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Engenharia Civil no Renascimento

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INGENIERÍA CIVIL Y SABER 
TÉCNICO EN LAS CORTES DEL 
RENACIMIENTO EUROPEO
Cristiano Zanetti
192 193
INGENIERÍA CIVIL Y SABER TÉCNICO EN 
LAS CORTES DEL RENACIMIENTO EUROPEO
Cristiano Zanetti
Università Degli Studi Di Milano
En 1482, Leonardo da Vinci, con el fin de buscar empleo 
en la corte milanesa de Ludovico Sforza, escribió una 
carta de presentación de la cual quedó una copia entre 
las páginas del Codex Atlanticus. En ella, Leonardo 
enumeró todas las cosas que él hubiera podido hacer 
por el príncipe. Lo que sorprende al lector contemporá-
neo es que Leonardo, un pintor certificado por el siste-
ma corporativo florentino, comenzase la lista de sus 
habilidades profesionales con la de inventor de armas 
bélicas. Llegando al final, continúa con las obras útiles 
que podría desarrollar en tiempos de paz: la cons-
trucción de edificios y la gestión del agua. Por último, 
encontramos sus habilidades curriculares adquiridas en 
el taller de Verrocchio: pintura, escultura en mármol y 
terracota o fundición de esculturas de bronce1. En los 
años siguientes, Leonardo fue contratado por Ludovi-
co Sforza con el título de pictor et ingeniarius ducalis 
(«pintor e ingeniero ducal»)2; en el 1502, por el duque 
César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, con el título de 
architecto et ingegnero generale («arquitecto e inge-
niero general»)3 y, por último, de meschanicien d’estat 
(«mecánico del Estado») en la corte de Francia4. Vere-
mos cómo la aparente excepcionalidad y la intrinca-
da habilidad profesional de Leonardo era, en cambio, 
típica del Renacimiento. 
1  Leonardo da Vinci, 1482, f. 1082.
2  Heydenreich, 2019. 
3  Starnazzi, 2003, p. 41.
4  Garai, 2007, p. 12. 
helenística y romana. El motor principal del proceso de 
reapropiación del pasado romano fue el humanismo, 
entendido como un movimiento dedicado al estudio 
sistemático del hombre desde una perspectiva histó-
rico-arqueológica y filológica latina y griega, del cual 
Francesco Petrarca (1304-1374) fue quizá el ejemplo 
más influyente7. La cultura humanística nació en las 
7  Petrarca, un intelectual muy reputado en los tribunales del norte de Italia, fue una figu-
ra clave del humanismo. Fue quien acuñó el concepto de Edad Media como un periodo 
oscuro que, con sus connotaciones injustamente negativas, ha llegado hasta nosotros: 
Petrarca admitía que, en su época, tras un largo periodo de decadencia, el esplendor del 
clasicismo estaba resurgiendo. Sin embargo, él solamente pensaba en la poesía (Mom-
msen, 1942). Aunque algunos de sus coetáneos empezaron a interesarse por las obras de 
ingeniería antiguas, hicieron falta unas cuantas generaciones más para que este deseo 
de resucitar la grandeza del pasado romano se tradujese en programas de ingeniería 
dedicados claramente a la emulación de Roma. Un presagio de este futuro desarrollo fue 
la actividad de algunos humanistas, que trabajaban, como Petrarca, en las cortes de la 
época. Instruidos principalmente en las facultades de medicina de las universidades de 
Bolonia y Padua, escribieron una serie de tratados ilustrados sobre las máquinas. No es 
de extrañar que fuesen los médicos los mayores expertos en matemáticas prácticas de 
la época. A nivel universitario tenían, de hecho, que estudiar con precisión el quadrivium, 
es decir, el conjunto de disciplinas que constituían el currículo matemático: aritmética, 
geometría, música y astrología. Incluso la astrología era una parte central de la práctica 
médica tardomedieval, basada en la teoría de los cuatro humores, cuyo desequilibrio, ge-
nerado por las influencias astrales, se consideraba la causa de todas las patologías. Por lo 
tanto, para un médico era fundamental conocer las virtudes de los cuerpos celestes y su 
ubicación precisa en el cinturón del zodiaco. Los instrumentos científicos astronómicos 
como cuadrantes, astrolabios, esferas armilares y, sobre todo, los relojes astronómicos 
y planetarios, con todos sus engranajes y mecanismos meticulosamente ensamblados, 
eran el centro de sus estudios y prácticas. Pasar de los complicadísimos mecanismos 
planetarios a aquellos más simples presentes en las máquinas hidráulicas, grúas e instru-
mentos bélicos requería poco tiempo (White, 1975). Algunos textos de referencia sobre 
la relación entre filósofos, artesanos y máquinas en el Renacimiento son Rossi, 1967; 
Garin, 1989; Clericuzio, 2005.
El problema es que la propia categoría de «ingeniería 
civil», el tema de este ensayo, no existía en el Renaci-
miento: aquellos que, como Leonardo, se dedicaban 
a lo que hoy reconocemos como tal, al mismo tiempo 
se ocupaban de fortificaciones, máquinas de guerra, 
relojes y autómatas, es decir, de la mecánica, una 
de las disciplinas matemáticas prácticas5. Incluso el 
propio concepto de Renacimiento se encuentra entre 
las categorías historiográficas y cronológicas más 
controvertidas y debatidas del pasado siglo6. A efec-
tos de síntesis, aquí lo consideramos como un proce-
so cultural basado fundamentalmente en el enamo-
ramiento de una mítica edad de oro: la Antigüedad 
5  A finales del siglo XV, Leonardo escribió: «La mecánica es el paraíso de las ciencias 
matemáticas, porque con ella se alcanza el fruto matemático» (Vecce, 2017, p. 86). La 
ingeniería civil era una parte integral de ese conocimiento matemático práctico, que 
más allá de la mecánica incluía la perspectiva u óptica, la cosmografía y la astronomía.
6  En 1860 el historiador suizo Jakob Burckhardt, en su obra Die Kultur der Renaissance 
in Italien (es decir, La cultura del Renacimiento en Italia), estructuró por primera vez el 
concepto historiográfico del Renacimiento para explicar lo que para él fue el tiempo y 
el lugar del nacimiento del hombre moderno: la Italia del cuatrocientos y del quinientos. 
Esta presunta modernidad se podía rastrear, según Burckhardt, en múltiples aspectos 
culturales, entre los cuales señaló la manifestación de la individualidad. El individuo mo-
derno, según su lectura hegeliana y, por lo tanto, evolutivo-progresiva, empieza a mani-
festar su singularidad en la Italia del siglo XV, distanciándose de la identidad colectiva 
medieval. La tesis del historiador suizo ha sido cuestionada, reconsiderada, readaptada 
y replanteada innumerables veces en los últimos ciento cincuenta años. Mientras que 
algunos historiadores niegan incluso hasta la existencia misma de un Renacimiento, 
otros lo consideran un proceso histórico recurrente: de hecho, el redescubrimiento y el 
reavivamiento de los modelos culturales clásicos tiene lugar no solo en el siglo XV, sino 
también en el llamado Renacimiento carolingio del siglo IX. Incluso entre los partidarios 
de la existencia de un Renacimiento con base en la Italia del siglo XV no hay consenso: 
para algunos se trata de un periodo cronológico, para otros de un movimiento cultural y 
para otros es solamente un estilo estético. La geografía y la cronología de este proceso 
cultural, por tanto, varían según los estudios; se pueden ubicar topográficamente en 
diversos centros y extenderse temporalmente durante muchos siglos o durante algunas 
décadas (King, 2003, pp. VIII-XII; Molà, 2008). 
grandes universidades medievales que educaban a las 
clases dirigentes de los municipios de la Italia central y 
septentrional y a las cortes europeas. La recuperación 
del derecho romano había sido una de las causas prin-
cipales del desplazamiento de los intereses culturales 
de los administradores de la época hacia una produc-
ción textual clásica, regenerando, junto con el esplen-
dor filosófico y literario de la Antigüedad, los sistemas 
administrativos relativos a las infraestructuras8. 
Como ha señalado acertadamente Daniel Crespo 
Delgado en su ensayo presente en este catálogo, la 
Edad Media había presenciado en la Europa latina un 
gran aumento de los proyectos de ingeniería. Basta 
8  Ya desde finales del siglo XI, los municipiosde la Italia septentrional habían empezado 
a presumir del título latino de cónsules para sus gobernantes electos. Al mismo tiempo, 
las instituciones del Imperio y el papado, en tensión entre sí, buscaban en el derecho 
romano y en la tradición clásica elementos que apoyaran sus respectivas causas.
INGENIERÍA CIVIL Y SABER TÉCNICO EN LAS CORTES DEL RENACIMIENTO EUROPEOel ingenio al servicio de poder
2. Antonio Averlino, Tratado de arquitectura, c. 1460, Biblioteca 
Nazionale Marciana, Lat. VIII, 2, 2796, f. 5r.
1. Hans Burgkmair, Triumph of the Emperor Maximilian I, Victoria 
and Albert Museum, inv. 13079:93
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pensar en las grandes catedrales y fortificaciones que 
todavía hoy son características de la panorámica de 
muchas de nuestras ciudades. A estas se añadieron 
las infraestructuras administrativas, de comunicación 
e hidráulicas, tales como puentes, acueductos, cana-
les, presas y molinos. Por tanto, para comprender la 
ingeniería civil renacentista hay que considerar que se 
basaba en dos pilares: por un lado, la sólida tradición 
constructiva medieval y, por otro, los modelos clásicos 
cultos que evocaban progresivamente los humanistas. 
Así pues, en las cancillerías municipales y en las cortes 
se recurría a humanistas cultos que, a través de refi-
nados programas de propaganda, eran capaces de 
aumentar el prestigio de la institución y de justificar 
sus aspiraciones según modelos políticos y morales 
rescatados de la tradición clásica. Estos modelos se 
articulaban principalmente en tres vertientes: la Roma 
de la época de la res publica, utilizadísima por los 
regímenes municipales o republicanos; la Roma impe-
rial de los césares, fuente constante de legitimación 
simbólica de cada monarca y tirano renacentista, y 
finalmente el modelo transversal de la Roma del cris-
tianismo puro de los orígenes y de la conversión cons-
tantino-teodosiana.
A diferencia de los ámbitos urbanos de tradición repu-
blicana, donde normas electorales y administrativas 
complejas tenían la función de limitar la iniciativa y 
el arraigo individual frente a las instituciones, a favor 
del mantenimiento de un equilibrio entre las partes, 
las cortes expresaban una mayor falta de escrúpulos 
en la empresa propagandística de autolegitimación y 
de promoción dinástica. La magnificencia del príncipe 
se expresaba a través del mecenazgo de programas 
culturales basados en los símbolos del poder princi-
pesco clásico, a través de las artes, el poder militar, la 
construcción y las infraestructuras9. Del mismo modo 
que los reyes helenísticos y los emperadores roma-
nos habían tenido a su servicio a célebres expertos en 
ingeniería civil y militar, el príncipe renacentista, para 
lograr un aura augustal, tenía que dotar a su propia 
corte de tales hombres. Por ejemplo, en uno de sus 
9  Por ejemplo, los príncipes, a través de sus ingenieros, se apropiaban a menudo de 
bienes públicos como el agua, para luego redistribuir una pequeña parte por medio de 
acueductos y fuentes, impulsando a las comunidades robadas a reconocerlos con grati-
tud como benefactores (Edelstein, 2004, pp. 187-220).
les («artes»). La redacción y la ilustración de tratados 
sobre máquinas y grandes obras se ofrecían como 
«zonas de interacción» privilegiadas para humanistas 
teóricos y artesanos ambiciosos. En nombre del univer-
salismo de la investigación, bajo el patrocinio de las 
cortes renacentistas, a partir del siglo XV, surge la crea-
ción de las bibliotecas humanístico-monásticas11 y de 
academias que fomentaban el enciclopedismo y que 
con frecuencia velaban también por unificar los cono-
cimientos teóricos y prácticos. De hecho, la experiencia 
iba demostrando que este enfoque mixto, práctico y 
teórico a la vez, permitía obtener grandes resultados 
inspirados en los avances mecánicos anteriores. Erudi-
tos ambiciosos, deseosos de poder entregarse a sus 
pasiones intelectuales, encontraron en las cortes seño-
riales entornos capaces de liberarlos de sus compromi-
sos profesionales, elevándolos al mismo tiempo a nive-
les de dignidad y riqueza insólitos. Ingenieros como 
Aristóteles de Bolonia y Leonardo da Vinci, artesanos 
de formación, pudieron alcanzar el estatus de gentil-
hombres gracias a sus trabajos en la corte. 
Su ascenso social se basaba en el prestigio de los 
clásicos. La Antigüedad romana había dejado el paisa-
je colmado de imponentes vestigios como puentes, 
acueductos, templos y teatros. Además, tanto la lite-
ratura mitológica como la historiográfica y los trata-
dos técnicos de la tradición clásica ofrecían retratos 
de teóricos y constructores de mecánica muy cono-
cidos. Los míticos Dédalo y Hefesto representaban 
el arquetipo de la ingeniosa capacidad creativa de 
la ingeniería. Las figuras de referencia histórica más 
importantes eran, en cambio, Aristóteles (a quien se 
le atribuyó el tratado llamado Quaestiones mechni-
cae), Dinócrates de Rodas, Arquímedes de Siracusa, 
Euclides, Arquitas de Tarento, los alejandrinos Ctesi-
bio, Herón y Papo, Vitruvio, Frontino, Apolodoro de 
Damasco y Filón de Bizancio. Muchos de ellos habían 
sido tanto técnicos muy admirados como autores 
de tratados. En el caso de Arquímedes, sus tratados 
sobre hidrostática y mecánica (y los relatos épicos 
frecuentes de la época romana sobre sus máquinas) 
tuvieron una influencia especial a la hora de crear un 
espacio social respetable para el ingeniero renacentista. 
11  Dos ejemplos importantes que tenemos hoy en día son el arquetipo florentino de la 
Biblioteca Dominicana de San Marcos y la Biblioteca Malatestiana, perfectamente con-
servada, del monasterio franciscano de Cesena.
manuscritos relativos a los diseños de las máquinas, 
el Opusculum de architectura10, Francesco di Gior-
gio Martini, al dedicárselo a Federico da Montefeltro, 
duque de Urbino, subrayó que debía, como hicieron 
Alejandro Magno y César Augusto antes que él, dotar-
se de un arquitecto conocedor de máquinas como 
Dinócrates de Rodas (siglos IV-III a. C.) o Marco Vitru-
vio Polión (ca. 80 a. C.-post. 15 d. C.).
Cabe además señalar que en las cortes era más fácil 
derribar ciertas barreras epistemológicas que acom-
pañaban a la división tradicional de los conocimientos 
profesionales urbanos, donde por un lado estaban los 
teóricos (instruidos en las universidades en las lenguas 
científicas de la época —latín y griego antiguo—, y que 
se dedicaban a la medicina, el derecho, la filosofía o 
la teología) y por otro, en un escalón social inferior, 
se encontraban los artesanos, instruidos en un taller 
a través de un sistema corporativo de oficios manua-
10  Di Giorgio Martini, 1474-1482, f. I.
La falta, por lo general, de ilustraciones en los trata-
dos clásicos sobre máquinas se presentaba entonces 
como un desafío filológico.
Diversos médicos de la Universidad de Padua escri-
bieron tratados ilustrados sobre máquinas12, a veces 
incluso aventurándose en su construcción: con base 
en un modelo de una máquina perdida de Arquíme-
des, el doctor Giovanni Dondi (1318-1388), amigo de 
Petrarca (y, como él, vinculado a la corte de los Viscon-
ti de Milán), fue el primero en construir un autómata 
que funcionaba plenamente, capaz de mostrar todos 
los movimientos conocidos de la teoría de los plane-
12  Entre estos médicos-mecánicos recordamos algunos ejemplos: Guido da Vigevano 
(ca. 1280-ca. 1349), empleado de la corte imperial y de la corte del rey de Francia, escri-
bió un tratado ilustrado de poliorcética, el Texaurus regis Francie, inspirado en el De re 
militari de Sexto Julio Frontino (ca. 40-104), en el Epitoma rei militaris de Publio Vegezio 
Renato (siglos IV-V) y en el Parangelmata poliorcetica de Herón de Bizancio (siglos X-XI), 
a su vez inspirado en el Πολιορκητικά de Apolodoro de Damasco (ca. 50-105), el gran inge-
niero del emperador Trajano. Otro médico que estudió en la Universidad de Padua, famo-
so porsu tratado ilustrado sobre máquinas bélicas, el Bellifortis, que se nos ha transmiti-
do en muchísimas copias, y que data de alrededor de 1405, fue el alemán Konrad Kyeser 
(1366-post. 1405). Concebido para un gran señor, primero se dedicó al rey de Bohemia, 
Wenceslao, y luego al rey Roberto III de Alemania (Da Vigevano, 1335; Frontino, 1574; 
Allmand, 2011; Herón de Bizancio, siglo XI; Apollodorus Mechanicus, 2012; Kyeser, 1967).
INGENIERÍA CIVIL Y SABER TÉCNICO EN LAS CORTES DEL RENACIMIENTO EUROPEOel ingenio al servicio de poder
3. Francesco di Giorgio Martini, Trattato di architettura civile e 
militare, Biblioteca Medicea Laurenziana, Ms. Ashb. 361, c. 43v
4. Giovanni de Dondi, Astrario, 1961 – 1963, inv. 5869, Museo Nazionale della 
Scienza e della Tecnologia Leonardo da Vinci.
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tas13. Para ilustrar la construcción de esta maravillosa 
máquina, escribió un manual ilustrado: el Tractatus 
astrarii14. Otro médico, Giovanni Fontana (1395-1455), 
escribió obras ilustradas de máquinas de diferentes 
tipos, como vehículos autopropulsados, autómatas, 
fuentes, cerraduras con combinación y demás curio-
sidades mecánicas15. 
No solo los médicos se ocupaban del estudio de las 
máquinas: el escultor y notario sienés Mariano di 
Jacopo, alias el Taccola (1381-1453), considerado el 
Arquímedes de Siena, se dedicaba a la recopilación 
de compendios ilustrados de máquinas ingeniosas 
bélicas y civiles. Entró en el séquito del emperador 
Segismundo, y quizá incluso interactuó con la corte 
papal. Parece que el Taccola (al igual que el Fontana o 
el Dondi) se movía con una soltura inusual de la teoría 
a la práctica. Sin embargo, no sabemos hasta qué 
punto estos eruditos eran también artesanos cualifica-
dos o simplemente inventores teóricos o diseñadores 
con hombres dedicados a su labor como ejecutores. 
Los dos tratados del Taccola, el De ingegneis y el De 
machinis, tuvieron una gran influencia sobre la cultura 
de las máquinas del Renacimiento16. 
Recientemente se ha descubierto otro interesante 
tratado ilustrado sobre maquinaria hidráulica que se 
puede encuadrar en esta tradición. Se trata de la obra 
del alemán Konrad Gruter von Werden (ca. 1370-post. 
1424) titulada De aquarum conductibus, molendi-
nis aliisque machinis et aedificiis (1424). Gruter había 
estudiado en la Universidad de Colonia, entre 1391 y 
1393, y se había mudado después a Italia, donde pasó 
muchos años trabajando para varios nobles. Sabe-
mos que en la corte del papa Bonifacio IX se ocupa-
ba de la experimentación con diferentes máquinas. Su 
libro, escrito en 1424 en Venecia (a pocos kilómetros 
del centro universitario de Padua), se lo dedicó al rey 
escandinavo Erik VII, y describe muchas máquinas 
13  La construcción del astrarium, así se llamaba la máquina, se prolongó durante un total 
de dieciséis años (1348-1364 o 1365-1381). La labor de sustituir el astrarium, ya estropea-
do por la oxidación y el desgaste, fue entonces del microcosmos de Juanelo Turriano, 
elaborado a mediados del siglo XVI para el emperador Carlos V, el nuevo soberano de 
Milán (Pesenti, 1992; Zanetti, 2017).
14  Dondi, 2003.
15  Fontana, 1984.
16  Doti, 2008. Si se piensa, por ejemplo, en la obra de Los veintiún libros de los ingenios 
y máquinas de Juanelo.
hombres que accedían a estos oficios eran artesa-
nos capaces de escribir y leer (normalmente solo en 
lengua vulgar) y hacer cálculos, que procedían de 
gremios de orfebres, herreros, carpinteros, pintores, 
escultores y picapedreros. Por lo tanto, ocupaban 
una posición social inferior a la de los profesionales 
formados en las universidades, como los humanis-
tas a los que hemos mencionado. 
Fue gracias a los humanistas que el término «ingeg-
nator/ingegnarius» se fue imponiendo progre-
sivamente a expresiones de matiz clásico como 
«mechanicus» y «architectus», y se convirtieron así 
en términos perfectamente intercambiables duran-
te el Renacimiento23. Ello, en línea con la tesis de 
Burckhardt, hizo que progresivamente surgieran, de 
las clases tradicionalmente subordinadas, persona-
23  Arquímedes, en los textos clásicos romanos, no era citado como «ingeniero», sino 
como «mecánico» (en las variantes latinas de «machinator» o «mechanicus»), un término 
ambiguo en la Edad Media, dado que se usaba para definir cualquier profesión manual y, 
por lo tanto, jerárquicamente inferior a las ciencias especulativas. No obstante, quienes 
leían los textos clásicos eran muy conscientes de la dignidad que implicaba esta termi-
nología. «Machinator» iba, de hecho, acompañado de «inventor», y presuponía un gran 
nivel intelectual (Tito Livio, 1814, liber XXIV, cap. XXXIV, p. 147). Un pasaje del matemático 
griego Papo de Alejandría (ca. 290-ca. 350) nos ayuda a comprender mejor el valor 
semántico de dicho concepto en la época clásica. Papo escribe que en el campo de la 
mecánica: «Las artes más necesarias son: la de levantar peso, cuyos propios exponentes 
según los clásicos se denominaban mecánicos (ya que por medio de máquinas levanta-
ban grandes pesos moviéndolos, contra la naturaleza, con fuerzas inferiores); la de los fa-
bricantes de instrumentos necesarios para la guerra, también estos llamados mecánicos 
(de hecho, enviaban a gran distancia proyectiles de piedra, hierro y similares con armas 
arrojadizas fabricadas por ellos); la de los constructores de máquinas propiamente di-
chas (que elevaban fácilmente el agua a grandes profundidades con herramientas espe-
ciales fabricadas por ellos). Los clásicos llamaban mecánicos también a los constructores 
de maravillas […] también llamamos mecánicos a los expertos en construcción de plane-
tarios, que hacen modelos del cielo a través del movimiento continuo y circular del agua. 
De todos estos dicen que fue Arquímedes de Siracusa quien determinó las causas y las 
leyes: solo este, de hecho, hasta nuestro tiempo, y con una mente versátil e inventiva, las 
practicó todas» (Russo, 2019, pp. 55-56). Aquí se ve como los grandes mecánicos de la 
Antigüedad clásica se ocupaban indiscriminadamente de las ya citadas cuatro tipologías 
de máquinas: las de levantar pesos, las de lanzar proyectiles, las de elevar agua y las 
de construir autómatas planetarios y relojes hidráulicos. La ambigüedad del valor del 
término «mecánico» se vio frecuentemente superada por la adopción de otro sinónimo 
que hoy en día nos resulta difícil de comprender, ya que su esfera semántica se ha re-
ducido y cristalizado considerablemente con el tiempo: nos referimos al término griego 
latinizado «architectus», a veces expresado en la variante morfológica «architector». El 
texto que más contribuyó a la dignidad de los ingenieros renacentistas lo escribió un 
constructor de máquinas bélicas que se definía como «architectus»: Vitruvio. Aunque las 
copias manuscritas del texto de Vitruvio ya circulaban desde hacía siglos, es durante el 
Renacimiento (gracias también a las obras de divulgación, ilustración e imprenta) cuan-
do esta obra se vuelve conocida entre los artesanos, que la estudian y la toman como 
modelo (Long, 2011, pp. 62-93). Sobre la historia del término «arquitecto», ver Merrill, 
2017. Sobre la complicada situación institucional de los arquitecto-ingenieros en Milán, 
donde surge además su primera asociación en el siglo XVI, ver Repishti, 2007. Sobre la 
ingeniería hidráulica en el Renacimiento, ver Fiocca, Lamberini y Maffioli, 2003. Este era 
un machinator de la época de Augusto, primer emperador romano, al cual le dedicó su 
De architectura. Como en el pasaje de Papo citado, vemos que también en esta obra las 
máquinas bélicas y civiles, los relojes de agua y los autómatas formaban parte del bagaje 
de conocimientos del que un architectus debía presumir. De hecho, según Vitruvio, un 
arquitecto tenía que ser un experto en todas las ciencias teóricas (Marco Vitruvio Polión, 
1521, liber I, passim).
hidráulicas vistas en diferentes lugaresde Italia17.
La riqueza del panorama de las máquinas italianas 
descritas por Gruter también la advirtió el prelado 
bizantino Basilio Besarión (1403-1472), quien más 
tarde se convirtió en cardenal de la Iglesia católica. 
Al haber viajado a Italia con el emperador de Cons-
tantinopla para concluir la unión, en clave antitur-
ca, de la Iglesia ortodoxa con la católica, Besarión 
habría admirado la superioridad de las máquinas 
utilizadas en Italia frente a aquellas en los territo-
rios del Imperio bizantino18. Según Besarión, estos 
conocimientos avanzados sobre mecánica habrían 
podido ayudar a contener la expansión turca19. La 
tradición que Besarión admiraba, no obstante, no 
era aquella tradición culta y documentalista de los 
médicos-mecánicos, sino sobre todo la concreta 
de los ingenieros «iletrados» (como más tarde se 
declararía Leonardo da Vinci); es decir, sin forma-
ción universitaria en latín20. El término «ingeniero» 
es de tradición latino-medieval, y está etimológi-
camente ligado al concepto de la dote intelectual 
concedida por Dios: «ingenium»21. La utilidad de las 
profesiones matemáticas prácticas, como la cons-
trucción de estructuras, infraestructuras y máquinas 
bélicas, había empujado a los regímenes medieva-
les a implantar espacios administrativos dedicados 
a las mismas: durante los siglos XII y XIII, los munici-
pios de la Italia central y septentrional y los regíme-
nes señoriales que les sustituyeron, crearon oficinas 
públicas para «ingenieros», figuras que anterior-
mente estaban vinculadas a campañas militares y 
a las que además se referían como «mecánicos» o 
«machinatores»22. No obstante, con la única excep-
ción de Milán en el siglo XVI, no existían escuelas 
o gremios donde se pudiera obtener tal título. Los 
17  Gruter, 2006.
18  La ceremonia de unificación de las dos iglesias se celebró bajo la cúpula de Santa 
María del Fiore, en Florencia, recién terminada gracias a los conocimientos de ingeniería 
de Filippo Brunelleschi y sus ayudantes. La cúpula florentina superó a sus modelos: el 
Panteón y Santa Sofía (Haines, 2012).
19  Keller, 1955.
20  Giorgione, 2019, p. 15.
21  Vérin, 1993, pp. 19-36. Por ejemplo, en el cenotafio cuatrocentista de Filippo Bru-
nelleschi en la Catedral de Florencia se lee que este inventó sus máquinas con ingenio 
divino: «Quantum Philippus architectus arte dedalea aluerit cum huius celeberrimi templi 
mira testudo tum plures machinae divino ingenio ab eo adinventae documento esse 
possunt. Quapropter ob eximias sui animi dotes singulares que virtutes […]» (Zanetti, 
2017, p. 334).
22  Zanetti, 2017, p. 331.
lidades hasta entonces invisibles24. El mensaje que 
llegaba de autores clásicos como Horacio, Séneca 
y Juvenal era que la virtud, entendida como fuerza 
interior, era la verdadera fuente de la nobleza: virtus 
vera nobilitas est25. Estas palabras, reforzadas por 
el mensaje cristiano de que el talento había que 
cultivarlo, abrieron vías interesantes para artesanos 
ambiciosos de gran habilidad e ingenium.
Al igual que «machinator/mechanicus», «architec-
tor/architectus» también es un nombre en latín de 
raíz helenística. A diferencia del primero, sin embar-
go, el segundo tenía una connotación extra de 
prestigio: el prefijo «����-» («arkhi-», «jefe»), unido 
a «������» («tékt�n», «constructor») indicaba, de 
hecho, una supremacía en una obra. Al principio 
de su tratado, Vitruvio esboza el perfil profesional 
del architectus, para el cual no bastaba con ser un 
teórico puro, ya que así sería incapaz de poner en 
práctica sus propios inventos, ni tampoco con ser 
un práctico puro, ya que sin conocimientos teóricos 
se vería reducido a ser el mero ejecutor material de 
proyectos ajenos. Un arquitecto debía, por lo tanto, 
formarse en varios campos del conocimiento, tanto 
prácticos como teóricos. De hecho, para Vitruvio, la 
«ciencia» (o el conocimiento sistemático) era hija 
de la práctica y de la teoría26. Autoridades clásicas 
importantísimas como Platón, Aristóteles y Plinio el 
Viejo ratificaban la dignidad intelectual del arquitec-
to clásico. 
Filippo Brunelleschi (1377-1446), que representa el 
arquetipo del ingeniero renacentista, era orfebre de 
formación; lleno de admiración por la Antigüedad 
clásica, se hizo famoso sobre todo por resucitar un 
estilo arquitectónico que se inspiraba profundamen-
te en el arte clásico, por dirigir la obra que supuso la 
elevación de la mayor cúpula conocida hasta enton-
ces (tras haber diseñado nuevas máquinas para ello) 
24  La heterogeneidad de la formación técnica de los ingenieros renacentistas es quizá la 
prueba más evidente de la importancia de las dotes individuales, y no profesionales, para 
resolver problemas prácticos a través de las matemáticas aplicadas, una característica 
que sugiere una cierta ambición y orgullo individual.
25  Skinner, 2002, pp. 132-133.
26  Marco Vitruvio Polión, 1521, liber I, f. IIv. Entre finales del siglo XIV y finales del XV, 
el análisis de esta unión entre práctica y teoría se hizo cada vez más importante para 
los ingenieros-arquitectos de la Italia centroseptentrional; por ejemplo, son célebres los 
debates que se produjeron en la obra de la Catedral de Milán en Ars y Scientia (Acker-
man, 1949).
INGENIERÍA CIVIL Y SABER TÉCNICO EN LAS CORTES DEL RENACIMIENTO EUROPEOel ingenio al servicio de poder
198 199
y por inventar el sistema matemático de represen-
tación tridimensional de los cuerpos (perspectiva 
matemática con un punto central de fuga). Siguien-
do la pauta habitual de Vitruvio y Arquímedes, Fili-
ppo también se dedicó a la relojería y a proyectos 
de ingeniería militar y naval27. 
Las máquinas, ya fuese para uso militar o civil, se 
convirtieron en este contexto en un símbolo reconoci-
ble, y cada vez más necesario, de la magnificencia del 
príncipe. Federico da Montefeltro, duque de Urbino, 
que se presentaba como un nuevo césar28, mandó 
esculpir fuera de palacio, a modo de respaldo para un 
amplio banco de piedra, una teoría de máquinas en 
bajorrelieve29. El autor fue el pintor sienés Frances-
co di Giorgio Martini (1439), estudioso de los códi-
ces del Taccola y experto en el mantenimiento de los 
acueductos sieneses30. Los ingenieros de su genera-
ción empezaron a usar la perspectiva matemática de 
Brunelleschi para hacer que los diseños de las máqui-
nas fueran cada vez más creíbles. El más famoso de 
todos ellos fue Leonardo, que hizo suyo el modelo de 
Francesco di Giorgio Martini31. 
La entrada definitiva de los temas sobre ingeniería en 
el currículo humanístico llevó a una racionalización 
27  Galluzzi, 1998; Fondelli, 2000. Cabe destacar que algunas fuentes nos revelan como 
el famoso matemático florentino Paolo dal Pozzo Toscanelli (1397-1482) gozaba de una 
importancia especial debido a su amistad con figuras clave en el desarrollo de la inge-
niería renacentista. Entre 1415 y 1424 Paolo dal Pozzo Toscanelli estudió medicina en la 
célebre Universidad de Padua. Al volver a Florencia, la familia de Médici lo contrató como 
«astrólogo judicial». Los Médici, aunque oficialmente eran ciudadanos de una república, 
tenían un control amplio de la economía y la política florentina. Su entourage puede ser, 
por lo tanto, considerado al nivel de una corte. Las actividades de Filippo Brunelleschi, 
Leon Battista Alberti y de los más grandes artistas e intelectuales florentinos de la época 
estaban a menudo condicionadas, cuando no financiadas, incluso, por los Médici (Mol-
ho, 1979). Paolo entabló amistad con Filippo Brunelleschi e hizo de mediador cultural 
para él, divulgando lo que ya había aprendido de los textos latinos de matemáticas (por 
ejemplo, sabemos que contaba con un tratado de Arquímedes). Los inventos de Brune-
lleschi reflejaron esta interacción, desde las máquinas de Vitruvio y Arquímedes, hasta 
las historias del propio Vitruvio y de Plinio el Viejo sobre los sistemasde construcción de 
espacios de realidad virtual en los teatros a través de esquemas geométricos (Mahn-Lot, 
1986). Un literato como Leon Battista Alberti (1404-1472) se entusiasmó con los éxitos de 
su amigo Brunelleschi. En su De re aedificatoria, Alberti se afianzó como nuevo Vitruvio. 
Él también se formó en el culto mundo humanista de Padua y Bolonia, y más tarde pasó 
a trabajar para la corte papal, desde donde entabló relaciones de colaboración arquitec-
tónica e ingenieril, dejándonos construcciones importantes con los Gonzaga, señores de 
Mantua, y con Segismundo Pandolfo Malatesta, señor de Rímini (Grafton, 2000). Este 
último fue el mecenas de Roberto Valturio (1405-1475), autor del primer tratado ilustra-
do publicado sobre máquinas, el De re militari, herencia de los manuscritos que hemos 
considerado previamente. 
28  En su maravilloso studiolo de taracea, instaló un retrato al óleo en el que se veía al 
príncipe de armas concentrado en la lectura para celebrar su doble esencia de noble 
condotiero y virtuoso hombre de cultura.
29  En parte extraídas de la obra de Valturio.
30  Fiore y Cieri Via, 1997.
31  Vecce, 2017, pp. 8, 93-94. 
de los proyectos urbanos. Reflexiones cada vez más 
orgánicas concernían a la organización de las infraes-
tructuras de la ciudad. En Milán, un artesano apasio-
nado por las antigüedades como el toscano Anto-
nio Averlino, alias Filarete, dejó una idea visionaria 
de reforma urbana y se encargó de la construcción 
del hospital público32. Continuando en Milán, también 
son famosos los proyectos urbanísticos desarrollados 
décadas después por Leonardo. En la corte papal (ya 
de vuelta a Roma hacia la mitad del siglo XV tras el 
cisma y los diversos conflictos con la nobleza local), 
Alberti participó en el proyecto inicial de la renovatio 
urbis: de hecho, a partir de la mitad del siglo XV, Roma 
se convirtió en un gran emplazamiento de construc-
ción destinado a transformar una ciudad vestigio de 
la grandeza del pasado en el magnífico centro univer-
sal del cristianismo que hoy en día conocemos33. 
32  Antonio Averlino, 1972. 
33  Gualandi, 2007.
10. Cabestrante, Relieve del friso que representa las 
máquinas del Palacio Ducal de Urbino de un diseño 
de Francesco di Giorgio Martini , último cuarto del 
siglo XV
6. Sierra hidraulica., Relieve del friso que 
representa las máquinas del Palacio Ducal de 
Urbino de un diseño de Francesco di Giorgio 
Martini, último cuarto del siglo XV
7. Martinete, Relieve del friso que representa las 
máquinas del Palacio Ducal de Urbino de un diseño 
de Francesco di Giorgio Martini , último cuarto del 
siglo XV
8. Elevador de agua, Relieve del friso que 
representa las máquinas del Palacio Ducal de 
Urbino de un diseño de Francesco di Giorgio 
Martini , último cuarto del siglo XV
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9. Tornillo de Arquimedes, Relieve del friso que 
representa las máquinas del Palacio Ducal de 
Urbino de un diseño de Francesco di Giorgio 
Martini, último cuarto del siglo XV
5. Jacobus Strada, Kunstliche Abriß allerhand Wasser Wind Roß 
und Handt Mühlen[…],1618, Museo Nazionale della Scienza e 
della Tecnologia Leonardo da Vinci
200 201
Se llamaba a ingenieros del centro y del norte de Italia 
para levantar obeliscos caídos y erigir fábricas como 
nunca antes se había visto. En la corte papal se promo-
vieron obras importantes de traducción de los tratados 
de Arquímedes34. 
Pero Roma no había solo una: la segunda Roma era 
Constantinopla. Caída en manos turcas en 1453, había 
entrado en competición como la Roma islámica contra 
la Roma cristiana. El sultán se declaró como autén-
tico heredero de los emperadores romanos, y finan-
ciaba obras destinadas a demostrar la superioridad 
del nuevo régimen respecto a los poderes cristianos 
imperial y papal35. Los sultanes también empezaron a 
34  Leeuwen, 2012.
35  Necipoğlu, 2010.
de una larga lista de nuevas incorporaciones de inge-
nieros milaneses que llevaron adelante las imponentes 
estructuras de la tercera Roma38. 
Los modelos de Vitruvio y de Arquímedes empujaron 
a los ingenieros de la Italia del Renacimiento a presen-
tarse como técnicos e intelectuales, promoviendo el 
mercado de la divulgación de los textos técnicos clási-
cos, y presentándose como autores de tratados ilustra-
dos: son famosos los bocetos preparatorios con leyendas 
de los ya mencionados Francesco di Giorgio y Leonardo 
da Vinci39. La mayoría de los constructores de máquinas 
conservaban manuales de taller con bocetos y explica-
ciones para su uso por parte de los futuros maestros allí 
destinados, permitiendo así una importante transferencia 
38  Labowsky, 1967; Ghisetti Giavarina, 1997.
39  Rivera, 1984, pp. 144-148.
invertir en grandes obras arquitectónicas y de ingenie-
ría, de las cuales el cristiano renegado Sinan (formado 
como carpintero y comandante de las catapultas de 
los jenízaros) fue el arquitecto e ingeniero principal36. 
Fue entonces cuando surgió una tercera Roma en la 
lejana Rusia, gracias al compromiso antiturco del ya 
mencionado cardenal Besarión, que envió al príncipe 
Iván la insignia imperial, y a Zoe, una esposa de sangre 
imperial bizantina que pudiese transmitir a los sobera-
nos rusos (en el futuro se llamarían «zar», forma abre-
viada de «césar») la legitimidad necesaria para dispu-
tarle a los turcos el dominio de los territorios de los 
cristianos ortodoxos. Bajo esta perspectiva estratégi-
ca, Besarión también apoyaba la idea de Venecia como 
heredera de la Roma republicana y una nueva Atenas, el 
único baluarte antiotomano del Mediterráneo. Le dejó 
a la República de San Marco su impresionante biblio-
teca de manuscritos griegos, fuente de conocimientos 
técnicos que fueron muy importantes para el desarrollo 
de la ciencia de la ingeniería: la mecánica37. 
En el momento de la dolorosa caída de Constantinopla, 
el cardenal Besarión había sido nombrado gobernador 
papal de Bolonia. Allí, en 1455, fue testigo del increíble 
desplazamiento a lo largo de trece metros de una torre 
de mampostería de veinticinco metros de alto. Esto fue 
posible gracias a un ingenioso sistema de cabestrantes 
diseñados e instalados por el ingeniero del municipio, 
Aristóteles Fioravanti de Bolonia (ca. 1420-ca. 1486). 
Él, como Brunelleschi, era orfebre de formación, pero 
luego pasó al gremio de albañiles. Impresionado por 
esto, Besarión lo premió con una considerable suma de 
oro. La ciudad de Venecia y las cortes de Roma, Mantua, 
Nápoles, Milán y Hungría encargaban obras civiles 
y militares a este ingeniero, hasta que se fue a Rusia. 
De hecho, en Moscú, la tercera Roma, el conocimiento 
de la ingeniería no estaba a la altura de las aspiracio-
nes imperiales. A Aristóteles lo llamaron para dotar de 
máquinas y dirigir la obra de la catedral del Kremlin, 
visto que los trabajadores locales no conseguían llevar 
a buen puerto tan ambiciosos proyectos. Aristóteles, 
que ya no pudo regresar a su patria (porque, muy a su 
pesar, quedó retenido en aquella corte como ingeniero 
de obras civiles y militares), también fue responsable 
36  Necipoğlu, 2005.
37  Rose y Drake, 1971; Rose, 1973; Helbing, 2008. Sobre la política constructiva de la 
República y sus referencias clásicas, ver Concina, 2006. 
transgeneracional de conocimientos40. Otros ingenieros, 
como fray Giocondo, enviado, como Leonardo, a servir 
al rey Leonardo de Francia, ilustraron el tratado de Vitru-
vio y lo enviaron a imprenta en 1511. Diez años después, 
un discípulo de Leonardo, Cesare Cesariano, publicó la 
primera edición ilustrada en italiano del mismo libro41. 
Este humus cultural es la base de la gran ventura que 
llevó a tantos ingenieros del centro y del norte de Italia 
a servir en las cortes europeas del siglo XVI. La versati-
lidad de su formación mixta, tanto teórica como prác-tica, y su dignidad vitruvio-arquimediana hicieron de la 
ingeniería un tema de interés para los hombres cultos 
y poderosos de la época, quienes entendieron bien el 
poder de la mecánica en sus proyectos de dominio 
práctico y psicológico. 
40  Rivera, 1984, pp. 144-148.
41  Rivera, 1984, pp. 144-148.
11. Domenico Fontana, Della trasportatione dell’obelisco vaticano et delle 
fabriche di nostro signore Papa Sixto V, 1590-1603, Biblioteca Nacional 
de España, ER/1959, lámina 8.
12. Hans Burgkmair, Triumph of the Emperor Maximilian I, Victoria and Albert Museum, 
inv. 13079:98.
INGENIERÍA CIVIL Y SABER TÉCNICO EN LAS CORTES DEL RENACIMIENTO EUROPEOel ingenio al servicio de poder
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