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Un círculo se cierra y al mismo tiempo dos pianos coinciden, se superponen, se confunden. En esta coincidencia se observa que lo que deseábamos mantener en planos separados es inseparable. Nuestro sentido de orientación y nuestros sentimientos hacia aquello que forma la base empiezan a tambalearse y tenemos la impresión de encontrarnos ante una paradoja. Este tipo de fenómenos circulares solían llamarse usualmente círculos viciosos y eran la encamación de aquello que debía evitarse. Por mi parte recomendaría denominarlos "Circuli virtuosi" círculos creativos. Su notoria curiosidad oculta una clave para la comprensión de sistemas naturales y sus fenómenos cognoscitivos, como así también el rico mundo de sus formas. Me propongo bosquejar aquí este mundo de los círculos peculiares desde tres puntos de vista fundamentales: 1) el empírico, 2) el estructural, 3) el de la teoría del conocimiento. La perspectiva empírica En el dibujo de Escher observamos que ambas manos se dibujan mutuamente. Esto implica que establecen recíprocamente sus condiciones de creación. Su determinación recíproca las extrae del resto del dibujo permitiéndoles conformar una "unidad". Dicho de otra manera: su operación (su mutuo dibujarse), establece las condiciones bajo las cuales pueden ser diferenciadas al tiempo que las destaca sobre un fondo. El hecho de que una unidad se destaque de un fondo, como consecuencia de la operación, es una experiencia cotidiana que podemos asociar normalmente con los seres vivientes. Desde la Antigüedad se ha dado en dar a esta experiencia el nombre de "autonomía". Escher Dicho de otra manera: el comportamiento del perro (él da el ejemplo de que el perro cambia de dirección para saludarlo) es muy fácil de explicar se tratara de perturbaciones que el perro interpreta de acuerdo con sus propios mecanismos de regulación y balance. Esta es la cualidad que denominamos autonomía. Hay una clara contraposición entre sistemas vivos, en quienes se advierte la idea de autonomía, y los muchos otros sistemas naturales y artefactos creados por el hombre. La contrapartida de la autonomía, el control, puede precisarse sin inconvenientes. La vida se caracteriza por esta forma de vinculación con el ámbito molecular, adquiriendo su cualidad de autónoma. De esta "sopa" de moléculas se destaca una célula, porque define y fija fronteras que la separaran de todo aquello que no es ella. Las transformaciones químicas y los límites físicos se condicionan mutuamente: la célula se destaca de un entorno homogéneo. Si este proceso de autocreación se interrumpe, la unidad celular deja de formar una unidad y se deshace hasta formar poco a poco la sopa molecular. La esencia de la organización celular se puede representar de la siguiente manera: Esta configuración es determinante: las operaciones conforman un circuito cerrado. Dentro de esta organizaci6n pierden sentido las diferenciaciones usuales entre productor y producto, entre comienzo y final o entre "input" y "output" (supongo que se refiere a “adentro” y “afuera”). Una vez que existen tales unidades autónomas surgen toda un nuevo dominio: La vida, como la conocemos hoy. Las células pueden interactuar formando nuevas unidades autónomas. Todos los organismos multicelulares fueron creados en similares circunstancias. El fenómeno básico es en todos estos casos, el mismo: elementos se reúnen operacionalmente y forman una unidad a raíz de su interacción circular. Si este proceso se interrumpe, se destruye esta unidad. La autonomía nace en esta intersección. El surgimiento de la vida no es un mal ejemplo para esta ley general. La perspectiva estructural La singular cualidad humana de la reflexividad (autorreferencia, en el párrafo daba un ejemplo de frases entrecomilladas) fue la causa de permanentes dolores de cabeza. Esta cualidad reposa sobre un postulado que determina que las afirmaciones sobre algo no deben ser elementos constitutivos de ese algo. En todos los casos similares en los que existen confusiones lingüísticas es evidente cierto parecido familiar con el grabado de Escher, así como con la formación de las células y la autonomía. En todos los casos se trata de movimientos con los cuales aquello que debería quedar separado se entrecruza, de manera que dos planos se confunden en uno solo y a pesar de todo siguen siendo diferenciables. Sin embargo resulta interesante comprobar que aquello que en el ámbito molecular aparece como complejo pero entendible, adquiere en el ámbito lingüístico la significación más profunda de una paradoja. Una paradoja es lo que permanece incomprensible si no lo examinamos saliendo de ambos planos mezclados en la estructura de la paradoja. Quine y Epiménides siguen siendo paradójicos en la medida en que no estoy dispuesto a abandonar la necesidad de elegir entre lo verdadero y lo falso, así como a reconocer en la reflexividad de la premisa una forma determinada de fijación de su significado. Esto implica que la frase existe dentro de un ámbito más amplio y sólo se toma paradójica en la medida en que se la proyecte sobre un ámbito más restringido, en el cual debe ser obligatoriamente verdadera o falsa. Este es, según supongo, el motivo por el cual aparece la paradoja en situaciones como la de los ejercicios zen, en los que justamente debería aprenderse a saltar a un plano cognoscitivo superior para poder observar en este nuevo plano sus pensamientos y conceptos valorativos en forma imparcial. Mientras el que aprende se mantenga atado a uno u otro plano, a una predilección o juicio, a lo espiritual o lo mundano, la meta de la enseñanza no se habría alcanzado. Un buen maestro es aquel que puede transmitir vívidamente la reflexividad y lo entreverado de la situación hasta que el estudiante se vea obligado a extraerse de ella. En la unidad de un circuito operacional aquello que aparece como una conducta coherente y diferenciable (ya sea en el área de la significación o en el de las estructuras moleculares) es, en realidad peculiar. Por una parte este comportamiento actúa como una característica de la unidad. Por la otra vemos que en el intento de determinar el origen de esta característica por medio de sus cualidades, encontramos solamente una reiteración sin fin de lo que es siempre igual, que no comienza en ninguna parte y que no termina en ninguna parte. La coherencia está distribuida en un círculo que se reitera constantemente, que repite indefinidamente pero que es finitamente como circuito, dado que podemos observar sus efectos o sus resultados como característica de una unidad. Quisiera ilustrar el mismo pensamiento más virtualmente. Consideremos un triángulo. Cada lado lo dividimos en tres partes, las cuales unimos luego de tal manera que formen una estrella de seis puntas. Procedemos ahora a dividir de igual manera cada lado de la estrella. Este proceso se repetirá con cada nuevo lado creado, ad infinitum. La figura así creada se asemeja a un cristal de nieve y es inmediatamente comprensible pues posee una forma coherente. Pero lo que percibimos es como un antepasado mítico que nunca fue totalmente dibujado y que sólo puede ser intuido como tendencia de una repetición ininterrumpida. Resulta interesante el hecho que figuras como estas tienen, en base a su construcción geométrica autorreferencial dimensiones que no son las tradicionales. La perspectiva cognitiva Hemos presentado dos perspectivas paralelas, en los cuales la formación de círculos operacionales mediante el acto aparentemente inofensivo de la reflexividad crea un ámbito completamente nuevo, así se trate de células y los seres vivos o de lenguajes e indeterminación. Ahora debemos dar el próximo paso en nuestra investigación de la historia natural de la reflexividad y analizar el otro caso fundamental, cuyo cierre hace variar totalmente el cuadro: Descripciones de nosotros mismos, nuestro propio conocer. Precisamente, en la observación de nuestros propiosconocimientos, reunimos los tópicos principales de las dos perspectivas anteriormente mencionadas. Por una parte, nuestra cognición ocurre en el sustrato biológico de nuestro cuerpo. Por otra parte, nuestras descripciones son capaces de autodescripciones. Gracias a nuestro sistema nervioso se superponen ambos modos de cierre y forman así aquella vivencia que es la más familiar y al mismo tiempo la más inasible: nosotros mismos. Esta claro que el sistema nervioso es una parte integrante de nuestra unidad como seres biológicos, como unidades autónomas que somos. Lo que no es tan evidente es que el propio sistema nervioso es autorreflexivo de varias maneras básicas. Esto es así sobre todo porque no hay efecto del sistema nervioso (capacidad de movimiento, secreciones internas) que no tenga un efecto directo sobre una superficie sensorial. De la misma manera que una neurona actúa sobre otra por una estrecha vecindad de sus superficies a través de una sinapsis, un grupo de músculos actúa sobre el sistema sensorial del cuerpo por efecto reflexivo sobre una sinapsis sensorial y motora. Un movimiento reflejo de la rodilla es provocado por la tracción de un tendón, que ejerce una tracción sobre propios receptores y provoca una modificación de la actividad de las neuronas motoras en la médula espinal, todo lo cual conduce a una contracción muscular en dirección opuesta a la tensión del tendón. Los efectos motores tienen consecuencias sensoriales y los efectos sensoriales tienen consecuencias motoras. Este principio de referencia tiene validez universal. Pero el sistema nervioso es un circuito cerrado en un sentido más sustancial. Tan pronto se traspone el umbral de lo sensorial o de lo motor, los efectos que éstos ejercen sobre el sistema nervioso no tienen una dirección única, como en una calle de una sola vía. Se parecen más bien a la aparición de otro comprador en la sala de la Bolsa de valores. Pero esto aun no es todo. Si bien los estímulos eléctricos se propagan sólo en una dirección, muchos otros estímulos químicos del eje neuronal se desplazan en sentido contrario, de manera que las vías de transmisión son siempre "calles de dos manos" en el sistema nervioso. Así, por ejemplo, puede incorporarse en el extremo del axón neuronal una sustancia reguladora que viaja hacia el cuerpo celular y actuar por medio de un impulso eléctrico sobre la neurona procedente a través de una sinapsis. En el sistema nervioso existen numerosos efectos recíprocos de este tipo, cuyo funcionamiento sólo ahora se está empezando a estudiar. En el siguiente esquema se observa la organización descrita: En esta visión del sistema nervioso observamos una conducta determinada cuando, por haberse cerrado el circuito de esta estructura total de conexiones recíprocas, se logra cierta coherencia. Se podría analizar esta coherencia dividiendo el proceso en sus partes constitutivas. Podríamos, por ejemplo, comenzar con la visión que tiene su origen en el ojo y seguir luego todos los trayectos que llevan desde el ojo hacia la corteza cerebral y luego desde la corteza al tálamo y al lóbulo anterior, etc. Finalmente habríamos descrito un círculo completo y de hecho podríamos seguir girando indefinidamente en él. La conducta se refiere, como en el ejemplo del fractal —es como el antecesor mítico de este proceso infinitamente recurrente— sobre si mismo. Sujeto/Objeto Si tomamos en serio lo que dijimos acerca del sistema nervioso, debemos reconocer que nuestra experiencia personal se origina de la misma manera. De esto se extraen dos conclusiones de eminente importancia: Primero: No podemos salir del mundo determinado por nuestro cuerpo y nuestro sistema nervioso. No existe otro mundo excepto el que experimentamos por medio de estos procesos, procesos que son premisas para nosotros y hacen de nosotros lo que somos. Nos encontramos dentro de un dominio cognoscitivo del cual no podemos salir, o decidir donde comienza o cómo se crea. Segundo: no podemos retrotraer una experiencia dada de una manera única e irrepetible a sus orígenes. Cada vez que intentamos rastrear los orígenes de una percepción o de una idea chocamos contra un fractal que permanentemente retrocede ante nosotros. Donde investiguemos tropezamos contra la misma multiplicidad de detalles, y vinculaciones recíprocas. En todos los casos se trata de la percepción de una percepción de una percepción, etc., o la descripción de la descripción de la descripción de la descripción. En ningún lugar podemos arrojar el ancla y decir: De aquí partió esta percepción y de esta manera se desarrolló. En nuestra percepción del mundo olvidamos todo aquello que aportamos para percibirla de este modo, precisamente porque estamos incluidos a través de nuestros cuerpos en el peculiar proceso circular de nuestros comportamientos. Conforme a la tradición, la experiencia es o bien objetiva o subjetiva. El mundo existe y nosotros lo podemos ver tal como es (objetivamente) o bien lo vemos a través de nuestra subjetividad. Si seguimos el hilo conductor de la reflexividad y de su historia de la naturaleza podemos ver esta intrincada pregunta desde otro punto de vista: el de la participación y de la interpretación en el cual el sujeto y el objeto están inseparablemente unidos entre sí. Esta inter-dependencia se pone en evidencia por el hecho que no puedo comenzar en ninguna parte con una representación pura y no contaminada de lo uno o de lo otro y cualquiera sea el lugar por el que resuelva comenzar me las tendré que ver hasta cierto punto con un fractal que reproduce exactamente lo que yo hago, es decir describirlo. De acuerdo con esta lógica, nuestro comportamiento en relación al mundo es igual al que tenemos ante un espejo, el que ni nos podrá decir como es el mundo ni como no es. Él nos muestra que es posible que seamos como somos y que actuemos como hemos actuado. Nos muestra que nuestra experiencia ha sido viable. Es fascinante que el mundo sea así de plástico, ni subjetivo ni objetivo, ni unitario ni separable, ni dual e inseparable. Esto apunta tanto a la naturaleza del proceso, que podemos percibir en la totalidad de su calidad formal y material así como también a los límites fundamentales de aquello que podemos comprender de nosotros mismos y del mundo. Demuestra que la realidad no está constituida sencillamente a nuestro antojo, porque esto significaba suponer que podemos elegir un punto de salida desde adentro. Prueba además que la realidad no puede entenderse como algo objetivamente dado, como algo que recogemos porque esto significaría suponer un punto de partida externo. Demuestra de hecho una ausencia de fundamento sólido de nuestras experiencias, en las cuales nos son suministradas determinadas regularidades e interpretaciones, fruto de nuestra historia conjunta como seres biológicos y sociales. Dentro de estas áreas de historia común que reposan sobre acuerdos tácitos, vivimos en una aparentemente interminable metamorfosis de interpretaciones que se suceden.
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