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Abstracción y percepción en el arte medieval: el caso de los Beatos. Autor: David López Riveira Tutora: Fuensanta Murcia Nicolás Grado en Historia del Arte Curso académico 2022/23 Defendido en 06/23 1 En la profunda y clara sustancia de la alta luz se me aparecieron tres círculos de tres colores y de una sola dimensión; el uno parecía un fuego procedente de ambos por igual. ¡Ah! ¡Cuán escasa y débil es la lengua para expresar mi concepto! Y éste lo es tanto, comparado a lo que vi, que la palabra “poco” no basta para expresar su pequeñez. (Dante, Divina Comedia, Paraíso XXXIII) 2 Índice: 1. Introducción: 4-7 2. Abstracción: de lo contemporáneo a lo medieval: 8-13 2.1. Una definición de abstracción: 8-10 2.2. Particularidades de la abstracción en la Edad Media: 10-12 2.3. Dos casos desde Didi-Huberman: 12-13 3. Recibir las imágenes en la Edad Media: 14-22 3.1. Percibir: 14-16 3.2. Modos de ver: 16-20 3.3. El libro como objeto de autoridad: 20-22 4. La tradición léxico-figurativa de los Beatos: 23-26 5. Presencias y ausencias de la imagen: dos modelos de abstracción en los Beatos: 27- 37 5.1. Desvelar la divinidad: 27-30 5.2. El silencio en el cielo: 30-37 6. Conclusión: 38 7. Fuentes y bibliografía: 39-49 8. Anexo de imágenes: 50-62 3 1. Introducción El tema de mi Trabajo Final de Grado tratará una problemática en boga dentro de los estudios en Historia del Arte, que en los últimos años se ha comenzado a aplicar en el contexto español. Aquí, se realizará una aproximación a las imágenes de la Edad Media en términos de abstracción y percepción, dándole importancia a la forma en la que los espectadores de su tiempo pudieron percibir las imágenes. Todo ello se vinculará a sus contextos de visionado, la mentalidad que las gestó y sus usos. Esta idea se aplicará a un caso concreto: el corpus de los Beatos, tomando dos motivos iconográficos sobre los que se aplicarán los conceptos estudiados. El corpus de los Beatos ha sido estudiado desde multitud de puntos de vista y metodologías, siendo uno de los mayores documentos iconográficos del arte medieval peninsular. En este sentido, considero necesario realizar un breve sumario sobre los autores y temas que se han venido tratando a lo largo de los años1. Aquí se citarán los trabajos canónicos, de consulta, y algunos otros que, aplicando nuevas metodologías, han servido como modelo. Los estudios del corpus como conjunto son escasos, en parte por la gran cantidad de ejemplos existentes. Considero necesario citar el trabajo de Stierlin (1983), pese a que el texto de consulta obligada sea el de Williams (1994). A partir del trabajo de Williams, en cinco volúmenes, podemos llevar a cabo un acercamiento completo y actualizado a todos los aspectos de los Beatos. También se ha estudiado de forma intensa el origen del Comentario y la figura de Beato. El trabajo utilizado ha sido, además de Williams, García-Aráez (1992), donde se realiza una síntesis de gran valor sobre el origen del texto, sus fuentes, debates en torno a la autoría o la tradición iconográfica. En relación a esto, se ha focalizado el estudio, especialmente en las décadas pasadas, en el vínculo del texto con el milenarismo, algo aún a debate. Entre ellos cabe destacar los textos de Rucquoi (1999), González Echegaray (1999) y Benito Ruano (1999), todos ellos producto del encuentro que tuvo lugar en 1 Un análisis de los estudios sobre los Beatos, centrado en el Beato de Fernando I y Doña Sancha, aunque aplicable de forma general, lo encontramos en Consiglieri (2016). 4 1998 y que trató los milenarismos en la Europa medieval. A través ellos podemos acercarnos a la interpretación escatológica del Comentario, a la que aludimos en el cuerpo del trabajo. A nivel estilístico cabe mencionar el ya clásico texto de Meyer Schapiro2 (1984) dedicado al románico en Silos, que nos puede ayudar a comprender la gestación del estilo y sus formas. Aunque con gran diferencia, el tema más estudiado a lo largo del tiempo, y aún hoy sujeto a revisiones, es la iconografía. Como mencionaremos más tarde, a través de los Beatos podemos revisar la genealogía de los temas iconográficos dentro de un texto que casi no varía, mientras que las imágenes están sujetas a cambios durante casi cinco siglos. Una de las mayores autoridades en lo relativo al tema es Joaquín Yarza (1974;1977;1979), que puso su foco en la iconografía escatológica y diabólica, sentando las bases para otros estudios realizados en la actualidad, como la tesis de Gómez (2016), que realiza un estudio sistemático y actualizado de los motivos. Cid (1989;1990;1994), por su parte, realizó varios trabajos interesantes sobre motivos iconográficos concretos, trazando sus genealogías y filiaciones a lo largo del corpus. Quizá el autor de mayor relevancia para nuestra metodología sea Moralejo (1986;1992;1993), que centró su estudio en los mappaemundi de los Beatos, un motivo iconográfico al que aludimos posteriormente. Sus estudios, de gran vigencia a día de hoy, han servido como base para trabajos más actuales, que analizan los mapas desde una visión integral, tanto en lo cartográfico, simbólico o fantástico, como demuestra Sáenz-López (2014). Por otra parte, uno de los primeros trabajos generales sobre la iconografía del corpus fue realizado por Sepúlveda (1987), que realiza un análisis tema a tema del Beato de Fernando I y Doña Sancha, aunque tratando de dar las pautas para un posible estudio más amplio, y aplicable a otros ejemplares. Por último, considero necesario aludir a algunos trabajos que, pese a tratar temas como la iconografía o el estilo, adoptan nuevas perspectivas, como la que se trata de aplicar en este trabajo. En primer lugar, cabe destacar 2 El trabajo de Schapiro, de gran relevancia para los estudios del arte medieval, lleva años siendo objeto de estudios por sí mismo, tratando de definir sus aproximaciones y las diversas metodologías utilizadas a lo largo de los años, como por ejemplo Williams (2003). 5 el estudio del color, quizá uno de los elementos más llamativos en el corpus de imágenes de los Beatos, que ha sido aproximado por Bolman (1999) desde una perspectiva mnemotécnica y teniendo en cuenta la diferente forma de entender el color en la actualidad. Referente a la otredad, e interpretado desde la Cultura Visual y la historia del cuerpo, cabe destacar el trabajo de Rodríguez (2020). Moráis (2018) se centra en las estrategias referentes a la memoria llevadas a cabo en el Beato Morgan, además de interpretar las imágenes desde una perspectiva local, otorgándole un gran papel creativo a Magio. Desde la perspectiva de género no se han llevado a cabo demasiados trabajos, entre ellos destaca el texto de Martin y Williams (2018) que aproxima el papel de la mujer en el corpus de los Beatos, tanto como promotoras, creadoras o representadas. Aunque volveremos sobre ello de forma extensa, cabe mencionar los textos de Prado-Vilar (2013) o Consiglieri (2016), centrados en analizar la sonoridad y el silencio en las imágenes de los Beatos. La estructura del cuerpo del trabajo consta de cuatro puntos. En el primer punto se tratará de definir el concepto de abstracción, diferenciando entre el concepto de la vanguardia y el de la abstracción medieval. Para ello, se aludirá a sus puntos de convergencia y diferencias principales, que definen la importancia de hablar de abstracción en la Edad Media, haciendo hincapié en el concepto de abstrahere. En el último apartado se aludirá a dos casos de gran relevancia. En el siguiente punto se aproximan las formas de percibir las imágenes en la Edad Media. En este sentido, se tratará la importancia de los sentidos y su valoración en la cultura medieval. Posteriormente, se definirán los modos de ver las imágenes, que aplicaremos a nuestro análisis de casos, partiendo de la definición dada por San Agustín y Hugo de St. Victor, y siguiendo las propuestas de Caviness (1983). Por último, se hará un acercamientoal libro como imágen-objeto, puntualizando sus funciones, usos, relevancia en la cultura y vínculo con la imagen. En el tercer punto, se hará una breve reseña de los aspectos más relevantes de la tradición de los Beatos, en cuanto a su origen, familias, procedencia iconográfica o estructura. Ya en el estudio de casos, se comenzará por el laberinto del Beato de Saint-Sever, interpretado como imagen de orden divino, y poniendo nuestro foco en su geometría, uso de la palabra y ornamentación. Por último, nos referiremos a las 6 imágenes del silencio. Para ello, se comenzará haciendo alusión a la sonoridad del Apocalipsis y la relación entre silencio y monacato, lo que nos llevará a la definición de lectio divina, una de las claves interpretativas de la imagen. Después de ello, se analizarán los casos del Beato de Burgo de Osma y del Beato de Silos. Una de las mayores pretensiones de este trabajo es la aplicación de una metodología innovadora, que, enraizada en la Cultura Visual, trate las imágenes no solamente desde una perspectiva iconográfica al modo de Panofsky. Así, se le otorgará una importancia menor al estudio estilístico, las genealogías o motivos iconográficos, en pro del estudio de la razón de ser de las imágenes, su vínculo con la historia de la cultura, su marco teológico y sensorial, o la función de la imagen-objeto (Gertsman, 2021a; Baschet, 1992; Lahoz, 2022, 31-56). Por otra parte, se tratará de heredar aquella pretensión de Warbug sobre el estudio de las imágenes en relación a todas las demás, para ello partiremos de su reinterpretación por Didi-Huberman, como se desarrollará en el primer punto (Didi-Huberman, 2011, 31-79). Por último, presentar los objetivos principales del trabajo: - Delimitar de forma clara el concepto de abstracción en la Edad Media, aplicándolo a sus imágenes y funciones en un marco concreto. - Estudiar los diferentes modos de ver y su presencia en los ejemplos elegidos, más allá del discurso teórico. - Definir dos modelos de abstracción, notando sus particularidades, función, marco cultural, contexto objetual y vínculos teóricos. 7 2. Abstracción: de lo contemporáneo a lo medieval Para afrontar este trabajo es necesario comenzar por la definición del término que le da título: abstracción. De este modo, el primer apartado tratará de dar una definición general, aplicable a todos los momentos de la historia del arte, marcando una línea clara en las vanguardias del siglo XX y su reconceptualización del término3. Por otra parte, se definirán las características generales de la “abstracción” en el arte medieval, proponiendo algunos conceptos que se desarrollan en el cuerpo del trabajo. A lo largo de esta primera parte se irá aludiendo a los precedentes historiográficos, dando especial relevancia a la figura de Wilhelm Worringer. Como conclusión, se aludirá a estudios de caso que puedan ayudar a subrayar lo antes desarrollado, aportando también parte del marco teórico. 2.1. Una definición de abstracción Con la llegada de las vanguardias y sus teóricos, especialmente Clement Greenberg, la abstracción se ha postulado como patrimonio único de la modernidad, el cúlmen y ruptura de la tradición pictórica en tanto que negación de la mímesis. Este proceso implica la búsqueda de la autonomía del arte con respecto de la realidad visible, reivindicando la pura forma, algo paradójico para Meyer Schapiro. Esta búsqueda, que Schapiro pone en relación con otras artes no figurativas como la música o la arquitectura, se convierte en una mentira en el momento que el artista es condicionado por su bagaje cultural y otros factores no necesariamente estéticos. Pese a todo, el arte abstracto se define como el intento de captar los límites del arte, de lo representable, aunque para ello sea necesario partir de la realidad para llevarla a su esencia; a la forma (Schapiro, 2011). 3 En este trabajo se utilizarán con frecuencia los términos abstracción y no-mimético. La abstracción se entenderá en dos sentidos: como proceso mental transhistórico y como género artístico definido a través de los postulados vanguardistas. Se definirán como no-miméticas aquellas imágenes que, pese a no representar algún objeto concreto de la realidad visible, no pertenezcan a las vanguardias. De esta forma, las obras de Rothko son abstractas, mientras que la representación del silencio del Beato de Silos es una imágene no-mimética generada a través de un proceso de abstracción. 8 Por lo tanto, el artista cumple un papel creador, de nuevas formas no existentes en la naturaleza visible, borrando todo tipo de narración o de vínculo con la realidad. Este hecho conlleva un gran cambio, un giro en la forma de percibir las imágenes. Si en el arte figurativo el foco se pone en su vínculo con la naturaleza, la imagen no-mimética lleva al espectador a la pura percepción, al sentimiento (Schapiro, 2011). De este modo, el arte abstracto existe desde dos puntos de vista: como género artístico a partir de los postulados vanguardistas o como proceso mental (Damisch, 2009). Y es precisamente en tanto que proceso mental generador de imágenes que podemos utilizar el término para referirnos a las artes visuales de diversos momentos históricos. Por otra parte, este proceso no está presente sólo en las imágenes que hoy percibimos como no-miméticas, sino que incluso lo encontramos en el arte figurativo de tradición renacentista, como apuntan Schapiro (1972) o Panofsky4. Este tipo de imágenes no son excluyentes, pudiendo desarrollarse ambas formas de representación en paralelo, como plantean Worringer (1953) o Caviness(1983), dependiendo de las necesidades creativas de cada momento (Nicolás Gómez, 2008). Sobre ello volveremos al hablar de Worringer. Dentro de su definición, Schapiro plantea el mismo problema que perturbó a Warburg, y sobre el que volvió Didi-Huberman: el problema de una Historia del Arte secuencial. Esto llevó a la creación de una dialéctica de acción-reacción, en la que las imágenes que no coinciden con los postulados de un cierto estilo son borradas (Schapiro, 2011). De este modo, las imágenes solo son entendidas en relación a sí mismas y al contexto que las gesta, negando la complejidad temporal y conceptual que da pie a formas diversas. Didi-Huberman5 lo plantea de este modo: Why this blindness? Because the history of humanist art only sees what it knows in advance, it is part of a clinical painting with two main entries, the Vasarian painting of imitazione and the idea. The spots painted by Fra Angelico are thus here like the illogical movements which are in advance indescribable and even invisible, of the classic complete and regular painting of Renaissance painting. (Didi-Huberman, 1995a) 5 La traducción del texto de Didi-Huberman está tomada de Larsson (2020). 4 Sobre los usos simbólicos de la perspectiva y del espacio, se remite al clásico texto de Panofsky, en el que se estudia la representación espacial en términos de abstracción: Panofsky (2003). 9 Otra definición, desfasada a día de hoy, fue dada por Worringer en Abstracción y Naturaleza. Este autor interpreta que la forma artística característica de cada sociedad viene determinada por una tensión anímica, que depende de la cosmovisión y la relación de ese grupo de individuos con la naturaleza. De este modo, si la relación es positiva, da pie a un arte figurativo entendido como “autogoce objetivado”. En el caso de ser negativa, generará un arte abstracto determinado por un impulso psíquico independiente de la narración histórica, como una suerte de volkgeist. Este caso lo detecta en el arte nórdico, encontrando un impulso similar desde Grünewald a Murnau. Aunque la gestación de un arte figurativo o abstracto depende de la proyección sentimental, Worringer acepta el proceso de abstracción necesario en el arte figurativo, capaz de crear formas nuevas alejadas del “bello natural” (Worringer, 1953, 17-60; Nicolas Gómez, 2008). 2.2. Particularidades dela abstracción en la Edad Media Nuestro acercamiento a la abstracción en el arte medieval ha de ser realizado desde un punto de vista muy alejado al del arte de vanguardia, cuyo énfasis recae sobre la independencia de la forma y la individualidad del artista. En el caso de la Edad Media, sus imágenes no-miméticas han de ser entendidas dentro de un marco teológico y exegético concreto, que en ocasiones se hace difícil de definir (Bois et al, 2022). Otra diferencia clave está en su concepto de narración, en tanto que en el arte de vanguardia el relato desaparece, mientras en el arte medieval la abstracción y sus imágenes son entendidas como una forma de hacer presente el objeto sobre el que se ha realizado dicho proceso mental. Por lo tanto, da pie a la creación de imágenes narrativas no-miméticas, difícilmente legibles desde una iconografía al modo de Panofsky (Gertsman, 2021a). En el momento en el que la presencia es figurada a través de su negación, el locus de la imagen es llenado por la imaginación del espectador (Gertsman, 2021a), haciendo presente la ausencia6 o la 6 Dos estudios de gran relevancia fueron realizados por Mehú y Debiais. En ellos se trata de definir las formas en las que la divinidad puede hacerse presente en el arte medieval, sin acudir a la figuración, haciendo uso de los espacios vaciados y del color. Méhu (2013) y Debiais (2021a). 10 divinidad. De este modo, tenemos que entender estas representaciones como no miméticas, y a su vez, generadas a través de un proceso de abstracción (Gertsman, 2021a). En cuanto al concepto, cabe destacar su enorme relevancia dentro de la filosofía medieval. Así, se entiende por abstrahere al proceso mental a través del cual se separa lo material de lo espiritual, haciendo posible la comprensión de lo oculto e invisible de la divinidad (Gertsman, 2021b). Refiriéndose a esto, Santo Tomás nos dice: Y por eso, le corresponde como propio el conocimiento de la forma presente en la materia corporal individual, si bien no tal como está en la materia. Pero conocer lo que está en una materia individual y no tal como está en dicha materia, es abstraer la forma de la materia individual representada en las imágenes. De este modo, es necesario afirmar que nuestro entendimiento conoce las realidades materiales abstrayendo de las imágenes. Y por medio de las realidades materiales así entendidas, llegamos al conocimiento de las inmateriales, pero de forma distinta a como lo hacen los ángeles, los cuales por lo inmaterial conocen lo material. (Tomás de Aquino, Suma de Teología, C.85 a.1) Así definido, el acto de abstraer se convierte en un proceso tanto intelectual como creativo, en el que se logra extraer de lo material una nueva realidad esencial que permite la comprensión de lo divino e inefable (Gertsman, 2021b). Por otra parte, una de las mayores problemáticas dentro del estudio de la abstracción en el arte medieval ha sido lo ornamental. Tradicionalmente, el ornamento se ha entendido como puramente decorativo y sin interés para su estudio. Esto comenzó a cambiar con los estudios de autores como Focillon7, Gombrich o Bonne, siendo este último el que le otorga un mayor papel al ornamento (Bonne et al, 2010). Según Bonne, el ornamento puede ser entendido desde dos puntos de vista: como forma simbólica con un mensaje exegético concreto, o como una forma de enfatizar y estructurar el contenido 7 Dos estudios iniciales fueron realizados por Focillon y Gombrich. En el primero de ellos se alude al pensamiento ornamental del arte románico, pero sin alejarse de lo estilístico o definir su significado en la representación medieval. Por otra parte, Gombrich realizó un trabajo desde la psicología del arte y de la representación, que, pese a su interés, solamente citaremos, tomando como nuestra la postura de Bonne. Focillon (2010) y Gombrich (1999). 11 de la obra en que se enmarca (Weinryb, 2013). El ornamento se presenta en ambas con un papel activo, “vivo” como diría Focillon, capaz de acercar al espectador a la divinidad a partir de lo sensorial (Böse, 2020). Pese a ser parte del cuerpo del trabajo, considero necesario citar algunos problemas implícitos en el ornamento, tales como: los límites entre palabra e imagen (Toussaint, 2021), las analogías textiles o matéricas (Bücheler, 2014), o la pervivencia transcultural y anacrónica de los motivos ornamentales (Bonne et al, 2010). 2.3. Dos casos desde Didi-Huberman Parte del extenso desarrollo teórico de Didi-Huberman nace del estudio de un caso concreto, con gran resonancia en los estudios sobre la abstracción: los mármoles fingidos de Fra Angelico (fig. 1 y 2), ignorados pese a ser parte clave en su Sacra Conversazione (1440). El estudio comienza reflexionando sobre la memoria de las imágenes, impregnadas de tiempos divergentes que laten sobre la figura: En fin, ante una imagen, tenemos humildemente que reconocer lo siguiente: que probablemente ella nos sobrevivirá, que ante ella somos el elemento frágil, el elemento de paso, y que ante nosotros ella es el elemento del futuro, el elemento de la duración. La imagen a menudo tiene más de memoria y más de porvenir que el ser que la mira. (Didi-Huberman, 2011, 32) Para su estudio, Didi-Huberman reivindica el anacronismo y los tiempos diversos que se solapan, entendiendo al propio artista como un individuo anacrónico ante su contexto cultural. Para entender al artista y su obra es necesario alejarse de su tiempo presente, momento de reivindicación de la mímesis por artistas y teóricos como Alberti (Didi-Huberman, 2011, 36-40). Pese a algunos usos de las formas renacentistas, Fra Angelico sólo es entendible a la luz de la teología medieval y del concepto ya definido de abstrahere. A partir de ello, se produce una imagen que lleva a lo que Didi-Huberman define como dissemblance, un sentimiento de extrañeza generado a partir del choque dialéctico de dos formas de representar esencialmente diferentes (Larsson, 2020). Este término es tomado de Pseudo-Dionisio, utilizado para referirse a lo inefable de Dios, que se encuentra 12 más allá de la figuración y el pensamiento (Larsson, 2020). De este modo, encontramos dentro de una misma obra conceptos tan distantes como los de Pseudo-Dionisio, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino o Suger. Llegados a este punto, la obra se interpreta como la Encarnación hecha presencia; materia (Didi-Huberman, 2011, 42). Y del mismo modo se pueden encontrar multitud de supervivencias que surgen de la imagen, aquello a lo que Warburg se refería con su Nachleben (Macho, 2016). Siguiendo los planteamientos de Didi-Huberman, Mills realiza otro análisis interesante. En este caso se centra en la Visión del Más Allá (fig. 3 y 4) atribuida al Bosco hacia 1500, poniendo el foco en los hipotéticos mármoles fingidos de su reverso. Así, Mills se refiere al gran papel simbólico del mármol a lo largo de la historia, caso de Suger y su reflexión sobre el material como medio para la contemplación divina. En relación con la parte principal, se vuelve a producir la dissemblance a través del choque, invitando al espectador a ver más allá y encontrar la presencia de Dios (Mills, 2021), porque como dice Didi-Huberman: “They are there to show infinitely more than they offered to be discerned. The less they offer to be discerned, the more they free meaning” (Didi-Huberman, 1995b, 100). 13 3. Recibir las imágenes en la Edad Media 3.1. Percibir Nuestro conocimiento de la realidad y de las imágenes que nos rodean va irremediablemente ligado a la forma de percibir y de sentir los objetos. Pese a ello, los sentidos no son un instrumento objetivo de orden biológico, sino que comportan determinantes históricos y culturales que definen la forma de afrontar la realidad. De este modo, nuestra forma de leer hoy las imágenes medievales es muy lejana, en tanto que han perdido su contexto original y el aparato sensorial que las rodeaba, además del cambio en las formas de percibir losobjetos (Griffiths y Starkey, 2019). En el caso de la Edad Media, la percepción sensorial cumple un papel clave a la vez que paradójico. Los sentidos son entendidos como una forma de conocer y aprehender la realidad (Bagnoli, 2016a), pero son al mismo tiempo un gran peligro que puede llevar al pecado. Al modo platónico, los sentidos son un medio que puede ayudar a comprender la realidad divina, aunque para ello ha de ser a través de una percepción guiada y cautelosa (Kessler, 2022, 288). Si no sucede de esta forma, puede conducir a la lascivia y la carne, como ocurrió a Adán y Eva en el momento del Pecado Original, en el que se nos negó la visión material de Dios (Kessler, 2022, 285). Esta inquietud frente a lo sensitivo lleva en muchos contextos a una negación de lo sensual, como sucede en ciertos ámbitos monásticos (Le Breton, 2006, 143) o más tarde en el Protestantismo (Bagnoli, 2016c). Reivindicando su poder, Suger8 dirá: Thus, when — out of my delight in the beauty of the house of God — the loveliness of the many -colored gems has called me away from external cares, and worthy meditation has induced me to reflect, transferring that which is material to that which is immaterial, on the diversity of the sacred virtues: then it seems to me that I see myself dwelling, as it were, in some strange region of the universe which neither exists entirely in the slime of the earth nor entirely in the purity of Heaven; and that, by the grace of God, I can be transported from this inferior to that higher world in an anagogical manner. (Suger, De Administratione) 8 Texto traducido y tomado en Panofsky, E., & Panofsky, G (1979). 14 De entre todos los sentidos, se considera que la vista y el oído son los más útiles para lo racional e intelectual9. Pese a que volveremos sobre ello más tarde, lo auditivo es puesto de relieve en tanto que, mediante el Verbo, Dios creó el mundo y se hizo conocer (Bagnoli, 2016b). Al contrario, el tacto es entendido hasta aproximadamente el siglo XIII como el más carnal y lascivo entre todos los sentidos (Bagnoli, 2016b), pese a su uso devocional en algunos contextos (Kessler, 2022, 297). En cuanto a la vista, el primero entre todos los sentidos, Isidoro de Sevilla dice que “entre todos los sentidos el de la vista es el que más cercano está del alma; y así, en los ojos se refleja toda manifestación de nuestra mente” (Isidoro de Sevilla, Etimologías, XI.1.36). Así, la vista cumple un papel clave para el conocimiento, ya que antes de llegar a los sentidos internos, es necesario que aquellas imágenes pasen por el tamiz de la percepción (Griffiths y Starkey, 2019). A partir de la visión directa del mundo se genera un proceso en los sentidos internos, capaz de discernir lo lícito de la percepción, que posteriormente, a través de la imaginación, se convierten en imágenes mentales que se almacenan en la memoria (Bagnoli, 2016b)10. Así, nos volvemos a encontrar un proceso de abstracción al modo que definimos anteriormente. Estas imágenes espirituales, en tanto que generadas en los sentidos internos, cumplen un papel clave en la memoria. Así, se reivindican las imágenes como formas poderosas de conseguir el recuerdo, debido a su capacidad para actuar sobre los sentimientos (Kessler, 2022, 286). Para enfatizar esto, en ocasiones se acude a juegos de ocultación o imágenes que se desvelan, buscando crear espacios multisensoriales que conjugan visión, olfato o sonido,(Kessler, 2022, 287). Concluiré con aquello que decía Bernardo el Franco refiriéndose a las piedra del Getsemaní, en las que “uno podría 10 En lo referido al estudio de la memoria, es inevitable citar el trabajo de Carruthers, que ha servido para dar una visión general del carácter polifacético de la memoria en la cultura medieval, aludiendo a sus imágenes y textos desde los inicios del cristianismo a la Baja Edad Media. Carruthers, M., & Ziolkowski (2002). 9 Para un estudio extenso de lo sonoro, la sonoridad de los espacios y la performatividad, se recomienda la lectura de los trabajos de Pentcheva, especialmente los dedicados a Santa Sofía. Una recopilación de trabajos interesante la podemos encontrar en Pentcheva (2021). 15 atisbar todo lo que pudiera desear ver, como si de un espejo se tratase” (Kessler, 2022, 281). 3.2. Modos de ver Siguiendo a Madeline Caviness, las imágenes medievales están codificadas a partir de diferentes modos de ver, que nos ayudan a explicar las dicotomías presentes en los estilos artísticos. Así, plantea un vínculo total entre forma y contenido, que determina la forma en que las imágenes son concebidas, por lo que no se trata de una diferencia entre naturalismo e idealismo, sino una distinción en cuanto a su propia naturaleza (Caviness, 1983). De este modo, plantea la existencia de imágenes de “orden divino”, definidas por su uso simbólico del orden y la simetría. Se trataría en este caso de imágenes “perfectas”, que en muchos casos se entienden en contraposición con otras “imperfectas". Esto es visible en el caso de los Beatos (fig. 5), o en el ejemplo paradigmático del tímpano de Conques (fig. 6). En el caso francés encontramos un uso de la arquitectura y el orden simétrico con un componente sagrado y simbólico, que alude de forma inequívoca a la Jerusalén Celeste11. Mientras tanto, al cruzar el eje simbólico que estructura la composición, la arquitectura y el espacio son subvertidos para expresar el caos del Juicio Final (Caviness, 1983). Siguiendo las pautas marcadas por Caviness, Sánchez Ameijeiras realiza un análisis muy elocuente sobre el programa iconográfico de la catedral de Santiago. Allí, el propio orden simbólico de la arquitectura es subvertido en pro de un espacio visionario. Así, en contraposición al orden y simetría del tímpano del Pórtico de la Gloria, las columnas pierden su función de soporte para 11 Una vía de investigación de gran interés la encontramos en las diversas formas de representar los espacios y las arquitecturas en las representaciones apocalípticas, que enlazan con los modos ya definidos por Caviness. Un estudio sobre la Jerusalén Celeste, su simbolismo arquitectónico y procedencia iconográfica en Boto Varela (1996). 16 convertirse en formas acuosas y las figuras se separan de sus soportes, aludiendo al desorden de la naturaleza al final de los tiempos12. En este mismo sentido podemos interpretar las “decoraciones vegetales” en las bóvedas (fig. 7), que Sánchez define como aquellas estrellas que caerán a la tierra en el Apocalipsis, creando así una paradoja entre su función estructural en la Iglesia temporal y su devenir con la llegada de la Iglesia del final de los tiempos (Sánchez, 2019). El orden divino de las imágenes también se hace patente a través de otros factores, siendo la geometría uno de los más relevantes, especialmente en las formas diagramáticas (Caviness, 1983). En este sentido, la geometría es utilizada como una forma de expresar la armonía y unidad de las Sagradas Escrituras, a la vez que manifestación del misterio de la Encarnación. A ello se alude a través del uso de formas con un simbolismo codificado o de patrones concretos. Un ejemplo claro de esto es el uso de la forma circular, entendida como un indicio de Dios en tanto que forma estática, sin fin (Kessler, 2015). Así, la rotae se convierte en la forma más habitual de organizar los diagramas (fig. 8) como expresión del orden divino y la unidad de la Creación, pudiendo ser utilizada tanto en representaciones del Paraíso, los mappaemundi o del silencio (Caviness, 1983). Este factor también explica la forma de las iniciales ornamentadas, los monogramas o los laberintos, en las que el signo lingüístico es convertido en una figura simbólica capaz de expresar el saber divino y el orden universal. Así, su representación, configurada a partir de formas esenciales y naturales, paralelismos y simetría, se convierte en expresión de la Unidad. Ya el propio Beato en su Comentario al Apocalipsis se refirióa ello de este modo13: Composed of three strokes of equal size, the shape of the letter A is, itself, the same in Greek as in Latin. It is not without reason that our ancestors said that [the tripartite form] represented the unity of the divinity. In Greek, the ω is written with three equal strokes yoked together and elevated. In 13 Traducción y texto tomados de Kessler (2015). 12 Prado-Vilar realiza un estudio de enorme interés sobre las analogías matéricas y la performatividad del espacio en el contexto apocalíptico de la Catedral de Santiago de Compostela. Además de ello, también alude a conceptos ya referidos, de herencia warburgiana, como la Nachleben der Antikite y los difusos límites entre el arte clásico y medieval: Prado-Vilar (2021). 17 Latin, however, the O is closed with the roundness of a circle. Surely, in this closed form containing everything, it manifests the divinity’s protection. Furthermore, it pertains to a system of the elements and letters, these elements are the origins and end of the knowledge and the art of leading the ignorant to wisdom. Accordingly, the alpha, beginning of wisdom, teaches that Christ, the Son of God, is that wisdom; the omega, which is the end, the A and ω in Greek and O, which with us, occupies an intermediate position. This means that the beginning of wisdom, the end, and what is between the two are the same Lord Jesus Christ, the mediator between God and man. (Kessler, 2015) La explicación, según Caviness, la encontramos en Teófilo, que considera que el ser humano, en tanto que creado a imagen y semejanza de Dios, hereda su capacidad creadora. Así, al igual que Dios en la Creación, dicha capacidad se expresa a través de imágenes armónicas, siguiendo las cualidades de ordo, varietas y mensura (Caviness, 1983). De esta forma, las imágenes son entendidas como una forma de mediación con la divinidad, que Kessler expresa de esta forma: By figuring Christ as the ‘medietas’ that generates all of scripture, all of nature, and all forms, the pictures themselves thus enable Christ’s mediation on behalf of humankind, which cannot see God because Adam and Eve sinned at the beginning but who can still hope for redemption at the end of time. Like the incarnate God they represent and the Host they show him offering, the material images are sacred instruments of the mediator for humans who fully accept the implications of Christ’s Incarnation. (Kessler, 2015) Aún así, no todas las formas de visualidad son de una misma naturaleza, como se ha venido planteando desde los primeros momentos del cristianismo. San Agustín, aceptando el gran poder de una mirada instruida, define tres modos de visión. El primero de ellos es corpóreo, en tanto que tiene lugar con los ojos del cuerpo. El segundo, definido como visión espiritual, se refiere a los sueños y lo imaginario, aún determinado por la visión corporal y las imágenes generadas en la memoria. Por último, la visión intelectual se refiere al nivel más alto de visualidad, a la contemplación divina pura. En este caso no tiene cabida la representación artística, sino que trata de ciertas visiones o profecías (Hahn, 2000). 18 Ya en el siglo XII, Richard de St. Victor define cuatro modos de visión, dos de ellos externos, y dos internos. Caviness, al partir de ellos para realizar su análisis, destaca la dificultad para diferenciarlos en las artes por su falta de definición, además de la posibilidad de la coexistencia de varios, como sucede en el caso ya mencionado de Fra Angelico. El primero de ellos se refiere a la visión natural, en el mismo sentido de San Agustín y sin mayor interés para la representación artística. En el segundo destaca la significación mística de lo aparente, actuando en un nivel alegórico. Esto sucede en el caso de las analogías entre el Antiguo y Nuevo Testamento, como las alusiones cristológicas en el sacrificio de Isaac. El tercer modo trata de la verdad oculta de las cosas, que se desvela a través de los ojos del corazón. En ellas aún pervive la visión corporal, en tanto que solamente es posible conocer lo espiritual desde lo material. Este es el caso de la visión de San Juan, en la que la revelación tiene lugar a partir de formas temporales. Por último, en el nivel más alto de la jerarquía, encontramos una visión espiritual pura, que lleva a la contemplación divina sin necesidad de intermediario temporal, al modo planteado por Pseudo-Dionisio. Así, si las anteriores las definía su carácter alegórico y simbólico, en este caso se define por la anagogía, tal y como expresó Suger. Según Caviness, esta forma de visualidad solo puede tener lugar a partir de formas abstractas, no denotativas (Caviness, 1983). De este modo, las representaciones no han de ser entendidas tanto como una representación del mundo real o puramente narrativas, sino como un medio que permite acceder a lo invisible, que está más allá de la visión natural (Kessler, 2000, 104). Para ello, es necesario que se active la imaginación, ya sea a través de la dissemblance, o a través de estímulos sensoriales que lleven más allá de lo tangible (Foletti, 2021). En este sentido, San Agustín niega la posibilidad de acceder a la visión intelectual a través del arte, pese a destacar su utilidad para generar imágenes en la memoria que permitan llegar a una visión espiritual (Kessler, 2000, 118). Por lo tanto, San Agustín define la visión intelectual de este modo14: 14 Traducción y texto tomados de Kessler (2000). 19 The brightness of the Lord is seen, not through a symbolic or corporeal vision, as it was seen in Mount Sinai, nor through a spiritual vision such as Isaiah saw and John in the Apocalypse, but through a direct vision and not through a dark image, as far as the human mind elevated by the Grace of God can receive it. In such a vision God speaks face to face to him whom He has made worthy of its communion. And here we are speaking not of the face of the body but of that of the mind. (Kessler, 2000, 118) 3.3. El libro como objeto de autoridad. Por último, antes de centrarnos en el análisis de las miniaturas de los Beatos, considero necesario realizar una breve aproximación al papel del libro en la cultura medieval. Para ello, partiremos de la compresión del libro miniado como imágen-objeto15. Siguiendo a Baschet, podemos decir que la imagen en la cultura medieval en muy pocas ocasiones tiene la función única de narrar o de representar, estando sujeta a diversos usos rituales, reutilizaciones o manipulaciones. Así sucede con objetos tales como relicarios, libros o la propia hostia, convertida en imagen durante los ritos litúrgicos. De este modo, la imagen va definida por su soporte material, que la dota de significado simbólico, como sucede en el caso del libro. Por otra parte, cabe destacar su uso, que posibilita la reinterpretación a lo largo del tiempo, actuando sobre la imaginación de los espectadores. Esto es más destacable aún en el caso de los Beatos, en tanto que se trata de una narración visionaria. Por último, Baschet se refiere al funcionamiento orgánico de los objetos, siempre yendo más allá de la función primera para la que fueron concebidos, haciéndose en muchas ocasiones inaccesible para el historiador (Baschet, 1992). Quizá esto último se haga patente en el Moralia in Job (fig. 9), donde un lector indeterminado, en un tiempo indeterminado, trató de copiar el patrón decorativo diseñado por Facundus (Brown, 2011). En cuanto al libro, desde un momento muy temprano tomó un carácter sagrado, al igual que la escritura. Así, eran entendidos como emisarios de la divinidad y portadores del saber. En el caso de la escritura, cumplía un papel clave en la transmisión de la voluntad divina en tanto que Dios se dio a conocer 15 Para el estudio de las imágenes-objeto, sus rituales, usos y performatividad, es ineludible citar el trabajo de Hans Belting. Pese a su enorme trabajo sobre la antropología de las imágenes, considero necesario citar aquí Belting(2009). 20 a través de la palabra (Ruiz, 2013). Todo este proceso se dio en una cultura eminentemente logocentrista, en la que, al contrario de la imagen, la palabra era invariable, especialmente en los textos de carácter sagrado. Como consecuencia de ello, la imagen, que busca hacer explícita la narración del texto, está sujeta a cambios y reinterpretaciones a lo largo del tiempo, sumando significados (Ruiz, 2016). De este modo, tal y como plantea Baschet, la imagen no es concebible sino en relación a su soporte objetual: el libro (Baschet, 1992). Por otra parte, cumple una doble función, tanto doctrinaria como legitimadora. Doctrinaria porque busca atraer al lector, dar a conocer, cumpliendo un papel clave la retórica, de procedencia isidoriana en el caso de los Beatos (Consiglieri, 2017). Así, Isidoro teoriza sobre la forma de captar la atención del lector: “Debe iniciarse de tal forma que logremos que el oyente se muestre benévolo, dócil y atento: benévolo a nuestros deseos, dócil a nuestras enseñanzas y atento a nuestros estímulos” (Isidoro de Sevilla, Etimologías, II.7.2). Y por otra parte, cumple a su vez una función legitimadora, en la que el libro sirve como muestra de estatus, signo del poder monástico o regio, como sucede con el Beato de Fernando I y Doña Sancha (Consiglieri, 2017). Este proceso de sacralización lleva incluso a la deificación del libro como objeto de autoridad. En tanto que objeto sagrado, es susceptible de ser mostrado o sacado en procesión (Ruiz, 2013). Este caso se hace evidente en el Códice Albeldense (fig. 10) , en el que el libro toma la palabra y se comunica de forma directa con el lector: “yo soy llamado regla celestial por los hombres justos”, definiéndose así como una fuente canónica y divina de conocimiento (Böse, 2020). Algo similar lo encontramos también en las miniaturas de los Beatos (fig. 11), en las que el libro le es otorgado a San Juan de forma directa, llevando implícita la autoría divina del texto (Ruiz, 2013). Otro rasgo definitorio de la imagen-objeto es su carácter sensorial, presente en la lectura, tanto individual como colectiva. Por otra parte, este proceso está sujeto a la memoria, bien desde un punto de vista mnemotécnico, bien como la memoria de sus escribas, que se hace presente de diversas 21 formas. Así, Magio, autor del Beato Morgan, trata de dejar presente su memoria en el texto, consciente de su papel para la transmisión del mensaje divino y como creador de imágenes. Por otra parte, esta memoria también “está presente” en el sentido de Didi-Huberman, como signo de los tiempos que se solapan sobre la imágenes, algo que sucede en lo ya mencionado sobre el Códice Albeldense, o en los borrados de imágenes del Beato Morgan (Moráis, 2018). 22 4. La tradición léxico-figurativa de los Beatos A modo de introducción, considero necesario realizar un breve apunte sobre la forma de entender el Apocalipsis durante la Alta Edad Media, en un complejo contexto político, religioso y cultural. En este proceso cumplió un papel clave el monacato altomedieval del norte de la Península Ibérica, otorgándose un papel beligerante y anti-herético. Por otra parte, esto va de la mano con el carácter ascético de estos cenobios, en los que la vida cotidiana iba ligada a la escatología y la visión de la vida material como algo caduco. De esta forma, el Apocalipsis y sus dualismos son entendidos como una forma de fortalecer la identidad grupal ortodoxa ante las herejías. En ello fueron relevantes los comentarios a los textos bíblicos, que a través de la lectura o la escucha, facilitaban la comprensión del mensaje y la definición de una lectura autorizada de las Sagradas Escrituras (Parmegiani, 2009). En primer lugar, nos centraremos en la figura de Beato, autor del Comentario y del cual tenemos poca información fiable. Sabemos de forma inequívoca de su papel junto con Eterio en la lucha contra el Adopcionismo, reivindicado por Elipando de Toledo. La relevancia de esta querella fue tal que llegó a actuar Carlomagno (García-Araez, 1992). Por otra parte, se ha propuesto a Beato como autor de textos como el O Dei Verbum, la primera alusión al culto a Santiago en la Península Ibérica (Williams, 1994, 13-17). La atribución del Comentario a Beato parte de Ambrosio de Morales, algo que se ha puesto en duda multitud de ocasiones por la falta de pruebas documentales y la necesidad de una gran biblioteca, algo desconocido en el Reino de Asturias a mediados del siglo VIII (García-Araez, 1992). No obstante, Williams acepta la atribución al no existir otro autor posible. De esta forma, presenta a Beato como un monje procedente del sur, refugiado en Asturias tras la conquista omeya. En cuanto a la biblioteca, la ubica en el monasterio de Santo Toribio de Liébana, que habría sido formada a partir de los libros de monjes huidos del sur (Williams, 1994, 13-17). 23 El interés del texto atribuido a Beato recae especialmente sobre sus imágenes, con un interesante desarrollo iconográfico a lo largo de casi medio milenio. En cuanto al texto, se trata de una obra sin demasiada relevancia literaria o exegética, compuesto a partir de fragmentos de autores cristianos diversos, en la que la aportación original de Beato no supera una página en total (García-Araez, 1992). La obra está estructurada en 68 storiae, tomadas directamente del texto bíblico, seguidas de una explanatio tomada de diversos autores. Entre ellos cabe destacar a Jerónimo, Agustín, Fulgencio, Gregorio Magno o Isidoro. Aunque la fuente principal para Beato fue el Comentario al Apocalipsis redactado por el teólogo norteafricano Ticonio a fines del siglo IV. Junto a estos textos siempre aparece una imagen, que con el paso del tiempo llega a desligarse de la escritura y hacerse independiente (Williams, 1994, 19-29; Ruiz, 2016). Cabe destacar la existencia de varias versiones, en las que los fragmentos están sujetos a variaciones o añadidos, como sucede en ocasiones con las genealogías de Cristo, el Libro de Daniel o el Arca de Noe. En relación a esto, Neuss definió la existencia de dos grandes familias en los Beatos, algo que, pese a ponerse en duda, sigue manteniéndose en la historiografía. La familia I partiría del arquetipo perdido de Beato, mientras que la familia II se vincula a las aportaciones realizadas por Magio en el Beato Morgan (fig. 12 y 13) (García-Araez, 1992). La existencia de un arquetipo miniado desaparecido no se ha puesto en duda debido principalmente a la iconografía del mappaemundi16, presente en los Beatos desde un principio, además de ser una de las pocas aportaciones originales de Beato en su texto (Williams, 1994, 50-53). Este hecho lleva a buscar un modelo iconográfico, que marcaría las pautas a seguir en los ejemplares de la familia I. Por un lado, se han buscado modelos muy diversos, desde lo islámico, carolingio, norteafricano, visigodo, y, por otro, se ha entendido como una tradición pictórica independiente. A su vez, está descartada la idea de un modelo asturiano debido a la falta de otros 16 Desde el inicio del estudio del corpus de los Beatos, uno de los elementos de mayor interés para los estudiosos fue la representación del mappaemundi. En este momento, y en relación con la peregrinación a Santiago, considero necesario citar dos artículos de gran interés, siendo el primero de ellos un clásico dentro de la historiografía española. Moralejo (1993) y Saénz-López (2011). 24 ejemplares17 (García-Araez, 1992). No obstante, Williams propone la existencia de una versión miniada del Comentario al Apocalipsis realizado por Ticonio, que pudo servir de base para la versión de Beato (Williams, 1994, 34). La familia II, con sus variaciones, partiría del Beato Morgan, iluminado por Magio. En este ejemplar se da un gran cambio en la forma de concebir las imágenes, ubicadas ahora dentro de un marco que las hace ajenas al texto. Este rasgo conlleva la creación de un fondo y, en consecuencia, delas características bandas de color, que podría estar vinculadas a la miniatura carolingia (Williams, 1994, 73-78). Contraria a esta opinión, Sepúlveda plantea que dichas bandas son herencia del arte cristiano sirio y oriental, que llega a la Península Ibérica a través del norte de África. Pese a ello, destaca la inventiva de Magio, señalándolo como creador del modelo de forma independiente. También interpreta estos fondos como alegorías matéricas o como paisajes abstractos, en los que el color toma un papel simbólico clave18 (Sepúlveda, 1987, 306-315). Un punto de vista similar sobre la “autoría” de Magio lo da Moráis, que apuesta por un origen local del modelo, sin necesidad de una influencia directa (Moráis, 2018). En cuanto a su función, es necesario comenzar refiriendo la adopción del Apocalipsis como libro canónico en el año 633, haciendo obligatoria su lectura entre Pascua y Pentecostés. Ya el propio Beato nos hacer saber que redacta su texto para la edificación de los hermanos, aunque su función pudo variar a lo largo del tiempo (Williams, 1994, 103-104), como podemos ver en el Beato de Fernando I y Doña Sancha (Consiglieri, 2017). Por tanto, una de sus funciones fue la lectura, ya sea individual o colectiva. No obstante, y en paralelo al inicio del culto a Santiago, pudo funcionar como reivindicación de la ortodoxia del reino de Asturias (López Alsina, 1993), reinventándose a lo largo de los siglos. Por último, y tal como nos dice Magio en su colofón, el Comentario y sus imágenes eran una forma de infundir miedo al lector. Este 18 Pese al interés de los trabajos realizados por Sepúlveda, el tema del color en los Beatos sigue por estudiar. Un trabajo relevante sobre ello fue realizado por Bolman, haciendo un estudio sistemático de los usos cromáticos, posibles simbolismos o función mnemotécnica. Bolman (1999). 17 Desde los inicios del estudio de la historia del arte español, se ha venido planteando la posibilidad de existencia de miniatura en el Reino de Asturias. Pese al gran debate generado en torno a este problema, considero que encontramos una síntesis valiosa en Cid (1980). 25 miedo, lejos de ser una advertencia ante un fin inminente en el año 1000, trata la escatología desde una visión general ligada al ámbito monacal(Williams, 1994, 115-120). Así, en su relación texto-imagen, los Beatos crean un discurso abierto, susceptible de cambios y relecturas, como apuntó Eco (Consiglieri, 2017). A través de un texto de retórica visual se plantea un discurso paralelo en el que las imágenes, variables a lo largo del tiempo y más o menos autónomas, aportan nuevos significados sobre un texto casi invariable (Gómez, 2001). De esta forma, se busca crear imágenes mentales, dobles lecturas o analogías, que se queden impregnadas de forma sencilla sobre la memoria del lector (Consiglieri, 2017). 26 5. Presencias y ausencias de la imagen: dos modelos de abstracción en los Beatos. 5.1. Desvelar la divinidad Para el estudio del laberinto presente en el frontispicio del Beato de Saint-Sever (fig. 14), creo necesario hacer una breve aproximación a la procedencia del motivo iconográfico y su uso en la miniatura medieval hispana. El motivo del laberinto ha estado presente en el arte peninsular desde un momento muy temprano, pudiendo tener origen en el arte norteafricano. Así, los mismos monjes a los que nos referimos al hablar del Comentario y de la biblioteca de Santo Toribio, serían aquellos que llevarían el motivo del laberinto al arte de repoblación o asturiano. Su presencia en la arquitectura, como sucede en Santianes de Pravia, lleva a pensar que quizá pudo existir un laberinto en el arquetipo de Beato. Desde este momento, el motivo tuvo una gran difusión en los códices miniados, especialmente en el norte de la Península Ibérica. Cabe destacar que no solamente aparecen en los Beatos, sino que los podemos encontrar en otros tipos de códice, siendo un caso paradigmático el de los manuscritos encargados por Fernando I y doña Sancha. En este conjunto todos presentan un laberinto, algo que Sepúlveda, de forma general, interpreta como una marca de propiedad y como una forma de resaltar el papel del promotor. También destaca su función, en el mismo sentido, en referencia a los intercambios de libros dentro del contexto monástico. Todas estas particularidades, como ya hemos referido antes, no hacen más que destacar la enorme relevancia otorgada al libro y la cultura escrita en el contexto medieval peninsular (Sepúlveda, 1987, 267-334). Para el estudio del laberinto del Beato de Saint-Sever, partiré de la definición que hace Caviness sobre las “imágenes de orden divino”. En su desarrollo seguiré tres puntos: forma, palabra y ornamentación vegetal, dejando fuera del análisis las alusiones a la orfebrería o las figuras zoomorfas. En tanto que imagen de orden divino, en el laberinto, la divinidad se expresa a partir de la conjunción de texto, geometría y figura, siendo una forma 27 de armonizar lo divino con la imagen material (Caviness, 1983). En este caso, se configura a través de un signo habitual en la Edad Media: el rombo. Así, la composición de la imagen se encuentra muy cercana a la Maiestas Domini de la Primera Biblia de Carlos el Calvo (fig. 15). El rombo, como Tetragonum Mundi, es una alusión a la Creación y la preexistencia de Dios sobre el tiempo (Kessler, 2015). Este concepto se relaciona con el modo de pensamiento diagramático medieval, en el que las formas geométricas, pese a no figurar a la divinidad, pueden ser entendidas como analogías de esta. Esto enlaza con la idea de Bonne sobre los cuasi-signos, muy presentes en las formas ornamentales de la Edad Media, las cuales, sin ser aquello a lo que aluden, se encuentran de forma subyacente, en la imaginación (Bonne, 1992). Por otra parte, los laberintos, como formas diagramáticas, también se pueden vincular con todo tipo de juegos de palabras o monogramas, pese a tener una concepción esencialmente opuesta. Los monogramas, como sucede en el Antifonario añadido al Beato de Silos (fig. 16), han de ser entendidos como una imagen abstracta. En estos casos, la letra, un signo lingüístico, ha sido despojada de toda función comunicativa, de su conceptualización y de su uso. De este modo, al entenderla como forma simbólica, tal y como sugiere Beato, y despojada de su contenido, queda en una forma arbitraria. Así, la letra, tras someterse a un proceso de abstracción en el sentido medieval, pierde su función para convertirse en un indicio de la presencia divina (Tilghman, 2021). A diferencia de los monogramas, creados para ser vistos, en tanto que su significado se ha perdido y aquello que les sigue es conocido por el lector, los laberintos se plantean de una forma totalmente diferente. El laberinto presupone un papel activo del espectador, son creados para ser descifrados. Así, la imagen ha de ser activada por el espectador para poder cumplir su función, creando una relación directa libro-lector (Toussaint, 2021). Este proceso tiene lugar durante la lectura individual del texto, y se concibe como una forma de poner a prueba la capacidad lectora del receptor. De esta forma, la activación del laberinto da pie a diversas reflexiones. En primer lugar, se alude al significado de las letras como signos y a los límites de la mirada, ya 28 que no todo el contenido de la imagen puede ser adquirido en un solo vistazo. En el proceso de descifrar, el espectador encuentra diversas formas geométricas, aquellos cuasi-signos a los que se refiere Bonne, y que dan pie a la analogía y la reflexión (Böse, 2020). En este sentido, el lector se enfrenta a un juego memorístico de prueba y error, de búsqueda de patrones, tratando de convertir en orden el caos presente en una primera mirada (Toussaint, 2021). Entendidas como imágenes de orden divino, el espectador se encuentra como si estuviera ante la percepción de Dios: con una visión necesariamente parcial. Por otraparte, al estar ubicada en el primer folio del texto, también alude a la forma limitada en la que adquiriremos el conocimiento de Dios a través del Comentario (Böse, 2020). Aunque, por último, expresa la unidad subyacente de lo divino, que pese a su caos inicial, puede ser ordenado a partir de una percepción instruida (Caviness, 1983). Para el análisis de la ornamentación vegetal partiré del estudio de su simbolismo realizado por Weinryb. En primer lugar, cabe destacar el vínculo que existe entre el Tetragonus Mundi, el Génesis y San Juan, vistos como una forma de armonizar la Encarnación, el mundo material y la palabra (Kessler, 2016). A lo largo de la Edad Media, San Juan fue un evangelista deificado, cuyo trabajo es puesto en paralelo con el Génesis. Para el conocimiento y estudio del primer libro bíblico en la Alta Edad Media, una de las fuentes principales fue el Timeo de Platón, a través de la traducción realizada por Calcidio en el siglo IV. En ella, el filósofo traduce el concepto que designa la materia primordial (hyle) como silva. Este concepto alude a aquello previo a la Creación, mediada por la voz de Dios, y queda irremediablemente ligada a la imagen del bosque, del follaje de los árboles. Dado el gusto medieval por la analogía y lo polisémico, es difícil pensar en la materia primordial sin la imagen mental de lo vegetal. Isidoro de Sevilla se refiere a ello de esta forma: Los griegos denominaron hyle a una especie de materia prima de las cosas que no está todavía formada, pero que es capaz de admitir todas las formas corporales, y de la que están formados todos los elementos visibles; a partir de su derivación adoptaron este vocablo. Los latinos, a esta hyle, la denominaron materia, porque todo lo que es informe, y de lo que se hace algo siempre se denomina materia. Por eso los poetas le 29 dieron el nombre de bosque, y no sin razón, porque las maderas provienen de los bosques. (Isidoro de Sevilla, Etimologías, XIII.3.1) De esta forma, la silva, es un requisito indispensable para la creacion, tanto por su analogia divina como por su referencia a la capacidad generadora del arte, lo que explica su profusión en los textos joánicos y en las iniciales en los textos sobre el Génesis (Weinryb, 2013). Como conclusión, sabemos que el ornamento, ya sea vegetal, geométrico o textil, puede ir más allá de una función decorativa subordinada al motivo central significante. Este hecho se da especialmente en la Edad Media, donde puede valerse por sí mismo para ser objeto de figuración. Por otra parte, se fusiona con su soporte, tomando la connotación sagrada que subyace a la escritura, y sirviendo a su vez como forma de exaltación de la imagen-objeto sacralizada (Bonne, 1992). Así, en las imágenes de orden divino se plasma la capacidad humana de orden “heredada” de Dios. En ella, el ornamento, en tanto que imagen “perfecta”, se plantea como una forma de pensar el mundo y sus dicotomías (Caviness, 1983). Dicho esto, también puede ser entendida como una exégesis formal, en la que el principio creador divino y su armonía juegan en paralelo con el orden mundano (Bonne, 1992). 5.2. El silencio en el cielo Ahora, trataré sobre la representación de un momento concreto del relato apocalíptico. Se trata de Apocalipsis 8:1, momento en el que, antes de abrirse el séptimo sello, se hace el silencio en el cielo durante media hora. Para ello, se interpretará este fragmento como paisaje sonoro en múltiples aspectos, resaltando la importancia que le dio Beato y que se mantendrá en los ejemplos posteriores. Posteriormente se hará alusión al papel y simbolismo del silencio dentro de la cultura cristiana, especialmente en el contexto monástico. Por último, analizaré dos representaciones del silencio en el cielo; las presentes en el Beato de Burgo de Osma y en el Beato de Silos. 30 Como ya se ha comentado en el apartado referido al papel de los sentidos, el oído es el segundo más relevante a lo largo de la Edad Media, pese a su peligro en el caso de no ser controlado. San Agustín lo explica de esta manera: Porque, aunque esté a oscuras y en silencio, represento, si quiero, en la memoria los colores, y distingo entre el blanco y el negro, y entre los demás que quiero. Y no salen al paso los sonidos, ni perturban lo que entró por los ojos y estoy mirando; aunque también ellos están allí, y como puestos aparte, se esconden; porque también a ellos los llamo, si me place, y acuden al punto; y con la lengua queda, y callada la garganta, canto cuanto quiero. Y aquellas imágenes de los colores, que, sin embargo, están allí, no se interponen ni interrumpen, mientras repaso este otro tesoro que me entró por los oídos. (Agustín de Hipona, Confesiones, X.8.13) En este sentido, podemos considerar al Apocalipsis como el más sonoro entre aquellos que componen las Escrituras, tanto en el propio texto, como en su exégesis visual en los Beatos (Consiglieri, 2016). Estos sonidos surgen de diversas fuentes de emisión, desde aquellas voces de San Juan que interpelan al lector, los sonidos de la naturaleza, la música, o el breve momento reservado para su ausencia; para el silencio (Prado-Vilar, 2013). En su manifestación gráfica, los sonidos toman formas heterogéneas, desde las ondas que surgen de los ángeles con las trompetas a las líneas dinámicas de los rayos, como veremos en el caso de Burgo de Osma. Así, siguiendo a Consiglieri, podemos entender estos sonidos como keynote sounds, ayudando a dar el ambiente general en el que se sitúa el relato apocalíptico (Consiglieri, 2016). Por otra parte, el sonido, y especialmente el ruido, son uno de los motivos de la subversión del orden simbólico, tal y como planteó Sánchez Ameijeiras en alusión a los ángeles con las trompetas de Santiago (Sánchez, 2019). Por último, cabe destacar que muchos de estos sonidos fueron ya codificados por el propio Beato en sus explanatio: “las voces, truenos, relámpagos y terremotos de la Iglesia son las predicaciones; en cambio los terremotos son las persecuciones que sufre por doquier la Iglesia, porque siempre padece tribulación donde predica” (Beato de Liébana, Comentario al Apocalipsis, Libro V). 31 El silencio, como podemos ver a través del texto de San Agustín, fue reivindicado y puesto en valor frente al sonido o el habla. Este hecho no es único del cristianismo, sino que viene siendo algo habitual desde la religiosidad del Antiguo Egipto hasta el budismo (Le Breton, 2006, 137). Para su puesta en valor, cumplió un papel clave el monacato del desierto, que entendía el silencio como parte de su disciplina ascética. Algo similar sucedió con la Regla de San Benito, que imponía una actitud de escucha, humildad y obediencia (Le Breton, 2006, 141-142). De esta forma, la abstención de los sentidos es una forma de alejarse de la posibilidad del pecado y hacer más sencillo el acercamiento a la divinidad, fijando la atención únicamente en Dios. En relación, Le Breton plantea que “El silencio monástico no es solo Ia ausencia de palabras, sino Ia calma soberana del corazón en Ia escucha tranquila de Dios; y está precedido por el silencio de Cristo, y por el ejemplo de los Padres del desierto” (Le Breton, 2006, 144). Esta concepción está claramente presente en la Península Ibérica medieval, algo que se ve en el monasticismo eremítico propuesto por Genadio de Astorga y sus fundaciones monásticas, en el aún hoy Valle del Silencio (Prado-Vilar, 2013). Dentro del contexto monástico también destaca el papel de las horae silentii, planteadas como momentos dedicados a la lectura individual y silenciosa, en busca de la meditación y memorización del texto (Prado-Vilar, 2013). Al contrario de lo habitual en el cristianismo, la lectura no siempre fue silente, como sucedía en la Antigüedad Clásica. De este modo, la lectura silenciosa es entendida como la forma óptima de interiorizar las Sagradas Escrituras, de conocer y reflexionar el texto leído (Cavallo, 2002). En esta línea,Isidoro de Sevilla propone una lectura breve y profunda, como forma de facilitar la memorización. Por otra parte, Juan Crisóstomo plantea que: Cuando tomamos en nuestras manos el libro espiritual, hemos de poner en vela nuestro espíritu, recoger nuestros pensamientos, echar fuera cualquier preocupación terrena. Dediquémonos entonces a la lectura con mucha devoción, con gran atención, para que se nos conceda que el Espíritu Santo nos guíe a la comprensión de lo que está escrito y recibamos de ello mucho beneficio. (Pereira, 2015) 32 Así, la lectura, junto con la oración y el trabajo, cumple un papel clave en la regla de vida del monacato peninsular. Estas lecturas se podían dar en diferentes momentos del día, centradas en los textos sagrados o escritos de los Padres de la Iglesia. Otros textos son leídos de forma más intensa en momentos concretos del año, como sucede con el Apocalipsis (Orlandis, 1967). La lectura, ya sea individual o colectiva, va más allá de la recitación del texto. El propio proceso es un paralelo tipológico de la Encarnación, en tanto que la palabra de Dios se hizo materia. Por otra parte, tras el estudio literal del texto y tras asentarse en la memoria, se propone un proceso de collatio. Aquí, el lector entiende el texto como un organismo vivo, superando lo literal y buscando analogías o paralelos tipológicos, en los que tiene que hacer uso de su memoria e inteligencia. Todo ello forma parte de un proceso de meditatio o ruminatio, donde la lectura es procesual, llegando al significado de los textos a través de una lectura de forma calmada y lenta, a lo largo de una vida (Pereira, 2015). Estos conceptos que he definido no se dan solamente en la lectura individual, sino que también suelen estar implícitos en la lectura colectiva, en la que, como dice San Ambrosio, al hablar todos al unísono, no se genera ningún ruido. Algo similar a lo planteado por San Ambrosio se presenta en el Beato de Urgell y en el Beato de Valcavado, donde el silencio es aludido por la onomatopeya zzzzz (Prado-Vilar, 2013). Las representaciones del silencio, a diferencia de otros motivos iconográficos presentes en los Beatos, están sujetas a variación. Una de ellas, muy textual, está presente en el Beato de Urgell o el Beato de Valcavado, como hemos referido. Sobre ella se hará solamente una breve referencia. Aún así, podemos encontrar características presentes en todas las imágenes del silencio. En primer lugar, destaca el uso del marco como forma de delimitar un espacio sobre la página, de forma geométrica y proporcionada. También sirve dentro de la propia narrativa, como forma de marcar un antes y un después en el relato apocalíptico; un pequeño momento de calma. Y por último, como planteó Caviness, en estas imágenes encontramos que el contenido va totalmente ligado a la forma, expresándose a través de ella (Debiais, 2019). 33 Por otra parte, cabe destacar la especial importancia que le otorga Beato en su Comentario. Así, el fragmento no es incluído como se hace de forma habitual dentro de la storiae, sino que se ubica en la primera línea de la explanatio, junto con una glosa que le añade contenido: Cuando abrió el séptimo sello se hizo silencio en el cielo: vio un momento de silencio, en el que contempló la misma visión. Esta visión la iba a contemplar más plenamente, porque en este séptimo sello no ve tanto como todavía se le concederá contemplar. Y, para que se le manifestaran más claramente muchas cosas, se rompió el silencio. (Prado-Vilar, 2013) Como se puede leer, Beato destaca el carácter efímero del silencio, además de otorgarle un componente visual, a través del uso continuado del verbo video (Prado-Vilar, 2013). Partiendo de esta glosa, las representaciones del silencio en el corpus de los Beatos se nos plantean como una reflexión sobre los límites de lo visual y de lo audible (Debiais, 2019). En el caso de las imágenes de Valcavado y Urgell (fig. 17 y 18), son definidas a partir de tres componentes. En primer lugar, una figura solamente delimitada por la linea que la separa del fondo y que la constituye como imagen, a pesar de la falta de color o de forma. En el caso de Urgell, dejando vista la piel con todo el simbolismo que ello implíca19 (Debiais, 2021b). En estos ejemplos destaca el uso de la z, a través de la onomatopeya zzzz, siendo el sonido de esta letra la manifestación del silencio para los gramáticos latinos. Al unirla con el uso de la palabra silentium, ambas pueden ser entendidas como alusión a la lectio divina y la imposibilidad de un silencio total en la lectura. Así, el silencio se define por la palabra que denota el concepto, por su sonoridad y por la figura, sujeta a un proceso de sinestesia sonido/imagen (Debiais, 2019). En el caso del Beato de Burgo de Osma (fig. 19), encontramos una tipología que parte del primer modelo conocido, presente en el Beato Morgan (fig. 20). Sobre un fondo geométrico, se ubican doce estrellas, que en el 19 En algunos estudios recientes sobre la cultura visual y simbólica de la Edad Media se ha venido resaltando la forma de recibir y comprender el uso de la piel animal en la creación de libros, generando una analogía entre Dios hecho carne, la carne del animal, y el texto que se inscribe sobre ella. Cabe destacar el texto de Kay (2011). 34 Morgan se complementan con la oración Ubi silentium factum est. Así, se convierte en el espacio sobre el que se materializa el silencio. Por otra parte, las estrellas conllevan un claro simbolismo, cósmico y teológico. Este simbolismo del número doce es dado por Beato en la glosa que precede al mappaemundi: [Los apóstoles] son las doce horas del día, que son iluminadas por el sol, que es Cristo. Estos son las doce puertas de la Jerusalén celeste, por las que entramos a la vida bienaventurada… Estos son los doce tronos que juzgan las doce tribus de Israel. Esta es la Iglesia extendida por todo el mundo… Y para que se vea más fácilmente estos granos de semilla en el campo del mundo, que los profetas trabajaron y éstos recogen, lo muestra la pintura que viene a continuación. (Prado-Vilar, 2013) Las doce estrellas aluden a la Jerusalén Celeste, entendiendo el silencio en el cielo como un antecedente pasajero de su venida. Este hecho, sumado al carácter visual de la glosa, hace pensar en un primer modelo cercano al del Beato Morgan o al de Burgo de Osma. Por otra parte, ambos casos están vinculados a sus mapas en tanto que usan la misma forma geométrica (fig. 21 y 22). De este modo, el silencio en el cielo se convierte en una bóveda celeste de carácter cartográfico (Prado-Vilar, 2013). A diferencia del Beato Morgan, el silencio del Beato de Burgo de Osma es concebido como una suerte de díptico, en diálogo con la página siguiente (fig. 23). De esta forma, se plantea un choque dialéctico y formal entre la imagen del silencio, con su estable forma circular, y el ruido de la tormenta con dinámicas líneas rojas que aluden a los relámpagos. Así, se relaciona de forma directa la apertura del séptimo sello con aquello que la precede. Para esta composición, el escriba Martinus varió la iconografía habitual, más eficaz en la narrativa, poniendo a los ángeles en la parte inferior, haciendo intuir que es el sonido de sus trompetas lo que provocó la tormenta (Prado-Vilar, 2013). Martinus define dos espacios opuestos y en relación, entre el silencio del cielo, como locus amoenus y meta espiritual de la vida monástica, y el strepitus mundi que el monje ha logrado disciplinar en su vida reglada (Consiglieri, 2018). 35 Por otra parte, el silencio del Beato de Silos (fig. 24) se define solamente a través de su marco, que lo separa del resto de la narración, y el uso de una monocromía casi transparente, acercándose a lo incoloro y exaltando el soporte material de la imagen20. Todo ello dentro de un fino marco, que Debiais propone como alusión a lo inestable del silencio y del sonido (Debiais, 2019). A diferencia del caso de Burgo deOsma, aquí la imagen se define por la ausencia, concepto de gran relevancia en la Edad Media. En el arte medieval, nunca es entendida en un sentido negativo, sino que se trata de un espacio a ser rellenado, con un predicado figurativo (Gertsman, 2021c). Didier Méhu en relación a los marcos vacíos de las mesas de altar de fechas similares (fig. 25), plantea que funcionan como forma de singularizar la imagen. De este modo, se trata de una ausencia positiva, capaz de hacer presente lo invisible que sabemos que está allí (Méhu, 2013). A través de aquello que definimos como dissemblance, se genera un espacio fecundo para la imaginación, que es directamente rellenado por los ojos de la mente, siguiendo la definición ya planteada por San Agustín (Gertsman, 2018). Por lo tanto, si entendemos el silencio como meta de la vida monacal, el silencio del Beato de Silos se concibe como un espacio de reflexión espiritual, contemplativo; un espejo sobre el que proyectar la imaginación. Así, la imagen, está purificada de todo rastro de sensualidad o de peligro, al igual que la vida monástica. Al mismo tiempo, se alude al silencio primordial, precedente a la Creación del mundo a través de la palabra. Este silencio sigue presente en Dios como Ser inefable y atemporal, y volverá al final de los tiempos, con la venida de la Jerusalén Celeste. Este hecho es enfatizado por la siguiente imagen del códice (fig. 26), con la que se fusionará el silencio en el momento de cerrar el libro. Con el paralelo entre el silencio y Dios entronizado, se alude a la relación entre Dios como Ser silencioso, el Verbo, y el silencio en el cielo como precedente del final de los tiempos (Prado-Vilar, 2013). Considero 20 Pese al gran interés que suscita el uso del color y de su negación, aquí hemos decidido no tomarlo como parte de la investigación. Aún así, cabe citar un trabajo de gran relevancia, que trata de trazar una genealogía de lo incoloro, desde los inicios de la Edad Media hasta el arte contemporáneo, notando sus usos ideológicos, religiosos o simbólicos (Pastoureau, 2013). 36 necesario concluir citando nuevamente a Juan Crisóstomo21, que con gran belleza sintetizó todo lo planteado en este último apartado: En el mundo, hay muchas cosas que emborronan la vista, y perturban el oído y el gusto. Por eso hay que ... huir de toda esta agitación y refugiarse en el desierto. Un lugar donde Ia calma es completa, Ia serenidad total, el ruido inexistente; un Iugar donde los ojos se fijan únicamente en Dios, y los oídos solo están atentos para escuchar las palabras divinas. Los oídos disfrutan oyendo Ia sinfonía del Espíritu, cuyo poder sobre el alma es tan fuerte que el que ha podido oír alguna vez esta música, ya no desea manjares, bebidas o sueños. En adelante, ni el ruido de las cosas de este mundo, ni el de Ia multitud pueden distraer esta atención ... Así, los que han subido hasta las cumbres de las montañas no oyen lo que pasa en las ciudades ... tan solo un ruido insignificante y desagradable, parecido al zumbido de las avispas. (Le Breton, 2006, 150) 21 Traducción y texto tomado de Le Breton (2006, 150). 37 6. Conclusión Llegado el final del trabajo, es necesario recapitular los objetivos que establecimos al inicio del texto. En un primer momento nos propusimos definir el concepto de abstracción en la Edad Media, que entendido como concepto mental, se manifiesta en diversas imágenes no miméticas. Así, lejos de ser un pseudo-morfismo o imágenes aisladas, lo no-mimético cumple un papel clave en la visualidad medieval. Estas formas conviven orgánicamente con la figuración, generando discursos entre ellas. Así, el espectador cumple un papel clave en la activación de las imágenes, que en ocasiones se convierten en espejos para la reflexión y la analogía, en marcos culturales y teológicos concretos. Por otra parte, se ha demostrado que en el arte medieval son perceptibles los diversos modos de ver, planteados por Agustín de Hipona o Hugo de St. Victor, y que ambos pueden convivir en un único vistazo, como sucede en el silencio del Beato de Silos. De este modo, podemos concluir que la abstracción cumple un papel muy relevante en la cultura medieval, generando imágenes hasta hace poco ignoradas. Este olvido, al que hemos aludido en el último punto, no puede ser subsanado sin analizar las imágenes desde la percepción de sus espectadores, desde la comprensión de las formas de visualidad; desde una Historia del Arte donde la imagen se estudie en un sentido integral en tanto que forma y contenido. Aún así, este trabajo ha dejado muchas vías abiertas para posibles investigaciones, de las que simplemente se señalará una. Se ha aludido a los fondos en bandas de color, quizá como una suerte de paisaje abstracto. Esto puede abrir una vía al estudio de las diversas formas de plantear los espacios los Beatos, donde se puede apreciar una clara diferencia entre espacios arquitectónicos y ordenados, espacios caóticos e irregulares y espacios etéreos, como es el caso de los fondos. Así, partiendo de los modos de visualidad se podría plantear una aproximación a las formas de concebir el paisaje, las arquitecturas y el espacio en el contexto apocalíptico. 38 7. Fuentes y bibliografía: Agustín de Hipona. (1964). Confesiones (V. Sánchez Ruíz, Trad.; 7.a ed.). Apostolado Mariano. Bagnoli, M. (2016c). Longing to Experience. En A Feast for the Senses: Art and Experience in Medieval Europe (pp. 33-45). Yale University Press. Bagnoli, M. (2016b). Making Sense. 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