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Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, H.'' Contemporánea, t. 12, 1999, págs. 11-44 
La historia y la postmodernidad 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ * 
RESUMEN ABSTRACT 
Es tiempo para reflexionar sobre las 
consecuencias que, para el 
pensamiento historiográfico, significan 
los nuevos modos de representación 
simbólica del tiempo relacionados con 
los cambios materiales e intelectuales 
de fin de siglo. Los viejos paradigmas 
positivistas y estructuralistas, de 
naturaleza moderna (racionalidad, 
explicación, objetividad, linealidad, 
teleología, necesidad, 
normativismo, universalidad), van dando 
paso a nuevos modelos de construcción 
del relato histórico según patrones 
fenomenológico-fyermenéuticos 
(interpretación, ruptura, azar, 
relativismo, localismo). La crisis de la 
idea ilustrada de progreso está 
impulsando una nueva concepción 
It s time to thiink about thíe 
consequences whiich, to thíe 
fiistoriographic thiougfit, mean the 
new ways of symbolic 
representation of time related to 
tt)e material and intelectual 
ctianges at ttie end of this century. 
The oíd positivist and structuralist 
paradigms, of modern nature 
(rationality, explanation, objectivity, 
lineality, teleology, necessity, 
universality), are giving way to the 
new models of construction of the 
historical discourse following 
phenomenological-hermeneutical 
patterns (interpretation, rupture, 
chance, relativism, localism). The 
crisis of the enlightened idea of 
progress is urging a new 
"Este artículo se corresponde con la ampliación de la comunicación («Implicaciones histo-
riográficas de la postmodernidad: la superación fenomenológica de los paradigmas finalísticos de 
la historia») que será publicada en las Actas del Vil Simposio Internacional de la Asociación An­
daluza de Semiótica «Más allá de un milenio: globalización, identidades y universos simbólicos». 
Huelva, Universidad Internacional de Andalucía, Sede de La Rábida, 16-18 de septiembre de 
1999». 
11 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
"anti-histórica», en la medida en que 
la historia se convierte en espacio 
temporal pluridimenslonal, ambiguo, 
efímero, atemporal. El nuevo tiempo 
de la historia deja de ser proyectivo. 
¿No estaremos ante la elaboración 
simbólica de una experiencia vital 
verdaderamente ahistóríca? ¿Qué 
puede representar ello en lo que 
respecta al cambio social? 
¿Paralización? ¿Congelación y 
perpetuación del nuevo orden? ¿Es 
posible ya la anticipación del futuro 
desde un presente desligado de toda 
secuencia racionalmente inteligible 
para el sujeto? 
PALABRAS CLAVE 
Teoría de la historia/Idea 
de progreso/Fin 
de la historia/Tiempo histórico. 
non-historie conception, as for as 
history turns inte temporal space 
which is also multi-dimensional, 
ambiguous, ephemeral, non-
temporal. The new time of history 
is no longer projecting to the 
future. 
Isn 7 // possible we are facing a 
symbolic elaboratlon of a vital 
experience which is truely non-
historie? What can it represent in 
the social chango? Can it be 
paralysation? Can it be freezing 
and perpetuation of a new order? 
Is it already possible the 
anticipation of the future from a 
present which is detached from 
any sequence rationaiy 
understandable to the subject? 
«La función de «decir la verdad» no debe adoptar la forma de la ley; sería 
asimismo vano creer que la verdad reside de pleno derecho en los juegos 
espontáneos de la comunicación. La tarea de decir la verdad es un trabajo 
sin fin: respetarla en su complejidad es una obligación de la que no puede 
zafarse ningún poder, salvo imponiendo el silencio de la servidumbre.» 
(Michel Foucault, Saber y Verdad) 
/ 
El siglo XX no se acaba con certezas ni reafirmaciones. No es un final 
convincente puesto que sólo arroja profundas dudas materiales e intelec­
tuales. No se presiente ya aquella proyección decimonónica occidental 
hacia el futuro; es tiempo de contracción, retraimiento, congelación; de 
pérdida de la confianza en el hombre y en su propia historia fundada en 
los valores de la metafísica tradicional: la Verdad, La Bondad y la Belleza. 
Nos enfrentamos en este fin de milenio a la muerte de una idea, de un 
mito esencialmente contradictorio: el progreso como argumento funda­
mental de la historia humana. Por tanto, urge la necesidad de tender un 
puente crítico-reflexivo sobre sus inevitables consecuencias en todos los 
órdenes de la experiencia humana. 
12 
La historia y la postmodemidad 
No es mi intención realizar aquí un registro empírico pormenorizado de 
los hechos concretos que se proyectan sobre este telón de fondo de la 
desilusión occidental, por otra parte muy necesario \ Tampoco la de apor­
tar una gratuita visión decadentista del proceso. Pretendo abordar el asun­
to desde una óptica muy determinada. La de la situación real, en este con­
texto problemático, de ese sujeto específico que hasta ahora se había 
encomendado a la tarea socialmente responsable de aportar visiones de 
conjunto de los fenómenos humanos desde una triple óptica descriptivo-
explicativa, integradora y proyectiva: el historiadora Edward H. Carr, en su 
intento de dar respuesta, allá por el año 1961, al interrogante «¿Qué es la 
historia?», hacía alusión a la figura del historiador afirmando que «lo 
mismo que los demás individuos, es también un fenómeno social, produc­
to a la vez que portavoz consciente o inconsciente de la sociedad a que 
pertenece; en concepto de tal, se enfrenta con los hecfios del pasado his­
tórico» (Carr, 1987: 93). Del mismo modo, más adelante, concluía: «El 
proceso recíproco de interacción entre el historiador y sus hechos, lo que 
he llamado el diálogo entre el pasado y el presente, no es diálogo entre in­
dividuos abstractos y aislados, sino entre la sociedad de hoy y la sociedad 
de ayer» (Carr, 1987: 119). La materia prima con la que trabaja el histo­
riador son los hechos humanos en su instalación y devenir temporal. 
Como indica Julio Aróstegui, «la historia es sociedad más tiempo, o menos 
metafóricamente, «sociedad con tiempo». Por ello toda conciencia que el 
hombre adquiere de lo histórico es, de alguna manera, una conciencia de 
la temporalidad, y ello es una cuestión sobre la que se han pronunciado 
desde hace tiempo los filósofos, desde Kant a Ortega y desde Lukács a 
Ricoeur» (Aróstegui, 1995: 167). Así, un análisis de la actitud del investi­
gador del pasado en relación con esa categoría opaca y referencial que es 
el tiempo nos dará las claves de la conformación actual de una conciencia 
colectiva concreta de la temporalidad. Ésta será la expresión del universo 
simbólico desde el que hoy se pretende dar cuenta de lo que creemos ser 
y de lo que queremos llegar a ser. Dicho de otro modo, el problema de la 
historia sólo es comprensible dentro de una problemática de ámbito más 
' Aunque no constituya una obra historiográfica en si, destacaría el interesante balance global 
que Ramonet realiza en «Un mundo sin rumbo» acerca de los fenómenos económico-sociales, po­
líticos y culturales que definen la crisis de fin de siglo (RAruioNET, 1997). 
^ Josep FONTANA considera que toda visión global de la historia se estructura en torno a tres 
elementos solidarios: descripción genealógica del presente —tiistoria—, explicación racional de las 
relaciones sociales —economía política— y proyección tiacia el futuro —proyecto social. Las cone­
xiones e interferencias entre estos tres aspectos dependerán del vínculo legitimador o revolucionario 
que el discurso historiográfico pueda tener con respecto al orden establecido en un momento his­
tórico dado (FONTANA, 1982). 
13 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
general: la aprehensión cultural de la vivencia individual y colectiva del 
tiempo. La cultura es gestión simbólica social de la presencia fenómeno-
lógica de la duración y el cambio. En ese sentido, convierte la experiencia 
total del tiempo en el núcleo en torno al cual se entretejen en tensión con­
tinua los elementos de configuración de la representación mental inter­
subjetiva delo que una sociedad percibe de sí misma con pleno sentido: 
sistemas de relación-dominación, conflictos, deseos y perspectivas. Todas 
las culturas han construido y siguen construyendo relatos como mediado­
res simbólicos entre esa vivencia temporal, inaprensible en sí misma, y la 
coexistencia humana en su complejidad constitutiva .̂ Como indican Ap-
pleby, Hunt y Jacob, «e/ intelecto humano reclama exactitud mientras el 
alma desea significación. La historia atiende a ambos con relatos» (Ap-
pleby, Hunt, Jacob, 1998: 245)''. En nuestra cultura occidental lo social 
devino en histórico desde el momento en que se hizo inteligible desde una 
perspectiva temporal en proyección. Es ahí donde hemos de situar, para 
empezar, el significado del desarrollo de ese tipo específico de relato his-
toriográfico que comenzó a autodefinirse como disciplina científico-acadé­
mica en el siglo xix, desde el impulso de la modernidad. 
Sin ánimo, en principio, de preceptuar, sino tan sólo de describir e in­
terpretar, intentaré hacer un esbozo de los cambios fundamentales que 
parecen inscribirse en el trabajo del historiador tal y como se está reali­
zando en la rutina socio-profesional del día a día. Ciertamente, el panora­
ma actual de la historiografía es tan complejo como el de la ciencia, en ge­
neral. Podemos afirmar que existe hoy una enorme diversidad de formas 
de hacer historia en lo que atañe a aspectos tales como la manipulación 
concreta de la dimensión temporal donde se sitúan los fenómenos estu­
diados; el manejo específico de las categorías de verdad y objetividad; la 
utilización de diversas escalas de observación de los hechos investiga­
dos; el problema de la relación teórico-metodológica entre acción individual 
y estructuras sociales; y las técnicas de exposición, con el relato en el 
^ Paul RicoEUR expresa: «La universalidad del género narrativo —¿existe una sola cultura en 
la que no se relate algo de historia?— y la inmensa variedad del género narrativo —¿cuántas es­
pecies hay de relatos?— demuestran el carácter simbólico de la conciencia humana del tiempo. Re­
latando historias, los hombres articulan su experiencia, se orientan en el caos de las modalidades 
potenciales del desarrollo: jalonan de intrigas y de desenlaces el curso demasiado complicado de 
las acciones reales del hombre» (RICOEUR, 1979: 18). 
^ En este sentido, las autoras citadas insisten en que «no existe acción sin una narración del 
funcionamiento del mundo, y la acción es más reflexiva mientras más se afirman las narraciones en 
una teoría. Aunque los relatos siempre serán cambiantes (de hecho, muestran el cambio en acción), 
los historiadores siempre tendrán que narrarlos para poder entender el pasado, e importa si narran 
bien (veraz y detalladamente) o mal» (APPLEBY; HUNT; Jacob, 1998: 220). El problema de la objeti­
vidad aludido al final de la cita será analizado posteriormente. 
14 
La historia y la postmodernidad 
centro de la discusión, en suma^ Ello entraña una notable dificultad para 
establecer agrupaciones, clasificaciones y secuencias según el esquema 
lineal-acumulativo utilizado en las historias de la filosofía y de la ciencia de 
corte «moderno» ^ Estimo que, en la perspectiva de nuestro presente am­
biguo y pluridimensional, sería de gran utilidad adoptar como base con­
ceptual el término «tradición», tai y como lo define Manuel Cruz. Para este 
autor, la «tradición» sería «una unidad coherente de problemas que in­
tenta dar cuenta de las incitaciones de su presente» (Cruz, 1991: 152). 
Desde este ángulo, no todo lo pensado, dicho y publicado hoy será nece­
sariamente contemporáneo y actual. De ahí, que lo novedoso no se sitúa 
en la simple enunciación, sino en el propio pensamiento, en la estructura­
ción de un discurso diferenciado conectado a lo vivido en el presente. La 
moda, por otro lado, pertenecería al ámbito de la acogida académica ini­
cial, a la vez que a la ineficacia actual del discurso que pretende. Por con­
siguiente, en medio de las fracturas que operan de forma evidente en la 
disciplina, creo que sería posible establecer un principio separador de las 
distintas corrientes que subsisten y se desarrollan hoy día como correlato 
de la equivalente fragmentación en la línea del tiempo que padecen la 
ciencia y el pensamiento en su conjunto, de un lado, y las estructuras so­
ciales modernas, de otro. Una ruptura que tiene mucho que ver, pues, con 
la fisura que parece haberse abierto entre un pasado muy reciente y una 
actualidad que se aleja de los principios sobre los que se había asentado 
el mundo occidental hasta las décadas de los setenta y ochenta. En con­
secuencia, estimo factible la distinción entre, en un extremo, formas pre­
sentes de hacer historia, de tradición moderna, en constante alejamiento 
con respecto a la actualidad, y, en el otro, ciertos modelos historiográficos, 
situados entre la novedad y la moda, que sí son específicamente contem­
poráneos, nos guste o no, por cuanto responden de algún modo a las nue-
'•' Como éste no es espacio para la enumeración exhaustiva, tan sólo destacaré como trabajos 
orientadores de la situación general de la historiografía en lo tocante a los asuntos señalados el ya 
mencionado de Julio ARÓSTEGUI, « la investigación t)istórica: teoría y método» (ARÓSTEGUI, 1995), el 
de Elena HERNÁNDEZ SANÜOICA, «LOS caminos de la historia: cuestiones de historiografía y método» 
(HERNÁNDEZ SANDOICA, 1995) y la obra editada por Peter BURKE, "Formas de hacer historia» (Burke 
(ed.), 1996). 
•̂ Esto, en todo caso, nos llevará a considerar la evolución de la ciencia desde la perspectiva 
de "La estructura de las revoluciones científicas" de Thomas S. KUHN. En ella el autor consagró el 
concepto de paradigmas como: "realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante 
cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones de una comunidad científica» 
(KUHN, 1984: 13). Se trata de una noción que sirvió para sustituir la visión acumulativa de la histo­
ria de la ciencia por un nuevo esquema basado en las rupturas y las discontinuidades. Es eviden­
te que la actitud de Kuhn en relación con la evolución histórica de la ciencia es fiel reflejo de la cri­
sis de la idea de progreso que aquí se está tratando. 
15 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
vas condiciones cognitivas y de sociabilidad impuestas por ese fenómeno 
general que denominamos postmodernidad ^ Esto, como veremos, no nos 
obligará a hablar de una historia específicamente postmodernista, sino, 
más bien, de una disolución postmoderna gradual del pensamiento histó­
rico en su acepción clásica. 
// 
Primeramente, tendríamos que considerar todo ese núcleo historiográ-
fíco de matriz moderna ilustrada que, con un origen decimonónico preciso, 
ha dominado el ámbito profesional-académico de la disciplina hasta el úl­
timo tercio del siglo. Me refiero, de entrada, a la historiografía positivista 
metódico-documental y, después, a los modelos siguientes y subsecuentes 
que, pretendiendo ser una superación en el siglo xx del empirismo histo-
riográfico originario, nunca abandonaron algunos de los presupuestos on-
tológicos y epistemológicos fundamentales que dieron vida a ese primer 
prototipo de historia científica. Sobre todo, en lo relativo al concepto ge­
neral del devenir del tiempo y al significado transcendente de la historia 
humana. Me refiero a la escuela historiográfica francesa de «Annales», al 
«materialismo histórico», a la «historiografía cuantitivista», y a ese epígo­
no configurado por la llamada «historia social». 
Hagamos, pues, un poco de historia. En directa conexión con la emer­
gencia del proceso industrializador de las sociedades occidentales, la his­
toria se forjó como disciplina reglamentada de conocimiento dentro de un 
rígido marco intelectual positivista, cuya más adecuada expresión la con­
formarían Augusto Comte y su «Curso de filosofía positiva» (Comte, 1987). 
Este profeta de la nueva religión laica —la ciencia como forma superior de 
conocimientoracional sustentada por los pilares fundamentales de la ex­
perimentación y la matematicidad— aportará los instrumentos sobre los 
' Para un acercamiento global a los elementos culturales y materiales que definen esta nueva 
etapa que se supone superadora de la modernidad, creo conveniente la lectura de la síntesis ela­
bora por David LYON con el título de "Postmodernidad". En ella estimo capital la diferenciación 
entre, de una parte, una esfera intelectual —"postmodernismo»— basada en la crisis del funda-
cionalismo científico; la quiebra de las jerarquías del conocimiento y del principio de autoridad; y la 
sustitución del logocentrismo por el iconocentrismo. De otra, una dimensión socio-material —«posf-
modernidad"— cuyas señas de identificación más resaltables son la nuevas tecnologías de la in­
formación-comunicación conectadas al fenómeno de la globalización y la superación del esquema 
productivo de consumo por el del consumismo postindustrial (LYON, 1996). Por mi parte, distinguiré 
el uso de los términos postmodernidad/postmoderna, de un lado, y postmodernismo/ post­
modernista, de otro, según este esquema. 
16 
La historia y la postmodernidad 
que autores como Leopold von Ranke fundarán la ciencia Inistoriográfica ** 
Pero, no me situaré en una iiistoria de la historiografía al uso. Dejaré al 
margen la importancia capital que cobran aquí los aspectos técnicos y de 
método, basados, sobre todo, en una preocupación básica por el rigor 
crítico documental. Lo que me interesa destacar es que el pensamiento 
histórico que comenzó a perfilarse en este momento enlaza directamen­
te con las concepciones fundamentales que serán el eje de las estructu­
ras de pensamiento y sistemas de creencias a través de los cuales se ha 
desenvuelto la cultura occidental hasta hoy. Para empezar, las posibili­
dades ilimitadas del conocimiento racional objetivo humano. La historia 
nace como ciencia en tanto el estudio del pasado humano se concibe 
desde una radical independencia entre sujeto cognoscente y objeto de 
conocimiento. Realismo ontológico —principio de la existencia de la rea­
lidad investigada fuera de la mente del sujeto cognoscente—, determi-
nismo ontológico —principio de la existencia mecanicista de un conjunto 
limitado de leyes generales que rigen los procesos naturales y huma­
nos—, y determinismo epistemológico —principio de la posibilidad de 
conocimiento acumulativo de la realidad estudiada por parte de un ob­
servador exterior situado en una situación privilegiada—, todos en un 
sentido estricto, constituyen los referentes de autoridad y los supuestos 
filosóficos legitimadores del valor de verdad de los enunciados propues­
tos por una historia que se afirma a sí misma como ciencia social objeti­
va ^ De este modo, podemos entender por historiografía de tradición 
moderna aquella que se basa en la idea esencial de la plena objetividad, 
universalidad y unidireccionalidad del pasado humano, así como en la 
posibilidad de establecer relaciones de causalidad y principios de regu­
laridad entre los fenómenos estudiados. Todo ello dentro de visiones de 
conjunto que puedan dar sentido global a la experiencia humana. 
El positivismo, aunque desestimase la plausibilidad de la búsqueda de 
causas finales más allá de la propia experiencia, no renunciaba al modelo 
de explicación causal implícita en los mismos relatos confeccionados a 
través de la ordenación secuencial de los hechos tal y como fueron selec­
cionados y extraídos de los documentos. Pero, en realidad, esta noción de 
una causalidad inmanente del discurso histórico objetivo y universal será 
realizable gracias a la adopción de otro principio revolucionario. La ciencia 
" El concepto de historia de este padre fundador del positivismo tiistoriográfico puede verse en 
su obra «Pueblos y Estados en la Edad Moderna» (RANKE, 1979). 
' Ciro F. S. Cardoso elabora su concepto de conocimiento científico en torno a estos tres su­
puestos filosóficos de la ciencia en su «Introducción al trabajo de la investigación histórica» (CAR­
DOSO, 1989). 
17 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
histórica no sólo surge en este momento como fruto del intento de aplica­
ción al terreno de lo social de las estructuras de conocimiento científico ge-
nuinamente modernas que entonces se desarrollaban. La historia fue po­
sible porque es en ese instante cuando se comienza a concebir un modo 
de articulación de dos dimensiones de la vida humana que, en principio, 
se mostraban separadas e ininteligibles desde un enfoque unificador: la 
repetición de lo idéntico —la tesis del sujeto— y la sucesión de lo dife­
rente —la tesis de la historia. Ese elemento conector será la idea de pro­
greso, la concepción de la existencia humana, insertada en el tiempo, 
como un proceso de perfeccionamiento indefinido según una finalidad ra­
cionalmente determinada. 
Hasta entonces las categorías del pensamiento premoderno se habían 
basado en una comprensión de la existencia humana centrada en la re­
petición cíclica de una identidad originaria arquetípica. Este tipo de pen­
samiento mítico estudiado, entre otros, por Mircea Eliade en obras como 
«El mito del eterno retorno» (Eliade, 1994), convertía el tiempo en un re­
ceptáculo sagrado portador de la esencia constitutiva del ser de las socie­
dades. En este caso, el rito, con sus símbolos mnemónicos, cumpliría la 
función de ahuyentador mágico de las contingencias de un presente exor­
cizado a través de una continua referencia a la creación cósmica, realiza­
da de una vez y para siempre ^°. La acción humana, dentro de la pers­
pectiva de la aprehensión colectiva de un tiempo circular y eterno, 
quedaba, pues, determinada firmemente por las señas de identificación fi­
jadas en los relatos de origen, de contenido nominativo, cuya autoridad 
se situaba no tanto en quien lo enunciaba, sino en el propio enunciado. 
Como ha puesto de relieve Jean-Frangois Lyotard al referirse a este tipo 
de narraciones, «e/ relato es la autoridad en sí misma. El relato autoriza un 
nosotros indestructible, por encima del cual sólo hay ellos» (Lyotard, 1995: 
44). Se trataba, en consecuencia, de una estructura de memoria colectiva 
que, elaborada desde la repetición, encontraba su medio más adecuado 
de expresión en la oralidad, frente a esta otra cultura escrita ilustrada que 
no se dirigirá ya hacia la conservación del orden, sino a hacia los efectos 
futuros de la acción. Como indica Jurij M. Lotman, «característica de la 
'° Creo que, desde la perspectiva de la absoluta independencia material que en las épocas 
premodernas vinculaba al hombre con la naturaleza, esta concepción de un tiempo cíclico y 
eterno respondía al modelo impuesto por la directa y cotidiana percepción de los ritmos cíclicos 
naturales y astronómicos. Ello sería incompatible con la construcción simbólica de un tiempo es­
pecíficamente humano totalmente liberado de la soberanía del tiempo cósmico. Los nuevos 
condicionantes materiales derivados de la industrialización alientan, por tanto, la posibilidad de 
la elaboración colectiva de un discurso humano del tiempo desprendido del marco natural prein-
dustrial. 
18 
La historia y la postmodernidad 
conciencia «escrita» es la atención a la relación causa-efecto y al resulta­
do de la acción: no se registra en qué momento es oportuno sembrar, sino 
cómo fue la cosecha en un determinado año. A esta misma conciencia va 
ligada una acentuada atención a la dimensión temporal y, como resultado 
de ello , nace el concepto de historia. Podemos decir que la historia es uno 
de los subproductos de la escritura» (Lotman, 1993: 3-4). Es, pues, una ra­
dical ruptura con este concepto premoderno del tiempo la que determina el 
verdadero Impulso que cobra la historia como principio nuclear de signifi­
cación de la existencia humana. No se trata, por consiguiente, de la apa­
rición de un modo concreto de concepción de la historia, sino de la irrup­
ción histórica de la propia historia por medio de la idea de progreso como 
solución al problemade la aprehensión social de la singularidad e irrever-
sibilidad de los hechos tal y como se perciben por medio de los sentidos. 
La Ilustración, todavía desde una perspectiva de absoluta integración 
entre hombre y naturaleza, y desde una conciencia crítica de las limitacio­
nes del conocimiento, aportó un primer modelo a esta idea. Kant, en su re­
censión sobre la obra de Herder «ideas para una filosofía de la historia de 
la humanidad», indicaba, a modo de conclusión, que «la tarea del filósofo 
consiste en afirmar que el destino del género humano en su conjunto es 
un progresar ininterrumpido y la consumación de tal progreso es una mera 
idea —aunque muy provechosa desde cualquier punto de vista— del ob­
jetivo al que hemos de dirigir nuestros esfuerzos conforme con la intención 
de la Providencia» (Kant, 1987: 56). Era el nacimiento de un concepto de 
historia universal unilineal con «un hilo conductor a prioñ», acorde con un 
principio de adecuación de las acciones humanas a los dictados de la Na­
turaleza (Kant, 1987: 23) " . Sin embargo, Kant limitaba esta perspectiva 
moral de la idea de progreso como consecuencia del posibilismo abierto 
por las indeterminaciones de la libertad humana. En otro texto —«Replan­
teamiento de la cuestión sobre si el género humano se halla en continuo 
progreso hacia lo mejor»— indicaba que «nos las habemos con seres que 
actúan libremente, a los que se puede dictar de antemano lo que deben 
hacer, pero de los que no cabe predecir lo que harán y, además, saben 
extraer del sentimiento de los males que ellos mismos se inflingen, cuan­
do ello se vuelve realmente pernicioso, un revitalizado impulso para ha­
cerlo mejor que antes de caer en tal estado» (Kant, 1987: 85). En definiti­
va, este primer esbozo de la idea de progreso, de la historia como proceso 
conectado a un fin, a un plan superior de la naturaleza racional humana. 
" Hay que aclarar la correspondencia que se establece en la obra de KANT entre los con­
ceptos de "Naturaleza» y «Providencia». 
19 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
dejaba importantes resquicios a los imponderables de una irracionalidad 
no del todo sometida. Kant planteaba la idea en términos de una sabiduría 
negativa que hiciese frente a los obstáculos impuestos por la contingencia 
humana al deber moral. Será Hegel quien resuelva este problema de la 
necesidad de una sabiduría superior que gobernase todo el proceso, se­
parando el desarrollo de la idea en el espacio —la naturaleza— y en el 
tiempo —la historia. Así, el Espíritu Absoluto, la idea como soberanía de la 
Razón en el mundo, permitiría en su propio devenir temporal una cognos-
cibildad absoluta de la realidad en tanto entidad absolutamente racional. 
Esto es, el sujeto se afirmaría en la historia mediante una completa diso­
lución de los otros en sí mismo. Sin embargo, el carácter implacablemen­
te teleológico que adopta en Hegel la idea de historia nunca ha de con­
fundirse con la idea de un final definitivo, de un estadio histórico terminal 
que significase la paralización del cambio. La idea de fin en Hegel, como 
indica Perry Anderson, es la de una consumación filosófica de un orden 
social dominado por el estado liberal en proceso continuo de autorrealiza-
ción como expresión del Espíritu (Anderson, 1996). En resumen, la lógica 
contradictoria del progreso, basada en la tensión entre liberación y domi­
nación, pasó por varios estadios de gestación y formación hasta que fue 
calando hondamente en la mentalidad del nuevo historiador profesional 
positivista, primero, y marxista, después. Como señala Antonio Campillo, 
esta idea creció en una primera fase naturalista, mercantilista, l<antiana, 
para ser objeto de una reformulación, tras la crisis romántica, en términos 
hegelianos en un contexto de industrialización consumada (Campillo, 
1995). Por eso, la idea de progreso pronto se identificó no ya tanto con la 
plenitud de los ideales políticos liberales, sino, sobre todo, con un con­
cepto de crecimiento económico ilimitado sobre la base de una continua 
innovación tecnológica ^̂ . 
En definitiva, la labor de ese nuevo científico social de la historia, como 
he sugerido, se plasmará en la confección de metanarraciones, de gran­
des esquemas descriptivo-legitimadores de los nuevos órdenes sociales 
emergentes en las revoluciones económicas y políticas del xix ^^. Basados 
'^ Josep FONTANA insiste en la idea de que esta visión de la historia forjada como legitimación del 
orden burgués industrial sólo sirvió y sirve para justificar las relaciones de explotación y dominación 
generadas por el capitalismo. Esto cristalizó en una visión unilineal de la historia basada en un abso­
luto determinismo tecnológico que no da pie a la configuración de otros modos posibles de organiza­
ción de las relaciones sociales en un marco de verdadera libertad e igualdad (FONTANA, 1992). 
" No creo que sea necesario insistir en las aportaciones decisivas que en lo referente a la de-
finción y crisis de las metanarraciones emancipadoras y especulativas ofreció ya hace tiempo Lyo-
tard en una obra tan conocida como decisiva para la nueva época como "La condición postmoder-
na. Informe sobre el saber» (LYOTARD, 1989). 
20 
La historia y la postmodernidad 
en un esquema heroico del progreso humano estimulado por los avances 
de la ciencia, y en un concepto épico del desarrollo del «estado-nación», 
estos relatos serán el producto de un trabajo directo sobre los documen­
tos, alentado por un principio de conexión necesaria lineal, congruente 
con la propia ordenación lógico-textual de los acontecimientos protagoni­
zados por sujetos activos perfectamente individualizados. Las fuentes do­
cumentales alcanzarán, así, carácter transcendente y la acción humana 
se convertirá, pues, en la expresión de un tiempo sin camino de vuelta, 
donde la causalidad queda inscrita en la orientación temporal racional­
mente autorregulada hacia un futuro previsible y deseable. Esta es la idea 
de modernidad, la de una época que no se define sino en su incontenible 
apertura hacia un futuro universal como permanente traslación hacia lo 
nuevo. El presente no cobra, pues, entidad, sino como simple enlace entre 
lo que Koselleck identifica como el espacio de la experiencia —el pasa­
do— y el horizonte de las expectativas —el futuro (Koselleck, 1993). Por 
eso, en este sentido, toda comunidad insertada en la historia no se auto-
legitima ya en lo que es, sino en la idea de lo que quiere y debe ser. Como 
señala Beriain, lo que define a la modernidad es ese horizonte de movi­
miento que se excede a sí mismo continuamente, convirtiéndose el tiempo 
en una experiencia que ya no sólo tiene que ver con un principio y un fin, 
sino con la transición, con la superación cada vez más acelerada del acon­
tecimiento (Behain, 1990). Ello explica, a mi entender, el especial acento 
que estos historiadores pusieron sobre el cambio en sus relatos, hasta el 
punto de que la creciente aceleración del ritmo histórico fue atenuando 
esa otra dimensión constitutiva de lo social que es la permanencia. 
Se habían consolidado, por consiguiente, los cimientos de una ciencia 
historiográfica que se sometió, no obstante, a una intensa renovación, es­
pecialmente, a partir del primer tercio del siglo xx. Es el momento de la 
puesta en marcha de la historia de las estructuras representada por co-
rhentes como la escuela francesa de «Annales» y el marxismo como teo­
ría general del movimiento histórico, heredera directa del proyecto de pro­
greso moderno en su modalidad alternativa a la originaha fórmula liberal ^^ 
'•• Tan sólo, a modo de rápida orientación, destacaré como gran obra de síntesis de ios prin­
cipios que dieron vida a la escuela de los «Annales» la editada por J. LE GOFF y P. NORA con el ti­
tulo "Hacer la historia» (LE GOFF; NORA, 1978). En cuanto al materialismo histórico el fenómeno me 
parece de una complejidad tal que no permite su tratamiento en este trabajo. En todo caso creo ne­
cesario advertir, con Josep Fontana,el enorme distanciamiento, nunca definitivamente comprendi­
do, en general, entre lo que este autor denomina "marxismo catequístico», basado en un fuerte de-
terminismo económico metafísico, y la obra madura del propio Marx (FONTANA, 1992). Por tanto, 
cuando me refiera en este trabajo al «materialismo histórico» estaré hablando de lo que tradicio-
nalmente se ha entendido como tal en los medios académicos, siempre al margen de 
21 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
Más allá de sus encuentros y diferencias estas tendencias incluyen como 
novedad un nuevo modo de gestión textual del concepto histórico del tiem­
po. Ello tiene lugar a través de la noción de estructura, la cual pretende ser 
un principio de causalidad interna entre los fenómenos históricos de mayor 
alcance que la superficial narratividad de la historia-relato positivista. Para 
Braudel, uno de los más destacados teóricos de «Annales», si no el único, 
estructura es «una organización, una coherencia, unas relaciones sufi­
cientemente fijas entre reaiidades y usos sociales...que el tiempo tarda 
enormemente en desgastar y en transportar..» ^^. Este concepto hace re­
ferencia a múltiples, casi imperceptibles y profundas conexiones entre 
todas las dimensiones de la realidad histórica. Del mismo modo, está di­
rectamente ligado a una idea específica del tiempo histórico que se asien­
ta en la captación de las permanencias y de las resistencias al cambio en 
el plano de la larga duración. Lo que aquí subyace es un modelo de tiem­
po constituido por distintos ritmos de aceleración: el tiempo como veloci­
dad histórica, como velocidad diferencial de cambio ^̂ . Y de ahí el engra­
naje que Braudel estableció entre distintas longitudes de onda temporal 
histórica, haciendo alusión a un tiempo corto, a un tiempo medio y a un 
tiempo largo, el de esas estructuras en las que se mantienen casi inalte­
rables las condiciones sociales impuestas en una época determinada. Una 
forma, por consiguiente, de organización formal de los hechos históricos 
en ámbitos abstractos en los que los aspectos económico-sociales, políti­
co-ideológicos y culturales quedan entrelazados mediante los mecanis­
mos deductivos de la causalidad estructural: la «historia total» ^̂ . En reali­
dad, esta perspectiva, como puso de manifiesto Tuñón de Lara, 
apoyándose en Labrousse y Vilar, tiene un claro paralelismo con los cons-
tructos marxistas de estructura y coyuntura. En el primer caso habría una 
correspondencia entre el tiempo largo de Braudel y la estructura como 
modo de producción, es decir, conjunto estructural constituido por unas 
relaciones sociales de producción concretas y unas fuerzas productivas 
en un grado determinado de desarrollo. Éste sería el ámbito de lo perma­
nente, de la hegemonía explotadora de una clase sobre el resto del cuer-
lo genuino, específico e inagotable de la obra de un MARX realmente olvidado desde su propia 
muerte. 
" Citado por Juan Ignacio Ruiz DE LA PEÑA en «Introducción al estudio de la Edad Media», p. 132 
(Ruiz DE LA PEÑA, 1987). 
"̂ Esta perspectiva es contemplada por Julio Aróstegui en «Manuel Tuñón de Lara y la cons­
trucción de una ciencia historiográfica» (ARÓSTEGUI, 1993). 
' ' La reflexión teórica de Braudel queda recogida en «La historia y las ciencias sociales» 
(BRAUDEL, 1968). En esta obra se clarifica el encuentro interdisciplinar promovido por «Annales» con 
ciencias sociales como la sociología y la antropología. 
22 
La historia y ia postmodernidad 
po social. Por otra parte, las coyunturas, expresión, al nivel más superficial 
de los hechos, de la conflictividad inherente a toda sociedad, guardarían 
una clara similitud con el tiempo corto como motor de cambio. Pero, tam­
bién, existen las diferencias de enfoque. Éstas estarían en lo que Tuñón 
de Lara manifestó como relativización marxista del predominio braudeliano 
de la larga duración estructural con respecto a la corta duración coyuntu-
ral. La resistencia al cambio se intuía como un peligroso freno al proyecto 
de transformación social revolucionaria del programa marxista. Por eso el 
marxismo optó por estimular algo más el análisis coyuntura! como vehícu­
lo estimulante de un proyecto de progreso firmemente asumido desde los 
parámetros de la igualdad y libertad ^̂ . 
En general, estos modelos historiográficos, en la misma medida en que 
se autoafirmaron como sólidas alternativas a lo que entendieron como dé­
ficit explicativo del relato tactual lineal positivista, y en tanto propusieron 
esquemas formales de análisis estructural presuntamente superiores en 
su cientificidad ^̂ , no forzaron, a mi entender, un verdadero cambio de pa­
radigma. La sustitución del acontecimiento por la estructura y de la corta 
por la larga duración no me parecen hitos teóricos que realmente afecta­
sen al concepto mismo de historia y de tiempo histórico ^°. Al margen del 
talante multidisciplinar y del desarrollo de determinados procedimientos 
de método adoptados, lo que se puso en marcha fue un simple cambio de 
técnica expositiva, no de concepción esencial del objeto de estudio. Y es 
que, en realidad, el artificio conceptual de las estructuras, en cuanto ma­
nera específica de ordenación textual de los hechos, no alteraba en lo 
más mínimo la concepción teleológica y necesaria del proceso histórico. 
En realidad, el aparato formal estructural resultó ser una nueva fórmula 
de integración de las nociones de cambio y duración, desde la idea de 
progreso, centrándose, esta vez, más la atención sobre todo aquello que 
'* Una aproximación a este problema se encuentra en «Tiempo cronológico y tiempo histórico» 
(TUÑÓN DE LARA, 1993). 
" Recuérdese el concepto de «historia-problema» impuesto por L. FÉBVRE en sus célebres 
"Combates por la historia» frente al de «historia-relato» positivista. Para este autor, la historia no 
habría de quedarse en ese primer nivel de trabajo basado en el análisis crítico del documento. Fal­
taba un paso más, el de la formulación de hipótesis (Fébvre, 1959). En cuanto al clentiflsmo de que 
hace gala esta escuela historiográfica sólo destacar el recurso a las técnicas cuantitivistas que 
tuvo lugar en relación con el desarrollo de la «historia serial» muy emparentada con la «historia eco­
nómica» de S. KuzNETs y la «New Economic History» de S. ENGERMAN, A. FISHLOW, etc. 
^° En lo que respecta a «Annales» Josep Fontana llegó a decir: «seguirles hoy en su obsesión 
ecléctica de modernidad, en su neopositivismo que confunde el método y la teoría y mitifica el 
papel del instrumento, sería peligroso. El axioma es viejo, pero sigue siendo válido: "sin teoría no 
hay historia"" (FONTANA, 1985: 127). Una muestra, pues, del alejamiento del marxismo como pre­
tendida teoría de lo histórico respecto a la historiografía francesa. 
23 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
permanece frente a lo que cambia. Así, una cierta ralentización del proce­
so histórico parece presentirse con respecto a la aceleración constante 
que imprimían los positivistas a sus relatos. Pero, más allá de algunas re­
sistencias al cambio, el concepto moderno de la historia no quedaba, en 
modo alguno, en entredicho como perspectiva de movimiento hacía un fu­
turo en continua autosuperación. El sentido de la determinación espacio-
temporal se mantenía inalterable en el devenir del proceso histórico en­
tendido como fenómeno global complejo en evolución constante. 
Fundiéndose relato especulativo y relato emancipador en esta historiogra­
fía estructural, las estructuras, como alusión a los diferentes ritmos de 
evolución dentro de una única línea del tiempo, no cuestionaban lo esen­
cial de la narratividad como cristalización en el discurso de una visión de la 
historia en clave de progreso humano indefinido. Existe, pues, también en 
este tipo de historia una determinación narrativa implícita del principio y el 
fin en la canalización, y captación simbólica de las discontinuidades que la 
experiencia social pone de manifiesto. Lo cual también me parece válido 
para esa última versiónde la historiografía específicamente moderna: la 
«historia socio-estructural». En ella el concepto sociológico de «estructu-
ralidad», como modo de relación entre estructura y acción, remite a una 
metafísica de las propias estructuras, que en su relativa autonomía no 
pierden contacto con los hechos que acontecen en su interior ^\ Pero, en 
este caso seguimos en el ámbito de la historia en tanto fenómeno instala­
do en la secuencia temporal del progreso. 
/// 
Hasta aquí siglo y medio de historiografía moderna, cuyos pilares esen­
ciales lo representan el concepto fundacionalísta de la ciencia; la afirma­
ción de la realidad extra-mental del objeto de estudio y del valor de verdad 
de los enunciados propuestos; el principio de conexión causal-explicativa y 
de reguralidad legaliforme de los fenómenos; y la percepción del tiempo 
social como tiempo histórico, esto es, continuo, ascendente, irreversible, 
necesario, unitario, universal, previsible. Proyectado hacia un fin. Volcado 
hacia una meta como referente absoluto del sentido total de todo lo acon-
'̂ El origen sociológico del concepto de «eslructuraiidad» se sitúa en la obra de A. GIDDENS. En 
ella las estructuras sociales son simultáneamente medio y resultado de las prácticas que generan 
en la interacción (GIDDENS, 1997). Por otra parle, el trabajo de C. TILLY también constituye un mo­
delo para el desarrollo de esta corriente de la «tiistoria social» (TILLY, 1991). 
24 
La historia y la postmodernidad 
tecido en el pasado: la expresión integradora y significativa de la duración 
y el cannbio, de lo que permanece y fluye en las sociedades en torno al ob­
jetivo esencial de la libertad y el bienestar humanos. Pero un nuevo marco 
socio-histórico se está delimitando en la sociedades de fin de milenio. Éste 
no nos permite seguir leyendo los hechos de acuerdo con los patrones de 
inteligibilidad específicamente modernos. Siguiendo a Zygmunt Bauman, 
pienso que, al margen de que aceptemos o no los presupuestos elemen­
tales en los que se basa ese movimiento intelectual tan ambiguo en su 
propia definición como es el postmodernismo, es necesario reconocer 
cambios fundamentales en la estructuración de una nueva realidad social 
que podemos denominar postmoderna ^^. Algunos de sus rasgos funda­
mentales son: primero, papel determinante de la intensificación de los pro­
cesos comunicativos que, implicando un aumento de las contactos sociales 
en el tiempo y en el espacio, representan una reducción paulatina de la dis­
tancia entre emisor y receptor a escala planetaria ^^. Segundo, extensión 
globalizadora de la lógica expansionista, dominadora y explotadora del sis­
tema económico capitalista transnacional. Éste se basa, por una parte, en la 
posición preferente de las exigencias productivas con respecto a un factor 
trabajo plenamente flexibilizado, así como en la subordinación de aquéllas a 
criterios de rendimiento y eficacia, donde los medios técnicos se imponen a 
los fines sociales. Por otra, en la preeminencia de la figura del consumidor 
frente a esas otras dimensiones del individuo como ciudadano y trabaja­
dor 2'*. Tercero, crisis global de sentido con la consecuente atomización pro­
gresiva de las comunidades en torno a una creciente multiplicidad de identi­
dades inestables elaboradas según afinidades étnico-lingüísticas, de género, 
y de gustos, estilos y modas consumistas 5̂. Cuarto, cuestionamiento del 
principio funcionalista de la cohesión social entre sistemas normativos domi­
nantes y acción individual, compatible con nuevos modos de control político 
^' Hago alusión a la obra de BAUMAN «Intimations of Postmodernity» citada en «Postmoderni­
dad» de David LYON (LYON, 1996). 
^̂ Un análisis crítico muy interesante sobre los efectos producidos en las nuevas formas de so­
ciabilidad de fines del siglo xx por las nuevos sistema de comunicación, basados en los flujos elec­
tromagnéticos a la velocidad de la luz de las redes de comunicación planetaria, puede encontrase 
en la obra de Paul VIBIUO (VIRILIO, 1997). La instantaneidad y ubicuidad de los contactos implica la 
consecuencia negativa de la pérdida del sentido del cuerpo propio, de los demás y del mundo; la 
Pérdida de la geografía mediante una anulación progresiva del espacio material mediador de las re­
laciones. 
" Me remito, en este caso, a los conceptos de "Sociedad red» y «empresa red» de Manuel 
CASTELLS (CASTELLS, 1997). Del mismo modo, una vez más, al trabajo de Ignacio RAMONET (RAMO-
MET, 1997). 
^' En lo que respecta al análisis de los factores determinantes de las crisis subjetivas y globa­
les de sentido en las sociedades modernas es necesario acudir a la obra de Peter L. BERGER y Tho-
mas LucKMANN (BERGER; LUCKMANN, 1997). 
25 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
panóptico conectados a las nuevas tecnologías cibernéticas ^^. Quinto, geo­
política internacional del «caos». Junto al dominio político-militar de uno solo 
—Estados Unidos— y el poder económico ejercido por la tríada norteameri­
cana, europea y japonesa, se pone de manifiesto una paulatina usurpación 
de la autonomía institucional de los gobiernos. Esto se explica por el desli­
zamiento de los núcleos de toma de decisiones fundamentales hacia nuevos 
centros de poder constituidos por la grandes corporaciones multinacionales 
y sus prolongaciones mediáticas subsidiarias ̂ ^ 
Es, en conclusión, una confusa tensión entre tendencias centrípetas 
globalizadoras y reacciones centrífugas situadas a nivel local las que ca­
racterizan a este mundo finisecular. En este nuevo reino de lo fugaz y lo 
transitorio la pérdida de la centralidad y la opacidad creciente de las nue­
vas formas de control social implican la disolución del punto de referencia 
moderno. El que representaba la racionalidad sustantiva de los fines, de la 
idea. Ello en favor de una racionalidad más débil y formal, pero más eficaz 
desde su conformación técnica, comunicativa e informática. Desde esta 
sombría perspectiva, es evidente que los grandes relatos historiográficos 
modernos van dejando de tener sentido. La historia padece, en conse­
cuencia, el impacto irreparable de una profunda crisis de comprensión del 
mundo como producto de la razón. Es por ello que la nuevas corrientes 
que antes situaba entre la moda y la novedad, aun cuando no se preten­
den postmodernistas, no hayan podido mantenerse a salvo de la andana­
da de críticas relativistas que, rayando el nihilismo más implacable, ame­
nazan con implantar de forma oficiosa el desierto nietzscheano en todas 
las esferas del conocimiento científico institucionalizado. 
Hemos de afrontar la crisis del representacionismo como principio de 
correspondencia entre lenguaje y realidad impulsada, en parte, por Ri­
chard Rorty y su concepto de «giro lingüístico». Esto se traduce en una 
concepción de la realidad como producto cultural, como entidad no-pree­
xistente al proceso social de creación y captación simbólica de la misma ̂ s. 
^^ Además de la ya citada obra de Vlrllio, este fenómeno puede estudiarse desde la perspec­
tiva utilizada por David LYON en «Ei ojo electrónico» (LYON, 1995); sin olvidar la deuda contraída al 
respecto con el muy conocido «Vigilar y castigar» de FOUCAULT, en lo que afecta al propio concep­
to de «panoptismo» (FOUCAULT, 1992). 
^' Aquí tengo que referirme al compromiso crítico-analítico de Noam CHOMSKY (CHOMSKY, 
1996). En cuanto a la imposición de los nuevos parámetros de poder político extragubernamentales, 
he de hacer alusión al concepto de «subpolítica» contemplado en «¿Qué es la globalizaoión?» de 
Ulrich BECK (BECK, 1998). 
28 Para una aproximación al punto de vista de R. RORTY, me remito a su obra «El giro lingüís­
tico» (RORTY, 1990). Las resonadas del WITTQENSTEIN del «Tractatus Lógico-Philosophicus» y de los 
«juegos del lenguaje» son ciertamente evidentes (WITTGENSTEIN, 1989). 
26 
La historia y la postmodernidad 
La consecuencia inmediata será la consideración de la verdad como ex­
presión de prácticas sociales concretas dotadorasde sentido de una rea­
lidad cuyo significado, indeterminado apriorísticamente, sólo se produce 
por medio de dichas prácticas y dentro de un consenso (Rorty, 1996). La 
realidad queda, así, convertida en discurso social. Y éste en un espacio 
enunciativo configurador y habilitador de un objeto emergente de la nada 
(Foucault, 1987). Un discurso que en sí se pluraliza en la incomensurabi-
lidad de las prácticas que las generan y donde el sujeto ya no se realiza 
mediante la disolución del otro en el mismo, sino en la ilimitada disper­
sión que deja a ios demás ser lo que son. El pensamiento deja, pues, de 
ser un neutralizador absoluto de la diferencia en la unidad, para operar 
como organizador fenomenológico-hermenéutico del diálogo infinito con el 
otro (Gadamer, 1998). Por ello, en la medida en que la suspensión feno-
menológica de la realidad convierte a ésta en mero contenido intersubjeti­
vo de la conciencia, la explicación ya no constituye el modo dominante de 
aproximación al objeto contingente. Es la interpretación la que sirve de 
catalizador de una experiencia puramente comprensiva. Ésta apunta a un 
mundo disgregado en la infinitud de significados liberados en la excepcio-
naiidad metafísica de las prácticas a las que puedan remitir. Se trata de 
una verdadera quiebra de los principios mismos de realidad y objetividad 
que enlaza perfectamente con la óptica deconstruccionista de Derrida ^^. 
Éste, al convertir los textos en productos subjetivos sometidos a la inde­
terminación de la variabilidad de los múltiples factores que conducen a 
una interpretación siempre abierta, limita todo producto cultural a un pro­
ceso de intercambio dialógico, intertextual; a una co-creación que enfren­
ta a autor y receptor ^°. El resultado: el desanclaje referencial parcial del 
discurso, el extrañamiento de una «realidad» que no sólo subsiste en la 
tensión entre interminables «juegos del lenguaje», sino, también, en los 
actos concretos en los que éstos tienen lugar. Por eso, dicho sea de paso, 
la semiótica debe transcender los cerrados límites del concepto inmanen-
'̂ Jacques DERRIDA basa su pensamiento en una crítica abierta a los valores fundamentales 
sobre los que se asienta la civilización occidental moderna —el «Bien», la «Verdad» y la "Belle­
za-— y, por tanto, en un rechazo al logocentrismo presencialista de la metafísica tradicional. En la 
medida en que la realidad, en su específica textualidad, se reduce a juegos variables de discursos 
incomensurables, la práctica deconstruccionista significaría una inversión consistente en el desen­
mascaramiento de las diferencias y de sus estructuras jerárquicas, lo cual me remite directamente 
a la genealogía nietzscheana retomada por FOUCAULT (DERRIDA, 1989). 
°̂ Me gustaría precisar el importante matiz que diferencia los términos «dialogía» e «intertex-
tualidad", utilizados con frecuencia de manera indistinta. El primero alude al concepto bajtiniano de 
la integración inconsciente del discurso ajeno en el propio (BAJTIN, 1985). El segundo implica una 
toma de conciencia y un reconocimiento explícito de la apropiación de los discursos del otro por 
parte del sujeto enunciador. 
27 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
te del discurso desde el que se ha venido desenvolviendo hasta ahora. 
Quizá pueda instaurarse una nueva semiótica con criterios más pragmáti­
cos, una semiótica de la «transdiscursividad» que Vázquez Medel sitúa 
en «/a tensión entre identidad y diferencia, entre singularidad y pluralidad, 
entre estabilidad significativa y apropiación del sentido. Una semiótica que 
soslaye, precisamente, el conflicto entre las estructuras y sistemas de sig­
nificación (códigos, «lenguas»), por un lado, y las pulsiones personales 
que construyen el ámbito de la vida y del deseo a través del «tiabla», de ia 
«parole», por otro» (Vázquez Medel, 1998: 1). 
Bajo estas premisas la escritura de la historia, obviamente, no puede 
seguir siendo lo que ha sido hasta ahora. Están quedando al descubierto 
los sesgos culturales e ideológicos, camuflados de racionalidad y progre­
so, que permitían a los grandes relatos modernos un deliberado someti­
miento de culturas, grupos e individuos, arbitrariamente arrancados de sus 
núcleos arguméntales esenciales. Como sabemos, la crisis deslegitima­
dora de las grandes metanarraciones emancipadoras y especulativas 
anunciada por Lyotard sirvió para poner de manifiesto la inviabilidad de 
un proyecto histórico fundado científicamente en los presupuestos ilustra­
dos de la objetividad y la universalidad. El conocimiento quedaba relegado 
a una mera perspectiva ideológica; absorto en su propia «vulgaridad». El 
propio Lyotard indicaba: «Una ciencia que no fia encontrado su legitimidad 
no es una ciencia auténtica, desciende al rango más bajo, el de la ideolo­
gía o el instrumento del poder, si el discurso que debía legitimarla aparece 
en sí mismo como referido a un saber precientífico, al mismo título que un 
«vulgar» relato» (Lyotard, 1989: 74). Es esta «vulgaridad» del discurso 
científico, en general, y del histórico, en particular, la que constituyó el 
centro de la reflexión crítico-filosófica de Michel Foucault. En resumen, 
este pensador firmó la verdadera carta de defunción de la historiografía en 
su sentido clásico y moderno. Esto llevó a un ferviente admirador suyo a 
decir que «Foucault es el historiador completo, el final de la liistoria» 
(Veyne, 1984: 200). Foucault instala los hechos humanos en la «rareza», 
esto es, en el inmenso vacío desde el que no es posible su inteligibilidad 
racional. Reduce los objetos sociales a la calidad de objetivaciones conti-
gentes de prácticas sociales singulares. En consecuencia, hace de la gra­
mática historiográfica una actividad preconceptual, puesto que la repre­
sentación remite a la acción concreta desde la que la conciencia se dirige 
hacia un mundo no inmanente. De esta forma, la conexión lineal entre los 
acontecimientos y la evolución finalística de categorías humanas univer­
sales se desmoronan ante una historia de rupturas, de discontinuidades, 
de la desintegración de su sentido transcendente. Una historia que deja, 
pues, de ser historia, que sólo es simple expresión de una «voluntad de 
28 
La historia y la postmodernidad 
poder» circunstancialmente desplegada hacia un sujeto plenamente obje­
tivado (Foucault, 1984). Y es por ello que, si queda algo por hacer al his­
toriador, esto sea la articulación de una prospección genealógica que sirva 
para desmontar los mecanismos disciplinares de identificación, clasifica­
ción y procesamiento de los integrantes de unas sociedades humanas en­
cerradas en sus propios discursos. 
IV 
Este es el panorama general de una crítica postmodernista «anti-histó-
rica» que lanza enormes retos a los historiadores de este fin de milenio. 
Es la amenaza del triunfo de un pensamiento ahistórico que, poniendo de 
relieve la unívoca correspondencia entre modernidad, progreso e historia 
como modo de comprensión de lo social, preconiza la no idoneidad actual 
de tal perspectiva. Es decir, se pretende que lo histórico es una forma de 
pensamiento exclusivamente moderna que va dejando de tener sentido 
en nuestro mundo postmoderno. Roger Chartier, historiador francés for­
mado en los ambientes de la ya agotada escuela de «Annales», es, quizá, 
uno de los que más decididamente han asumido el desafío. Citando él 
mismo a Foucault, señala: «La historia de la ciencia, en su definición filo­
sófica francesa, tiene un primer desafío: poner en evidencia la tiistoricidad 
del pensamiento universal; oponer a la razón, entendida como una inva­
riante antropológica, la discontinuidad de las formas de la racionalidad. 
Se trata por tanto de cuestionar «una racionalidad que aspira a lo univer­
sal aunque se desarrolle en lo contigente, que afirma su unidad y que no 
procede por tanto más que por modificaciones parciales, que se valida a sí 
misma por su propia soberanía pero que no puede disociarse de su histo­
ria, de las inercias, de la gravedado de las coerciones que la someten» » 
(Chartier, 1996: 6). Semejante actitud revisionista y relativizadora va im­
pregnando día a día esas nuevas formas de hacer historia que, con an­
terioridad, clasifiqué en torno a un nuevo paradigma de naturaleza post-
moderna. Se trata de la «nueva historia cultural» y de la «microhistoria» 
italiana. En general, los historiadores siempre se han mostrado ajenos a 
las repercusiones teóricas de su quehacer, reduciendo su trabajo a la apli­
cación mecánica e irreflexiva de determinadas técnicas investigadoras y 
expositivas aprendidas en sus años de formación. Sin embargo, como 
agente histórico en sí, el historiador expresa en el ejercicio de su profesión 
las invocaciones de los nuevos condicionamientos socio-cognitivos sobre 
los que se está configurando nuestra nueva sociedad «posthistórica». Por 
eso, el nuevo tipo de relato que se está escribiendo en el seno de estas 
29 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
corrientes lleva impresas las marcas imborrables de los nuevos discursos 
deconstructores de la concepción ilustrada de la ciencia y de la historia. 
Es más, es posible admitir que el nacimiento de esta nueva historiogra­
fía emana, en parte, de una intensa reflexión teórica, de un permanente 
diálogo con esas otras disciplinas sociales —la sociología, la antropolo­
gía y la lingüísticas— pioneras en la asunción de la nueva perspectiva 
pragmática, postestructuralista y postmodernista que cuestiona los viejos 
paradigmas modernos ^\ 
En lo que atañe a la «nueva historia cultural», son Robert Darnton, 
Lynn Hunt, Gabrielle S. Spiegel y el mencionado Roger Chartier los auto­
res que sin duda mejor la representan ^̂ . Esta corriente historiográfica 
surge de un doble intento de superación. De la historia de la cultura tradi­
cional —«historia intelectual»—, por una parte; y de los modelos macro-
estructurales de la historia de la mentalidades, según la escuela de los 
«Annales», por otra ^̂ . Junto con las aportaciones de Hunt ^*, es el traba­
jo teórico de Roger Chartier el que mejor expresa la nueva perspectiva. En 
un libro lleno de resonancias foucaultianas como es «El mundo como re­
presentación. Historia cultural: entre práctica y representación», Chartier 
alude a una historia encaminada hacia los procedimientos reguladores de 
la producción de significado. Convirtiendo los textos en mediatizadores 
^' Aludo a ese nuevo movimiento intersubjetivo plasmado en las nuevas sociologías interpre­
tativas de corte fenomenológico como las que representan el «interaccionismo simbólico» y las 
«etnometodologías». En ellas lo más significativo es la reacción contra los modelos estructurales-
funcionalistas y el establecimiento de nuevas unidades de análisis —la persona, el grupo, las rela­
ciones cotidianas—, que suponen un nuevo modo de entender las conexiones entre actor individual 
y sistema. Un breve pero sistemático y esclarecedor resumen de lodo esto puede encontrarse en el 
capitulo 6 —«El regreso a lo cotidiano»— de «Historia de las teorías de la comunicación» de Ar-
mand y Michéle MATTELART (MATTELART, 1997). 
^̂ En concreto, «The Great Cat Massacre and Other Episodes in French Cultural History» de 
Darnton representa uno de los ejemplos más significativos de este tipo de historia cultural (Darnton, 
1984). Un estudio de síntesis donde se consagran la denominación y los soportes teóricos de la es­
cuela están en «The New Cultural History» de Lynn HUNT (HUNT, 1989). 
33 Recordemos que la historia social de la cultura de «Annales» atribuía actitudes y compor­
tamientos predeterminados a los individuos de acuerdo con su adscripción a un grupo socio-profe­
sional concreto. En cambio, esta historia cultural de lo social procede de manera mucho menos es­
tática: las respuestas del sujeto están mediatizadas por una multiplicidad de factores 
circunstanciales que sitúan aquél en una red de interacciones sociales más complejas —«perte­
nencias sexuales o generacionales, las adhesiones religiosas, las tradiciones educativas, las so­
lidaridades territoriales, las costumbres de la profesión» (CHARTIER, 1995: 54). 
'̂' Lynn HUNT, en su provechosa colaboración con Joyce Appleby y Margaret Jacob, hace re­
ferencia al nacimiento de la «historia cultural» de este modo: «La mente, como depósito de las 
prescripciones sociales, espacio donde se forma la identidad y se negocia lingüísticamente la re­
alidad, se transformó en foco de la nueva indagación histórica. Allí residía la cultura, definida 
como repertorio de sistemas valóneos y mecanismos interpretativos» (APPLEBY; HUNT; Jacob, 
1998: 205). 
30 
La historia y la postmodernidad 
discursivos de las prácticas sociales concretas desde las que aquéllos co­
bran vida, indica que "las obras, en efecto, no tienen un sentido estable, 
universal, fijo. Están investidas de significaciones plurales y móviles, cons­
truidas en el reencuentro entre una proposición y una recepción, entre las 
formas y los motivos que les dan su estructura y las competencias y ex­
pectativas de los públicos que se adueñan de ellas» (Chartier, 1995: XI). 
Esta historia se asienta en una concepción mucho más dinámica y hete­
rogénea de lo social respecto a los paradigmas estructurales. Y, también, 
en un marco decididamente hermeneútico-fenomenológico que, a su vez, 
ofrece plena acogida a los planteamientos esenciales del deconstruccio­
nismo derridiano —lo acabamos de comprobar. Se privilegia, pues, en 
nombre del «giro lingüístico», el análisis del discurso sobre cualquier otro 
tipo de indagaciones relativas a un mundo social material exterior al 
mismo. Mediante la identificación que establece entre realidad humana y 
universo simbólico que la configura, se culmina en un estricto reduccio-
nismo cultural de lo social que no permite las viejas distinciones sectoria­
les entre historia de las mentalidades e historia socio-estructural. Es una 
historia del discurso. 
Un tipo de historiografía, por consiguiente, que, en mi opinión, debe 
mucho a la estela dejada por los «cultural studies» aparecidos entre me­
diados de los cincuenta y principios de los sesenta en el seno del Center 
for Contemporary Cultural Studies de Birmingham. Situadas en terrenos di­
versos como la etnografía, la literatura y la teoría lingüística, sus investi­
gaciones se centrarán especialmente en el análisis de los efectos sociales 
de los «mass-media». Desechando los esquemas estructural-funcionalistas 
de estímulo-respuesta, esta corriente apuntará hacia una concepción de lo 
social como proceso complejo y cambiante de dotación de sentido. De ahí 
que adoptará un concepto de cultura como conjunto inestable de valores 
que, en sus intercambios cotidianos, generan los márgenes reales de po­
sibilidad de la acción social. En un plano de absoluto inclusivismo idea-
cional-social, lo cyitural se presenta, no ya como mero reflejo residual de 
una realidad social autónoma y estable, sino como espacio de tensiones y 
contradicciones sociales en continua negociación integradora ^^ Posición 
teórica que, colocando la recepción en el centro de la investigación, es 
^̂ Raymond WILLIAMS constituye un verdadero punto de partida en esta escuela. En «The Long 
Revolution» aparece ya ese concepto de cultura como proceso de construcción socio-histórica de 
las significaciones (WILLIAMS, 1965). Desde un marxismo renovador y abierto al estudio de las rela­
ciones entre cultura y prácticas sociales, también atribuible a Williams, el historiador E. P. Thomp­
son aporta al Centro de Birmingham una visión dinámica de la historia basada en la idea de la 
lucha de clases como conflicto cultural (THOMPSON, 1989). 
31 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
aplicada por Chartier en otros ámbitos históricos como el de las prácticas 
de lectura oral en la edad moderna (siglos xvi-xviii). En uno de sus estu­
dios llega a conclusiones como ésta: «El tema de la lectura en voz alta se 
encuentra en medio de varias historias: la de las obras y de los géneros, la 
de los modos de circulación de lo escrito,la de las formas de sociabilidad 
y de intimidad. Reencontrar las modalidades, los objetos, la trayectoria de 
esta manera de leer, a menudo ocultada para beneficio de aquella que es 
la nuestra hioy día, no carece de importancia para señalar las variaciones 
históricas o sociales de los usos de los textos que se han convertido en li­
bros» (Chartier, 1995: 144). Centrada la atención en los efectos siempre 
cambiantes de sentido de los textos y en las prácticas indeterminadas vin­
culadas circunstancialmente a ellos, relativismo, ruptura y variación acaban 
desplazando, en definitiva, la objetividad, continuidad y necesidad en la 
historia. Dicho de otro modo, puesto que los elementos de los códigos 
simbólicos están sometidos a una incesante reactualización en los con­
tactos sociales cotidianos, la singularización e individualización del signifi­
cado en relación con el contexto, que este concepto de cultura pone en 
juego, abre las posibilidades de la negación de la universalidad del len­
guaje conceptual y de la racionalidad humana. 
Consecuencias similares para la suerte de la historia se perciben en 
la «microhistoria». Ésta, de origen italiano, tiene sus más destacadas fi­
guras en Cario Ginzburg y Giovanni Levi. Como este último señala, «no 
es casual que el debate sobre la microhistoria no se haya basado en 
textos o manifiestos teóricos. La microhistoria es por esencia una prác­
tica historiográfica, mientras que sus referencias teóricas son múltiples 
y, en cierto sentido, eclécticas» (Levi, 1996: 119). Ausencia de ortodoxia 
doctrinal, eclecticismo, práctica basadas en formalismos teóricos débi­
les. ¿No son éstos los signos que definen la ciencia en la postmoderni­
dad? Sin embargo, el mismo Levi apunta hacia algunos rasgos comunes 
que dan sentido global al trabajo microhistórico. De entrada, una res­
puesta a la incapacidad de los paradigmas estructuralistas, funcionalis-
tas y marxistas para responder adecuadamente a los problemas econó­
mico-sociales, políticos-ideológicos y culturales hasta ahora planteados. 
Ante todo, en lo relativo al automatismo del cambio social, situándose la 
crisis de la idea de progreso en el centro en torno al cual gravita toda la 
especulación. La microhistoria renuncia a la predicción, al estableci­
miento de esquemas teóricos previos que sometan los hechos desde 
el «a priori» de la experimentación, y, por ello, descarta la atribución 
de una dirección preconcebida a los fenómenos históricos estudiados. 
Su objetivo será el intento de comprensión e interpretación —no de ex­
plicación bajo leyes generales— de la acción y conflictos humanos en 
32 
La historia y la postmodernidad 
su doble autonomía e inscripción en sistemas sociales normativos. Sin 
que ello deba suponer un relativismo radical, la «microhistoria» entien­
de lo social no como estructura de objetos naturales y universales do­
tados de atributos consustanciales, sino como conjunto complejo de re­
laciones cambiantes dentro de contextos en permanente readaptación. 
La ambigüedad de los mundos simbólicos entrecruzados, la pluralidad 
de interpretaciones por parte de los actores sociales, y la continua ten­
sión entre símbolos y acción, entre ésta y estructura, definen el proceso 
de descripción microhistórica. 
Tres podrían ser, en resumen, los aspectos fundamentales que deli­
mitan el talante fenomenoiógico de este modo de hacer historia. El pri­
mero, la escala de observación. El microhistoriador basa su investigación 
en una expresa reducción metodológica de la misma. Pero este análisis 
microscópico al nivel local de individuos concretos insertados en espa­
cios de relaciones concretas no constituye una finalidad en sí misma. 
Tan sólo responde a fines experimentales que, en todo caso, condicio­
nan las conclusiones y su modo de exposición. Se trata del valor meto­
dológico de la pista, del indicio configurado en lo que se ha llamado lo 
«excepcional normal», esto es, la situación particular que tras su intensa 
indagación desvela lo que puede ser útil para alcanzar generalizaciones 
flexibles relativamente extrapolables, y nunca modelos rígidos mecani-
cistas. Esto fue, por ejemplo, lo que llevó a Levi a considerar en su his­
toria de un exorcista piamontés del siglo xvii —«La herencia inmate­
rial»— que los sistemas de compraventa de tierras en la comunidad 
campesina investigada no respondían a las leyes impersonales y su­
puestamente fijadas del mercado, sino a las relaciones de parentescos 
establecidas entre sus miembros, de las que dependían las variaciones 
de los precios (Levi, 1990). Como indica Cario Ginzburg,, «en algunos 
estudios biográficos se ha demostrado que en un individuo mediocre, 
carente en sí de relieve y por ello representativo, pueden escrutarse, 
como en un micrqcosmos, las características de todo un sistema social 
en un determinado período histórico, ya sea la nobleza austríaca o el 
bajo clero inglés del siglo xvii» (Ginzburg, 1986: 22). Perspectiva que 
dio vida a una obra que podemos valorar como verdadero hito fundador 
de la escuela: «El queso y los gusanos. El cosmos, según un molinero 
del siglo xvi». 
Un segundo aspecto destacable en la toma de posición microhistórica 
es la influencia recogida directamente de la antropología fenomenológica 
del Clifford Geertz de «La interpretación de las culturas» (Geertz, 1988). 
Hecho también atribuible a la ya aludida «historia cultural». El modelo te­
óricamente débil de la «descripción densa» de este autor, el cual en-
33 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
tiende su trabajo como el registro de redes de significación en contextos 
sociales de interacción simbólica en constante flujo y variación, es deci­
sivo para esta nueva historia postmoderna. La teoría queda, por tanto, 
reducida a una mera translación al lenguaje académico de los resultados 
de una experiencia investigadora muy pegada a la práctica y al contexto 
interpretativo específico donde se sitúe dicho trabajo. Un relativismo que 
el propio Geertz asumía, más bien, como «anti-antirrelativismo», como el 
rechazo de constantes formales, evolutivas y operativas que, en nombre 
de una razón sustantiva, sólo suponen la superioridad etnocentrista de la 
civilización occidental sobre el resto de culturas. Lo cual introduce a Levi 
en un debate sobre la racionalidad humana que resuelve compatibilizan-
do la existencia de universales, estados y procesos cognitivos esencial­
mente humanos con el libre desarrollo de diversas respuestas culturales 
a dichas facultades del hombre como especie (Levi, 1996). Y es que 
—quiero puntualizarlo aquí— es apreciable en las posiciones teóricas 
relativistas de los nuevos historiadores un cierto reparo ante el peligro de 
quedar atrapados en el callejón sin salida del irracionalismo más abso­
luto. Por último, como se desprende de todo lo anterior, el concepto de 
«contexto» alcanza aquí una nueva dimensión. Éste ya no se percibe 
como estructura social dada, sino como marco socio-histórico hallado en 
el juego variable de conexiones intersubjetivas cambiantes no necesa­
rias ^̂ . Un concepto que puede contribuir, no obstante, a dar cierta for­
malidad a los enunciados del historiador. «Aquí el contexto implica no 
sólo la identificación de un conjunto de cosas que comparten ciertas ca­
racterísticas, sino que también puede operar en el plano de la analogía 
—es decir, en el ámbito donde la similitud perfecta se da, más que entre 
las cosas mismas, que pueden ser muy diversas, entre las relaciones 
que vinculan las cosas—» (Levi, 1996: 139). 
En resumen, estamos ante una historiografía que renuncia a las clási­
cas visiones globales de conjunto para realizarse en la contemplación de 
lo local. Que desecha las estructuras y coloca a los sujetos anónimos en el 
papel concreto que desempeñan dentro del contexto al que pertenecen 
en tensión con sus propios intereses. Que desencadena una renovación 
^ Este desplazamiento del centro de referencia en la interpretación hermenéutica de lo cultu­
ral como diálogo con la diferenciaconecta directamente con el concepto de «configuración» que 
aparece en la obra de NORBERT Elias: "Para Elias, en efecto, la modalidad propia de las relaciones 
de interdependencia relacionan a los individuos entre si en una formación dada lo que define la es­
pecificidad Irreductible de esta formación o configuración. De esto, las figuras singulares cada vez 
de las formas de dominio, de los equilibrios entre los grupos, de los principios de organización de 
las sociedades» (CHARTIEB, 1995: 72). 
34 
La historia y la postmodernidad 
de las técnicas expositivas del relato ^^ Pero no ya desde esa legitimación 
positivista que convertía a los grandes liombres en sujetos transcendentes 
reales inscritos en un plan superior y objetivo de la historia. Desaparecen 
tales pretensiones de verdad. Estamos ante una historia «débil». A la vez 
que el propio sujeto se desubjetiviza, aquí la técnica narrativa responde a 
la simple necesidad, en la que insiste Hayden White, de percibir la realidad 
en su conformación coherente con principio y fin. La narración, pues, como 
aparato semiótico que dota a los hechos, desde su similitud y contigüi­
dad, de un orden común instalado en el tiempo, donde lo supuestamente 
real se presenta como deseable y concebible en su consumación (White, 
1992). Como señala Manuel Cruz, haciéndose eco de la obra de Ricoeur, 
"el correlato más próximo, que probablemente sería "contar las cosas tal 
como son", debe ser sustituido por este otro, sólo en apariencia más mo­
desto: "contar las cosas tal como nos pasan"» (Cruz, 1991: 163) ^̂ . Des­
plazado el progreso del eje de descripción de lo social en el tiempo, anu­
lado el principio de conocimiento racional absoluto de la realidad, la 
interpretación hermenéutica se convierte en un nuevo modo de ser-en-el-
mundo. Siendo cada hecho susceptible de ser liberado desde cualquier 
sistema simbólico en su sentido no predeterminado, no parece quedar al­
ternativa a los intentos de traslación fenomenológica de significados de 
una comunidad discursiva a otra. Pero ello va acompañado de una nueva 
concepción colectiva del tiempo que suprime la historia universal como 
perspectiva de lo social. A la condición postmoderna, testimoniada en esta 
nueva historiografía, le corresponde, pues, una nueva forma de pensar lo 
temporal que altera los problemas de la legitimidad y el cambio. El periodo 
premoderno se situaba en la perspectiva de la lógica de la repetición, en­
contrando su legitimación en un acto fundacional originario reproducido h-
tualmente: el tiempo como eternidad. La época moderna se había situado 
no en la perspectiva de un pasado definitivo continuamente actualizado, 
sino en los parámetros de un ideal realizable en el futuro, encontrando la 
comunidad su legitimación en lo que quería llegar a ser, en la realización 
de un proyecto total: el tiempo como progreso. Estoy con Antonio Campi-
Ello ha llevado a autores como Josep FONTANA, entre otros, a clasificar a este tipo de histo­
riografía, carente de visiones globales de la realidad, dentro del género histórico-literario. "Lo que 
tendríamos con este tipo de retomo a la narración seria, simplemente, una historia que vuelve a ser, 
como en un pasado que creíamos superado, un simple cuento a narrar» (FONTANA, 1992: 23). Pero 
lo relevante no es la utilización expresa o no del relato como técnica expositiva; es el sentido que se 
dé a ese relato. 
'" Manuel CRUZ alude al lema positivista rankiano de «er wili bloss zeigen es eingentlich ge-
wessen». La ¡dea de que basta dejarse llevar por los documentos para que podamos reproducir el 
pasado histórico tal y como aconteció. De ello ya me ocupé con anterioridad. 
35 
RAFAEL VIDAL JIMÉNEZ 
lio al atribuir a la postmodernidad una categoría temporal específica: la 
variación (Campillo, 1995). Al no existir ya jerarquías de perfección, ante la 
desaparición de la centralidad de la referencia, las diferencias no pueden 
ser pensadas en virtud de la relación que puedan guardar con la identidad. 
No hay soluciones para el problema de la oposición entre sujeto e historia. 
Es más, éste deja de ser un problema, puesto que desaparecen los es­
quemas simbólicos desde los que era percibido como tal. 
V 
Se impone, portante, un tiempo pluridimensional, ambiguo, reversible, 
polivalente, atemporal: el no-tiempo. Y pienso que este nuevo modo de 
aprehender la instalación de lo social en el tiempo encuentra su modelo en 
la ubicuidad e instantaneidad de la arquitectura flexible e inmaterial de las 
nuevas tecnologías de la comunicación informática planetaria. La acelera­
ción de los intercambios comunicativos supone la propia aceleración de los 
acontecimientos hasta el punto de producirse su propia reversión, su au-
toanulación antes de consumarse. Podemos hablar de un auténtico para­
digma de la comunicación porque, en su actual conformación global, es 
ésta la que determina una nueva existencia humana desprendida del sen­
tido de la orientación proyectiva en el tiempo. Ya no parece posible la afir­
mación de Askin en el sentido de que «tender hacia el futuro es crear ese 
futuro. El movimiento hacia el futuro es el proceso de su creación y reali­
zación» (Askin, 1979: 155). Como argumenta Baudrillard, desde su radi­
calismo extremo, «es el fin de la linealidad. En esta perspectiva, el futuro 
ya no existe. Pero si ya no hay futuro, tampoco hay fin. Por lo tanto ni si­
quiera se trata del fin de la historia» (Baudrillard, 1995: 24). Este autor 
nos sitúa en la reversión de una modernidad aniquilada por anticipación de 
su propia finalidad. No obstante, quizá podamos seguir percibiendo el flujo 
creciente de los acontecimientos, que Baudrillard declara en huelga. Pero 
de lo que sí estamos prescindiendo es de la capacidad de proyectar el 
cambio, la transformación revolucionaria de la realidad social. La pérdida 
de la conciencia colectiva de la duración implica la conciencia colectiva 
del no-cambio, lo cual conduce fenomenológicamente hacia el no-cambio 
real, hacia la congelación y perpetuación de un cierto orden establecido ^^. 
3' No voy a entrar aquí en el debate sociológico sobre el cambio y la movimiento al que hace 
referencia Julio ARÓSTEGUI haciéndose eco de la obra de Robert NISBET: «ES cierto que cambio no 
es mera interacción, movimiento, movilidad. El movimiento y la movilidad son consustanciales con 
la sociedad, pero nada de ello presupone necesariamente cambio» (ARÓSTEGUI, 1995: 162). Lo 
36 
La historia y la postmodernidad 
Un claro síntoma de ello es la creciente esterilización del vocabulario del 
que hacen gala estas nuevas historiografías donde ios conceptos relativos 
a la conflictividad social han dejado su lugar a una peligrosa «l̂ eutrali-
dad», al nuevo conservadurismo de lo «políticamente correcto». 
El fin del proyecto unitario moderno en torno a la idea de progreso ha cul­
minado, no obstante, en su consolidación parcial. La que hace referencia al 
triunfo de la lógica expansiva y dominadora del desarrollo técnico-científico 
del capitalismo. Los que han sido aniquilados son los demás aspectos que 
venían a completar la idea: bienestar material humano universal, libertad 
política en una sociedad civil plenamente constituida, principios de justicia e 
igualdad, etc. Por eso, autores como Fontana piensan el fin de la historia 
como consecuencia del éxito de una versión equivocada de la idea conec­
tada al esquema omnímodo del crecimiento económico, el cual arrastró con­
sigo al comunismo fracasado (Fontana, 1992). Y por lo mismo, cree en una 
posible reconsideración del proyecto desde planteamientos más auténtica­
mente sociales. t\/lientras tanto, estamos ante la perpetuación de un orden 
donde el conflicto de los «diferendos» se salda con la victoria hegemónica 
de un determinado régimen de discurso: el de la explotación, la dominación, 
la estimulación mediática de un consumismo alienador que sumerge al su­
jeto a la baja en una ilusión anestésica, paralizadora. 
Esta situación viene siendo objeto

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