamos que no todos son eficaces para todos los 
individuos. En general, para cáncer y artritis reumatoide, por ejemplo, se ha observado que se logra 
mejor ajuste emocional con la reestructuración cognitiva, mientras que el peor ajuste se logra con el 
uso de fantasías, la expresión emocional y la autoculpa. Parece ser que la búsqueda de información 
y la minimización no están significativamente relacionadas con el bienestar emocional (Grau, 
Martín, 1993; Martín, Grau, 1994). 
 
Especial capítulo se ha dedicado al estudio de los afrontamientos ante el dolor crónico producido 
por enfermedades crónicas como las osteomioarticulares, el propio cáncer y las cefaleas. Así, se ha 
llegado a consenso de que los afrontamientos activos tienen un efecto positivo en el funcionamiento 
psíquico y físico en estos pacientes, mientras que los afrontamientos pasivos están asociados a 
menores niveles de actividad y mayor severidad del dolor, adoptando frecuentemente la forma de 
pensamientos negativos y adherencia pasiva (Martín, Grau, 1994). En general, se han descrito dos 
tipos básicos de afrontamiento en enfermos con dolor crónico en virtud del ajuste potencial de estos 
pacientes: catastrofismo y negación. En el catastrofismo hay pérdida de confianza y control, 
expectativas negativas, está caracterizado poruna hipervigilancia y ha sido invocado como 
constructo explicativo de las diferencias entre niveles de dolor y depresión en pacientes con dolor 
crónico. Este proceso de afrontamiento actúa como una retroalimentación negativa, que acentúa y 
exagera la focalización en el dolor y sus manifestaciones perturbadoras, aquí el sujeto selecciona y 
responde a estímulos infrecuentes y poco relevantes como señales potenciales de amenaza, 
disparando reacciones de estrés asociadas con aumento en la sensibilidad al dolor. La negación es 
un tipo de afrontamiento caracterizado por intentos de eludir o minimizar los riesgos y malestares 
de la enfermedad, es frecuente y relativamente protectora en eventos "incontrolables", adoptando 
diversas modalidades: autoengaño como estilo cognitivo de defensa ante estímulos amenazantes, 
defensa perceptual, tendencia a la defensión y represión como un rasgo o predisposición, etc. Cierta 
dosis es buena para el mejor enfrentamiento a eventos estresantes, como el diagnostico inicial de 
una enfermedad crónica, pero con el tiempo puede ser perjudicial. Se ha encontrado, por ejemplo, 
alta negación asociada a menor estancia en una Unidad de Cuidados Intensivos en pacientes con 
infarto agudo del miocardio, pero con los días, tal negación propiciaba una peor adaptación a la 
enfermedad e interfería con la rehabilitación. Al estudio de las estrategias de afrontamientos ante 
diferentes tipos de dolor crónico se le está prestando especial atención en los últimos años 
(Friedman, DiMattreo, 1989; Taylor, 1988; Taylor et al, 1993; Martin, Grau, 1994; Martín, 2001, 
2002; Grau, Llantá, Martín, 2003). Según la mayoría de estos autores, dedicados al estudio de los 
afrontamientos en enfermedades crónicas, los factores que intervienen en la eficacia de los 
afrontamientos son: 1) Diversidad y flexibilidad de las estrategias de cada sujeto, 3) Nivel 
intelectual y cultural en general, 3) Características personales (resistencia personal o "hardiness", 
autoestima), 4) Características propias de la enfermedad y su valoración social (afectación de la 
imagen corporal, el "estigma" de la enfermedad, el fenómeno de identidad desplegada, y, 5) el 
apoyo social. 
 
Taylor (1988) señala tres criterios que permiten evaluar la eficacia de los afrontamientos a la 
enfermedad: a) Funcionamiento bioquímico y psicofisiológico (debe mejorar con la eficacia de los 
afrontamientos), b) Rapidez con que se retorne al nivel anterior de actividad (pre-enfermedad) o a 
un ajuste funcional que permita mejor desempeño, y, c) Reducción del distrés psicológico y las 
emociones asociadas (ansiedad, depresión). La autora recomienda 8 estrategias de intervención 
para mejorar los afrontamientos a las enfermedades crónicas: 
 
• Mejor comunicación paciente-staff. 
• Involucrar al paciente en el tratamiento. 
• Tratamiento farmacológico adecuado. 
• Entrenamiento en relajación. 
• Psicoterapia adecuada (intervención en crisis, psicoterapia breve, terapia familiar, de grupo). 
• Grupos de apoyo social y autoayuda. 
• Intervenciones con la familia (informativas). 
• Programas de rehabilitación. 
 
Todos estos estudios se basan en la repercusión estresante de las enfermedades crónicas: a) 
Afectando la esfera de orientación y reorientación vocacional, b) Afectando la vida económica de 
los enfermos, c) Interfiriendo en la comunicación con los otros, d) Incidiendo en la dinámica 
familiar, al cambiar los roles y responsabilidades en la familia y aumentar el sufrimiento de los 
familiares (Taylor et al, 1988; Grau, Martín, 1993; Martín, Grau, 1994). 
 
Pero los afrontamientos ante situaciones estresoras pueden no sólo afectar el ajuste desde el ángulo 
de la enfermedad ya establecida, ellos pueden incidir en la salud y la calidad de vida de las 
personas sanas y propiciar la instalación de una enfermedad por diversos mecanismos (Friedman, 
DiMatteo, 1989): 
 
• Influyendo en las reacciones neuroquímicas al estrés, al: 
∗ dejar de prevenir o aminorar las condiciones ambientales nocivas o perjudiciales que están 
asociadas a las situaciones estresoras, 
∗ dejar de regular la perturbación emocional ante daños o emociones incontrolables, 
∗ al expresar una serie de valores, un estilo de vida y/o una conducta que es, en sí misma, 
perjudicial (por ejemplo, "ahogar las penas con alcohol"), 
• Aumentando el riesgo de morbilidad y mortalidad cuando incluye uso excesivo de sustancias 
nocivas (el propio alcohol, drogas, tabaco) o cuando llevan al individuo a actividades de riesgo 
importante (como acelerar el carro para compensar la falta de tiempo y el exceso de tareas en la 
jornada), 
• Dañando la salud al impedir conductas adaptativas relacionadas con el proceso salud-
enfermedad (por ejemplo, abandono de las prescripciones por estar centrado en afrontamientos 
dirigidos a la regulación emocional y no a la solución del problema). 
 
De este modo, el estrés es analizado en el modelo transaccional clásico de Lazarus como un 
proceso, en el que cualquier situación o estímulo estresor que sea percibido como amenaza, 
desencadena estrategias (cognitivas y emocionales) que tratan de eliminar este peligro potencial o 
regular emocionalmente el ajuste personal a este estresor (Grau, 1998). 
 
Emociones y estrés 
 
Trabajos posteriores de Lazarus (1993a, 1993b) han puesto énfasis en los aspectos emocionales en 
que se fija el estrés, destacando el valor de la regulación emocional en el proceso-salud-
enfermedad. Otros investigadores, desde posiciones diferentes o similares, (Labrador, 1995; 
Martín, Grau, Portero, 1993; Spielberger, 1966; Spielberger, Moscoso, 1996) subrayan asimismo el 
valor de los aspectos emocionales en el proceso de estrés. 
 
Desde este punto de vista el estrés puede ser definido como un proceso que incluye transacciones 
entre el individuo y su medio ambiente durante el cual los estresores están íntimamente conectados 
con reacciones emocionales a través de la percepción de amenaza, en una secuencia temporal 
simplificada como sigue (Spielberger, Moscoso, 1996): 
 
Estresor Percepción de amenaza Reacción emocional 
 
La mayoría de los expertos consideran actualmente a las emociones como estados o condiciones 
psicobiológicas complejas, cualitativamente diferentes, las cuales a la misma vez tienen 
propiedades fenomenológicas y fisiológicas (Lazarus, 1991, 1993a, 1993b; Spielberger, 1966, 
1972). La calidad e intensidad de los sentimientos experimentados durante la estimulación 
emocional parecen ser las características más peculiares e importantes en toda emoción (49). 
Diferencias en rasgos o predisposiciones de personalidad (traits), las cuales son el resultado de 
experiencias pasadas, también han sido reconocidas como estados emocionales fijadas de suma 
influencia, por cuanto permiten al individuo responder a estímulos y circunstancias similares de 
manera radicalmente diferentes (Spielberger et al, 1995; Spielberger, Moscoso, 1996). Esto fue 
reconocido muy tempranamente por Lazarus (1966). De tal modo que si una situación amenazadora 
evoca una reacción emocional, ésta va a depender de cómo tal situación es percibida e interpretada 
por el individuo y en este sentido, la reacción emocional es el resultado del proceso de evaluar 
cognitivamente el significado de lo que en ese momento está poniendo en peligro la seguridad, la 
autoestima o la estabilidad personal (Moscoso, Oblitas, 1994). Es así que Lazarus (1993b) redefine 
el estrés como una forma particular de transacción entre la persona y su medio ambiente, la cual 
consiste en tres elementos básicos: estresores, peligro y reacciones emocionales. 
 
Las reacciones emocionales primarias más frecuentes, producto de la evaluación cognitiva de 
amenaza son la ansiedad y la ira o cólera, a cuyo estudio han dedicado sus trabajos Spielberger y 
sus colaboradores por más de dos décadas (Spielberger, 1966, 1972, 1979, 1982, 1983, 1985, 1988a 
1988b; Spielberger et al, 1983, 1985, 1995; Spielberger, Krasner, Salomon, 1988;Spielberger, 
Moscoso, 1995, 1996; Spielberger, Sydeman, 1994; Crane, 1981). Un estado de ansiedad consiste 
en un sentimiento de nerviosismo, preocupación, tensión y aprensión, incluyendo excitación del 
sistema nervioso autónomo. Este estado puede variar desde una ligera aprensión hasta un temor 
intenso o pánico. De la misma manera, un estado de ira consiste de sentimientos que pueden variar 
desde una ligera irritación o fastidio hasta una rabia intensa y furia, con una excitación del sistema 
nervioso autónomo equivalente a la intensidad de estos estados. 
 
Todos nos sentimos ansiosos o iracundos de vez en cuando; sin embargo, existen diferencias entre 
individuos en cuanto a la frecuencia e intensidad al sentir estas emociones. Los rasgos de ansiedad 
y de ira (hostilidad) se refieren a las diferencias individuales en la tendencia o propensión a 
experimentar estas emociones. En consecuencia, al evaluar el estrés hay que tener en cuenta las 
interacciones e intervínculos entre estresores, valoración cognitiva, significación de amenaza, y 
además de los estados emocionales, los rasgos de personalidad o diferencias individuales. La figura 
4, tomada de Spielberger y Moscoso (1996) sobre la base de los planteamientos tempranos de 
Spielberger, en 1966, ilustra la secuencia de interacciones entre todos estos componentes y las 
posibles influencias de un elemento sobre el otro. En este modelo psicobiológico, la ansiedad juega 
un papel importante. Estos autores afirman que los individuos con niveles altos en rasgos de 
ansiedad son mucho más vulnerables a sentirse evaluados por otros debido a que tienen una pobre 
autoestima y falta de autoconfianza, y por lo tanto, mantienen un nivel de pensamiento dirigido 
hacia "temores de fracaso". 
 
En los últimos 15 años se ha realizado un gran número de estudios acerca de la expresión de la ira o 
cólera como reacción emocional dentro del proceso de estrés y sus efectos sobre la salud. También 
se ha considerado la necesidad de distinguir entre dicho sentimiento, como estado, y las diferencias 
individuales en la propensión a la ira como rasgo de la personalidad (Crane, 1981). Por otro lado, se 
ha podido demostrar que la expresión de la ira debe ser distinguida de manera conceptual y 
metodológica de la experiencia de la ira. Se ha observado que la tendencia a expresar o a contener 
la ira, son rasgos psicológicos independientes no correlacionados (Spielberger et al, 1985). Se han 
reportado sistemáticamente evidencias acerca de una fuerte asociación entre la experiencia de ira y 
la enfermedad coronaria, así como entre la supresión o contención de la ira y la presión sanguínea 
elevada (Crane, 1981; Deffenback, 1982; Spielberger, 1982). 
 
Figura 4: Interacciones entre estímulos, emociones, rasgos personales 
 
Retroalimentación sensorial y cognitiva 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Con el propósito de alcanzar un entendimiento global del componente emocional dentro del 
proceso de estrés se han desarrollado en los últimos años métodos de medición psicológica 
apropiados para distinguir entre estados cualitativamente diferentes, así como para evaluar la 
intensidad de tales estados emocionales en la medida que estos cambian dentro de un período de 
tiempo. La evaluación de las dimensiones Rasgo-Estado (Ser-Estar) se ha convertido en objetivo de 
ESTIMULO 
INTERNO 
Pensamientos, 
Sentimientos, 
Necesidades biológicas 
Sentimientos 
subjetivos de 
aprensión 
ANS. ESTADO 
Activación del 
Sist. Nerv. 
Autónomo 
MECANISMOS DE 
DEFENSA 
Procesos de ajuste 
para reducir o evitar 
estados de ansiedad 
ESTIMULO 
EXTERNO 
(Estresores) 
ANS. RASGO 
Diferencias individuales en 
propensión a la ansiedad 
EVALUACIÓN 
COGNITIVA Respuestas 
altamente 
sobreapren
didas a 
estímulos 
de 
amenazas 
Respuestas a estímulos 
evaluados como no 
amenazantes 
C 
O 
D 
U 
C 
T 
A 
numerosos trabajos que dieron lugar a los Inventarios de Ansiedad Rasgo-Estado (IDARE, del 
inglés STAI) y la Escala de la Ira Rasgo-Estado (EDIRE, en inglés STAXI) (Spielberger et al, 
1983; Spielberger, Gorsuch, Lushene, 1970, Spielberger, 1983, 1988b, 1988b), que han sido 
traducidos a varios idiomas y dialectos y demostrado fuertes propiedades psicométricas. Asimismo, 
se han elaborado nuevas formas, "más puras", como la forma Y del IDARE, y normas para 
estudiantes de educación secundaria y universitaria, empleados, militares, presos y pacientes de 
medicina general y cirugía con trastornos psíquicos, las cuales han sido ampliamente usadas en 
estudios de investigación y en la propia práctica clínica (Spielberger, 1983). La medición de la ira 
en el EDIRE ha incluido subescalas para evaluar la experiencia, la expresión y el control de estos 
estados. 
 
La evaluación de la ansiedad en sus dos dimensiones consideró como bases teóricas los supuestos 
conocidos de: señal de peligro de Freud, los conceptos de R. Cattell acerca de los rasgos y estados, 
así como los refinamientos de estos conceptos por Spielberger en las décadas del 60 y 70. Ellos han 
sido el marco de referencia conceptual sobre los cuales se ha basado el proceso de construcción del 
IDARE. 
 
En el caso de la medición de la ira, se tuvo que partir de definiciones sobre constructos bastante 
ambiguos y muchas veces contradictorios. La ira, la hostilidad y la agresión son usados 
frecuentemente en forma intercambiable y han generado numerosos procedimientos de medición de 
estos constructos, agrupados globalmente como "síndrome CHA" (54). La siguiente definición 
operacional de los componentes del síndrome CHA ha sido propuesta por Spielberger, Jacobs, 
Russell y Crane (1983, p. 160): "El concepto de ira se refiere a un estado emocional el cual consiste 
en sentimientos que varían en intensidad, desde una ligera irritación o molestia hasta furia intensa y 
rabia. A pesar de que la hostilidad usualmente incluye sentimientos de ira, este concepto lleva la 
connotación de un conjunto de actitudes complejas, las cuales motivan conductas agresivas 
dirigidas hacia la destrucción de objetos o de daño físico hacia otras personas. Mientras que la ira y 
la hostilidad se refieren a sentimientos y actitudes, el concepto de agresión, por lo general, implica 
una conducta punitiva o destructiva hacia otras personas u objetos". 
 
Aspectos conductuales y fisiológicos de la ira y una variedad de manifestaciones de hostilidad han 
sido investigados en numerosos estudios. Dos de los problemas más comunes con las actuales 
medidas de la ira y la hostilidad radican en: a) ignorar o no tomar en consideración durante la 
construcción de la prueba la distinción rasgo-estado, b) la tendencia a confundir la experiencia y la 
expresión de la ira con determinantes situacionales de las reacciones de ira. La escala EDIRE, 
análoga en cuanto a su concepción y similar en formato al IDARE fue desarrollada con el propósito 
de evaluar la intensidad de la ira como un estado emocional, así como también diferencias 
individuales en la predisposición a ella, ya como un rasgo de la personalidad (Speilberger, Jacobs, 
Russell y Crane (1983). Así, personas con altas puntuaciones en la subescala Ira-Rasgo reportaron 
experimentar ira de manera más intensa y más frecuentemente a través de un amplio rango de 
situaciones provocadoras (Deffenback, 1982). Además, estos sujetos reportaron más síntomas 
fisiológicos relacionados con la ira que los individuos con bajos niveles de Ira-Rasgo. 
 
Otro aspecto importante en el campo de la Psicología de la Salud y la Medicina Conductual ha sido 
el reconocimiento de la distinción entre la experiencia y la expresión de la ira, la cual ha sido 
ampliamente demostrada (Spielberger, 1985), La diferencia entre "ira contenida" e "ira manifiesta" 
ha sido importante para esclarecer el impacto negativo de estos estados sobre el sistema 
cardiovascular. Funkenstein y cols (1954) ya habían reportado que los sujetos inducidos en 
condiciones

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