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II nn dd ii aa ee nn uu nn vv ii ss tt aa zz ooII nn dd ii aa ee nn uu nn vv ii ss tt aa zz oo PERSPECTIVA La cultura de la India se remonta a más de 5000 años de antigüedad. En este largo e ininterrumpido período la cultura de la India se ha ido enriqueciendo también por sucesivas oleadas migratorias que fueron absorbidas por la forma de vida india. Esta variedad de culturas representa un sello distintivo de la India. Su variedad física, religiosa y racial es tan inmensa como su variedad lingüística. Debajo de esta diversidad yace la continuidad de la civilización y la estructura social de la India. La India moderna presenta un pano- rama de unidad en la diversidad. GEOGRAFÍA Situación: Coordinados Geográficos: Hora India Estándar: Área: Prefijo Telefónico del País: Países Fronterizos: Costa India: Clima: Terreno: Recursos Naturales: Riesgos Naturales: Medioambiente-Temas Actuales: Convenios sobre Medioambiente Internacionales Nota: PUEBLO Cuadro Demográfico: Tasa de Crecimiento Demográfico: Tasa de Natalidad: Tasa Mortalidad: Esperanza de Vida: Ratio entre Sexos: Nacionalidad: Grupos Étnicos: Religiones: La península India es separada del Asia continental por las Himalayas. Está rodeada por la Bahía de Bengala al este, el mar arábigo al oeste, y el Océano Indico al sur. Completamente en el hemisferio norte, el país se extiende entre latitudes 8° 4’ y 37° 6’ norte del Ecuador, y longitudes 68°7’ y 97°25’ este de él. GMT + 05:30 3.3 Millones km2 +91 Afganistán y Pakistán al noroeste; China, Bhutan y Nepal al norte; Myanmar al este; y Bangladesh al este de Bengala. Sri Lanka está separada de la India por tan solo un estre- cho, constituido por el Estrecho Palk y el Golfo de Mannar. 7.516,6 km consiste en la parte continental, las Islas Lakshadweep, y las Islas Andaman & Nicobar. El clima de la India se puede clasificar como tropical monzónico. Pese a que la mayor parte del norte del país se ubica más allá de la zona tropical, prácticamente toda la India tiene un clima tropical caracterizado por más bien altas temperaturas y inviernos secos. Cuenta con cuatro estaciones – (i) invierno (diciembre-febrero), (ii) verano (marzo- junio), (iii) monzón sur-oeste (julio-septiembre), y (iv) pos-monzónica (octubre-noviem- bre). La tierra firme consiste en cuatro regiones, a saber, la zona gran montaña, las llanuras gangéticas y del Indo, la región desértica, y la península sureña. Carbón, mineral de hierro, mineral de manganeso, mica, bauxita, petróleo, mineral de titanio, cromo, gas natural, magnesio, piedra caliza, tierra de cultivo, dolomita, barites, caolín, yeso, apatito, fosforito, steatito, fluorito, etc. Inundaciones provocadas por monzones, riadas, sequías, y desprendimientos de tierra. Control de contaminación del aire, conservación de energía, gestión de desechos sólidos, conservación de gas y petróleo, conservación forestal, etc. Declaración de Río sobre Medioambiente y Desarrollo, Protocolo de Cartagena sobre Bio- seguridad, Protocolo de Kyoto - Protocolo de la Convención de Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, Convenio Comercial Mundial, Protocolo Helsinki al LRTAP sobre la reducción de emisiones sulfúricas de óxidos nitrógenos o sus flujos trans- fronterizos (Protocolo Nox), y Protocolo de Ginebra al LRTAP sobre el control de emisio- nes de compuestos orgánicos volátiles o sus flujos transfronterizos (Protocolo de VOCs). La India ocupa la mayor parte del subcontinente sudasiático. India contaba con 1,028 millones de habitantes (532,1 millones varones y 496,4 millo- nes hembras) el 1 de marzo de 2001. 1.93 por ciento durante 1991-2001. 24.8 por mil según el censo de 2001. Tasa de Mortalidad Cruda 8.9 según el censo de 2001. 63.9 años (varones); 66.9 años (hembras) 933 según el censo de 2001 Indio/a Se encuentran entre las gentes de la India todos los cinco tipos raciales mayores del mundo - Australoide, Mongoloide, Europoide, Caucásicos, y Negroide. De acuerdo con el censo de 2001, los Hindues constituían la mayoría con el 80.5 %, los Musulmanes ocupaban el Segundo lugar con el 13.4%, seguidos por Cristianos, los Sijs, los Budistas, los Jainistas, y demás. RedacciónRedacción INDICE 44 NOTA DE LA EMBAJADORA 66 GANESHA Y LOS ELEFANTES INDIOS DR. ENRIQUE GALLUD JARDIEL 1133 CARTA DESDE LA ESENCIA DE LA VIDA ABIGAIL STISIN DEL AGUILA 1166 LA MIRADA SE DESNUDA: LA INDIA Y YO PROF. PEDRO CARRERO ERAS 2244 ECONOMÍA INDIA HACIA CRECIMIENTO ESTABLE ABDUL MAJID PADAR 55 DÉJAME VER LA INDIA CON TUS OJOS - VERÓNICA ARANDA LA INDIA - WILL DURANT 2299 AYURVEDA: MEDICINA TRADICIONAL INDIA DR. BHARAT NEGI 3322 DADIMA KI RASOI LASSI - EL REFRESCO DE SIEMPRE - REDACCIÓN ROGAN JOSH (CORDERO EN SALSA) - MANJULA BALAKRISHNAN 3333 VISITANDO NUESTRO PRADESH UTTAR PRADESH - VIAJAR CON HOLA NAMASTE 3377 BENARÉS - LA CIUDAD DE LA LUZ FÉLIX ROIG Redacción Directora: Suryakanthi Tripathi, Embajadora de la India Jefe de Redacción: Abdul Majid Padar, Primer Secretario Publicado por la Embajada de La India en España Avenida Pío XII, 30-32 - 28016 Madrid página web: http://www.embajadaindia.com correo electrónico: amb@embassyindia.jazztel.es y amajidpadar@embassyindia.jazztel.es Fax: 913 451 112. D. Legal: M-7280-2006 Imprime: Naturprint Estimado lector: Está en sus manos el primer número de Hola Namaste que publicamos con la esperanza de que esta revista de por sí refleje el respeto que mutuamente guardan España y la India a la riqueza y la diver- sidad de las culturas. Como democracias pluralistas España e India tienen mucho que aprender de sus experiencias recíprocas. Aunque ha habido un aumento sustancial en las relaciones entre nuestros dos paí- ses en los últimos años, todavía prevalece el miedo a lo desconocido que impide que éstas alcancen su verdadero potencial. La hospitalidad que se nos ha brindado a los miembros de la Embajada en todas partes de España es conmovedora, y esta revista constituye nuestro homenaje a esta generosidad del pueblo español. Espero que Hola Namaste, que constituyen dos saludos respetuosos de nuestros dos pueblos, motive a sus lectores a contribuir a ampliar el entendimiento actual que nos aproxima cada vez más sobre muchos asuntos y eventos internacionales así como el intercambio bilateral que existe a los niveles político, comercial, cultural y académico. Creo que esta revista va a ser de agrado no sólo del público en España sino que también encon- trará una acogida entre los lectores de habla hispana en América Latina. Huelga decir que abrimos nues- tras puertas no sólo a los indólogos sino también a todo el mundo que desee compartir sus vivencias y experiencias sobre relaciones entre la India y España abarcando cualquier tema desde la inversión, el comercio, la tecnología, la educación, la filosofía, ciencia, literatura, turismo, cocina etc. Será de gran aprecio si las colaboraciones, inclusive con fotos, se nos hacen llegar durante la pri- mera semana de cada mes, preferiblemente por medio de correo electrónico. Las notas se pueden dirigir al Director de Hola Namaste a las señas amajidpadar@embassyindia.jazztel.es Con mis más atentos saludos, Suryakanthi Tripathi Embajadora 44 DÉJAME VER LA INDIA CON TUS OJOS Verónica Aranda Déjame ver la India con tus ojos, divisar cada templo desde tu perspectiva, fundirme en el bullicio de calles infinitas, mezclarme en los colores de saris y mercados. Déjame ver la India con tus ojos, arrojar los relojes al cántaro del Ganges y hacer del tiempo un surco de tranquilos camellos y ser en el paisaje como el loto del agua. Déjame ver la India con tus ojos, acostumbrarme a un norte de yugos y cloacas, pensar que Brahma o Shiva dictaron cada karma, poniendo adobe o mármol en la misma llanura. Déjame ver la India con tus ojos, que cítaras y hogueras me traigan las respuestas... LA INDIA “La India era la madre de nuestra raza y el Sánscrito la madre de las lenguas de Europa. Ella era la madre de nuestrafilosofía, la madre a través de los árabes, del grue- so de nuestras matemáticas, la madre a través del Buda de los ideales encarnados en el Cristianismo, la madre a través de las comunidades rurales del auto-gobierno y la demo- cracia. La India es de muchas maneras la madre de todos nosotros.” Will Durant 55 66 GANESHA Y LOS ELEFANTES INDIOS Antes de cualquier actividad espiri- tual o mundana, desde la más nimia a la más ambiciosa, el pri- mer cuidado del hindú será encomen- darse a Ganesha, el dios-elefante, sím- bolo de la inteligencia y deidad propicia- toria de cualquier tarea o actividad, especialmente las de tipo intelectual o artístico. A esta solemnidad ritual se le denomina mangalâcharana, literalmente «acto auspicioso de reverenciar los pies de la deidad». Sin un momento de aten- ción a Ganesha, ninguna actividad da frutos, ni siquiera la adoración a los otros dioses. Ésta es la creencia del hombre común en la India, porque precisamen- te Ganesha es gana isha, el dios del hombre común. Y aunque este carácter zoomórfico del dios de la inteligencia fue malentendido y ridiculizado por algunos occidentales de renombre — como el mismo John Locke— veremos que el elefante posee desde antiguo para los hindúes las más excelsas con- notaciones. El dios Ganesha es, sin duda, el más querido. Es hijo del dios Shiva y de la diosa Pârvatî y está casado con Siddhi y Buddhi, quienes simbolizan el intelecto y los poderes sobrenaturales, respectiva- mente. Es padre de Kshema (la prospe- ridad) y Lâbha (el provecho). Se le consi- dera el eliminador de problemas, por lo que recibe el nombre de Vighneshvara (“dios de los obstáculos”, aludiendo a que es el dios que acaba con ellos). Se le invoca, como hemos dicho, antes de iniciarse cualquier tipo de solemnidad, viaje o actividad. Es especialmente venerado por estudiantes, escritores y negociantes. La poetisa shivaíta Auvaiyar escribe al respecto: Si adoras a Vinâyaka, de rostro de elefante, tu vida se expandirá ili- mitadamente. Si adoras a Vinâyaka, el del blanco colmillo, tus deseos y tus dudas se desvanecerán. Por ello, adórale, muéstrale tu amor con ofrendas de frutos y flores y mitiga así la carga de las acciones. A muchos de nosotros nos importa especialmente, pues es el dios de la lite- ratura. Según la tradición, él mismo transcribió el Mahâbhârata, el poema épico de la «Gran India», al dictado de Vyâsadeva, al que impuso la condición de que debía contar toda la historia sin detenerse. Como se le rompiese una pluma, Ganesha se arrancó un colmillo de su cabeza de elefante y siguió escri- biendo con él, para no interrumpir el flujo de palabras dictadas. Su función es la de otorgador de poderes, en su aspecto de Siddhipati («señor del poder»), pues es la personi- ficación de la mente de Shiva y reúne en sí los cinco elementos de la creación — tierra, aire, fuego, agua y éter— y maneja Dr. Enrique Gallud Jardiel las fuerzas fundamentales que integran la materia. Su origen es el siguiente: estando la diosa Pârvatî bañándose en sus habitacio- nes fue sorprendida por su esposo, el dios Shiva, por lo que pensó buscar un guardián para su puerta. Con este fin tomó rocío de su cuerpo y barro, y formó a Ganesha. Cuando Shiva quiso entrar, Ganesha se opuso con tanta violencia que hasta golpeó al dios. Furioso, Shiva llamó a sus tropas, para que le matasen. Pero Ganesha les hizo frente, por lo que Shiva puso ante él a la bellísima Mâyâ, la personificación de la ilusión. Mientras Ganesha la contemplaba, el dios le arrojó su tridente y le cortó la cabeza. Pârvatî montó en cólera y devoró a gran parte del ejército del dios. Éste envió a sus emisa- rios hacia el norte con la orden de traer la cabeza del primer animal que encontra- ran, que resultó ser un paquidermo, con objeto de que Ganesha pudiera resucitar. Su cuerpo suele ser de color rojo o amarillo y sus manos son portadoras de una maza, un loto, un nudo corredizo, una concha y un disco arrojadizo, ade- más de un cuenco lleno de arroz o de dulces de los que se alimenta, o de joyas y perlas que derrama sobre sus devotos. Lleva serpientes en los tobillos y en el pecho. Entre sus otros atributos se encuentran el hacha, un doble triden- te, un cuchillo, un arco hecho con una caña de azúcar, un bastón de mando y el focino, usado simbólicamente para eliminar los obstáculos en el camino espiritual. A Ganesha se le representa simbóli- camente por la letra ga (ga) del alfabeto sánscrito y por el signo de la esvástica o sâthiya. Además de Ganesha, veamos qué otros elefantes han obtenido un lugar de importancia en el mundo mitológico hindú. Hay varias leyendas sobre el origen de los elefantes. En diversos purâna o libros de tradiciones mitológicas, se narra el batimiento del Océano de Leche que los dioses llevaron a cabo junto con los demonios para obtener el amrita o néctar de la inmortalidad. Se dispusieron a hacerlo utilizando al monte Mandara como palo y a Vâsukî, rey de los nâga o serpientes semidivinas, como cuerda. Del océano surgieron varios tesoros y seres maravillosos, entre ellos los ele- fantes. Por eso se les considera precio- sos y deben ser protegidos y valorados como joyas. Concretamente se habla de Airâvata, el elefante gigantesco que es cabalgadu- ra de Indra, rey de los dioses. Es el arquetipo zoomórfico de las nubes por- tadoras de lluvia, por lo que su color es blanco. Es la deidad guardiana del Este y defiende ese punto cardinal. Surgió tras el batimiento del océano, pero según 77 otra leyenda, cuando nació el ave Garuda, cabalgadura del dios Vishnu, en el instante en que rompió el huevo, el dios Brahmâ cogió en sus manos las dos mitades de la cáscara y cantó sobre ellas siete melodías celestiales. Airâvata nació entonces de la cáscara de huevo que Brahmâ tenía en la mano derecha. Le siguieron siete machos más. De la cásca- ra de la mano izquierda surgieron ocho hembras y así se formaron los antepasa- dos de todos los elefantes de la tierra. Originariamente los elefantes podían volar, pero en una ocasión se posaron sobre las ramas de un árbol bajo el cual se encontraba el asceta Dîrghatapas y sus seguidores. La rama se rompió y los elefantes aplastaron a algunos de los ascetas. Dîrghatapas les maldijo y desde ese día perdieron sus alas, como se narra en el Vâyupurâna. A Airâvata se le llama también Gajaindra, «el elefante de Indra», y se le relaciona con el fluido vital del cosmos. También se emplea su nombre para designar al arco iris y cierto tipo de relámpago. Su consorte se llama Abhramu (de mu, «formar», y abhra, «nube»: «la que produce nubes»). Este símbolo de un dios védico per- duró en el hinduismo posterior y la rela- ción del elefante con la rama vishnuita se encuentra en esta figura mitológica de Gajendra, gran devoto del dios Vishnu, a quien se llama Karivarada o «protector de los elefantes». Este nom- bre se debe a una leyenda del Bhâgavatapurâna, que cuenta que en los bosques del monte Trikuta vivía el rey de los elefantes, gobernando y pro- tegiendo sabiamente a su manada. En cierta ocasión se dirigió a bañarse en un lago donde moraba un cocodrilo. Éste mordió al elefante en una pata y, por más esfuerzos que hacía el paquidermo, el animal no soltaba su presa. La lucha duró mil años, al cabo de los cuáles la fuerza del elefante comenzó a disminuir, mientras que el cocodrilo mantenía su potencia y su decisión. El elefante empezó a rezar a Vishnu, para que le protegiera. El dios se manifestó y, con su disco, cortó la cabeza del cocodrilo. Según otra versión, el dios no mató al reptil, pues su sola presencia bastó para que ambos animales cesaran en su lucha para reverenciarle. En el contexto indio, el elefante es un símbolo muy variado, distinto al que le adjudicó tradicionalmente Aristóteles o al que menciona la psicología analíti- ca actual. La interpretación más antigua que se conoce de los elefantes los rela- ciona en los Veda con el poder y el esplendor real, asociándolos a los reyes que cabalgaban sobre ellos. Son tam- bién símbolo de estabilidad, solidezy permanencia, de la sabiduría de las eda- des y de la fuerza serena y controlada. Posteriormente, en la etapa búdica y upanishádica, se les asocia con la pure- za, por el hecho de ser vegetarianos, pese a su gran tamaño. Además, el ele- fante atraviesa la selva apartando con su trompa los obstáculos del camino, lo que se puede entender en el sentido del sendero espiritual del que hay que apartar todo lo que entorpece el progre- so. Así, queda identificado con la sabi- duría cercana al hombre, por ser un ani- mal que trabaja junto a él. Concretamente, para los budistas, el elefante es símbolo del poder mental. Al inicio de la meditación, la mente incon- trolada se representa como un elefante de color gris que puede volverse furioso en cualquier momento y destrozar todo lo que encuentre a su paso. Tras practi- car las técnicas de control mental, el intelecto queda simbolizado por un ele- fante blanco que permite ser conducida y que ayuda con gran efectividad a des- truir los obstáculos del camino. Aparte de esta interpretación simbó- lica general se considera a los paquider- mos de maneras muy específicas. En su asociación más antigua representa a la nube y, como tal, puede llegar a ser adorado. Es una nube de lluvia que camina por la tierra y con su presencia mágica, llama a sus parientas celestia- les, las nubes, elefantes del cielo, para que se acerquen. Así, por su asociación con la lluvia, la fertilidad de las cose- chas, el ganado y, en general, el bienes- tar del hombre, se le considera un ani- mal benefactor. De ahí que los reyes críen elefantes para el bienestar de sus súbditos y que en un rito anual dedica- do a la lluvia, la fertilidad de las cose- chas y el bienestar general del reino, se pinte al elefante de blanco con pasta de sándalo y se lo lleve en solemne proce- sión por la capital. Según el Hastâyurveda —tratado específico sobre elefantes que luego mencionaremos—, si no se hiciera así, perecerían todos en el reino, por haber desatendido a una divi- nidad. Lakshmî, la diosa de la prosperidad, esposa de Vishnu, tiene asimismo su vínculo con los paquidermos, en su aspecto de Gajalakshmî («Lakshmî de los elefantes»). Este aspecto aparece de la siguiente manera: de un jarrón lleno de agua brotan cinco lotos, dos de los cuáles sostienen a un par de elefantes blancos a los lados. Éstos, con sus trom- pas, derraman agua sobre la diosa mientras ésta levanta con su mano derecha sus pechos como símbolo de fertilidad. Estos elefantes se llaman Shrîgaja («elefantes de Shrî [Lakshmî]») y simbolizan, como ya hemos indicado, las nubes benefactoras, que traen rique- za, prosperidad y felicidad a los seres vivos. Otro aspecto curioso es del de kâmagaja, «el elefante del deseo». Kâmadeva, el dios del amor, suele repre- sentarse iconográficamente montado sobre un elefante de color verde cuyo cuerpo está formado íntegramente por cuerpos de mujeres. La mente sería en este caso el ankusha o focino, que puede controlar el deseo. Entre estas variedades simbólicas se concede especial valor a los elefantes 88 blancos — albinos con manchas claras o sonrosadas — porque sugieren el origen de su antepasado surgido del Océano de Leche. Se relacionan particularmente con la figura del Buddha, pues de acuer- do con la concepción budista, el bodhi- sattva descendió desde el cielo en forma de elefante blanco al seno de su madre, la reina Maya, lo que ella antici- pó en un sueño. Desde entonces el blanco es el color sagrado del budismo y el elefante sirve también para repre- sentar a Gautama Buddha, de quien es cabalgadura. Según el budismo, este animal es símbolo de la inteligencia y quien trae la redención de las ataduras mundanas. Ya en el año 231 a. de C. el elefante era el emblema de esta filoso- fía y aparecía en las tallas de los tem- plos Su relación con la prosperidad es muy clara y, según una leyenda de las vidas anteriores del Buddha, el bodhi- sattva, nacido como el príncipe Vishvântara, se desprendió del elefante blanco del reino de su padre, regalándo- lo generosamente a un país vecino que sufría el hambre y la sequía, para que la presencia del elefante blanco mitigara estos males, como así sucedió. Sin embargo, el pueblo se sintió tan traicio- nado al perder a su animal sagrado que obligó al príncipe Vishvântara a marchar al destierro. Otro valor simbólico que se les adju- dica a los paquidermos es el de anima- les cosmóforos o sostenedores del cos- mos. Son las cariátides del universo. Tradicionalmente existen ocho elefantes mitológicos que sostienen el mundo sobre sus lomos y protegen los ocho puntos cardinales. A tales animales se les denomina hastin («elefante») o dig- gaja («elefante de los puntos cardina- les»). Sus nombres son Airâvata, Pundarîka, Vâmana, Kumuda, Añjana, Pushpadanta, Sarvabhauma y Supratîka. Se les suele representar juntos, en sus lugares respectivos de un rectángulo que incluyen en su centro todos los sím- bolos de la tierra. Esta noción mítica ha pasado al arte y en la arquitectura sacra de la India ha contribuido a un concepto denominado gajathar (gaja = elefante; thara = base). Representa la parte inferior de la cons- trucción, pues simbólicamente el elefan- te representa al cuadrado. En los tem- plos clásicos hindúes el plinto de la base suele estar dividido en partes esculpidas según un orden tradicional. La más baja ofrece representaciones de espíritus subterráneos con cuernos, la de la mitad lleva representaciones de elefantes; la de encima incluye caballos y, por último, la de la parte superior del plinto, representaciones humanas. Los elefantes como sostenedores del univer- so son una metáfora viviente de ese concepto de nomenclatura reciente pero existente ya en la antigüedad: la ecolo- gía, el equilibrio entre las especies que permite el sano y continuo desarrollo de los seres vivos, seas éstos cuáles sean. Es común asimismo en la narrativa mitológica del hinduismo encontrar al elefante como símbolo total del univer- so, representando al Todo, al Absoluto. Muy conocida es la parábola de los cinco ciegos que tocaban cada uno una parte del elefante —la trompa, la pata, la cola— y lo describían de forma parcial, sin poder aprehender su totalidad, de la misma manera que se tiene una visión fragmentaria del universo. Pero hay más, debido al valor meta- físico que los hindúes han adjudicado tradicionalmente a los sonidos, las letras y las palabras. En un himno de los Brahma Sûtra se identifica al elefante con el proceso de evolución del espíritu hacia el Absoluto. Dice el poema: Gaja, el elefante, es el origen y el fin. El yogî, en su experiencia del samâdhi, llega a un estado llamado ga, la meta; y ja es el origen de donde surge el Aum, el sonido primigenio. Todos estos aspectos han conduci- do a una sacralización del elefante, junto con otros animales, pues aunque muchas culturas consideran la zoola- tría o adoración de animales como una forma baja de religiosidad, no ocurre en absoluto así en el contexto indio. Los animales son una forma de vida distinta de la humana, pero no necesa- riamente inferior. Participan de pleno en la esencia divina de todo el univer- so y sirven como símbolos de unas características venerables. El ser divi- no, que lo es todo, incluye por igual a dioses, hombres, bestias y hasta los objetos inanimados. Nada hay fuera de él. De ahí el carácter sagrado de los animales y el que desde antiguo se les haya venido sacralizando en la India, como parte integrante de la naturale- za. Así el caso del elefante, del caballo, del pavo real, del cisne, del león. No es difícil amar a estos animales y los indios lo hacen: los respetan, los pro- tegen y los veneran en su iconografía sagrada. Esta práctica, poco entendida en Occidente, hace que el indio se incline por un saludable vegetarianismo y viva con gran naturalidad en contacto con otros seres vivos. En general, los indios conviven fácilmente con los animales, no les consideran un peligro ni les ata- can innecesariamente. Aunque gran número de especies se hallan especifi- cadas eneste proceso de sacralización, algunas de ellas se encuentran en una situación privilegiada, por razones cultu- rales, económicas y de otra índole. El elefante entra por derecho propio en esta categoría. Todos los dioses del panteón indio están asociados de una u otra manera a un animal. Esta peculiaridad tuvo como finalidad el propiciar mediante la religión la formación de una sociedad respetuo- sa con la fauna, adjudicando a un gran número de especies la categoría de sagradas. La mitología presenta la con- dición de vâhana, un animal que es el vehículo de un dios y que representa una de las funciones primordiales de éste. Nos hallamos, en realidad, ante una manifestación zoomórfica de los propios dioses. El elefante es la cabalga- dura de Indra, rey de los dioses, de Indranî, su consorte, y de Kuvera, dios de las riquezas, además de hallarse vincu- lado a otras deidades. Esto conduce a un respeto extremo y a que la veneración a los elefantes — simbolizados en el dios Ganesha— sea una de las cinco variedades del culto 99 hindú, junto con los adoradores de Shiva, de Vishnu, de la diosa madre y del sol. El nombre genérico que se emplea para las sectas que adoran principal- mente a Ganesha, es el de gânapatya. Existen seis sectas principales, que ado- ran al dios como única deidad, para las que éste simboliza todo el universo y que comenzaron a cobrar impulso con el inicio del culto a Ganesha entre los siglos V y VIII . Se encuentran especial- mente en la costa occidental de la India. De entre ellas las más importantes son los Haridraganapati. Consideran a Ganesha el creador del universo, mien- tras que los otros dioses no son sino miembros del cuerpo del dios. Los que pertenecen a esta secta se tatúan en una parte de su cuerpo la cabeza del dios. Están también los Mahâganapati, quienes consideran a Ganesha como el dios creador y la única deidad que per- durará tras la disolución del universo. Para ellos la repetición y adoración del nombre del dios es suficiente para alcanzar la liberación. Además, existen los Uchchishthaganapati, semejantes a las sectas del sendero izquierdo del Tantra, en las que se intenta percibir a la divinidad mediante los caminos social- mente mal considerados, como sexo, empleo de estupefacientes, et. No hacen distinciones de casta y se distin- guen por una marca circular roja en sus frentes. Se cuentan asimismo los Navanîta, los Svarna y los Santâna. Algunas de estas sectas practican la lec- tura del libro denominado Ganeshagîtâ, y que no es sino la Bhagavad Gîtâ en la que el nombre de Krishna, encarnación del dios Vishnu, ha sido substituido por el de Ganesha. Pero el elefante no es sólo objeto de ficción. Existe toda una literatura científi- ca sobre los paquidermos, pues consi- derada la pasión de los indios por el tra- tamiento sistemático y técnico de todos los temas que les interesan, hubiera sido muy extraño que no hubiesen pres- tado especial atención a este animal, que ha desempeñado un papel impor- tante en sus vidas y en su cultura. La creación de la elefantología cien- tífica india se le atribuye a Pâlakâpya, aunque las primeras referencias sobre elefantología aparecen en el Arthashâstra de Kautilya Chânakya (siglo III a. de C), donde se lee lo siguiente:«El rey que cuide a los elefantes como a sus propios hijos siempre saldrá victorio- so y, tras su muerte, gozará del reino celestial.» De ahí en adelante, en ningún tratado político o militar indio faltan las referencias a los elefantes. El Hastâyurveda [La sabiduría sobre la longevidad de los elefantes] es la enciclopedia clásica sobre el tema. Consta de 7.600 pareados, además de varios capítulos en prosa. Es una obra sánscrita, sin fecha conocida, atribuida a Pâlakâpya. También se conoce como Gâja Shâstra. Está dividida en cuatro partes: enfermedades graves de los ele- fantes y su cura, enfermedades leves, cirugía para paquidermos y, por último, alimentación y acomodo de los anima- les. Otras obras dignas de mención sobre el tema son el Yashastilaka de Somadeva Surî, que data del 1059; el Shukranîti de Shukrâchârya, del siglo XIX; y el que los especialistas han llamado el «manuscrito de Tanjavur», una obra sánscrita incompleta pero muy intere- sante sobre paquidermos. Empero, el libro más curioso es el Mâtanga Lîlâ [Tratado festivo sobre ele- fantes], que conocemos por la versión del gran indólogo alemán Heinrich Zimmer. El creador de esta pequeña joya fue Nîlakantha Bhatta, autor de varios compendios científicos. Vivió en el siglo XVII y era nativo de Kerala. El libro es un tratado en 263 versos, divididos en doce capítulos, y trata de los siguientes temas relacionados con los paquidermos: características favorables y desfavora- bles, marcas de longevidad, medidas, diferencias de carácter, modo de cazar- los, manera de cuidarlos, su régimen y las cualidades que se desean en ellos. Es especialmente interesante y deta- llada la descripción que este libro hace de un estado en el que caen los machos de esta especie, conocido en la India como masta, que podría traducirse por «embriaguez». Se trata de una espe- cie de locura que puede afectar a los individuos masculinos en cualquier época del año y sin razón aparente. Durante un tiempo variable (siempre inferior a un mes) el elefante se vuelve peligroso y ataca a casi cualquier ser que se le acerque. También expulsa una segregación oleaginosa de color ocre que le resbala por las mejillas, la que daría lugar a que, siglos más tarde, Charles Darwin afirmara que los elefan- tes indios lloran en ocasiones. El Mâtanga Lîlâ describe esta estado pasa- jero del animal con gran profusión de detalles y alta precisión científica. En cuanto al elefante como animal representativo de la India en obras de ficción, puede mencionarse la pieza tea- tral sánscrita Svapnavâsavadatta, com- puesta por Bhasa, donde se narra que, para aprisionar a un enemigo, un rey construyó un gran elefante blanco de madera, al que se recubrió con pieles para darle mayor autenticidad y que, en su interior, ocultó a un gran número de soldados, dispuestos en emboscada, en claro paralelismo argumental con la Ilíada. Dejando ya el plano del símbolo y las letras, veremos el lugar de los elefan- tes en el mundo natural. En la India los elefantes han sido una parte integral de la cultura histórica, desde mucho antes del período védico. Su domesticación se remonta al tercer milenio a. de C., en la civilización del Valle del Indo. Ya aparecía el elefante en los sellos de Mohenjo-Daro, que se cuentan entre las primeras obras artísti- cas no sólo de la India, sino de la civili- zación humana. Estos sellos proporcio- nan las representaciones más antiguas conocidas del elefante. Muestran al ani- mal en sus funciones doméstica y mito- lógica. Se representa al elefante ante un pesebre, por lo que ya debía de desem- peñar un papel en la vida cotidiana. Nos estamos refiriendo a la subespecie Elephas maximus indicus del elefante asiático, del que a inicios del siglo XXI quedan 50.000 ejemplares. Desde antiguo se ha venido criando cuidadosamente a estos animales, aun- que técnicamente no están domestica- dos, en la plena acepción del término, 11 00 pues no se les ha hecho una crianza selectiva para potenciar características específicas, como el caso del ganado, los caballos o los perros. Sí se les ha cla- sificado, y los textos mencionan curiosa- mente «castas» de elefantes. Estas des- cripciones aparecen en el libro primero de la epopeya del Râmâyana y en el Arthashâstra de Kautilya Chânakya. Se consideran tres clases de elefantes: los kumaria o principescos, por su majes- tuosidad; los mriga o semejantes a cier- vos, por su pequeño tamaño; y los dvas- hala o intermedios, una mezcla de los otros dos. Una cuta de la famosa com- pilación de cuentos titulada Panchatantra, atribuida a Vishnu Sharman, ilustra esta dignidad que men- cionábamos: Si sólo queremos alimentarnos, entonces ¿en qué nos diferencia- mos de los perros? ¿No habéis visto a los perros ladrar y aullar ante la contemplación del alimen-to? No muestran modestia ni humildad. Algunos hombres son como ellos. Pero fijaos, en cambio, en los elefantes. Nunca exhiben su contento cuando se les da su comida. Su porte majestuoso, su actitud, sus gestos, son algo digno de ser considerado. Los mejores hombres son como ellos. Esta opinión no ha cambiado con el transcurso de los siglos y Rudyard Kipling, el poeta del Imperio británico, no tuvo reparo en afirmar: «The elephant is a gentleman.» La inteligencia de estos animales se considera proverbial en la India y fue causa de asombro para los primeros occidentales que entraron en contacto con ellos. Estrabón, en el libro decimo- quinto de su Geografía asegura: «Es tan fácil su doma que aprenden a arrojar piedras contra un blanco y a emplear las armas, así como nadan de maravilla.» Marcos Jiménez de la Espada, en su libro Andanças e viajes de un hidalgo español: Pero Tafur, dice: «Fácenlos jugar con una lança, echándola en alto e rescibiéndola, e muchos otros juegos.» Flavio Arriano, en su obra Indika [Cosas de la India], también lo constata: En efecto, el elefante es el más inteligente de los animales: como que unos, cogiendo a su cornaca muerto en la guerra, lo llevaron ellos mismos a la sepultura; otros cubrieron a los cornacas, derriba- dos, con su cuerpo; otros arrostra- ron peligros para salvar la vida de su cornaca caído; y otro, en fin, que había dado muerte encolerizado a su cornaca, murió de pena y arre- pentimiento. Según cuenta la leyenda, en la famosa batalla de Hydaspes, en el 326 a.C., el rey Porus [Purushottam] quedó herido por innumerables flechas y fue su elefante quien le salvó la vida. En primer lugar le apartó del fragor de la batalla y le condujo a un sitio seguro. Después le bajó con cuidado, para que no sufriera y, finalmente, arrancó con la trompa las flechas del cuerpo de su amo. Alejandro quedó tan impresionado por este hecho que mandó grabar una moneda en donde se representaba al rey Porus sobre su elefante. Esta moneda puede admirarse hoy día en el Museo Británico de Londres. Además de estas cualidades men- cionadas, también son de admirar sus capacidades sensoriales, pues se ha constatado que los elefantes indios pueden captar infrasonidos y vibracio- nes del suelo, lo que les permite alertar de los frecuentes terremotos de algunas zonas. Esta peculiaridad parece que ha tenido oportunidad de comprobarse en algunos lugares de la costa de Coromandel durante el maremoto acae- cido en el 2004. No hay que decir que la cría y el adiestramiento de los elefantes los hacía generalmente el estado, pues los individuos no tenían suficientes medios para ello. Por ello, la posesión de elefan- tes era prerrogativa de los reyes. Los ele- fantes se capturaban en la selva y luego se los mantenía en reservas en el bos- que o en guarniciones para fines béli- cos, o se los destinaba a las cuadras reales, para que sirviesen de montura ceremonial. Los elefantes se emplearon en la India para la guerra desde el primer milenio a. de C. En la epopeya del Mahâbhârata ya se menciona que un ejército modelo contaba en sus filas con 21.870 elefantes. Éstos eran una de las cuatro partes del ejército (con la infante- ría, la caballería y los carros). Los persas aprendieron de los indios esta práctica y la transmitieron a los helenos. Un gran número de estos animales murieron en batallas. A inicios del siglo XVIII, con el uso generalizado de los mosquetes dejaron de emplearse para la primera línea de ataque. Sin embargo, su importancia no disminuyó, ya que podían transportar soldados, munición y avituallamiento por zonas de difícil acce- so donde no pasaban los carros. Incluso en pleno siglo XX, durante la Segunda Guerra Mundial, todos los elefantes de propiedad privada de la India fueron requisados para emplearlos en la defen- sa de la frontera, contra los japoneses, que habían invadido Birmania. Sólo en un país de tan extremados contrastes como la India sería posible compaginar este uso con la veneración a la que antes hacíamos mención. A los elefantes se les respetaba tanto que en se empleaban para elegir un sucesor al trono. La superioridad de un rey se medía en el número de elefantes de su ejército. El nacimiento de un elefante se consideraba un signo de futura prospe- ridad. Las celebraciones religiosas inclu- yen por lo general ofrendas a los elefan- tes. Es de destacar una festividad en honor de Ganesha, denominada Ganeshachaturthî («cuarto día de Ganesha»). En ella se celebran desfiles por las calles de las ciudades y de los pueblos, que concluyen al arrojar imáge- nes del dios, hechas con barro o arcilla, a los ríos sagrados o al mar. Esto se hace en medio de cánticos y bailes. Tras la inmersión, una parte del material del que se han hecho las efigies se recupe- ra y con él se marcan simbólicamente los graneros o aquellos lugares en los que se desea prosperidad. En la actualidad, los elefantes suelen emplearse principalmente en procesio- nes religiosas, en las que se les decora y pinta con varios colores, protegiéndo- seles la frente con una coraza profusa- mente adornada. Como ejemplo de este rito puede mencionarse el del templo de Guruvayûr, un tîrtha o lugar sagrado de peregrinación, en el estado de Kerala, considerado el más importante de la zona y visitado por miles de peregrinos todos los días del año. Está dedicado a un aspecto del dios Vishnu, llamado Guruvayûrappan. Uno de los ritos más típicos es el paseo de la deidad dentro de los precintos del templo, transporta- da encima de elefantes decorados al efecto. No obstante, la festividad más famo- sa en la que intervienen paquidermos es Puram, que se celebra en la localidad de Trichur. Treinta elefantes ornados con quitasoles ceremoniales desfilan por delante del templo principal y se aline- an ante él. Se cree que la deidad del templo, el dios Vadakkunnathan (un aspecto de Shiva), monta de manera invisible el elefante central. Al son de la música los elefantes efectúan la pra- darshina o circunvalación ritual. Y para todos estos ritos los templos cuentan con sus elefantes particulares, ocupados exclusivamente en esta acti- vidad. Por ello, en el sur de la India especialmente, son comunes los san- tuarios de elefantes, amplios recintos en donde se cría y cuida a los paquider- mos y se les adiestra para procesiones. Allí se encuentran en libertad y tienen gran número de cuidadores especializa- dos para atenderles, que les alimentan, les pasean y les bañan a diario con un celo y un mimo dignos de reconoci- miento. Las directrices del Mâtanga Lîlâ dan idea del cariño que se tiene en la India a los elefantes, pues no cualquie- ra puede cuidarles. Según el tratado, los cuidadores de elefantes deben ser, indefectiblemente «...inteligentes, majestuosos, justos, devotos, puros, sin- ceros, libres de vicios, honestos, contro- ladores de sus sentidos, de buen com- portamiento, vigorosos, adiestrados, de buen hablar, discípulos aventajados de buenos maestros, listos, constantes, protectores, hábiles curadores, valientes y omnisapientes». ¡Pero qué menos para un animal tan dulce y a la vez tan magnífico! ■ 11 22 11 33 CARTA desde “LA ESENCIA DE LA VIDA” Jeypore: ¡Hola a todos! ¡Hasta el momento todo está saliendo de per- las! Hemos pasado 14 inolvidables días con la tribu de los Gadaba... gente primitiva y entrañable. Una estancia tran- quila con gente pacífica y hospitalaria. Hoy os escribimos desde la «civilización». La temperatura siempre rondando los 25º-30º C. con mucha humedad pegajo- sa que dificulta muchas veces el trabajo. A pesar de esto, hemos conseguido gra- bar ritos muy antiguos y únicos que sólo los viejos conocen ya. Las imágenes y las historias son magníficas y el documental está saliendo ESPECTACULAR... Esta tribu se está asimilando a una velocidad de vértigo... tan sólo quedan 14 mujeres Gadaba con los vestidos y decoraciones tradicionales de una población total de 350 en la aldea Gadaba donde convivía- mos con ellos. El equipo de rodajeIndio se está portando de maravilla... son gente solidaria que nos apoyan y que siguen nuestro ritmo de trabajo disfrutando de cada momento de esta aventura. Existe un hermanamiento muy palpable cuando nos llaman BHAIA. Pronto os contaré más... Hasta entonces, un fuerte abrazo desde tierra Gadaba, Abigail. ¡Hola a todos! NAMASTE, desde la India. De nuevo os escribimos para conta- ros las últimas noticias desde “zona tri- bal”. La carta anterior os la escribimos desde la pequeña ciudad de Jeypore en la provincia de Koraput, Orissa. Os contábamos solo un poco de lo acon- tecido ya que por unas pocas horas que pasamos en la “civilización” estuvi- mos aprovechando para tomarnos unas coca-colas refrigeradas, unos spaghetti y un pedazo de tarta de cho- colate... y por supuesto una ducha caliente en la habitación con aire acondicionado del único hotel decente que hay por aquí, en definitiva un poco de “mimos” de la vida cómoda a la que estamos tan mal acostumbrados. Sí, lo que oís... porque aunque ya sé que lo sabéis no nos damos cuenta porque lo tenemos a diario, pero hace falta acor- darse de vez en cuando que hay cien- tos de millones de personas que a dia- rio tienen que recorrer varios kilómetros para cargar un recipiente de agua a su casa y leña para cocinar y calentarse, por supuesto cargando con todo el peso encima de la cabeza .. también hay gente como con la que hemos convivido estos días, que tiene que recorrer cada día largos y peligrosos caminos entre la densa jungla para lle- gar a su parcela de cultivo y alimentar a su gente... y por supuesto todos lle- van consigo un artesanal arco de bambú y flechas con grandes y afiladas puntas de metal, por que muy posible- mente detrás de cualquier árbol le puede aparecer, por sorpresa, dejándo- le la sangre helada al indómito tribal, un simpático-bicho-como-los-del-Libro- de-la-Selva, un enorme oso, un jabalí con colmillos “medalla de oro”, un feroz leopardo en busca de comida que ali- mente su colmillo, o una señora ser- piente que de repente cae sin avisar desde una rama, ya que sabe trepar hasta ahí pero no se sabe bajar, así que se “deja caer” desde lo alto..y si, si he visto a niños como Mowgli trepan- do casi desnuditos por las largas lianas de los centenarios árboles de 7 metros de diámetro. Y aunque parezca un cuento, cuando estás allí con ellos, tie- nes la sensación de que en cualquier momento puede aparecer Tarzán aga- rrado a cualquiera de las cuerdas vege- tales. Sí, acabamos de volver hoy a Jeypore desde los <bosques verde esmeralda> de los BONDA HILLS...la tribu de Los Bonda.. la más primitiva y por ello la más salvaje de las 467 tribus que existen aún en La India... un país de casi mil doscientos millones de habitantes donde hay miles de distin- tas maneras de vivir y decenas de idio- mas con sus dialectos. Sinceramente, le dije a Juancho que tenía muchos repa- ros en ir a conocer a nuestros “nuevos amigos” porque todo el mundo que los nombra lo hace con adjetivos como <incontrolables-agresivos-salvajes- indomables-primit ivos-parr icidas>. ¡Glups! Katamgura es el nombre del ais- lado poblado donde nos quedamos hasta ayer por la tarde durante un total de 10 días... Traducido del Bonda, Katam es aldea y gura es una variedad común de la flora de este paraíso perdido. Como es habitual en nosotros, la llegada no fue nada fácil. Junto con un pony, 20 porteadores y los 6 hombres de nuestro equipo, recorrimos 16 km andando por estas húmedas montañas, donde la tem- peratura oscila entre los 28º - 30º centígrados y la lluvia es cotidiana- mente intermitente. Tardamos 5 horas, con lo cual llegamos ya de noche alumbrando el estrecho cami- no con linternas que todas en fila parecían una larga guirnalda de luciérnagas titilando inquietas a ritmo de la nocturnidad activa del entorno animal y de los lejanos <tam-tams> de los tambores tribales avisando de nuestra llegada. A pesar del tremendo cansancio, disfrutamos cada momento del recorri- do. Al llegar tuvimos que descansar media hora para reponernos antes de montar a golpe de linterna la tienda de campaña para que durmiese el equipo de <La Esencia de la Vida> - el segundo cámara, el técnico de audio, el imprescin- dible guía-traductor, su asistente-y-coci- nero, el protagonista del primer capítulo (victima del Tsunami de hace un año) y el dueño del pony que contratamos para incluirlo como una de las muchas formas de viajar en animales durante el peregri- naje por las distintas tribus, que está rea- lizando nuestro “prota” desde donde vive en la provincia de Tamil Nadu (al sur de la India) hasta la ciudad santa de Benares, unos 5000 km . Juancho y yo nos preparamos una “Suite” en el establo de las vacas con techumbre de hojalata que cuando llo- vía había que preparar una batería de cacharros y cacharritos que recogiesen las goteras existentes. De los 10 días, llovieron 9... 5 de ellos además traían como ‘paquete regalo’ tormentas noc- turnas con concierto de grandes y duras hojas cayendo como “gota china” 11 55 sobre lata, provenientes de los gigantes bajo los cuáles pernoctábamos. Por for- tuna traíamos con nosotros tapones de oídos españoles de “última genera- ción”. Juancho me dice que son los mejores que ha usado en su vida ya que debido a su larga experiencia entre las tribus, se ha hecho merecedor de ser un gran experto en tapones... a las 4 de la mañana empieza el canto del “kikiriki”, seguido por los “cow-boys “ (pero sin caballo), que azuzan al gana- do que mugiendo sale a pastar. Justo cuando empieza a clarear el cielo y nos ponemos los antifaces empiezan las toses, escupitajos, afilado de hachas y cuchillos, voces...y ¡Que voces! Y los chiquillos gritando... esos menudos-y- finitos-ENANOS que con sus aguzadas voces a su vez llevan a sus hermanos bebés lloricas, agarrados con un trapo alrededor de la cintura intentando callarles con un ea-ea-ea incansable y movimientos bruscos de vaivén, que se supone que ha de calmar al infante de turno. La verdad es que cada “momen- to” entre las tribus es mejor que un show de televisión de esos que nos invade a diario con los concursos de famosos y desconocidos. Una anécdota graciosa empezó la segunda noche de estancia, cuando estábamos ya refugiados sobre nues- tros colchones bajo una gran mosquite- ra. Mientras veíamos una película en el ordenador, asombrados vimos el salto de una rana encima de la red . Creímos que era una broma de los niños. La ter- cera noche, repetimos la jugada pero esta vez era ¡¡un CANGREJO!! (y eso que el río estaba a más de 500 metros de nuestro chamizo) el que trepaba por la red.. otra bromita de los enanos, diji- mos al unísono. Al día siguiente decidi- mos hablar con Bábuli, nuestro guía- traductor. Le pedimos que le dijera a los niños que no tirasen más animalitos por la ventana... por que ¿cuál sería el siguiente? ¿una araña tarántula, una viborilla, un lagarto? No nos hacía mucha gracia, la verdad. Él se empezó a reír a carcajadas, explicándonos que es habitual aquí y que no habían sido los niños. Así que la tercera noche, mientras Juancho subía las escalerillas del chamizo, volviendo de la pequeña excursión que era ir “al baño”, se encontró 2 ranas subiendo hacia su objetivo: nuestra mosquitera. Se empe- zó a reír recordando las 2 noches ante- riores, cuando nos habíamos ido a dor- mir entre risas. ¿Cómo son los Bonda? Son bajitos, delgados, fibrosos, atletas con piernas de gacela, de piel muy oscura. Son gente orgullosa de ser quien es y de mantener sus costumbres. Es una tribu que tardará muchos más años en asi- milarse a otra cultura que las otras tri- bus por que están orgullosos de sí mis- mos y de su tierra Bonda. Encienden fuego frotando 2 cañas de bambú hasta que consiguen calen- tarlo lo suficiente y luego le añaden pajilla, que prende rápidamente. Las mujeres se afeitan la cabezadesde la tierna infancia y su llamativo vestuario consiste en una mini falda de rayitas verticales de colores muy vivos. Su pecho está cubierto de largos collares de cuentas de colores y monedas. Su cuello lleva diariamente el peso de varios aros metálicos y cuantos más aros lle- van, mayor es su estatus económico. Tienen problemas graves como es caer en la desgracia del alcoholismo...por supuesto fue introdu- cido en la zona por gente extranjera, provocando muchos contenciosos. No tienen noción de lo que es la higiene y su vida está rodeada de enfermedades y de olores pestilentes de los animales que cohabitan con ellos. Salvo un poblado en la que existe una misión sanitaria Danesa en la que vive un médico y 2 asistentes, ninguna aldea tiene asistencia médica. Para ir a un pequeño hospital, no tienen trans- porte, ni dinero para acceder a ello. Nos da pena, que el Estado Indio en su afán por culturizar y modernizar a sus habitantes en las costumbres Hindis, imponiendo vestuario y regalan- do tejados de lata, esté dejando que las tradiciones ancestrales de las tribus se pierdan en el olvido. Pronto no habrá más que el recuerdo de que fue- ron tribu. Ahora os tengo que dejar. Debemos seguir camino, hacia el norte. Esta vez visitaremos brevemente a las 3 únicas mujeres de la tribu Soura que aún con- servan su tradición, para poder recabar su testimonio. Pronto nos pondremos en contacto de nuevo para continuar con el relato de las 2 curiosas bodas tribales que hemos celebrado este mes. Un fuerte abrazo, Abigail Stisin ■ 11 66 LA MIRADA SE DESNUDA: LA INDIA Y YO Estoy convencido de que si hay algo de obsceno y provocativo en el títu- lo de este trabajo, no es por el hecho de que aparezca el verbo ‘desnu- darse’, que eso más bien nos remite a la pureza, sino porque figura el pronombre yo: “La India y yo”. Anuncio así, sin corta- pisas, una visión egocéntrica y un prota- gonismo mío en la visión que de la India intento ofrecer. Si hasta ahora, en ciclos de conferencias y cursos sobre la India me he dedicado siempre a hablar sobre el reflejo de este país en los escritores occidentales, ahora soy yo mismo, con esa estrepitosa referencia al ego, quien salta a la arena para hablar de la India. Pero los títulos son, a veces, engaño- sos, pues si este se presenta insolente- mente subjetivo, puede muy bien “trai- cionar” esa pretensión y, al cabo, quizá resulte una exposición bastante gris en la que no se haya producido la anuncia- da desnudez del alma. En cambio, otros títulos más anodinos y propios del repertorio académico al uso, como, por ejemplo, “Un acercamiento a la realidad actual de la India” o “Notas para una comprensión de la India contemporá- nea” pueden entrañar la misma carga de subjetividad e incluso mayor, desca- radamente mayor. La toma de contacto En 1993 hacía un año que mi mujer y yo, de mutuo acuerdo, nos habíamos separado, tras diecinueve años de matri- monio. Sonroja decir, por lo que de lugar común tiene, que ese tipo de situaciones te aboca inevitablemente a la búsqueda de nuevas experiencias, como, por ejem- plo, a la realización de algún viaje antes impensable. Cuando suceden estos cata- clismos personales se tiende a romper inhibiciones, a dar un golpe brusco de timón, a explorar lo que en tu vida ante- rior no figuraba en tu horizonte de expectativas. Casi podría decir que si antes sentía una especial aversión a los aviones, aunque fuera para un trayecto tan doméstico como el de Madrid—Milán, que tantas veces, por razones familiares, tuve que hacer, ahora, soltero de nuevo y un poco vaciado por dentro, lo mismo me daba ya pensar en ese tipo de ries- gos, aunque se tratara de ir al otro con- fín del mundo. Y en esa predisposición me hallaba yo cuando, en las dependen- cias de las Relaciones Internacionales del Ministerio de Educación y Ciencia, se me ofreció un día de aquel año de 1993 la oportunidad de solicitar que se me concediera una estancia breve en algún país asiático dentro de los convenios establecidos para los programas de inter- cambios de profesores. Existía la posibili- dad de viajar a dos países. Uno de ellos era la India. El otro, también un gran país de Asia, tan tentador para viajar como el primero, pero escogí la India, olfateando su democracia y su proverbial tolerancia, pero sin saber todavía claramente que estaba escogiendo la mayor democracia del mundo. Como en muchas otras oca- siones de nuestra vida, a veces las deci- siones las tomamos en milésimas de segundo, movidos por impulsos emoti- vos o viscerales. Y eso, esas razones que conoce el corazón y que la razón ignora, pueden tener, como sabemos, conse- cuencias muy importantes para nuestra vida. Ese fue el origen de mi elección de la India como destino. Por consiguiente, cuando tomé esa decisión, yo no era un hippy, ni un practicante de yoga, ni tam- poco ese buscador de respuestas religio- sas o existenciales que no encuentra en Occidente, solo por citar algunos casos que pueden explicar el interés de muchas personas por la India. Era un simple profesor, un poco vacío por den- tro, eso sí, pero con muchas ganas de sobrevivir y de dar ese golpe de timón al que antes me refería. Así que presenté en el Ministerio mi solicitud y mi petición me fue concedida. Se trataba de impartir dos pequeños seminarios sobre literatura hispánica contemporánea: uno en la Universidad Jawaharlal Nehru, de Nueva Delhi, en su conocido Centro de Estudios Hispánicos, y otro en la Universidad de Hyderabad, capital del Estado de Andhra Pradesh, en su Centro de Lenguas Extranjeras. Con la citada misión viajé a la India, en compa- ñía de un colega de mi Universidad y de su mujer, entre los meses de septiembre y octubre de 1993. Al llegar a este punto, y puesto que se trata de una visión muy personal, podría seguir la senda propia del relato de viajes. Todo ello podría comenzar así, cinematográficamente, cuando, habien- do aterrizado en Delhi el avión proce- dente de Londres, se abren sus puertas y entra esa especial vaharada o golpe Prof. Pedro Carrero Eras de calor y olor, ese olor inconfundible: el olor de la India. Iniciado así el relato podría continuar con el recibimiento y la sonrisa del Prof. Ganguly —al que ya había conocido en Madrid unos meses antes— y la visión, poco después, de toda una humanidad abigarrada desde las ventanillas del coche de la Universidad Nehru, que, dando tumbos y evitando milagrosamente colisionar con otros cien mil vehículos, nos trans- portaba a nuestro hotel de destino. Podría seguir así y hablar de mi primera visión de Delhi desde el corredor al que daba mi habitación de un hotel del Estado, y de otras impresiones por el estilo. Podría continuar así, pero no voy a hacerlo, pues este trabajo no ha sido concebido, como un relato de viajes. ¿Qué sabía yo entonces de la India cuando puse el pie en ella por primera vez? Nada. ¿Qué sé ahora? Muy poco, porque cuanto más sé de la India más me espanta el gran vacío abismal de lo que me queda por conocer de ese sub- continente. Sabía cuatro tópicos, y mi desconocimiento era tal que muy bien podría haber incurrido en errores tan sangrantes como el de aquel presenta- dor de televisión que, en 1984, al dar la noticia del asesinato de Indira Gandhi, dijo que esta era hija del gran Mahatma Gandhi. O como el de esos profesores españoles que, en un reciente libro de texto de la enseñanza secundaria obli- gatoria, confunden Calicut con Calcuta, y sitúan a esta en la costa occidental de la India, a orillas del Mar Arábigoi. Las causas del desconocimiento Toda una serie de factores explican que la cultura de un determinado país o continente nos sea más extraña, pero sin duda son los planes de estudio los que hacen que Francia y Grecia, por ejemplo, nos sean más familiares que la India, por lo menos si pienso en mi generación. Y ojalá que eso fuera así, que la cultura francesa o la que hereda- mos de Grecia o de Roma fueran para el niño de hoy algo familiar, porque hay en nuestros días planes de estudioque sitúan al niño en un horizonte tan limi- tado, tan limitado, que a lo mejor no le permiten siquiera salir de su región, donde, pongo por caso, un poeta local merece más atención en sus estudios que Dante, Shakesperare, Cervantes, Tagore o Lorca. Hablar de la perversión que supone la “balcanización” de la cul- tura me pone enfermo, así que no voy a seguir por ese camino. Es evidente que hemos tenido una educación y unos planes de estudios eurocentristas, y todo eso, sin duda alguna, tiene su lógica: cada país y cada continente barre para dentro, y es justo que el niño comience por conocer mejor el propio entorno que le rodea, siempre que esto le permita también explorar otros horizontes y que no se monogra- fíe y empequeñezca su cultura por designios políticos campanilistas. En jus- ticia, habría que preguntarse también cómo se contempla Europa y un país como España en los planes de estudios y en los libros de texto de los escolares indios de la secundaria obligatoria, dato que desconozco. La India era en nuestra enseñanza y en nuestros libros un remoto país que figuraba en los atlas y en los libros de texto de geografía, perteneciente a un continente del que, a lo mejor, no le daba tiempo a hablar al profesor, o sobre el que pasaba deprisa, más bien como una exhalación. Y también estaba presente en nuestras lecturas, como en las novelas de Emilio Salgari y en algu- na de Julio Verne, libros que leíamos con fruición, y, por supuesto, también estaba presente en el cine, en aquellas pelícu- las de aventuras en las que privaba la visión poscolonial. Después de lo explicado ¿cómo podía ver Oriente un niño de mi genera- ción? En primer lugar, no lo veía, y men- cionar a la India era como hablar de otro planeta. Asia era para nosotros algo excesivamente lejano, ajeno, misterioso, incomprensible, inabarcable, sofocante, no católico, impío, pecaminoso, brutal, cuando no peligroso o terrorífico. Y todos estos clichés tenían una doble raíz: en primer lugar, eran producto de una mala e incompleta educación reci- bida (y en la que primaba la creencia que de Oriente parecían venir muchos peligros); y, en segundo lugar, se alimen- taban también de las novelas y el cine de aventuras al uso, que propiciaban una visión poscolonial llena de clichés. En esa visión poscolonial, por ejemplo, las mayores atrocidades suelen come- terlas los indígenas de los países coloni- 11 77 zados, con los cual se hacen merecedo- res de las más terribles y justicieras represalias: así, los indios del oeste americano de las películas de John Wayne; los indios de la India que, con- forme a una interpretación de la cos- tumbre del sati, quieren quemar a la viuda junto al cadáver de su marido en La vuelta al mundo en 80 días; o los chi- nos capaces de las más sangrientas venganzas, como los boxers de 55 días en Pekín. Pasó el tiempo, llegué a la Universidad y todos aquellos clichés del nacionalcatolicismo se vinieron ensegui- da abajo como un castillo de naipes. Con todo, he de decir que ciertos prejuicios sobre “lo Otro” no se habían desvanecido. Aunque nos cueste reconocerlo, el ser humano es un entramado de prejuicios, fundamentalmente producto de la edu- cación recibida. Eso es algo que el tiem- po iría limando. Asía seguía siendo para mí algo misterioso y desconocido, que me provocaba indiferencia, y así lo siguió siendo durante años. No sucedía lo mismo con el Islam y el mundo árabe, debido a su presencia en España duran- te siglos, y a su influencia en la cultura española. Pero antes de mi primer viaje a la India, la ciudad de Viena era lo más al este a donde yo había llegado. Y en ese estado me hallaba, de absoluta página en blanco, cuando se abren las puertas del avión en el aeropuerto de Delhi una mañana de septiembre de 1993. Un nuevo occidental llega a la India, con su ignorancia y sus prejuicios a cuestas. Consecuencias de mis viajes a la India Suele decirse que quien viaja a la India regresa cambiado, y téngase en cuenta que esto no suele decirse de cualquier otro país. Si esa afirmación tiene que ver con un cambio espiritual o con unos hábitos de vida más austeros, o con las dos cosas a la vez, yo tengo que declarar, sinceramente, que no he cambiado de una forma apreciable. Por ejemplo, no he dejado de ser agnóstico y sigo siendo un pequeñoburgués al que le gusta rodearse de comodidades, como supongo le ocurre, y es de dese- ar, a la inmensa mayoría de los indios. Pero, si en el plano ya más cercano a la religión, tenemos que decir que entre los hindúes el desapego es la llave maestra de la salvación, y si a este le siguen automáticamente todas las demás virtu- des hasta alcanzar la moksha o libera- ción, he de confesar que mi forma de ser actual dista mucho de la propia de un renunciante o de quien aspira a esa vía de salvación basada en el conoci- miento, un conocimiento que en nada tiene que envidiar al de los ascetas y místicos occidentales. Si quisiera profun- dizar de una forma seria en una doctri- na tan atrayente y tan flexible como el hinduismo, eso tendría que ocurrir tras un deseo de salir de mi agnosticismo, en el que desde hace muchos años me encuentro instalado, incómodamente, esa es la verdad (porque siempre es más agradable creer en algo), pero ins- talado a fin de cuentas. Y después, tras ese impulso inicial, probablemente escogería un buen maestro o guru, y quizá tendría que trasladarme a la India y permanecer allí un largo período. Previo a todo ello, debería haber aban- donado todas mis ocupaciones acadé- micas y extraacadémicas, para pasar, precisamente, de ser profesor a ser dis- cípulo. Entonces, y tras esa larga estan- cia en la India, es posible que regresara cambiado. Cuando se dice que la India cambia a las personas no sé qué motivos tiene o conocimiento de causa quien así habla, ni en qué personas o datos de la realidad se basa. Para empezar, dudo mucho que un viaje turístico de unas semanas o de un mes pueda transfor- mar sustancialmente a las personas. Otra cuestión es lo que estas personas que viajan a la India declaran al regresar a Occidente. Se dice, en este sentido, que hay dos tipos de viajeros: los que dan muestras, con entusiasmo, de su amor incondicional hacia la India (como si de un flechazo amoroso se tratara) y expresan su deseo de volver a viajar a ese país, y los que, por el contrario, juran que no van a aparecer por allí jamás. De la sinceridad de estos últimos, evidente- mente, no desconfío, aunque me escue- ce y entristece que así se manifiesten. De los primeros, en cambio, de los que regresan haciendo grandes alharacas sobre la India e incluso se muestran repentinamente “transformados”, no pondría yo mi mano en el fuego sobre la sinceridad y solidez de su conversión. Creo que los occidentales hemos hecho de los viajes a países exóticos un pro- ducto de consumo y de exhibición, lo que sin duda tiene también su corres- pondencia con los viajes que los asiáti- cos hacen a Europa. Todo esto, quede bien claro, no supone un juicio de valor, ni mucho menos un juicio de valor negativo hacia la mentalidad y actitudes de los viajeros, sean occidentales u orientales. Lo que trato de hacer es una descripción, una descripción que creo que puede ser útil desde el punto de vista sociológico, no solo para entender el fenómeno de los viajes exóticos y del creciente interés por lo exótico en Occidente, sino también para conocer mejor la mirada occidental y, en consecuencia, conocerme mejor a 11 88 mí mismo, pues de lo que se trata ahora, precisamente, es de desnudar la mirada. La India, redescubierta, como sabe- mos, en los siglos XVIII-XIX, ha ido cre- ciendo en el interés de los occidentales, hasta convertirse en nuestra época, gra- cias al fenómeno de los viajes masivos, en lugar frecuente de destino, porque Asia en general y la India en particular están cada vez más de moda. Y todo ese trasiego que la India provoca es bueno, y de beneficio recíproco, porque el turismo es siempre beneficioso y sobre esto no cabe ninguna duda. Otra cosa es lo que nos parezca, en nuestrofuero interno, el turismo, como tal fenómeno dentro de la aldea global en la que nos movemos, y en ese sen- tido he de decir que el turismo es un monstruo del que todos somos actores y cómplices, y no puede ser de otra manera. El turismo es un monstruo por- que lleva hasta extremos insufribles la tendencia del ser humano al gregarismo y a la imitación y porque supone una escenografía y unos hábitos que son los mismos en cualquier parte del mundo, con lo que se desnaturaliza y tiñe de artificiosidad el escenario visitado. Y de todo ello no se escapan ciertos lugares muy conocidos de la India. El turista está como inmerso en una burbuja o cápsu- la y el lugar visitado es como un esca- parate. Además, ahora, con las nuevas tecnologías, el turista está más pendien- te de la pantalla de su teléfono móvil que hace fotos o graba vídeos, o de la pantalla de su máquina digital, que del propio referente. Es algo más absorben- te, si se quiere, que la antigua máquina de fotos: el turista ya no ve ni “vive” ese templo hindú. La visión de ese templo está, más que nunca, mediatizada, con lo que el resultado de la experiencia es, prácticamente, virtual. No voy a seguir insistiendo más en este aspecto.. Pero antes quiero recordar las diferencias que establece Paul Bowles en El cielo protector entre turista y viajero: No se consideraba un turista; él era un viajero. Explicaba que la diferencia residía, en parte, en el tiempo. Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto al otro de la tierra.ii Está claro que, para ser viajero en el sentido apuntado en la novela de Bowles, hay que disponer de tiempo ili- mitado y de mucho dinero, lo que no todo el mundo puede permitirse. Por mi parte, he de decir que abomino cada vez más de los viajes apresurados. No me basta con ver fugazmente ese tem- plo hindú o esa pequeña mezquita. Necesito “vivirlos” con un cierto sosiego, y para ello, sin duda, debería parecerme menos al turista convencional. Necesito detenerme, respirar hondo y ver pasar la vida de los indios, ver cómo esa chiqui- lla, que apenas si alcanza al mostrador de una tienda, compra galletas; o ver cómo ese comerciante, tras comerse un plátano, arroja la piel a una vaca situa- da en medio de la calle, que la engulle al vuelo. La India, la religión y la convivencia Es casi imposible hablar de la India y no referirse al tema religioso y, sobre todo, a las consecuencias que las reli- giones de la India, y especialmente el hinduismo y el budismo, tienen sobre los occidentales. En este mundo cada vez más enlo- quecido en que por motivos religiosos o invocando a Dios se cometen las mayo- res atrocidades, como guerras de inva- sión, atentados terroristas y otros episo- dios de violencia, la India sigue siendo un Estado ejemplar en cuanto a tolerancia y convivencia pacífica, todo ello al margen 11 99 de sucesos sangrientos que están en la mente de todos, como los que tuvieron lugar cuando se produjo la Partición de 1946-1947 y los posteriores de Meerut, Assam y, más recientemente, de Gujarat. Sin ánimo de minimizar el sufrimiento humano y el horror de estos hechos, yo siempre me refiero a ellos como excep- ciones que confirman la regla. Tras los horribles atentados provoca- dos, en lo que lleva andado el siglo XXI, por los islamistas radicales en diversos países —entre ellos, España—, unos hablan de choque de civilizaciones (objetivo que, sin duda persiguen los terroristas en su estrategia del enfrenta- miento), mientras que otros, como el actual presidente del Gobierno español y el Secretario General de la ONU, invo- can una deseada alianza de civilizacio- nes. Pues bien: la India, si descontamos los hechos mencionados, es un ejemplo histórico de esa alianza de civilizacio- nes. La India, todo un subcontinente, en el que se condensa la quinta parte de la población mundial, es un Estado verte- brado y articulado en que se mezclan razas, culturas y religiones de la más diversa índole. Es un ejemplo vivo para la tolerancia y el diálogo. Dicho esto, no quisiera incurrir en ingenuidades. No sé, no puedo conocer, lo que anida en estos momentos en el corazón de cada indio, sea hindú, musul- mán, sij, jaina, budista o cristiano o de cualquier otra religión. Me limito a los hechos, a los resultados. Tampoco puedo saber lo que anidaba en el cora- zón de cada judío, moro o cristiano como los que, en la Escuela de Traductores de Toledo, en el siglo XIII, congregaba en torno a sí el rey Alfonso X el Sabio. No puedo saberlo, pero puedo hablar de hechos y de resultados muy valiosos y que han servido de ejemplo para las generaciones posteriores. Si a veces nos invade el desánimo cuando contemplamos tanta intoleran- cia, odio y horror en las noticias del día a día, siempre podremos volverlos ojos a la India milenaria como ejemplo de convivencia pacífica. Entiéndase que no hablo solo de una India contemporánea y actual, como la que nace de su Independencia y de una Constitución moderna, sino también de una India en la que durante siglos hindúes y musul- manes aprendieron a convivir e incluso, como es sabido, se influyeron mutua- mente, fuera quien fuera quien goberna- ra según el Estado, la región y el momento histórico. Y no es extraño que cuando se ha intentado buscar el sincre- tismo religioso —es decir, lo que nos une en cada religión, lo valioso, y no lo que nos desune o enfrenta— se haya tomado la India como punto de referencia y des- tino. Así los hicieron, por ejemplo, los teósofos históricos, antes de dividirse y disgregarse por motivos que ahora no viene al caso citar. Visiones monográficas de la India Paso ahora a abordar otro hecho sobradamente conocido, pero que con- sidero fundamental cuando se trata de comprender las relaciones entre Occidente y la India y opinar sobre ello con sinceridad. Me refiero a la fascina- ción cada vez más creciente que sienten muchos occidentales hacia la espirituali- dad y religiosidad de la India, como algo muy genuino de ese país, y al que sue- len convertir como lugar de destino. Así, y por lo que puedo apreciar en mi entor- no, muchos españoles y europeos en general, descreídos de sus religiones de origen —por lo común, el cristianismo y el catolicismo— miran a Oriente y, en espe- cial, a la India como un respuesta a sus inquietudes e interrogantes. También en esto, y sin ánimo de generalizar, creo percibir una moda que tiene sus prece- dentes históricos más inmediatos en la época del hippysmo y de los Beatles. También en esto se puede apreciar a veces superficialidad, charlatanería y montaje comercial, como la de ciertos ashram en los que se concentran extranjeros de diversa procedencia que permanecen allí en régimen de pensión completa con el fin de encontrar la depuración y la iluminación, y quién sabe si la salvación. No he estado en Rishikésh, en el Estado de Uttranchal y no puedo hablar, por tanto, con conoci- miento de causa, pero por referencias que me han dado sobre ciertos ashram me atrevería a decir que pongo en duda que el occidental encuentre allí su cami- no si no lo ha encontrado antes en otros lugares y, sobre todo, en sí mismoiii. Desde hace tiempo observo que libros sobre la India, algunos de ellos muy meritorios, y ciertos productos origi- narios de ese país, sin olvidar la indu- mentaria y los objetos ornamentales, pueblan los escaparates de las tiendas españolas especializadas en esoterismo y ciencias ocultas de diversa índole — como esa ominosa pseudociencia lla- mada astrología—, tiendas que, también como los ashram citados, suelen ofrecer una vida mejor a sus clientes. Tiendas, en definitiva, a medio camino entre la herboristería, una versión ayurvédica de curanderos y el gabinete psicológico de barrio ejercido por cualquier aficionado. Todo eso es muy humano, pero debe ser analizado con lupa a la hora de reflexionar sobre la recepción de la India en nuestras sociedades occidentales.En definitiva, debemos reconocer que es muy propio de la condición humana el hecho de que nos movamos siempre entre la autenticidad y la impos- tura, entre la sinceridad y la pose, entre la seriedad y la superficialidad. Un can- tautor italiano de los años 60-70, Giorgio Gaber, decía desde el Piccolo Teatro de Milán: “Busco un gesto, un gesto natu- ral, para estar seguro, de que este cuer- po es mío”. Antes, en otra canción, se había definido como “Un hombre con tanta energía que va a realizarse en India y en Turquía: su salvación es un viaje a tierras lejanas”iv. Y así, no es extraño que el mundo de la recepción de la India en Occidente se pueble de iluminados, charlatanes e impostores. Proliferan los gurus de dudosa filiación y se multiplican las sec- tas de diverso pelaje. Y puede suceder que algunos de estos actores se lo tenga muy sinceramente creído. Nos entran las cosas por los ojos y la India es, en ese sentido, fascinante y mágica, arrebatadora, por lo que nos sentimos arrastrados, transportados hacia todo tipo de reacciones, y somos propensos a la parafernalia y a la exhi- bición. El occidental hechizado por la India se rodea de bellos objetos mági- cos y religiosos. El hasta hace poco agnóstico o ateo termina adornando su morada con figuras de Shiva o de Ganesha, e incluso les enciende velas, y 22 00 quema un incienso embriagador cuando espera la llegada de sus invitados a una cena en la noche del sábado. Yo mismo participo de esta parafernalia. ¿Cómo no va a ser la India de las religiones reclamo para la búsqueda de la anhelada felicidad en este mundo cada vez más materialista y descreído? Pero aunque la religión está tan unida a las formas de vida cotidiana de los indios, la India es, sin duda alguna, algo más complejo que todo eso. Fijarse solamente en la espiritualidad y desco- nocer otros aspectos culturales del pasado y el presente de la India es tener una visión excesivamente monográfica e incompleta de los indios, e incluso, si se me apura, de su propia religiosidad. He conocido a indios que no quieren oír hablar tanto de religión, filosofía y mito- logía cuando se está haciendo referen- cia a su país, pues lo consideran ya un tópico. Es lo mismo que sucede cuando, salvando todas las distancias, a los españoles se nos identifica con la corri- da de toros y con los toreros. Así que la India nos pide, a quienes de verdad queremos conocerla mejor, una manera más global y menos mono- gráfica de aproximación. También se da la visión monográfica en otro orden de cosas. Me refiero al hecho de que los medios de comunicación de nuestra época con frecuencia ofrecen noticias de la India que únicamente tienen que ver con la miseria y la pobreza, y en concreto con la que se acumula en las grandes metrópolis indias, producto de la inmigración de las zonas rurales a la ciudad. Esta claro que el desarrollo de la India, que la está convirtiendo en una potencia económica emergente y en un mercado de incalculables posibilidadesv, no suele ser noticia en los telediarios. No deja de ser sangrante que de la India solo se ofrezcan, casi siempre, informa- ciones que solo tienen que ver con la pobreza o con las catástrofes naturales (como, por ejemplo, las inundaciones que, en los monzones del 2005, han asolado el Estado de Maharashtra). De manera que hay dos lugares comunes que conviene controlar y asu- mir en su justa medida: uno es el de la religiosidad de la India, que hace creer a muchos occidentales que todos los indios viven por y para la religión, en estado permanente de meditación o de levitación, y no con los pies en el suelo, y otro el de la pobreza, que si bien es una realidad, hace que se ignoren otros logros del desarrollo y de la economía de los indios, donde una clase media también emergente y cada vez más numerosa está transformando estructu- ras e incluso me atrevería a decir que mentalidades. La India no es solo la de la Madre Teresa de Calcuta, sino tam- bién la de ciudades como, por ejemplo, Bangalore, uno de los centros mundiales de la informática. La India no es solo la del pacifismo heredado del Mahatma — al que, dicho sea de paso, nunca me cansaré de admirar—, sino también la de un Estado con armas nucleares —al igual que las poseen sus vecinos— y con miles de kilómetros de fronteras que debe vigilar. Los indios y la resignación Otra visión monográfica de la India es la que considera a los indios como resignados con su destino y con sus cir- cunstancias, por muy adversas que estas sean. Se supone que el sistema de castas y la filosofía del karma y del samsara parecen haber generado esta actitud. Con un proceder virtuoso solo cabe esperar en la reencarnación en una casta superior, con lo cual se acep- ta resignadamente una vida de caren- cias y de sufrimientos. Todo esto, como principio religioso, es muy respetable, pero me cuesta creer que todos los indios lo tengan presente en el día a día de la supervivencia y de la lucha por la vida. Es como si cada uno de ellos apli- case a su propia vida la filosofía de la resistencia pasiva, o como si siguieran con resignación la idea de que lo único seguro en esta vida es el sufrimiento, idea tan ligada al budismo, que, como sabemos, nació en la India. Por lo que he podido observar y por puro sentido común, eso no es así, por consiguiente creo que ya es hora de desmontar esa interpretación. Que tenga su fundamen- to en la realidad histórica y en las creen- cias de los indios, no es ese un motivo que justifique generalizaciones. Julián Marías, tras su viaje a la India, habló de “aceptación de la realidad” como con- ducta de los indios, apreciación que, aunque discutible, pone las cosas más en su justa medida que cuando se habla de resignaciónvi. De todas formas, no he visto pasividad, ni aceptación de la adversidad, ni resignación en múlti- ples y variopintas actitudes y actividades de los indios, sino pura y llanamente quehacer del día a día y deseo de mejo- ra material. La India es un país tan complejo y multiforme que es muy peligroso extraer conclusiones globalizadoras. Se habla de la dulce sonrisa de los indios como si ese fuera el ejemplo más emblemáti- co de su pasividad ante la adversidad, cuando todos sabemos que una sonrisa o una mirada dulce puede dispensarla también quien está sufriendo. Y mucho más si el receptor de esa mirada o de esa sonrisa es un occidental, que casi siempre suele despertar la curiosidad y la simpatía. He visto en la cara y en los ojos de los indios expresiones para todos los gustos, como sucede en cualquier colectividad en cualquier parte del mundo. He visto brillar la picardía en los ojos del comerciante que regatea, he visto la expresión congestionada de cólera en los que participaban en una manifestación comunista, he visto la indiferencia opaca y rutinaria del emple- ado de la recepción de un hotel. He visto miradas y actitudes amables y menos amables, risueñas unas, ceñudas y oscuras las otras. En definitiva, cons- truir una visión roussoniana de los indios ni es objetivo, ni les hace justicia ni les conviene. La India no es, en su poliédrica rea- lidad, como la desearían o la conciben los occidentales en sus visiones mono- gráficas: la India es como es. Sí, ya esta- mos enamorados de la India, ya hace tiempo que se produjo el flechazo, pero como sucede con la persona amada, pongamos por un momento los pies en la tierra y observémosla con una cierta objetividad. La India como pasión Y, sin embargo, quiero, en este punto, dejar de ser objetivo, e incluso de olvidarme de todo lo que he dicho, y sin miedo a contradecirme aunque no a desdecirme. ¿Acaso todo lo que he afir- mado hasta ahora no es producto de ese yo tirano y obsceno que, como una pesada carga, nos acompaña desde nuestra llegada al mundo y que de una forma un tanto impúdica figura en el título de este trabajo? Es ridículo sentirse en posesión de la verdad absoluta, y yo, frente a los dogmas, incluidos aquellos que yo mismo sienta la tentación de construir sin ser dogmático, proclamo la necesidad del relativismo. Frente
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