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indicadores que delaten la presencia de estos. Al mismo tiempo se ha comprobado la ausencia de sales tanto solubles como insolubles, por lo que se rechaza la idea de su reutilización como contenedor de líquidos o sólidos. Estos jarrones pusieron el broche de oro a una larga etapa de producción cerámica islámica, siendo el culmen técnico y artístico de esta disciplina. Actualmente se conservan Museo Arqueológico Nacional Departamento de Difusión Serrano, 13 28001 MADRID Tel. (+34) 915 777 912 www.man.es/man/actividades/pieza-del-mes.html MINISTERIO CULTURA Y DEPORTE dieciséis completos, así como los golletes, asas, cuerpos y fragmentos de otros. Todos ellos están conservados en los museos más prestigiosos del mundo, destacando el Instituto Valencia Don Juan, el Museo de la Alhambra, el Ermitage de San Petersburgo, el Museum für Islamische Kunst de Berlín, la Freer Gallery de Washington, la Galleria Regionale de Palermo y, por supuesto, el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Texto original: Miriam Mosquera Castillo Adaptación del texto: Mercedes Fonseca y Carmen Sanz (Dpto. de Difusión) Directo en Instagram (26/09/2022, 12:00 h). NIPO: 822-22-010-5 COLL CONESA, J. (2014): “Técnica, áulica y distinción social en la cerámica medieval”, Anales de historia del arte, nºextra 1, pp. 69-97. FLORES ESCOBOSA, I. (1988): Estudio preliminar sobre loza azul y dorada nazarí de la Alhambra, Madrid: Instituto Hispano-Árabe de Cultura. ROSELLÓ BORDOY, G (1992). “La cerámica en al- Andalus”, Al-Andalus. Las artes islámicas en España. Madrid: El Viso, pp. 97-102. PATRONATO DE LA ALHAMBRA y GENERALIFE (2006): Los jarrones de la Alhambra: simbología y poder. Granada: P.C. Monumental de la Alhambra y Generalife, Junta de Andalucía. Bibliografía Ciclo Artífices, materias y técnicas 9Septiembre 2022 Sala 23 Jarrones tipo Alhambra Siglo XIV Arcilla y vedrío 134 × 65 Ø cm. 126 × 63 Ø cm. N.º Inventario: 50419 y 1930/67/1 Departamento de Antigüedades Medievales Jarrones tipo Alhambra La sociedad islámica, durante la Edad Media, le dio un papel destacado a la cerámica, dotándola de un importante papel de representación e iniciando una tradición de uso cortesano y palaciego que más tarde emularán los reinos cristianos. Esta cerámica requería para su fabricación de unos conocimientos situados en los límites de la tecnología de su tiempo, además de un largo adiestramiento de los artesanos o al-fahharin, cuyo trabajo era reconocido y apreciado socialmente e impulsado por los talleres palatinos. Así, la cerámica no solo era uno más de las artes que acompañaban el refinamiento de la corte, sino que formó parte del aparato de representación del sistema, tanto en claves materiales como simbólicas, y se dotó de un poder social y político que no había tenido en tiempos precedentes. Una de las técnicas más utilizadas por los artesanos islámicos para realizar estas piezas de lujo fue la de reflejo metálico (o loza dorada), un laborioso proceso que, a través de la decoración esmaltada con óxidos metálicos, hacía la cerámica más brillante, lujosa y elegante. El Corán no indica ninguna prohibición en el uso de metales preciosos en la vajilla, como se había estado haciendo en Mesopotamia, pero existen diversos hadices que sí llevan a interpretarlo. Por ello, tanto la tradición oral como la escrita abonan la necesidad religiosa de utilizar vajillas que no fueran de metales preciosos. La técnica de dorar vidrio pudo servir de base técnica para el desarrollo de una loza que imitaba metales preciosos en la corte abasí del califato de Bagdad. La complejidad de su elaboración y su elevado precio, ya que en su fabricación entraban costosos y muy preciados componentes, además de requerir no menos de tres cocciones (bizcochado, vidriado y dorado, con pérdida de producto en cada una de ellas), pronto generaron su aura mítica y la convirtieron en algo excepcional, asociándola a la imagen del poder. La creación de estas piezas comienza por la selección y preparado del barro, fases necesarias en las que se eliminan las impurezas no deseadas en la arcilla y, por medio del amasado, se consigue una pasta uniforme y compacta a la que se le añadirán desgrasantes (como la chamota), que evitarán deformaciones y roturas. Con esta pasta, y mediante el uso del torno, eran levantadas las paredes de su cuerpo principal hasta conseguir el perfil definitivo. En el torneado, las manos del alfarero y los desgrasantes producían irregularidades, por lo que la pieza finalmente recibía un tratamiento superficial de alisado que hacía uniforme la textura de la superficie. Más tarde entra en acción el fuego, que transforma el barro en material cerámico o bizcochado. Aquí, la densidad de la pasta, la fórmula de los esmaltes y los grados de cocción serán determinantes para una buena ejecución. Además, para mantener la verticalidad de la pieza en el horno, se necesitaba asegurar su sujeción mediante puntos de anclaje en las zonas altas de la panza. A continuación, se recubría la superficie con el vidriado estannífero que se convertía en un esmalte blanco. Después de un enfriamiento de varios días, se procedía a pintar los motivos ornamentales sobre el blanco. El azul y el dorado se conseguían con engobe, óxido de cobalto y óxido de plomo. Estas decoraciones se fijan en una segunda cocción. El dorado, o reflejo metálico (bariq al-madeni) se consigue gracias a la transformación del óxido de cobre (verde) a cobre metálico (rojo). Para matizar y alterar su color y propiedades ópticas, se le añaden al pigmento otros metales, entre ellos la plata y el oro. En su producción se siguen dos técnicas básicas: por un lado, la reducción de un vidriado o esmalte que contiene óxidos metálicos susceptibles de ser transformados al estado de metal a través de gases reductos durante un proceso de combustión; por otro, obedeciendo a un principio diferente, por el depósito sobre un vidriado de una fina capa metálica iridiscente de escaso grosor, también en atmósfera reductora. La tercera cocción, en la que se consigue el reflejo, es la más crítica. Para controlar el resultado es muy importante el tipo de horno que se usa y el proceso de combustión, que debe ser reductor y bien pautado. En esta última cocción se fijan también los motivos decorativos en reflejo metálico, completando los fondos con pequeños trazos a pincel. Para esta cocción final se empleaba leña de plantas aromáticas, como el romero, que produce mucho más humo por lo que las piezas salían ennegrecidas, lográndose el dorado por frotación con esparto u otro material similar. La fabricación peninsular fue iniciada en la época de los reinos de taifas, procediendo de Sevilla las piezas más antiguas. El médico cordobés Abu Al-walid Marwan ibn Janah (990-1050) nos habla que alfareros del este han enseñado nuevas técnicas y que producen con materias locales piezas con estilos importados. Esto evidencia que este periodo no es una época de decadencia sino que, a pesar de la descentralización del poder, se potenciaron y multiplicaron las acciones de representación a través del impulso de las artes y las ciencias. La evidencia cronológica más antigua procede de Sevilla, con hallazgos en el propio Alcázar, pero existían al menos cuatro grandes áreas productoras de loza dorada andalusí, entre las que destacan Zaragoza y el valle del Ebro y la zona de Almería, Málaga y Granada. En época nazarí (1238-1492), Málaga fue el principal centro productor de cerámica. Desde esta zona se exportaba la cerámica a otras ciudades, como Granada, donde no se ha encontrado rastro de fábricas. Con el nombre de jarrones tipo Alhambra se conoce a unas monumentales piezas cerámicas propias de esta etapa que, además de por su belleza decorativa, destacaban por la calidad y complejidad de su fabricación. Su éxito y excepcional calidad hicieron que muy pronto se exportarane imitasen incluso en el mundo cristiano, en especial en Valencia. La producción de los jarrones de la Alhambra se diferencia en tres etapas: una previa al reino de Granada, con una cerámica de baja altura y tonalidad rojiza producida en Málaga; y otras dos dentro del reinado nazarí: una de cerámica con tonos dorados y una última con el asentamiento de tonos dorados y azules. De este último periodo, en el que la decoración alcanza una evolución efectista y de preciosismo, pertenecen los dos más famosos: el Jarrón de las Gacelas (Museo de la Alhambra) y el Jarrón de Hornos (Museo Arqueológico Nacional). Todos estos jarrones poseen la misma forma, variando su decoración, cromatismo y tamaño, dando lugar a una tipología dentro de la cerámica nazarí. Se trata de tinajas de cerámica vidriada, de gran tamaño, con aletas a modo de asas que reposan en golletes, con un posible elemento sustentador de madera que permitiera su estabilidad. El material con que se realizaban era un barro de tono rojizo, propio de la producción de tinajas, ya que la riqueza en óxido e hidróxidos de hierro le aporta el color y aumenta su plasticidad, a la vez que evita que se produzcan deformaciones. Destaca la gran variedad de motivos representados, donde, a pesar de los esquemas nazaríes de repeticiones simétricas, encontramos multitud de detalles. Entre ellos destacan los motivos epigráficos en cursiva, las trazas geométricas, los animales (como las gacelas) o los atauriques. En las asas encontramos motivos cuyo significado podría ser protector, como el antebrazo y la mano abierta. A diferencia de otras tipologías similares de tinajas o jarrones, el uso de los jarrones de la Alhambra era meramente decorativo. Aunque también se presenta la idea de que pudieron servir como filtros de agua de lujo, la riqueza de motivos y esmerada perfección en la técnica del dorado encarece la creación de cualquier objeto cerámico, más aún de estas dimensiones, lo que evidenciaría su función como pieza meramente decorativa y realizada por encargo de una clase noble, probablemente de la realeza. La ausencia de vidriados en su interior, además, no favorece la retención de líquidos, y tampoco han aparecido - - -
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