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CARL G. HEMPEL 
FILOSOFÍA 
DE LA 
CIENCIA NATURAL 
FILOSOFÍA Y PENSAMIENTO 
Alianza Editorial 
2. LA INVESTIGACION CIENTIFICA: 
INVENCION Y CONTRASTACION 
1. Un caso histórico a título de ejemplo 
Como simple ilustración de algunos aspectos importantes de la 
investigación científica, parémonos a considerar los trabajos de 
Semmelweis en relación con la fiebre puerperal. Ignaz Semmelweis, 
un médico de origen húngaro, realizó esos trabajos entre 1844 y 1848 
en el Hospital General de Viena. Como miembro del equipo médico 
de la Primera División de Maternidad del hospital, Semmelweis se 
sentía angustiado al ver que una gran proporción de las mujeres que 
habían dado a luz en esa división contraía una seria y con frecuencia 
fatal enfermedad conocida como fiebre puerperal o fiebre de post-
parto. En 1844, hasta 260, de un total de 3.157 madres de la Di-
visión Primera —un 8,2 % — murieron de esa enfermedad; en 1845, 
el índice de muertes era del 6,8 %, y en 1846, del 11,4. Estas cifras 
eran sumamente alarmantes, porque en la adyacente Segunda Divi-
sión de Maternidad del mismo hospital, en la que se hallaban ins-
taladas casi tantas mujeres como en la Primera, el porcentaje de 
muertes por fiebre puerperal era mucho más bajo: 2,3, 2,0 y 2,7 en 
16 
2. . La investigación científica 17 
los mismos años. En un libro que escribió más tarde sobre las cau-
sas y la prevención de la fiebre puerperal, Semmelweis relata sus 
esfuerzos por resolver este terrible rompecabezas 
Semmelweis empezó por examinar varias explicaciones del fenó-
meno corrientes en la época; rechazó algunas que se mostraban in-
compatibles con hechos bien establecidos; a otras las sometió a 
contrastación. 
Una opinión ampliamente aceptada atribuía las olas de fiebre 
puerperal a «influencias epidémicas», que se describían vagamente 
como «cambios atmosférico-cósmico-telúricos», que se extendían por 
distritos- enteros y producían la fiebre puerperal en mujeres que se 
hallaban de postparto. Pero, ¿cómo —argüía Semmelweis— podían 
esas influencias haber infestado durante años la División Primera 
y haber respetado la Segunda? Y ¿cómo podía hacerse compatible 
esta concepción con el hecho de que mientras la fiebre asolaba el 
hospital, apenas se producía caso alguno en la ciudad de Viena o 
sus alrededores? Una epidemia de verdad, como el cólera, no sería 
tan selectiva. Finalmente, Semmelweis señala que algunas de las 
mujeres internadas en la División Primera que vivían lejos del hos-
pital se habían visto sorprendidas por los dolores de parto cuando 
iban de camino, y habían dado a luz en la calle; sin embargo, a 
pesar de estas condiciones adversas, el porcentaje de muertes por 
fiebre puerperal entre estos casos de «parto callejero» era más bajo 
que el de la División Primera. 
Según otra opinión, una causa de mortandad en la División Pri-
mera era el hacinamiento. Pero Semmelweis señala que de hechc 
el hacinamiento era mayor en la División Segunda, en parte comc 
consecuencia de los esfuerzos desesperados de las pacientes para evi 
tar que las ingresaran en la tristemente célebre División Primera 
1 El relato de la labor desarrollada por Semmelweis y de las dificultade: 
con que tropezó constituye una página fascinante de la historia de la medicina 
Un estudio detallado, que incluye traducciones y paráfrasis de grandes parte; 
de los escritos de Semmelweis, se puede encontrar en el libro de W. J . Sinclai 
Semmelweis: His Life and His Doctrine (Manchcster, Manchester Universir 
Press, 1909). Las breves frases citadas en este capítulo están tomadas de est 
obra. Los hitos fundamentales en la carrera de Semmelweis están recogidos ei 
el primer capítulo del libro de P. de Kruif Men Against Dealb (Nueva Yorl 
Harcourt, Brace & World, Inc., 1932). 
18 Filosofía de la Ciencia Natural 
Semmelweis descartó asimismo dos conjeturas similares haciendo 
notar que no había diferencias entre las dos divisiones en lo que 
se refería a la dieta y al cuidado general de las pacientes. 
En 1846, una comisión designada para investigar el asunto atri-
buyó la frecuencia de la enfermedad en la División Primera a las 
lesiones producidas por los reconocimientos poco cuidadosos a que 
sometían a las pacientes los estudiantes de medicina, todos los cuales 
realizaban sus prácticas de obstetricia en esta División. Semmelweis 
señala, para refutar esta opinión, que (a) las lesiones producidas 
naturalmente en el proceso del parto son mucho mayores que las 
que pudiera producir un examen poco cuidadoso; (b) las comadro-
nas que recibían enseñanzas en la División Segunda reconocían a 
sus pacientes de modo muy análogo, sin por ello producir los mis-
mos efectos; (c) cuando, respondiendo al informe de la comisión, se 
redujo a la mitad el número de estudiantes y se restringió al mínimo 
el reconocimiento de las mujeres por parte de ellos, la mortalidad, 
después de un breve descenso, alcanzó sus cotas más altas. 
Se acudió a varías explicaciones psicológicas. Una de ellas hacía 
notar que la División Primera estaba organizada de tal modo que 
un sacerdote que portaba los últimos auxilios a una moribunda tenía 
que pasar por cinco salas antes de llegar a la enfermería: se soste-
nía que la aparición del sacerdote, precedido por un acólito que 
hacía sonar una campanilla, producía un efecto terrorífico y debili-
tante en las pacientes de las salas y las hacía así más propicias a 
contraer la fiebre puerperal. En la División Segunda no se daba este 
factor adverso, porque el sacerdote tenía acceso directo a la enfer-
mería. Semmelweis decidió someter a prueba esta suposición. Con-
venció al sacerdote de que debía dar un rodeo y suprimir el 
toque de campanilla para conseguir que llegara a la habitación de 
la enferma en silencio y sin ser observado. Pero la mortalidad no 
decreció en la División Primera. 
A Semmelweis se le ocurrió una nueva idea: las mujeres, en la 
División Primera, yacían de espaldas; en la Segunda, de lado. Aun-
que esta circunstancia le parecía irrelevante, decidió, aferrándose a 
un clavo ardiendo, probar a ver si la diferencia de posición resultaba 
significativa. Hizo, pues, que las mujeres internadas en la División 
Primera se acostaran de lado, pero, una vez más, la mortalidad 
continuó. 
2. . La investigación científica 19 
Finalmente, en 1847, la casualidad dio a Semmelweis la clave 
para la solución del problema. Un colega suyo, Kolletschka, recibió 
una herida penetrante en un dedo, producida por el escalpelo de un 
estudiante con el que estaba realizando una autopsia, y murió des-
pués de una agonía durante la cual mostró los mismos síntomas que 
Semmelweis había observado en las víctimas de la fiebre puerperal. 
Aunque por esa época no se había descubierto todavía el papel de 
los microorganismos en ese tipo de infecciones, Semmelweis com-
prendió que la «materia cadavérica» que el escalpelo del estudiante 
había introducido en la corriente sanguínea de Kolletschka había 
sido la causa de la fatal enférmedad de su colega, y las semejanzas 
entre el curso de la dolencia de Kolletschka y el de las mujeres de 
su clínica llevó a Semmelweis a la conclusión de que sus pacientes 
habían muerto por un envenenamiento de la sangre del mismo tipo: 
él, sus colegas y los estudiantes de medicina habían sido los porta-
dores de la materia infecciosa, porque él y su equipó solían llegar 
a las salas inmediatamente después de realizar disecciones en la sala 
de autopsias, y reconocían a las parturientas después de haberse 
lavado las manos sólo de un modo superficial, de modo que éstas 
conservaban a menudo un característico olor a suciedad. 
Una vez más, Semmelweis puso a prueba esta posibilidad. Argu-
mentaba él que si la suposición fuera correcta, entonces se podría 
prevenir la fiebre puerperal destruyendo químicamente el material 
infeccioso adherido a las manos. Dictó, por tanto, una orden por 
la que se exigía a todos los estudiantes de medicina que se lavaran 
las manos con una solución dé cal cloruradaantes de reconocer a 
ninguna enferma. La mortalidad puerperal comenzó a decrecer, y en 
el año 1848 descendió hasta el 1,27 % en la División Primera, frente 
al 1,33 de la Segunda. 
En apoyo de su idea, o, como también diremos, de su hipótesis, 
Semmelweis hace notar además que con ella se explica el hecho de 
que la mortalidad en la División Segunda fuera mucho más baja: 
en ésta las pacientes estaban atendidas por comadronas, en cuya 
preparación no estaban incluidas las prácticas de anatomía mediante 
la disección de cadáveres. 
La hipótesis explicaba también el hecho de que la mortalidad 
fuera menor entre los casos de «parto callejero»: a las mujeres que 
llegaban con el niño en brazos casi nunca se las sometía a recono-
20 Filosofía de la Ciencia Natural 
cimiento después de su ingreso, y de este modo tenían mayores po-
sibilidades de escapar a la infección. 
Asimismo, la hipótesis daba cuenta del hecho de que todos los 
recién nacidos que habían contraído la fiebre puerperal fueran hijos 
de madres que habían contraído la enfermedad durante el parto; 
porque en ese caso la infección se le podía transmitir al niño antes 
de su nacimiento, a través de la corriente sanguínea común de madre 
e hijo, lo cual, en cambio, resultaba imposible cuando la madre esta-
ba sana. 
Posteriores experiencias clínicas llevaron pronto a Semmelweis 
a ampliar su hipótesis. En una ocasión, por ejemplo, él y sus colabo-
radores, después de haberse desinfectado cuidadosamente las manos, 
examinaron primero a una parturienta aquejada de cáncer cervical 
ulcerado; procedieron luego a examinar a otras doce mujeres de 
la misma sala, después de un lavado rutinario, sin desinfectarse 
de nuevo. Once de las doce pacientes murieron de fiebre puerperal. 
Semmelweis llegó a la conclusión de que la fiebre puerperal podía 
ser producida no sólo por materia cadavérica, sino también por 
«materia pútrida procedente de organismos vivos». 
2. Etapas fundamentales en la contrastación 
de una hipótesis 
Hemos visto cómo, en su intento de encontrar la causa de la 
fiebre puerperal, Semmelweis sometió a examen varias hipótesis que 
le habían sido sugeridas como respuestas posibles. Cómo se llega en 
un principio a esas hipótesis es una cuestión compleja que estudia-
remos más adelante. Antes de eso, sin embargo, veamos cómo, una 
vez propuesta, se contrasta una hipótesis. 
Hay ocasiones en que el procedimiento es simplemente directo. 
Pensemos en las suposiciones según las cuales las diferencias en el 
número de enfermos, o en la dieta, o en los cuidados generales, 
explicaban las diferencias en la mortalidad .entre las dos divisiones. 
Como señala Semmelweis, esas hipótesis están en conflicto con he-
chos fácilmente observables. No existen esas diferencias entre las 
dos divisiones; las hipótesis, por tanto, han de ser rechazadas como 
falsas. 
2. . La investigación científica 21 
Pero lo normal es que la contrastación sea menos simple y di-
recta. Tomemos la hipótesis que atribuye el alto índice de morta-
lidad en la División Primera al terror producido por la aparición 
del sacerdote con su acólito. La intensidad de ese terror, y espe-
cialmente sus efectos sobre la fiebre puerperal, no son tan directa-
mente identificables como las diferencias en el número de enfermos 
o en la dieta, y Semmelweis utiliza un método indirecto de contras-
tación. Se pregunta a sí mismo: ¿Qué efectos observables —si los 
hay— se producirían en el caso de que la hipótesis fuera verdadera? 
Y argumenta: si la hipótesis fuese verdadera, entonces un cambio 
apropiado en los procedimientos del sacerdote iría seguido de un 
descenso en la mortalidad. Comprueba mediante un experimento 
muy simple si se da esta implicación; se encuentra con que es falsa, 
y, en consecuencia, rechaza la hipótesis. 
De modo similar, para contrastar la conjetura relativa a la posi-
ción de las mujeres durante el parto, razona del siguiente modo: 
si la conjetura fuese verdadera, entonces la adopción, en la División 
Primera, de la posición lateral reduciría la mortalidad. Una vez más, 
la experimentación muestra que la implicación es falsa, y se descarta 
la conjetura. 
En los dos últimos casos, la contrastación está basada en un razo-
namiento que consiste en decir que si la hipótesis considerada, lla-
mémosle H, es verdadera, entonces se producirán, en circunstancias 
especificadas (por ejemplo, si el sacerdote deja de atravesar las salas, 
o si las mujeres adoptan la posición de lado), ciertos sucesos obser-
vables (por ejemplo, un descenso en la mortalidad); en pocas pala-
bras, si H es verdadera, entonces también lo es I, donde I es un 
enunciado que describe los hechos observables que se espera se pro-
duzcan. Convengamos en decir que I se infiere de, o está implicado 
por, H; y llamemos a I una implicación contrastadora de la hipóte-
sis H. (Más adelante daremos una descripción más cuidadosa de la 
relación entre I y H.) 
En nuestros dos últimos ejemplos, los experimentos mostraban 
que la implicación contrastadora era falsa, y, de acuerdo con ello, 
se rechazaba la hipótesis. El razonamiento que llevaba a ese rechazo 
podría esquematizarse del siguiente modo: 
22 Filosofía de la Ciencia Natural 
Si H es verdadera, entonces también lo es I. 
2a] Pero (como se muestra empíricamente) I no es verdadera. 
H no es verdadera. 
Toda inferencia de esta forma, llamada en lógica modus tollens2, 
es deductivamente válida; es decir, que si sus premisas (los enun-
ciados escritos encima de la línea horizontal) son verdaderas, enton-
ces su conclusión (el enunciado que figura debajo de la línea) es 
indefectiblemente verdadera también. Por tanto, si las premisas de (2a) 
están adecuadamente establecidas, la hipótesis H que estamos some-
tiendo a contrastación debe ser rechazada. 
Consideremos ahora el caso en que la observación o la experi-
mentación confirman la implicación contrastadora, I. De su hipótesis 
de que la fiebre puerperal es un envenenamiento de la sangre pro-
ducido por materia cadavérica, Semmelweis infiere que la adopción 
de medidas antisépticas apropiadas reducirá el número de muertes 
por esa enfermedad. Esta vez los experimentos muestran que la 
implicación contrastadora es verdadera. Pero este resultado favorable 
no prueba de un modo concluyente que la hipótesis sea verdadera, 
porque el razonamiento en que nos hemos basado tendría la forma 
siguiente: 
Si H es verdadera, entonces también lo es I. 
2b] (Como se muestra empíricamente) I es verdadera. 
H es verdadera. 
Y este modo de razonar, conocido con el nombre de falacia de 
afirmación de consecuente, no es deductivamente válido, es decir, 
que su conclusión puede ser falsa, aunque sus premisas sean verda-
deras 3. De hecho, la propia experiencia de Semmelweis puede servir 
para ilustrar este punto. La versión inicial de su explicación de la 
fiebre puerperal como una forma de envenenamiento de la sangre 
presentaba la infección con materia cadavérica esencialmente como 
2 Para más detalles, véase otro volumen de esta misma serie: W. Salmón, 
Logic, PP- 24-25. [Hay una versión castellana de este libro publicada por la 
editorial UTEHA, de Méjico.] 
3 Véase Salmón, Logic, pp. 27-29. 
2. . La investigación científica 23 
la única causa de la enfermedad; y Semmelweis estaba en lo cierto 
al argumentar que si esta hipótesis fuera verdadera, entonces la 
destrucción de las partículas cadavéricas mediante el lavado anti-
séptico reduciría la mortalidad. Además, su experimento mostró que 
la implicación contrastadora era verdadera. Por tanto, en este caso 
las premisas de (2b) eran ambas verdaderas. Sin embargo, su hipó-
tesis era falsa, porque, como él mismo descubrió más tarde, la 
materia en proceso de putrefacción procedente de organismos vivos 
podía producir también la fiebre puerperal. 
Así, pues, el resultado favorable de una contrastación, es decir, 
el hecho de que una implicación contrastadora inferida de una hipó-
tesis resulte ser verdadera, no prueba que la hipótesislo sea tam-
bién. Incluso en el caso de que hayan sido confirmadas mediante 
contrastación cuidadosa diversas implicaciones de una hipótesis, in-
cluso en ese caso, puede la hipótesis ser falsa. El siguiente razona-
miento incurre también en la falacia de afirmación de consecuente: 
Si H es verdadera, entonces lo son también I¡, h , . . . , I„. 
2c] (Como se muestra empíricamente), h , h , In, son todas 
verdaderas. 
H es verdadera. 
También esto se puede ilustrar por referencia a la hipótesis final 
de Semmelweis en su primera versión. Como antes señalamos, la 
hipótesis de Semmelweis entraña también las implicaciones contras-
tadoras de que entre los casos de parto callejero ingresados en la 
División Primera el porcentaje de muertes por fiebre puerperal sería 
menor que el de la División, y que los hijos de madres que habían 
escapado a la enfermedad no contraerían la fiebre; estas" implica-
ciones fueron también corroboradas por la experiencia —y ello a 
pesar de que la primera versión de la hipótesis final era falsa. 
Pero la advertencia de que un resultado favorable en todas cuan-
tas contrastaciones hagamos no proporciona una prueba concluyente 
de una hipótesis no debe inducirnos a pensar que después de haber 
sometido una hipótesis a una serie de contrastaciones, siempre con 
resultado favorable, no estamos en una situación más satisfactoria 
que si no la hubiéramos contrastado en absoluto. Porque cada una 
de esas contrastaciones podía muy bien haber dado un resultado 
24 Filosofía de la Ciencia Natural 
desfavorable y podía habernos llevado al rechazo de la hipótesis. 
Una serie de resultados favorables obtenidos contrastando distintas 
implicaciones contrastadoras, h, h, . . . , I„, de una hipótesis, muestra 
que, en lo concerniente a esas implicaciones concretas, la hipótesis 
ha sido confirmada; y si bien este resultado no supone una prueba 
completa de la hipótesis, al menos le confiere algún apoyo, una cierta 
corroboración o confirmación parcial de ella. El grado de esta con-
firmación dependerá de diversos aspectos de la hipótesis y de .los 
datos de la contrastación. Todo esto lo estudiaremos en el Capítulo 4. 
Tomemos ahora otro ejemplo \ que atraerá también nuestra aten-
ción sobre otros aspectos de la investigación científica. 
En la época de Galileo, y probablemente mucho antes, se sabía 
que una bomba aspirante que\extrae agua de un pozo por medio de 
un pistón que se puede hacer subir por el tubo de la bomba, no 
puede elevar el agua arriba de 34 pies por encima de la superficie 
del pozo. Galileo se sentía intrigado por esta limitación y sugirió 
una explicación, que resultó, sin embargo, equivocada. Después de 
la muerte de Galileo, su discípulo Torricelli propuso una nueva 
respuesta. Argüía que la tierra está rodeada por un mar de aire, 
que, por razón de su peso, ejerce presión sobre la superficie de 
aquélla, y que esta presión ejercida sobre la superficie del pozo 
obliga al agua a ascender por el tubo de la bomba cuando hacemos 
subir el pistón. La altura máxima de 34 pies de la columna de agua 
expresa simplemente la presión total de la atmósfera sobre la super-
ficie del pozo. 
Evidentemente, es imposible determinar, por inspección u obser-
vación directa, si esta explicación es correcta, y Torricelli la sometió 
a contrastación por procedimientos indirectos. Su argumentación fue 
la siguiente: si la conjetura es verdadera, entonces la presión de la 
atmósfera sería capaz también de sostener una columna de mercurio 
proporcionalmente más corta; además, puesto que la gravedad espe-
cífica del mercurio es aproximadamente 14 veces la del agua, la lon-
4 Que el lector encontrará desarrollado por extenso en el capítulo 4 del 
fascinante libro de J . B. Conant Science and Common Sense, New Haven, Yale 
University Press, 1951. En el libro de W. F. Magie A Source Book in Pbysics 
(Cambridge, Harvard University Press, 1963, pp. 70-75) aparecen recogidos una 
carta de Torricelli exponiendo su hipótesis y la contrastación a que la sometió, 
y un relato, por un testigo presencial, del experimento del Puy-de-Dôme. 
2. . La investigación científica 25 
gitud de la columna de mercurio mediría aproximadamente 34/14 pies, 
es decir, algo menos de dos pies y medio. Comprobó esta implicación 
contrastadora por medio de un artefacto ingeniosamente simple, que 
era, en efecto, el barómetro de mercurio. El pozo de agua se sustituye 
por un recipiente abierto que contiene mercurio; el tubo de la 
bomba aspirante se sustituye por un tubo de cristal cerrado por un 
extremo. El tubo está completamente lleno de mercurio y queda 
cerrado apretando el pulgar contra el extremo abierto. Se invierte 
después el tubo, el extremo abierto se sumerge en el mercurio, y se 
retira el pulgar; la columna de mercurio desciende entonces por el 
tubo hasta alcanzar una altura de 30 pulgadas: justo como lo había 
previsto la hipótesis de Torricelli. 
Posteriormente, Pascal halló una nueva implicación contrastadora 
de esta hipótesis. Argumentaba Pascal que si el mercurio del baró-
metro de Torricelli está contrapesado por la presión del aire sobre 
el recipiente abierto de mercurio, entonces la longitud de la columna 
disminuiría con la altitud, puesto que el peso del aire se hace menor. 
A requerimiento de Pascal, esta implicación fue comprobada por 
su cuñado, Périer, que midió la longitud de la columna de mercurio 
al pie del Puy-de-Dôme, montaña de unos 4.800 pies, y luego trans-
portó cuidadosamente el aparato hasta la cima y repitió la medición 
allí, dejando abajo un barómetro de control supervisado por un ayu-
dante. Périer halló que en la cima de la montaña la columna de 
mercurio era más de tres pulgadas menor que al pie de aquélla, 
mientras que la longitud de la columna en el barómetro de control 
no había sufrido cambios a lo largo del día. 
3. El papel de la inducción en la 
investigación científica 
Hemos examinado algunas investigaciones científicas en las cua-
les, ante un problema dado, se proponían respuestas en forma de 
hipótesis que luego se contrastaban derivando de ellas las apropiadas 
implicaciones contrastadoras, y comprobando éstas mediante la obser-
vación y la experimentación. 
Pero, ¿cómo se llega en un principio a las hipótesis adecuadas? 
Se ha mantenido a veces que esas hipótesis se infieren de datos 
26 Filosofía de la Ciencia Natural 
recogidos con anterioridad por medio de un procedimiento llamado 
inferencia inductiva, en contraposición a la inferencia deductiva, 
de la que difiere en importantes aspectos. 
En una argumentación deductivamente válida, la conclusión está 
relacionada de tal modo con las premisas que si las premisas son 
verdaderas entonces la conclusión no puede dejar de serlo. Esta 
exigencia la satisface, por ejemplo, una argumentación de la siguien-
forma general: 
Si p, entonces q. 
No es el caso que q. 
Ño es el caso que p. 
No es necesaria una larga reflexión para ver que, independiente-
mente de cuáles sean los enunciados concretos con que sustituyamos 
las letras p y q, la conclusión será, con seguridad, verdadera si las 
premisas lo son. De hecho, nuestro esquema representa la forma de 
inferencia llamada modus tollens, a la que ya nos hemos referido. 
El ejemplo siguiente es una muestra de otro tipo de inferencia 
deductivamente válido: 
Toda sal de sodio, expuesta a la llama de un mechero Bunsen, hace 
tomar a la llama un color amarillo. 
Este trozo de mineral es una sal de sodio. 
Este trozo de mineral, cuando se le aplique la llama de un mechero 
Bunsen, hará tomar a la llama un color amarillo. 
De las argumentaciones de este último tipo se dice a menudo que 
van de lo general (en este caso, las premisas que se refieren a todas 
las sales de sodio) a lo particular (una conclusión referente a este 
trozo concreto de sal de sodio). Se dice a veces que, por el contrario, 
las inferencias inductivas parten de premisas que se refieren a casos 
particulares y llevan a una conclusión cuyo carácter es el de una leyo principio general. Por ejemplo, partiendo de premisas según las 
cuales cada una de las muestras concretas de varias sales de sodio 
que han sido aplicadas hasta ahora a la llama de un mechero Bunsen 
ha hecho tomar a la llama un color amarillo, la inferencia inductiva 
—se supone— lleva a la conclusión general de que todas las sales 
2. . La investigación científica 27 
de sodio, cuando se les aplica la llama de un mechero Bunsen, 
tiñen de amarillo la llama. Pero es obvio que en este caso la verdad 
de las premisas no garantiza la verdad de la conclusión; porque 
incluso si es el caso que todas las muestras de sales de sodio hasta 
ahora examinadas vuelven amarilla la llama de Bunsen, incluso en 
ese caso, queda la posibilidad de que se encuentren nuevos tipos de 
sal de sodio que no se ajusten a esta generalización. Además, pudiera 
también ocurrir perfectamente que algunos de los tipos de sal de 
sodio que han sido examinados con resultado positivo dejen de satis-
facer la generalización cuando se encuentren en condiciones físicas 
especiales (campos magnéticos muy intensos, o algo parecido), bajo 
las cuales no han sido todavía sometidas a prueba. Por esta razón, 
con frecuencia se dice que las premisas de una inferencia inductiva 
implican la conclusión sólo con un grado más o menos alto de proba-
bilidad, mientras que las premisas de una inferencia deductiva im-
plican la conclusión con certeza. 
La idea de que, en la investigación científica, la inferencia induc-
tiva que parte de datos recogidos con anterioridad conduce a prin-
cipios generales apropiados aparece claramente en la siguiente des-
cripción idealizada del proceder de un científico: 
Si intentamos imaginar cómo utilizaría el método científico... una mente 
de poder y alcance sobrehumanos, pero normal en lo que se refiere a los pro-
cesos lógicos de su pensamiento, el proceso sería el siguiente: En primer lugar, 
se observarían y registrarían todos los hechos, sin seleccionarlos ni hacer con-
jeturas a priori acerca de su relevancia. En segundo lugar, se analizarían, 
compararían y clasificarían esos hechos observados y registrados, sin más 
hipótesis ni postulados que los que necesariamente supone la lógica del pensa-
miento. En tercer lugar, a partir de este análisis de los hechos se harían genera-
lizaciones inductivas referentes a las relaciones, clasificatorias o causales, entre 
ellos. En cuarto lugar, las investigaciones subsiguientes serían deductivas tanto 
como inductivas, haciéndose inferencias a partir de generalizaciones previamente 
establecidas 5. 
Este texto distingue cuatro estadios en una investigación cientí-
fica ideal: (1),observación y registro de todos los hechos; (2) aná-
5 A. B'. Wolfe: «Functional Economics». En R. G . . Tugwell (ed.), The 
Trend of Economics. Nueva York, Alfred A. Knopf, Inc., 1924, p. 450 (las cur-
sivas son del autor). 
28 Filosofía de la Ciencia Natural 
lisis y clasificación de éstos; (3) derivación inductiva de generaliza-
ciones a partir de ellos, y (4) contrastación ulterior de las generali-
zaciones. Se hace constar explícitamente que en los dos primeros 
estadios no hay hipótesis ni conjeturas acerca de cuáles puedan ser 
las conexiones entre los hechos observados; esta restricción parece 
obedecer a la idea de que esas ideas preconcebidas resultarían tenden-
ciosas y comprometerían la objetividad científica de la investigación. 
Pero la concepción formulada en el texto que acabamos de citar 
—y a la que denominaré la concepción inductivista estrecha de la 
investigación científica— es insostenible por varias razones. Un bre-
ve repaso de éstas puede servirnos para ampliar y suplementar nues-
tras observaciones anteriores sobre el modo de proceder científico. 
En primer lugar, una investigación científica, tal como ahí nos 
la presentan, es impracticable. Ni siquiera podemos dar el primer 
paso, porque para poder reunir todos los hechos tendríamos que 
esperar, por decirlo así, hasta el fin del mundo; y tampoco podemos 
reunir todos los hechos dados hasta ahora, puesto que éstos son infi-
nitos tanto en número como en variedad. ¿Hemos de examinar, por 
ejemplo, todos los granos de arena de todos los desiertos y de todas 
las playas, y hemos de tomar nota de su forma, de su peso, de su 
composición química, de las distancias entre uno y otro, de su tem-
peratura constantemente cambiante y de su igualmente cambiante 
distancia al centro de la Luna? ¿Hemos de registrar los pensamientos 
fluctuantes que recorren nuestra mente en los momentos de can-
sancio? ¿Las formas de las nubes que pasan sobre nosotros, el color 
cambiante del cielo? ¿La forma y la marca de nuestros utensilios 
de escritura? ¿Nuestras biografías y las de nuestros colaboradores? 
Después de todo, todas estas cosas, y otras muchas, están entre «los 
hechos que se han dado hasta ahora». 
Pero cabe la posibilidad de que lo que se nos exija en esa pri-
mera fase de la investigación científica sea reunir todos los hechos 
relevantes. Pero ¿relevantes con respecto a qué? Aunque el autor no 
hace mención de este punto, supongamos que la investigación se re-
fiere a un problema específico. ¿Es que no empezaríamos, en ese 
caso, haciendo acopio de todos los hechos —o, mejor, de todos los 
datos disponibles-^- que sean relevantes para ese problema? Esta 
noción no está todavía clara. Semmelweis intentaba resolver un pro-
blema específico, y, sin embargo, en diferentes etapas de su inda-
2. . La investigación científica 29 
gación, reunió datos completamente heterogéneos. Y con razón; 
porque el tipo concreto de datos que haya que reunir no está 
determinado por el problema que se está estudiando, sino por el 
intento de respuesta que el investigador trata de darle en forma de 
conjetura o hipótesis. Si suponemos que las muertes por fiebre puer-
peral se incrementan a causa de la aparición terrorífica del sacerdote 
y su acólito con la campanilla de la muerte, habría que reunir, como 
datos relevantes, los que se produjeran como consecuencia del cambio 
de recorrido del presbítero; hubiera sido, en cambio, completamente 
irrelevante comprobar lo que sucedería si los médicos y los estudian-
tes se hubieran desinfectado las manos antes de reconocer a sus 
pacientes. Con respecto a la hipótesis de Semmelweis de la contami-
nación eventual, sin embargo, los datos del último tipo hubieran sido 
—es claro— relevantes, e irrelevantes por completo los del primero. 
Los «hechos» ó hallazgos empíricos, por tanto, sólo se pueden 
cualificar como lógicamente relevantes o irrelevantes por referencia 
a una hipótesis dada, y no por referencia a un problema dado. 
Supongamos ahora que se ha propuesto una hipótesis H como 
intento de respuesta a un problema planteado en una investigación: 
¿qué tipo de datos serían relevantes con respecto a H ? Los ejemplos 
que hemos puesto al principio sugieren una respuesta: Un dato que 
hayamos encontrado es relevante con respecto a H si el que se dé 
o no se dé se puede inferir de H. Tomemos, por ejemplo, la hipótesis 
de Torricelli. Como vimos, Pascal infirió de ella que la columna de 
mercurio de un barómetro sería más corta si transportásemos el ba-
rómetro a una montaña. Por tanto, cualquier dato en el sentido de 
que este hecho se había producido en un caso concreto es relevante 
para las hipótesis; pero también lo sería el dato de que la longitud 
de la columna de mercurio había permanecido constante o que había 
decrecido y luego había aumentado durante la ascensión, porque esos 
datos habrían refutado la implicación contrastadora de Pascal, y, por 
ende, la hipótesis de Torricelli. Los datos del primer tipo podrían 
ser denominados datos positiva o favorablemente relevantes a la 
hipótesis; los del segundo tipo serían datos negativa o desfavorable-
mente relevantes. 
En resumen: la máxima según la cual la obtención de datos de-
bería realizarse sin la existencia de hipótesis antecedentes que sir-
vieran para orientarnos acerca de las conexiones entre los hechos que30 Filosofía de la Ciencia Natural 
se están estudiando es una máxima que se autorrefuta, y a la que la 
investigación científica no se atiene. Al contrario: las hipótesis, en 
cuanto intentos de respuesta, son necesarias para servir de guía a 
la investigación científica. Esas hipótesis determinan, entre otras 
cosas, cuál es el tipo de datos que se han de reunir en un momento 
dado de una investigación científica. 
Es interesante señalar que los científicos sociales que intentan 
someter a prueba una hipótesis que hace referencia al vasto conjunto 
de datos recogidos por la U. S. Bureau of the Census (Oficina 
Estadounidense del Censo) o por cualquier otra organización de reco-
gida de datos, se encuentran a veces con la contrariedad de que los 
valores de alguna variable que juega un papel central en la hipótesis 
no han sido registrados sistemáticamente. Esta observación no debe, 
desde luego, interpretarse como una crítica de la recogida de datos: 
los que se encuentran implicados en el proceso intentan sin duda 
seleccionar aquellos hechos que puedan resultar relevantes con 
respecto a futuras hipótesis; al hacerla, lo único que queremos es 
ilustrar la imposibilidad de reunir «todos los datos relevantes» sin 
conocimiento de las hipótesis con respecto a las cuales tienen rele-
vancia esos datos. 
Igual crítica podría hacérsele al segundo estadio que Wolfe dis-
tingue en. el pasaje citado. Un conjunto de «hechos» empíricos se 
puede analizar y clasificar de muy diversos modos, la mayoría de 
los cuales no serían de ninguna utilidad para una determinada inves-
tigación. Semmelweis podría haber clasificado a las mujeres ingre-
sadas en la maternidad siguiendo criterios tales como la edad, lugar 
de residencia, estado civil, costumbres dietéticas, etc.; pero la infor-
mación relativa a estos puntos no hubiera proporcionado la clave para 
determinar las probabilidades de que una paciente contrajera la fiebre 
puerperal. Lo que Semmelweis buscaba eran criterios que fueran 
significativos en este sentido; y a estos efectos, como él mismo 
acabó por demostrar, era esclarecedor fijarse en aquellas mujeres 
que se hallaban atendidas por personal médico cuyas manos estaban 
contaminadas; porque la mortalidad por fiebre puerperal tenía que 
ver con esta circunstancia, o con este tipo de pacientes. 
Así, pues, para que un modo determinado de analizar y clasificar 
los hechos pueda conducir a una explicación de los fenómenos en 
cuestión debe estar basado en hipótesis acerca de cómo están conec-
2. . La investigación científica 31 
tados esos fenómenos; sin esas hipótesis, el análisis y la clasificación 
son ciegos. 
Nuestras reflexiones críticas sobre los dos primeros estadios de 
la investigación —tal como se nos presentan en el texto citado— 
descartan la idea de que las hipótesis aparecen sólo en el tercer 
estadio, por medio de una inferencia inductiva que parte de datos 
recogidos con anterioridad. Hemos de añadir, sin embargo, algunas 
otras observaciones a este respecto. 
La inducción se concibe a veces como un método que, por me-
dio de reglas aplicables mecánicamente, nos conduce desde los hechos 
observados a los correspondientes principios generales. En este caso, 
las reglas de la inferencia inductiva proporcionarían cánones efectivos 
del descubrimiento científico; la inducción sería un procedimiento 
mecánico análogo al familiar procedimiento para la multiplicación 
de enteros, que lleva, en un número finito de pasos predeterminados 
y realizables mecánicamente, al producto correspondiente. De hecho, 
sin embargo, en este momento no disponemos de ese procedimiento 
general y mecánico de inducción; en caso contrario, difícilmente 
estaría hoy sin resolver el muy estudiado problema del origen del 
cáncer. Tampoco podemos esperar que ese procedimiento se descubra 
algún día. Porque —para dar sólo una de las razones— las hipótesis 
y teorías científicas están usualmente formuladas en términos que 
no aparecen en absoluto en la descripción de los datos empíricos 
en que ellas se apoyan y a cuya explicación sirven. Por ejemplo, 
las teorías acerca de la estructura atómica y subatómica de la materia 
contienen términos tales como «átomo», «electrón», «protón», «neu-
trón», «función psi», etc.; sin embargo, esas teorías están basadas 
en datos de laboratorio acerca de los espectros de diversos gases, 
trayectorias de partículas en las cámaras de niebla y de burbujas, 
aspectos cuantitativos de ciertas reacciones químicas, etc., todos los 
cuales se pueden describir sin necesidad de emplear estos «términos 
teóricos». Las reglas de inducción, tal como se conciben en el texto 
citado, tendrían, por tanto, que proporcionar un procedimiento me-
cánico para construir, sobre la base de los datos con que se cuenta, 
una hipótesis o teoría expresada en términos de algunos conceptos 
completamente nuevos, que hasta ahora nunca se habían utilizado 
en la descripción de los datos mismos. Podemos estar seguros de 
que ninguna regla mecánica conseguirá esto. ¿Cómo podría haber, 
32 Filosofía de la Ciencia Natural 
por ejemplo, una regla general que, aplicada a los datos de que dis-
ponía Galileo relativos a los límites de efectividad de las bombas 
de succión, produjera, mecánicamente, una hipótesis basada en el 
concepto de un mar de aire? 
Cierto que se podrían arbitrar procedimientos mecánicos para 
«inferir» inductivamente una hipótesis sobre la base de una serie 
de datos en situaciones especiales, relativamente simples. Por ejem-
plo, si se ha medido la longitud de una barra de cobre a diferentes 
temperaturas, los pares resultantes de valores asociados de la tem-
peratura y la longitud se pueden representar mediante puntos en un 
sistema plano de coordenadas, y se los puede unir con una curva 
siguiendo alguna regla determinada para el ajuste de curvas. La curva, 
entonces, representa gráficamente una hipótesis general cuantitativa 
que expresa la longitud de la barra como función específica de su 
temperatura. Pero nótese que esta hipótesis no contiene términos 
nuevos; es formulable en términos de los conceptos de temperatura 
y longitud, que son los mismos que se usan para describir los datos. 
Además, la elección de valores «asociados» de temperatura y longi-
tud como datos presupone ya una hipótesis que sirve de guía; a 
saber, la hipótesis de que con cada valor de la temperatura está 
asociado exactamente un valor de la longitud de la barra de cobre, 
de tal modo que su longitud es únicamente función de su tempera-
tura. El trazado mecánico de la curva sirve entonces tan sólo para 
seleccionar como apropiada una determinada función. Este punto es 
importante; porque supongamos que en lugar de una barra de cobre 
examinamos una masa de nitrógeno encerrada en un recipiente cilin-
drico cuya tapadera es un pistón móvil, y que medimos su volumen 
a diferentes temperaturas. Si con esto intentáramos obtener a partir 
de nuestros datos una hipótesis general que representara el volumen 
del gas como una función de su temperatura, fracasaríamos, porque 
el volumen de un gas es, a la vez, una función de su temperatura 
y de la presión ejercida sobre él, de modo que, 3 la misma tempe-
ratura, el gas en cuestión puede tener diferentes volúmenes. 
Así, pues, incluso en estos casos tan simples los procedimientos 
mecánicos para la construcción de una hipótesis juegan tan sólo un 
papel parcial, pues presuponen una hipótesis antecedente, menos 
específica (es decir, que una determinada variable física es una fun-
2. . La investigación científica 33 
ción de otra variable única), a la que no se puede llegar por el mismo 
procedimiento. 
No hay, por tanto, «reglas de inducción» generalmente aplicables 
por medio de las cuales se puedan derivar o inferir mecánicamente 
hipótesis o teorías a partir de los datos empíricos. La transición de 
los datos a la teoría requiere imaginación creativa. Las hipótesis y 
teorías científicas no se derivan de los hechos observados, sino que se 
inventan paradar cuenta de ellos. Son conjeturas relativas a las co-
nexiones que se pueden establecer entre los fenómenos que se están 
estudiando, a las uniformidades y regularidades que subyacen a 
éstos. Las «conjeturas felices» 6 de este tipo requieren gran inventiva, 
especialmente si suponen una desviación radical de los modos corrien-
tes del pensamiento científico, como era el caso de la teoría de la 
relatividad o de la teoría cuántica. El esfuerzo inventivo requerido 
por la investigación científica saldrá beneficiado si se está completa-
mente familiarizado con los conocimientos propios de ese campo. 
Un principiante difícilmente hará un descubrimiento científico de 
importancia, porque las ideas que puedan ocurrírsele probablemente 
no harán más que repetir las que ya antes habían sido puestas a 
prueba o, en otro caso, entrarán en colisión con hechos o teorías 
comprobados de los que aquél no tiene conocimiento. 
Sin embargo, los procesos mediante los que se llega a esas con-
jeturas científicas fructíferas no se parecen a los procesos de inferen-
cia sistemática. El químico Kekulé, por ejemplo, nos cuenta que 
durante mucho tiempo intentó sin éxito hallar una fórmula de la 
\ 
6 Esta caracterización había sido ofrecida ya por William Whcwell en su 
obra The Philosophy of the Inductive Sciences, 2. a ed., Londres, John W. Parkes, 
1847, II , 41. Whewell habla también de la «invención» como «parte de la 
inducción» (p. 46). En la misma línea, Popper califica a las hipótesis y teorías 
científicas de «conjeturas»; véase, por ejemplo, el ensayo «Science: Conjectures 
and Refutations», en su libro Conjectures and Refutations, Nueva York y 
Londres, Basic Books, 1962. [Hay versión castellana: El desarrollo del conoci-
miento científico. Conjeturas y refutaciones. Tr. de Néstor Míguez. Buenos 
Aires, Paidós, 1967.] Incluso A. B. Wolfe, cuya concepción estrechamente induc-
tivista del proceder científico ideal hemos citado antes, insiste en que «la mente 
humana limitada» tiene que usar «un procedimiento grandemente modificado», 
que requiere imaginación científica y la selección de datos sobre la base de 
algunas «hipótesis de trabajo» (p. 450 del ensayo citado en la nota 5). 
Filosofía de la Ciencia Natural . 2 
34 Filosofía de la Ciencia Natural 
estructura de la molécula de benceno hasta que, una tarde de 1865, 
encontró una solución a su problema mientras dormitaba frente a 
la chimenea. Contemplando las llamas, le pareció ver átomos que 
danzaban serpenteando. De repente, una de las serpientes se asió 
la cola y formó un anillo, y luego giró burlonamente ante él. 
Kekulé se despertó de golpe: se le había ocurrido la idea —ahora 
famosa y familiar— de representar la estructura molecular del 
benceno mediante un anillo hexagonal. El resto de la noche lo pasó 
extrayendo las consecuencias de esta hipótesis1. 
Esta última observación contiene una advertencia importante 
respecto de la objetividad de la ciencia. En su intento de encontrar 
una solución a su problema, el científico debe dar rienda suelta a 
su imaginación, y el curso de su pensamiento creativo puede estar 
influido incluso por nociones científicamente discutibles. Por ejem-
plo, las investigaciones de Kepler acerca del movimiento de los 
planetas estaban inspiradas por el interés de aquél en una doctrina 
mística acerca de los números y por su pasión por demostrar la música 
de las esferas. Sin embargo, la objetividad científica queda salva-
guardada por el principio de que, en la ciencia, si bien las hipótesis 
y teorías pueden ser libremente inventadas y propuestas, sólo pueden 
ser aceptadas e incorporadas al corpus del conocimiento científico 
si resisten la revisión crítica, que comprende, en particular, la com-
probación, mediante cuidadosa observación y experimentación, de 
las apropiadas implicaciones contrastadoras. N 
Es interesante señalar que la imaginación y la libre invención 
juegan un papel de importancia similar en aquellas disciplinas cuyos 
resultados se validan mediante el razonamiento deductivo exclusiva-
mente; por ejemplo, en matemáticas. Porque las reglas de la infe-
rencia deductiva no proporcionan, tampoco, reglas mecánicas de 
descubrimiento. Tal como lo ilustraba nuestra formulación, en las 
páginas anteriores, del modus tollens, estas reglas se expresan por 
lo general en forma de esquemas generales: y cada ejemplificación 
de esos esquemas generales constituye una argumentación deductiva-
7 Cfr. las citas del relato del propio Kekulé en el libro de A. Findlay 
A Hundred Years of Chemistry, 2.a ed. Londres, Gerald Duckworth & Co., 
1948, p. 37; y en el de W. I. B. Beveridge The Art of Scientific Jnvestigation, 
3. a ed. Londres, William Heinemann, Ltd., 1957, p. 56. 
2. . La investigación científica 35 
mente válida. Dadas unas premisas concretas, ese esquema nos señala 
el modo de llegar a una consecuencia lógica. Pero, dado cualquier 
conjunto de premisas, las reglas de la inferencia deductiva señalan 
una infinidad de conclusiones válidamente deducibles. Tomemos, por 
ejemplo, una regla muy simple representada por el siguiente esquema: 
P 
p o q 
La regla nos dice, en efecto, que de la proposición según la cual 
es el caso que p, se sigue que es el caso que p o q, siendo p y q pro-
posiciones cualesquiera. La palabra «o» se entiende aquí en su sen-
tido «no exclusivo», de modo que decir « p o q» es lo mismo que 
decir «o p o q o ambos a la vez». Es claro que si las premisas de una 
argumentación dé este tipo son verdaderas, entonces la conclusión 
debe serlo también; por tanto, cualquier razonamiento que tenga 
esta forma es un razonamiento válido. Pero esta regla, por sí sola, 
nos autoriza a inferir consecuencias infinitamente diferentes a partir 
de una sola premisa. Así, por ejemplo, de «la Luna no tiene atmós-
fera», nos autoriza a inferir un enunciado cualquiera de la forma 
«la Luna no tiene atmósfera o q», donde, en lugar de q, podemos 
escribir un enunciado cualquiera, sea verdadero o falso; por ejemplo, 
«la atmósfera de la Luna es muy tenue», «la Luna está deshabitada», 
«el oro es más denso que la plata», «la plata es más densa que el 
oro», etc." (Es interesante —y no resulta nada difícil— probar que 
en castellano se pueden construir infinitos enunciados diferentes; 
cada uno de ellos puede servir para sustituir a la variable q.) 
Hay, desde luego, otras reglas de la. inferencia deductiva que hacen 
mucho mayor la variedad de enunciados derivables de una premisa 
o conjunto de premisas. Por tanto, dado un conjunto de enunciados 
tomados como premisas, las reglas de deducción no marcan una 
dirección fija a nuestros procedimientos de inferencia. No nos señalan 
un enunciado como «la» conclusión que ha de derivarse de nuestras 
premisas, ni nos indican cómo obtener conclusiones interesantes o 
importantes desde el punto de vista sistemático; no proporcionan 
un procedimiento mecánico para, por ejemplo, derivar teoremas 
matemáticos significativos a partir de unos postulados dados. El 
descubrimiento de teoremas matemáticos importantes, fructíferos, al 
36 Filosofía de la Ciencia Natural 
igual que el descubrimiento de teorías importantes, fructíferas, en 
la ciencia empírica, requiere habilidad inventiva; exige capacidad 
imaginativa, penetrante, de hacer conjeturas. Pero, además, los 
intereses de la objetividad científica están salvaguardados por la 
exigencia de una validación objetiva de esas conjeturas. En mate-
máticas esto quiere decir prueba por derivación deductiva a partir 
de los axiomas! Y cuando se ha propuesto como conjetura una 
proposición matemática, su prueba o refutación requiere todavía 
-inventiva y habilidad, muchas veces de gran altura; porque las 
reglas de la inferencia deductiva no proporcionan tampoco un proce-
dimiento mecánico general para construir pruebas , o refutaciones. 
Su papel sistemático es más modesto: servir como criterios de 
corrección de las argumentaciones que se ofrecen domo pruebas; 
una argumentación constituirá una pruebamatemática válida si llega 
desde los axiomas hasta el teorema propuesto mediante una serie 
de pasos, todos los cuales son válidos de acuerdo con alguna de las 
reglas de la inferencia deductiva. Y comprobar si un argumento 
dado es una prueba válida en este sentido sí que es una tarea pura-
mente mecánica. 
Así, pues, como hemos visto, al conocimiento científico no se 
llega aplicando un procedimiento inductivo de inferencia a datos 
recogidos con anterioridad, sino más bien mediante el llamado «mé-
todo de las hipótesis», es decir, inventando hipótesis a título de 
intentos de respuesta a un problema en estudio, y sometiendo luego 
éstas a la contrastación empírica. Una parte de esa contrastación 
la constituirá el ver si la hipótesis está confirmada por cuantos datos 
relevantes hayan podido ser obtenidos antes de la formulación de 
aquélla; una hipótesis aceptable tendrá que acomodarse a los datos 
relevantes con que ya se contaba. Otra parte de la contrastación 
consistirá en derivar nuevas implicaciones contrastadoras a partir 
de la hipótesis, y comprobarlas mediante las oportunas observaciones 
o experiencias. Como antes hemos señalado, una contrastación con 
resultados favorables, por amplia que sea, no establece una hipótesis 
de modo concluyeme, sino que se limita a proporcionarle un grado 
mayor o menor de apoyo. Por tanto, aunque la investigación cien-
tífica no es inductiva en el sentido estrecho que hemos examinado 
con algún detalle, se puede decir que es inductiva en un sentido 
más amplio, en la medida en que supone la aceptación de hipótesis 
2. . La investigación científica 37 
sobre la base de datos que no las hacen deductivamente concluyentes, 
sino que sólo les .proporcionan un «apoyo inductivo» más o menos 
fuerte, un mayor o menor grado de confirmación. Y las «reglas de 
inducción» han de ser concebidas, en cualquier caso, por analogía 
con las reglas de deducción, como cánones de validación, más bien 
que de descubrimiento. Lejos de generar una hipótesis que da cuenta 
de los resultados empíricos dados, esas reglas presuponen que están 
dados, por una parte, los datos empíricos que forman las «premisas» 
de la «inferencia inductiva» y, por otra parte, una hipótesis de tanteo 
que constituye su «conclusión». Lo que harían las reglas de induc-
ción sería, entonces, formular criterios de corrección de la inferencia. 
Según algunas teorías de la inducción, las reglas determinarían la 
fuerza del apoyo que los datos prestan a la hipótesis, y pueden 
expresar ese apoyo en términos de probabilidades. En los Capítu-
los 3 y 4 estudiaremos varios factores que influyen en el apoyo 
inductivo y en la aceptabilidad de las hipótesis científicas.

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