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FILOSOFIA_DE_LA_NATURALEZA (3)

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FILOSOFIA DE LA NATURALEZA 
Concepto, método y fuentes (escrito en 1979) 
 
Juan Ramón Álvarez 
Instituto de Humanismo y Tradición Clásica 
Universidad de León (España) 
 
[NOTA DE 2018. Recuperar este “relato” que es, a su vez, una “reliquia”, tiene 
una finalidad definida. Proporcionar, sin modificación, un documento personal 
utilizado en un proceso comunitario de “promoción de profesorado” (como se 
ha venido a llamar después) o de “acceso a los cuerpos docentes”, como 
administrativamente era correcto denominarlo entonces. 
En 1979 existían, como formas de acceso a la función pública profesoral 
en la universidad española, concursos públicos de carácter nacional a los 
distintos cuerpos de funcionarios docentes. En las distintas pruebas a que había 
que presentarse, en una de ellas había que defender el programa propuesto para 
la enseñanza de la materia o disciplina dentro de las existentes en el registro de 
las plazas de profesorado (Cátedras, Agregaciones y Adjuntías). Una de esas 
disciplinas era, en los planes de estudio de Filosofía, la asignatura “Filosofía de 
la Naturaleza”. El texto que sigue fue la base de la exposición oral hecha en 
mayo de 1979, en el concurso a una plaza de Profesor Adjunto Numerario de 
dicha materia. Aquellas exposiciones seguían respetando el guión de las antiguas 
memorias de oposición, que abarcaban “el concepto, el método y las fuentes de 
la disciplina”. Transcribo el manuscrito (entonces lo eran de verdad, no como los 
posteriores originales de ordenador) tras casi cuarenta años, tal como está, 
sacado del trastero donde ni siquiera sabía que se encontraba. El paso del tiempo 
se nota en las pocas referencias (abreviaturas o incompletas casi todas) que hay 
en él; no he añadido nada, excepto el esquema de la materia (no el temario, que 
no estaba con las hojas encontradas), para facilitar la lectura. 
Se nota en el texto aquel contexto, no solo el académico administrativo 
del enfoque “disciplinar” (la palabra “disciplina” se repite tanto que aburre), sino 
también por la perspectiva filosófica, incluso se diría la “escuela”, del 
concursante. En este caso la filosofía de Gustavo Bueno, especialmente la 
expuesta en El papel de la filosofía en el conjunto del saber (1970) y Ensayos 
materialistas (1972) -la distinción entre ideas filosóficas y conceptos científicos, 
entre el punto de vista categorial y el trascendental- y las ideas, entonces todavía 
en trance de exposición y publicación, de la teoría del cierre categorial (la 
gnoseología como filosofía de las ciencias, a la que se dedica una parte del 
programa defendido). Ya había escrito sobre las Geografía en ese marco en 1978 
(Geografía y filosofía de la ciencia, Finisterra, Lisboa, 1978), como figuraba en 
el curriculum entregado a la Comisión. La influencia de la filosofía de Bueno -
hoy patrimonio de todos, incluso de los que actúan como si no existiera, 
prefiriendo ejercer de ignorantes que de dignos contrincantes- se prolongó más 
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allá del momento de este texto, aunque menos en el sentido de pertenencia a una 
escuela que en el de una forma de abordar los problemas. El texto se escribió en 
1979, tras haber sido profesor de Filosofía de la naturaleza I (2º curso) y II (3er. 
Curso) -Categorías Físicas y Biológicas, respectivamente, tal como están 
descritas en el texto- en el curso académico 1978-79, en la Sección de Filosofía 
de la Universidad de Oviedo. 
Hoy tanto el estilo como el vocabulario pueden parecer anticuados, pero 
entonces habrían sido impredecibles, para nosotros, en un futuro no 
contemplado, las acreditaciones anónimas, los índices de impacto por los cuales 
se puntúan los trabajos de investigación sin siquiera leerlos (no hace falta, ya el 
sistema de controles de las grandes editoriales en las que no basta con 
evaluación positiva, sino con pago en efectivo –institucional, por supuesto- para 
publicarlos) y demás rituales (no menos rituales que los de entonces) que han de 
representarse para conseguir estabilidad. Cada cual tiene que arreglárselas en su 
disciplina, su área de conocimiento (esto vino en 1983), o en su campo de 
conocimiento (esto vino mucho después con los cinco grandes posteriores de las 
habilitaciones y acreditaciones de las “agencias” de todos los niveles), para 
luego dar clases de “afines” en estos años de austeridad en que las áreas teóricas 
son hectáreas reales, como en la enseñanza secundaria de mi juventud ya lejana. 
Pero esto es trabajo para otros, que tendrán que historiar la academia de finales 
del franquismo hasta el principio de quién sabe dónde. Pero ¿quién sabe ya, 
jubilados aparte, qué es eso de finales del franquismo, aunque solo sea 
cronológicamente?] 
* * * 
 El contenido y la ejecución de un programa disciplinar de filosofía de la 
naturaleza requiere una justificación razonada, es decir, racional. En este sentido, la 
presentación del programa debe comenzar por el trámite que Ortega exigía al inicio de 
toda exposición filosófica: el trámite de la justificación. Ahora bien, si el concepto de 
una disciplina comienza por la justificación de la misma, ello supone no sólo determinar 
los conocimientos que de hecho constituyen la filosofía de la naturaleza, sino también 
una reflexión sobre el estatuto peculiar de la misma. La reflexión sobre el estatuto de la 
filosofía de la naturaleza cabe llevarla a efecto bien desde el punto de su relación 
comparativa con materias que muestran ciertos parentescos con ella en función de su 
temática, bien atendiendo a su significado dentro de la reflexión filosófica considerada 
en su integridad. 
 En el primer caso, la filosofía de la naturaleza conduce al trámite de su 
justificación frente a desarrollos racionales que pueden agruparse en torno a criterios 
dispares en principio, pero que sirven para situarla respecto de disciplinas diferentes y 
consolidadas. Desde esta perspectiva, la filosofía de la naturaleza se presenta en un 
contexto, históricamente determinado, relacionándose y, al mismo tiempo, oponiéndose 
a ciertas disciplinas tales como las ciencias naturales, por una parte, y a la filosofía y la 
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historia de dichas ciencias, por otra parte. En cada caso la concepción doctrinal que a 
continuación debo exponer resulta determinada de diferentes maneras según la inserción 
de la filosofía de la naturaleza en los diferentes contextos mencionados. 
1. Filosofía de la naturaleza y ciencias naturales (Interpretación usual) 
 En este contexto puede presentarse la filosofía de la naturaleza como un saber 
alternativo a las ciencias naturales mismas. Sin introducir más precisiones, la mera 
oposición, aparentemente excluyente, entre la filosofía de la naturaleza y las ciencias 
naturales haría parecer dicho proyecto ante todo difícilmente concebible, en cuanto 
proyectaría sobre la filosofía de la naturaleza la apariencia de un saber más radical, más 
profundo en su conocimiento de la naturaleza que el suministrado por el procedimiento 
científico. Ahora bien, esta pretensión parece condenada al fracaso, pues tan pronto 
como la oposición filosofía de la naturaleza/ciencias naturales se plantea como una 
alternativa excluyente, cabría a los defensores de las segundas recurrir al argumento 
clásico de la relación histórica entre la filosofía y las ciencias, según el cual las ciencias 
se han ido apropiando metódicamente del campo de objetos, del campo gnoseológico 
que antaño disfrutaba la filosofía: de acuerdo con ello la filosofía de la naturaleza, en 
tanto que alternativa excluyente, habría sido desposeída ya de su sustantividad 
gnoseológica por el desarrollo asegurado internamente de los conocimientos científicos. 
Ahora bien, a esta primera contextualización de la filosofía de la naturaleza 
cabría objetarle que comienza por ser un mero recurso polémico, al modo como Cassirer 
(El problema del conocimiento) interpretaba el modelo de innatismo contra el cual 
Locke había dirigido su refutación. Una filosofía de la naturaleza presentadade tal 
modo no sólo sería sustentada intencionalmente en la actualidad por escasos 
cultivadores, sino que sería una fácil fabricación para ser descalificada a continuación. 
Los propios filósofos de la naturaleza, de diferentes tendencias y escuelas, suelen 
reconocer que el modelo de saber alternativo carece de la justificación debida. Así, por 
ejemplo, se pronuncian J. M. Aubert en su Filosofía de naturaleza() y Nicolai Hartmann 
en el cuarto tomo de su Ontología (), por recordar solamente dos ejemplos de sobra 
conocidos. 
 Por consiguiente, la exposición de la relación entre la filosofía de la naturaleza y 
las ciencias naturales no puede recorrer la vía difícilmente transitable de la exclusión 
recíproca. Sin embargo, existe otro modo de entender las relaciones entre la filosofía de 
la naturaleza y las ciencias naturales, que marcha a la par del sentido de la expresión en 
el mundo anglosajón (sobre todo del siglo pasado) conforme al cual puede figurar bajo 
la rúbrica “filosofía la de la naturaleza” (natural philosophy) el compendio del estado 
actualizado en cada momento histórico de las ciencias naturales (principalmente de las 
ciencias físicas). Para buscar la esencia en el ejemplo basta con recordar el famoso 
Treatise on Natural Philosophy () de Lord Kelvin, donde por “filosofía natural” se 
entiende la investigación de las leyes del mundo material y la deducción de los 
resultados que no han sido observados directamente. Se trataría por tanto, de una 
presentación enciclopédica, que expone el saber científico-natural en su conjunto pero, 
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como precisa el famoso científico en su prólogo, en un lenguaje adaptado al lector sin 
formación matemática. 
Si la primera reacción conducía de la exclusión recíproca a la negación por 
agotamiento de la filosofía de la naturaleza, en tanto que venerable precursora de las 
ciencias naturales, esta segunda forma de relación termina, por vía de fusión semántica, 
reduciendo la filosofía de la naturaleza a la exposición erudita, no vulgarizada del 
estado actual del conocimiento científico de la naturaleza. De ahí que la propuesta del 
modelo de saber filosófico alternativo y la existencia de compendios científicos 
generales que ostentan la dudosa rúbrica “filosofía” parecen conducir -por carencia en el 
primer caso, por reemplazo inequívoco el segundo- a una sustitución de la filosofía de la 
naturaleza por las ciencias naturales. 
A pesar de todo, claro está que puede concebirse la filosofía de la naturaleza 
como saber no alternativo pero filosófico, cuyo desarrollo no tiene lugar al margen de 
las adquisiciones de las diversas ciencias naturales, sino, por el contrario, en estrecha 
relación con ellas. Pero también existe aquí una pluralidad de formas de entender esta 
íntima relación, de modos de entender que afectan esencialmente al contenido y, por 
ello mismo, al concepto de la filosofía de la naturaleza. La estrecha relación entre la 
filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales puede entenderse de tal manera que, 
mediatizada por las relaciones genéricas entre la filosofía y las ciencias, aparezca en el 
ámbito dentro del cual la filosofía de la ciencia se constituye como perspectiva 
filosófica. De esta forma, las relaciones entre la filosofía de la naturaleza y las ciencias 
naturales conecta con la filosofía de la ciencia y es necesario preguntarse 
consecuentemente por la relaciones de esta disciplina con la filosofía o las filosofías de 
la ciencia. 
2. Filosofía de la naturaleza y filosofía de la ciencia 
 Si se acepta que la filosofía de la naturaleza no puede desenvolverse en 
propiedad al margen de las ciencias naturales, pero no se concede al mismo tiempo que 
estas últimas la sustituyan, entonces la filosofía de la naturaleza ha de ser una disciplina 
que, contando con los resultados, atendiendo los procedimientos y considerando las 
categorías de las ciencias naturales, constituye un modo de saber definido. 
En cuanto referida a las ciencias naturales, la filosofía de la naturaleza puede 
verse en peligro de ser reducida a una filosofía de las mismas. En esta dirección se 
moverían, sin duda con gran convicción, aunque quizá no con tanto acierto, buen 
número de filósofos de la ciencia en especial de filósofos de las ciencias naturales. 
Aunque la cuestión de la irreducibilidad o irreducibilidad de la filosofía de naturaleza a 
la filosofía de la ciencia parezca brotar por sí misma, emana, sin embargo, de un modo 
de concebir la relación entre la filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales; aquel 
modo según el cual la única manera verdaderamente apropiada de estudiar y conocer la 
naturaleza se ejercita en las ciencias naturales, por lo cual la filosofía de la naturaleza 
debe ser una de dos cosas: o bien visión sintética y reflexiva de la naturaleza, basada en 
los resultados de las ciencias, o bien una disciplina más bien metodológica que 
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equivaldría a una reflexión sobre los procedimientos y objetivos de las ciencias 
naturales. Cabe, sin embargo, introducir matizaciones de compromiso que respeten la 
variedad de las opiniones al respecto. Podría argumentarse que, aunque a veces es difícil 
distinguir la temática de la filosofía de la naturaleza de la de la filosofía de las ciencias 
naturales, la filosofía de la naturaleza se interesaría en la naturaleza conocida por las 
distintas ciencias naturaleza desde un punto de vista más bien ontológico –en cierto 
modo desde la perspectiva ontológico-especial-, mientras que en filosofías de las 
ciencias naturales adoptan principalmente la perspectiva epistemológica –o en todo caso 
gnoseológic en el sentido de trataremos más adelante –en cuanto reflexionan sobre el 
modo en que se estudia la naturaleza en las diversas ciencias naturales. A.G. van Melsen 
reconoce este hecho en su artículo característico (The Philosophy of Nature, en 
Klibansky, 1968), pero admite a renglón seguido que se trata de un “hecho 
problemático”, puesto que muchos teóricos de la ciencia no sólo atienden al lenguaje, la 
lógica y la metodología de ciencias naturales, sino que también intentan pronunciarse 
acerca del objeto de dichas ciencias. Por tanto, el compromiso entre filosofía de la 
naturaleza y filosofía de la ciencia que otorga, respectivamente, a cada una las 
perspectivas ontológica y epistemológica, termina por enfrentarse con otro compromiso 
–un compromiso ontológico para usar palabras de Quine-, el compromiso ontológico de 
la filosofía de la ciencia o, al menos, el de un número significativo de sus cultivadores. 
Semejantes dificultades, de resolverse, deben hallar su solución en el propio 
concepto de disciplina, como igualmente debe ocurrir con las dificultades que se 
suscitan cuando en el problema de relación entre la filosofía de la naturaleza y las 
ciencias naturales se inserta como término importante una disciplina que se desarrolla 
cada vez más vigorosamente: la Historia de la ciencia. Con el desarrollo de la Historia 
de la ciencia, la posición anterior adquiere el complemento de una noción de la filosofía 
de la naturaleza en la forma de una meditación sobre la historia de las ciencias naturales. 
Sobre la base de los planteamientos esbozados en lo referente a la relación entre la 
filosofía de la naturaleza y la filosofía de la ciencia, se presentan ahora alternativas 
semejantes pero consideradas desde un punto de vista histórico, con la tendencia a 
reducir la filosofía de la naturaleza a una Historia de las ciencias naturales, en sus 
versiones positiva, epistemológica o filosófica, como el del “ensayo” verdaderamente 
interesante que constituye la Historia filosófica de la ciencia de García Bacca (UNAM, 
1963), donde evidentemente se tratan problemas afines a los de la filosofía de la 
naturaleza. 
Por todo ello se aprecia que la filosofía de naturaleza se presenta en el marco de 
una polémica en que ciencias naturales y filosofía de las ciencias de la naturaleza se 
presentan con carácter absorbente. Tal vez podría decirseque, en sentido polémico, 
determinar el estatuto de la filosofía de la naturaleza como disciplina definida, 
consistiría en argumentar contra estas dos pretensiones de absorción. No obstante, las 
urgencias de un discurso polémico pueden ocultar el orden de consideraciones 
necesarias para un verdadero replanteamiento de la cuestión, olvidando que si la 
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filosofía del naturaleza es una disciplina filosófica, es imposible determinar su estatuto 
al margen de toda doctrina, sistema o perspectiva filosófica determinada. 
En efecto, no se puede considerar sin más precisiones a la filosofía de la 
naturaleza como una mera parte sectorial de la filosofía en su conjunto, por la atracción 
que ejerce al oído el esquema denominativo “filosofía de X”, que podría formalmente 
satisfacerse asignando el valor “naturaleza” a la variable. Pero con tal formalismo 
sumario anejo a una taxonomía vacía, no es posible adelantar gran trecho en la 
caracterización de la filosofía de la naturaleza. 
Sin llegar tan lejos como van Melsen, para quien “filosofía de la naturaleza” no 
es una expresión neutral, que indique simplemente una parte de la filosofía… sino que 
parece suponer una especie de “credo” filosófico, de modo semejante a como lo exigen 
los términos “metafísica”, “fenomenología”, etc. Parece necesario reconocer la 
necesidad de un planteamiento interno, incluso doctrinal -aunque sólo sea en sentido 
lato- como única vía para determinar el concepto y, a su través, el estatuto de la filosofía 
de la naturaleza. 
Las relaciones entre filosofía de la naturaleza y ciencias naturales, que sirvieron 
de punto de partida a las consideraciones anteriores, deben ser recuperadas en la 
perspectiva de la distinción entre filosofía y ciencias, dentro de la cual quepa 
posteriormente reponer en su justo lugar las competencias temáticas y operativas de la 
filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales. Sin una distinción clara, aunque 
discutible entre filosofía y ciencias no podemos avanzar en el desarrollo del concepto de 
la filosofía de la naturaleza. Para ello me acojo a una distinción según la cual los 
términos de los campos temáticos de la filosofía de la naturaleza y ciencias naturales 
son distintos, pero están en conexión tal que remiten unos a otros. El concepto de 
filosofía de la naturaleza que expondré a continuación y que inspira el programa de esta 
disciplina, cuya justificación me ocupa, parte de una concepción de la filosofía según la 
cual ésta se realiza en torno al análisis de unos términos, las ideas, en sentido objetivo 
que en parte preceden a los conceptos categoriales desarrollados por las ciencias 
positivas y, en parte, se realizan en el mismo proceso categorial (científico y 
tecnológico), al cual pueden incluso llegar a desbordarlo, según una doble relación que 
Gustavo Bueno ha caracterizado con el nombre “ esquemas de absorción”. 
La exposición de los esquemas de absorción debe comenzar por el 
reconocimiento de que las ideas filosóficas –ideas objetivas en cuyo tratamientos 
consiste precisamente la actividad filosófica- se constituyen únicamente en sus 
realizaciones o determinaciones categoriales (científicas, económicas, políticas, 
religiosas, etc.). En este reconocimiento se agota la perspectiva reduccionista que 
propugna la reducción de la filosofía de la naturaleza a las ciencias naturales. Las 
consecuencias que el reduccionismo extrae a partir de este supuesto son de dos tipos. En 
primer lugar, afirman la necesidad de regresar, de referir toda idea filosófica dada 
históricamente a sus realizaciones o determinaciones. En segundo lugar, el 
reduccionismo añade a esta necesidad la afirmación de que la idea se reduce a su 
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determinación categorial (científica o no). Sin embargo, la imposibilidad muchas veces 
constatada de la reducción integral plantea el problema de los residuos de ideas que se 
reducen sólo parcialmente. 
Ahora bien, este regreso de las ideas a las determinaciones, en cuanto muestra la 
existencia de ciertos restos, de ciertos residuos, incluye la propia negación de la tesis 
reduccionista, porque entonces las ideas no pueden reducirse a meros reflejos de 
aquellas determinaciones. Por el contrario, dicho reconocimiento comporta que se 
pueden considerar también a las determinaciones en virtud de las ideas, como siendo 
precisamente determinaciones de aquellas ideas. Con ello, se establece un proceso que 
es circular sólo en apariencia, puesto que su explicitación supone introducir dos 
referencias heterogéneas que rectifican la aparente circularidad y dan cuenta del carácter 
dialéctico del proceso. La doble vertiente regresiva (regressus de la idea a la 
determinación categorial) y progresiva (progressus de la determinación a la idea) es 
sólo aparentemente circular, porque íntegramente ese proceso está cualificado según 
una prioridad genética y según una prioridad ontológica. El proceso es verdaderamente 
dialéctico –una dialéctica circular (regressus-progressus)- porque mediante él, 
partiendo de un prius genético –la determinación en la cual se genera y realiza la idea- 
se llega a una estructura objetiva (la idea) que se presenta como un prius ontológico, en 
cuanto contiene en su extensión a la propia determinación de la cual brotó. La 
determinación queda de este modo absorbida en la idea. 
Los esquemas de absorción contienen, evidentemente, el postulado 
reduccionista del regressus necesario, pero como un momento suyo solamente; sin 
embargo, acoplan adecuadamente el complemento necesario del progressus de la 
determinación a la idea. 
Ahora bien, que los esquemas de absorción den cuenta de la articulación de las 
ideas filosóficas con sus realizaciones categoriales, no significa que estos esquemas 
sean aplicables exclusivamente a las ideas en su referencia a las determinaciones 
categoriales. Todo lo contrario, si la idea que absorción es, como se desprende de lo 
dicho, una verdadera idea filosófica, entonces tendremos que encontrarla realizada en 
las diversas categorías. Dicho de otro modo, salvo inconsecuencia no se puede hablar de 
esquemas de absorción desde un punto de vista filosófico si dichos esquemas no tienen 
sus determinaciones, si no se realizan en los ámbitos categoriales. La idea de absorción 
hace referencia a procesos en los cuales determinadas configuraciones categoriales 
concretas dan origen a conceptualización es (filosóficas o no) en las cuales el resultado 
–una idea filosófica un concepto categorial- abarca más que el origen de donde brota, no 
se agota en el principio de su génesis, sino que estructuralmente se convierte en la ratio 
cognoscendi de su propio origen. Puede citarse como ejemplo del proceso de absorción, 
en una categoría determinada y referida al álgebra elemental, el caso de la construcción 
de la fórmula de la solución general de las ecuaciones cuadráticas, cuando se lo 
contempla genéticamente desde el punto de vista del procedimiento de completar el 
cuadrado. El algebrista que construye la solución parte de ejecuciones cuadráticas 
perfectas, cuya forma genérica le sirve de punto de partida. Al hacerlo, parte a su vez 
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del conjunto de los números reales, pero, hallada la fórmula general, las soluciones de 
ciertas ecuaciones resultan ser números complejos, por contener la fórmula el número 
imaginario correspondiente al radical negativo. Con ello sin embargo ha rebasado el 
ámbito inicial, el conjunto los números reales, del que se partía genéticamente para 
construir el cuadrado y obtener la fórmula general. Pero la fórmula general conduce al 
conjunto de los números complejos. Por consiguiente, en la categoría algebraica se 
realiza la idea de absorción, lo cual muestra que la idea de absorción es una verdadera 
idea filosófica en sentido objetivo y resulta ser, por tanto, apta para caracterizar la 
relación entre filosofía y ciencias en términos de la relación de absorción entre ideas y 
conceptos categoriales. 
Según esto, la filosofía de naturalezadebe concebirse como aquella dirección de 
la filosofía que se constituye en disciplina al tratar de las ideas que envuelven a las 
categorías naturales y que se realizan por su mediación. Por esta razón la filosofía de la 
naturaleza no puede reducirse una especie de exposición de cuestiones “importantes” 
tratadas por las ciencias naturales, es decir, a divulgación erudita –no vulgar, si cabe la 
negación implícita- porque no son los conceptos categoriales, sino las ideas, el tema 
propio de la filosofía de la naturaleza aunque desde éstas, como hemos mostrado, haya 
que regresar continuamente a sus determinaciones científicas. En este sentido no cabe 
reducir la filosofía de la naturaleza a los compendios del estado actual de la ciencia que, 
en todo caso, son más bien punto de partida (fuentes, incluso) que puntos de llegada de 
repaso de una filosofía de la naturaleza reducida a enciclopedia. 
Pero la distinción entre ideas y conceptos categoriales no autoriza a decretar la 
alternativa excluyente de una filosofía de la naturaleza que, apartándose de las ciencias 
naturales, se gozase en el vacío de su propia complacencia. Pues tampoco la filosofía de 
la naturaleza podría desenvolverse al margen de las ciencias naturales, supuesto que las 
ideas naturales (las ideas ordenables en torno a una unidad central, la idea de naturaleza) 
se desarrollan en gran medida por la mediación los conceptos categoriales. Una filosofía 
de la naturaleza que pretendiera desenvolverse en un plano “superior” o simplemente 
independiente, separado del plano en que cobran forma los conceptos científicos, sería 
necesariamente “formalista” o simplemente “arqueológica”, como vuelta a una filosofía 
de la naturaleza originaria previa todo desarrollo científico. 
3. Articulación y división del programa 
Aun cuando pudiera parecer excesivo referir la filosofía de la naturaleza 
únicamente las ciencias naturales y no hacer énfasis sobre otros modos de relación con 
la naturaleza de índole no científica, debe reconocerse prácticamente que en la 
actualidad no hay casi de hecho “regiones vírgenes” de naturaleza que no estén de algún 
modo afectadas por la conceptuación categorial de las ciencias. En plenitud no puede 
negarse que la filosofía de la naturaleza haya de ocuparse de algún modo de dichas 
formas de relación, y en ello han hecho bien en recalcar el punto autores tan 
significativos como Whitehead (El concepto de naturaleza) y Aubert (Filosofía de la 
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naturaleza). Pero un examen de estas mismas obras muestra la proporción en que unos 
y otros temas han sido tratados. 
 Por tanto, son las categorías de las ciencias naturales (físicas y biológicas) el 
mejor marco de referencia para determinar el campo de las ideas en torno a las cuales 
pudiera reorganizarse una exposición de la filosofía de la naturaleza como disciplina 
académica. Por todo ello, la relación entre filosofía de la naturaleza y ciencias naturales, 
tal como la entendemos, no da lugar a reducir la filosofía de la naturaleza a aquéllas y 
con ello parece que el primer problema polémico queda, al menos, rectificado. 
 Pero la relación de la filosofía de la naturaleza con las ciencias naturales podría 
convertirse en el problema de la relación entre la filosofía de la naturaleza y la filosofía 
de la ciencia con tal de que la filosofía de la ciencia se aplicase directamente al modo de 
conocimiento de la naturaleza aceptado como válido. Ahora bien, las dificultades 
podrían reducirse por un compromiso temático: la adjudicación de los aspectos 
ontológicos a la filosofía de la naturaleza y de los epistemológicos a la filosofía de la 
ciencia. No obstante, una cuestión de hecho viola el compromiso deseado: la 
interferencia de epistemología y ontología tanto en la filosofía de la naturaleza como en 
la filosofía de la ciencia. El problema puede parecer aún más grave si señalamos el 
campo de la filosofía de la naturaleza respecto de los campos gnoseológicos de las 
ciencias naturales y afirmamos que es allí precisamente, en esos “racionalismos 
regionales” de las ciencias naturales de que hablaba Bachelard, o en los “cierres 
categoriales” de las mismas como los llama Bueno, donde tiene su lugar de arranque la 
tematización de las ideas naturales. Sin embargo, es posible hacer una distinción no 
arbitraria que viene exigida por los planteamientos anteriores. Pues, aunque podemos 
considerar a las ciencias naturales desde una perspectiva gnoseológica –en tanto que 
instituciones cuyos procedimientos internos están configurados según operaciones 
cerradas sobre términos de un campo material-, al mismo tiempo nos remiten a la 
ontología de su campo categorial, también es necesario considerar a las propias 
categorías materiales –en tanto que dadas a través de las ciencias naturales- en la 
medida misma en que en ellas se realizan las ideas filosóficas. Esta exigencia interna al 
modo de concebir las relaciones entre la filosofía y las ciencias muestra la apariencia de 
la contraposición ontología/epistemología, cuando en realidad la filosofía de la 
naturaleza debe adoptar dos perspectivas que se realimentan la una a la otra. Una 
primera perspectiva de índole gnoseológica, en la que han de subrayarse las referencias 
ontológicas y una segunda perspectiva de índole ontológica, en la que se tratan las 
propias realidades naturales en tanto que dadas eminentemente, aunque no 
exclusivamente, en el marco de las ciencias naturales. 
La perspectiva ontológica, además, impone una dimensión interna en función de 
su propia estructura categorial. Porque, al menos en la actualidad, las categorías 
naturales presentan una unidad problemática en torno a la cual giran los planteamientos 
alternativos de los diferentes reduccionismos y emergentismos. Y tal como nuestro 
nivel de conocimiento lo impone, es necesario introducir una distinción –cuyo alcance 
ontológico eso uno de los problemas fundamentales de la filosofía de la naturaleza- 
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entre las categorías físicas y biológicas (las categorías cosmológicas y organológicas de 
Nicolai Hartmann) y hacer que la propia filosofía de la naturaleza se configure de modo 
dual, en torno a una ontología diferencial de lo físico y lo orgánico. La perspectiva 
ontológica de la filosofía de la naturaleza proyectada sobre esta distinción se organiza 
en dos grandes conjuntos de ideas, a saber, las ideas que atraviesan las categorías física 
y biológica, y que se realizan en las determinaciones de cada una de ellas. Pero la 
perspectiva ontológica no sería completa si en cada una de sus divisiones no incluyera 
una doble referencia, que debe tratarse en cada caso particular y que, más que una 
división adicional, constituye el propio desarrollo interno de los momentos de una 
ontología de las categorías naturales. La perspectiva ontológica, por atenerse a la 
consideración de las múltiples ideas que se realiza en las categorías naturales, incluye, 
en cada desarrollo temático, dos fases o momentos: uno de ellos, de carácter analítico, 
en el que las ideas van extrayéndose de las propias ciencias naturales, según la 
“morfología” que los propios conceptos categoriales les imprime y el otro, un momento 
sintético, que considera a las múltiples ideas en su conexión con la propia idea de 
naturaleza, en un movimiento que va de la multiplicidad de la unidad y recíprocamente, 
que incorpora las vertientes investigadoras y expositiva de la disciplina en su mutua y 
continua rectificación. 
Esta concepción de la filosofía de la naturaleza como disciplina impone sus 
criterios tanto a la programación como a la metodología de la misma. De ahí que la 
justificación del programa, y las consideraciones metodológicas de que hablamos más 
adelante, arranquen precisamente del concepto de la filosofía de la naturaleza esbozado 
en sus rasgos más salientes. Las consecuencias programáticas que se desprenden del 
concepto que acabamos de esbozar son, brevemente, las siguientes. 
En primer lugar, la división de la disciplinaen dos partes principales. Una parte 
gnoseológica y una parte ontológica en su conjunción pretenden resolver el problema de 
las “competencias” de la filosofía de la naturaleza respecto de la filosofía de la ciencia. 
En segundo lugar, una subdivisión de la parte ontológica en dos secciones: una referente 
a las ideas que tienen que ver directamente con las categorías físicas y otra en torno a 
las ideas que guardan estrecha relación con las categorías biológicas. Esta sería la 
división en secciones más general de la filosofía de la naturaleza tal como la 
concebimos. Por ello, el programa se divide conforme a tales criterios. 
Pero la división global no es incompatible con, sino que, por el contrario, exige 
cierta organización del material de cada sección. Por lo que respecta a la parte 
gnoseológica, su unidad interna está dada por la propia teoría de las ciencias naturales 
que en cada caso se suscriba. Este programa, su forma –en lo referente a su primera 
parte- toma su forma en torno al punto central de noción de cierre categorial como 
procedimiento interno de constitución, recurrencia y desarrollo de las ciencias, a la luz 
de la cual se reinterpreta el estatuto de las ciencias naturales. 
En lo tocante a la parte ontológica, podrían tomarse como punto de partida 
ciertos inventarios de ideas en torno las cuales se consideran los desarrollos de las 
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mismas. La elección que se lleve a cabo refleja, en cierto modo, las propias nociones en 
torno a los componentes ontológicos que deben tratarse: suponen en cierta medida una 
ontología previa, que habría de afinarse con los propios desarrollos de su vertiente 
investigadora. Puede ser adecuado partir del inventario de ideas que Machamer y 
Turnbull () ponen de encabezamiento en su magnífica compilación de ensayos (Motion, 
Space, and Matter , ¿ U. Press, 1976), a saber, las ideas de espacio, tiempo, materia y 
movimiento para la sección referente a las categorías físicas de la parte ontológica. Pero 
tomar el inventario sin mayores precisiones resultaría en una mera yuxtaposición 
temática. Por ello, reconociendo la antigua tradición según la cual la filosofía de la 
naturaleza adopta la perspectiva ontológica respecto de las entidades que se caracterizan 
por su movimiento, cambio o transformación, suponemos el movimiento común 
implícito en toda concepción de lo natural y, por tanto, como idea que no debe ser 
colocada junto a otras, si no en todas ellas. Espacio, tiempo y materia aparecen, pues, en 
este programa como las ideas en torno a las cuales se desarrolla la exposición temática 
de la sección referente a las categorías físicas, subyacente a ella sin, sin embargo, y 
unificándolas la idea del movimiento. Por esa misma razón los temas de la primera parte 
ontológica están organizados, como puede observarse, en torno a las ideas de espacio, 
tiempo y materia. 
La sección ontológica, dedicada a las categorías biológicas, al parecer, debería 
sin más reorganizarse entorno la idea de vida como idea fundamental. Pero con esta 
ocurre quizá algo semejante a lo que ocurre con la idea de movimiento en la sección 
anterior, que es ella misma el problema temático de esta sección ontológica y que 
subyace y se enriquece en cada planteamiento categorial concreto extraído a partir de 
los conceptos categoriales correspondientes. Sin embargo, parece más respetuoso con el 
estado actual de la cuestión organizar dichas exposiciones en torno a dos ideas guía: las 
ideas de organismo y evolución en cuanto remiten, respectivamente, a dos perspectivas 
conjugadas. La primera, la idea de organismo lleva a la perspectiva estructural 
jerárquicamente ordenada, en cuanto “organismo” refiere a los llamados niveles de lo 
orgánico, en orden descendente a los componentes de los organismos y en orden 
ascendente a los compuestos de aquellos, recorriendo así los cuatro grandes niveles que 
la biología reconoce como principales, aunque no únicos (ni siquiera unívocos): 
molecular, celular, individual y poblacional. 
Por el contrario, la idea de evolución conduce a la perspectiva procesual 
conjugada con la anterior y desde donde se ha pretendido establecer el horizonte de 
inteligibilidad del conjunto de las ciencias biológicas, en cierto modo como el principio 
unificador tanto del campo ontológico de las ciencias biológicas, como de la sistemática 
de las propias ciencias biológicas particulares. 
Esquema general (los contenidos se detallan en el temario) 
I. Introducción 
1.1. La filosofía de la naturaleza entre las disciplina filosóficas 
12 
 
1.2. La filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales. 
2. Gnoseología de las ciencias naturales 
2.1 Ciencias físicas 
2.2 Ciencias biológicas 
3. Ontología 
3. Ontología de la naturaleza 
3.1 Ideas físicas: espacio, tiempo y materia 
3.2 Ideas biológicas: organismos y evolución 
4. Los sentidos de “método” y la unidad del método 
 Si el concepto esbozado de la disciplina es un verdadero concepto, es decir, no 
sólo una “representación”, sino un principio operativo de desarrollo de la misma, las 
consideraciones metodológicas –tanto en lo que se refiere a la investigación como a la 
docencia- deben formar cuerpo unitario con dicho concepto. La unidad entre concepto y 
método podría aclararse significativamente con el recurso a un concepto de método que 
se halla en las raíces mismas de la época moderna, en el siglo XVII. Como nos indica 
Belaval, (Leibniz critique de Descartes, París, Gallimard, 1960) existían en el siglo 
XVII dos conceptos de método. Por una parte, “método” aludía a un cierto ideal de 
conocimiento, una representación del modo óptimo de una disciplina, mientras que, por 
otra, se identificaba más bien a un conjunto de reglas técnicas, operativas, que debían 
figurar como medios conducentes a determinados fines, los conocimientos efectivos 
mismos. Sin discutir, por el momento, la adecuación de semejantes acepciones del 
término “método”, cabe afirmar, sin embargo, que con ellas se establece una relación 
interna a la disciplina entre el fin (o los fines) y los medios que se ponen en juego para 
alcanzarlo(s), para cumplir o realizar su ideal de conocimiento. Por tanto, el método 
como ideal de conocimiento de una disciplina, y el método como conjunto de reglas o 
medios técnicos para alcanzar aquel fin, pueden servir para caracterizar 
metodológicamente una disciplina, si la unidad de ambos queda establecida de forma 
coherente. (Cf. Lafuente, Programa razonado de Historia de la filosofía, inédito). 
Este punto de vista evita que se considere agotado el aspecto metodológico de 
una disciplina en su aspecto meramente tecnológico (operativo), olvidándose de que 
dichas técnicas están subordinadas a un fin. Ahora bien, esto supuesto, si concedemos 
que el fin de una disciplina es el conocimiento que sólo puede poseerse cuando dicha 
disciplina haya alcanzado su forma madura, entonces resulta que dichos fin es, a su vez, 
la propia disciplina en cierto punto –al menos concebible- de su historia posible. 
Pero si, además, la forma madura, óptima de una disciplina resultara ser la forma 
sistemática, entonces se podría introducir como concepto unificador de las dos 
acepciones de “método”, la noción kantiana de la unidad arquitectónica, según la cual 
13 
 
la idea que constituye el fin de la disciplina requiere para su realización un esquema, es 
decir, “una multiplicidad y un orden de las partes esenciales determinadas a priori por 
el principio del fin” (Kant, Crítica de la razón pura. Metodología trascendental: 
arquitectónica). Ahora bien, el método en el primer sentido tiene que ver con el fin de la 
disciplina y tiene el carácter (regulativo) de una idea el sentido kantiano. Pero dicha 
idea necesita para realizarse un esquema que unifique arquitectónicamente, y no sólo de 
modo técnico, empírico, los medios para dicho fin. Pero si al mismo tiempo el segundo 
concepto de método remite a una pluralidad técnicas, de reglas operativas para alcanzarun fin (el conocimiento que sólo puede obtenerse cuando la disciplina ha adquirido 
carácter sistemático), entonces el esquema consiste precisamente en la ordenación de 
dichas técnicas conforme a la sistematicidad de la disciplina. 
Así resulta que “método” en el primer sentido y “método” en el segundo sentido 
designan componentes que sólo quedan unidos en el esquema, en el cual se da la 
subordinación del segundo al primero. Dicho esquema proporcionaría la unidad 
arquitectónica cuando hay sido trazado conforme a una idea, conforme al fin. En el 
caso contrario, cuando sólo existiera un esquema trazado empíricamente, como 
conjunción agregativa de la pluralidad de técnicas, se dispone únicamente de una unidad 
técnica. La contraposición kantiana entre unidad técnica y arquitectónica permite 
remediar la aparente separación entre los dos sentidos de “método”, mediante la unidad 
de ambos, por subordinación del segundo al primero: la subordinación de las técnicas al 
fin en una unidad arquitectónica. 
Ahora bien, si el fin se identifica con el concepto, el propio concepto dictará sus 
normas al conjunto de técnicas y la ejecución, el desarrollo de la disciplina se 
identificará, desde el punto de vista metodológico, con la unidad arquitectónica, con la 
disciplina en su forma sistemática. 
Cabe, pues, entender el método respecto del concepto de dos formas distintas: 
como conjunto de reglas operativas disponibles y como ejecución con dichas técnicas 
conforme al concepto. La ejecución metodológica de la filosofía de la naturaleza recoge 
en su unidad arquitectónica, por tanto, el concepto y las técnicas operativas de que dicha 
disciplina dispone. Sobre estos supuestos es posible determinar el verdadero alcance del 
problema del método en la filosofía de la naturaleza y, al hacerlo, por la relación interna 
entre método y concepto, mostrar su concepto no como una mera representación de la 
filosofía de la naturaleza, sino como un verdadero principio de desarrollo de la misma. 
Pues, en efecto, esta noción de método, conforme la unidad arquitectónica, 
permite resolver ciertas cuestiones “pendientes”, aunque mencionadas al hablar de las 
relaciones de la filosofía de la naturaleza con otras disciplinas. Admitido que la filosofía 
de la naturaleza tiene estrecha relación con la historia de la ciencia, la filosofía de la 
ciencia, las ciencias naturales y, por supuesto, las matemáticas, el reduccionismo 
tenderá a reducir temáticamente la filosofía de la naturaleza a las primeras, según los 
casos, y algunos autores tienden a asignar la filosofía de la naturaleza un método 
matemático que, en cierto modo, hace de ella ciencia natural –p.e. Reichenbach 
14 
 
(Moderna filosofía de la ciencia). Ahora bien, quizá exista una confusión consistente en 
tomar ciertos aspectos de la metodología de la filosofía de la naturaleza por la 
metodología misma, por vía de la identificación del método como conjunto de reglas 
técnicas (la matemática o la historia) con el método sin más o de uno de los aspectos o 
perspectivas de la filosofía de la naturaleza (por ejemplo, la gnoseología) con toda ella. 
En cambio, si se atiende al punto de vista que se ha querido precisar, la unidad de la 
filosofía de la naturaleza supone, desde el punto de vista metodológico, una pluralidad y 
una ordenación de ciertos componentes técnicos –histórico, matemático, etc.- ajustados 
al concepto de la filosofía de la naturaleza como disciplina filosófica con una temática 
propia. Aunque es verdad que una consideración metodológica de la filosofía de la 
naturaleza puede comenzar perfectamente por ciertas contraposiciones entre distintas 
orientaciones metodológicas –la contraposición de Ambacher (P.U.F) entre método 
matemático y método reflexivo- la contraposición carece de sentido si no se han 
delimitado previamente cuestiones de índole fundamental como la unidad de concepto y 
método. Desde esta unidad podría decirse que el método de la filosofía de la naturaleza 
consiste en la articulación de metodologías diversas –gnoseológica, ontológica, 
histórica, matemática- atendiendo a la diversa complejidad de cada una de ellas y a los 
modos de composición posibles entre ellas, así como a sus órdenes respectivos. No 
puede afirmarse pura y simplemente que la articulación de la perspectiva ontológica y la 
gnoseológica sea semejante a la de las técnicas matemáticas y el análisis gnoseológico. 
Cabría concebir más bien ese conjunto de técnicas ordenado según diversos niveles de 
articulación de componentes con subsistemas intermedios. Más en concreto, podría 
oponerse el punto de vista categorial de las ciencias al punto de vista trascendental de la 
filosofía. Según ello, reducir la filosofía de la naturaleza a ciencia natural consistiría en 
confundir un orden con otro y olvidar la subordinación al fin de la filosofía de la 
naturaleza de las técnicas científicas necesarias, pero que deben incorporarse a la 
disciplina a través de las ideas que atraviesan sus conceptos y a través de los cuales 
conectan con las realidades naturales. Estas consideraciones pueden extenderse a las dos 
vertientes de la disciplina que el ejercicio pide precisar: la metodología de la 
investigación y de la docencia. 
El método de la filosofía de la naturaleza referido a la investigación conduce a 
considerar en la investigación sus técnicas y sus resultados. Ambos extremos 
caracterizan a la investigación en su sentido operativo, el sentido de técnicas ordenadas 
a conseguir conocimientos agrupadas arquitectónicamente conforme al concepto de la 
filosofía de la naturaleza. La investigación en filosofía de la naturaleza, como en 
cualquier otro disciplina, supone cierto dominio de un conjunto de medios y en este 
caso requiere conocimientos científico-naturales que permitan encarar los desarrollos 
científicos con suficiente entendimiento, para que los conceptos categoriales puedan ser 
referidos con sentido a la temática filosófica, y conocimientos históricos acerca del 
desarrollo de las ciencias y de la filosofía, y todos los demás recursos lingüísticos y 
filológicos. 
15 
 
Referida a la docencia, la metodología se especifica según los aspectos temático 
y tecnológico. El aspecto temático hace referencia a la exposición de conocimientos 
existentes en el momento impartir la enseñanza. El aspecto tecnológico tiene que ver 
con la enseñanza de las técnicas subordinadas, auxiliares necesarias para participar en 
los conocimientos previos requeridos para la exposición de la filosofía de la naturaleza. 
En este sentido, el problema rebasa los límites de las asignaturas de filosofía de la 
naturaleza propiamente dichas y remite a una cuestión que tiene que ver con los planes 
de estudio de las actuales facultades de Filosofía. En ellos sería necesaria la existencia 
de algún tipo de curso introductorio a las matemáticas y a las ciencias físicas y 
biológicas. Mientras ello no ocurra, la filosofía de la naturaleza se verá obligada a 
rellenar las lagunas existentes mediante seminarios, clases prácticas, etc., en 
complementos de su desarrollo temático. 
5. Las fuentes de la filosofía de la naturaleza 
 Por todo lo dicho respecto de la pluralidad de aspectos de la disciplina, las 
fuentes de la filosofía de la naturaleza son variadas. No cabe simplemente reducirlas a 
su historia interna, gremial, al conjunto de obras de filosofía de la naturaleza que 
proporcionaría la Historia de la filosofía. Ni siquiera al conjunto ampliado por las obras 
científicas de importancia histórica, es decir, añadiendo a la Historia de la filosofía la 
Historia de la ciencia. Ello es así porque también son fuentes en cierto sentido los 
tratados en los cuales deben informarse filósofos de la naturaleza del estado actual de 
las ciencias naturales, a través de los que se ponen en contacto con las ideas que 
constituyen su temática. 
 Una clasificación provisional de las fuentes supondría, por lo menos, las 
distinciones filosofía/ciencia e histórico/sistemático.Las fuentes de la filosofía de la 
naturaleza aparecerían así determinadas según cuatro tipos que figuran en la tabla 
siguiente: 
FUENTES A. Filosóficas B. Científicas 
1.Históricas Histórico-filosóficas Histórico-científicas 
2.Sistemáticas Sistemático-filosóficas Sistemático-científicas 
 
1A. Fuentes histórico-filosóficas. Obras de filosofía de la naturaleza de relevancia 
(Física de Aristóteles, Primeros principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza de 
Kant, etc.) 
1B. Fuentes histórico-científicas. Obras fundamentales de la historia de la ciencia 
(Diálogos de Galileo, Principios de Newton, etc.) 
2A. Fuentes sistemático-filosóficas. Obras actuales de filosofía de la naturaleza, en las 
cuales esta disciplina halla su lugar sistemático en la filosofía misma (El concepto de 
naturaleza de Whitehead, Filosofía de la naturaleza de Hartmann, etc.). 
16 
 
2B. Fuentes sistemático-científicas. Obras y tratados del estado actual de las ciencias 
naturales. 
 Por otra parte, cuando se considera la filosofía de la naturaleza en su conjunto, 
en su realidad actual en cuanto históricamente producida, es posible distinguir entre las 
fuentes como fuentes de información y como influencias (Cf. Lafuente, Programa 
razonado de Historia de la filosofía, inédito). Diríamos que las fuentes informan en un 
doble sentido: aportan noticias y modifican las perspectivas teóricas. Sin que por ello se 
puedan hacer identificaciones completas, podría decirse que las fuentes histórico-
filosófícas y sistemático-filosóficas estarían más bien del lado de las fuentes como 
influencias, mientras que las científicas (históricas y sistemáticas) estarían más bien de 
la parte de las fuentes informativas, aunque grandes revoluciones científicas hayan sido, 
su vez, primordialmente eficaces, y sean fuentes influyentes. 
* * *

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