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Grandes tuertos de la Historia: Filipo II de Macedonia
Consuelo Gutiérrez Ortíz (Madrid)
Filipo de Macedonia, tuerto, seductor, conquistador, aficionado al sexo y al alcohol, diplo-
mático, mecenas, asesinado por su posible amante Pausanias y padre de Alejandro Magno, 
prácticamente es conocido sólo por esto último pero Filipo II hizo de Macedonia el Estado al 
norte de Grecia más poderoso de su tiempo y abrió una nueva época en el curso de la historia 
de Grecia. Su figura ha quedado eclipsada por las sobresalientes hazañas de su hijo Alejandro 
Magno, pero sin su decisiva contribución en el plano militar y diplomático, no es exagerado 
decir Alejandro lo hubiera tenido mucho más difícil. 
Nacido en Pella (capital del antiguo reino macedonio) hacia el 382 a.C., era hijo de Amin-
tas III y su juventud no fue ni muchos menos fácil. Macedonia no formaba parte de Grecia 
del sur “civilizado” sino que era un país “bárbaro” del norte aunque con elementos comunes 
con los griegos, puesto que hablaban un dialecto próximo al griego y procedían de un tronco 
étnico común. El reino tenía una organización feudal, su monarquía era electiva y sufría con-
tinuos levantamientos de la nobleza, sublevaciones de las poblaciones sometidas, conflictos 
sucesorios e intrigas palaciegas. Diferentes clanes pugnaban por la supremacía dentro del 
Estado y las continuas injerencias de potencias extranjeras como Atenas o Tebas complicaban 
aún más el escenario. Además, sus fronteras estaban mal definidas. La turbulenta historia del 
reino marcó el carácter del joven príncipe. 
A los 15 años de edad fue enviado a Tebas (ciudad griega hegemónica en ese momento) 
en Beocia como rehén y hubo de permanecer allí 3 años, pero esa estancia le resultó de gran 
interés desde el punto de vista militar y diplomático. Tebas era una gran potencia militar que 
había implantado varias tácticas de guerra novedosas como el cuerpo de élite denominado 
“batallón sagrado” y la técnica de ataque denominada “línea oblicua”. El célebre batallón 
sagrado era una fuerza de élite tebana integrada por parejas homosexuales de amantes y ama-
dos. Una tropa a la que el amor mantenía cohesionada. Era indestructible e inquebrantable, 
ya que movidos los unos por el afecto hacia sus amados y los otros por el pundonor ante sus 
amantes arrostraban los peligros amparándose mutuamente. Por otra parte, la línea oblicua 
rompía la frontalidad de la alineación griega tradicional y se había mostrado como una táctica 
militar de gran interés. Filipo también se familiarizó con el sistema de valores imperante en 
el mundo griego.
Tras la estancia tebana, los siguientes años en la vida de Filipo fueron muy turbulentos, el 
asesinato de su hermano Alejandro II y la muerte en combate de su otro hermano Pérdicas 
intentando definir las fronteras macedonias, hicieron de Filipo el regente de su sobrino Amin-
tas en el año 359 a.C. aunque tres años más tarde era ya soberano único tras deshacerse de su 
sobrino. Después de eliminar a otros pretendientes, Filipo se convirtió en el nuevo monarca 
macedonio. Una de sus prioridades fue reformar el ejército y hacer de él un arma invencible. 
Adoptó las técnicas de lucha tebanas (línea oblicua), dotó al ejército de armas tan poderosas 
como la sarissa, la larga lanza de más de cuatro metros de longitud que hacía que los batallo-
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nes pareciesen un puercoespín con las púas en alto y que constituyó el elemento más carac-
terístico de la nueva falange macedonia. Además, utilizó maquinarias de origen asirio para el 
asalto de las ciudades (catapultas, torres de asedio) y la caballería, integrada por los nobles 
(llamados hetairoi o compañeros), se convirtió en un arma ofensiva por excelencia. Dichas 
unidades militares permitían el enrolamiento masivo de súbditos con preferencia sobre las 
tropas mercenarias. En definitiva, el ejército macedonio era muy difícil de batir.
Optó también de forma preferente por una política diplomática y generosa con sus rivales 
griegos, particularmente con los atenienses recurriendo al uso de la fuerza sólo cuando no 
había otra alternativa. 
Pero Filipo supo sacar también el máximo partido a los recursos mineros del país, al mismo 
tiempo que proporcionaba tierras a muchos de sus hombres para que las colonizaran y funda-
ba asentamientos militares. 
De esta manera Filipo hizo de Macedonia el Estado mejor organizado y el más poderoso de 
todo el panorama político del momento.
El rey congeniaba de forma natural con sus tropas, con las que compartía en primera línea 
los riesgos del combate, tal y como demuestran las numerosas heridas que recibió a lo largo 
de las campañas. De hecho, perdió su ojo derecho en el sitio de Methona. Cuentan que Filipo, 
había rechazado para su ejército a un mercenario, Astir, de Anfípolis, el más hábil arquero 
de su tiempo. Cuando Aster solicitó ver a Filipo y una vez ante él se presentó ofreciendo 
sus servicios como un arquero tan excepcional que a flechazos mataba golondrinas en pleno 
vuelo, el monarca le contestó: “Os tomaré a mi servicio, pues, cuando declare la guerra a las 
golondrinas”. Ante la risotada general de los presentes, Aster, humillado, se marchó. Y como 
buen mercenario, siguió buscando patrón. Lo encontró en el enemigo de los macedonios. 
Filipo puso sitio a la ciudad de Methona, donde se encontraba Aster. Cuando el ejército ma-
cedonio estaba frente a la ciudad, desde lo alto de las murallas Aster quiso demostrar que no 
había exagerado con respecto a su puntería. Por ello, puso en una de sus flechas la siguiente 
inscripción: “AL OJO DERECHO DE FILIPO”, y la lanzó. La flecha dio en el blanco, y en el 
ojo, perforándolo. Filipo de Macedonia se quedó tuerto.
Sea o no cierta la anécdota, muchos historiadores hacen referencia a la herida del ojo 
derecho en el sitio de Methona (355-354 a.C.) basándose en los trabajos perdidos de his-
toriadores contemporáneos a Filipo. Dídimo de Alejandría (s. I a. C.) comentando los tex-
tos de Demóstenes, nos dice que fue debido a una flecha disparada con un arco mientras 
inspeccionaba el armamento militar. Duris de Mitilene escribe que un guerrero llamado 
Aster (estrella en griego) le hirió lanzándole una jabalina. Dídimo no está de acuerdo ya 
que numerosos testigos presenciales insistieron que la herida fue causada por una flecha. 
El gran historiador Plutarco ratifica, basándose en Calístenes (que era contemporáneo de 
Filipo), que Filipo fue herido en el ojo por una flecha disparada por Astir y también lo 
hace Diodoro de Sicilia (s I a.C.). El gran Estrabón (siglo I a.C.) enfatiza la gravedad de 
la herida. Plutarco escribe que algunos contemporáneos a los hechos atribuyeron la herida 
a la providencia divina ya que Filipo había espiado, a través de un agujero en la puerta, 
las relaciones de su esposa Olimpia con un dios que había tomado la forma de un dragón. 
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La historia se refiere al mito que atribuye la paternidad de Alejandro a la divinidad Zeus-
Amón, hecho que posteriormente fue aprovechado por Alejandro para que se le conside-
rase divino.
En cualquier caso, Filipo fue inmediatamente tratado por el célebre médico Critóbulo de 
la escuela hipocrática, quien después se haría famoso por extraer una flecha del pecho de 
Alejandro. Plinio remarca que Critóbulo era muy diestro con los utensilios quirúrgicos de 
la época para el tratamiento de las heridas de guerra y declara que extrajo la flecha del ojo 
de Filipo sin apenas causarle deformidad, aunque esta afirmación parece un tanto exagerada 
dada la gravedad de la lesión. Cristóbulo uso la “cuchara de Diocles” para retirar la flecha de 
la órbita derecha de Filipo. La cuchara de Diocles era un instrumento alargado que se usaba 
para envolver las flechas con un orificio en uno de los extremos y una o dos asas en el otro, 
de modo que se encajaba la punta en el orificio y se tirabacon cuidado de las asas para que la 
punta de la flecha no desgarrara más el tejido lesionado. Fue inventado por Diocles de Caristo. 
Cristóbulo debió aplicar a Filipo hierbas con propiedades antiinflamatoiras conocidas desde 
la época homérica y que se describen en el tratado hipocrático sobre las heridas. Obviamente, 
Filipo con este tratamiento sobrevivió.
Tras la unificación de Macedonia en el 358 a.C. el objetivo era conseguir una salida al mar 
lo que consiguió entre el 357 y el 354. Una medida diplomática fue casarse con Olimpia del 
Epiro (reino costero) con quien tuvo a su hijo Alejandro. 
Los éxitos militares se sucedieron uno tras otro extendiendo su dominio hacia los territo-
rios vecinos (Peonia, Tracia, Iliria y Epiro), hacia el mar Egeo y hacia la Grecia central. En 
el panorama griego no existía entonces ninguna polis capaz de oponerle una seria resistencia. 
Las tres grandes potencias, Atenas, Esparta y Tebas se encontraban agotadas por los conflictos 
y guerras que habían asolado Grecia. Filipo emprendió entonces toda clase de preparativos 
para emprender su objetivo final: la dominación completa de Grecia. Para conseguirlo utilizó 
la fuerza, la propaganda y el dinero. Sus partidarios empezaron a difundir la idea de una nue-
va coalición panhelénica contra Persia, pero esta vez bajo la dirección militar de Macedonia. 
Aprovechando la inestabilidad interna en Grecia participó entre el 356 y el 346 a.C. en la gue-
rra santa contra los focios, acusados de acción sacrílega contra el santuario de Delfos. En el 
352 conquista Tesalia y en el 346 fima un tratado denominado Paz de Filócrates. A continua-
ción derrota a los focios y es admitido en la anfictionía de Delfos. En el 342 conquista Tracia. 
Su creciente poderío le granjeó numerosos enemigos. En Atenas, la oposición fue encabe-
zada por el famoso orador Demóstenes, quien en su obra Filipicas alertó contra el peligro de 
las aspiraciones expansionistas de Filipo. Demóstenes, ferviente enemigo de Filipo, se en-
cargó de ensalzar la idea de bebedor, mujeriego e irritable que nos ha llegado de Filipo hasta 
hoy. De hecho, Demóstenes le comparaba con una esponja por su afición al vino. Demóstenes 
consiguió constituir en el 340 la Liga Helénica, una liga antimacedónica apoyada por Tebas, 
Atenas y otras regiones griegas. Pero Filipo les derrotó en la batalla de Queronea, en Beocia, 
en el 338 a. C., en la que su hijo Alejandro tuvo una espectacular actuación al mando de los 
jinetes de la caballería macedonia. Filipo castigó duramente a Tebas pero tuvo un trato gene-
roso hacia Atenas. En el 337 fundó la Liga de Corinto (bajo la hegemonía de Macedonia) y 
consiguió ser nombrado hegemón (jefe) de la misma. Esta liga estaba formada por todas las 
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ciudades griegas excepto Esparta y su objetivo era luchar contra el poderoso imperio persa de 
los Aqueménidas, campo de batalla que Filipo no vio materializar por su muerte prematura al 
año siguiente, contando 47 años de edad.
Al tiempo que dirigía sus campañas militares Filipo dotó a la capital, Pella, de artistas, de 
escultores, de arquitectos, de poetas, de músicos que la convirtieron de la noche a la mañana 
en un centro cultural de primera línea. La residencia real se construyó acorde con el boato 
de la dinastía. Surgió una arquitectura de bellas fachadas con complejos residenciales cons-
truidos alrededor de inmensos patios. Se han hallado en Pella casas de hasta 3.000 metros 
cuadrados con magníficos mosaicos.
Otro aspecto en la vida de Filipo, quizá más complejo que el militar, era el familiar. Aunque 
sus relaciones íntimas son difíciles de valorar desde nuestros parámetros culturales actuales. 
Cuentan que Filipo tenía una afición desmedida por el sexo. No obstante, la poligamia en 
aquella época era vista como un medio más para estabilizar alianzas políticas. Filipo, buen 
amante de las fiestas y los placeres carnales, tuvo esposas políticamente convenientes y aman-
tes de ambos sexos (hecho normal en la Grecia Antigua).Tuvo siete esposas, la mayoría de las 
cuales eran princesas extranjeras, incluida la célebre Olimpia del Epiro, madre de Alejandro 
Magno. Al parecer, compartió su lugar con otras esposas durante un tiempo sin que aparente-
mente surgieran problemas de ninguna clase. El nacimiento del un heredero, el futuro Alejan-
dro, en el 356 a.C. reforzó la posición en el trono de Filipo. 
Parece que en un principio adoptó todas las medidas para que Alejandro le sucediera y 
eligió para ser su tutor al filósofo más importante de la época, nada menos que a Aristóte-
les. Posteriormente, puso a Alejandro a cargo del país durante sus ausencias y estimuló sus 
capacidades militares, poniéndole al frente de la caballería. Sin embargo, sus relaciones no 
eran fluidas debido a la personalidad absorbente de Olimpia. Se estableció entre Filipo y 
Alejandro una rivalidad constante que ha quedado reflejada en numerosas anécdotas como 
la que recuerda las quejas frecuentes de Alejandro ante las imparables conquistas paternas y 
el escaso margen de gloria y conquista que le quedaría a él en el futuro. No sabía Alejandro 
que sería él el aclamado para la gloria por parte de la Historia. Las cosas empeoraron entre 
padre e hijo cuando Filipo se casó con una nueva esposa,Cleopatra, aunque las desavenen-
cias parece que estaban más relacionadas con los derechos de Alejandro como heredero, 
puestos entonces en peligro si su padre engendraba un nuevo varón. En la corte surgieron 
rumores sobre el carácter ilegítimo de Alejandro. El detonante final se produjo con motivo 
de la boda de Filipo con Cleopatra, una joven de la aristocracia macedónica. En en brin-
dis nupcial, el tío de la novia, Atalo, proclamó su deseo de un heredero legítimo, lo que 
desató la ira de Alejandro, que le arrojó una copa. La reacción de Filipo fue instantánea, 
lanzándose contra su hijo armado con una espada, aunque los efectos de la embriaguez le 
impidieron consumar la agresión. A resultas de ello Alejandro y Olimpia debieron partir al 
exilio. Aunque al poco, Filipo reclamó a su hijo debido a las evidentes capacidades políticas 
y militares de Alejandro para acompañarle a su gran proyecto: la guerra contra Persia y la 
invasión de Asia. 
Parece que para cuando Filipo repudió a Olimpia y se casó con la macedonia Cleopatra en 
el 337 a.C. Filipo mantenía un romance con el rubio jovencito Pausanias.
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En el 336 a.C. Filipo planeó un matrimonio de conveniencia entre su hija, también llamada 
Cleopatra y un hermano de Olimpia, Alejandro de Epiro, que era rey vasallo en Molosia. Para 
la boda se organizaron grandes fiestas en Egas (primera capital de la antigua Macedonia). 
Desde el amanecer avanzaban en procesión solemne las estatuas de los doce dioses sentados 
en tronos lujosos muy adornados. Una estatua hacía la número trece: era la efigie del gran 
Filipo. Hubo un gran banquete y a continuación todos se dirigieron al teatro para terminar 
allí la celebración. Llegó Filipo, que se había vestido de blanco para la ocasión, y cuando se 
disponía a entrar en el recinto sin guardaespaldas (resaltando ante los diplomáticos griegos 
ahí presentes su cercanía al pueblo), se le abalanzó un joven noble macedonio y le hirió en un 
costado. Murió al instante allí mismo. El asesino era su posible antiguo amante Pausanias. El 
asesino inmediatamente intentó escapar y alcanzar a sus compañeros en la conspiración, que 
le esperaban con caballos en la entrada de Egas. Fue perseguido por tres guardaespaldas de 
Filipo y murió a sus manos.
Muchas hipótesis hay detrás del asesinato del controvertido rey de Macedonia, se suele 
implicar en su muerte a Olimpia, a Demóstenes y al rey de Persia -enemigos jurados del ma-
cedonio- e incluso a su propio hijo Alejandro. Fueran o no los instigadores del magnicidio, 
todos ellos quedaban beneficiados por la muerte de Filipo a manos de Pausanias. También era 
conveniente quesu muerte se viera envuelta en el halo de un crimen pasional en lugar de en el 
contexto de una conspiración política o una intriga palaciega. De esta manera, lo que parecía 
un brillante destino, quedó truncado de forma definitiva.
Alejandro enterró a su padre en una magnífica tumba ¡que nos ha llegado intacta! Parece 
que Alejandro dio a su padre un enterramiento similiar al de los héroes homéricos de la Iliada, 
Aquiles y Héctor. La tumba de Filipo se encontró inviolada el 8 de noviembre de 1977, el 
mundo entero se vio sacudido por la noticia de que el arqueólogo griego Manolis Andronikos 
había descubierto en Vergina (la antigua Egas de los reyes macedonios) la tumba de Filipo II 
(Tumba Real II). Era un éxito extraordinario y único que coronaba quince años de búsquedas 
y de esfuerzos, cuando la continuidad de la excavación se estaba en peligro por el agotamiento 
de los recursos financieros. Andronikos había decidido bajar la trinchera de excavación por 
debajo del nivel del suelo del siglo IV a.C. y dirigirse hacia el centro del túmulo. Después 
de haber encontrado rastros de ofrendas funerarias y de pequeños animales sacrificados, se 
topó primero con un muro de contención y luego con una estructura abovedada, que sin duda 
alguna pertenecía a una gran tumba de cámara. La presencia en el centro de la bóveda del 
último bloque de cierre, la clave de bóveda, con su argamasa de cimentación intacta, revela-
ba sin sombra de duda que se trataba de una tumba inviolada. La emoción era incontenible, 
después de casi veinticuatro siglos un ser humano encontraba una tumba macedonia intacta. 
Encontraron una coraza de hierro, una kline funeraria, un colchón, los apliques de marfil y 
oro dispersos en pequeños fragmentos, una gran escudo de ceremonia totalmente de marfil 
con figuritas en bajorrelieve de exquisita factura y motivos de greca fragmentado en muchos 
pedazos. Cerca de la puerta había el revestimiento de una aljaba de oro puro repujado. Tam-
bién un par de grebas repujadas en bronce dorado, un grupo de vasos de plata. Dondequiera 
que volviese los ojos, Andronikos se encontraba delante de objetos de gran belleza. Uno en 
particular, llamó su atención: una cabecita en marfil de un par de centímetros, que reveló ser 
las facciones de Filipo. Este busto representa a un hombre con una cicatriz transversal en la 
ceja y borde supraorbitario derecho, con ese ojo ligeramente más pequeño que el otro (proba-
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blemente por una ptisis bulbi) y no parece haber duda de que se trata de una representación 
suya dada la presencia de una elevación de la zona externa en las cejas, característica personal 
de Filipo bien conocida con anterioridad. A escasa distancia, otro minucioso pero estupendo 
retrato que reproducía las facciones de Alejandro. Andronikos vislumbró entonces que casi 
con seguridad se encontraba ante la tumba de Filipo. 
Al fondo, pegado a la pared, había el sarcófago cubierto por una losa de piedra. Dentro una 
urna (larnax) de oro macizo llevaba en relieve la estrella argéada de doce puntas, símbolo de 
la dinastía macedónica. Dentro estaban los huesos quemados del rey envueltos en un paño 
púrpura y una corona de oro de hojas de roble. Posteriormente, los análisis antropológicos de 
los restos de Filipo pusieron en evidencia que el cráneo hallado en al cámara principal tenía 
una herida en la órbita derecha, además de ello, la datación de los restos se corresponde con 
la fecha de la muerte de Filipo. Andronikos no tuvo ninguna duda en identificar los restos 
como los de Filipo II ya que el cráneo que halló presentaba un hueco muy marcado en el borde 
supraorbitario de la órbita derecha si se comparaba con la otra órbita. Además, los estudios 
realizados en la década de los 80 por J. Musgrave y R. Neave sacaron a relucir más indicios 
de una gran lesión traumática en el lado derecho de la cara, como por ejemplo que faltaba una 
pequeña porción de hueso en la unión cigomaticomaxilar derecha. Asimismo, evidenciaron 
signos de cicatrización en el hueso circundante, que sugerían que las heridas habían ocurrido 
varios años antes de su muerte.
Cuando Andronikos pudo liberar la fachada del mausoleo, se encontró frente a una facha-
da dórica con un friso pintado al fresco con una escena de caza sobre el telón de fondo de 
un paisaje invernal. Una pintura de una belleza impresionante. Filipo a caballo en actitud de 
traspasar a un león con una lanza, y en la otra parte Alejandro, al que se puede distinguir por 
la diadema que ceñía su frente.
En el vestíbulo de la tumba había otro sarcófago con una urna de oro semejante a la prime-
ra, pero más simple. Los huesos eran los de una joven entre los 23 y 27 años. Se piensa que 
era la última mujer de Filipo II, Cleopatra, a quien Olimpia mandó asesinar inmediatamente 
después de la muerte de Filipo. 
A pesar de que la mayoría de los arqueólogos e historiadores coinciden en en que los restos 
que encontró Andronikos pertenecen a Filipo II, hay estudiosos que ponen en duda esa idea. 
A. Batsiokas publicó en el año 2000 que los restos en realidad pertenecían a Filipo III Arrideo, 
hijo de Filipo II y medio hermano de Alejandro Magno. Había estudiado los restos mediante 
macrofotografía y observó que no presentaban signos de otras heridas (se supone, por ejem-
plo, que la clavícula derecha de Filipo II quedó destrozada por una lanza en el 345-344 a. de 
C. y que una herida en el fémur derecho lo dejó cojo tres años antes de morir), que la muesca 
del borde supraorbitario representaba una variante anatómica exagerada por el proceso de cre-
mación y que la muesca que se observaba en la unión cigomaticomaxilar no presentaba signos 
de cicatrización sino que se debía únicamente a la incineración de los huesos. Batsiokas alega 
además que ambas muescas corren en direcciones diferentes y que, por tanto, no pudieron ser 
causadas por una flecha. Sin embargo, el lujo del ajuar funerario no se corresponderían con 
el que se hubiera dado a Arriedo que no fue un guerrero debido a su retraso mental y que por 
tanto, no habría sido enterrado con tanta riqueza.
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En cualquier caso, tras su muerte, su hijo Alejandro llevaría a cabo la empresa con la que 
Filipo había soñado y que sin su legado su hijo posiblemente no hubiera podido conseguir: 
sojuzgar a los persas y extender los confines de su reino más allá de sus límites asiáticos, 
concretamente hasta la india.
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