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Carlos Emilio García Duque ..... ..................................... . -- ? . . . • * I Profesor Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Caldas, profesor Universidad de Manizales. EL PENSAMIENTO FILOSOFICO EN LA EDAD MEDIA Y EN EL RENACIMIENTO Vale la pena bosquejar aquí los elementos fundamentales de la filosofía medieval, tanto por el hecho de que las fuentes del pensamiento renacentista se encuentran en los grandes temas y problemas discutidos por los medievales, como también porque es preciso relacionar las dos épocas, a fin de mostrar cierta continuidad entre ellas (pese a que en algunos casos se diga que el renacimiento es una reacción al medioevo). He de aclarar, además, que la filosofía de ese período, que a veces nos ha sido presentado como "una época oscura, alumbrada únicamente por el fuego de las hogueras de la inquisición", es en realidad de una riqueza formidable, y que el descubrimiento de su dimensión es de data reciente, tanto que los eruditos del siglo XIX creían que no había cosa distinta a posiciones dogmáticas en asuntos de fé, inútiles polémicas en filosofía o discusiones infantiles sobre temas de una ciencia contaminada por la magia, en los escritos de sus autores más representantivos. Esta idea inadecuada sobre el pensamiento medieval, es algo definitivamente superado gracias a las contribuciones de investigadores como Crombie, Duhem, Grant, y Jolivet entre otros. 1. LA RUPTURA CON LA SABIDURIA CLASICA Los logros filosóficos y científicos alcanzados por los pensadores antiguos (los presocráticos, Platón y Aristóteles) habían sido complementados por aportes en la geometría (Euclides, Apolonio), la astronomía (Aristarco, Eratóstenes, Hiparco) y la medicina (Herófilo, Celso). Por ejemplo, la medicina científica, fundada por H ipócrates de Cos (quien vivió posiblemente entre los años 460-380 a.C.), cuyos fundamentos habían aprendido los padres de Aristóteles, al igual que un buen número de médicos pertenecientes a la casta de los asclepíades (que se reputaban descendientes del legendario dios), se encontraba recogida en el libro 'De la Medicina Antigua" y en diversos tratados que fueron bien conocidos por los médicos griegos y romanos en los siglos finales del milenio anterior. Las características principales de los La "Madona" de la Leche (Museo Nacional de San Mateo, (Pisa). Novnm Año 5 N o.ll escritos hipocráticos eran el acento sobre la dignidad del cuerpo humano, al cual el médico debía acercarse con respeto, la búsqueda prioritaria del bienestar y pronta curación del paciente, y un enfoque naturalista para llevar a cabo el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades. Pero la filosofía de orientación religiosa, tal y como se la puede encontrar en los tratados pitagóricos, modificó la vocación naturalista de la medicina. En lugar de procurar el descubrimiento de los secretos de las enfermedades por medio de la inspección directa del paciente o del análisis de sus síntom as, el médico-filósofo concentrará su atención en los principios de una teoría de la enfermedad basada en la doctrina de los cuatro elementos, y una terapéutica que concuerda con ella. Como bien se sabe, los presocráticos habían atribuido a los cuatro elementos propiedades distintas. La tierra era fría y seca; el aire, caliente y húmedo; el agua, fría y húmeda; el fuego, caliente y seco. Es un sorprendente paralelismo entre el mundo natural y el cuerpo humano, la nueva ciencia médica explica que hay enfermedades húmedas, secas, calientes y semisecas. Bajo el presupuesto de que es posible neutralizar los estados mórbidos controlando los excesos o desequilibrios (de calor o de frío), los médicos prescriben tratamientos en los cuales se ataca la enfermedad con su contrario. Un estado febril (exceso de calor) se controla con baños de agua fría, a fin de restablecer la armonía perdida. Un estado de escalofrío se combate con calor. La física y la astronomía también van a sufrir la influencia de la filosofía religiosa. Aunque científicos como Aristarco de Samos (c.310-c.230 a C.) habían propuesto un modelo astronómico heliocéntrico, afirmando que el movimiento aparente de las estrellas podría corresponder a una proyección del movimiento real de la Tierra alrededor del Sol, prejuicios de índole estética en favor del movimiento circular y de la organización del cosmos impiden la aceptación de esta teoría. Por lo que respecta a la filosofía, puede notarse un gradual estancamiento de su desarrollo, pese a que Platón y Aristóteles continúan inspirando las actividades de sus seguidores agrupados en la Academia y el Liceo, hacia el siglo II a. C. la febril actividad que caracerizó el siglo de Pericles ya había comenzado a declinar. Con justicia puede afirmarse que ni en la Academia ni el Liceo hubo un sucesor que gozara del prestigio e influencia de los maestros fundadores de estas dos escuelas. La Academia sobrevivió como institución educativa hasta el siglo cuarto de nuestra era, pero sus temas siguieron siendo los temas clásicos discutidos hasta la saciedad en los diálogos socráticos. Algo similar ocurría en el Liceo, donde no se renovó el material necesario para mantener una actividad filosófica y científica de interés. Tal vez el mayor logro de estas escuelas haya sido la conservación de una parte sustancial de la obra de sus iniciadores. La situación política griega, que llevó a la desaparición del gran imperio consolidado por Alejandro, y posteriormente al sometimiento de los pueblos griegos ante el impetuoso avance militar de los romanos acabó de dar el golpe de gracia al saber antiguo. Una serie de acontecimientos de índole social y política consiguió adormecer el lento pero seguro desarrollo que había experimentado el pensamiento en la antigüedad clásica griega. Se han propuesto como causas asociadas a este fenómeno básicamente dos aspectos: las características y necesidades de la cultura latina y el surgimiento del cristianismo. Veamos cada uno de estos elementos por separado. La civilización romana descolló fundamentalmente en determinados aspectos de la vida práctica (la política, el derecho, la moral, el campo militar) y no fue nunca una continuadora de los logros griegos. En efecto, no se encuentra entre los romanos ningún autor de la talla de los sabios griegos, no se tradujeron las obras científicas y filosóficas importantes y, definitivamente, ninguno de los grandes literatos latinos logra siquiera parecerse a un Filósofo. Koyré ha examinado esta situación de manera muy clara (1), demostrando que, por diversos motivos, el romano no posee interés en la ciencia ni en la filosofía. Entre las razones para justificar esta peculiaridad de la civilización latina, se destacan las siguientes. Los romanos cultos de los primeros siglos del Imperio podían leer en griego lo suficientemente bien, como para que las traducciones resultaran superfluas; los intelectuales estaban más inclinados a las cosas prácticas que habían convertido su nación en la más poderosa del mundo, que a las especulaciones racionales de una filosofía a la que no veían un fin pragmático claro. El romano se contenta con la información existente en la literatura científica disponible, y en el mejor de los casos se limita a recopilarla mediante enciclopedias para cuya redacción prima el orden de los temas sobre la profundidad o claridad que alcanza el autor al realizarla. Por otra parte, la religión cristiana introduce nuevos esquemas de pensamiento que influirán negativamente sobre el desarrollo de la ciencia. La fé cristiana, inicialmente una doctrina de salvación para las clases populares, compuestas por personas pobres, ignorantes y explotadas por los poderosos, pone el acento sobre aspectos muy individuales de la vida del hombre. Se proclama la existencia de un solo Dios, un Dios creador de todas las cosas existentes (el hombre y el mundo), que cuida de sus criaturas como un padrede su prole, pero que quiere más a sus hijos menesterosos, torpes, y desposeídos, que a quienes han alcanzado riquezas u honor en la vida mundana. Esta religión recomienda el sufrimiento (como un medio de purificación), estimula 36 Novum Año 5 No.ll el conformismo y establece una nueva jerarquía de virtudes centrada en el individuo en tanto ser aislado, porque en última instancia la relación entre el hombre y su creador es una relación de tipo personal en la que el primero debe rendir cuentas a su Dios por los actos que ha realizado durante su vida. En la medida en que el cristianismo consigue atender las necesidades espirituales de sus adeptos, comienza a ser interpretado también como capaz de satisfacer las carencias intelectuales de la época. Por ejemplo, Cosmas Indicopleustes, autor cristiano del siglo VI, cree poder resolver las limitaciones de la ciencia pagana, en lo concerniente a brindar una explicación adecuada de las causas de los movimientos planetarios. Para Cosmas, el mundo está hecho a semejanza del tabernáculo de Moisés, es decir, como una extensa llanura limitada por cuatro altas paredes de montañas. La fuerza que hace mover a la Luna, el Sol, las Estrellas y los Planetas, no es otra que el poder de Dios, quien ha designado a algunos ángeles para que transporten los planetas a lo largo de su recorrido de rotación. Un serio problema de dinámica celeste recibe así una solución teológica.(2) Pero el autor de la Topografía Cristiana no es el único que tiene un concepto tan alto sobre la ciencia que puede entresacarse de las Sagradas Escrituras, San Agustín (354-430), Obispo de Hipona, no escatima esfuerzos para contrastar el carácter despreciable de la ciencia pagana frente a la sabiduría eterna de la palabra divina. San Agustín no era precisamente un ignorante. Había estudiado la filosofía de los autores griegos y reconocía a Platón y sus seguidores la cualidad de aproximarse al concepto de verdad propio de la fe cristiana. En el Capítulo VII del libro 2 de las Confesiones se declara deudor de los platónicos, quienes al persuadirlo del ínfimo valor de lo sensible y lo material; al mostrarle el sentido de lo invisible; al despertarle "el amor a lo que no se vé con los ojos del cuerpo(...) le habían dado el impulso, le habían revelado la filosofía, le habían introducido en el umbral de la Verdad, designándole, con el nombre de "mundo inteligible", la razón inmutable y eterna por la que Dios hizo el mundo". Pero no hay que llamarse a engaño, pues aunque los platónicos puedan acertar en algunos casos y llegar, por azar, a la verdad, las doctrinas filosóficas "no son preceptos y documentos de los dioses, sino invenciones de los hombres, quienes, poseyendo naturalm ente sutilísimos ingenios, procuraron con la fecundidad de su discurso descubrir lo que estaba encubierto en los arcanos de la naturaleza (...) Algunos de estos célebres filósofos hallaron y conocieron, con el auxilio divino, cosas grandes, así como erraron en otras que no podían alcanzar por la debilidad de conocimientos que por sí posee la humana naturaleza, especialmente cuando a su altanería y caprichos se oponía la Divina Providencia".(3) La oposición de San Agustín a la ciencia pagana alcanza también a la astrología. En una crítica aguda a la tendencia irracional a creer en la influencia de los astros sobre las cosas del mundo, el Santo afirma que la prosperidad del imperio romano y de todos los reinos no es casual, no ocurre en contra de la voluntad humana o divina y no puede atribuirse a la posición de las estrellas. Pero veamos sus razones in extenso: "Porque cuando lo oyen los hombres, según el común modo de hablar, no entienden por esta voz sino la fuerza de la constitución de las estrellas, calculada según el estado en que se hallan cuando uno nace o es concebido; cuya operación intentan varios eximir de la voluntad de Dios, aunque otros quieren que este efecto dependa asimismo de ella; pero a los que son de opinión que sin la voluntad de Dios las estrellas decretan lo que hemos de practicar, o lo que tenemos de bueno o padecemos de malo, no hay motivo para que les den oídos ni crédito, no sólo los que profesan la verdadera religión, sino los que signen el culto de cualesquiera dioses aunque falsos; porque esta opinión errónea qué otra cosa hace que persuadir que de ningún modo se adore a dios alguno ni se le haga oración?” (4). Es claro, pues, que la astrología conduce al ateismo, aunque en rigor debería concluirse también que lleva a la divinización de las estrellas. De cualquier manera, creer en la astrología conlleva grandes riesgos. Si se acepta que el poder de las estrellas proviene del poder divino, entonces los defensores de la astrología "hacen grande injuria al cielo, en cuyo clarísimo consejo (digámoslo así) e ilustrísima corte, piensan que se decretan las maldades que han de perpetrar los malvados"; si se supone que el poder de las estrellas es independiente del poder divino y que es el cielo el que decreta las acciones de los seres humanos, entonces no le quedaría a Dios ningún "imperio y jurisdicción" sobre éstas; y si se plantea que el mismo Dios, sin intermediación de las estrellas, decide lo que cada uno ha de hacer, no podría EL juzgar a los hombres por realizar acciones que han sido decretadas por su supremo poder. Pero si estas pruebas no nos convencen de la falsedad de la astrología, basta con considerar la vida, acción y obras de los mellizos, "en la cual hay tanta diferencia, que les son más parecidos y semejantes en cuanto a estas cualidades muchos extraños que los mismos mellizos entre s f , quienes, al haber nacido bajo un horóscopo común, deberían padecer y gozar exactamente los mismos avatares. En una extraña mezcla de teología y física Agustín refuta a quienes contraponen objeciones al poder de Dios para hacer que los hombres puedan residir en el cielo después del juicio final. Los argumentos de los 37 Novum Año 5 N o.ll opositores a la doctrina de la salvación se fundamentan en el hecho de que un cuerpo humano, al ser en gran parte compuesto de materia terrena (pesada) no puede elevarse atravesando todos los elementos (incluyendo los más livianos como el aire) para llegar hasta el cielo, puesto que ello contradice lo que establece la ciencia de la naturaleza. Con gran habilidad discursiva Agustin responde: "Ved aquí con que argumento contradice a la divina omnipotencia la flaqueza humana, en quien domina la vanidad. Pues qué hacen en el aire tantos cuerpos terrenos, siendo el aire el tercero en orden a la tierra? A no ser (que) el que pudo dar a los cuerpos terrenos de las aves, por medio de la ligereza de sus plumas, facultad para que pudiesen andar por el aire, no (pueda^dar a los cuerpos de los hombres ya inmortales, virtud con que puedan habitar tam bién este supremo cielo". (La ciudad de Dios. L. XXII, Cap. XI, pp. 735-736). Y como si el argumento del poder infinito de Dios no bastara, Agustín reduce al absurdo las objeciones de sus contrincantes. En efecto, si los elementos hubieran de disponerse en orden según el peso, y no pudiesen entre mezclarse, entonces ¿porqué razón los hombres y los animales terrestres pueden vivir en el tercer elemento (aire) pero se ahogarían en el segundo (agua)? Además, si damos crédito a las historias fantásticas de la mitología pagana y reconocemos poder a los dioses del Olimpo (que son falsos) ¿por qué hemos de lim itar el poder del verdadero Dios? Pues si los milagros de los dioses paganos, de cuya autenticidad cabe dudar; o el poder de los demonios, represen tan tes del mal, logran alterar el orden de la naturaleza, con mayor razón podría alterarlo, a voluntad, su supremo creador. Como se vé, San Agustín opone a las imperfecciones de la ciencia pagana el poder infinito de Dios, y al subvalorar la sabiduría antigua prepara el camino para justificar su sustitución con elconocimiento de las cosas sagradas. Es posible comprender mejor esta actitud peyorativa hada la ciencia, si se tiene en cuenta que hay notables discrepancias entre ésta y la verdad revelada. No se debe olvidar que la doctrina bíblica resuelve de manera definitiva algunos interrogantes que habían sido planteados por la sabiduría pagana. Los viejos dilemas pierden vigencia: Por ejemplo, ya no tiene sentido discutir sí el mundo es eterno o tuvo un prindpio en el 38 Novum Año 5 No.11 tiempo, pues la Biblia establece que éste ha sido creado; ya no hay confusiones sobre la naturaleza humana, pues el buen cristiano sabe que el hombre es esencialmente un alma, alma inmortal creada para una vida eterna de premio o de castigo conforme a la clase de vida que haya llevado su dueño en el mundo; ya no es necesario tomar en consideración la existencia plural de dioses, pues se sabe que Dios sólo puede ser uno. Además, el cristianismo propone una motivación distinta a la vida humana; su valor dejará de asociarse a la búsqueda del saber y se hará dependiente del servicio a la causa de la religión. Considerando la situación desde esta perspectiva, es comprensible la actitud de recelo y sospecha con que los cristianos miran la sabiduría pagana, pues en la mayor parte de los casos ni siquiera cuentan con los elementos mínimos necesarios para leer y comprender los libros de los antiguos. Hay casos aislados en los que se acepta una especie de anticipación a la verdad en las obras de los filósofos, pero en general basta con mencionar su carácter de autores gentiles y descreídos para que se produzca un rechazo de sus tesis. Dicho de manera sencilla, la sabiduría pagana no se considera una digna rival del saber revelado, como lo sentía Tertuliano, quien ya en el siglo III había calificado a los filósofos de herejes. A esta actitud hay que agregar una disminución progresiva del dominio del griego y de la filosofía y la aparición de una tradición enciclopedista donde se copian, resumen y compilan los libros de ciencia ofreciendo un producto cada vez de menor calidad y más alejado de su original. La situación va a permanecer así hasta el siglo IX, época en la cual, en un intento por volver a la senda perdida, Santos, Papas, Cardenales, Obispos y Clérigos tratarán de recuperar y conservar los pocos fragmentos de la cultura pagana que conocerá el occidente cristiano. 2. SE REINICIA EL CONTACTO Durante la baja edad media, entre el denominado "renacimiento" carolingio del siglo IX y mediados del siglo XTV, tiene lugar el reencuentro de occidente con una buena parte del saber perdido. Gracias a ciertos cristianos revolucionarios, que traducirán a los sabios paganos y harán las veces de interpretes y mediadores entre éstos y la nueva ciencia cristiana, nacen las universidades y se crea la filosofía escolástica. Hacia el siglo VID la educación había llegado a ser algo tan exótico, que muchos religiosos desconocían incluso el Latín litúrgico y a duras penas podían leer y escribir. Alentado por el deseo de restaurar el prestigio intelectual de los sacerdotes, y convencido de que lá educación de clérigos y laicos no hacía más que servir a los intereses de Dios y del reino, el emperador franco Cario Magno ordenará, en el año 789, la creación de escuelas para enseñar principios de lectoescritura, aritmética y gramática. Inicialmente, el currículo no se destaca por su profundidad; se dispone la enseñanza de los salmos, la notación musical, el canto, la computación del calendario, y la gramática. Pero a medida que aparecen escuelas especializadas para la enseñanza de monjes y funcionarios de la religión, el espectro se amplía y cualifica dando lugar a actividades de copia de libros, búsqueda e intercambio de manuscritos de obras importantes y a la recuperación del trivium y el quadrivium de la educación clásica. Este plan de estudios constituía una modificación de las nueve artes liberales descritas de manera poética desde el siglo I a. C. por el gramático romano Varron. Las artes eran: gramática, lógica, retórica, geometría, aritmética, astronomía, música, medicina y arquitectura. La profesionalización de las dos últimas hizo que se las excluyera del grupo y con las siete restantes se conformó el Trivium y el Quadrivium, que llegaría a ser el núcleo de los estudios generales que estaba obligado a realizar todo estudiante universitario durante cerca de cuatro años para obtener el título de Licenciado en Artes. La Universidad primigenia se parece poco a nuestra idea de esa institución. La autonomía y el estatus corporativo de sus miembros, provenientes de distintos países de Europa, son sus elementos definitorios. Las primeras universidades europeas de renombre fueron las de Bolonia y París, y a partir del año 1200 la validez universal de la licencia para enseñar (jus ubique docendi) se convirtió en la nota más importante de una nueva universidad. Sólo el papa o sus delegados podían otorgar este permiso. Las ramas de estudios superiores eran inicialmente derecho, medicina y teología. Los centros de estudios más importantes en el siglo XIII eran Salerao, en Italia, que descollaba por su facultad de Medicina, Bolonia que sobresalía en los estudios de Derecho (romano y canónico) y la Universidad de París, originada en la escuela catedralicia de Notre Dame, cuya facultad de Teología gozaba de gran reconocimiento. Las clases transcurrían en un ambiente que se parece poco a la idea "escolática" que nos hemos formado de la enseñanza. A menudo, destacados profesores atraían estudiantes de todos los países europeos y mediante el empleo del método de las Questiones Disputatas se mantenía el interés por los resultados de vivas discusiones. Este método consistía en exponer el pensamiento de un autor, presentar un comentario del profesor y plantear una serie de preguntas alternativas al texto comentado. Por medio de esos interrogantes se procuraba explorar las consecuencias de un principio filosófico o una teoría científica, pero además se ejercitaba el arte de la lógica aportando razones a favor y en contra y sopesando su validez de acuerdo con las enseñanzas de Aristóteles.(5) Durante el siglo XII y de manera paralela al desarrollo de las universidades, el medioevo occidental se reencontró con el saber antiguo. Con el incremento de 39 Novom Año 5 N o.ll los viajes y el establecimiento de relaciones comerciales más estrechas entre oriente y occidente, los maestros europeos que hasta comienzos del segundo milenio tenían que contentarse con versiones de segunda y tercera mano sobre la filosofía griega, o con noticias aparecidas en los tratados enciclopédicos, veían ahora la posibilidad real de beber directamente de las fuentes de la sabiduría. La civilización árabe desempeña también un papel preponderante en esta tarea, en la medida en que después de sus conquistas políticas en el cercano oriente, en Africa y en el sur de España, inicia con fervor la conquista del tesoro cultural de los pueblos recién sometidos. Así, autores como Aristóteles, Ptolomeo, Galeno, Eucüdes y el mismo Platón serán bien conocidos por los árabes, quienes no solamente leen sus tratados sino que los explican trabajan en los problemas por ellos planteados y realizan traducciones de las obras capitales. De hecho, las primeras traducciones de los textos filosóficos de Aristóteles al Latín se hacen a través del Arabe. Koyré ha explicado el papel dinamizador de la civilización árabe llamando a sus eruditos "maestros y educadores del occidente latino" y ha insistido en que nuestro conocimiento de los textos claves de la ciencia y la filosofía antigua se debe, ante todo, a la mediación de los árabes, pues no sólo no había quien supiera griego en Europa, sino que tampoco había quien supiera filosofía. 3. LA RECEPCION DEL PENSAMIENTO ARISTOTELICO Gracias a las traducciones fué posible para los eruditos medievales tener acceso a unenorme tesoro desconocido. Durante la alta edad media, sólo se conoció una versión (no muy fiel) de la llamada lógica vetus de A ristóteles (las Categorías y el Peri Hermeneias) y de algunos fragmentos de la Metafísica. Pero una vez iniciado el trabajo de las escuelas de traductores será posible estudiar las obras básicas del filósofo (La Física, el Tratado Del Cielo, De la Generación y la Corrupción, la Meteorología y la Analítica Posterior). El progreso fué tan rápido que a un solo traductor, Guillermo de Moerbeke (ca. 1215,ca. 1286), se acreditan versiones directas del griego de casi todas las obras de Aristóteles y de sus comentaristas más importantes (como Alejandro de Afrodisías, Juan Filipón y Simplicio). El ingreso del saber aristotélico a las universidades dió lugar a consecuencias contradictorias. Por un lado, sirvió para reavivar un sinnúmero de investigaciones tanto en el ámbito de la ciencia como en el de la filosofía. Por otro, y en cuanto llegó a ser la respuesta oficial para la mayor parte de las cuestiones discutidas en las escuelas, originó una actitud de total aceptación que convirtió a sus adeptos en meros repetidores de una doctrina, y suscitó una violenta reacción en contra del dogmatismo y de las consecuencias de su filosofía. La reacción contra el aristotelismo tuvo su génesis en la incompatibilidad entre sus principios y algunas verdades de la fé (5), conflicto que nunca pudo resolverse satisfactoriamente ni siquiera después de que autores cristianos de tanta reputación como Santo Tomás (1225-1274) se hubieran esforzado por mostrar un Aristóteles más cercano a la fé de lo que era posible en una sana lectura de sus obras. La filosofía aristotélica fué objeto de varias prohibiciones en el siglo XIII, entre las cuales la más contundente fué la condena de 1277. Esta condena abarcaba 219 postulados provenientes de diversos filósofos, entre ellos Aristóteles y algunos de sus comentaristas, incluyendo a Tomas de Aquino. Se prohibió, bajo pena de excomunión, la aceptación de uno cualquiera de los errores censurados y, naturalmente, se proscribió la enseñanza de Aristóteles. Veamos una pequeña muestra de las "falsedades" que preocupaban a la Iglesia en ese inomento'. Que las discusiones teológicas se basan en fábulas. Que la teología cognoscitiva no aporta nuevos conocimientos. Que los únicos sabios del mundo son los filósofos.(7) Es evidente que este tipo de postulados debió haber creado gran malestar entre eruditos para quienes la filosofía no constituía mas que un saber de segunda línea. Al analizar los efectos de largo plazo de la condena de 1277, podemos concordar con la evaluación de Koyré. Fué una prohibición inane, porque Aristóteles nunca abandonó las universidades (no había nada semejante con que reemplazarlo). De hecho, como la prohibición se refería a París, los profesores de las universidades de Italia continuaron promoviendo el estudio de Aristóteles, si bien se concentraban más en sus obras científicas y evitaban en lo posible, ocuparse de asuntos que pudieran ser controvertibles. El surgimiento de los nuevos tiempos, va a estar parcialmente signado por los esfuerzos para buscar una alternativa válida al saber filosófico y científico que acababa de recuperarse y se veía ahora cuestionado. 4. EL RENACIMIENTO Si hemos de aceptar las determinaciones históricas convencionales, el Renacimiento inicia exactamente en el año 1453, cuando la ciudad de Constantinopla cae bajo la presión de los turcos.(8) Infortunadamente, este tipo de demarcaciones tiende a mostrar una imagen que en nada corresponde con la realidad. Primero, porque se trata de un fenómeno tan esencialmente europeo, que a veces se ha preferido hablar con exclusividad de Renacim iento italiano. Segundo, porque sus características son tan complejas que mal puede reducírselas a un acontecimiento bélico o político, y tercero porque lo más destacable de este período es una recuperación de los patrones estéticos y artísticos de la Novum Año 5 No.l 1 antigüedad, aunados a un cambio de actitud en el erudito y a una vuelta a la cultura pagana. Poco importan, por lo tanto, los hechos históricos que elijamos como punto de referencia, pues lo que singulariza y diferencia la "nueva época" es su espíritu de Renovación: renovación en las artes, la literatura, y el panorama de los objetos de interés para el hombre. Los manuales de historia a veces subrayan la aparición del "Humanismo" como un elemento central en el Renacimiento. Para dar continuidad a la tradición, voy a referirme de manera resumida al tema. En muchas obras se ha planteado el problema del humanismo bajo el significado de una reasignación del valor que se otorga a las cosas del hombre. Se nos sugiere que en el Renacimiento habrá una transformación en la escala de valores propia del período medieval (en la cual se encontraba en primer lugar Dios y en último el ser humano) que invierte la jerarquía de las cosas centrando su atención en el hombre. A esto se añade una hipervaloración de las obras humanas y una confianza desmedida en el talento y la inteligencia como armas para enfrentar las más disímiles dificultades. Esta historia es inexacta. Para el pensador renacentista el humanismo no tema una connotación distinta a la académica. Servía para designar a los eruditos en los studia humanitatis (esencialmente gramática, literatura y poesía). "Un humanista era un profesor o estudioso de los autores clásicos. La gramática latina era su disciplina fundamental. El conocimiento del Latín resultaba imprescindible en el mundo de la política, de la jurisprudencia y del comercio, pues en esta lengua se escribían las cartas, los discursos y los contratos comerciales"(9). Además, como lo han señalado entre otros Kristeller y Koyré, no hay ningún período de la historia donde se hubiera dado una creencia más extendida en la magia, en los poderes ocultos de la naturaleza, en la existencia de brujas y demonios que en el Renacimiento. Por eso no puede hablarse de la fe en la razón como su nota característica. Todo lo contrario, hubo un grado mayor de confianza (al menos más amplio) en lo irracional. Por último, debe insistirse en que el espíritu de la época es más el de un renacer en las artes y en la literatura, que en la filosofía y la ciencia. Recuérdese que uno de sus grandes autores, Petrarca, fué coronado como poeta en el capitolio romano, y a la manera tradicional latina en 1341. Sin embargo, el Renacimiento constituye un período fascinante de la historia donde vamos a ver coincidir junto con la más burda e ignorante superstición, las obras más sublimes del arte pictórico y escultórico y las más provocativas ficciones literarias que jamás se hubieran escrito. La actividad literaria es febril. Por doquier encontraremos los pensadores más dotados del momento escribiendo sobre filosofía, con resultados discutibles; sobre ciencia, con pueriles equivocaciones pero inmensa intuición; sobre arte, con un nivel teórico nunca antes visto; sobre el hombre, con un lirismo que conmueve. Comencemos por el final de la lista. Un texto muy conocido de la edad media, escrito por el Papa Inocencio III, había sintetizado con singular claridad la actitud del cristianismo hacia el hombre. El hombre se consideraba como una criatura inferior que "Nace desnudo, desnudo retorna. Viene pobre, pobre se va". Pero esto por sí solo no demuestra la vileza humana; el Papa contaba con otros defectos para añadir: "Tú, hombre, andas investigando hierbas y árboles; pero estos producen flores, hojas y frutos, y tu produces liendres, piojos y gusanos; de ellos brota aceite, vino y bálsamo; y de tu cuerpo esputos, orina y excrementos"(10). Este fragmento sobre la miseria de la condición humana, traduce muy bien la subvaloración medieval hacia los hijos de Dios. Pero los tiempos están maduros para una visión diferente. Los humanistas del renacimiento contemplanal hombre desde una perspectiva distinta y henchidos de orgullo levantan la cabeza ante el texto papal, Manetti, en su Tratado sobre la excelencia del hombre (1452) responde a la primera acusación de miseria: "Es preciso que naciera así, justamente por su gracia y por su belleza. La naturaleza no habría permitido jamás que el cuerpo humano, la mas hermosa de todas sus obras y, sin duda la más maravillosamente ejecutada por ella, apareciese escondida bajo una indumentaria extraña que ocultase sus bellezas con velos deformes e inapropiados". (De Dignitate, Libro IV). A fin de desestimar la lista de quejas acerca de lo que proviene del género humano, Manetti aclara que sus productos no son los desechos ni los parásitos del cuerpo. Por lo tanto, carece de sentido mencionar el carácter despreciable de los excrementos, pues los verdaderos frutos del hombre se hallan entre las creaciones de su intelecto o las de su destreza manual: "Nuestras, vale decir, humanas, son todas las cosas, los castillos, las ciudades, los edificios de la tierra (...) Nuestras las pinturas, nuestras las esculturas, nuestras las artes, nuestras las ciencias, nuestra la sabiduría. Nuestros (...) en su número casi infinito, todos los inventos, nuestros todos los géneros de lenguas y literaturas (...) nuestros, finalmente, todos los mecanismos admirables y casi increíbles que la energía y el esfuerzo del ingenio humano ( o diríase más bien divino) ha logrado producir y construir por su singular y extraordinaria industria".(11) La grandeza del hombre se encuentra, pues, en la magnitud de su talento y en su capacidad para realizar obras admirables, en la belleza y armonía de las construcciones arquitectónicas, en el arte sublime de la pintura o la escultura, en el ingenio de los inventos 41 Novum Año 5 N o.ll mecánicos, en la sabiduría de las ciencias y en la creatividad ilimitada de la literatura. Es bien curioso notar, que mientras los autores medievales sospechaban del hombre creador, y acusaban del pecado de soberbia a quienes se enorgullecían de las creaciones obtenidas gracias a la inventiva del arte, Manetti ve en todo ello el signo más claro de perfección y un motivo legítimo de honra. La exaltación de la dignidad humana será un tema recurrente en los trabajos de muchos autores renacentistas. Entre ellos merece especial atención Giovanni Pico della Mirándola (1463-1494), conde de la Concordancia. Pico fue un caso poco común en la historia del pensamiento; dotado de una inteligencia prodigiosa, aprendió el griego, el árabe y el hebreo a fm de investigar con profundidad los temas que más le interesaban (la filosofía griega, la cábala judía y la religión islámica). Estudió la filosofía de Platón en la Academia Florentina de Ficino, pero sus ambiciones iban mucho más lejos. Admirando por igual a Platón y a Aristóteles soñó con unificar su pensamiento en una grandiosa síntesis que recogiera lo mejor de ambos. A pesar de haber vivido tan sólo treinta y un años, Pico tuvo tiempo de legarnos obras como el Heptaplus, comentario sobre los libros del Génesis en que trató de desarrollar una doctrina cosmológica de corte emanan tista. Pico fue, además, amigo de las controversias. Con la intención de poner a prueba su sistema redactó Novecientas conclusiones de todas las ciencias. Conclusiones filosóficas, cabalísticas y teológicas (1486),e invitó a todos los sabios y filósofos de la Europa de su tiempo a discutir sus tesis publicamente en Roma. Pero por esos días, cuando ya la intolerancia comenzaba a oscurecer el panorama de las libertades intelectuales, las tesis de Pico despertaron sospecha. El Papa Inocencio VIII nombró una comisión para examinarlas. Los censores calificaron siete de las tesis como no ortodoxas, y consideraron otras seis "dudosas". En una demostración de eficiencia inusitada, el Papa se apresuró a condenar todo el conjunto como herético, haciendo caso omiso de las explicaciones de Pico y prohibiendo la celebración del evento académico en que el filósofo pensaba defenderlas. Pico fué encarcelado, y aunque abjuró sólo recobró la libertad después de la mediación del Rey Carlos VIII. Como introducción a estas tesis, Pico había escrito un discurso sobre la dignidad humana, cuya fuerza ha impresionado a todos sus lectores a través de los siglos. Creo que muy pocos podrían escapar al embrujo arrebatador de sus palabras, y por eso haré un comentario sobre ellas a continuación. El texto recalca que en los escritos árabes se reconoce la majestad del hombre, a quien se llama el "gran milagro". Para avalar este calificativo tenemos la penetración de los sentidos, la inteligencia, la razón y el lugar que éste ocupa en la escala de la creación. Pero la condición que hace al hombre "el más dichoso de los seres vivos y el más digno de admiración" radica en los dones que recibió de su creador. En una adaptación libre del génesis Pico nos lleva al momento en que Dios, luego de haber creado y ordenado el universo, y de haber dado vida a los animales y seres espirituales que habitarían las distintas regiones del mundo, decide crear al hombre. Según el relato, Dios quiso crear un ser que pudiera, apreciar y admirar "el plan de tan grande obra" y que al hacerlo, la amara y honrara a su artífice. Pero he aquí, que al tomar esta decisión Dios se encuentra con que "ya no quedaba en los modelos ejemplares una nueva raza que formar, ni en las arcas más tesoros como herencia que legar al nuevo hijo, ni en los escaños del orbe entero un sitial donde asentarse el contemplador del universo". Por eso, y debido a que la potencia creadora y la sabiduría del hacedor son infinitas, decidió hacerlo partícipe de todos los dones sin darle ninguno en especial, y lo convirtió en epitome de toda la creación, concediéndole la libertad absoluta para que llegara a ser lo que a bien tuviera: "No te dimos ningún puesto fijo, ni una faz propia, ni un oficio peculiar, ¡oh Adán!, para que el puesto, la imagen, y los empleos que desees para tí, esos los tengas y poseas por tu propia decisión y elección. Para los demás, una naturaleza contraída dentro de ciertas leyes que les hemos prescrito. Tú, no sometido a cauces algunos angostos, te la definirás según tu arbitrio al que te entregué. Te coloqué en el centro del mundo, para que volvieras más cómodamente la vista a tu alrededor y miraras todo lo que hay en ese mundo. Ni celeste, ni terrestre te hicimos, ni mortal, ni inmortal, para que tú mismo, como modelador y escultor de tí mismo, más a tú gusto y honra, te forjes la forma que prefieras para tí- Podrás degenerar a lo inferior, con los brutos; podrás realzarte a la par de las cosas divinas, por tu misma decisión"(12). La excelencia y la dignidad humanas están pues en la ilimitada gama de posibilidades que se abren ante la voluntad del hombre. Desde esta especial concepción del libre albedrío, cabe entender mejor el rotundo rechazo que hace Pico de la astrología, pues ella no permite que el hombre, de acuerdo con lo decretado por Dios, se foije su propio destino. Otro aspecto que muestra la riqueza regia del renacimiento puede hallarse en sus grandes utopías. Las utopías pertenecen al grupo de esas obras sobre las que todo el mundo habla aunque muy pocos las hayan leído. Pero quien aborda los libros de Moro, Campanella y Bacón no sólo descubre una ficción donde la felicidad humana y la convivencia pacífica son posibles, sino que también puede percibir una muestra del vigor con que la filosofía y la ciencia medieval se están transformando. 42 Noyum Año 5 No.l I No pretendo exponer aquí el contenido de estas obras, pero no podría hacer una presentación -por esquemática que fuera- del pensamiento renacentista sin mencionarlas. Las utopías crepitan de análisis agudos sobre la naturaleza de la sociedad y en ellas abundan las enseñanzas sobre como mejorar la vida de sus miembros: se identifica la propiedad privadacomo fuente de miseria; se fustiga el ocio de las clases privilegiadas, se propone el ascenso social basado en méritos, se confiere especial valor a la filosofía y al saber, se reclama la obligación y el derecho de cada miembro de la sociedad a hacer algo útil, se rescata la dignidad de toda clase de trabajo, censurando la costumbre griega de menospreciar las actividades manuales, st propone una moral sexual pragmática, se critica la intolerancia mientras se defiende el derecho al pluralismo y al libre pensamiento (incluso en materia religiosa), se denuncia el poder corruptor del dinero y se sugieren sociedades autoabastecidas en las que los metales y las piedras preciosas no poseen ningún valor (la utopía de Bacon es la excepción, pues en Bensalem el oro conserva su poder de encantamiento v de compra) Koyré ha señalado que el gran enemigo del Renacimiento fue la síntesis aristotélica y que su gran labor consistió en la destrucción de esa síntesis Hay que complementar esta atinada sugerencia recor dando que el renacimiento también se caracterizó por reconocer importancia, como no se había hecho antes, ai trabajo de los ingenieros y artesanos a quienes se había considerado como ciudadanos de segunda clase (herencia de los viejos prejuicios griegos que tan bien encajaban en ci feudalismo medieval) y que pese a buscar el regreso a la sabiduría antigua, también supo controlar el culto a la au to ridad Es tentador considerar el renacimiento como un período en que, tanto la relación del hombre con la naturaleza, como su imagen de ésta, se modifican; sobre todo cuando pensamos que sus más connotados autores dieron inicio a profundas transfor maciones en la cosmovisión No obstante, al estudiar las motivaciones en las obras de los precursores de la ciencia moderna nos vemos forzados a reconocer que la explicación no es tan simple. Acabo de mencionar que la gran labor del Renacimiento fue la destrucción de la síntesis aristotélica. Pero los primeros ataques a esta ciencia cualitativa se hacen desde la 43 Novmn Año 5 No.ll filosofía (13) y provienen de autores que no poseen una estricta formación científica. Aristóteles había enseñado en Del Cielo, que la tierra se encontraba en el centro de un universo finito y que había una diferencia cualitativa entre el mundo supralunar y el mundo sublunar, con base en la cual se establecía la categoría inferior de la Tierra en comparación con la región celeste. Nicolás de Cusa (1401-1464), en obras de elaborada complejidad, como La Cena de las Cenizas y la Docta Ignorancia, rechazara enfáticamente estas concepciones: para él, la Tierra no ocupa el centro, por la sencilla razón de que el universo tiene su centro en todas partes y en ninguna, siendo además un universo interminado; lo que vale tanto como decir, ilimitado. Tampoco comparte la idea de que la Tierra, por hallarse en la región sublunar posea una naturaleza inferior a la de los planetas; no, en su opinión, la Tierra es una Stella Nobilis,es decir, una estrella tan noble como la más perfecta de las esferas del incorruptible mundo celeste (14). Partidario del movimiento de la Tierra, prefigura en su obra los argumentos de relatividad óptica que empleará Copérnico para defender su sistema. Cusa no se atrevió a afirmar explícitamente la infinitud el mundo, pero un nativo de Ñola, Giordano Bruno, no dudará en llevar a la máxima expresión esa exaltación cósmica del infinito que sólo es una tímida sugerencia en la obra del cardenal de Cusa. Bruno (1548-1600) no es un astrónomo sensu stricto: sus conocimientos de matemáticas son insuficientes, pero como filósofo se muestra atrevido, valiente y profundo. No concibe a Dios como un ser personal, ni como un simple creador, no acepta como explicaciones válidas las enrevesadas fórmulas de la alquimia y su cosmología rebate los modelos astronómicos de sus predecesores. Concibe una idea acerca de los límites del mundo enteramente opuesta a la de la tradición, no sólo el Universo es infinito sino que Dios no podría haberlo creado de otra manera; la Tierra no ocupa el centro de todos los cuerpos celestes, y plantea la existencia de muchos otros mundos semejantes al nuestro. Hay, por lo tanto, un único universo e infinitos mundos dentro de él. Bruno lo explica de la siguiente manera: "...todos aquellos que establecen un cuerpo y una magnitud infinita, no establecen en ella medio ni extremo, y quien habla de la carencia, del vacío del éter infinito, no le atribuye peso ni ligereza ni movimiento ni razón superior, inferior o intermedia, y como sitúan además, en dicho espacio, infinitos cuerpos como esta, aquella y aquella otra Tierra, este, aquel y aquel otro Sol, todos ellos cumplen sus circuitos dentro de tal espacio infinito a través de espacios finitos y determinados, o bien en torno a los propios centros. Así, nosotros, que estamos en la Tierra, decimos que la Tierra está en el medio..."(15)> pero los habitantes imaginarios de otros mundos también se considerarán en el centro de la esfera estelar. Bruno, quien era un estusiasta copemicano, defendía el movimiento de la Tierra alrededor del Sol y afirmaba que nuestro planeta no se encontraba en el centro del universo sino en el centro de la región celeste más próxima. Bruno divulgó sus opiniones, poco acordes con la ortodoxia religiosa y científica, hasta que fué silenciado por el Santo Oficio que le condenó a morir en la hoguera en el año de 1600. Será necesario esperar hasta que un astrónomo profesional, conocedor de las teorías de los antiguos y dotado de la cultura matemática requerida para comprender los problemas teóricos de esta ciencia, aplique su ingenio a la solución de los grandes desafíos de la astronomía. No es fácil expresar con claridad la importancia del cambio introducido por la hipótesis heliocéntrica, propuesta por Nicolás Copérnico (1473-1543) en su obra: De Revolutionibus Orbium Coelestium. Todos sabemos que se trata de trasladar el Sol al lugar central y convertir la Tierra en un planeta más, pero el significado de su aporte excede, con mucho, esta simplificación. Al invertir el rol astronómico del Sol y de la Tierra, se minan los fundamentos de la astronomía tradicional posibilitando la destrucción de la noción misma de cosmos ordenado, cerrado y jerarquizado. Es claro que Copérnico, conocedor de Tolomeo y Aristarco, de Hiparco y Eucüdes, tenía otras razones además de las científicas para postular el heliocentrismo. El cree, por ejemplo, que es mucho más fácil que se mueva lo contenido y no aquello que contiene; lo más pequeño y no lo más grande; así como piensa que el Sol, por ser fuente de luz y calor, debe ocupar el mejor lugar, esto es, el lugar central, ya que desde allí puede alumbrar con mayor facilidad a los otros planetas, e irradiar su benéfico calor. Su obra máxima, que según los biógrafos salió de la imprenta exactamente el día de su muerte, nos muestra las paradojas de un pensamiento genial que después de dar el paso fundamental, se ve obligado a aceptar algunas otras nociones de la vieja astronomía. Copérnico, es cierto, propone un modelo heliocéntrico, el cual es mas simple geométricamente (requiere un menor número de círculos y epiciclos para representar el sistema del mundo) y también epistemológicamente; un modelo que encierra una característica de relatividad, pues se demuestra que para algunos propósitos no importa si se considera como centro al Sol ó a la Tierra; pero conserva el movimiento circular, conserva las esferas cristalinas de los antiguos (las necesita para explicar el movimiento de los planetas) y su mundo a pesar de ser grande, a pesar de ser inmensum, no es en modo alguno infinito. Así son las obras de los pensadores renacentistas; en ellas, la intuición científica se codea con la aventura filosófica bajo el común denominador de la imprecisión. Por eso, aunque no hicieron una ciencia nueva, debemosacreditarles el haber gestado y preparado la gran revolución científica del siglo XVII de la cual somos herederos y continuadores. 44 Novnm Año 5 No. 11 5. LOS APORTES DE GALILEO Galileo Galilei ^1564-1642), profesor de matemáticas en la Universidad de Pisa y en la de Padua, matemático oficial de los duques de Toscana, filósofo perspicaz, científico riguroso y escritor polémico será el llamado a establecer los fundamentos teóricos de la nueva filosofía y de la nueva ciencia. Su contribución puede interpretarse como un rechazo a la escolástica y una crítica al aristotelismo. A la primera, objeta el estilo dogmático y autoritario con que recibe ideas discrepantes; al segundo, refuta sus errores en la ciencia de la naturaleza. Según la física aristotélica, la estructura del espacio real y la naturaleza de los cuerpos son los factores que determinan el lugar que ocupan los objetos en el espacio. Los cuerpos permanecen en sus lugares naturales, mientras no sean expulsados de allí por un movimiento violento; y después de que éste cesa, el cuerpo tiende a regresar a su lugar a la acción de la "naturaleza"; el movimiento es, por lo tanto, un proceso mediante el cual (en el caso del movimiento natural) los cuerpos no hacen otra cosa que buscar sus lugares propios, es decir, mantener en orden el cosmos jerarquizado. Es esta noción de jerarquía la que hace imposible, tanto la traslación en el vacío, como el movimiento perpetuo. Aristóteles piensa (y bajo sus presupuestos está en lo cierto), que, en el vado, un móvil tendería a viajar con una veloddad infinita y, por otra parte, que allí no podría existir un motor que pusiera en movimiento al cuerpo. Pero lo más difícil de controvertir es que, no habiendo lugar alguno en el vacío; es decir, siendo éste la ausenda de todo, el cuerpo no tendría a donde ir. Suponiendo que logrará ponerse en movimiento, no tendría razones para moverse o quedarse inmóvil. He mendonado las explicadones aristotélicas para que juzguemos mejor la magnitud del cambio implídto en los postulados de la física de Galileo, quien en su juventud compartió las objedones de los medievales tardíos al estagirita. Ha llegado el momento de hacer justida a Aristóteles; se ha criticado su física, pero también es necesario recalcar su status; se trata de una cienda en el sentido lato de la palabra, esto es, de un cuerpo teórico, sistemático y estructurado, que recoge admirablemente en una teoría coherente la mayor parte de las observaciones del sentido común. Su único defecto, aparte del de ser falsa, es que sólo explica la mayor parte de las observadones. Un hecho cotidiano la contradice: el lanzamiento. La flecha que vuela, la piedra que sube, son anomalías recaldtrantes. Como se recordará, todo queda aclarado con el comportamiento del aire, que al tratar de llenar rápidamente el vacío sucesivo que forma el cambio de lugar de un cuerpo lo sigue impulsando, pues "la naturaleza aborrece el vacío". A los seguidores de Aristóteles nunca les importó que esta hipótesis asignara al aire el doble papel de servir de medio en el cual se daba el movimiento y de motor, como tampoco los impresionó el caso de la flecha que vuela en direcdón contraria al viento. Los críticos, por el contrario, no vieron con muy buenos ojos que se confiriera al aire precisamente lo que se negaba a otros cuerpos, y prefirieron suponer que cierta virtud o dinamismo explicaba el fenómeno; si hacemos un esfuerzo para arrojar una piedra o tensar un arco, es razonable pensar que parte de esta fuerza se comunica al cuerpo y lo pone en movimiento; ahora bien, ¿cómo soludonar el interrogante que surge del hecho, tantas veces observado, de que un cuerpo va más aprisa unos momentos después de que ha comenzado a moverse?(16). La respuesta es sencilla: el ímpetus necesita algo de tiempo para adueñarse del móvil, y transferirle todo su impulso. Galileo, como hemos dicho, compartió en su juventud estas tesis, pero sólo hasta que descubrió que conducían a un callejón sin salida puesto que no podían matematizarse, dado que ninguna fórmula conseguía expresar el Ímpetus. La física de Galileo no es una denda del sentido común, no se basa en la contemplación pasiva de la naturaleza, propia de los seguidores de Aristóteles. Al interesarse por explicar el comportamiento de la realidad mediante razones, su física no apela a la experiencia sino al experimento. Ahora bien, el experimentum no sólo representa una actitud epistemológicamente activa ante el mundo, sino que implica la formuladón de una pregunta inteligente a la naturaleza, una pregunta que al ejercer cierto dominio sobre ella la pone en cuestión; y que debe hacerse en un código especial, en un lenguaje determinado, que en este caso es el de la física matemática.(17) t La física galileana está fundada implídtamente en el principio de la inercia: quizá no sea ocioso decirlo, la inerda implica el reconocimiento de un movimiento que se perpetúa (en ausenda de fuerzas exteriores, claro está). Por consiguiente, el movimiento deja de ser un proceso para convertirse en un estado, y un estado de la misma categoría que el reposo, puesto que también éste se puede conservar inercialmente. El movimiento rectilíneo perpetuo, imposible dentro del marco de referencia aristotélico, sólo puede concebirse si se aceptan el movimiento en el vacío y el espacio infinito, ambas premisas presentes en la nueva física matemática. Por lo que respecta al viejo problema de la caída de los cuerpos, Galileo refuta la prediedón aristotélica, según la cual los cuerpos caen a velocidades proporcionales a sus pesos, debido a una aceleración continua del peso del móvil que debe luchar contra la resistencia creciente del medio: "...El incremento de la resistencia del medio no tiene pues por causa un cambio de su esencia, sino la aceleración de la velocidad con que debe abrirse y apartarse lateralmente para ceder el paso al cuerpo 45 Novum Año 5 N o.ll grave cuya caída progresivamente se acelera. Cuando veo, por otra parte, man grande es la resistencia del aire al débil esfuerzo de la vejiga y cuan pequeña es ante el peso considerable del plomo, adquiero la certeza de que si se suprimiera completamente esta resistencia -lo cual sería dar a la vejiga una facilidad muy grande y al plomo una muy mediocre ventaja- los dos cuerpos caerían a la misma velocidad"(18). Galileo también hizo aportes definitivos a la astronomía. La crónica se halla completa, con un lenguaje florido que no oculta el sentimiento de orgullo de su autor, en El Mensaje de los Astros. Galileo publicó esta obra en 1610 para referir a los filósofos y astrónomos las "grandes y muy admirables maravillas" que descubrió con ayuda de su invento el perspicilium. Pero veamos, por nosotros mismos el tono con que está redactado el informe: "Grandes sin duda son las cosas que en este breve tratado propongo a la contemplación de los estudiosos de la naturaleza. Grandes, digo, por la excelencia de la materia misma, sea por su inaudita novedad, sea, en fin, por el instrumento en virtud del cual esas cosas se ha desvelado a nuestros sentidos" (19) 46 Novum Año 5 No.l 1 No hay exageración alguna en este preámbulo. Los descubrimientos que Galileo da a conocer en su opúsculo son la existencia de nuevas e innumerables estrellas; el relieve lunar, es decir, la presencia de montañas en la luna; una explicación científica sobre la naturaleza de la vía láctea y de las nebulosas, y la existencia de cuatro "nuevos planetas" que giran alrededor de una "estrella insigne" (Júpiter) sin alejarse de ella más allá de ciertos límites, cosas estas nunca antes observadas o conocidas por nadie. Las implicaciones de estas novedades son suficientes para conmover los últimos rescoldos de la antigua imagen del cosmos, y para destruir de una vez por todas la supuesta oposición entre el mundo sublunar y el supralunar. Montañas en la luna; ¿de modoque las esferas y los planetas no son perfectos? Innumerables estrellas nuevas; ¿así que hay estrellas tan alejadas que no son visibles a simple vista? Nuevos planetas que giran en torno a una "estrella insigne"; entonces, ¿hay una confirmación empírica del copernicanismo, es decir, un sistema solar en miniatura? Como puede concluirse con facilidad, los hallazgos descritos por Galileo demuestran la falsedad de la astronomía aristotélica y ponen al orden del día la discusión sobre la posibilidad física de las tesis de Copérnico. La obra de Copérnico no había causado el efecto revolucionario que era de esperar. Aunque en ella se planteaba una imagen radicalmente distinta del mundo, había sido aceptada en los círculos académicos como una hipótesis matemática más para explicar los movimientos de los planetas. Inclusive la Iglesia, aferrada a esta interpretación, no la había considerado peligrosa y su lectura y estudio eran permitidos. Pero los descubrimientos de Galileo cambiaron el rumbo de la discusión. Ya no se examinaba si el heliocentrismo podía ser una ficción útil (una teoría) para explicar el sistema del mundo, sino que se planteaba su posibilidad física, lo cual no podía ser de buen recibo por mentes dogmáticas que veían grandes peligros en todo aquello que contradijera la tradición filosófica y religiosa. Con motivo de la publicación del Mensaje, Galileo hizo la primera confesión pública de copernicanismo y tan pronto se conoció su obra, las dificultades empezaron. Se alegó que las nuevas estrellas y planetas no existían más que en la mente de su descubridor, que se debíati a aberraciones ópticas producidas por los lentes del telescopio, que eran fenómenos metereológicos (es decir, que ocurrían por debajo de la esfera de la Luna) y que sus sugerencias eran contrarias a las sagradas escrituras. Aunque Galileo no rehuyó el debate académico, bien pronto se encontró en dificultades con algunos jerarcas de la Iglesia que habían simpatizado con sus primeras obras. Para aclarar su situación escribió una hermosísima carta dirigida a la Gran Duquesa de Toscana, en la que explica su punto de vista sobre el problema de la relación entre la ciencia natural y las sagradas escrituras. Por razones de espacio no voy a comentar detalladamente este texto, me limitaré a señalar que se trata de una pieza magistral en la que el filósofo demuestra, basándose en la opinión de San Agustín y otros padres de la iglesia, que las Sagradas Escrituras no tienen como fin enseñar astronomía, sino difundir la doctrina de la salvación, por lo cual hay que ser cautos en la interpretación literal de su mensaje. El climax se alcanza cuando Galileo explica que el conocido pasaje en que Josué ordena al carro del sol que se detenga (piedra angular de la verificación teológica del geocentrismo) recibiría una interpretación más acorde a su sentido literal desde el marco copernicano que desde el ptolemaíco. Espero haber insinuado la riqueza y complejidad del pensamiento renacentista. En él florecen la brujería, el cultivo sistemático de los horóscopos, y la completa credulidad del hombre común (20), junto a un genuino interés por dominar y comprender la naturaleza, y a una curiosidad insaciable por los viajes y los descubrimientos geográficos; por los libros recién salidos de la imprenta, por construir aparatos u instrumentos de observación y por aprender más sobre el mundo, empleando los conocimientos provenientes del contacto directo y activo con él. Como resultado de ello recibiremos un universo ilimitado, cada vez más grande, que hinchándose progresivamente estallará arrojando lejos de sí las esferas celestes, el séptimo cielo y el cosmos cerrado y jerarquizado de la vieja ciencia. NOTAS: 1) Ver el artículo "Aristotelismo y Platonismo en la filosofía de la Edad Median In. Koyré, Alexander. Estudios de Historia del Pensamiento Científico. Madrid, Siglo XXI, 1982. 2) Para el análisis de la significancia científica de la obra de Cosmas ver: Farrington, Benjamín. Ciencia y Política en el mundo antiguo. Madrid, Ayusot 1979. Pági 17 y s.s. 3) San Agustín. La Ciudad de Dios. Libro 2. Capítulo Vil (p.87-88) Buenos Aires, Poblet. 1945 4) Ibidem. Libro 5 Capítulo I (p.274-5). Los argumentos en contra de la astrologia se van a repetir durante todo el medioevo. La aceptación de la astrologia se considera herética e insensata, y se atribuye a los errores de la filosofía, pues ella implica una cierta 47 Novum Año 5 No. 11 doctrina de la predestinación que pone en tela de juicio el principio del libre albedrío. 5) Puede encontrarse una historia detallada de la Universidad medieval en el libro de David Knowles: The evolution o f medieval thought. New York. Vintage Books, 1962. 6) Como ejemplo pueden citarse los siguientes puntos: Según Aristóteles el mundo es eterno, pero el buen cristiano sabe que esto es falso, pues el universo tuvo un comienzo en el tiempo (en los días de creación narrados en el génesis) y definitivamente tendrá un final horrendo, como lo anticipa el apocalipsis. Aristóteles parece insinuar que el alma humana es mortal, pero el buen cristiano sabe que es inmortal. Según la doctrina de la substancia es imposible que los accidentes continúen existiendo sin la substancia que les sirve de sostén, pero en el dogma de la transubstanciación se vé claro cómo los accidentes del vino y el pan (su color, olor y sabor) continúan existiendo luego de haberse operado la transformación de estos alimentos ordinarios en las materias más nobles del cuerpo y la sangre de Cristo. 7) Cuestiones 152,153y 154. Citadopor Grant, Edward. La Ciencia Física en la Edad Media. México, F.C.E. 1983. págjna 61. 8) Habría que atribuir mayor importancia a hechos como el descubrimiento de América que plantea nuevos problemas a la ciencia de la época, la invención de la imprenta y sus implicaciones para la democratización de la cultura, la reforma protestante y la contrarreforma, movimientos que inspirarán a filósofos y teólogos. 9) García Estebanez, Emilio. El Renacimiento: Humanismo y Sociedad. Bogotá. Cincel, 1986. P.33. 10) Inocencio III. De Miseria Humanae Vitae. Citado por Mondolfo, Rodolfo. Leonardo, Teórico del Arte y de la Ciencia. In: Cuatro pensadores renacentistas, Buenos Aires, Losada, 1963. Pág.ll 11) Manetti. De Dignitate et excellentia hominis. Citado por Mondolfo (referencia anterior) Pág.12 12) Pico de la Mirándola. Oración sobre la Dignidad del Hombre. Citada por García (Op.cit) P.191. 13) Por lo menos, los primeros ataques sistemáticos; puesto que ya desde la antigüedad es corriente la crítica de algunas de las tesis aristotélicas; sobre todo de las referentes al problema del movimiento. 14) "La Tierra es, pues, una estrella noble, que tiene una luz, un calor y una influencia distinta y diversa de todas las demás estrellas, lo mismo que cualquiera de ellas difiere de otras en luz, naturaleza e influencia." Cusa, La Docta Ignorancia, Capítulo XII, p.132. Barcelona, Orbis, 1985. 15) Bruno, Giordano, Sobre el Infinito universo y los mundos. Diálogo Segundo, Página 91. Barcelona, Orbis, 1984. 16) Fenómeno que, como bien sabemos, se explica por la inercia. 17) "El pensamiento, o si se prefiere, la actitud mental de Galileo difiere sensiblemente de la de Descartes. No es puramente m atem ática, es físico - matemática...Galileo parte de la idea -preconcebida sin duda -de que las leyes de la naturaleza son leyes matemáticas. Lo real encama lo matemático" Koyré. Alexander. Estudios Galileanos. P.47. 18) Galilea. Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo. Primera Jomada. Citado por Blanché en: El Método Experimental y la Filosofía de la Física. México, F.C.E. 1978. Pp.84-85. 19) Galileo. El Mensaje Sideral. Madrid, Alianza, 1984. Página 36. Conviene aclarar que el telescopio de Galileo es el primer instrumento verdaderamente científico. Es verdad que antes de él, se construyeronnumerosos instrumentos de medición y observación (los de Tycho Brahe, por ejemplo) pero éstos se diseñaron exclusivamente con el ánimo de observar y medir lo que es observable. El telescopio galileano, por el contrario, se construye para observar lo inobservable a simple vista y está fundamentado por completo en una teoría científica, su física. 20) Es tal la credulidad vigente en este período, que Koyré propone como fórmula para resumir el espíritu renacentista:"Todo es posibleEsta credulidad, sin embargo, puede explicarse como un resultado de la destrucción de la síntesis aristotélica a la que ya se ha aludido. En efecto, al hallarse el renacimiento sin física y sin ontología; es decir, sin la posibilidad de decidir con anticipación si algo es posible o nó, no encuentra más salida que aceptar la posibilidad de cualquier cosa. 48 Carlos Emilio García Duque EL PENSAMIENTO FILOSOFICO EN LA EDAD MEDIA Y EN EL RENACIMIENTO 5. LOS APORTES DE GALILEO
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