Logo Studenta

29 Aprende quererte

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

oiiaxuii vvcgsciiciuer-^ruse 
Aprende a quererte 
© ... desprendiéndote de antiguos 
programas que infravaloran 
tu verdadero potencial 
APRENDE 
A 
QUERERTE 
DESCUBRE TU PROPIA 
AUTOVALORACION 
Sharon Wegscheider-Cruse 
Neo Person 
Madrid 
Título original: Learning to love yourself 
Traducción: Tara Asun Blasco 
Ilustración de portada: Shakti Genaine 
© Sharon Wegscheider-Cruse, 1987 
De la presente edición española: 
© Ediciones Neoperson, 1995 
Vicente Camarón, 21 
28011 Madrid - España 
Tel.: (91) 526 41 99 
Fax: (91) 526 36 59 
Primera edición: octubre 1995 
Depósito Legal: M. 32.854-1995 
I.S.B.N.: 84-88066-18-X 
Impreso en España por: Artes Gráficas COFAS, S.A. 
Reservados todos los derechos. Este libro no puede reproducirse total ni parcialmente, 
en cualquier forma que sea, electrónica o mecánicamente, sin autorización escrita del 
editor. 
DEDICATORIA 
Este libro está dedicado a: 
mí misma, y al coraje que necesité para reclamar 
mi libertad...; 
mis hijos Patrick, Sandra y Deborah, quienes me 
apoyaron y quisieron en los años más difíciles de mi 
vida...; 
Joe Cruse, cuyo desafío, amor y apoyo han contri­
buido día a día a aumentar y embellecer mi propia 
autovaloración. 
5 
AGRADECIMIENTOS 
Deseo dar gracias especiales a: 
Mark Worden (Editor). 
Mis ideas y pensamientos se han ampliado gracias 
a tu talento artístico y creativo. Además, es un 
placer trabajar contigo y mi autovaloración ha 
crecido al hacerlo. 
Katheleen Johnson. 
Tus aportaciones gráficas dan vida a mis pala­
bras. Los dibujos muestran con claridad lo que a 
veces las palabras no logran expresar. 
El equipo de Health Communications, Inc. 
Muy de vez en cuando una relación profesional 
cobra tal importancia que las personas implicadas 
se transforman: así es como veo mi relación con 
vuestra organización. Gracias por vuestra labor 
de traer palabras de esperanza y ayuda a tantos 
lectores interesados y deseosos de recibirlas. 
7 
ÍNDICE 
Págs. 
1. VIAJE HACIA LA AUTOVALORACIÓN 11 
2. LOS PADRES Y LA AUTOVALORACIÓN 29 
3. NUEVAS PERSPECTIVAS SOBRE VIEJOS SENTIMIEN­
TOS 41 
4. ENEMIGOS DE LA ESTIMA 65 
5. PASOS A DAR PARA INCREMENTAR NUESTRA AUTO-
VALORACIÓN 85 
6. INTIMIDAD, COMPROMISO Y AUTOESTIMA 97 
7. PAUTAS PARA DESARROLLAR LA INTIMIDAD 105 
8. NECESIDADES EMOCIONALES Y AUTOVALORACIÓN 113 
9 
1. VIAJE HACIA LA 
AUTOVALORACIÓN 
¿En qué consiste realmente la autovaloración? 
En realidad, la palabra autovaloración no existe como tal, así 
que analicemos sus dos componentes por separado y veamos qué 
significan: 
Auto: Personal, que tiene su propia identidad. Personalidad. 
Valoración: Aquello que tiene un valor; útil. 
La definición que le daría a la palabra «autovaloración» sería 
entonces: 
MI VALIOSA IDENTIDAD 
MERECE TODO LO MEJOR. 
¿Cómo podemos saber si una persona posee autoestima y auto-
valoración, o si se siente bien consigo misma? Su conducta podría 
ser una buena guía para determinarlo, pero también podría resultar 
engañosa ya que es posible actuar «como si» tuviéramos autocon-
fianza, equilibro y una alta autovaloración. 
Ateniéndonos al viejo dicho: «No podemos saber qué tal es un 
libro guiándonos sólo por la cubierta», no siempre somos capaces 
de saber lo que sucede dentro de alguien que parece absolutamente 
seguro de sí mismo, que es la autoestima personificada. 
Si pudiéramos «sintonizar» los pensamientos de una persona 
con una actitud positiva respecto a sí misma, podríamos escuchar 
afirmaciones como las siguientes: 
«Me considero a mí misma una persona valiosa e importante, y 
siento que soy al menos tan buena como cualquier otra de mi misma 
edad y experiencia. Creo que me he ganado el respeto y la considera­
ción de mis compañeros de trabajo. A veces ejerzo una influencia 
positiva sobre los demás porque procuro respetar sus sentimientos y 
11 
les tengo en cuenta. Tengo una idea bastante clara de lo que es justo, 
y me siento capaz y con ganas de defender mis puntos de vista. Al 
mismo tiempo me considero bastante flexible, y estoy abierta a escu­
char otras opiniones sin sentirme atacada o amenazada. Me gustan 
los desafíos y las tareas nuevas y no me desespero cuando las cosas 
no me salen bien a la primera. Soy paciente.» 
¿Cómo sería el monólogo interno de alguien que tiene una acti­
tud personal negativa? Estará lleno de pesimismo, depresión y auto-
desvalorización: 
«Creo que no soy importante ni agradable. En realidad, no 
encuentro ninguna razón para gustar a los demás. No soy verdade­
ramente bueno en nada, ni nunca lo he sido. Los demás no me pres­
tan mucha atención ni me dan lo que siento que necesito, pero tam­
poco les culpo. No soy una persona muy aventurera; no me gustan 
los sucesos nuevos o imprevistos, y prefiero mantenerme siempre 
en terreno seguro. No espero mucho de mí mismo, ni ahora ni en el 
futuro. Incluso aunque lo intento, nunca llego a ninguna parte. No 
tengo esperanza en el futuro. Siento que no controlo totalmente lo 
que me sucede. Probablemente todo va a ir aún peor.» 
Existe un rango de muchos niveles diferentes de autovaloración 
entre los dos ejemplos anteriores. De hecho, todos hemos tenido en 
algún momento de nuestra vida sentimientos de inadecuación, enfado, 
culpabilidad, soledad, vergüenza o dolor. He aquí algunos ejemplos: 
Inadecuación 
«Estoy sentado a la mesa escuchando a los demás, aparente­
mente a gusto y confortable, pero ¡por dentro me siento encogido! 
¿Por qué a cualquiera de ellos le resulta más fácil estar relajado, 
entablar conversación y sentirse integrado en el grupo?» 
Enfado 
«¿Nunca va a ser mi momento? Parece que siempre soy yo el 
que ha de invertir energía para mantener las relaciones. Las crisis y 
los problemas de los demás siempre parecen más importantes que 
los míos. Estoy harto de preocuparme constantemente de los demás 
y anteponer sus necesidades a las mías.» 
12 
Obligaciones e intranquilidad 
«Parece que no me sirve de mucho cumplir con mis obligacio­
nes y hacer las cosas bien. ¿Cuándo voy a sentirme un ser completo, 
acabado y satisfecho? Estoy cansado de trabajar, buscar logros, for­
zarme. ¿Por qué no lo puedo parar?» 
Culpabilidad 
«Me siento como si debiera dar más de mí mismo, ser más com­
prensivo y colaborador. Me siento culpable siempre que hago algo 
para mí mismo; ya se trate de tiempo, dinero o energía, siempre 
siento que debería dar más y tomar menos.» 
Soledad 
«En última instancia, no creo que muchas personas me conoz­
can realmente: la mayoría de ellas solamente saben lo que yo les 
permito percibir de mí mismo. Si supiesen realmente lo que siento, 
lo que quiero y lo que me preocupa, probablemente no les gustaría y 
me perderían el respeto.» 
Vergüenza 
«Los sucesos del pasado me persiguen continuamente. En el 
momento en que siento que algo bueno me va a suceder, acuden a 
mi memoria viejos sentimientos, y de nuevo me siento mal conmigo 
mismo. ¿Me liberaré alguna vez de los antiguos recuerdos que me 
avergüenzan?» 
Dolor 
«¡He sufrido tantas pérdidas en mi vida! A veces me parece que 
ya es demasiado tarde para ser feliz. Algunas cosas nunca cambian, 
algunas relaciones son imposibles. ¿Podré superar algún día mis 
viejos remordimientos y sentimientos?» 
© 
Justo cuando empiezo a sentir que las cosas 
me van a ir mejor, me hundo en viejos miedos 
y sentimientos de inadecuación... 
13 
«A veces, aunque los demás no lo perciban, me siento realmente 
como un ciudadano de segunda clase. Mis propios sentimientos me hun­
den, me siento muy bajo de energía y pienso que soy un ser inferior.» 
Este sentimiento se conoce como baja autovaloración. 
Signos indicadores de una baja autovaloración 
Al contrario de lo que sucede respecto a un alto nivel de autova­
loración en alguien —que nunca podemos estar totalmente seguros 
de nuestras deduciones basándonos en su conducta—, sí existen en 
cambio algunas señales fácilmente reconocibles que indican una 
baja autovaloración: 
1. Desórdenes alimenticios (obesidad, anorexia,etc.). 
2. Problemas en las relaciones (dificultad de intimar, establecer 
compromisos, aventuras amorosas). 
3. Trastornos físicos (problemas de salud crónicos, impotencia, 
frigidez). 
4. Abuso de drogas y alcohol. 
5. Adición al trabajo y actividad frenética. 
6. Tabaquismo. 
7. Necesidad de gastar dinero (ir de compras o practicar juegos 
de azar compulsivamente). 
8. Depender de otras personas (desde familiares a gurús). 
Las conductas descritas anteriormente están enraizadas en 
nuestra cultura y forman parte, de un modo u otro, de nuestra vida 
cotidiana. Obviamente, comer, trabajar o gastar dinero pueden ser 
14 
conductas perfectamente normales y que no producen ningún daño, 
pero abusar de ellas puede causarnos problemas. 
Así, comemos para nutrirnos, pero caemos en un comporta­
miento abusivo cuando nos damos «atracones», hasta el punto de 
restringir el propósito de nuestra vida a esa actividad; o cuando nos 
emborrachamos y después hacemos una depuración; o cuando nos 
alimentamos a base de bocadillos, ingiriendo grasas en exceso. 
Comer de modo compulsivo, hacer dietas, o depurarse, son dife­
rentes maneras de reaccionar ante nuestros sentimientos. Tomemos 
el caso de Janet, por ejemplo: cuando se siente dolida o enfadada, 
todo se remueve en su interior; sin embargo su familia la educó 
para ser amable, educada y para controlar sus sentimientos en todo 
momento. Como su ansiedad le lleva a sentirse compelida, apurada 
y confusa, se «zampa» apresuradamente un dulce o una bolsa de 
patatas fritas. De esta forma controla su ansiedad: dando de comer a 
sus sentimientos; con lo que en pocos minutos es capaz de manejar­
los y de volver a funcionar de nuevo. Janet repite este patrón de 
conducta varias veces al día y pesa veinticinco kilos de más. 
@ 
La ansiedad es simplemente un pozo de sentimientos 
indefinidos e inexpresados 
que hemos acumulado durante años. 
Trabajamos para ganarnos la vida y, si tenemos suerte, también 
para realizarnos; pero cuando el trabajo se convierte en el centro 
de nuestras vidas hasta el punto de desatender nuestras relaciones 
más cercanas e incluso nuestra salud, entonces se vuelve autodes-
tructivo. 
Larry siente la misma ansiedad que Janet respecto a emociones 
que surgen de él. Durante su niñez, y también en la adolescencia, 
Larry trató desesperadamente de llamar la atención de su padre, 
una figura muy poderosa para él. Probó con títulos, deporte, buena 
conducta... pero nunca sintió que le reconociese, le tuviera en cuen­
ta o le considerase suficientemente bueno. Hoy Larry posee una 
cualificación profesional alta, es una persona respetable y reconoci­
da socialmente, ha conseguido grandes logros en su profesión, y 
muchas personas se sienten intimidadas por sus conocimientos y su 
poder. Sin embargo, él se siente indigno e inadecuado, de modo que 
su impulso de realizar más y más le mantiene activo y compulsiva­
mente ocupado; como consecuencia, la relación con su mujer y sus 
15 
hijos en el presente también carece de la cercanía e intimidad que 
anhelaba tener con su padre en el pasado. Aleja sus sentimientos de 
ansiedad trabajando continuamente, pero se siente solo e inadecua­
do, lo que le lleva a incrementar todavía más la distancia con los 
demás y a sentirse todavía más solo. 
Empleamos el dinero para comprar aquellas cosas que quere­
mos y necesitamos, pero cuando nuestros gastos se descontrolan 
(compramos continuamente o no paramos de apostar) se vuelven 
claramente abusivos. 
Sandra es la encargada de la contabilidad de un colegio peque­
ño. Se siente un poco intranquila en su trabajo, ya que es la única 
en la administración que no posee un título superior. Aunque es 
muy responsable con las finanzas del colegio, las suyas propias son 
un desastre: abusa de su tarjeta de crédito y compra continuamente 
cuando se siente un poco deprimida. No obstante, lo que compra no 
le levanta el ánimo por mucho tiempo, y además se está endeudan-
do cada vez más. 
El hecho es que, detrás de una fachada de seguridad, Sandra 
esconde una gran ansiedad. «Me siento tan desbordada —confiesa a 
sus amigos—... Sé que gasto más de lo que gano, pero parece que es 
el único placer que obtengo en mi vida. Además —añade después—, 
nunca me dieron nada de pequeña, así que me lo merezco; me gusta 
tratarme bien.» 
Otros comportamientos como fumar o utilizar ciertas drogas 
son dañinos para la salud y podríamos eliminarlos. De modo inevi­
table, nuestra actitud de abuso nos conduce a un círculo vicioso: 
comer, beber, gastar, actividad frenética, relaciones sexuales incon­
troladas... todo ello suaviza nuestros sentimientos dolorosos, pero 
sólo temporalmente puesto que las emociones originales vuelven 
cuando el efecto de estas medicinas (sustancias o conductas) se ha 
pasado. 
Entonces volvemos a caer en la rutina, y no sólo completamos el 
círculo vicioso sino que ahora, además de los sentimientos doloro­
sos originales, tenemos otros nuevos como la culpabilidad, la inade­
cuación, la vergüenza y la soledad. ¿Y qué solemos hacer para reme­
diarlo? Más alcohol o drogas; más helados y cremas de chocolate; 
trabajar más duro; permitirnos el lujo de jugar a menudo a la lotería 
e ir de compras compulsivamente. 
Sentimos mitigado nuestro dolor en cuanto nos llenamos de 
excitación; pero se trata de un alivio a corto plazo, seguido de senti­
mientos aún más dolorosos, y una vez más nos encontramos en la 
espiral descendente de la baja autovaloración. 
16 
m 
Más y más los mismos sentimientosi dolorosos aumentan, 
í < i • 
y la conducta se empeora, bebiendo de nuevo, 
i i i i 
fumando, comiendo demasiado, utilizando 
drogas, trabajando 
sin parar, teniendo 
incontroladas... lo 
sentimientos de... 
vergüenza, inadecuación, 
de nuevo a beber, fumar, 
utilizar drogas, trabajar l 
desmesuradamente, / 
incontroladas, lo que / 
sentimientos de... dolor, / 
vergüenza, inadecuación, 
en exceso, gastando 
relaciones sexuales 
que aumenta nuestros 
dolor, tristeza, culpa, 
lo que nos conduce 
comer demasiado, 
en exceso, gastar 
tener relaciones sexuales 
aumenta nuestros 
tristeza, culpa, 
que nos conducen 
a beber más, fumar, comer en exceso, utilizar drogas, 
trabajar frenéticamente, tener relaciones 
sexuales incontroladas, \ lo que aumenta nuestros 
senti­
mientos 
de dolor, 
listeza, 
vergüenza... ̂ 
Como Sandra dice: «Cuando empiezo a comprar me siento 
genial, y me digo a mí misma: "¡Te lo mereces; por una vez, mereces 
tratarte bien a ti misma!". Cuando termino las compras vuelvo a 
casa llena de paquetes, con cosas bonitas pero que no son nada del 
otro mundo y esto me lleva a endeudarme cada vez más y me hace 
17 
sentirme una fracasada». 
Actuar de este modo hace que nuestro dolor emocional aumen­
te, lo que nos lleva a la necesidad de volver a actuar de la misma 
manera para conseguir alivio. Entonces nuestro sufrimiento aumen­
ta y nuestra conducta empeora; continuamos hiriéndonos, pregun­
tándonos continuamente por qué actuamos así y deseando cambiar. 
A estas alturas ya hemos llegado a un punto en que somos: 
ADICTOS A: 
— El alcohol 
— Las drogas 
— El tabaco 
O DEPENDIENTES DE: 
— La comida 
— El trabajo o el poder 
— Las posesiones 
— Determinadas personas 
De este modo el objeto de nuestro alivio temporal se transforma 
en un veneno para nosotros. En estas situaciones, sustancias como 
el alcohol, las drogas, los cigarrillos o la comida, se vuelven tóxicas 
para nuestro bienestar emocional. 
Asimismo desarro l lamos relaciones «intoxicadas». En el 
momento en que nos volvemos dependientes de ciertos trabajos, 
personas o miembros de la familia, nuestras relaciones con ellos se 
convierten en una toxina emocional para nosotros. 
Toxinas emocionales 
@ 
Toda persona o sustancia que inhibe nuestra capacidad de sentirnos 
espontáneos emocionalmente se convierte en una toxina emocional 
para nosotros, y provoca un ambiente de toxicidad que disminuye y 
mantiene muy bajo nuestro sentimientode autovaloración. 
Primeros pasos para aumentar nuestra autovaloración 
El primer y más importante paso en el comienzo de nuestro 
viaje hacia una mayor autovaloración empieza por descartar todas 
18 
las sustancias o relaciones tóxicas de nuestra vida. Este paso requie­
re que hagamos un inventario honesto y valiente de nuestra situa­
ción actual. 
Un inventario es una valoración honesta (tomemos muy en 
cuenta la palabra «honesta») de nuestras fuerzas y debilidades; con­
siste en dar importancia a aquello que la merece y observar impar-
cialmente los aspectos que más nos cuesta aceptar. Es importante 
que reconozcamos que tenemos valores y defectos, y que estamos 
siempre cambiando; de este modo, nuestros valores nos pueden dar 
la fuerza para asumir y enfrentar nuestras imperfecciones. En la 
medida en que hacemos cambios positivos, nuestro nivel de autova­
loración aumenta. 
Es muy difícil, y en algunos casos imposible, alcanzar un nivel 
saludable de autoestima cuando continuamos intoxicando nuestro 
cuerpo con sustancias inadecuadas o rodeándonos de personas que 
minan nuestra energía. Las sustancias y las relaciones tóxicas 
aumentan nuestra tensión física y psíquica, lo que intensifica nues­
tros problemas y nos hace menos capaces de tomar decisiones en 
favor de nuestra autovaloración. 
Es difícil que algo (o alguien) saludable y bello crezca en un 
cubo de basura; tenemos que tirar la basura para que pueda produ­
cirse el crecimiento. 
19 
Cuanto mayor es nuestra autovaloración, mayor es nuestro con­
vencimiento de que merece la pena luchar para vivir mejor y para 
ser más felices. De este modo, la autovaloración puede verse como 
una necesidad básica y un requisito indispensable para la salud 
mental y el bienestar. 
Antes de comenzar cualquier viaje hacia el aumento de la auto-
valoración es importante darse cuenta de qué es lo que la está blo­
queando en cada uno de nosotros en ese momento. En la mayoría 
de los casos entramos en un camino de crecimiento personal, bien 
por un sentimiento de desasosiego (queremos algo más) o bien por 
dolor (queremos deshacernos de algo que nos pesa). 
Primera ley de la autovaloración 
@ 
Antes de avanzar para elevar nuestra autovaloración es necesario 
que nos volvamos completamente conscientes de nuestra realidad 
presente y de las fuerzas de nuestro pasado que nos retienen. 
No se puede poner energía para ir hacia adelante y hacia atrás al 
mismo tiempo. 
Hay tres pasos esenciales que debemos dar si queremos 
desarrollar nuestra autovaloración... 
1. Eliminar sustancias y conductas tóxicas. 
2. Mirar al pasado y tomar nuevas decisiones acerca de viejos 
mensajes y sentimientos. 
3. Desarrollar nuevos sentimientos y conductas que impulsen el 
florecimiento de la autovaloración. 
20 
@ 
La autovaloración es una elección, no un derecho de nacimiento. 
¿Qué es esto, una herejía? Quizás algunos piensen que mi afir­
mación de que la autovaloración no es un derecho de nacimiento 
revela una actitud negativa, pero en mi opinión no es así; es simple­
mente una creencia basada en mis experiencias pasadas con clien­
tes y amigos. Muchas personas han nacido en familias en las que los 
padres no recibieron dosis saludables de autoestima, y esta carencia 
es transmitida de generación en generación. 
Desde temprana edad el niño comienza a experimentar el 
mundo en relación consigo mismo, porque aquél le devuelve una 
imagen que le ayuda a crecer y a definirse. Si el mundo (padres, 
familia, amigos, profesores) le refleja su propia valía, el niño se sen­
tirá valorado y actuará de una manera que aumente sus méritos. 
Sin embargo, muchos niños nacieron en hogares donde los 
padres fueron incapaces de darles el cuidado y la atención necesaria 
para un crecimiento saludable, ya que bien estaban demasiado ocu­
pados intentando establecer su propia valía y su sitio en el mundo, o 
bien ellos mismos eran «como niños». 
Estos padres infantiles quieren hijos porque piensan que éstos 
les darán el amor incondicional que necesitan. Gloria, madre a los 
dieciséis años, empezó a sentirse mal cuando su hija Judy Kay cum­
plió dos años: la niña se estaba haciendo independiente y ya no la 
necesitaba tanto como antes. Entonces, decidió tener otro hijo: 
«Judy Kay ya no me necesita —protestaba Gloria—, ya no me hace 
sentir querida como antes». 
Algunos de nuestros padres son de la generación que vivió la 
Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, por lo que experi­
mentaron la inseguridad que produce la pobreza, la pérdida de 
vivienda y la posibilidad de una muerte inminente. Los valores que 
aprendieron en esa época resultaban extraños en el tiempo de pros­
peridad y expansión económica que se vivió después de la guerra. 
No obstante, toda generación intenta vivir según los presupues­
tos, necesidades, normas y deseos de la anterior. Así, los niños tra­
tan de integrarse en sistemas familiares ya establecidos en lugar de 
experimentar la vida como algo nuevo, y tienden a buscar la aproba­
ción de los adultos en vez de explorar las posibilidades y recursos 
que llevan dentro de sí mismos. 
Muchos niños, especialmente aquellos nacidos de padres insegu­
ros respecto a su propia valía, se ven forzados a crecer demasiado 
21 
rápido. Es lo que se ha llamado el síndrome del niño adelantado. En 
una cultura donde se valoran los coches supersónicos, los alimentos 
precocinados, las gratificaciones instantáneas y los ordenadores 
veloces, existe también la tendencia de apresurar el crecimiento del 
niño. 
Así, los padres que sueñan con ver a sus hijos vestidos de unifor­
me militar, tienen una actitud competitiva que precipita el creci­
miento y desarrollo. «¿Dices que tu hijo dio sus primeros pasos a los 
once meses?... El mío anda desde los nueve y es capaz de recorrer 
medio kilómetro desde que cumplió el año. ¡Y si le tiras un balón... 
deberías ver que brazos tan fuertes tiene!» 
En lugar de experimentar el placer de la infancia, el niño adelan­
tado siente la pesada responsabilidad de la niñez. En vez de disfru­
tar del juego, de las posibilidades y elecciones que se le presentan y 
de la alegría, la infancia se vuelve un tiempo en que ha de cumplir 
un horario, aprender normas, ser responsable e intentar averiguar 
cómo se han de hacer las cosas correctamente. Los padres nos quie­
ren cuando somos buenos y exitosos, y si no lo somos... nos conver­
timos en «un desastre». El rechazo y el abandono, implícito o explí­
cito en la infancia, nos acompaña durante el resto de nuestra vida y 
nos impulsa al fracaso. 
De este modo la infancia se convierte en una época dolorosa e 
infeliz, en la que hay que responsabilizarse en lugar de despreocu­
parse; las propias necesidades, deseos y aspiraciones son sustituidas 
por otros valores considerados prioritarios. Así, la autovaloración 
queda determinada en la infancia y atrapada, como un insecto fosili­
zado en ámbar; la autoestima no llega a desarrollarse; y los senti­
mientos que todo esto provoca se entierran. 
Reconocer el Ser en el niño 
Un niño aprende a desarrollar una alta autoestima cuando ha 
recibido mensajes que afirman o validan su existencia, sus eleccio­
nes, sus capacidades, ideas y planes. Por el contrario, si todo esto no 
se ha apoyado, tiende a sentirse menos importante o valorado que 
los niños que le rodean. 
Imagínate que recibiste una gran cesta al nacer. Durante tus pri­
meros años cogiste de ella conocimientos que te suministraron 
energía, esperanza, capacidad, deseo y buenos sentimientos hacia ti 
mismo (mensajes a los que llamaremos flores). Al mismo tiempo 
recibiste otros que te hicieron sentir inadecuado, pequeño, culpable 
y asustado (a éstos les llamaremos mensajes basura). 
22 
Lee detenidamente los siguientes mensajes y elige los que llevas 
en tu cesta. 
Mensajes Basura 
(Mensajes que nos hacen sentir mal y creernos despreciables.) 
* Si no tienes nada agradable que decir, cállate. (Esconde tus 
verdaderos sentimientos.) 
* Los asuntos familiares son privados.(No confíes.) 
* Primero el trabajo y después la diversión. (Es más importante 
lo que haces que quién eres). 
* Los chicos no lloran. (Los hombres siempre han de ser fuer­
tes.) 
* Las mujeres no deben enfadarse. (Los mujeres han de escon­
der sus sentimientos de enfado.) 
* No hables a menos que se te pregunte. (La espontaneidad es 
mala.) 
* No hables de sexo. (Hablar del cuerpo es pecado.) 
* Apáñatelas como puedas. (No hay cabida para los errores.) 
* Todo lo que valga la pena hacer, ha de estar bien hecho. 
(Lucha por el perfeccionismo en todas las cosas.) 
* El dinero no sale de debajo de las piedras. (Ten mucho cuida­
do con lo que gastas.) 
* Lo puedes hacer mejor. (Lo que haces no es suficientemente 
bueno.) 
* ¡Te lo dije! (Deberías haberme escuchado y obedecido. Yo 
tengo razón y tú no.) 
* No enseñes tus trapos sucios en público. (No hables de tus 
cosas ni pidas ayuda.) 
* A los tuyos con razón o sin ella. (La lealtad familiar es primor­
dial, aunque no sea merecida.) 
Piensa acerca de algunos de los mensajes y normas que apren­
diste en tu familia. ¿Cuántos de ellos ayudan a aumentar tu autoes­
tima? ¿Cuántos te hacen sentir mal contigo mismo? 
Veamos ahora algunos mensajes positivos (flores) que ayudan a 
las personas a sentirse bien consigo mismas: 
1. Hoy me siento muy orgulloso de ti. 
2. Tuviste una brillante idea. 
3. Continúa trabajando así de bien. 
4. Eres una persona muy especial. 
23 
5. ¡Eres genial! 
6. Parece que tienes un montón de buenas ideas. 
7. Probablemente aprendiste mucho de aquel error. 
8. Es un placer trabajar y divertirse contigo. 
9. Me gustas tal como eres. 
10. Es bueno tener muchos sentimientos. 
11. A veces, llorar es un alivio. 
12. Lo siento. Tú tienes la razón. 
13. Me siento feliz cuando estoy contigo. 
El objetivo principal de este libro es que podamos hacer una 
valoración honesta de lo que llevamos en nuestra cesta y que deci­
damos lo que queremos desechar. En la segunda parte del libro 
hablaremos de cómo rellenar nuestra cesta haciendo elecciones 
positivas que aumenten nuestra autovaloración. 
Un término muy utilizado hoy en día es el de alienado, que signi­
fica simplemente alguien que vive continuamente reaccionando al 
mundo exterior: pareja, familia, trabajo, amigos, televisión y even-
24 
tos mundiales. El ser alienado no siente el mundo como su hogar; 
siempre se siente fuera de sitio, incómodo y ansioso, y va por el 
mundo emocionalmente paralizado. 
Al mismo tiempo, permanecemos conectados con nuestro ser 
interno, el cual selecciona la información, los acontecimientos y 
sentimientos que son únicos y que nos distinguen de los demás. 
Podríamos decir que el ser interior es como nuestro ordenador per­
sonal, que almacena la información pertinente para ser utilizada 
cuando sea necesaria. 
f 7 H L T \ \ 
SOY 
GENIAL 
Somos un sistema tan maravilloso y lleno de posibilidades, que 
surge la pregunta de cómo una persona puede llegar a desconectar­
se de sus propias emociones, a ser incapaz de evocar sentimientos y 
emociones que le sirvan de guía en su vida. ¿Cómo se convierte un 
ser alienado en un autómata emocionalmente bloqueado? 
El primer punto importante a destacar es cómo muchos padres 
enseñan a sus hijos a reprimir o tragarse sus sentimientos: 
* Un niño se cae y se hace daño; su padre le regaña 
* Una niña se enfada porque otro niño le ha roto un juguete, y la 
madre le responde de inmediato: «No te enfades, no está bien». 
* Un niño se entusiasma al ver una procesión subiendo por la 
calle y sus padres le regañan: «Estáte quieto y no hagas tanto 
ruido». 
25 
Los padres estoicos que reprimen sus emociones suelen a su 
vez criar niños estoicos que reprimen las suyas; y esto no solamen­
te lo hacen mediante la imposición de normas de conducta, sino 
directamente a través del ejemplo. El niño sustituye la espontanei­
dad y la libertad emocional por lo que es adecuado, apropiado, y 
socialmente aceptable, y de este modo su verdadero yo queda cada 
vez más y más oculto: un paso regresivo en su proceso de hacerse 
persona; un paso atrás de gigante. 
En un ambiente así, el niño teme tener sentimientos y emociones, 
e intenta desarrollar modos de controlarse. Lo adecuado sustituye a lo 
auténtico y, de este modo, la realidad se distorsiona: en lugar de sentir 
lo que sentimos, empezamos a sentir lo que es adecuado sentir. 
La negación como estilo de vida 
Q 
El rechazo de sus verdaderos sentimientos y de su verdad es un 
problema común entre los niños que viven en hogares 
problemáticos. 
Al ignorar nuestra experiencia interna (aquello que realmente 
sentimos y experimentamos) renegamos de una parte de nuestra 
auténtica verdad; entonces la realidad se distorsiona y no podemos 
ver con claridad nuestras propias situaciones. 
Cuando la realidad se ha distorsionado, tendemos a minimizar la 
seriedad e importancia de las situaciones: elegimos ver las cosas como 
queremos y nos conviene, en lugar de verlas como realmente son. 
Éstas son afirmaciones de una realidad distorsionada: 
* Las cosas no van tan mal... 
* Las cosas van mejor de lo que parece... 
* Me contentaría con... 
* No puedo... 
* La culpa la tienen los demás... 
* Si solamente fueras capaz de entenderme... 
* Los demás, o los acontecimientos, me hacen sentir así... 
* No hay esperanza... 
* Resuélveme el problema, yo soy incapaz... 
* Todo funcionaría perfectamente si tú... . 
26 
Es importante recordar que: 
—o— 
Para aumentar nuestra autovaloración, debemos desterrar la ¡dea de 
que nuestro pasado fue únicamente bueno o totalmente malo. 
Si sólo tenemos buenos recuerdos, continuaremos viviendo el 
mito de la infancia perfecta, y de ese modo, nos mantendremos sepa­
rados de nuestro verdadero ser; por otro lado, vivir atrapados en el 
mito de la infancia desastrosa nos impedirá utilizar lo mejor de 
nosotros mismos y de nuestra experiencia para mejorar la situación. 
La autovaloración es una elección, no un derecho 
de nacimiento. 
En este libro te sugiero realizar algunas elecciones difíciles, y 
quizás la más difícil de todas sea buscar la verdad de tu infancia y 
encontrar allí tu propio sentido de la realidad. Algunos se pregunta­
rán: «¿Por qué mirar hacia atrás? ¿De qué sirve indagar en viejos y 
olvidados sentimientos? ¿Qué objetivo tiene abrir viejas heridas?». 
La razón principal para hacerlo es que aunque esas situaciones 
y sentimientos parecen viejos, no están olvidados: viven en nuestras 
actitudes, pensamientos y sentimientos, afectando nuestros relacio­
nes y elecciones. Una de mis creencias más firmes es: «Reconquistar 
o repetir». Lo que no resolvemos en nuestra infancia y juventud con 
nuestras familias, lo debemos resolver con nuestras relaciones actua­
les (pareja, amigos e hijos). 
Cuando hacemos elecciones se despierta un poder curativo, y 
existe asimismo un poder curativo en la realidad (incluso en la rea­
lidad dolorosa). 
La primera tarea es volver al pasado y descubrir qué fue real y 
qué fue mito. 
27 
2. LOS PADRES Y LA 
AUTOVALORACIÓN 
Es importante comenzar este capítulo destacando que el propó­
sito de este libro no es el de hacer responsables a nuestros padres de 
nuestra baja autovaloración. 
A menudo, los padres mismos no han recibido dosis saludables 
de autovaloración: puede que sus propios padres hubieran vivido en 
condiciones de pobreza, persecución, opresión, perjuicio e incluso 
abandono; también es posible que recibieran una educación muy 
básica, apenas para saber leer y escribir; o bien que estuvieran en­
fermos o padecieran alguna disminución física. Con todo y eso, po­
demos suponer que cuando ellos se convirtieron en padres, intenta­
ron hacer todo lo que pudieron por sus hijos y darles lo mejor: 
incluso aun cuando a veces esto fuera contraproducente, la mayoría 
de los padres quisieron a sus hijos, aunque desafortunadamente no 
tenían las herramientas necesarias para crear una atmósfera que fo­
mentara el desarrollo de su autovaloración. 
Durante la infancia todostenemos dificultades y tensiones; del 
mismo modo todos los niños experimentan algún grado de sufri­
miento, infelicidad y descontento. A pesar de ello, todos crecemos 
hasta hacernos adultos. Cada uno de nosotros recuerda momentos 
dolorosos; muchos hemos sufrido pérdidas —pérdidas reales— de 
animales de compañía, amigos o miembros de la familia. El colegio 
tenía sus pros y sus contras, ya que nos proporcionó oportunidades 
para crecer, al tiempo que nos aseguraba el fracaso: después de 
todo, sólo había cinco puestos en el equipo de animadoras, y once 
jugadores en el de fútbol... lo que provocaba enormes disgustos en­
tre los numerosos adolescentes que querían participar y no lo con­
seguían debido al escaso número de plazas. 
Durante dos años, Susan volvió locos a sus padres entrenando 
en todo momento para convertirse en parte del equipo de animado­
ras; por un voto, fue excluida de la selección y esto la destrozó inter­
namente durante dos años. Ahora, a sus treinta y cinco años, refle­
xiona: «Fue la mayor humillación de mi vida; cuando lo recuerdo 
todavía me pongo enferma. Mis amigas íntimas formaron parte del 
29 
equipo de animadoras, pero yo no era lo suficientemente popular». 
Algunas de las actitudes y creencias del hogar donde crecimos 
nos hicieron daño, y seguramente hubo hechos que nos hicieron 
sentirnos inadecuados, rechazados y aislados. 
Nicolás, por ejemplo, recuerda haberse sentido abandonado. Su 
padre dejó a su madre cuando él tenía cinco años, y tras volverse 
ésta a casar, su padrastro insistió en ingresarle en una Academia 
Militar: durante los siete años siguientes, Nicolás vio a su madre 
una vez al año; su familia era la Academia (desconocidos a los que 
se pagaba por alojarle). 
John, que ahora tiene ochenta y tres años, relata el mayor fra­
caso de su vida: «Me encantaba el colegio, y cuando terminé el oc­
tavo grado quise ir a la escuela superior; nadie en mi familia lo ha­
bía hecho antes y el problema era que debía t rasladarme a la 
ciudad». John había nacido y se había criado en un caserío de Ca­
mas Valley, en Idaho. «Mis padres me buscaron un sitio para alo­
jarme en la ciudad y encontré un trabajo en un almacén, lo que me 
permitía pagarme la estancia; pero yo era un chico de campo, y los 
chicos de la ciudad se reían de mi ropa de campesino. Sólo duré dos 
días; después, tomé el primer tren y me volví a casa». Después de to­
dos estos años, John todavía tiene un sentimiento agudo de humilla­
ción y fracaso. 
Pocos de nosotros llegamos a la edad adulta sin algún tipo de ci­
catriz psíquica; no obstante, ahora que somos adultos, podemos em­
pezar a ver las cosas como realmente eran. Nuestros padres no eran 
las todopoderosas, sabias y omnipotentes personas que creíamos 
cuando éramos pequeños; eran seres humanos corrientes con virtu­
des humanas y defectos humanos. Ellos mismos tenían problemas 
(algunos no muy diferentes de los nuestros) y aunque no nos dieron 
lo que necesitábamos, probablemente hicieron lo mejor que pudie­
ron teniendo en cuenta el entendimiento, los conocimientos y la si­
tuación económica que tenían. 
En otras palabras, nuestros padres no estaban llenos de absoluta 
e implacable maldad; no son «los malos» de nuestros melodramas 
infantiles. 
«Asignaturas pendientes» y el adulto-niño 
Nuestro propósito actual es explorar lo que realmente obtuvi­
mos y lo que no cuando éramos niños, e identificar nuestras asigna­
turas pendientes. Ahora, como adultos, podemos resolverlas, satisfa-
30 
ciendo nuestras necesidades y aumentando nuestro nivel de autova-
loración para así continuar viviendo. 
La baja autovaloración suele desarrollarse en familias donde las 
expectativas hacia los hijos son demasiado altas, las normas dema­
siado estrictas y las emociones no se valoran. Las personas que pro­
ceden de familias así, detienen su desarrollo emocional a edades 
muy tempranas; de este modo, su vida emocional permanece inma­
dura (juvenil o incluso infantil) mientras que el resto de la persona 
crece y madura. Este estado es conocido algunas veces como retraso 
emocional. Los niños que lo padecen se desarrollan intelectual y físi­
camente (a veces, incluso en exceso); sin embargo continúan siendo 
niños a nivel emocional, no importa la edad que tengan. A estos «ni­
ños» se les suele denominar adultos-niños. Aparentan ser adultos 
maduros y tienen responsabilidades de mayores, viviendo estilos de 
vida adultos; sin embargo, dentro de sí mismos se sienten vulnera­
bles como niños. Tienden a ser competitivos y exitosos por fuera, 
pero internamente su corazón y su alma sufren. 
Mi experiencia con personas que tienen un bajo nivel de autova­
loración es que siempre se están preparando para cuando llegue el 
momento... Les suelo decir: «El ensayo ha terminado, y la obra ya 
ha empezado. La vida es aquí y ahora». Esto es importante, ya que 
las personas con una baja autovaloración a menudo piensan que lle­
gará el momento en que se convertirán en quienes están destinados 
a ser; sólo entonces se sentirán bien y serán felices. Parece que espe­
rasen que algo o alguien apareciese en su vida y que les impactase 
de tal modo que les permitiera ser felices. 
Es importante darse cuenta de que no hay más que lo que hay; 
no hay nada que conseguir, solo hay que ser. La felicidad no es algo 
por lo que uno compite, como si se tratase de un título académico; 
tampoco es algo que llega en un maravilloso paquete con un letrero 
que dice «felicidad» ni algo que sucede automáticamente cuando 
encontramos la pareja ideal. La felicidad implica enfrentar y acep­
tar la realidad tal como es y aprender a entrar en esa corriente; esto 
supone aceptar las circunstancias físicas y económicas que nos toca 
vivir. La felicidad llega de maneras muy diversas: en ocasiones es 
muy intensa, en otras, es casi imperceptible. Si miramos retrospec­
tivamente, a menudo somos más felices cuando no nos preocupamos 
por el tema de la felicidad. 
@ 
No hay nada que hacer o conseguir para llegar a ser felices y sentir­
nos satisfechos. Se trata de ser, no de hacer... 
31 
Los adultos-niños viven continuamente con expectativas. Cuando 
eran pequeños pensaban que cuando se fuesen de sus hogares serían 
independientes, libres de la opresión y mano dura de sus desalmados 
padres; con la emancipación, podrían organizarse el tiempo como 
les conviniese y encontrar personas nuevas e interesantes. Sin lugar 
a dudas, encontrarían el mágico reino de la felicidad y, por supuesto, 
nunca serían como sus padres. Pero esto no es así. 
Una de sus máximas expectativas es ser lo menos infelices posi­
ble y tener el mínimo de sentimientos desagradables. Pienso que 
esto sucede de esta manera porque los adultos-niños están acostum­
brados a culpar a sus padres y a otros de su propio dolor e infelici­
dad. Una vez que una persona vive por sí misma, por decirlo así, 
esas influencias malévolas y extrañas no permanecen mucho tiem­
po; de modo que esa persona espera que la vida sea más placentera, 
relajada y feliz. Pero quizás parte de lo que produce realmente la 
felicidad es ser capaz de afrontar el dolor de la vida, las frustracio­
nes y la infelicidad; asumirlo y continuar viviendo, en lugar de 
sumirse en la miseria indefinidamente. 
Estos pensamientos y sentimientos acerca de una felicidad ideal 
se formaron durante la infancia. En lugar de escucharnos y confiar 
en nosotros mismos, muchos aprendimos a tener en cuenta las 
expectativas de los demás (la familia, el colegio, los amigos y los 
medios de comunicación). La televisión es una fuente importante, y 
a veces sutil, para muchas de nuestras expectativas (la felicidad 
llega por medio de una marca de colonia, y la feminidad con unas 
medias). La publicidad es archiconocida por ser el contrapunto de 
nuestra baja autoestima, como demostró hace años Vanee Packard 
en su libro The hidden persuaders'. 
Llegar a conocer nuestro niño interno 
Dentro de mí vive mi particular consejero, juez y maestro. Se 
trata de mi niño interno.Hay veces que una persona está bastante 
familiarizada con su ser interno (el depositario de la autovalora-
ción); sin embargo en otras ocasiones este niño interno es totalmen­
te desconocido. En este último caso podemos llegar a ser extraños 
para nosotros mismos. 
Si le entendiéramos mejor y le conociéramos a fondo, podría­
mos comprender y eliminar gran parte del dolor, la fatiga, las heri-
1 En castellano su traducción literal sería «Los persuasores ocultos». (N. de 
laT.) 
32 
das y el aislamiento. Esta comprensión nos ayudaría en el encuen­
tro con los demás y en el descubrimiento de nuestro propio valor 
como personas. 
Hubo un tiempo en el que todos nosotros fuimos niños; esa fue 
una época importante y el impacto de aquellos días todavía nos 
acompaña. Pero a menudo los adultos intentamos pasar de nuestra 
infancia, quitamos importancia a lo que aprendimos en esa etapa e 
ignoramos las lecciones que recibimos. Sin embargo, éstas afectan a 
nuestro modo de pensar, sentir y actuar hoy en día. Algunas de ellas 
nos dificultan la interacción con los demás y nos traban a la hora de 
querer y ser queridos; incluso pueden ser la fuente de una parte 
importante de nuestro cansancio, incapacidad de relajarnos, dolores 
de cabeza, ansiedad crónica y depresión. 
Piensa en el niño que fuiste... ¿Qué ha sido de él? 
1. ¿Murió? 
2. ¿Creció demasiado y le desechaste como si fuera un juguete o 
un jersey viejo? 
33 
3. ¿Le abandonaste? 
4. ¿O tu propia infancia se volvió irrelevante, confusa y vacía de 
significado? 
5. ¿El niño que fuiste sigue vivo y se encuentra bien? 
Cada persona lleva dentro de sí los sentimientos y actitudes de 
su infancia. Algunos ambientes en los que se respiraba una baja 
autovaloración eran hogares donde: 
El niño se hizo mayor «demasiado pronto»... 
En este caso los padres fueron incapaces de suministrar a su 
hijo seguridad emocional y confort. A menudo en estas familias, el 
padre, la madre (o ambos) son o han sido dependientes del alcohol 
o las drogas, y sus propias necesidades son más importantes que las 
de sus hijos. Los niños aprenden demasiado pronto a hacerse cargo 
de sí mismos emocionalmente, y a veces incluso físicamente; los 
mayores se ocupan de los pequeños y la infancia se convierte en un 
tiempo de responsabilidad y miedo. 
Se esperaba que el niño fuera «perfecto»... 
El niño se vuelve perfeccionista si sus padres no le revelan sus 
muestras de afecto y aceptación hasta que le consideran merecedor 
de ellas; el niño responde a la demanda de sus padres haciendo 
esfuerzos enormes para conseguir el éxito (físico, intelectual o 
social); y sin embargo, nunca llega a satisfacer las demandas de sus 
padres o de sí mismo... 
El niño fue continuamente dirigido, regañado y sermoneado... 
El padre decide, sugiere y supervisa constantemente la vida 
del niño, dándole consejos, haciendo planes de futuro, estable­
ciendo sus objetivos, etc. De este modo, el niño abandona cual­
quier acción que provenga de él mismo y confía únicamente en 
los estímulos del exterior. Con el tiempo, aprende a aplazar, olvi­
dar y resistir, experimentado apatía y desgana, por lo que este 
niño tendrá muchas dificultades para convertirse en un ser con 
iniciativa propia. 
El niño que fue blanco de la ira de sus padres... 
El niño se convierte en la víctima de la familia, y sus padres le uti­
lizan para expresar su enfado y frustración, ya que carecen de recur-
34 
sos para hacerlo de otra manera. En este tipo de familias problemáti­
cas, el niño indefenso se convierte en el blanco perfecto de la ira de 
los adultos, llegando en algunos casos, al abuso físico o emocional. 
Desafortunadamente, algunas formas de expresar la ira son sutiles, 
como sucede con el sarcasmo, los insultos, o las normas rígidas. 
El niño que sufrió el abandono de sus padres... 
La forma más común de abuso infantil en los EE.UU. es el aban­
dono emocional, que en ocasiones se suma al abandono físico. 
Muchos niños lo sufren debido a que los padres están excesivamen­
te ocupados con sus propios asuntos, afectando mucho a los hijos 
de personas muy exitosas económica y profesionalmente, al igual 
que a niños que han crecido en hogares con padres alcohólicos. 
La causa del abandono puede ser cualquier cosa que prive al 
niño de la atención y del cariño de sus padres; ya sea el trabajo, la 
actividad, la ausencia, la muerte, etc. Uno de los aspectos más difí­
ciles a la hora de detectar si ha habido abandono emocional es que 
éste es escurridizo y produce un vacío en el niño; aparentemente, 
nada ni nadie es responsable de ello, y es costoso medirlo y descri­
birlo. No es nada fácil para los niños poner en palabras este senti­
miento, y esta dificultad continúa cuando se vuelven adultos; 
hablan de un vacío vago e inquietante, en lugar de algo concreto 
que se pueda medir y entender. 
Estas personas (tanto de niños como de adultos) describen un 
sentimiento de aturdimiento, inseguridad y vacío; incapaces de 
recordar episodios dolorosos de su infancia, suelen decir: «En reali­
dad, nunca me sucedió nada demasiado terrible»... Este comenta­
rio, aparentemente insignificante, puede ser una clave importante 
que muestre que faltaba algo esencial en la infancia y que el niño 
fue abandonado o descuidado. Si nuestros padres no estaban dispo­
nibles cuando les necesitábamos emocionalmente, entonces se 
puede afirmar que sufrimos de abandono. 
El niño estaba expuesto a conductas parentales que le hacían 
«volverse loco» 
Este tipo de conductas se basan en emitir dos mensajes contra­
dictorios al mismo tiempo. Por ejemplo: 
* Quiero que te sientas libre de realizar tus propios sueños; no olvi­
des que todos esperamos que continúes con el negocio familiar. 
35 
* Te quiero tal como eres; solamente te doy algunas sugerencias 
y consejos ya que hay ciertas cosas que podrías cambiar. 
Aprendí acerca de los mensajes dobles gracias a mi mentora, 
Virginia Satir. Ella me decía: «Todas las familias problemáticas que 
conozco se comunican a través de mensajes de doble sentido, lo que 
crea un sentimiento de locura. Algo funciona mal». 
Así, las conductas paradójicas tienen lugar cuando dos mensajes 
que son opuestos se dan simultáneamente. Por ejemplo: 
* Quiero que salgas y te diviertas. No me importa quedarme 
solo en casa. 
* Ya se que me quieres, lo único que pasa es que no sabes cómo 
demostrármelo. 
* Tendremos mucho tiempo para estar juntos, pero no ahora. 
* Puedo cuidar de mí mismo perfectamente, pero me gustaría 
que estuvieses más tiempo en casa. 
* Estoy bien, no te preocupes. Sólo me siento un poco decaído. 
* Siempre te cuidaremos y hay un montón de cosas que podemos 
hacer juntos, pero justo ahora la situación es un poco difícil. 
La gente quiere ser reconocida por sus buenas intenciones, y 
nos pide que no prestemos atención cuando nos decepciona. Muy 
pronto aprendemos a no tener expectativas de que nos suceda real­
mente algo bueno. En las familias difíciles, no importa lo que nos 
dijeron o cuántas sonrisas recibimos, las cosas no iban bien. Incluso 
aprendimos a relacionarnos con nosotros mismos por medio de 
dobles mensajes: 
* Comemos mucho y después nos ponemos a régimen. 
* Recorremos tres kilómetros conduciendo hasta el club depor­
tivo, para luego caminar tres kilómetros en los alrededores de 
la pista. 
* Vamos de vacaciones y no paramos de telefonear a casa para 
comprobar que todo va bien. 
La coherencia, y el enfoque de vivir en el presente, son estilos de 
vida que raramente se aprenden en una familia difícil. 
Habitualmente en estas situaciones «para volverse loco», suele 
haber un mensaje establecido de buena intención, interés, apoyo y 
cuidado; y un segundo (normalmente no expresado con palabras) 
que es más indirecto, y que a menudo trata de algo que no quere­
mos oír o enfrentar. Suele referirse a una acción... como por ejem­
plo, olvidar una fecha señalada, perder el tren, llegar tarde a una 
36 
cita, actuar de manera confusa o mostrarse frágil. Sonactitudes que 
llevan a desconfiar de las palabras atentas y cariñosas... 
Para muchos, la infancia no fue una etapa en la que se desarro­
llaran la alta autovaloración y la confianza, sino que tuvieron que 
crecer demasiado rápido, temerosos e inseguros de sí mismos. En 
los próximos capítulos exploraré algunas de las dificultades por 
resolver y después plantearé formas de aumentar nuestra autovalo­
ración y de celebrar la vida. 
Por qué es tan importante entender mejor 
nuestros sentimientos 
Para muchos niños los primeros años de vida estuvieron llenos 
de experiencias dolorosas; quizá tuvieron padres que no respondían 
a sus necesidades de contacto físico, apoyo y consuelo; o quizá les 
gritaban, descargando sobre ellos su propia rabia y frustración. 
Algunas veces los padres, en un intento de comunicarse con sus 
hijos, les infunden miedo y culpabilidad para conseguir que «se por­
ten bien»; esta forma de dominar es muy dolorosa. Otras veces, los 
padres son indiferentes a sus hijos y les desatienden. Muchos niños 
recuerdan haber sido continuamente criticados y objeto de burla, o 
que se les pedía algo que era imposible que ellos dieran. 
Un niño pequeño no tiene una idea conceptual acerca de sus 
propias necesidades ni entiende por qué sus padres son como son. 
Quizás sus padres fueron maltratados en la infancia, o sufrieron 
graves pérdidas y humillaciones, pero los niños no conocen las 
37 
penas ocultas de sus padres porque carecen de la capacidad para la 
empatia. Están demasiado ocupados intentando aprender a mane­
jarse en el mundo y son incapaces de apreciar que sus propios 
padres están perdidos. 
En ocasiones el miedo, la culpa, la rabia y el dolor son tan inten­
sos que el niño, para sobrevivir, aprende a negar sus propios senti­
mientos. Este es un mecanismo de defensa necesario: el niño renun­
cia a su propio conocimiento y a sus sentimientos para seguir ade­
lante y sobrevivir: entierran y repudian a su niño interno. Estos vie­
jos sentimientos se congelan dentro del cuerpo, atrincherados tras 
barreras de tensión muscular y psicológica. Cuando el niño se con­
vierta en adulto, continuará desarrollando conductas de protección: 
actuando compulsivamente con la comida, el tabaco, el alcohol o el 
sexo. Para paliar el dolor interno se crea un sistema compulsivo de 
conducta, muchas veces sin que nos demos cuenta, y se reprimen 
los sentimientos (quedando así atrapados en el interior de uno 
mismo). Esto se convierte en la fuente de rechazo y engaño en nues­
tras vidas. 
Nuestros sentimientos son un sexto sentido que interpreta, orga­
niza y provee de significado a los otros cinco. No sentir (estar blo­
queado emocionalmente e insensible) nos impide tener una pers­
pectiva equilibrada de la realidad. Si somos incapaces de sentir, nos 
cerramos a la posibilidad de conectar realmente con los demás, ya 
que los sentimientos son el denominador común de todos los seres 
humanos. 
38 
Una gran parte de la realidad depende del conocimiento que 
tenemos de nuestros sentimientos, y por ello nos sentimos confusos 
y «agobiados» cuando no somos capaces de distinguir los propios 
de los ajenos. La clave para convertirnos en maestros de nuestra 
propia vida reside en entender el lenguaje de los sentimientos; cuan­
do nuestro entendimiento aumenta, podemos desechar los senti­
mientos negativos y de ese modo, una mayor energía y de una cuali­
dad más creativa puede ser liberada. Cuanta más energía creativa 
se libera, más sentimientos de miedo y dolor se alejan. Esta es la 
otra cara del círculo vicioso: es un ciclo en que una persona se 
refuerza a sí misma y produce una reacción positiva. 
Cuando experimentas el dolor emocional (el cual todos padece­
mos alguna vez) tu energía se agota y un sentimiento de dolor y 
desánimo se apodera de ti por un tiempo. Esto es normal; si te per­
mites sentir y experimentar plenamente los estados naturales de 
dolor, enfado y resentimiento —sin negarlos— tu recuperación será 
más rápida y completa; de este modo volverás a sentir tu energía, 
creatividad y productividad. El proceso de resolver problemas emo­
cionales a lo largo de nuestra vida nos ayuda a crecer y desarrollar­
nos; los temas de nuestra infancia se vuelven a presentar una y otra 
vez en forma de conflictos cuando somos adultos y si permanece­
mos abiertos a ellos, maduramos; si nos cerramos y nos defende­
mos, malgastamos energía y nunca alcanzamos nuestro potencial. 
Nuestro primer objetivo en la vida es la dependencia, el siguiente la 
independencia, después la maestría y por último la libertad. 
@ 
...Comprender y sentir nuestras emociones nos hace libres... 
El perdón 
El perdón es un regalo que nos concedemos a nosotros mismos, 
e implica admitir que no conocemos totalmente las circunstancias 
de las personas que nos han impactado a lo largo de nuestra vida. 
No disponemos de una sabiduría absoluta que nos permita juzgar: 
«Papá debió estar más tiempo con nosotros cuando éramos niños», 
o «Mamá no debió haber sido tan severa...». El perdón implica que 
reconocemos no poseer el conocimiento o la sabiduría que nos per­
mitiría sentirnos los jueces de las personas que nos han herido en el 
pasado. 
39 
El perdón es una elección, y al perdonar apostamos por la vida 
en nosotros y en los demás. Gracias a él: 
1. Nos liberamos de la carga de arrastrar continuamente nues­
tro dolor, enfado, resentimiento y soledad, y de este modo 
nos curamos. 
2. Permitimos a los demás vivir libremente su vida ( o descansar 
en paz) y ocuparse de sus propios sentimientos y conductas, 
y de las consecuencias de éstas. 
o 
El perdón es un regalo curativo que nos hacemos a 
nosotros mismos. 
40 
3. NUEVAS PERSPECTIVAS 
SOBRE VIEJOS SENTIMIENTOS 
Entender los sentimientos 
Quizás resulte extraño para algunas personas que yo hable 
acerca de entender los sentimientos; muchos dirán: «¿Qué hay en los 
sentimientos que necesite ser entendido? Yo sé cuando me siento 
bien y cuando me siento mal. ¿Qué es tan complicado?». 
Si las emociones fuesen únicamente un asunto de sentirse bien 
unas veces y mal otras, entonces sería cierto que no hay mucho que 
comprender acerca de ellas; pero como hemos visto anteriormente, 
nuestros sentimientos presentes están cargados de historia emocio­
nal que se estableció en nuestra infancia y que hemos traído hasta 
el presente. 
Recuerda esto: 
A veces el miedo, la culpa, el enfado y el dolor que siente el niño 
son tan grandes que para sobrevivir deja de escuchar a la parte de sí 
mismo que puede «sentir» ; éste es un mecanismo de defensa nece­
sario. Para sobrevivir y seguir adelante, el niño se aleja de su cono­
cimiento y de sus sentimientos internos; de ese modo niega y entie-
r ra a su niño in te rno . Pero aunque t ra ta de escapar de sus 
sentimientos ocultándolos y conteniéndolos, éstos permanecen den­
tro de él. Después de todo somos seres emocionales así como racio­
nales, y las emociones forman parte de nuestra urdimbre. 
Actuando de este modo congelamos los sentimientos de la infan­
cia (los encapsulamos en el tiempo, por así decirlo) y los transporta­
mos hasta el presente. Por ello, si bien es cierto que sabemos dife­
renciar entre cuándo nos sentimos bien y cuándo mal, también lo es 
que estamos acostumbrados a negar muchos de nuestros sentimien­
tos, y esto es debido a que: 
—... los tememos. 
—... sentimos vergüenza de ellos. 
—... pensamos que son malos. 
—... pensamos que son anormales. 
41 
Como indiqué en el capítulo anterior, nuestros sentimientos 
constituyen un sexto sentido que interpreta, organiza, dirige y 
ayuda a entender los otros cinco. Literalmente, «no sentir» (estar 
emocionalmente bloqueado, congelado, lejano e insensible) lleva a 
percibir el mundo y los demás seres humanos de una forma dese­
quilibrada. La persona que controla y suprime sus emociones se cie­
rra a la posibilidad de estar conectado realmente con los demás, y 
de este modo deja de ser realmente humano, ya que los sentimientos 
son el denominadorcomún de la humanidad. 
Conectar con nuestros sentimientos 
Los psicólogos y terapeutas han puesto mucho énfasis en la im­
portancia de conectar con los propios sentimientos, pero ¿qué signi­
fica esto realmente? 
Para empezar, conectar con los sentimientos supone darse 
cuenta de que tenemos sentimientos y llegar a conocer nuestra vida 
emocional sumergida; significa también aprender a aceptar las 
emociones como un aspecto natural de nuestra existencia, no como 
algo a lo que temer o algo hostil que preferimos evitar. 
Cuando no estamos en contacto con nuestros sentimientos ca­
minamos por la vida en una especie de trance, como si fuésemos so­
námbulos; temblorosos y agitados, nos sentimos desbordados por 
nuestras propias emociones y perplejos ante las de los demás. 
• - © - — • 
Entender el lenguaje de los sentimientos es una de las claves para la 
automaestría. 
Permanecer en conexión con nuestras emociones y entender el 
lenguaje de los sentimientos son herramientas indispensables que nos 
ayudan a resolver nuestros problemas emocionales a lo largo de la 
vida, lo cual nos permitirá crecer «de verdad» y hará posible nuestro 
desarrollo. Inevitablemente, como hemos visto antes, los temas de la 
infancia continúan apareciendo y son la fuente de muchos conflictos 
cuando somos adultos. Si permanecemos abiertos al cambio, abiertos 
a entender el lenguaje de los sentimientos, tenemos acceso al potencial 
para madurar; por el contrario, si optamos por seguir siendo sonám­
bulos (despertándonos de modo caprichoso únicamente cuando nos 
conviene) nuestra energía se dispersa y permanecemos como algo más 
que autómatas, pero algo menos que humanos. 
42 
En la mayoría de nosotros existe un impulso que nos lleva de la 
dependencia a la independencia, y después a la maestría y a la liber­
tad. A continuación veremos cómo el hecho de entender las emocio­
nes nos proporciona una nueva perspectiva en la vida y aumenta 
nuestras posibilidades de realizar nuestro potencial como personas 
que piensan, sienten y actúan, es decir, plenamente seres humanos. 
o 
Recuerda: la libertad se basa en el entendimiento de las emociones y 
en la capacidad de actuar según nuestra nueva comprensión. 
El enfado 
El enfado o la ira hacen referencia a un amplio abanico de senti­
mientos... 
* El enfado puede tratarse de una simple irritación. 
* Habitualmente nos enfadamos cuando nos sentimos frustrados 
o cuando se contrarían nuestro planes. 
* Puede ocurrir que al principio no percibamos el fastidio que 
sentimos, pero si el malestar continúa, podemos llegar a sentir 
una ira bastante considerable. 
* A veces sentimos rabia, que en ocasiones denominamos rabia 
ciega ya que parece estar fuera de control. 
* Otra forma de enfado es el resentimiento que experimentamos 
cuando nos sentimos disgustados y abandonados. 
* Cuando nos enfadamos pero no queremos que se note, utiliza­
mos el eufemismo: «Estoy realmente desbordado»... 
El enfado es una respuesta habitual cuando nos sentimos doli­
dos o cuando sufrimos una pérdida, pero incluso en estas ocasiones 
puede que no lo reconozcamos. Cuando alguien dice: «Yo nunca me 
enfado», probablemente esta persona no sabe cómo reconocer su 
enfado, o quizás sea tan consciente de su ira que prefiere negarla 
porque ha aprendido que este tipo de sentimientos son socialmente 
inaceptables, malos o signos de debilidad. A veces, las personas nie­
gan su enfado porque lo temen; su temor es que si lo expresan se de­
sencadene un torrente de rabia incontrolada que cause algún daño 
irreparable. 
Gordon, un policía retirado de cincuenta y cinco años, explica: 
«He tenido que reprimir mi enfado. Aprendí a controlarme y, fran-
43 
camente, a veces me preocupaba pensar qué pasaría si mi ira se des­
controlase». Después añade: «Debido a mi profesión, toda mi vida 
he estado rodeado de armas, pero nunca he guardado una en casa. 
Cualquiera que haya estado relacionado con el cumplimiento de la 
ley te dirá que la mayoría de los homicidios con armas de fuego se 
producen en hogares, y en la mayoría de los casos, los disparos ocu­
rren cuando se ha bebido durante una disputa familiar». 
Es importante reconocer el sentimiento de enfado ya que, el en­
fado, es una emoción natural. Es normal enfadarse en ocasiones, 
pero el enfado se vuelve problemático cuando intentamos negar su 
existencia, o cuando lo utilizamos para manipular o intimidar a los 
demás. 
Existen dos pasos esenciales en el proceso de entender el en­
fado: 
1. Aprender a conocer mejor la propia ira en todas sus variacio­
nes. Observar lo que nos sucede cuando nos enfadamos, 
cómo nuestro pulso y respiración se aceleran, cómo sentimos 
el flujo de sangre en nuestra cara y la tensión en nuestras 
manos, piernas, cuello y estómago, y cómo nuestros múscu­
los faciales cambian. Observarse uno mismo con deteni­
miento. 
2. Aprender a dirigir nuestro enfado de la manera adecuada y a 
la persona adecuada. 
La expresión del enfado es una respuesta sana y natural, necesa­
ria para mantenernos en equilibrio. Es cierto que a veces sentirse 
enfadado es molesto: la tensión sanguínea aumenta y el corazón se 
acelera; sin embargo, esta tensión necesita ser liberada hacia el ex­
terior (del modo adecuado) o, al menos, ser reconocida. Si no es así, 
se vuelve hacia nosotros y se pudre en nuestro interior. Al actuar de 
este modo, al dolor que originalmente nos causó el enfado añadi­
mos la retención del mismo, con lo cual la dificultad se vuelve mu­
cho mayor. 
Existe una diferencia importante entre una persona que expresa 
de manera adecuada su enfado cuando ha sido herida y otra que pa­
rece estar crónicamente enfadada, continuamente descargándose 
hacia el exterior. Una persona crónicamente enfadada y amargada, 
habitualmente siente que la vida le ofrece muy pocas oportunidades 
y acostumbra a culpar a los demás de sus problemas; en este caso, 
la persona utiliza el enfado como una defensa y una racionalización 
para culpar a otros. Este no es un enfado sano o apropiado. 
44 
Una buena referencia para saber si el enfado se expresa de 
modo adecuado es la especificación, que supone que el enfado está 
asociado a un evento o situación que puede ser descrita de modo es­
pecífico. 
La conducta asertiva (afirmación de uno mismo) nos previene 
de la conducta agresiva, ya que protege los propios derechos y senti­
mientos, mientras que la agresión ataca los derechos y sentimientos 
de los demás. Muchas personas querrían volverse más asertivas, sin 
entender que la asertividad es una habilidad que se aprende; y algu­
nas veces confunden asertividad con agresividad. ¿Cómo sería una 
expresión asertiva apropiada? 
1. Decir cuándo estás enfadado y por qué, expresando el enfado 
real que hay detrás de las palabras; no seas evasivo, no te jus­
tifiques ni seas humilde cuando lo que realmente sientes es 
ira. Al mismo tiempo, no explotes ni te vuelvas irracional. 
2. Cuando las circunstancias externas no te ofrecen la seguridad 
necesaria para expresar tu enfado, éste puede ser liberado 
con un amigo o un terapeuta entrenado. Es importante reco­
nocer la situación correctamente; las palabras, los movimien­
tos y los sonidos pueden ser vehículos importante para esta 
manifestación. 
Recuerda: dar patadas al perro, correr diez kilómetros al día o 
cambiar la colocación de los muebles constantemente, no son mo­
dos apropiados de expresar esta energía. 
Aprender a identificar el enfado es una parte esencial del pro­
ceso de crecimiento y curación. Muchas personas lo llaman, erróne­
amente, dolor, tristeza o culpa, cuando lo que sienten realmente es 
enfado. Estancarse en el enfado puede llevar a la persona a sentirse 
deprimida, cansada, atemorizada, dolida, frustrada, confusa, o ais­
lada; y rumiar amargamente acerca de injusticias pasadas, viejas 
heridas y conflictos requiere mucha energía que podría ser utilizada 
para fomentar el crecimiento personal. 
Con el tiempo el enfado que ha sido reprimido se convierte en 
rabia. Esta tiendea ser un sentimiento generalizado a medida que 
va aumentando, mientras que el enfado es más específico y, por 
ello, más fácil de comunicar y curar. Uno de los beneficios de expre­
sar honestamente el enfado es que en la mayoría de los casos la per­
sona se siente liberada, comprendida y también más aceptada; 
cuando el enfado se expresa adecuadamente, puede convertirse en 
un medio que facilita el camino hacia la capacidad de intimar. 
45 
Por otro lado, cuando el enfado se expresa de manera no clara, 
disfrazada o velada, la situación puede empeorarse. Tomemos, por 
ejemplo, el caso de Hank y Celia, una joven pareja casada hace dos 
años. Cuando Hank era estudiante, acostumbraba a desayunar to­
dos los sábados con sus dos hermanos mayores para hablar de 
asuntos de hombres. Después del desayuno, solían ir a algún par­
tido o a una carrera de coches. Este ritual de los sábados continuó 
después de que Hank y Celia volvieran de la luna de miel. 
Como cualquiera puede imaginar, estos encuentros entre hom­
bres no le hacían ninguna gracia a Celia. Ambos trabajaban durante 
toda la semana y disponían únicamente de los fines de semana para 
estar juntos. Como Celia amaba a Hank y le gustaba estar con él, 
quería que pasasen el máximo tiempo juntos para hablar, divertirse 
o hacer el amor. También le hubiese gustado que la ayudase en las 
tareas del hogar... 
Hank continuaba pasando seis u ocho horas todos los sábados 
con sus hermanos y Celia se sentía enfadada, herida, abandonada y 
celosa; tenía el sentimiento de que Hank se preocupaba más de sus 
hermanos de que ella. 
Como se puede ver, esta era una situación a punto de estallar. 
Celia se crió en una familia donde el enfado era una emoción peli­
grosa que nunca se expresaba directamente a menos que la situa­
ción se volviese intolerable, y entonces, uno perdía los estribos. Si­
guiendo este patrón de comportamiento, Celia expresaba sus 
sentimientos hacia su marido regañando todo el tiempo, quejándose 
y haciendo comentarios sarcásticos. 
En lugar de decir a Hank que se sentía sola y que quería pasar 
más tiempo con él porque le quería, empezó a decir cosas del estilo 
de: «Supongo que vas a salir otra vez con tus hermanos»... en un 
tono que indicaba claramente su desaprobación. Comenzó a protes­
tar acerca del dinero que Hank gastaba, añadiendo comentarios 
despreciativos sobre sus hermanos, y le insinuaba que era dema­
siado débil para romper con su familia. Cuando estas tácticas falla­
ron para retener a Hank en casa, Celia malhumorada y dolida se en­
cerró dentro de sí misma en un enfado silencioso, comenzando a 
rechazar los requerimientos sexuales que su pareja le hacía los sá­
bados por la noche. 
¿Cuál fue la respuesta de Hank? Respondió con la misma mo­
neda; cuando Celia le sermoneaba y se quejaba, él se mostraba inso­
lente y reservado. Un abismo de resentimiento creció entre los dos. 
Desesperada por arreglar su matrimonio, Celia buscó consejo en 
una terapia, y aprendió a manifestar su enfado de un modo más 
46 
adecuado. En lugar de expresarlo con lágrimas, sarcasmo o distan-
ciamiento, aprendió a reconocer la verdadera naturaleza de sus sen­
timientos y a manifestarse con Hank teniendo cuidado y sin acu­
sar le . Como la mayor ía de noso t ros , Celia creció con el 
convencimiento de que un enfrentamiento siempre ha de ser desa­
gradable, doloroso y negativo, pero no siempre ha de ser así: un en­
frentamiento (incluso cuando se está enfadado) puede ser la expre­
sión firme, desapasionada y amorosa de lo que pensamos; nuestro 
objetivo es expresar claramente nuestro posicionamiento, respetán­
donos a nosotros mismos y sin intentar destruir al otro. Queremos 
manifestar que algo que ha sucedido nos está causando problemas, 
ofrecemos posibles soluciones y expresamos nuestro compromiso 
para facilitar el cambio. 
En lugar de acusar sarcásticamente a Hank de ser un estúpido 
desconsiderado que no se interesa por los sentimientos de ella y que 
todavía necesita el reconocimiento de sus toscos hermanos para 
sentirse un hombre, Celia dijo: «Estoy enfada porque...», y le ex­
presó a su marido sus sentimientos de soledad y aislamiento, asegu­
rándole que le quería y que no le intentaba separar completamente 
de sus hermanos, pero que le gustaría pasar al menos dos sábados 
al mes con él. ¿Que harían los sábados, entonces? Hablar, ir de ex­
cursión, ver la tele, limpiar la casa, hacer el amor o visitar a la fami­
lia de vez en cuando; sobre todo lo que Celia intentó fue transmitir a 
su marido que le apetecía estar con él porque disfrutaba de su com­
pañía. 
¿Cómo reaccionó Hank? Al principio, esperando ser acusado 
como en el pasado, montó en cólera y se puso a la defensiva; pero 
esta vez, Celia no reaccionó de modo negativo. Volvió inmediata­
mente a expresar su punto de vista con claridad, dando ejemplos 
concretos y no pidió que Hank sucumbiese a sus ruegos completa­
mente. 
El matrimonio de Hank y Celia va mucho mejor ahora. En pala­
bras de Hank: «Siempre supe que Celia me sermoneaba por el 
tiempo que pasaba con mis hermanos, pero pensaba que se debía a 
que era una persona celosa, egoísta y posesiva. Nunca me llegué a 
dar cuenta de lo mucho que se interesaba por mí hasta que dejó de 
regañarme». Aprender a expresar de manera abierta los sentimien­
tos negativos de enfado y los sentimientos positivos de amor, ha 
contribuido a crear el espacio de intimidad que Celia anhelaba. 
Ser capaz de expresar la rabia y el enfado a menudo supone 
romper con los patrones de conducta aprendidos en la infancia, 
como por ejemplo: «Debes contener tus sentimientos, es mejor que 
47 
expresarlos abiertamente». La expresión del enfado puede ayudar a 
una persona a desatascarse y a ser capaz de sentir otro tipo de emo­
ciones. 
¿Qué nos impide expresar nuestro enfado? 
1. Las personas dependientes temen que si se enfadan, los demás 
piensen que son antipáticas; son personas que temen ser recha­
zadas y abandonadas. Prefieren quejarse continuamente y gi­
motear, antes que expresar claramente su enfado y utilizar esa 
energía de modo constructivo hacia una resolución. Actuando 
así, malgastan su energía y a menudo se sienten deprimidas y 
apáticas. 
2. Las personas muy controladas tienden a intelectualizar su en­
fado y a retenerlo. Confunden los términos, analizan la situa­
ción desde todos los ángulos, verbalizando y evitando sentir; de 
este modo, acumulan tanta ira que en ocasiones explotan irra­
cionalmente. Temen «perder el control» y este temor está a me­
nudo justificado ya que no saben expresar esta emoción de ma­
nera saludable. 
3. Las personas constantemente preocupadas por agradar a los de­
más tienden a disfrazar su enfado; proceden a través de insi­
nuaciones, sonriendo continuamente con los dientes apretados. 
A menudo estos sentimientos se expresan a través de síntomas 
físicos: dolores de cabeza, tensión muscular y malestar de estó­
mago; todo ello señales que manifiestan la ira reprimida. 
48 
Algunas claves para expresar el enfado de forma saludable 
1. Guarda silencio y deja que todos los sentimientos de enfado 
salgan a la superficie... 
2. Reconócete a ti mismo y valórate por ser capaz y estar abierto 
a sentir la verdad de tu enfado... 
3. Expresa tu sentimiento de enfado honestamente tan rápido 
como puedas a la persona apropiada... 
4. Vuelve a sentir reconocimiento hacia ti mismo por ser honesto 
y directo... 
Me enfadé cuanto tú... 
pero ahora ya está 
solucionado 
La culpabilidad 
Cuando surge la culpabilidad uno se siente desvalorizado, equi­
vocado, estúpido y miserable. A menudo, la culpa es el resultado de 
retener la rabia hasta tal punto que ésta se vuelve contra uno 
mismo; las personas que se sienten excesivamente culpables tienden 
a hundirse en sus propios sentimientos negativos como forma de 
autocastigo para, de este modo, aliviar un poco su sentimiento de 
49 
culpa. Un rasgo común entre la persona enfadada y la que se siente 
culpable es que ambas tienen dificultadesen dirigir sus sentimien­
tos hacia la fuente: la rabia largo tiempo contenida. Con el tiempo 
la persona duda de su propio valor y dirige cada vez más energía 
negativa hacia sí misma, lo que refuerza su culpabilidad. 
Esto es particularmente cierto en el caso de que haya habido re­
laciones conflictivas con algunas personas o dentro de la familia. En 
un momento dado, alguna de las personas hace un alto en el con­
flicto y decide buscar ayuda o establecer algún cambio; este puede 
ser el momento en que la persona comienza una terapia o se une a 
un grupo de Alcohólicos Anónimos. Esta actitud de buscar ayuda y 
terminar con los roles establecidos, es una forma de encarar toda la 
falsedad y los juegos en la familia o en una relación. 
Cuando la persona que ha buscado ayuda empieza a cambiar y a 
desarrollar un sentimiento de autovaloración, las personas cercanas 
(que no han buscado ayuda o no tienen intención de cambiar) fre­
cuentemente se sienten amenazadas y culpan a la ayuda psicológica 
o terapia por los cambios ocurridos; se quejan de que ya no se les 
quiere y se resienten de que su compañero ya no entre en los mis­
mos juegos de poder destructivos del pasado. 
En ocasiones la persona que ha buscado ayuda está tan sorpren­
dida de sentirse mejor consigo misma que cuando se le acusa, inme­
diatamente se siente culpable. Es importante saber que lo que siente 
no es verdadera culpa: se trata de una culpabilidad que manifiesta 
mejoría y recuperación, y que en realidad oculta rabia. Da tanto 
miedo sentir rabia cuando estamos en un proceso de autovaloración 
que nos sentimos tentados de llamarlo culpa; sin embargo, es nece­
sario que llamemos a la rabia por su nombre y la expresemos como 
tal... Toda persona deseosa de trabajar por ello merece sentir una 
alta autovaloración y todas las cosas positivas que ello conlleva. 
— -—o — 
Toda persona deseosa de trabajar su culpabilidad merece sentir una 
alta autovaloración y todas las cosas positivas que ello conlleva. 
Los sentimientos de culpa pueden apoderarse de nosotros y diri­
gir nuestras energías hacia dentro como si fuera un castigo, a me­
nudo confuso, ilógico e incontrolado. Entonces nuestra memoria se 
vuelve selectiva y nos acordamos únicamente de las veces que he­
mos quebrantado algún valor que considerábamos superior o he­
mos causado sufrimiento y pena a otro ser humano. Las evidencias 
50 
de logros pasados y de actitudes de buena voluntad anteriores se 
vuelven vagas, difíciles de recordar, al mismo tiempo que las agre­
siones se hacen muy presentes en nuestra memoria. Acordándonos 
únicamente de la culpa, seguimos sintiéndonos mal con nosotros 
mismos. Parece que nos hemos vuelto dependientes y adictos a te­
ner relaciones insatisfactorias, asuntos irresueltos y situaciones de 
la vida en las que se nos castiga. 
Existen dos situaciones que producen especialmente sentimien­
tos de culpa: cuando sentimos rabia hacia los padres y/o hacia los 
hijos. De algún modo estos dos grupos parecen generar mucha an­
siedad e incertidumbre cuando se trata de la expresión de senti­
mientos de rabia; sin embargo, es importante recordar que a veces 
el sentimiento más apropiado que se puede sentir hacia los padres o 
los hijos es una rabia sana. 
Cuando estamos convenientemente enfadados con nuestros hi­
jos, les estamos enseñando a reconocer límites y a respetar. En la 
medida en que nos respetamos a nosotros mismos y establecemos 
límites a cerca de cómo queremos ser tratados, les estamos ense­
ñando que esto es correcto y apropiado y que ellos también tienen 
derecho a establecer sus propias fronteras. Cuando enseñamos a 
nuestros hijos a expresar, recibir y aprender de la rabia, estamos es­
tableciendo los fundamentos de cómo comportarse entre seres hu­
manos y establecer así relaciones maduras. 
Los padres son un asunto totalmente diferente. A veces los miti­
ficamos y los vemos como personas que siempre son correctas, nos 
aceptan y saben mucho acerca de casi todos los temas. La realidad, 
sin embargo, es que todos los padres son simplemente personas a 
las que les sucedió el hecho de tener hijos. 
Repite: 
Los padres son simplemente personas a las que les sucedió 
el hecho de tener hijos. 
Y ese hecho no quiere decir que sean personas más responsa­
bles, sabias y cariñosas que las personas que no tienen hijos. 
Un niño que en su infancia aprende que la rabia no es una ex­
presión saludable, a menudo se siente culpable de mayor cuando 
expresa sus sentimientos naturales de rabia hacia sus padres. Este 
niño, al convertirse en adulto, a menudo guarda resentimientos ha­
cia sus padres cuando se da cuenta de que éstos rehusaron darle 
amor y apoyo en el momento en que más lo necesitaba. 
La rabia que no pudo ser manifestada en la infancia busca toda-
51 
vía ser expresada y cuando el niño se hace adulto, todavía sigue te­
miendo hacer algo para sí mismo pues siente que si expresa sus 
emociones «anti-padres», únicamente conseguirá que aumente su 
sentimiento de culpa. Cuando se vive temiendo continuamente herir 
los sentimientos de los padres, la vida se vuelve una repetición dolo-
rosa de una infancia confusa y esto afecta a todas las relaciones, 
pues uno teme expresar la rabia y manifestar cuándo se siente he­
rido. 
Es crucial resaltar la importancia de resolver la rabia entre el 
niño y sus padres, ya que el miedo no resuelto y la rabia de nuestras 
primeras relaciones en la infancia afectan a nuestras relaciones 
adultas en la vida presente (lo sepamos o no). 
También es importante reconocer que existe un sentimiento de 
culpa apropiado; este tipo de culpa es saludable y una señal de que 
hemos ofendido a alguien o nos hemos equivocado con alguna per­
sona o con nosotros mismos. Este tipo de culpabilidad nos hace 
sentir incómodos hasta que reparamos o restituimos la situación 
con la persona a la que hemos herido. Negar nuestra responsabili­
dad cuando hemos ofendido a alguien, únicamente aumentará 
nuestro sentimiento de culpa. La mejor manera de liberarnos de ella 
es reconocer la responsabilidad de nuestras acciones, disculparnos 
y reparar los daños causados; esto ayudará enormemente a aligerar 
nuestra tensión interna y a colaborar a que todos, incluidos noso­
tros, nos sintamos mucho mejor. 
@ 
Negar nuestra responsabilidad cuando hemos ofendido a alguien 
únicamente aumentará nuestro sentimiento de culpa. La mejor manera 
de liberarnos de él es reconocer la responsabilidad de nuestras acciones, 
disculparnos y reparar los daños causados. 
Romper con un patrón de «toda una vida» de culpabilidad, es 
difícil, pero no tanto como continuar viviendo dominado por ella. 
Consideremos el caso de Carol, una mujer de veinte años que 
intentaba construirse su vida y que se sentía culpable (a la vez 
que atrapada) cada vez que quería irse de casa. Su vida era un 
fracaso físico y emocional; su madre estaba enferma y su padre 
confiaba en su princesita Carol para hacerse cargo de la situación. 
Cuando creció, anhelaba tener una relación y liberarse de la pre­
sión que le suponía tener que responder a las necesidades de sus 
padres. Con el tiempo fue capaz de irse a vivir a otra ciudad, pero 
52 
solamente después de tener varias sesiones de lágrimas con sus 
padres. 
Carol se fue a 130 kilómetros de distancia pero su sentimiento 
de culpa persistía. Su madre necesitaba su ayuda, su apoyo y su 
compañía, y su padre la necesitaba como principal sostén de la fa­
milia para ayudar a su madre. Aunque vivía a 130 kilómetros, visi­
taba a sus padres al menos una vez al mes y les telefoneaba cada 
dos o tres días. 
Sus salidas con hombres dejaron de ser algo prioritario; tenía 
otras obligaciones, otras situaciones requerían su tiempo y sus emo­
ciones. 
Después de perder su tercer novio, Carol decidió empezar una 
terapia. Allí aprendió que había perdido gran parte de su infancia, 
que se había visto enredada en la relación de sus padres y que, de 
alguna manera, había sido emocionalmente utilizada. Para desarro­

Continuar navegando