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«Tratar del universo todo» – La dimensión 
cosmológico-astronómica del Quijote
Felix Schmelzer
Universidad de Münster
Llama la atención una frase del capítulo XLIV (Libro II) del Quijote. El capítulo 
comienza con el juego de Cervantes con la autoridad narrativa: al lector se le in-
forma del rumor de que, en el original ficticio en árabe, el supuesto autor original 
Cide Hamete formula una queja porque siente «tan seca y tan limitada» la historia 
de don Quijote. Si bien él hubiera podido mostrar su gran erudición, como ya hizo 
en el caso de las novelas insertadas del libro I, ahora tiene miedo de que el lector, 
absorbido por los actos de don Quijote, no preste la atención adecuada a sus cultos 
excursos. El párrafo termina así: «[...] y pues se contiene y cierra en los estrechos 
límites de la narración, teniendo habilitad, suficiencia y entendimiento para tratar 
del universo todo, pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo 
que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir». La cita puede ser interpretada 
como un hermético indicio de lectura en el estilo barroco. Al menospreciar lo que 
el libro parece ser —la historia del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha— 
el autor dirige la atención hacia lo que el libro no parece ser —un libro que trata de 
todo el universo— y sugiere que en esto último está su verdadero valor. 
Desde la perspectiva de hoy el Quijote es una obra que trata del «universo todo», 
y más en concreto de un universo proceso en cambio. Al contener una abundancia 
de metáforas astronómicas que indican la relación renacentista entre el hombre y 
el cielo, la obra se encuentra dentro de la época de la «revolución científica», que 
implica un cambio profundo de la cosmología así como el inicio de la ciencia mo-
derna, y que Alexandre Koyré caracteriza metafóricamente como la transición de 
un «mundo cerrado» hacía un «universo infinito».1 Una comprensión profunda de 
dicha revolución, según Thomas S. Kuhn, tiene que superar los confines del saber 
estrictamente científico,2 lo que hace del Quijote un documento científico-histórico 
de gran valor, que muestra como tanto el hombre como el universo empiezan a 
adquirir trazos que llamamos «modernos».
La determinación celeste 
El motivo del cielo es uno de los más frecuentes de la obra. Los protagonistas 
invocan a los cielos, porque son ellos los que determinan el destino del ser huma-
1. Koyré, Alexandre, Del mundo cerrado al universo infinito, trad. Solis, C., Madrid: Siglo XXI 1979
2. Kuhn, Thomas S., The Copernican Revolution, Cambridge: Harvard University Press 1985, p. 132
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no. Así, Don Quijote comienza su penitencia en Sierra Morena con las siguientes 
palabras (I, 25): «Éste es el lugar, ¡oh cielos!, que diputo y escojo para llorar la 
desaventura en que vosotros mesmos me habéis puesto.» De una manera similar, 
el caballero andante se presenta a los molineros en el episodio de la barca (II, 29): 
«[...] que yo soy don Quijote de la Mancha, llamado el Caballero de los Leones por 
otro nombre, a quien está reservada por orden de los altos cielos el dar fin felice a 
esta aventura.» En la historia de la infanta Micomicona (I, 37) sabemos que «Don 
Fernando daba gracias al cielo por la merced recibida y haberle sacado de aquel 
intricado laberinto [...]». Al final del libro II (74) el narrador explica que la calentura 
mortal de don Quijote posiblemente fue causada «por la disposición del cielo», su 
muerte es sugerida con la metáfora de que su vida «no tuviese privilegio del cielo». 
Podrían darse muchos ejemplos más.
Dentro de la isotopía astronómica, también abunda el motivo de las estrellas. 
Lo encontramos, por ejemplo, en la triste historia de amor de Cardenio (I, 27), con 
este diciendo: «Mas ¿de qué me quejo, ¡desaventurado de mí!, pues es cosa cierta 
que cuando traen las desgracias la corriente de las estrellas, como vienen de alto a 
bajo, despreñándose con furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra que las 
detenga, ni industria humana que prevenirlas pueda?» Como se ve, es inútil luchar 
contra las decisiones celestes, traigan ventura o desgracia. Así, la vida humana 
sigue a las órbitas —una imagen frecuentemente utilizada por don Quijote, como 
respuesta a las ofensas de un eclesiástico (II, 32): «[...] yo, inclinado de mi estrella, 
voy por la angosta senda de la caballería andante [...]», o como consejo pedagógico 
a Don Diego (II, 16): «Sea, pues, la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que 
vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama [...]»—. Tal es la 
influencia celestial que los hombres pasan a ser «hijos de planetas», una idea que 
fue muy popular durante la época renacentista. Cada uno de los siete planetas lleva 
ciertas características que transmite al ser humano. Así, en otro lugar don Quijote 
explica su naturaleza bélica como debida a la influencia del planeta Marte (II, 5): 
«[...] nací, según me inclino a las armas, debajo la influencia del planeta Marte [...]». 
Como muestran los ejemplos, una lectura del Quijote ofrece una imagen del 
hombre mirando hacia arriba. Dentro de un simbolismo astronómico, el destino 
del hombre renacentista está inseparablemente enlazado con los cielos. El hombre 
se encuentra en un diálogo continuo con ellos, son la base para comprender y 
aceptar su vida. Si no fuera por la ironía de la obra podría pensarse en una relación 
armoniosa entre el hombre y el cosmos que le da al primero un sentimiento de 
determinación y seguridad. En la época de Cervantes, la visión del mundo en que 
se funda tal sentimiento es la cosmología aristotélica, que comienza a desaparecer.
El universo de Aristóteles3 ha dado forma a las ideas cosmológicas del Occiden-
te durante más de 2000 años. Es un universo esférico, cuyo centro lo constituye la 
tierra y cuyo extremo exterior es la esfera de las estrellas. Dicha esfera se encuen-
tra en movimiento constante y uniforme, mientras que la tierra descansa. Fuera 
de la esfera estelar no hay nada, el universo aristotélico es un conjunto finito. La 
3. En mis descripciones sigo a Kuhn, Thomas S., The Copernican Revolution, Cambridge: Harvard Uni-
versity Press 1985, pp. 78-99 
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distinción más importante es la que existe entre la región sublunar de la tierra y 
la región supralunar estelar. La primera está compuesta por los cuatro elementos 
tierra, agua, aire y fuego. Si bien los elementos terrenales son mixtos, y, por lo tan-
to, impuros, se dividen en diferentes ámbitos, debido a sus densidades. Esa idea 
está presente en el Quijote —cuando Don Quijote y Sancho manejan a Clavileño, 
el caballo volador, para luchar contra el gigante Malambruno (II, 41)—. En pleno 
«vuelo», don Quijote exclama:
Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos de llegar a la segunda región del aire, 
adonde se engendra el granizo [y] las nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos 
se engendran en la tercera región, y si es que desta manera vamos subiendo, presto 
daremos en la región del fuego, y no sé yo cómo templar esta clavija para que no su-
bamos donde nos abrasemos. 
Más allá de la región del fuego se encuentra la región supralunar, que contiene 
a la mayor parte del universo. Está llena de un solo elemento: el éter. El éter es, al 
contrario que los elementos terrenales, puro e inmutable, transparente y sin peso. 
Constan de él tanto las estrellas como los planetas y las capas esféricas, desde la 
esfera exterior de las estrellas a la más interior de la luna. Las ocho esferas —siete 
capas esféricas para los planetas y una más para las estrellas— del universo aris-
totélico siguen un eterno y constante movimiento circular.4 Debido a leyes me-
cánicas, ese movimiento se transfiere desde la esfera estelar más alta a la esfera 
adyacente, la de Saturno, y así sucesivamente, hasta la más baja esfera de la luna 
cuya rotación determina la vida en la Tierra. Son lasestrellas, por lo tanto, las últi-
mas responsables de todo lo que ocurre en la Tierra. 
El encanto de la cosmología aristotélica reside en el hecho de que representa 
una totalidad armoniosa y encerrada en sí misma. Encontramos en la filosofía de 
Aristóteles una unidad fundamental entre el hombre y el cosmos, y además esta 
describe ambos fenómenos terrestres y celestes. Una cosmología tan completa no 
se alcanzará hasta la obra de Isaac Newton a finales del siglo XVII. Otra razón del 
éxito de este modelo científico es, sin duda, la autoridad de Aristóteles, conside-
rado como «el filósofo» en la Baja Edad Media. Su autoridad en el campo de la 
ciencia y de la cosmología se mantuvo constante durante mucho tiempo. Además, 
el universo aristotélico se dejó adaptar fácilmente por el cristianismo. El hecho 
de que la región sublunar se componga de los cuatro elementos en un estado en-
tremezclado, por ejemplo, hizo posible que el cristianismo declarara que la vida 
terrenal es impura, en contraposición a las esferas etéricas de los cielos. Dante 
nos da un ejemplo de cómo la cosmología aristotélica y el simbolismo cristiano se 
entretejieron durante la Baja Edad Media y la época del Renacimiento en la Divina 
commedia.5 Poniendo al hombre y a su pequeño mundo en el centro de un universo 
4. Según una idea antigua, el movimiento circular es el más perfecto de todos. La idea tambíen se 
encuentra en el Quijote (II, 53): «Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado, 
es pensar en lo escusado. Antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda [...]». 
5. La novena esfera «celestial» añadida por Dante es debido, según Kuhn, a los astrónomos árabes que 
modificaban el sistema de Aristóteles a fin de calcular el movimiento de los astros con más precision, véa-
se Kuhn, Thomas S., The Copernican Revolution, Cambridge: Harvard University Press, p. 112. El significado 
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finito cristiano-aristotélico, determinado por el movimiento eterno de los cielos, 
la cosmología de la Baja Edad Media y del Renacimiento da una visión del mundo 
psicológicamente satisfactoria, lo que, según Kuhn, resulta en un sentimiento de 
«sentirse en casa» en el universo. 
El libro del cielo
Si la cosmología aristotélica es el cuadro metafísico del «sentirse en casa» en el 
universo, la astronomía y con ella la astrología —ambas ciencias son inseparables 
durante el Renacimiento—6 intentan poner ese sentimiento en práctica. Junto a la 
determinación del destino humano, la segunda función esencial de las estrellas es 
darle orientación espacio-temporal al hombre. En lo que se refiere a la presencia de 
metáforas astronómicas en el Quijote, encontramos con frecuencia la imagen del 
barco en su viaje nocturno. Así, un soneto petrarquista insertado en la novela del 
curioso impertinente compara la ausencia de la amada con un cielo sin estrellas (I, 34):
¡Ay de aquel que navega, el cielo escuro,
por mar no usado y peligrosa vía,
adonde norte o puerto no se ofrece! 
En la época de Cervantes, la orientación por las estrellas era algo evidente para 
la población rural, como vemos en la siguiente declaración de Sancho (I, 20): «[...] a 
lo que a mí me muestra la ciencia que aprendí cuando era pastor, no debe de haber 
desde aquí al alba tres horas, porque la boca de la bocina está encima de la cabeza, 
y hace la media noche en la línea del brazo izquierdo.» Don Quijote, de acuerdo 
con el espíritu científico renacentista, incluye la astrología como arte de orienta-
ción en el canon de la «ciencia de la caballería andante» (II, 18). El caballero andante 
astronómica de la obra de Dante se manifiesta por el hecho de que Galileo Galilei se ocupa con el infierno 
dantesco y lo apea de manera científica, véase «Due Lezioni all’Accademia Fiorentina circa la Figura, Sito e 
Grandezza dell’Inferno di Dante», in: Le Opere de Galileo Galilei, Edizione Nazionale, vol. IX, Firenze 1899 
6. Parece que Cervantes utiliza «astrología» al referirse a los dos, que ya son unificados dentro de las 
siete artes liberales, y que lo hace de acuerdo con el discurso científico del siglo XVI: en la introducción al 
libro I de su obra De revolutionibus orbium coelestium, Nicolás Copérnico define la ciencia que «unos llaman 
astronomía, otros astrología» como la más digna de todas las ciencias («Proinde si artium dignitates penes 
suam de qua tractant materiam aestimentur, erit haec longe praestantissima, quam alij quidem Astro-
nomiam, alij Astrologiam, multi vero priscorum mathematices consummationem vocant.»). Además es 
sabido que la astrología formaba parte de la actividad de los astrónomos renacentistas. Sin embargo, hay 
que distinguir: Mientras que la astronomía determina las posiciones así como el movimiento de las estre-
llas y planetas por leyes matemáticas, la astrología usa ese saber astronómico para pronosticar fenómenos 
celestes como eclipses solares o lunares. Al lado de eso, en la época de Cervantes fue muy popular la 
astrología «vulgar» con sus horóscopos deterministas o «judiciarios», prohibidos por la Iglesia y además 
condenadas con frecuencia dentro del mundo académico, si bien astrónomos de alto rango como Galileo 
Galilei o Johannes Kepler hicieron horóscopos para sus soberanos. Así en La plaza universal de todas ciencias 
y artes de Cristóbal Suárez de Figueroa (Madrid 1615 —se trata de una traducción del muy popular Piazza 
universale di tutte le profesioni del mondo de Tomaso Garzoni, publicado en 1585, con interpolaciones y anota-
ciones propias de Figueroa), el autor distingue entre la astrología «natural» y «supersticiosa». En el Quijote 
encontramos una distinción semejante en el capítulo del mono adivinador (II, 25), cuando lamenta don 
Quijote que la astrología judiciaria echa a perder «la verdad maravillosa de la ciencia». 
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«ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la 
noche, y en qué parte y en qué clima del mundo se halla».
El contexto científico-histórico ayuda a aclarar la importancia de la astronomía 
y astrología en la época de Cervantes. El cielo es el libro arquetípico del hombre, y 
en el siglo XVI su «lectura» obtiene un alto carácter científico y grado de precisión. 
Debido a las influencias de los árabes y los judíos, España gozaba ya de una larga 
tradición y gran desarrollo en la observación del cielo.7 Las tablas astronómicas de 
Alfonso X, por ejemplo, se usaron en toda Europa aún en el siglo XVI. Por el descu-
brimiento de América, la astronomía obtuvo además una gran necesidad práctica. 
El arte de navegar, de cuya calidad dependía el poder del nuevo imperio, requería 
datos astronómicos precisos. Junto a ello, la medición del Nuevo Mundo causó un 
enorme desarrollo de la cartografía y la geografía, las que a su vez se fundan en la 
astronomía. Además, la reforma del calendario en 1582, ya planteada en la Baja 
Edad Media por Roger Bacon, finalmente se realizó por el alto grado de precisión 
que obtuvo la astronomía de esa época. Entre 1481 y 1600 se editaron en España 
195 obras astronómicas, y además un total de 169 impresos de autores españoles 
fuera de España.8 Si bien la astronomía del siglo XVI estaba todavía determinada 
por la obra de Ptolomeo, la segunda gran autoridad antigua en la época de Cervan-
tes en lo que a los cielos se refiere, el gran progreso científico indicaba que ya había 
pasado la hegemonía de la Antigüedad. 
Este nuevo espíritu científico renacentista tuvo su reflejo en un cambio de pa-
radigma dentro del sistema educativo. Las matemáticas, como fundamento de las 
ciencias exactas y de las artes de precisión, experimentaron una ascensión notable. 
Eso se muestra por la fundación de institutos como la Casa de Constatación en 
Sevilla en 1503 —con el fin de regular la navegación y el comercio con elNuevo 
Mundo— o la Academia Real Matemática en Madrid en 1584. 
También la enseñanza universitaria del siglo XVI se caracteriza por una notable 
presencia del enfoque matemático y, con ello, de las ciencias del cielo —dado que 
la astronomía y astrología estaban incluidas en las matemáticas—. Sobre todo, la 
Universidad de Salamanca tenía una gran tradición y reputación en ese campo. 
En la época de Cervantes, la cátedra de Astronomía y Matemáticas de Salamanca 
albergó astrónomos españoles de alto rango como Hernando de Aguilera (1560-
76) o Jerónimo Muñoz (1579-92). Entre las varias referencias a la Universidad de 
Salamanca en el Quijote se encuentra el capítulo en el que se nos narra la muerte del 
«pastor estudiante llamado Grisóstomo» (I, 12). Sabemos que Grisótomo «había 
sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su 
lugar con opinión de muy sabio y muy leído». Su sabiduría se define en particu-
lar por su conocimiento astronómico-astrológico, como dice el campesino Pedro: 
«Principalmente decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasan allá 
7. Maldonado, J. Luis / Gonzáles, Armando García, La España de la técnica y la ciencia, Madrid: Acento 
2002, p. 91
8. Navarro Brotons, Víctor, «Astronomía, cosmología y humanismo en la época de Felipe II», en: Mar-
tínez Ruiz, Enrique (ed.), Felipe II, la ciencia y la técnica, Madrid: Actas 1999, p. 198
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en el cielo el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris del sol y la luna».9 
El párrafo indica la notable reputación de la Astronomía y Astrología, acompañada 
por un alto grado de complejidad y términos técnicos que ya no son comprensibles 
para la población rural, como vemos en la respuesta de don Quijote: «Eclipse se 
llama, amigo, que no cris».
El desarrollo de la astronomía puede ser visto desde una perspectiva epistemo-
lógica. Lo que caracteriza al optimismo científico renacentista es un sentimiento 
de confianza en la capacidad de conocimiento que puede verse también reflejado 
en el modo en que se posiciona frente a la adquisición de conocimientos sobre 
el universo. El hombre ha aprendido cómo se compone el universo entero, pue-
de calcular los movimientos de las estrellas y planetas, y sus datos del cielo son 
tan precisos como nunca antes lo habían sido. Ese saber se aplica con éxito a la 
medición del mundo, cuya arquitectura auténtica —que la Antigüedad no había 
conocido— acaba de descubrir. 
La Suma de Geografía de Martín Fernández de Enciso (Sevilla 1519), la primera 
obra de carácter geográfico que abarca la descripción tanto del Viejo como del 
Nuevo Mundo, da un buen ejemplo de cómo el desarrollo científico, embutido en 
la cómoda seguridad de la cosmología aristotélica, expresa una visión del mundo 
armónica y optimista. Respecto al arte de navegar, dice el autor que «los pasados 
fueron diferentes en sus escrituras y defectuosos»,10 mas que ahora ha llegado el 
momento de dar una descripción exacta de toda la tierra. Comienza la obra con 
una recapitulación de la cosmología aristotélica, complementada por la novena 
esfera, el Empiréo.11 De ese orden Fernández de Enciso deduce la nueva geografía, 
describiendo exactamente las posiciones de los continentes, países, islas y mares. 
Añade las predicciones de las futuras declinaciones del sol para cada día de va-
rios años. En la dedicatoria al rey, dice con tono patético: «Una de las cosas más 
agradable[s] a los varones de nobles corazones y progenies es oír, leer o hablar 
de las cosas del universo llamado mundo [...]».12 La formulación es reveladora: 
durante el siglo XVI con frecuencia se utilizó las palabras «universo» y «mundo» 
como sinónimos, lo que indica que el cielo y la tierra son tratados con el mismo 
sentimiento de familiaridad. 
Una lectura del Quijote muestra que en la novela hay una actitud exactamente 
contraria frente al conocimiento científico del mundo. En el capítulo 29 del libro II 
se encuentran los párrafos siguientes —hay que resaltar de que don Quijote y San-
9. Aquí Cervantes parece referirse al muy popular género astrológico del Repertorio de los tiempos, así 
publicado, por ejemplo, por Sancho Salaya, astrólogo y catedrático salamanqués, en 1536 con la tarea de 
«poder conocer las conjunciones y llenos de luna hasta el fin del mundo». Véase Cirolo Flórez, Miguel, 
«Las artes mecánicas el la época de Cervantes», en: La ciencia y la técnica en la época de Cervantes, Salamanca: 
Ediciones Universidad 2005, pp. 58 s.
10. Enciso, Martín Fernandez de (1519), Suma de geografía, Madrid: Colección Joyas Bibliográficas 
1948, p. 6 
11. Véase nota 5
12. Enciso, Martín Fernandez de (1519), Suma de geografía, Madrid: Colección Joyas Bibliográficas 
1948, p. 5
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cho se encuentran sobre un río, en una pequeña barca, en la que sólo han recorrido 
unos pocos metros y que dará una vuelta de campana dentro de poco—: 
Pero ya habemos de haber salido, y caminado, por lo menos, setecientas o ocho-
cientas leguas, y si yo tuviera aquí un astrolabio13 con que tomar la altura del polo, 
yo te dijera las que hemos caminando, aunque, y yo sé poco, o ya hemos pasado, o 
pasaremos presto, por la línea equinocial, que divide y corta los dos contrapuestos 
polos en igual distancia.
Haz, Sancho, la averiguación que te he dicho, ya no te cures de otra; que tú no 
sabes qué cosa sean coluros, líneas, paralelos, zodíacos, [elíticas], polos, solsticios, 
equinocios, planetas, signos, puntos, medidas, de que se compone la esfera celeste 
y terrestre; que si todas estas cosas supieras, o parte dellas, vieras claramente qué de 
paralelos hemos cortado, qué de signos visto y qué de imágenes hemos dejado atrás, 
y vamos dejando ahora. 
La ironía mordaz de la obra es muy evidente en esa parte del libro. Se ve una 
acumulación de términos técnicos de los campos de astronomía, astrología, cos-
mografía y geografía. La segunda cita expresa además la arrogancia de don Quijote 
respecto a Sancho, quien representa un ejemplo de cómo la población rural asimila 
de forma imprecisa e inexacta los términos cultos de la época. Como muestra 
el naufragio en el transcurso del capítulo, la ciencia no le ayuda al hombre, no 
concuerda con la realidad cotidiana, y, sobre todo, es completamente inútil. Las 
citas indican que el hombre ha medido, dividido y matematizado el mundo de tal 
manera que ya no puede hallar su camino en él. La orientación científica deviene 
en una fatal desorientación humana. La crítica de Cervantes sigue una tradición 
argumentativa que ya se encuentra en la obra de San Augustín, según la cual la 
ciencia incorpora un saber secular inútil y aún engañoso.14 Sin duda, los argumen-
tos de Augustín de Hipona obtienen una nueva relevancia por el progreso técnico 
y científico del siglo XVI. 
El universo en cambio
Es probable que la crítica del conocimiento científico en el Quijote se relacione 
con una visión del mundo incierta que —a pesar y a causa del progreso científi-
co— va adquiriendo una mayor presencia en la época de Cervantes. De hecho, 
desde la publicación de De revolutionibus orbium coelestium por Nicolás Copérnico en 
1543, el hombre ya no puede confiar en los cielos antiguos, la visión del mundo en 
la que están incrustadas sus estrellas desde hace 2000 años está experimentando 
una profunda revolución. El geocentrismo comienza a ser reemplazado por el he-
liocentrismo y el universo se abre hacia el infinito, pero fue un proceso largo que 
terminó con la publicación de los Principiae Mathematica de Isaac Newton en 1687, 
que marca la culminación de la primera cosmología moderna. En la época de Cer-
13. Se trata de un aparato medidor para los ángulos del cielo. Inventados ya en la Antigüedad, los 
astrolabios se utilizaban frecuentemente para la navegación entre los siglos XV y XVII. 
14.En ese contexto hay que mencionar el Enchiridion, un manual para cristianos, véase Kuhn, Thomas 
S., The Copernican Revolution, Cambridge: Harvard University Press 1985, p. 107
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vantes, sin duda, todavía dominaba el geocentrismo, si bien la obra astronómica 
de Copérnico fue parte del currículo de las universidades (sus tablas astronómicas 
gozaban de gran estimación, pero en la mayoría de los casos se tomaba su visión 
heliocéntrico como pura especulación).15 Sin embargo, el progreso de las ciencias 
modernas causó dudas respecto a los antiguos dogmas: el descubrimiento del Nue-
vo Mundo ya había mostrado que la geografía ptolemaica era errónea, y de la 
misma manera los astrónomos comenzaban a poner en duda las grandes antiguas 
autoridades del cielo —al mismo Ptolemeo y, sobre todo, a Aristóteles—. 
Existen varios indicios de que Cervantes sabía que el concepto de los cielos esta-
ba transformándose, uno de ellos debido a la supernova de 1572. Fue un fenómeno 
astronómico que provocó la atención de toda Europa. En 1573, el ya mencionado 
astrónomo Jerónimo Muñoz, uno de los científicos más destacados de la España en 
el siglo XVI, publicó el Libro del nuevo cometa, en el que intenta explicar la aparición 
celeste de manera bastante heterodoxa.16 El autor personifica el espíritu científico 
moderno que, en busca de la verdad, no se deja impresionar por dogmas antiguos, 
como explica en una carta: «Yo siempre fui de la opinión de que en las cosas que 
pueden demostrarse no hay que dar [...] crédito a nadie [...]».17 Muñoz pone sus 
palabras en práctica: contra la teoría prevaleciente, según la cual un cometa se en-
cuentra en la región sublunar del aire, explica la nova de 1572 como manifestación 
del cielo, es decir, de la región superlunar. Así, ataca a uno de los más importantes 
dogmas aristotélicos: la incorruptibilidad de los cielos. Con una claridad que llama 
la atención, pone en duda la autoridad de Aristóteles en el campo astronómico. 
Según Muñoz, Aristóteles ha creado una opinión vulgar y superficial respecto a los 
cometas: «[...] ha dado a entender los Cometas hazerʃe en la ʃuprema región del 
ayre y no en el cielo, como quiere Democrito y Anaxagoras Philoʃopho, y Mathe-
matico grauiʃimo: cuyas opiniones quanto a los Cometas no entendio Ariʃtotil por 
no ser astronomo [...]».18 
El autor continúa explicando su misión anti-aristotélica en las palabras 
siguientes:19 
Por tanto hauiendome hecho Dios merced de darme ingenio libre, biē inclina-
do, y aparejado para entender qualquier facultad, viendo la flaqueza de las razo-
nes de Ariʃtotil, cō que quiere prouar ʃer el cielo eterno, y hauiendo obʃervado con 
inʃtrumentos las mudanças que hay en el cielo, como ʃon, la irregularidad de los moui-
15. Navarro Brotons, Víctor, «Astronomía, cosmología y humanismo en la época de Felipe II», en: 
Martínez Ruiz, Enrique (ed.), Felipe II, la ciencia y la técnica, Madrid: Actas 1999, p. 200
16. El libro fue altamente estimado dentro del mundo erúdito, entre otros lo reconocieron el matemá-
tico jesuita Cristoph Clavius así como el astrónomo danés Tycho Brahe.
17. Muñoz, Jerónimo (1574), «Carta de Jerónimo Muñoz a Bartholomaeus Reisacherus», transcripción 
y traducción castellana por Víctor Navarro Brotons y Ángel Aguirre Álvarez, en: Libro del nuevo cometa, ed. 
facsímile con introducción, apéndices y antología de Víctor Navarro Brotons, Valencia: Soler 1981, p. 102
18. Muñoz, Jerónimo (1574), Libro del nuevo cometa, ed. facsímile con introducción, apéndices y anto-
logía de Víctor Navarro Brotons, Valencia: Soler 1981, fol. 3. La alta valoración de las matemáticas en el 
siglo XVI es muy evidente aquí: Muñoz se refiere a los matemáticos presocráticos para poner en duda la 
autoridad de Aristóteles.
19. Ibid., fol. 3 y 4
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mientos y reuoluciones particulares de cada vno dellos: y viendo que las reuoluciones 
dellos no ʃon yguales, y que los lugares de las eʃtrellas se han mudado deʃygualmente, 
y que las maximas declinaciones del Sol (que penʃauan ser immudables) ʃe han mu-
dado, y que los Apogeos y Perigeos de planetas (que ʃon los puntos de la maxima 
y minima diʃtancia dellos haʃta la tierra) de tiempo de Ptolomeo haʃta agora ʃe han 
mudado en mas de 26. grados, y eran tenidos por immudables. Viendo que los años ʃe 
hazen menores de lo que ʃoliā ser, como por inʃtrumentos ʃe puede ver: he entēdido, 
que es falʃo lo que dize, que es comun opiniō de todas las gentes que nūca ha hauido 
en el cielo mudaça alguna: por lo qual los haze eternos. Y pues ʃe que hay en ellos 
mudança, y en ellos ʃe encienden los Cometas, he ʃido forçado por razones naturales, 
y demōstraciones Geometricas cōceder que hay en el cielo corrupciō y incēdio.
Basándose en observaciones empíricas, el autor da una gran cantidad de precisos 
argumentos científicos para una nueva concepción del cielo que se caracteriza por 
palabras claves como «irregularidad», «desigualdad», «mudanza» y «corrupción». 
Las razones para creer en un cielo aristotélico —eterno e inmutable— son despa-
chadas como «flaqueza». Uno puede resultar comprensible que una argumentación 
tan drástica pudiera ser un choque para la comunidad erudita-cristiana del siglo 
XVI. Si bien el valor científico de la obra de Muñoz fue altamente estimado, un 
gran número de astrónomos (entre ellos Tycho Brahe), al contrario que Muñoz, 
calificaron la supernova como nueva estrella y no como cometa, refiriéndose a 
la potentia dei absoluta. Así podían salvar el cielo aristotélico.20 La explicación de 
Muñoz, que no necesita la intervención divina en la creación, ejemplifica un paso 
decisivo hacia la abolición de la dicotomía terrestre-celeste, explicando fenómenos 
en ambas regiones en términos de causas naturales y leyes matemáticas. 
No se trata de un caso aislado. Según Navarro Brotons, hay que situar a Muñoz 
dentro de «un ambicioso programa de revisión de la cosmología aristotélica y la 
astronomía ptolemaica».21 Su contemporáneo Diego de Zúñiga, fraile agustino y 
sacerdote salmantino, habitualmente presentado como el único copernicano espa-
ñol del siglo XVI,22 participó en dicha revisión, esta vez con el enfoque orientado 
hacia la tierra. El dogma que pone en duda es la inmovilidad de la tierra, otro 
concepto muy central tanto de la cosmología aristotélica como de la astronomía 
ptolemaica. In Iob Commentaria (1584) muestra el intento de unificar la Sagrada 
Escritura con la ciencia contemporánea. El autor interpreta las palabras bíblicas 
«Conmueve la Tierra de su lugar y hace temblar sus columnas» (Job 9,6) por la 
astronomía copernicana y su concepto de una tierra moviéndose, como explica 
Navarro Brotóns: «Asimismo, el movimiento de la Tierra permitía interpretar este 
oscuro pasaje más satisfactoriamente de cómo venía declarándose hasta entonces. 
En suma, en opinión de Zuñiga el movimiento de la Tierra no era incompatible 
20. Navarro Brotons, Víctor, «Astronomía, cosmología y humanismo en la época de Felipe II», en: 
Martínez Ruiz, Enrique (ed.), Felipe II, la ciencia y la técnica, Madrid: Actas 1999, p. 203
21. Navarro Brotons, Víctor, «Astronomía, cosmología y humanismo en la época de Felipe II», en: 
Martínez Ruiz, Enrique (ed.), Felipe II, la ciencia y la técnica, Madrid: Actas 1999, p. 203 
22. Hay que añadir que aún al fin del siglo XVI el rechazo de la teoría heliocéntrica fue la norma, entre 
las muy pocas excepciones en Europa se encuentran, al lado de Zuñiga, Giordano Bruno, Galileo Galilei 
y Johannes Kepler. Véase ibid., 208
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con las Escrituras».23 Zúñiga ejemplifica una posición intermediadora dentro del 
conflicto científico-teológico renacentista. 
Los ejemplos muestran que el discursocosmológico-astronómico en España a 
finales del siglo XVI —de forma contraria a la opinión común, según la cual la 
Península Ibérica no participó en la revolución científica— se determina por una 
gran inseguridad en cuanto a la coherencia de la visión del mundo. Si bien Zúñiga 
rechaza sus ideas copernicanas unos años más tarde (sea por opinión propia o por 
presión clerical) en Philosophia prima pars (1597), admite que respecto a la situación 
de la tierra en el cosmos «no se puede tener nada por cierto» ya que «puede supo-
nerse que la amplitud y exaltación del Universo sean mayores de lo que ningún 
hombre pensó jamás».24
La paradoja de la libertad
La nueva concepción de los cielos parece relacionarse con una nueva concep-
ción del hombre. Ya en la obra de Dante, el simbolismo cosmológico-astronómico 
reflejaba la naturaleza del hombre como microcosmo en la estructura del universo 
considerado como macrocosmo, y así lo sigue siendo en la época de Cervantes. 
Pueden valer como ejemplo las declaraciones de Diego Pérez de Mesa, profesor 
de Matemáticas en Alcalá de Henares y en Sevilla. Siguiendo las enseñanzas de 
Muñoz, dejó unos manuscritos, entre ellos los Comentarios de Sphera (redactados en 
Sevilla hacia 1596). Leemos que los astros «son mixtos como nosotros de purísimas 
sustancias de los cuatro elementos»25 —y es así como se secularizan los cielos—. 
También se encuentra la frase siguiente: «Las estrellas se mueven por sí libremente 
como peces en el agua o aves en el aire».26 Si las estrellas abandonan sus órbitas 
predefinidas, debe haber consecuencias para el ser humano. Así, en el contexto 
científico-histórico, la paradoja entre libertad humana y determinación divina se 
supera desde una perspectiva nueva. En las palabras de don Quijote (II, 58): «La 
libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los 
cielos».
Como ya dijimos, los cielos del siglo XVI le dan al hombre no sólo orienta-
ción espacio-temporal, sino también su justificación metafísica. La consecuencia 
del progreso científico es que tal justificación se pone gravemente en duda. En 
ese contexto, el Quijote contiene una interdiscursividad significativa: el caballero 
andante busca un pasado idealizado en un mundo en convulsión, un pasado que 
sólo conoce por los libros, y eso vale para el tiempo glorificado de los caballeros así 
cómo para el universo aristotélico. Ni lo uno ni lo otro no han existido jamás. Por 
23. Navarro Brotons, Víctor, «Astronomía, cosmología y humanismo en la época de Felipe II», en: 
Martínez Ruiz, Enrique (ed.), Felipe II, la ciencia y la técnica, Madrid: Actas 1999, p. 208
24. Citado según Navarro Brotons, ibid., p. 212
25. Ibid., p. 207
26. Ibid.
Felix Schmelzer
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consiguiente, un comentario de Thomas S. Kuhn se corresponde con el mensaje 
intemporal del Quijote:27
What the Aristotelian universe had done for the earth-centered astronomy the 
Newtonian universe was to do for Copernican astronomy. Each was a world view 
that tied astronomy to other sciences and related it to non scientific thought as well; 
each was a conceptual tool, a way of organizing knowledge, evaluating it, and gaining 
more, and each dominated the science and philosophy of an age.
La obra de Cervantes se encuentra en una transición entre la cosmología antigua 
y la cosmología moderna. Es probable que durante las rupturas de determinadas 
visiones del mundo crezca la conciencia de su arbitrariedad y eso sea válido para 
conceptos tanto científicos como literarios. El hombre, naufragando en una barca 
sobre un río, pensando que surca los océanos guiado seguramente por los cielos, 
es el mismo que piensa luchar contra gigantes que son molinos. El concepto del 
mundo y de la realidad son cosas diferentes. La libertad moderna reside en poder 
elegir entre varios conceptos, su precio está en la conciencia de la arbitrariedad.
27. Kuhn, Thomas S., Kuhn, Thomas S., The Copernican Revolution, Cambridge: Harvard University Press 1985, pp. 263
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