Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Mitológica griega: Zeus y la guerra contra los titanes Carlos Sandoval Torres Sepa aquel que contra su padre o su madre levante su mano, llegará de su propio hijo el castigo merecido. Así han sentenciado los dioses de la antigua Grecia y desde el principio de los tiempos la profecía se sigue cumpliendo. Índice Parte 1 En esa lejana época Parte 2 La caída del cielo Parte 3 El reinado de Crono Parte 4 Crono se come a sus hijos Parte 5 El viaje de Zeus Parte 6 Zeus y los 3 Hecatónquiros Parte 7 La Gran Guerra Parte 8 El castigo de Atlas Parte 9 La división de los reinos Parte 10 La traición de Hera Parte 1 En esa lejana época El sol se opacó, los cielos se eclipsaron y un potente trueno retumbó en las inmortales manos del gran Zeus. Rayos y relámpagos revolotearon en torno a él advirtiendo que, una vez más, la ira divina se había desbordado en su corazón. Los gigantes, los indómitos hijos de Gea, seres invencibles que desconocían el miedo, entendieron que pronto el Olimpo volvería a alzarse en guerra; y un estremecimiento, apenas perceptible, remeció sus cuerpos enormes, más altos que las montañas más altas y mas fuerte que una horda de dragones. La gigantomaquia – o guerra contra los gigantes – estaba próxima a suceder. Y mientras la Tierra se revolvía agitaba e inquieta, en las profundidades del tenebroso Tártaro – mucho mas allá de los dominios del infernal Hades – en sombría mazmorra habitada por los dioses vencidos, un prisionero recordaba con dolor sus glorias pasadas. Se trataba de Koios, titán hermoso entre todos los de su especie y semilla de toda inteligencia. Él narraba con voz sabia los hechos de una guerra anterior, la Titanomaquia, que había terminado con los de su estirpe. Fue la guerra que enfrentó a los dioses e hizo cumplir la sentencia divina. He aquí lo que le escuchamos decir. Parte 2 La caída del cielo El supremo Crono, el más poderoso y astuto de todos los titanes, había anunciado una rápida victoria sobre los jóvenes dioses del Olimpo y nosotros no dudamos de su palabra. Sabíamos que en otro tiempo, cuando el mismo era apenas un muchacho, había logrado derrotar a nuestro tirano padre con un solo golpe de su brazo. En aquella época, la inmortal Gea, la que existía desde siempre, la vasta e informe madre y esposa de Urano – el cielo estrellado – y con él fundadora de la casta de titanes, se lamentaba por no poder dar a luz a ninguno de sus hijos pues el celoso Urano lo impedía hundiéndole en las entrañas a los niños que estaban por nacer. Pero llegó el día en que la madre se harto. Tan divina como monstruosa, Gea forjó en su corazón un metal tan blanco como las nubes y resistente como el acero; luego, mientras tallaba en él una punzante hoz de filudos dientes, ideó un plan para liberarse de la tiranía. Decidida pero al mismo tiempo afligida por lo que iba a proponer, habló con la progenie que cargaba en su interior. Hijos míos y de orgulloso padre, si están dispuestos a obedecerme, vengaremos el ultraje que se ha hecho contra nosotros. Y dado que fue Urano quien comenzó el agravio, no será esta una nueva infamia. Aunque estaban convencidos de la crueldad con la que actuaba el padre y sentían el dolor en las palabras de la madre, los titanes no se atrevían a levantar la mano en contra de él. Tras un profundo silencio, en el que pareció que nada lograría cambiar el orden establecido, la voz estentórea y fresca del más joven de ellos se alzó. Yo lo haré, madre – anuncio Crono con determinación – Y puesto que fue él quien maquinó primero acciones indignas contra nosotros, yo no sentiré ninguna preocupación por él. La terrible Gea se sintió orgullosa y abatida al mismo tiempo; pero estaba decidida. Sin perder tiempo entrego el arma al muchacho y lo mantuvo oculto entre los pliegues de su manto, pues se anunciaba la llegada de Urano trayendo con él a la oscura noche. El incauto amante se acercaba ansioso y desprevenido, extensión extendiéndose para cubrir por completo el cuerpo de su amada, y cuando ya casi reposaba sobre ella, un inflexible brazo lo contuvo, elevándolo levemente. Era Crono, quien saliendo de su escondite se había lanzado contra su padre y con un rápido movimiento de su brazo derecho le arrancaba los genitales con la hoz. De inmediato los lanzó lo mas lejos que pudo. Aunque la acción de crono fue rápida, no alcanzó a impedir que algunas gotas de sangre de Urano, se derramaran sobre el cuerpo de Gea. Algún tiempo después ella parió los hijos de esta fecundación: las vengativas Erinias, los indomables gigantes y las piadosas Melias. Los genitales del destronado titán, lanzados muy lejos de tierra firme, habían caído en el centro del mar embravecido y allí estuvieron durante mucho tiempo, flotando a la deriva en medio de una espuma blanquecina. Hija de esa espuma generadora de vida nació la bella Afrodita, la diosa regente del amor, del dulce placer y de los engaños de la pasión. Derrotado y despojado, Urano partió en obligado destierro hacia los confines más alejados del cielo. Dicen los ancianos que si desde allá arriba se soltara un yunque, este caería durante nueve noches y sus días y recién al décimo día tocaría la tierra – y, ya en la superficie del mundo, tardaría otros diez días en llegar hasta las profundidades del Tártaro. Pero, antes de iniciar la humillante retirada, el padre herido maldijo a su prole y anunció que llegaría un hijo suyo para vengarlo. Parte 3 El reinado de Crono Alerta ante la amenaza que se cernía sobre él, Crono decidió evitar la maldición del padre. Desconfiando de la fidelidad de sus propios hermanos, midió fuerzas con cada uno de ellos. Él, siendo el más joven, también era, entre todos los titanes, el más fuerte, el más veloz y el más hábil al momento del combate. Luego de vencerlos, dejó de preocuparse por ellos. Pero Gea había alumbrado otros hijos, y el nuevo señor de los titanes intuyó que era de ellos de quienes debía cuidarse. Los cíclopes, los tres hermanos de formidables cuerpos invencibles, eran muy parecidos a los demás hijos de Gea pero aquello que los diferenciaba los hacia terribles. Tenían en el centro de sus frentes un solo ojo enorme y letal cuando miraban directamente; además, disponían de armas que nadie más sabía manejar: el rayo, el trueno y el relámpago. Los tres juntos poseían una fuerza casi ilimitada. Sin dudarlo un solo instante, Crono los envió con engaños hasta las profundidades del Tártaro, el mundo de las tinieblas, y allí los mantuvo encadenados. Había todavía otros tres, aun más terribles, a los cuales llamaban hecatónquiros. Eran monstruosos seres gigantescos con cien brazos robustos a cada lado de su cuerpo y cincuenta cuellos terminados en violentas cabezas, sobre sus hombros. Mas, aunque su ánimo era salvaje e indomable, los tres eran fieles a Crono, a quien habían ayudado a sostener el cuerpo de Urano al momento de la emboscada. Eso, sin embargo, en nada sirvió para contener el divino temor. Guiado por el recelo que sentía hacia ellos, el nuevo soberano no se entretuvo en consideraciones y los envió rápidamente de regreso a la oscuridad absoluta del Tártaro, lugar de donde el propio Crono los había liberado del injusto encierro dispuesto por Urano. Decepcionados pero aún dóciles a la voluntad a del poderoso titán, los hermanos regresaron a las sombras. Por un tiempo volvió la calma al corazón del supremo, y fue el periodo en que los titanes gobernaron la tierra y se multiplicaron. Algunas uniones produjeron hijos sensatos, como la de Japeto y Asia, que dieron vida a Prometeo, el creador de los humanos. Pero otras descendencia fueron menos pacificas, como la de Gea y Ponto que dieron vida a Tifón, padre de monstruos de múltiples cabezas como Cerbero y Quimera, y a Forcis, padre de la serpiente dragón. Parte 4 Crono se come a sus hijos Todos aquellos que creen tener poder ilimitado sobre los demás, suelen cometer el mismo error: desestimar la capacidad de aquellos que ven como insignificantes. Crono, revestido de divina soberbia, solo se había permitidoesperar la venganza profetizada por su padre de manos de aquellos a los que consideraba tan fuertes como él, sin imaginar que esta podía llegar de una manera sutil y silenciosa. Cada cierto tiempo, cuando le parecía que alguno de los uránidashecatónquiros – al se llamaba a los hijos de Urano – se fortalecía lo suficiente como para hacerle competencia, de repente su animo se volvía violento y castigaba sin motivo a los que había convertido sin motivo a los que había convertido en enemigos. Sin darse cuenta, el poderoso Crono había caído víctima de la Erinias, quienes envueltas en el viento, susurraban intrigas al oído del soberano. Fue por eso cuando la inquieta Afrodita avivó en el corazón de Crono el amor apasionado por la hermosa diosa Rea, se desató, también , el más grande temor del poderoso titán: engendraría él mismo al descendiente de Urano que habría de vengar al viejo dios? Dispuesto a no permitir que esa posibilidad se cumpliera, ordenó que en cuanto saliera un hijo suyo del vientre de Rea, su amada esposa, se lo dieran a él sin demora, antes incluso de recibir el primer abrazo de la madre. En cuanto Crono tenia al recién nacido en sus manos, lo devoraba de un solo bocado. De ese modo, el atemorizado rey creía contener el surgimiento de la estirpe vengadora. La sentencia, sin embargo, empezaba a cumplirse. El que en otros tiempos había sido un valiente y justo titán, alzado en contra de la tiranía de su padre, había terminado por convertirse en un opresor tan sanguinario y cruel como aquel a quien había destronado. La bella Rea sufría pariendo hijos condenados a muerte. Cinco habían crecido en sus entrañas, para luego ser devorados por su cruel esposo. Terriblemente entristecida, esperaba el momento en que el sexto niño, que en ella se formaba, alcanzara la edad necesaria para nacer. Pero cuando ya iba a dar a luz, casi enloquecida ante la idea de perder un hijo más, suplicó a la decidida Gea y al destronado Urano que la ayudaran a salvar al niño que ya se asomaba al mundo. Los padres primigenios la escucharon y, confirmando que nada cambiaría la sentencia en contra de Crono – rey de los titanes -, ocultaron a Rea hasta que dio a luz. El niño fue recogido por la propia Gea, quien lo alimentaría y lo cuidaría hasta que llegará el momento en que este crónica debía actuar. Surcando veloz las sombras de la gran noche, la abuela cruzo el mundo con el bebé en los brazos. Lo llevo primero a Licto y luego lo ocultó en una escarpada cueva, bajo las entrañas de la tierra, en el monte Egeo. Dejando al niño a salvo y al cuidado de las ninfas, regresó. Envolvió una piedra con loa primeros pañales de recién nacido y se la llevo a Crono que esperaba impaciente. Al percibir el olor del niño, el monstruoso titán tragó entero el engaño y quedo satisfecho con la piedra arropada camino a su estómago. Fue así como el futuro padre de los dioses, el inmortal Zeus, aquel cuyo nombre contiene brillo, fue salvado de las mandíbulas del padre. Parte 5 El viaje de Zeus Mientras el niño iba creciendo, alimentado solo con miel y leche de una cabra de la ninfa Amaltea; los divinos admiradores de la diosa Rea, los Curetes, danzaban entre chocando sus escudos y haciendo retumbar la tierra para que el terrible Crono no escuchara el llanto y la risa del joven vengador. Cuando finalmente Zeus alcanzo la fuerza necesaria, no fue preciso que alguien le revelara su propósito pues el lo conocía desde el momento de su concepción. Despidiéndose de sus protectores, el futuro padre de los olímpicos salió en busca de la prudente Metía, hija de Océano y Tetis, quien conocía bastante bien de sustancia vomitivas. No fue difícil para Zeus encontrarla y convencerla de preparar un sustancia especial las incitar el vomito del poderoso Crono. Rescataremos a mis hermanos de la prisión mortal que les ha dado mi padre. Sólo estaremos haciendo justicia con ellos – le dijo Metis. Lo verdaderamente complicado para el voluptuoso joven fue contener su amor por la ninfa. Le fue suficiente mirar sus delicadas manos mezclando brebajes, sus profundos ojos color marino y su figura ondulante moviéndose con suavidad para saber que la divina Afrodita la había destinado para él. Y sucedió que los hijos de Crono no habían terminado de reunirse, cuando Zeus ya tomaba por esposa a la magnifica Metis. Tras beber la sustancia, el rey de los titanes devolvió primero la piedra que había engullido creyendo que se trataba del último de sus hijos. Zeus la recogió y la coloco en las tierras sagradas de Pitó, en la profundidades del Parnaso, para que señalara el ombligo del mundo y les recordara a los hombres la fuerza del poder divino. Uno a uno los cinco crónidas fueron recuperando el aliento de vida y reuniéndose en el monte Olimpo. Pronto, estuvieron restablecidos y todos juntos lanzaron el primer ataque contra el hogar de los titanes, el monte Otris. El poderoso Crono solo consiguió reunir a cinco de sus hermanos. Las seis titánides y Océano, el padre de Metía, habían preferido mantenerse neutrales, aunque se encontraban decididamente en contra de su autoritario hermano. Pese a tener casi el mismo número de guerreros, la diferencia entre los olímpicos y los titanes era todavía muy grande, y aun cuando los jóvenes dioses peleaban con bravura, no lograban superar en fuerza a los grandes hijos de Urano. Guiado por el consejo de la sabía Metía, Zeus se interno en las profundidades del Tártaro en busca de los uránidas a los cuales, por temor, su padre había condenado al encierro. Encontró primero a los tres cíclopes, Esteropes, Brontes y Arges, atados firmemente con cadenas forjadas en el metal divino que la inmensa Gea había concebido para liberarse de Urano. Los gigantes hermanos se encontraban silenciosos, recostados cual solitarias montañas olvidadas. Lucían abatidos y sin esperanza. Triste escena la que representaban ante lo ojos del dios. El joven Zeus intentó cortar las ataduras de los cíclopes y descargó toda su fuerza en un golpe de espada, pero el arma se quebró en mil pedazos, como si fuera de cristal. Desarmado, intento arrancar las cadenas del yugo, pero sus manos sangraron antes de intentar siquiera moverlas. La impaciencia comenzaba a invadir el ánimo del futuro padre de los dioses cuando uno de los cíclopes abrió su ojo gigantesco. Valiente Zeus, este es el acero blanco que la madre Gea fundió en su pecho y que pretendes, tan desprevenido, romper. Sólo el fuego avivado de los confines del cielo podría quebrarlo. Hablando así, Esteropes, portador del fuego celestial, extendió su potente brazo y le ofreció el rayo a Zeus, y en sus manos de este se hizo invencible. Entonces el dios alzó su nueva arma y, como si hubiera nacido con ella en la mano, la blandió con facilidad, alumbrando a su paso el tétrico escenario. El rayo golpeó las cadenas y las partió con facilidad, liberando a los 3 hermanos. Estos se levantaron pesadamente, estirándose cuan largos eran y jurando fidelidad al naciente dios del Olimpo, <<del rayo, el trueno y el relámpago>> - agregaron Brontes y Artes, los otros dos cíclopes, mientras se elevaban fuera del Tártaro. Parte 6 Zeus y los 3 Hecatónquiros Con el camino iluminado por el rayo, Zeus consiguió avanzar con mucha rapidez en su búsqueda de los otros 3 hermanos, aquellos que no deben ser nombrados pues su sola mención produce desgracias, los ingobernables, los salvajes: los Hecatónquiros. El Señor del Olimpo había oído cuchichear respecto a ellos y de su aspecto abominable, pero no conseguía imaginar como serían sus formas, aunque estaba convencido de que sabría que eran ellos en cuanto los viera. Avanzaba, así, absorto en sus pensamientos cuando de pronto un ruido, que había aparecido como un leve murmullo, se hizo más potente, invadiendo cada rincón de la desolada oscuridad. Oculto el rayo entre sus ropas para llegar sin ser descubierto y se acercó con cuidado hacia lo que parecía ser el borde de una temible catarata, desde donde millones de litros de agua caían hacia una profundidad aún mayor.El ruido era ensordecedor, y cada cierto tiempo el suelo se remecía tras una terrible explosión. El hijo de Rea se detuvo, temiendo haber llegado al final de la Tierra, y levantó el rayo esperando descubrir el monstruoso límite que nadie antes había visto, pero lo que encontró fue incluso peor. Una multitud de cabezas agolpada en un pequeño claro, advertía que eran varios cientos de gigantes reunidos en una suerte de concilio, hablando todos al mismo tiempo. De pronto, el resplandor alertó a los gigantes e hizo que los cuellos giraran hacia donde se encontraba el recién llegado. Unos rostros muy violentos y centenas de miradas salvajes quedaron al descubierto. El propio Zeus, que jamás había conocido el miedo, sintió un extraño frío a lo largo de la espalda. Pero, fue aun peor cuando los que parecían gigantescas se pusieron de pie. Solo tres pechos enormes sostenidos sobre robustas piernas ataban la monstruosa cantidad de largos cuellos y brazos recios. Entonces, Zeus lo supo, había tropezado con los que buscaba: eran los tres Hecatónquiros. La iluminada presencia del dios silenció las potentes voces, aunque ya nada tuvo que decirles pues la maternal Gea había hablado con ellos y les había anunciado que lucharían al lado de los olímpicos para devolver el orden al mundo. Una vez más, los centimanos, como también se les conoce a estos gigantes, volvieron a la superficie de la tierra, y en ella encontraron al que los había traicionado. La guerra contra los titanes había sido declarada. Parte 7 La Gran Guerra Antes de partir al Tártaro en busca de los uránidas prisioneros, Zeus había convocado a los dioses inmortales del universo y les había prometido regalos y honras para todos aquellos que lucharan a su lado contra los titanes. Por eso, al regresar con los cíclopes y los Hecatónquiros, la guerra continuaba sin descanso. Sin embargo, no había orden ni consenso en los ataques. Habían pasado los años, hasta sumar casi diez, en continua y dolorosa guerra sin que ninguno de los dos grupos mostrara supremacía. Si los olímpicos se fortalecían con la llegada de los cíclopes y los centimanos, los titanes del Otros habían crecido en fuerza creando a nuevos miembros como Japeto, que unido a Climene había concebido a Atlante y Prometeo. Es así que el resultado de la guerra no podía predecirse. Decidido a acabar con la monotonía en la que habían caído los olímpicos, Zeus los reunió para ofrecerles el néctar y la ambrosía de los dioses, los cuales inflamaron los corazones y el ánimo heroico de los guerreros. Alzado el entusiasmo de todos los que se encontraban en el Olimpo, Zeus les habló con la voz de líder y padre. Escúchenme, queridos hijos de Gea y Urano – aludiendo a los uránidas que había rescatado de la tenebrosa celda - , llevamos largos tiempo luchando unos frente a otros y ninguno consigue la victoria y el poder que venimos a buscar. Este es el momento de mostrar ante los titanes la gran fuerza que nos alienta. Alcen contra ellos sus invencibles manos y al hacerlo recuerden que fueron ellos quienes los destinaron al encierro mortal. Desde la multitud de dioses reunidos se elevó en respuesta la voz potente de Coto, uno de los tres centimanos: Divino y amado señor, cosas ya conocidas estas explicándonos. Tu sabiduría y valor rescataron a los inmortales de una maldición terrible y lograron salir de las oscuras tinieblas tras haber sufrido bajo duras cadenas. Por eso ahora, con espíritu firme y resuelta decisión, salvaremos tu poder luchando fieramente contra los titanes. Todos los que asistían al convite alabaron los discursos y quedaron con el ánimo impaciente por volver a la batalla. Ese mismo día se desató un fuerte combate, esta vez desde las cumbres del Olimpo y del Otris. La tierra y el mar se remecieron ante la furia del ataque. Briareo, Coto y Giges – los tres Hecatónquiros – tensando los músculos de sus centenares de brazos, lanzaron gigantescas rocas que golpearon como pesada lluvia contra las fortificaciones de los titanes. Desde el Otros, Crono y sus guerreros intentaron repeler al ataque con similar potencia, pero, al tener cada uno de ellos tan solo dos brazos, la respuesta fue mucho menor. Brontes, Esteroles y Arges se unieron al acoso azotando las nubes con latigazos de fuego que retumbaron por todos los rincones. Una resplandeciente telaraña envolvió el cielo, iluminándolo y soltando de cuando en cuando lenguas de fuego mortales. El bravo Océano, que se había mantenido al margen de la contienda, no pudo refrenar el alboroto de las aguas marinas; ni Gea, calmar el estruendo en la tierra. El cielo se agitó y lanzó un doliente lamento. El inmenso Olimpo vibró desde su base ante el ímpetu de los inmortales y los ecos del combate llegaron hasta las infinitas profundidades del Tártaro que retumbó, alzando hasta el cielo las voces de los condenados, por primera vez. Zeus ya no quiso contener sus fuerzas ni la furia que nacía de sus entrañas y mostró su temperamento tan feroz y violento como llegaba a ser. Armado con los dones que había recibido de loa cíclopes, avanzó lanzando interminables rayos contra sus enemigos. Sus potentes manos brillaban por los truenos y relámpagos atrapados entre sus dedos. Pronto el fuego divino había cubierto toda la tierra y el mar. Una nutrida humareda se elevaba acorralando a los titanes. Y aunque los hijos de Urano eran fuertes, no podían evitar enceguecerse ante el resplandor del relámpago y los rayos del poderoso Zeus El calor y la confusión se apoderaron de cada centímetro terrestre; el caos inicial pareció imponerse nuevamente sobre todo lo que había sido creado. Gea – la madre Tierra – y Urano – el cielo estrellado – volvieron a encontrarse en el combate. Ella cayó abatida y él se desplomó desde lo alto sobre ella; y la descomunal explosión provocó el choque de los dioses primordiales. Los vientos se revolvieron cargando oleadas de polvo que cubrían dulcemente a los mortales caídos en batalla. Un nuevo y letal ataque de los centimanos cubrió a los titanes con miles de gigantescas piedras, empujándolos lenta e inevitablemente hacia el odioso Tártaro, en donde la tenebrosa oscuridad los aguardaba ansiosa por enceguecer sus ojos y encadenarlos a ella con invisibles ataduras. De pronto, el silencio. Los últimos silbidos del viento se perdieron en las aquietadas olas, y ya nada se escuchó. La victoria de los olímpicos sobre los titanes había sido sellada. Parte 8 castigo de Atlas Sucedió que terminada la titanomaquia, la gran guerra entre los dioses y los titanes, el orden había sido tan revuelto que el caos primordial amenazaba con volver a extenderse. Gea, la gigantesca madre inmortal, yacía desfalleciente y temblorosa, mientras la amenaza de quedar sepultada bajo el cuerpo de Urano pendía sobre ella. El gran cielo estrellado había sido herido por la potencia del ataque de ambos bandos y se sostenía apenas con un mínimo de fuerza. A pesar de la victoria, aún no era tiempo de celebrar para los olímpicos. Sabían que era necesario evitar el retorno al desorden primordial que había existido al inicio de los tiempos. Zeus evaluó detenidamente los recursos de los que disponía – que no eran muchos – y convocó de inmediato a Atlante, de la estirpe de los titanes. El había luchado, desde el inicio de la guerra, al lado de su padre, entre las tropas del destronado Crono. Hay quienes dicen debido a su descomunal fuerza, incluso mayor a la de los demás titanes, este lo colocó a la cabeza de sus hombres. Atlante sería el primero en recibir su castigo. Atlas – así lo llamaban los dioses olímpicos – has luchado con valor, pero del lado equivocado. La potencia de tus brazos es grandemente reconocida y muchos de nuestro muertos lo están debido a ella. Sea tu labor, desde hoy y hasta el final de los tiempos, sostener en tus hombros el cuerpo del debilitado Urano y evitar la desgracia de verlo desplomarse sobre la madre Gea. Sin pronunciar palabra, Atlas fue conducido hasta el jardín de las Hespérides y muy cerca de allí, en un lugar que debemantenerse desconocido para los humanos, se colocó a Urano sobre el cuerpo del titán. No necesitó cadenas que lo ataran pues el peso de su carga era tal que sus pies se hundieron hasta los tobillos en tierra firme. De ese modo contuvo Zeus el peligro latente contra Gea. Sólo una vez, el condenado abandonó su carga por unos minutos. Ocurrió cuando Hércules – el bravo guerrero, hijo de Zeus y la princesa Alcmena de Micenas – fue en busca de la mágicas manzanas del jardín de las Hespérides. Una maldición las hacia inalcanzables para todo aquel que no fuera divino por padre y madre. Hércules se ofreció a sostener la carga de Atlas mientras este cogía la fruta que él buscaba; a lo que el titán accedió gustoso. Cuando Atlas regresó, se ofreció a transportar él mismo la cosecha si el héroe lo esperaba sosteniendo a Urano. Heracles que además de fuerte era astuto, simuló aceptar la propuesta y solo pidió que le permitiera buscar algo que sirviera de almohadilla para sus hombros. Así, Atlas volvió a su lugar mientras Heracles, sin perder tiempo se alejaba del jardín llevándose las manzanas mágicas. Algún tiempo después, un nuevo visitante lo libero parcialmente de su condena. El joven Perseo, hijo de Zeus y la princesa Danae de Argos, quien regresaba a sus tierras luego de cortarle la cabeza s Medusa, la temible Gorgona, encontró que Atlas, agotado bajo el peso de Urano, había hincado una rodilla en la tierra y amenazaba con dejar caer su carga. De inmediato, el héroe extrajo la cabeza de Medusa del zurrón en donde la transportaba y, mostrándosela a Atlas, lo transformo en piedra. Así, convertido en montaña, el titán continúa cumpliendo su condena hasta estos días. Parte 9 La división de los reinos Cuando la amenaza contra el orden natural quedo anulada y la Tierra se restableció por completo, los olímpicos encontraron que había llegado el momento de establecer su propio orden. Entre los jóvenes dioses hubo consenso en que Zeus fuera reconocido como el primero entre ellos, pues había sido él quien organizó el rescate de lis hermanos y luego lideró a los dioses en la guerra que acababan de ganar. Zeus, dijeron todos, merecía ser llamado padre en reemplazo del tirano Crono. Luego vino el reparto de los dominios. Por sorteo, le correspondió a Zeus el cielo; a Poseidón, el mar y el poder de Hades quedo el mundo subterráneo. Al conocer sus territorios, el impetuoso Poseidón se despidió con prisa de sus hermanos y se hundió en las aguas embravecidas hasta alcanzar lis límites del Tártaro, allí donde se abría la única posibilidad de salida para los vencidos titanes. Con ayuda de Briareo, el hecatónquiro que había desatado durante el combate por su descomunal fuerza, Zeus construyo una muralla, que luego se extendió en torno a todo el Tártaro, y le instaló una pesada puerta de bronce para que nadie pudiera entrar y mucho menos salir sin ser detenido. Cuando hubieron terminado el trabajo, el dios de los mares premio a Briareo ofreciéndole como esposa a una de sus hijas. Los Hecatónquiros, que debido a la traición de Crono detestaban a los titanes, pidieron convertirse en los custodios de la puerta, y se instalaron en los alrededores del Tártaro. Desde entonces, son muchos los que han entrado en sus dominios pero pocos, verdaderamente muy pocos, los que han conseguido salir. Acabada la guerra, parecía que se instalaría la calma en el mundo. Pero las terribles Erinias tenían todavía una venganza por ejecutar: la inmensa Gea, promotora de la destrucción de Urano, debía ser castigada. Alentada por la voluptuosa Afrodita, la madre inmortal se unió a Tártaro, regente de las profundidades y autor de la tenebrosa prisión. De ese amor nació Tifón, un dios de fuerza incomparable y pies más veloces que el propio viento. Su cuerpo de dragón se expandía y sobre los hombros soportando cien cuellos terminados en cabeza de serpiente, debajo de cuyas cejas ardían llamaradas de fuego en lugar de ojos y en cuyas bocas chicoteaban lenguas oscuras que articulaban sonidos terribles. El hijo más reciente de Gea, desde muy joven, era imbatible y violento. Fatídica suerte hubiera corrido la era de los olímpicos, si el astuto Zeus no descubría a tiempo las intenciones de Tifón, el oscuro dios. El padre de los dioses saltó del Olimpo descargando sus armas contra el monstruoso hijo de Gea. Rayos, truenos y relámpagos golpearon sobre cada una de las cabezas que se estiraban intentando atrapar entre sus fauces al amo de los cielos. La tierra se sacudía y el Hades temblaba ante el espantoso combate hasta que una a una las cabezas cayeron calcinadas. Ciego pero aún impetuoso, Tifón siguió latigueando la tierra; hasta que, por fin, cayo fulminado. Otra vez llego la calma. Parte 10 La traición de Hera Desde el principio de su era, Zeus compartía el lecho con la hermosa Metis, hasta que llegado el tiempo de paz, la diosa quedo embarazada. Pero la sentencia del viejo Urano seguía vigente, y pendía con similar validez sobre el padre de los dioses, por lo que, implacable, Zeus engulló por completo a su mujer, evitando de ese modo que un hijo naciera de ella Cuando llegó e momento en que el niño debía nacer, Zeus le pidió a Prometeo, cuidador del fuego sagrado, que le hiciera un corte en la frente para que la criatura pudiera nacer. Fue entonces que surgió por la abertura la diosa Atenea, completamente armada y emitiendo un potente grito de guerra. Dicen que cuando la guerrera era aún mas joven, la celosa segunda esposa de Zeus, la crónida Hera, la convenció de sumarse a la conspiración que había tramado contra el señor del olimpo. Cansada de las infidelidades de su marido, quien era capaz de transformarse en buey, lluvia o lo que fuera con el propósito de poseer a toda aquella que la inquieta Afrodita lo empujara a amar; la terrible Hera convenció a Poseidón y varios olímpicos, incluso a la propia Atenea, de sublevarse cintra Zeus y arrojarlo del Olimpo. Verá tenía sometido a su marido, y casi había conseguido su propósito de destronarlo, cuando el fiel Briareo emergió de las profundidades del Tártaro para proteger a Zeus. Enfrentando a su propio suegro, desató en un instante a Zeus y golpeando la tierra con sus poderosos puños hizo temer a los revoltosos, los que terminaron por huir. Nada sencilla ha sido la existencia de Zeus. Algunos creen que la profecía de los dioses debió cumplirse con el nacimiento de Tifón; otros suponen que en realidad la vengadora no era otra que la propia diosa Verá o tal vez Poseidón, hijos de Urano. Hay quienes aseguran que la guerrera Atenea estaba predestinada a vengar a su divino ancestro, pero que al haber nacido de la cabeza de su padre, el poderoso Zeus, su destino fue truncado. Esto fue lo que escuchamos de boca del sabio titán Koios. Ahora la tierra se agita otra vez. Los olímpicos se preparan para una nueva guerra y los espíritus de las profundidades murmuran confusos presagios. Dicen que Atenea se reconcilio con su padre y se alista para pelear a su lado. Pero, la profecía de los antiguos dioses está aún por llegar. Mitología Nórdica Thor Y el gigante Skrymir Carlos Sandoval Torres Thor, dios del trueno, fue el señor más venerado y querido en los pueblos de la antigua Europa del Norte. Los hombres lo admiraban porque les él les daba protección y les aseguraba bienestar. Con su divino martillo y su carro mágico recorría los sitios mas lejanos impartiendo justicia y enfrentando a todo aquel desdichado que osara desafiar su poder. Índice 1 Parte 1 El enano Alviss Parte 2 Los nombres de la tierra Parte 3 Los caballos mágicos Parte 4 El viaje de Thor y sus nuevos colegas Parte 5 El gigante Skrymir Parte 6 El reino de Utgard Parte 7 La ira de Thor Parte 8 Un terrible futuro Parte 1 El enano Alviss Odín fue el señor más noble y antiguo de Asgard, el mundo de los dioses nórdicos. Mandaba sobre todas las cosas y a pesar de que los otros señores divinos eran también poderosos, lo respetaban a él, como los hijos a su padre. Mientras permanecíasentado en su trono observaba el cielo y la tierra. Odín y Jord, dieron vida a Thor, el dios del trueno, quien era el más fuerte entre los dioses y mortales. Thor poseía en Asgard un reino llamado Thrudheim y un magnífico palacio llamado Bilskirnir. En su interior habían 540 aposentos, se trataba de la casa más ostentosa que nunca antes habían construido los hombres. Las tormentas se producían cuando Thor recorría los cielos con su carro. El símbolo de su increíble poder era Mjolnir, su martillo de guerra arrojadizo. Esta portentosa arma poseía un mango corto, podía menguar de tamaño y el héroe solía esconderla bajo sus ropas. Mjolnir fue fabricado por los enanos del reino de Nidavellir por orden de Odín. Los nombres de los herreros enanos era Eitri, Brok y Buri. Para alzar su pesado martillo, el dios usaba un cinturón que aumentaba su fuerza y unos guantes de hierro, también fabricados por los enanos. Con estos guantes, el mango de su arma nunca se le escapaba de las manos. Nada era imposible para un dios valeroso si en sus faenas era secundado por los hombrecitos feos que, sin embargo estaban adornados con muchas cualidades: poseían una gran sabiduría, adivinaban el futuro, se hacían invisibles y adoptaban distintas formas. También gozaban de una larga vida si no se exponían a la luz del sol; pero si esto ocurría, los desdichados enanos se convertían en roca. Una noche, un enano llamado Alviss, proveniente de otro reino, tuvo la gran osadía de presentarse en Bilskirnir para, en ausencia de Thor por estar en una guerra, pedir la mano de Thrud, su bella hija. Sus sirvientes se la concedieron porque el enano era muy influyente. - La hermosa Thrud hoy irá a mi morada y se sentará a mi mesa? -decía el enano mientras danzaba – La boda parecerá apresurada, pero no parare hasta llegar a casa! Parte 2 Los nombres de la tierra - Quién eres? – rugió Thor, llegando a Bilskirnir – Y por que tienes la nariz pálida?, acaso has dormido entre los muertos? Tú… Vas a casarte con Thrud…? Si eres un enano! No le convienes como esposo! - Me llamo Alviss y vivo bajo la tierra. Sí, mi casa se encuentra bajo una piedra, por eso estoy tan pálido… Vine a visitar al señor de Bilskirnir, lo conoces? – preguntó con sorna, al ver las ropas ajadas del recién llegado – Que nadie rompa el voto del matrimonio! - Yo puedo romperlo. Soy el padre de Thrud y ella se atiene a lo que yo le digo. Solo yo puedo hacer el voto! Alviss lo miró con desprecio. No podía creer que aquel hombre maltratado por los viajes fuera Thor. Por eso le increpó: - Quién eres, vagabundo?, y cómo se llama tu padre? - Me llamo Vingthor y Odín es mi padre. Sin mi consentimiento no puedes llevarte a la doncella, y mucho menos desposarla! – el dios sacó a Mjolnir de entre sus ropas. El astuto enano se apresuró a traer un costal lleno de onzas de plata. Las hizo brillar frente al guerrero y le habló: - Dame tu bendición de inmediato! Amo a Thrud! No quiero perderla! Thor llamó a unos sirvientes y les mandó traer varios barriles de cerveza clara. - No te negaré el amor de mi hija. Famosa es la sabiduría y la habilidad artística de los enanos! Pero antes, debes responder algunas preguntas sobre los nueve mundos. Si lo haces, obtendrás a la pequeña. El enano consistió, porque sentía que tenía un puñado de suerte. - Dime, Alviss, pues parece que sabes los destinos de todos, que nombres recibe la Tierra en los mundos nórdicos? – y Thor se sentó a tomar cerveza en un cuerno. Comenzó el enano motivado por el amor. - Ilustre príncipe: Tierra, dicen los hombres; campo, los dioses; camino, los vanir; siempre verde, los gigantes; fértil, los elfos; y los enanos, arcilla. Thor aplaudió y le alcanzó el cuerno rebosante de cerveza al enano. Y continuó: - Dime, gnomo, pues parece que sabes los destinos de todos, qué nombres recibe el cielo en los nueve mundos? El enano se tapó con su piel de castor, pues sentía frío, y respondió: - Cielo dicen los hombres; los dioses, luz celeste; horno de vientos, los vanir; mundo superior, los gigantes; techo hermoso, los elfos; sala de lluvias, los enanos. El pobre novio estaba son resuello. Thor no se dio por vencido y continuó: - Responde, Alviss, pues parece que sabes los destino de todos, qué nombres recibe la luna en los nueves mundos? – y el dios término con el primer barril de cerveza. El enano se molesto mucho, pero habló tranquilamente, como era su costumbre en los momentos difíciles: - Luna, dicen los hombres; los dioses, rojiza; los muertos, rueda girante; rápida, los gigantes; brillo los gnomos; los elfos, cómputo de años. El príncipe de los dioses brindó por su futuro yerno y preguntó además por los nombres que tenían el sol, la nube, el viento, el mar, el fuego, el bosque, la cebada y la cerveza en los nueve mundos. El enano respondió eficientemente a todo, pero estaba tan ilusionado que no pudo advertir como el manto oscuro de la noche iba desapareciendo para dejar paso a la luz diurna. Los primeros rayos del sol fueron endureciendo sus piececitos y su joroba se fue transformando en roca, pero el dios no le dio ni un segundo para respirar. Estaba en juego el futuro de su querida hija. Hasta que, por fin, el enano quedó convertido completamente en piedra a causa de los rayos del sol que cayeron totalmente sobre él. Thor recogió la piel de castor de Alviss, qué había caído al suelo, y se la llevo como recuerdo a su hija, mientras decía, sonriendo. - Nunca había visto tanta ciencia reunida en un solo pecho! Parte 3 Los caballos mágicos A Thor le gustaba mucho caminar por los bosques llenos de robles o vadear los ríos a pie, solía también viajar en su carroza, que era tirada por una mágica pareja de machos cabríos. Ellos se llamaban Tanngrisni y Tanngnost. Si, luego de una batalla el dios perdía el vigor y sentía hambre, podía cocinar a ambos animales. Un día, Thor suizo ir a Jotunheim, a combatir con los gigantes de escarcha y hielo. Subió a su carro, tirado por los machos cabríos, y lo acompañó Loki, el dios de la suerte y la magia. Al atardecer, llegaron a la casa de un granjero, donde les dieron albergue. Aquel granjero tenía una esposa y dos hijos muy jóvenes llamados Thialfi y Roskva. Por la noche, Thor sacrificó a Tanngrisni y Tanngnost, los despellejó y los cocino en un caldero. Cuando la carne estuvo lista, Thor compartió la comida con sus nuevos amigos, pero les hizo una advertencia: - Pueden comer cuanto quieran, pero no quiebren ninguno de los huesos. - Alabado sea el gran Thor! – exclamó el anciano granjero - Hacía mucho que no teníamos una comida tan estupenda. Los jóvenes Thialfi y Roskva, cansados de comer menestras, fueron los que más disfrutaron del banquete. Thialfi estaba tan emocionado, que olvidando la advertencia de Thor, tomó el fémur de una de las cabras y con la ayuda de su cuchillo lo partió hasta la médula. La piel de los animales se estaba secando en el fuego. Cuando terminó la comida, Thor les pidió a sus amigos que echaran todos los huesos sobre la piel. Al día siguiente, luego de haber descansado en la casa del granjero, Thor se levanto de la cama, se vistió con sus pieles, se puso su cinturón mágico y tomó su martillo y sus guantes de hierro. Fue a la cocina del granjero, alzó a Mjolnir sobre su cabeza y consagró los huesos de las cabras. Aparecieron estas ante su vista, pero una de ellas cojeaba. Enseguida el dios se dio cuenta de que el animalito tenía roto un fémur. - Estaban prohibidos a quebrar los huesos! – exclamó Thor, despertando a la familia – Por qué no obedecieron? La familia vio con terror como el dios dejaba caer las pestañas sobre los ojos. Cuando Thor hacía eso, parecía que quería matar solo con la mirada. Ayudado por sus guantes de hierro, Thor tomó Mjolnir y los nudillos de sus manos empalidecieron. Los granjeros gritaron pidiendo paz, le ofrecieron todo cuanto tenían. - ¡Sólo les perdonaré si me dan a sus hijos en compensación! – gritó Thor, respirando profundamente.- Llévatelos – dijo el anciano padre. Serán tus siervos hasta el fin de sus días. Parte 4 El viaje de Thor y sus nuevos colegas Thor, Loki, Thialfi y Roskva dejaron a los cabríos en la granja y salieron en busca de la tierra de los gigantes. Caminaron hacia el este y cruzaron un mar profundo a bordo de una nave larga, cuya proa se hallaba adornada por una figura de dragón esculpida en madera. Desembarcaron en una tierra desconocida, cubierta por bosques. Caminaron hasta que el sol se oculto; Thialfi abría la marcha porque era el más rápido del grupo. Llevaba la bolsa de Thor, que no tenía gran cosa. Encontraron una cabaña muy espaciosa cuya entrada era bastante ancha y se quedaron a dormir ahí, pero a medianoche los despertó un terremoto. - ¡Por aquí, rápido! – decía el hijo de Odín, mientras guiaba a sus compañeros a la salida. - Cuando la tierra dejó de temblar y la cabaña, de estremecerse, el dios escogió una habitación situada a na derecha del edificio , ahí durmieron sus amigos. Él se quedo a dormir en la puerta, sin soltar su martillo, si tuviera que defenderse de una criatura maligna, pues se podían oír gruñidos que venían de la floresta. A la mañana siguiente, lleno de curiosidad, el dios salió a explorar la zona y vio, cerca de la cabaña, a un gigante echado en la hierba del bosque. Dormía y roncaba con fuerza, por lo que Thor se explicó el porque de los gruñidos que escucho durante la noche. Sin darle tiempo a que los ataque, se abrochó el cinturón y su fuerza divina se duplicó, alzó su martillo dispuesto a acabar con el gigante, pero este se levantó de un salto. Era tan grande que Thor, por primera vez, dudó antes de utilizar su martillo. - ¿Cuál es tu nombre? – le preguntó Thor, pestañeando por la sorpresa. - Skrymir, pero nadie necesita preguntar el tuyo. - Solo hace falta ver tus cabellos y tu barba rojiza para saber que eres el dios Thor. Veo que te haz metido en mi guante – río el gigante, levantando lo que ellos habían tomado por una cabaña. De hecho, Thor había dormido dentro del pulgar del guante. Loki, Thialfi y Roskva salieron volando de la prenda de Skrymir. - ¿Te agradaría que caminemos juntos? – preguntó el gigante y Thor aceptó. Hicieron un alto para almorzar y el gigante abrió su bolsa, llena de carne, pescado salado, huevos de aves marinas y cerveza. Thor compartió lo poco que tenía en su bolsa con sus amigos, que miraban sorprendidos de como se alimentaba el gigante. Roskva creyó conveniente guardar un poco de comida para la noche. - Lo mejor será que buscamos nuestras previsiones - dijo Skrymir, echando una mirada a la bolsa de Thor. El dios aceptó y el gigante metió toda la comida en su bolsa, se la echó a la espalda y comenzó a caminar delante del grupo a grandes zancadas. Por más que Thor y sus amigos hicieron esfuerzos no podía alcanzarlo y caminar a su lado. Parte 5 El gigante Skrymir Cayeron las tinieblas de la noche y Skrymir buscó albergue para todos bajo un roble. - Veo que vienen muy cansados. Vamos a dormir bajo la rama de este roble. Les aseguro que es el más grande de todo el bosque. Yo ya tengo mucho sueño, pero ustedes tomen la bolsa de provisiones y coman lo que quieran. Ahí la tienen – y Skrymir se echó a dormir sobre los tréboles del bosque. A los segundos ya roncaba con una fuerza inusitada sobre unas pieles de marta. El hijo de Odín, que siempre se había distinguido por su hambre voraz, cogió la bolsa de gigante y trato desatar el nudo, en vano. Loki intento también aflojar las correas, deshacer los nudos, pero se rindió, sin poder creer que la fuerza le fuera adversa. - ¡Ahora verás! – le gritó Thor al gigante y cogiendo en Mjolnir, lo estrelló contra la cabeza de Skrymir poniendo en ello toda su energía. - ¿Qué ocurre? – preguntó el gigante, despertándose – Creo que me cayó encima una hoja de roble! Pero, Thor, qué haces ahí parado? ¿Ya comieron? ¿Todavía no tienen sueño? - Claro que sí. Justo íbamos a acostarnos - dijo el dios, ocultándole que no habían tenido la fuerza suficiente para abrir el bolso. Si el gigante se daba cuenta de que su compañeros de viaje eran unos débiles, quizás los tomaría prisioneros o los devoraría en medio de los musgos. Thor decidió matar Skrymir. Así podría quedarse también con la bolsa de comida y no perecería en ese extraño y enorme bosque. Loki decidió que sus amigos permanecieran bajo las ramas de otro roble, no fuera aplastarlos el gigante mientras dormía. Cuando la negra noche era muy densa, Skrymir roncaba con tal ímpetu que los arboles del lugar temblaban. Thor se le acercó sin hacer ruido, blandió su martillo y lo hundió con fuerza en la nuca del durmiente. - ¿Qué pasa? – dijo el gigante, abriendo los ojos - Pero, que haces ahí, querido Thor? Pareciera que una bellota del roble me ha golpeado en la cabeza! - A mi también me acaba de despertar una bellota que ha caído del árbol – contestó Thor, retrocediendo – Pero aún es medianoche. Volvamos dormir! – y dijo para sí: Si tengo otra oportunidad de golpearte, no volverás a ver al sol brillante. Thor permanecía despierto y vigilante, hasta que, poco antes del amanecer, escuchó de nuevo los ronquidos del gigante. Se encaminó hacia el roble bajo el cual este dormía y le asestó tal golpe en una de las sienes, que el martillo se hundió hasta el mismísimo mango. - Pero que ocurre ahora! – exclamó Skrymir, frotándose la sien – Pero sigues despierto, amigo Thor? Parece que hay pájaros en ese roble! Me acaba de caer en la sien una de las ramitas. Veo que será mejor que me levante y me vista. Estamos cerca de una ciudad llamada Utgard. Les he oído murmurar a ustedes que yo soy el hombre más alto que han visto. Pues esperen entonces a entrar en Utgard! Ahí hay un rey llamado Utgarda- Loki. Les aconsejo que no se atrevan a desafiar a sus cortesanos. No aguantaran bromistas de enanos como ustedes. Si saben lo que les conviene, regresen a Asgard. Pero si con todo quieren conocer Utgard, deben seguir caminando hacia el este. Yo me iré hacia las montañas del norte, adiós! – y el gigante se echó al hombro la bolsa del bosque, dejando mudos a los dioses. - Ojalá y te pierdas! –murmuró Loki. Parte 6 El reino de Utgard Continuaron caminando hacia el este, con la esperanza de hallar la ciudad de Utgard. Thor no sentía miedo alguno, debía lograr que sus compañeros comieran algún alimento, así que dependían de la hospitalidad del rey que gobernaba esa ciudad. Al mediodía, cuando los rayos del sol eran más potentes, hallaron por fin una fortaleza sobre una colina. Era tan alta que tuvieron que echar la cabeza hacia atrás para terminar de verla. Thor trató de abrir la verja de la entrada, sin ningún resultado. Loki se sumó a los esfuerzos de su amigo, pero ni con la ayuda de los sirvientes lograron abrir la verja. A Thor se le ocurrió que tal vez con un poco de astucia y agilidad podrían pasar entre los barrotes de la puerta. Y así lo hicieron. Ingresaron a una amplia sala, donde encontraron al rey compartiendo con su corte, compuesta por amigos que lo acompañaban en sus viajes, en las batallas y también en los tiempos de paz. La corte se hallaba repartida en dos bancos altos pegados a los muros. Thor le habló al rey desde el pasillo formado por ambos bancos, pero Utgarda Loki pretendía estar muy ocupado y tardó en mirarlo. Cuando al fin lo hizo, le mostró una sonrisa burlona. - Bienvenidos! Aunque ya es algo tarde para que nos narren sus aventuras. Acércate, muchacho, acaso no eres tú el famoso Thor, hijo de Odín? No creí que fueras así de enano. Al menos tú o tus compañeros sabrán dominar algún ejercicio o tendrás alguna destreza. En mi corte no faltará quien pueda hacerles frente. Loki olvidando los consejos que les dio el gigante Skrymir, se adelanto empujado por el hambre y dijo: - Yo práctico un ejercicio muy edificante: apuesto a que ninguno de los de aquí presentes puede comer mas rápido que yo!- Retar al rey Utgard! – susurró Thor, si dejar de sonreír – Loki, Loki…! No por nada te llaman la desdicha de los dioses y de los hombres! - Eres más astuto que cualquiera de nosotros! - Dijo el rey, mirando a Loki con interés-. Pero no faltará en mi corte quien te haga frente – y llamó a un hombre hermoso, se cabello rojo, conocido como Logi, quien además tenía una mirada feroz. - Vamos – dijo a sus sirvientes – pongan un tablón en el pasillo y llénenlo de carne. Que Loki y Lógica se sienten en loa extremos del tablón. Veremos quién come más. El caprichoso Loki y su contrincante se ubicaron en sus puestos y se dio inicio a la competencia. Cada uno comió lo más rápido que pudo y ambos se encontraron en el mismo centro del tablón. Loki había comido la carne e incluso los huesos. Logi no se conformo con devorar la carne: comió también los huesos, la vajilla y parte del tablón. La asamblea concluyó que Logi había ganado. - Tengo curiosidad por ver lo que sabes hacer tú, jovenzuelo – dijo el rey, mirando a Thialfi. - Yo, su Majestad, no seré rápido comiendo, pero sí que lo soy corriendo. Se lo demostraré si así lo desea! Si gano, vuestros sirvientes dispondrán un banquete para mis amigos. Thialfi quería congraciarse con Thor, pues por su culpa no podía disponer de sus machos cabríos. - Muy hábil debes ser cuando me pides eso, intrépido Thialfi. Me va a dar mucho gusto complacerte- el rey se levanto de su banco y fue a la pista de carreras que había cerca de la fortaleza, en un campo llano. Designó a uno de sus mozos llamado Hugi para que compita con Thialfi. El mozo poseía una piel blanca, casi transparente, y una cabellera larga y negra. Sonrió a Thor como si lo conociera. - Prepárense para la primera carrera! – exclamó el rey Utgarda. Cuando dio la señal, ambos jóvenes salieron tan rápido que levantaron una corriente de aire a su paso. Sin embargo, el animoso Thialfi no había podido comer desde hacía muchas horas y empezó a dar señales de cansancio. Así, cuando Hugi ya estaba vuelta, él aún estaba en el extremo de la pista. - Corre, Thialfi! – exclamaba Utgard, medio en serio, medio en broma-. Mira que te espera un gran banquete con salmón, bacalao y cerveza. Tienes que esforzarte! En verdad he visto hombres mucho más ágiles que han visitado mi corte… Entonces empezó la segunda carrera y Hugi, cuando ya estaba de regreso al punto de partida, saco gran ventaja. Había una distancia de un tiro de flecha entre él y el joven granjero. - Eres un gran corredor, Thialfi, pero no creo que ganes la última carrera, pobre niño. Con todo, ya estás listo? – dijo el rey. Se dio la tercera carrera y cuando Hugi, el joven de cabello azabache, con pies y brazos tan rápidos como alas, estaba ya de vuelta, el brioso Thialfi no había recorrido aún ni la mitad de la pista. Todos estuvieron de acuerdo: el mozo del rey había ganado la competencia. - Por ahora, el bacalao, el salmón y la cerveza se quedarán en mi bodega – dijo Utgarda. Roskva corrió a auxiliar a su hermano – Pero, querido Thor, todavía no me has dicho cuál es tu especialidad. Mira que tienes una reputación magnífica. No la Arruines. - Utgard, no hay quién pueda hacer frente cuando de beber se trata. Elige a quien quieras, yo lo venceré – dijo Thor. El rey sonrió e ingreso a su fortaleza seguido por todos. Llamó a uno de sus sirvientes, quien le trajo un cuerno lleno de vino. A Thor no le pareció muy grande pero sí bastante largo. - Te pondré a prueba con este cuerno. Mi corte y yo creemos que un buen bebedor lo termina de un trabajo. Uno regular necesita dos tragos. Y no hay bebedor tan malo que no pueda terminarlo con tres tragos! Thor llevaba una sed enorme e inclinó con mucha satisfacción el cuerno y dio un gran trago, creyendo con firmeza que no tendría necesidad de hacer nada más. Pero cuando ya se había quedado sin aire, aparto el cuerno de sus labios y vio con enorme sorpresa que el nivel del vino apenas y había bajado. - Lo veo y no lo creo – dijo Utgarda – Loki, sonriendo – Has sido burlado por tus propias palabras, Thor. Así que eres el mejor bebedor, eh? El príncipe de los dioses no emitió palabra alguna. Pensó que el segundo trago sería el último y el mejor. Bebió hasta quedarse sin respiración, pero no apuró tanto vino como hubiese querido. Soltó el cuerno y se dio cuenta de que el nivel de la bebida había bajado aun menos que la vez anterior. - ¿Qué ocurre, Thor?, acaso vienes de un banquete? Cuando entraste por esa puerta pensé todo lo contrario. Creí que tú y tus amigos tenían mucha sed y por eso te ofrecí mi mejor cuerno. Si no quieres ser la burla de los dioses, vas a tener que esforzarte un poco más. Thor se puso rojo de cólera, tan rojo como sus propias barbas y se llevó el cuerno a los labios. Bebió con ímpetu inusitado, hasta que ya no pudo aguantar más la respiración. Pero el vino apenas y se movió con respecto a la oportunidad precedente. Entregó el cuerno a su dueño y declaró que le era imposible seguir bebiendo. - Es evidente que tu fuerza te ha abandonado - Exclamó Utgarda-Loki – Pero, ¿te sientes capaz de participar en más juegos? Te aconsejo que vuelvas a Asgard con tus amigos… - Eso lo decidiré yo a su tiempo. Qué juegos tienes para ofrecerme? - En mi corte, los guardias más jóvenes se entrenan con un ejercicio muy fácil. Consiste en levantar a mi gato gris del suelo. Pero eso no se lo puedo pedir a Thor. ¡Apenas puede consigo mismo! En eso, apareció corriendo un gato gris en el suelo de la sala. Thor vio que era sumamente grande. Con todo, aceptó el reto y caminó hacia donde estaba el gato. Le puso una mano justo en la mitad de la panza y dobló las rodillas para darse impulso. El gato, conforme Thor lo iba alzando del suelo, iba arqueando el lomo. Thor estiró el brazo todo lo que podía y el gato solo alzó una pata. El dios vio que no podía ir más allá. - No importa, Thor – exclamó el gigante Utgarda – Eres casi un enano en comparación con los hombres grandes y fuertes de mi corte. No te culpo por ello. Debí saber al verte que no podrías superar estos juegos. - Si soy tan pequeño como dices, ¡pide a uno de tus cortesanos que luche conmigo! Vamos a ver si alguien se atreve! – Thor ya se encontraba realmente enfadado. Y lo peor, ofendido, en su condición. Utgard respondió: - No veo a nadie en los bancos que pueda luchar contigo. Hasta el más joven te destrozaría. Pero, ¡ya sé! Llamen a mi madrastra Elli. Ha vencido a guerreros no menos fuerte que Thor. Y entonces apareció y una anciana en la sala. Thor aceptó el desafío para que nadie creyera que tenía miedo de pelear con una mujer. Tomando en serio el desafío y mirando fijamente los ojos pálidos de la vieja, el príncipe de los dioses quiso sujetarla por los brazos, pero la anciana le hizo una llave tan fuerte que él no pudo no moverse. Thor tambaleó, mientras Ello se mantenía firme. El dios cayó sobre una de sus rodillas. - Ya basta – dijo el gigante Utgard – Ya has luchado bastante, Thor, ahora debes descansar. Utgarda – Loki señaló a Thor y sus amigos los asientos más altos que había en la gran sala, justo los que estaban frente al que él ocupaba. Los sirvientes del rey trajeron vino, cerveza clara, salmón y fuentes llenas con tajadas de buey y jabalí asado. Además de sabrosas tortas de trigo bañadas con miel. Parte 7 La ira de Thor A la mañana siguiente, cuando la bella rueda del sol apareció entre las nubes, los viajeros se prepararon para marcharse de Utgard, confundidos y no menos avergonzados. El rey gigante insistió en acompañarlos hasta las afueras de la ciudad, para asombro de los extranjeros, ya que habían sido humillados. En un momento dado, el rey gigante detuvo al príncipe de los dioses y le dijo: - Valeroso Thor, no hay en los nueve mundos nadie más fuerte que tú. He sentido el temor de tu poderío! Thor, con los ojos rojos por la cólera, le increpó: - ¿Pretendes burlarte de mí? - Qué Odín me castigue si esa es mi intención, Thor. Lejosde mí tal propósito! No pudiste imponerte en las pruebas que te propuse porque utilicé trucos de magia e ilusiones ópticas para vencerte. He practicado la magia desde siempre… - ¿Como dices? – los dientes de Thor comenzaron a rechinar. - Lo que escuchas. El gigante Skrymir que hallaste en medio del bosque era yo. No me reconociste porque gracias a mi magia pude transformar mi rostro. Tampoco pudiste abrir mi bolsa de provisiones, porque el nudo estaba sellado con hierro. Los tres martillazos que me diste en el bosque, mientras fingía dormir debajo del roble, los desvíe con un conjuro mágico y fueron a dar a una montaña situada lejos de ahí. He ido a verla: la partiste en tres. Thor sentía ganas de partir en tres a aquel gigante, pero se contuvo. - El joven de rostro apuesto y de cabellos rojos con el que compitió Loki era en realidad el Fuego, capaz de consumir más que cualquier hombre o dios. El muchachito llamado Hugi, que corrió en el descampado con Thialfi, era una personificación del pensamiento, el cual es más que cualquiera. El cuerno que te ofrecí, digno Thor, tenía su fondo en el mismísimo océano. Cuando trataste de tomar su contenido, tus tremendos tragos empezaron a vaciar el mar. Desde hoy el mar bajará a esa misma hora, ya lo comprobadas cuando vuelvas a navegar por aquel mundo de anguilas. Thor escuchaba en silencio, mientras acariciaba a Mjolnir. - Por lo demás, mi gato gris era una ilusión de Jormundgand, la serpiente del Midgard, hija de Loki y de la giganta Anboda. Mi corte y yo temblamos cuando vimos que la levantaste casi hasta el cielo, aunque mi magia te hizo creer que solo le habías levantado una pata. Si hubieses conseguido cargar a Jormundgander, el universo habría perecido, ya que, como sabrás, esa serpiente es tan grande que abraza los nueve mundos… Las pestañas de Thor cayeron sobre sus ojos. Se abrochó su cinturón de fuerza. - Elli, mi madrastra, no era otra que la Muerte, ante la cual se rinde hasta el más poderoso. ¡Aunque el famoso Thor logró hacerla retroceder! Te lo ruego, ilustre dios, no vuelvas más por mi ciudad. Tu poder me ha causado el más vivo terror! El dios, sin poder dominarse, le lanzó a Mjolnir, pero el mago resabido consiguió esquivar el martillo. Tanto el palacio como el mago desaparecieron en el aire y Mjolnir volvió a la mano derecha de Thor. Con la frente en alto, tanto los dioses como los sirvientes emprendieron el camino de regreso a Asgard. Parte 8 Un terrible futuro Cuando Thor llegó a su morada se entero de algo inesperado: su padre, Odín, había invocado al espíritu de la una adivina y le había pedido que le hable sobre el pasado y el futuro del mundo; así deseaba Odín obtener un mayor conocimiento para reinar entre los dioses. Esa entrevista con la adivina solo le trajo tristezas. Ella le contó cómo había sido la creación del mundo, del sol, de la luna y de las estrellas. Le refirió como surgieron los enanos de la tierra, le habló de las guerras libradas por Thor, y de las tres doncellas que rigen el destino de los hombres. Y también le dijo cómo iba a ser el fin de los tiempos. Asgard se iba a teñir de sangre, el sol se iba a volver negro y el clima, espantoso. Iban a ser días de guerras, de tormentas y de monstruos. La adivina veía venir un barco del este con las huestes de Muspellheim. El barco era piloteado por Loki, quien traía con él a sus tres hijos: Jormundgand, la serpiente del mundo; el lobo Fenrir y Hela, la diosa de los muertos. También le describió la batalla final entre los dioses y los gigantes de fuego. Según la adivina. Thor iba a enfrentar a Jormundgand, la serpiente del mundo, e iba a destruirla. Sin embargo, Jormundgand, antes de desaparecer en el fondo del mar, iba a envenenar a Thor con su aliento. Y la tierra se iría a hundir en el mar para resurgir purificada, por siempre verde, y los dioses volverían a reunirse para recordar las hazañas de Thor, el príncipe de Asgard … Mitología egipcia: ¿La sacerdotisa maldita hundió el Titánic? Las ardientes arenas del Sahara guardaron durante casi tres mil años, la tumba de la sacerdotisa de Amón- Ra, el dios supremo, el oculto y poderoso. Una maldición protegía el sarcófago de la elegida, y durante centurias nadie se atrevió a desafiarla. Hasta que, hace algunos años, cuatro aventureros encontraron el lugar prohibido y rompieron el pacífico letargo de aquello que jamás debió ser despertado. Contenido Parte 1 Cuatro aventureros Parte 2 El Museo Británico Parte 3 En el inframundo egipcio Parte 4 Osiris, el soberano del inframundo Parte 5 Horus Escorpión Parte 6 Apep, la serpiente inmortal del inframundo Parte 7 La Enéada, tribunal de los 9 dioses Parte 8 Dolor en el Museo Británico Parte 9 Estabilidad Parte 10 La maldición continuará Parte 1 Cuatro aventureros Luxor, Egipto, Segunda mitad de 1800. País: África E l viento seco y cálido arrastra la arena del desierto hasta las misma orillas del río. La ciudad, habitualmente bulliciosa y colorida, esta callada y oscura. Las primeras sombras de la noche parecen haber llegado muy pronto y la gente se inquieta; se percibe un extraño aroma en el ambiente. Tan solo unos adinerados aventureros lucen satisfechos. Durante el día, estos cuatro atrevidos viajeros habían buscado adueñarse de un sarcófago descubierto pocos días antes en una de las excavaciones cercanas a la ciudad. La pieza completa era de madera de palma y, a pesar de los años, el tallado se conservaba bastante bien. La tapa había sido recubierta con yeso y tenia el rostro de una bella mujer. Los brazos entrecruzados reposaban delicadamente sobre su pecho, como si tratara de proteger al pequeño escarabajo alado que aparecía grabado a la altura del corazón. La expresión de su tez era hermosa y apacible. La cripta había sido encontrada en el Valle de las Reinas, el cementerio para las mujeres de la nobleza, por lo que la gente del lugar no parecía dispuesta a permitir que se la llevaran, por respeto a sus ancestros. Sin embargo, al caer la tarde, los hombres que custodiaban la momia pidieron un precio mayor al que ofrecían los ingleses y rápidamente entregaron el sarcófago, sin dar mayor explicación. Entusiasmados con su nuevo tesoro, los jóvenes llevaron la caja a su hotel y se empeñaron en descifrar los jeroglíficos. Estuvieron varias horas intentándolo. De pronto, uno de ellos capto un sonido apenas perceptible y levantó la cabeza. Los demás se miraron, guardaron silencio por un momento pero no descubrieron nada más allá de los ruidos cotidianos de un pequeño hotel, y volvieron a ensimismarse en el trabajo. Pasaron varias horas antes de que alguno de ellos notara la ausencia del socio que había percibido el extraño sonido. Como apenas comenzaban a retirar la tapa, dejaron el sarcófago y salieron a buscar al desaparecido. De pronto, un silencio denso invadió la habitación solitaria y, de entre las sombras que proyectaba el ataúd, surgió una tétrica figura. Deambuló alrededor del sarcófago unos minutos y, lentamente, se desvaneció en el aire. Del joven ingles nadie tenía la más mínima información. Solo, al día siguiente, la vieja que vendía baratijas en la entrada del hotel dijo haberlo visto la noche anterior, caminando muy rápido hacia el desierto, como si fuera al encuentro con alguien. Le había sorprendido la determinación del hombre, porque ni siquiera los beduinos, la gente que vive en el desierto, se atrevían a acercarse a se lugar en medio de la noche. El viento nocturno había borrado toda huella sobre la arena. El desierto es implacable y traicionero, y casi nunca deja escapar a ningún animal incauto que se hubiese adentrado en él sin precaución. Los viajeros estaban decididos a encontrar a su socio, por lo que buscaron intensamente en el ardiente páramo durante hora y no encontraron el menor rastro. La sombra de un ave desconocida revoloteaba silenciosa sobre sus cabezas, y el mediodía se acercaba sofocante y desolador. Pronto el termómetro indicaría más de 40 grados,por lo que los beduinos que guiaban al grupo cavaron un agujero en la arena para refugiarse del sol hasta que llegara la tarde. Estaban a punto de reanudar la búsqueda cuando la sombra de un cuerpo apareció a lo lejos, y unos segundos más tarde estaba de pie frente a loa viajeros. Era la silueta de una mujer envuelta en una túnica gris. Los miró profundamente a través del velo que apenas dejaba ver sus ojos negros, y un instante después desapareció tan repentinamente como había surgido, dejando tras de sí una ventisca fría que los hizo estremecer. Una extraña sensación de angustia invadió a los hombres. Los nativos estaban convencidos de que la aparición de la mujer encerraba un mensaje; pero los viajeros, un poco menos supersticiosos, se negaron a creerlo. Solo había algo que les perturbaba: un nombre, que ninguno de ellos había escuchado antes, se repetía insistente y misteriosamente en sus cabezas: “Amón-Ra, el supremo”. De pronto, mientras uno de los criados recargaba el rifle, la pólvora, mientras uno de los criados recargaba el rifle, la pólvora explotó y le mutiló un brazo. En ese momento los viajeros decidieron concluir la expedición, sin encontrar al amigo perdido. Días después, los tres hombres llegaron a Londres y nunca más hablaron de lo que habían visto y vivido en la tierra de los faraones. Parte 2 El Museo Británico Londres, Inglaterra. Finales de 1880. D urante un viaje de negocios, el encargado de la compra de textiles para una compañía inglesa descubrió el sarcófago, aún lacrado, en un mercado egipcio de Trípoli. Estaba tan maltratado, pero la pintura y el tallado lucían hermosos. Pensó que podría hacer un buen negocio en Londres y lo compró. Sin embargo, apenas cerrado el trato, comenzó a lamentarse. La historia de una maldición que protegía el sarcófago se había extendido por el pueblo y ninguno de los cargadores quería trasladarlo. Tras varios intentos, el empresario logró embarcar su compra en uno de los barcos que se dirigían a Londres, mientras él continuó su viaje hacia el sur de África. Luego de varios meses en los que el barco navego a la deriva, y cuando el empresario ya comenzaba a dar por perdida su inversión, el sarcófago llegó a su ciudad. El hombre había decido no dejarse intimidar por la supuesta maldición, pero cuando misteriosos accidentes comenzaron a hacerse cada vez mas frecuentes, decidió donar la pieza al Museo Británico. Los egiptólogos del museo confirmaron que el artefacto tenía más de tres mil años de antigüedad y, al leer los jeroglíficos del sarcófago, descubrieron que el cuerpo que contenía era el de una sacerdotisa de Amón-Ra, el dios supremo de los egipcios. “Finalmente – pensó el empresario – llegó al lugar donde debía estar”. La maldición, sin embargo, toco rápidamente a los trabajadores del museo: uno de los transportistas se rompió una pierna, el guardia nocturno murió durante su ronda, los criados escuchaban ruidos estremecedores… Llegó un momento en que nadie se le quería acercar, por lo que el sarcófago y la desafortunada momia quedaron ocultos en un desván, durante algún tiempo. Parte 3 En el inframundo egipcio “ A bran sus puertas para mí, abran la entrada e iluminen mi camino”, pronunció con tono potente y solemne la sombra de la sacerdotisa, luego de abandonar el sarcófago y regresar a la puerta del inframundo, donde ya una vez había encontrado el descanso inmortal. Trataba de imitar la voz de Amón – Ra para ingresar a la duat – la tierra de los muertos -, pero las puertas permanecieron cerradas. Insistió con un nuevo mandato: “ Soy quien dio vida al que gobierna este lugar, el justo Osiris”. Pero tampoco obtuvo respuesta. Aunar lo intentara, la desdichada no tenía la potencia del divino hacedor para hacer que los guardianes del más allá le permitieran el paso. Con tenebroso ánimo lamento que su descanso eterno hubiera sido roto por un grupo de ambiciosos mortales y que su alma tuviese que intentar el recorrido de los muertos sin un séquito para resguardarla. Ella que en otro tiempo había sido hija de un gran faraón y suma sacerdotisa del rey de los dioses; que había tenido un nombre, una sombra y un cuerpo llenos de energía y personalidad únicas; llegaba al inicio del inframundo sin el cortejo que debía presentarla , y su voz no conseguía ser escuchada. Desalentada, vio deambular sin rumbo a los muertos olvidados, aquellos que desconocían los peligros de la duat y tampoco habían recibido los versos adecuados para conjurarlos. Con tristeza, recordó la primera vez que se vio frente a esa puerta. Su cortejo había convocado a más de cincuenta dioses y, tras cruzar las pesadas puertas, había navegado por el río por horas hasta el encuentro con el gran Osiris, el justo. Sin detenerse, había cruzado la orilla donde aguardaba el propio Seth, el señor de las sombras, el dios del desorden y de lo incontenible. Y como un lienzo pintado, la sacerdotisa trajo a su memoria también imagen de la diosa Isis, como un ave rehaciendo el cuerpo de Osiris, su esposo muerto. Y recordó cómo había sido todo aquello. Cuando el rey Osiris y la sabia Isis llegaron para gobernar el Bajo Egipto, tierra fértil en el delta del río Nilo, no había orden en el mundo y la gente se alimentaba con los cuerpos de los muertos, pues no tenían qué comer. La pareja divina adiestró a su pueblo en el cultivo de la tierra, les enseñaron a procesar los frutos que cosechaban y a preparar sus comida y bebidas. Además, los instruyeron para que vivieran en paz celebrando con música cantos la protección que le daban los dioses. Pero los reyes no sospechaban que mientras mas cariño y respeto ganaban de los hombres, mayores eran los celos que invadían el corazón de su hermano Seth, quien era gobernante sobre el Alto Egipto, lugar de tierras áridas. Por eso, cuando Osiris vio que su trabajo estaba hecho y que era el momento de buscar nuevas tierras, Seth ideó un plan para acabar con él. Mando construir una hermosa urna con las medidas exactas de su hermano y la adornó con hermosas joyas. Luego organizó un banquete en su palacio simulando que deseaba honrar a su hermano. Sin embargo, los invitados no eran más que conspiradores instruidos por Seth. Cuando todos habían comido y bebido en abundancia, el rey del desierto mandó colocar en medio del salón una bella urna y ofreció entregarla a quien cupiera en ella. Osiris intento evadir el juego, pero la insistencia de su hermano lo obligó a probar el cofre. Apenas se recostó, la tapa cayó sobre él y lo atrapo en la urna. El cofre fue arrojado al Nilo, y Hapi, el dios del río, lo arrastró hasta las costas de fenicia. Al enterarse de la traición de su hermano, Isis salió en busca de su esposo. Anduvo mucho tiempo por la tierra, preguntando a todo aquel que encontraba en su camino, sin que ninguno supiera darle noticia del desaparecido. Una mañana, encontró a unos niños jugando en la orilla del río y estos le mostraron el camino que debía seguir. Así llego a la ciudad fenicia de Biblos, donde descubrió que el cofre que contenía el cuerpo de Osiris había quedado atrapado en el corazón de un robusto árbol que luego había sido convertido en columna del palacio del rey de dicho lugar. La diosa recuperó el cuerpo de su esposo y regresó a su tierra dispuesta a darle sepultura. Luego de esconder la urna en el delta del río Nilo, fue a prepararse para los rituales. No imaginaba que el cuerpo de su marido aún corría peligro. Seth, que se entretenía cazando jabalíes en los alrededores del delta, descubrió la caja que él mismo había mandado a construir, e irritado porque las aguas le devolvían el cuerpo del hermano malquerido, despedazó el cadáver con sus manos y lo arrojó al río, confiando en que seria devorado por los cocodrilos. Que equivocado estaba. Los pedazos del dios quedaron flotando sin que ningún animal lo tocara. Al regresar y ver la sangrienta escena, la diosa lloró mientras recogía, uno a uno, los pedazos del cuerpo de su esposo, esparcidos por el río. Los envolvió en bálsamo, los cubrió con cera aromatizada y, transformadaen un enorme milano real, sobrevoló sobre los restos de Osiris hasta recomponerlo. Solo entonces pudo darle sepultura. - ¡Es cierto! – pensó la sacerdotisa, todavía de pie junio a l puerta cerrada del inframundo -. Si no hay cuerpo, no hay sombra y tampoco nombre; y sin ellos ambas partes del espíritu, el ka y el ba, la energía y el carácter, se extinguen sin poder resucitar. Parte 4 Osiris, el soberano del inframundo A nubis, el dios que guía el viaje de los muertos, rápidamente reconoció a Osiris como el nuevo soberano del mundo de los espíritus. Sin pérdida de tiempo, ayudó a la sabia Isis a embalsamar el cuerpo de su marido y guio a la momia hasta su nuevo trono en el inframundo. Y Anubis recorre el mismo camino cada día, ayudando a las almas en su viaje hasta el tribunal donde el justo Osiris juzga a las almas que llegan. Este dios estaba, también, en el cortejo de la sacerdotisa de Amón-Ra mientras las naves se deslizaban sobre las aguas primigenias del no ser, aquellas de donde el poderoso dios hacedor salió alguna vez dispuesto a crear la tierra y, con solo nombrarlo, dio vida a todo cuanto existe. Anubis guio a la princesa mientras avanzaba sobre los campos divinos, plagados de ponzoñosas serpientes y mortales escorpiones. La escuchó invocar a los dioses con los versos propicios y repitió con ella el “salve los habitantes de la duat", que la joven leyó en la tablilla tallada que sus deudos habían colocado junto al sarcófago. El cortejo se detuvo ante las cavernas sagradas en las que moran los dioses justicieros. En cada una, la princesa debía enfrentarse sola a la oscuridad de las cuevas recitando los versos de protección que había aprendido. Si con voz sabia invocaba las plegarias correctas, encontraba la salida con facilidad; si, por el contrario, una sombra de duda hubiera equivocado su camino, un laberinto interminable la hubiera devorado. Cuando por fin llegaron a la sala de las dos ver verdades, allí donde las almas probaban finalmente su completa inocencia, Anubis invitó a la sacerdotisa a caminar firmemente hasta el centro de la habitación donde la esperaba la balanza de dos platillos. Anubis, el protector de los muertos, recibió el corazón de la viajera y lo colocó en uno de los platillos de la balanza. El contrapeso colocado en el otro plato era una pluma arrancada de la cabeza de Maat, la diosa de la verdad y la justicia. Como se esperaba de una sacerdotisa de Amón-Ra, su corazón resultó tan ligero coma la pluma, lo cual probaba su honestidad y bondad. De ahí en adelante el recorrido de la sacerdotisa por la tierra de los muertos fue menos sombrío. Las lagunas de fuego que se encendían a lo largo del último tramo, y que no había manera de evitar, eran el comienzo de la inmortalidad. Las almas debían ingresar en ellas y soportar sin quejas la muerte de cada una de las partes de su cuerpo, confiando en que la diosa Isis las esperaría al final para reanimarlas, como lo había hecho con su amado esposo. Superada la última prueba, los espíritus ingresaban a las tierras del dulce sueño inmortal, aguardando el momento en que debían regresar al mundo en busca de sus cuerpos y de la resurrección. En ese lugar seguiría el alma de la sacerdotisa de no haber sido despertada antes de tiempo por unos aventureros exploradores. Durante su recorrido por la tierra de los muertos, la princesa había probado la inocencia de su corazón, pero el ultraje de su tumba había inquietado su espíritu y este reclamaba venganza. Recordó entonces que hubo un tiempo en que la insensatez de los hombres provocó el deseo de venganza en Amón-Ra. Este dios había surgido del océano primordial y tenía el poder de crear y transformar todas las cosas con solo mencionarlas. Así, nombró a Shu y Tefnut, y el viento y la lluvia aparecieron por primera vez. Luego nombró al cielo y la tierra, y aparecieron Nut y Geb. Cuando todo lo demás estuvo creado, Amón-Ra se convirtió en el primer faraón de Egipto y gobernó por muchos años. Pero cuando su cuerpo envejeció, los hombres dejaron de respetarlo. Viendo cómo se comportaban los humanos, los demás dioses le recomendaron destruir esa mala creación. Fue así que de la mirada terrible del creador nació Sekhmet, la feroz y sanguinaria diosa vengadora, quien de inmediato bajó a la tierra e inició la masacre de los mortales. No había un lugar posible donde los hombres pudieran esconderse de la insaciable furia de la diosa. Sekhmet se deleitaba con la sangre derramada y perseguía a sus presas sin piedad. Pero, pronto, entristecido por lo que su hija había provocado, Amón-Ra se apiadó de los hombres. Pidió que le trajeran mucho ámbar y que lo mezclaran con el licor de cebada que preparaban los dioses luego mandó volcar la bebida cerca de donde estaba Sekhmet. Por la mañana la diosa se dispuso a salir de cacería, pero al ver la tierra empapada y creyendo que se trataba de la sangre de los hombres, se sentó a beber hasta que quedó embriagada y se durmió. Cuando la diosa volvió ante el creador y confesó que no había matado a ninguno ese día, su padre la recibió con alegría y la renombró Hathor, símbolo de la dulzura, el amor y la pasión. A través del tiempo, el poderoso Amón-Ra encontraría otras formas de castigar la irreverencia y limitar el descontrol de los mortales. Por lo que a veces dejaba nacer algún hombre con atributos divinos, que con fuerza e inteligencia devolvía el orden sobre la tierra. Parte 5 Horus Escorpión HIERACÓMPOLIS, ALTO EGIPTO. 3,500 A. C L as ciudades a lo largo del Nilo han florecido, el comercio prospera y la gente desafía sus fronteras en busca de nuevas rutas de comercio. Las zonas áridas del Alto Egipto se han convertido en un cruce obligado para el comercio, mientras que las del Bajo Egipto mejoran su agricultura con las buenas tierras del delta del Nilo. Pero el país crecía sin orden y pronto seria ineficiente. Una vez más, los reyes se enfrentaban por la riqueza de sus tierras: mientras uno ambicionaba las rutas del comercio abiertas por el reino alto; el otro seguía codiciando las fértiles laderas del río que alimentaban al reino bajo. El rey de los desiertos, descendiente de Seth, había preferido tomar el nombre de un ancestro justo y se hacía llamar Horus Escorpión. Aunque en fuerza física era comparable a su ancestro fratricida, su corazón era noble y templado. Y, junto a su hermana - esposa, ofrecía su pueblo a la protección todos los dioses, el poderoso Amón-Ra. Siguiendo el modelo de sus ancestros, Horus Escorpión había alentado el desarrollo cultural de su reino antes de lanzarse a la conquista de nuevos territorios. Bajo su gobierno se había inventado un novedoso sistema de comunicación escrita, los jeroglíficos, con lo que se mejoraba el control sobre las cuentas del comercio y las ofrendas que llegaban desde países lejanos. Pero el momento de ampliar sus fronteras había legado, según señalaban los astros. Pese a los intentos de establecer alianzas entre el Alto y el Bajo Egipto, las relaciones no habían avanzado. Las antiguas rivalidades, surgidas en tiempos de Seth y Osiris, y la desconfianza entre los pueblos se mantenían inquebrantables. La guerra parecía inevitable. A lo largo de toda su existencia, los pueblos de la región se habían comunicado y articulado a través de ríos y canales afluentes, por lo que no hacía falta una red de caminos terrestres. La ausencia de vías de ingreso sencillas y el ardiente desierto circundante habían protegido a las ciudades de los ataques enemigos, pero, al mismo tiempo, hacía difícil que los propios ejércitos egipcios se desplazaran. Si el rey Escorpión quería tener ventaja sobre las ciudades del norte -el Bajo Egipto- debía buscar maneras de avanzar sin ser visto. Y la mejor forma de hacerlo era caminando por el desierto. La ciudad de Naqada, paso obligado para cruzar de un extremo al otro del mundo egipcio, era un punto estratégico para la consolidación del Alto Egipto y de la jerarquía de su señor. Solo después de eso, el rey podría avanzar sobre el debilitado vecino del norte
Compartir