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Cultura e Geografia da Índia

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PERSPECTIVA
La cultura de la India se remonta a más de 5000 años de antigüedad. En este largo e ininterrumpido período la cultura de la India se
ha ido enriqueciendo también por sucesivas oleadas migratorias que fueron absorbidas por la forma de vida india. Esta variedad de
culturas representa un sello distintivo de la India. Su variedad física, religiosa y racial es tan inmensa como su variedad lingüística.
Debajo de esta diversidad yace la continuidad de la civilización y la estructura social de la India. La India moderna presenta un pano-
rama de unidad en la diversidad.
GEOGRAFÍA
Situación:
Coordinados Geográficos:
Hora India Estándar:
Área:
Prefijo Telefónico del País:
Países Fronterizos:
Costa India:
Clima:
Terreno:
Recursos Naturales:
Riesgos Naturales:
Medioambiente-Temas Actuales:
Convenios sobre Medioambiente
Internacionales
Nota:
PUEBLO
Cuadro Demográfico:
Tasa de Crecimiento Demográfico:
Tasa de Natalidad:
Tasa Mortalidad:
Esperanza de Vida:
Ratio entre Sexos:
Nacionalidad:
Grupos Étnicos:
Religiones:
La península India es separada del Asia continental por las Himalayas. Está rodeada por
la Bahía de Bengala al este, el mar arábigo al oeste, y el Océano Indico al sur.
Completamente en el hemisferio norte, el país se extiende entre latitudes 8° 4’ y 37° 6’
norte del Ecuador, y longitudes 68°7’ y 97°25’ este de él.
GMT + 05:30
3.3 Millones km2
+91
Afganistán y Pakistán al noroeste; China, Bhutan y Nepal al norte; Myanmar al este; y
Bangladesh al este de Bengala. Sri Lanka está separada de la India por tan solo un estre-
cho, constituido por el Estrecho Palk y el Golfo de Mannar.
7.516,6 km consiste en la parte continental, las Islas Lakshadweep, y las Islas Andaman
& Nicobar.
El clima de la India se puede clasificar como tropical monzónico. Pese a que la mayor
parte del norte del país se ubica más allá de la zona tropical, prácticamente toda la India
tiene un clima tropical caracterizado por más bien altas temperaturas y inviernos secos.
Cuenta con cuatro estaciones – (i) invierno (diciembre-febrero), (ii) verano (marzo-
junio), (iii) monzón sur-oeste (julio-septiembre), y (iv) pos-monzónica (octubre-noviem-
bre).
La tierra firme consiste en cuatro regiones, a saber, la zona gran montaña, las llanuras
gangéticas y del Indo, la región desértica, y la península sureña.
Carbón, mineral de hierro, mineral de manganeso, mica, bauxita, petróleo, mineral de
titanio, cromo, gas natural, magnesio, piedra caliza, tierra de cultivo, dolomita, barites,
caolín, yeso, apatito, fosforito, steatito, fluorito, etc.
Inundaciones provocadas por monzones, riadas, sequías, y desprendimientos de tierra.
Control de contaminación del aire, conservación de energía, gestión de desechos sólidos,
conservación de gas y petróleo, conservación forestal, etc.
Declaración de Río sobre Medioambiente y Desarrollo, Protocolo de Cartagena sobre Bio-
seguridad, Protocolo de Kyoto - Protocolo de la Convención de Marco de las Naciones
Unidas sobre el Cambio Climático, Convenio Comercial Mundial, Protocolo Helsinki al
LRTAP sobre la reducción de emisiones sulfúricas de óxidos nitrógenos o sus flujos trans-
fronterizos (Protocolo Nox), y Protocolo de Ginebra al LRTAP sobre el control de emisio-
nes de compuestos orgánicos volátiles o sus flujos transfronterizos (Protocolo de VOCs).
La India ocupa la mayor parte del subcontinente sudasiático.
India contaba con 1,028 millones de habitantes (532,1 millones varones y 496,4 millo-
nes hembras) el 1 de marzo de 2001.
1.93 por ciento durante 1991-2001.
24.8 por mil según el censo de 2001.
Tasa de Mortalidad Cruda 8.9 según el censo de 2001.
63.9 años (varones); 66.9 años (hembras)
933 según el censo de 2001
Indio/a
Se encuentran entre las gentes de la India todos los cinco tipos raciales mayores del
mundo - Australoide, Mongoloide, Europoide, Caucásicos, y Negroide.
De acuerdo con el censo de 2001, los Hindues constituían la mayoría con el 80.5 %, los
Musulmanes ocupaban el Segundo lugar con el 13.4%, seguidos por Cristianos, los Sijs,
los Budistas, los Jainistas, y demás.
RedacciónRedacción
INDICE
44 NOTA DE LA EMBAJADORA
66 GANESHA Y LOS ELEFANTES INDIOS
DR. ENRIQUE GALLUD JARDIEL
1133 CARTA DESDE LA ESENCIA DE LA VIDA
ABIGAIL STISIN DEL AGUILA
1166 LA MIRADA SE DESNUDA: LA INDIA Y YO
PROF. PEDRO CARRERO ERAS
2244 ECONOMÍA INDIA HACIA CRECIMIENTO ESTABLE
ABDUL MAJID PADAR
55 DÉJAME VER LA INDIA CON TUS OJOS - VERÓNICA ARANDA
LA INDIA - WILL DURANT
2299 AYURVEDA: MEDICINA TRADICIONAL INDIA
DR. BHARAT NEGI
3322 DADIMA KI RASOI
LASSI - EL REFRESCO DE SIEMPRE - REDACCIÓN
ROGAN JOSH (CORDERO EN SALSA) - MANJULA BALAKRISHNAN
3333 VISITANDO NUESTRO PRADESH
UTTAR PRADESH - VIAJAR CON HOLA NAMASTE
3377 BENARÉS - LA CIUDAD DE LA LUZ
FÉLIX ROIG
Redacción
Directora:
Suryakanthi Tripathi, Embajadora de la India
Jefe de Redacción:
Abdul Majid Padar, Primer Secretario
Publicado por la Embajada de La India en España
Avenida Pío XII, 30-32 - 28016 Madrid
página web: http://www.embajadaindia.com
correo electrónico: amb@embassyindia.jazztel.es y
amajidpadar@embassyindia.jazztel.es
Fax: 913 451 112.
D. Legal: M-7280-2006
Imprime: Naturprint
Estimado lector:
Está en sus manos el primer número de Hola Namaste que publicamos con la esperanza de que
esta revista de por sí refleje el respeto que mutuamente guardan España y la India a la riqueza y la diver-
sidad de las culturas. Como democracias pluralistas España e India tienen mucho que aprender de sus
experiencias recíprocas. Aunque ha habido un aumento sustancial en las relaciones entre nuestros dos paí-
ses en los últimos años, todavía prevalece el miedo a lo desconocido que impide que éstas alcancen su
verdadero potencial. 
La hospitalidad que se nos ha brindado a los miembros de la Embajada en todas partes de España
es conmovedora, y esta revista constituye nuestro homenaje a esta generosidad del pueblo español.
Espero que Hola Namaste, que constituyen dos saludos respetuosos de nuestros dos pueblos,
motive a sus lectores a contribuir a ampliar el entendimiento actual que nos aproxima cada vez más sobre
muchos asuntos y eventos internacionales así como el intercambio bilateral que existe a los niveles político,
comercial, cultural y académico. 
Creo que esta revista va a ser de agrado no sólo del público en España sino que también encon-
trará una acogida entre los lectores de habla hispana en América Latina. Huelga decir que abrimos nues-
tras puertas no sólo a los indólogos sino también a todo el mundo que desee compartir sus vivencias y
experiencias sobre relaciones entre la India y España abarcando cualquier tema desde la inversión, el
comercio, la tecnología, la educación, la filosofía, ciencia, literatura, turismo, cocina etc. 
Será de gran aprecio si las colaboraciones, inclusive con fotos, se nos hacen llegar durante la pri-
mera semana de cada mes, preferiblemente por medio de correo electrónico. Las notas se pueden dirigir
al Director de Hola Namaste a las señas amajidpadar@embassyindia.jazztel.es
Con mis más atentos saludos,
Suryakanthi Tripathi
Embajadora
44
DÉJAME VER LA INDIA CON TUS OJOS
Verónica Aranda
Déjame ver la India con tus ojos,
divisar cada templo desde tu perspectiva,
fundirme en el bullicio de calles infinitas,
mezclarme en los colores de saris y mercados.
Déjame ver la India con tus ojos,
arrojar los relojes al cántaro del Ganges
y hacer del tiempo un surco de tranquilos camellos
y ser en el paisaje como el loto del agua.
Déjame ver la India con tus ojos,
acostumbrarme a un norte de yugos y cloacas,
pensar que Brahma o Shiva dictaron cada karma,
poniendo adobe o mármol en la misma llanura.
Déjame ver la India con tus ojos,
que cítaras y hogueras me traigan las respuestas...
LA INDIA
“La India era la madre de nuestra raza y el Sánscrito la madre de las lenguas de
Europa. Ella era la madre de nuestrafilosofía, la madre a través de los árabes, del grue-
so de nuestras matemáticas, la madre a través del Buda de los ideales encarnados en el
Cristianismo, la madre a través de las comunidades rurales del auto-gobierno y la demo-
cracia. La India es de muchas maneras la madre de todos nosotros.”
Will Durant
55
66
GANESHA Y LOS
ELEFANTES INDIOS
Antes de cualquier actividad espiri-
tual o mundana, desde la más
nimia a la más ambiciosa, el pri-
mer cuidado del hindú será encomen-
darse a Ganesha, el dios-elefante, sím-
bolo de la inteligencia y deidad propicia-
toria de cualquier tarea o actividad,
especialmente las de tipo intelectual o
artístico. A esta solemnidad ritual se le
denomina mangalâcharana, literalmente
«acto auspicioso de reverenciar los pies
de la deidad». Sin un momento de aten-
ción a Ganesha, ninguna actividad da
frutos, ni siquiera la adoración a los
otros dioses.
Ésta es la creencia del hombre
común en la India, porque precisamen-
te Ganesha es gana isha, el dios del
hombre común. Y aunque este carácter
zoomórfico del dios de la inteligencia
fue malentendido y ridiculizado por
algunos occidentales de renombre —
como el mismo John Locke— veremos
que el elefante posee desde antiguo
para los hindúes las más excelsas con-
notaciones.
El dios Ganesha es, sin duda, el más
querido. Es hijo del dios Shiva y de la
diosa Pârvatî y está casado con Siddhi y
Buddhi, quienes simbolizan el intelecto
y los poderes sobrenaturales, respectiva-
mente. Es padre de Kshema (la prospe-
ridad) y Lâbha (el provecho). Se le consi-
dera el eliminador de problemas, por lo
que recibe el nombre de Vighneshvara
(“dios de los obstáculos”, aludiendo a
que es el dios que acaba con ellos). Se
le invoca, como hemos dicho, antes de
iniciarse cualquier tipo de solemnidad,
viaje o actividad. Es especialmente
venerado por estudiantes, escritores y
negociantes. La poetisa shivaíta Auvaiyar
escribe al respecto:
Si adoras a Vinâyaka, de rostro
de elefante, tu vida se expandirá ili-
mitadamente. Si adoras a Vinâyaka,
el del blanco colmillo, tus deseos y
tus dudas se desvanecerán. Por
ello, adórale, muéstrale tu amor
con ofrendas de frutos y flores y
mitiga así la carga de las acciones.
A muchos de nosotros nos importa
especialmente, pues es el dios de la lite-
ratura. Según la tradición, él mismo
transcribió el Mahâbhârata, el poema
épico de la «Gran India», al dictado de
Vyâsadeva, al que impuso la condición
de que debía contar toda la historia sin
detenerse. Como se le rompiese una
pluma, Ganesha se arrancó un colmillo
de su cabeza de elefante y siguió escri-
biendo con él, para no interrumpir el
flujo de palabras dictadas.
Su función es la de otorgador de
poderes, en su aspecto de Siddhipati
(«señor del poder»), pues es la personi-
ficación de la mente de Shiva y reúne en
sí los cinco elementos de la creación —
tierra, aire, fuego, agua y éter— y maneja
Dr. Enrique Gallud Jardiel
las fuerzas fundamentales que integran
la materia.
Su origen es el siguiente: estando la
diosa Pârvatî bañándose en sus habitacio-
nes fue sorprendida por su esposo, el
dios Shiva, por lo que pensó buscar un
guardián para su puerta. Con este fin
tomó rocío de su cuerpo y barro, y formó
a Ganesha. Cuando Shiva quiso entrar,
Ganesha se opuso con tanta violencia
que hasta golpeó al dios. Furioso, Shiva
llamó a sus tropas, para que le matasen.
Pero Ganesha les hizo frente, por lo que
Shiva puso ante él a la bellísima Mâyâ, la
personificación de la ilusión. Mientras
Ganesha la contemplaba, el dios le arrojó
su tridente y le cortó la cabeza. Pârvatî
montó en cólera y devoró a gran parte del
ejército del dios. Éste envió a sus emisa-
rios hacia el norte con la orden de traer la
cabeza del primer animal que encontra-
ran, que resultó ser un paquidermo, con
objeto de que Ganesha pudiera resucitar.
Su cuerpo suele ser de color rojo o
amarillo y sus manos son portadoras de
una maza, un loto, un nudo corredizo,
una concha y un disco arrojadizo, ade-
más de un cuenco lleno de arroz o de
dulces de los que se alimenta, o de
joyas y perlas que derrama sobre sus
devotos. Lleva serpientes en los tobillos
y en el pecho. Entre sus otros atributos
se encuentran el hacha, un doble triden-
te, un cuchillo, un arco hecho con una
caña de azúcar, un bastón de mando y
el focino, usado simbólicamente para
eliminar los obstáculos en el camino
espiritual.
A Ganesha se le representa simbóli-
camente por la letra ga (ga) del alfabeto
sánscrito y por el signo de la esvástica o
sâthiya.
Además de Ganesha, veamos qué
otros elefantes han obtenido un lugar de
importancia en el mundo mitológico hindú.
Hay varias leyendas sobre el origen
de los elefantes. En diversos purâna o
libros de tradiciones mitológicas, se
narra el batimiento del Océano de Leche
que los dioses llevaron a cabo junto con
los demonios para obtener el amrita o
néctar de la inmortalidad. Se dispusieron
a hacerlo utilizando al monte Mandara
como palo y a Vâsukî, rey de los nâga o
serpientes semidivinas, como cuerda.
Del océano surgieron varios tesoros y
seres maravillosos, entre ellos los ele-
fantes. Por eso se les considera precio-
sos y deben ser protegidos y valorados
como joyas.
Concretamente se habla de Airâvata,
el elefante gigantesco que es cabalgadu-
ra de Indra, rey de los dioses. Es el
arquetipo zoomórfico de las nubes por-
tadoras de lluvia, por lo que su color es
blanco. Es la deidad guardiana del Este y
defiende ese punto cardinal. Surgió tras
el batimiento del océano, pero según
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otra leyenda, cuando nació el ave
Garuda, cabalgadura del dios Vishnu, en
el instante en que rompió el huevo, el
dios Brahmâ cogió en sus manos las dos
mitades de la cáscara y cantó sobre ellas
siete melodías celestiales. Airâvata nació
entonces de la cáscara de huevo que
Brahmâ tenía en la mano derecha. Le
siguieron siete machos más. De la cásca-
ra de la mano izquierda surgieron ocho
hembras y así se formaron los antepasa-
dos de todos los elefantes de la tierra.
Originariamente los elefantes podían
volar, pero en una ocasión se posaron
sobre las ramas de un árbol bajo el cual
se encontraba el asceta Dîrghatapas y
sus seguidores. La rama se rompió y los
elefantes aplastaron a algunos de los
ascetas. Dîrghatapas les maldijo y desde
ese día perdieron sus alas, como se
narra en el Vâyupurâna.
A Airâvata se le llama también
Gajaindra, «el elefante de Indra», y se le
relaciona con el fluido vital del cosmos.
También se emplea su nombre para
designar al arco iris y cierto tipo de
relámpago. Su consorte se llama
Abhramu (de mu, «formar», y abhra,
«nube»: «la que produce nubes»).
Este símbolo de un dios védico per-
duró en el hinduismo posterior y la rela-
ción del elefante con la rama vishnuita
se encuentra en esta figura mitológica
de Gajendra, gran devoto del dios
Vishnu, a quien se llama Karivarada o
«protector de los elefantes». Este nom-
bre se debe a una leyenda del
Bhâgavatapurâna, que cuenta que en
los bosques del monte Trikuta vivía el
rey de los elefantes, gobernando y pro-
tegiendo sabiamente a su manada. En
cierta ocasión se dirigió a bañarse en un
lago donde moraba un cocodrilo. Éste
mordió al elefante en una pata y, por
más esfuerzos que hacía el paquidermo,
el animal no soltaba su presa. La lucha
duró mil años, al cabo de los cuáles la
fuerza del elefante comenzó a disminuir,
mientras que el cocodrilo mantenía su
potencia y su decisión. El elefante
empezó a rezar a Vishnu, para que le
protegiera. El dios se manifestó y, con su
disco, cortó la cabeza del cocodrilo.
Según otra versión, el dios no mató al
reptil, pues su sola presencia bastó para
que ambos animales cesaran en su
lucha para reverenciarle.
En el contexto indio, el elefante es
un símbolo muy variado, distinto al que
le adjudicó tradicionalmente Aristóteles
o al que menciona la psicología analíti-
ca actual. La interpretación más antigua
que se conoce de los elefantes los rela-
ciona en los Veda con el poder y el
esplendor real, asociándolos a los reyes
que cabalgaban sobre ellos. Son tam-
bién símbolo de estabilidad, solidezy
permanencia, de la sabiduría de las eda-
des y de la fuerza serena y controlada.
Posteriormente, en la etapa búdica y
upanishádica, se les asocia con la pure-
za, por el hecho de ser vegetarianos,
pese a su gran tamaño. Además, el ele-
fante atraviesa la selva apartando con
su trompa los obstáculos del camino, lo
que se puede entender en el sentido
del sendero espiritual del que hay que
apartar todo lo que entorpece el progre-
so. Así, queda identificado con la sabi-
duría cercana al hombre, por ser un ani-
mal que trabaja junto a él.
Concretamente, para los budistas, el
elefante es símbolo del poder mental. Al
inicio de la meditación, la mente incon-
trolada se representa como un elefante
de color gris que puede volverse furioso
en cualquier momento y destrozar todo
lo que encuentre a su paso. Tras practi-
car las técnicas de control mental, el
intelecto queda simbolizado por un ele-
fante blanco que permite ser conducida
y que ayuda con gran efectividad a des-
truir los obstáculos del camino.
Aparte de esta interpretación simbó-
lica general se considera a los paquider-
mos de maneras muy específicas. En su
asociación más antigua representa a la
nube y, como tal, puede llegar a ser
adorado. Es una nube de lluvia que
camina por la tierra y con su presencia
mágica, llama a sus parientas celestia-
les, las nubes, elefantes del cielo, para
que se acerquen. Así, por su asociación
con la lluvia, la fertilidad de las cose-
chas, el ganado y, en general, el bienes-
tar del hombre, se le considera un ani-
mal benefactor. De ahí que los reyes
críen elefantes para el bienestar de sus
súbditos y que en un rito anual dedica-
do a la lluvia, la fertilidad de las cose-
chas y el bienestar general del reino, se
pinte al elefante de blanco con pasta de
sándalo y se lo lleve en solemne proce-
sión por la capital. Según el
Hastâyurveda —tratado específico sobre
elefantes que luego mencionaremos—, si
no se hiciera así, perecerían todos en el
reino, por haber desatendido a una divi-
nidad.
Lakshmî, la diosa de la prosperidad,
esposa de Vishnu, tiene asimismo su
vínculo con los paquidermos, en su
aspecto de Gajalakshmî («Lakshmî de
los elefantes»). Este aspecto aparece de
la siguiente manera: de un jarrón lleno
de agua brotan cinco lotos, dos de los
cuáles sostienen a un par de elefantes
blancos a los lados. Éstos, con sus trom-
pas, derraman agua sobre la diosa
mientras ésta levanta con su mano
derecha sus pechos como símbolo de
fertilidad. Estos elefantes se llaman
Shrîgaja («elefantes de Shrî [Lakshmî]») y
simbolizan, como ya hemos indicado,
las nubes benefactoras, que traen rique-
za, prosperidad y felicidad a los seres
vivos.
Otro aspecto curioso es del de
kâmagaja, «el elefante del deseo».
Kâmadeva, el dios del amor, suele repre-
sentarse iconográficamente montado
sobre un elefante de color verde cuyo
cuerpo está formado íntegramente por
cuerpos de mujeres. La mente sería en
este caso el ankusha o focino, que
puede controlar el deseo. 
Entre estas variedades simbólicas se
concede especial valor a los elefantes
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blancos — albinos con manchas claras o
sonrosadas — porque sugieren el origen
de su antepasado surgido del Océano
de Leche. Se relacionan particularmente
con la figura del Buddha, pues de acuer-
do con la concepción budista, el bodhi-
sattva descendió desde el cielo en
forma de elefante blanco al seno de su
madre, la reina Maya, lo que ella antici-
pó en un sueño. Desde entonces el
blanco es el color sagrado del budismo
y el elefante sirve también para repre-
sentar a Gautama Buddha, de quien es
cabalgadura. Según el budismo, este
animal es símbolo de la inteligencia y
quien trae la redención de las ataduras
mundanas. Ya en el año 231 a. de C. el
elefante era el emblema de esta filoso-
fía y aparecía en las tallas de los tem-
plos
Su relación con la prosperidad es
muy clara y, según una leyenda de las
vidas anteriores del Buddha, el bodhi-
sattva, nacido como el príncipe
Vishvântara, se desprendió del elefante
blanco del reino de su padre, regalándo-
lo generosamente a un país vecino que
sufría el hambre y la sequía, para que la
presencia del elefante blanco mitigara
estos males, como así sucedió. Sin
embargo, el pueblo se sintió tan traicio-
nado al perder a su animal sagrado que
obligó al príncipe Vishvântara a marchar
al destierro.
Otro valor simbólico que se les adju-
dica a los paquidermos es el de anima-
les cosmóforos o sostenedores del cos-
mos. Son las cariátides del universo.
Tradicionalmente existen ocho elefantes
mitológicos que sostienen el mundo
sobre sus lomos y protegen los ocho
puntos cardinales. A tales animales se
les denomina hastin («elefante») o dig-
gaja («elefante de los puntos cardina-
les»). Sus nombres son Airâvata,
Pundarîka, Vâmana, Kumuda, Añjana,
Pushpadanta, Sarvabhauma y Supratîka.
Se les suele representar juntos, en sus
lugares respectivos de un rectángulo
que incluyen en su centro todos los sím-
bolos de la tierra.
Esta noción mítica ha pasado al arte
y en la arquitectura sacra de la India ha
contribuido a un concepto denominado
gajathar (gaja = elefante; thara = base).
Representa la parte inferior de la cons-
trucción, pues simbólicamente el elefan-
te representa al cuadrado. En los tem-
plos clásicos hindúes el plinto de la
base suele estar dividido en partes
esculpidas según un orden tradicional.
La más baja ofrece representaciones de
espíritus subterráneos con cuernos, la
de la mitad lleva representaciones de
elefantes; la de encima incluye caballos
y, por último, la de la parte superior del
plinto, representaciones humanas. Los
elefantes como sostenedores del univer-
so son una metáfora viviente de ese
concepto de nomenclatura reciente pero
existente ya en la antigüedad: la ecolo-
gía, el equilibrio entre las especies que
permite el sano y continuo desarrollo de
los seres vivos, seas éstos cuáles sean.
Es común asimismo en la narrativa
mitológica del hinduismo encontrar al
elefante como símbolo total del univer-
so, representando al Todo, al Absoluto.
Muy conocida es la parábola de los
cinco ciegos que tocaban cada uno una
parte del elefante —la trompa, la pata, la
cola— y lo describían de forma parcial, sin
poder aprehender su totalidad, de la
misma manera que se tiene una visión
fragmentaria del universo.
Pero hay más, debido al valor meta-
físico que los hindúes han adjudicado
tradicionalmente a los sonidos, las letras
y las palabras. En un himno de los
Brahma Sûtra se identifica al elefante
con el proceso de evolución del espíritu
hacia el Absoluto. Dice el poema:
Gaja, el elefante, es el origen y el
fin.
El yogî, en su experiencia del
samâdhi,
llega a un estado llamado ga, la
meta;
y ja es el origen
de donde surge el Aum,
el sonido primigenio.
Todos estos aspectos han conduci-
do a una sacralización del elefante,
junto con otros animales, pues aunque
muchas culturas consideran la zoola-
tría o adoración de animales como una
forma baja de religiosidad, no ocurre
en absoluto así en el contexto indio.
Los animales son una forma de vida
distinta de la humana, pero no necesa-
riamente inferior. Participan de pleno
en la esencia divina de todo el univer-
so y sirven como símbolos de unas
características venerables. El ser divi-
no, que lo es todo, incluye por igual a
dioses, hombres, bestias y hasta los
objetos inanimados. Nada hay fuera
de él. De ahí el carácter sagrado de los
animales y el que desde antiguo se les
haya venido sacralizando en la India,
como parte integrante de la naturale-
za. Así el caso del elefante, del caballo,
del pavo real, del cisne, del león. No es
difícil amar a estos animales y los
indios lo hacen: los respetan, los pro-
tegen y los veneran en su iconografía
sagrada.
Esta práctica, poco entendida en
Occidente, hace que el indio se incline
por un saludable vegetarianismo y viva
con gran naturalidad en contacto con
otros seres vivos. En general, los indios
conviven fácilmente con los animales,
no les consideran un peligro ni les ata-
can innecesariamente. Aunque gran
número de especies se hallan especifi-
cadas eneste proceso de sacralización,
algunas de ellas se encuentran en una
situación privilegiada, por razones cultu-
rales, económicas y de otra índole. El
elefante entra por derecho propio en
esta categoría.
Todos los dioses del panteón indio
están asociados de una u otra manera a
un animal. Esta peculiaridad tuvo como
finalidad el propiciar mediante la religión
la formación de una sociedad respetuo-
sa con la fauna, adjudicando a un gran
número de especies la categoría de
sagradas. La mitología presenta la con-
dición de vâhana, un animal que es el
vehículo de un dios y que representa
una de las funciones primordiales de
éste. Nos hallamos, en realidad, ante
una manifestación zoomórfica de los
propios dioses. El elefante es la cabalga-
dura de Indra, rey de los dioses, de
Indranî, su consorte, y de Kuvera, dios de
las riquezas, además de hallarse vincu-
lado a otras deidades.
Esto conduce a un respeto extremo
y a que la veneración a los elefantes —
simbolizados en el dios Ganesha— sea
una de las cinco variedades del culto
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hindú, junto con los adoradores de
Shiva, de Vishnu, de la diosa madre y
del sol.
El nombre genérico que se emplea
para las sectas que adoran principal-
mente a Ganesha, es el de gânapatya.
Existen seis sectas principales, que ado-
ran al dios como única deidad, para las
que éste simboliza todo el universo y
que comenzaron a cobrar impulso con
el inicio del culto a Ganesha entre los
siglos V y VIII . Se encuentran especial-
mente en la costa occidental de la India.
De entre ellas las más importantes son
los Haridraganapati. Consideran a
Ganesha el creador del universo, mien-
tras que los otros dioses no son sino
miembros del cuerpo del dios. Los que
pertenecen a esta secta se tatúan en
una parte de su cuerpo la cabeza del
dios. Están también los Mahâganapati,
quienes consideran a Ganesha como el
dios creador y la única deidad que per-
durará tras la disolución del universo.
Para ellos la repetición y adoración del
nombre del dios es suficiente para
alcanzar la liberación. Además, existen
los Uchchishthaganapati, semejantes a
las sectas del sendero izquierdo del
Tantra, en las que se intenta percibir a la
divinidad mediante los caminos social-
mente mal considerados, como sexo,
empleo de estupefacientes, et. No
hacen distinciones de casta y se distin-
guen por una marca circular roja en sus
frentes. Se cuentan asimismo los
Navanîta, los Svarna y los Santâna.
Algunas de estas sectas practican la lec-
tura del libro denominado Ganeshagîtâ,
y que no es sino la Bhagavad Gîtâ en la
que el nombre de Krishna, encarnación
del dios Vishnu, ha sido substituido por
el de Ganesha.
Pero el elefante no es sólo objeto de
ficción. Existe toda una literatura científi-
ca sobre los paquidermos, pues consi-
derada la pasión de los indios por el tra-
tamiento sistemático y técnico de todos
los temas que les interesan, hubiera
sido muy extraño que no hubiesen pres-
tado especial atención a este animal,
que ha desempeñado un papel impor-
tante en sus vidas y en su cultura.
La creación de la elefantología cien-
tífica india se le atribuye a Pâlakâpya,
aunque las primeras referencias sobre
elefantología aparecen en el
Arthashâstra de Kautilya Chânakya (siglo
III a. de C), donde se lee lo siguiente:«El
rey que cuide a los elefantes como a
sus propios hijos siempre saldrá victorio-
so y, tras su muerte, gozará del reino
celestial.» De ahí en adelante, en ningún
tratado político o militar indio faltan las
referencias a los elefantes.
El Hastâyurveda [La sabiduría sobre
la longevidad de los elefantes] es la
enciclopedia clásica sobre el tema.
Consta de 7.600 pareados, además de
varios capítulos en prosa. Es una obra
sánscrita, sin fecha conocida, atribuida a
Pâlakâpya. También se conoce como
Gâja Shâstra. Está dividida en cuatro
partes: enfermedades graves de los ele-
fantes y su cura, enfermedades leves,
cirugía para paquidermos y, por último,
alimentación y acomodo de los anima-
les.
Otras obras dignas de mención
sobre el tema son el Yashastilaka de
Somadeva Surî, que data del 1059; el
Shukranîti de Shukrâchârya, del siglo XIX;
y el que los especialistas han llamado el
«manuscrito de Tanjavur», una obra
sánscrita incompleta pero muy intere-
sante sobre paquidermos.
Empero, el libro más curioso es el
Mâtanga Lîlâ [Tratado festivo sobre ele-
fantes], que conocemos por la versión
del gran indólogo alemán Heinrich
Zimmer. El creador de esta pequeña joya
fue Nîlakantha Bhatta, autor de varios
compendios científicos. Vivió en el siglo
XVII y era nativo de Kerala. El libro es un
tratado en 263 versos, divididos en doce
capítulos, y trata de los siguientes temas
relacionados con los paquidermos:
características favorables y desfavora-
bles, marcas de longevidad, medidas,
diferencias de carácter, modo de cazar-
los, manera de cuidarlos, su régimen y
las cualidades que se desean en ellos.
Es especialmente interesante y deta-
llada la descripción que este libro hace
de un estado en el que caen los
machos de esta especie, conocido en la
India como masta, que podría traducirse
por «embriaguez». Se trata de una espe-
cie de locura que puede afectar a los
individuos masculinos en cualquier
época del año y sin razón aparente.
Durante un tiempo variable (siempre
inferior a un mes) el elefante se vuelve
peligroso y ataca a casi cualquier ser
que se le acerque. También expulsa una
segregación oleaginosa de color ocre
que le resbala por las mejillas, la que
daría lugar a que, siglos más tarde,
Charles Darwin afirmara que los elefan-
tes indios lloran en ocasiones. El
Mâtanga Lîlâ describe esta estado pasa-
jero del animal con gran profusión de
detalles y alta precisión científica.
En cuanto al elefante como animal
representativo de la India en obras de
ficción, puede mencionarse la pieza tea-
tral sánscrita Svapnavâsavadatta, com-
puesta por Bhasa, donde se narra que,
para aprisionar a un enemigo, un rey
construyó un gran elefante blanco de
madera, al que se recubrió con pieles
para darle mayor autenticidad y que, en
su interior, ocultó a un gran número de
soldados, dispuestos en emboscada, en
claro paralelismo argumental con la
Ilíada.
Dejando ya el plano del símbolo y
las letras, veremos el lugar de los elefan-
tes en el mundo natural.
En la India los elefantes han sido
una parte integral de la cultura histórica,
desde mucho antes del período védico.
Su domesticación se remonta al tercer
milenio a. de C., en la civilización del
Valle del Indo. Ya aparecía el elefante en
los sellos de Mohenjo-Daro, que se
cuentan entre las primeras obras artísti-
cas no sólo de la India, sino de la civili-
zación humana. Estos sellos proporcio-
nan las representaciones más antiguas
conocidas del elefante. Muestran al ani-
mal en sus funciones doméstica y mito-
lógica. Se representa al elefante ante un
pesebre, por lo que ya debía de desem-
peñar un papel en la vida cotidiana. Nos
estamos refiriendo a la subespecie
Elephas maximus indicus del elefante
asiático, del que a inicios del siglo XXI
quedan 50.000 ejemplares.
Desde antiguo se ha venido criando
cuidadosamente a estos animales, aun-
que técnicamente no están domestica-
dos, en la plena acepción del término,
11 00
pues no se les ha hecho una crianza
selectiva para potenciar características
específicas, como el caso del ganado,
los caballos o los perros. Sí se les ha cla-
sificado, y los textos mencionan curiosa-
mente «castas» de elefantes. Estas des-
cripciones aparecen en el libro primero
de la epopeya del Râmâyana y en el
Arthashâstra de Kautilya Chânakya. Se
consideran tres clases de elefantes: los
kumaria o principescos, por su majes-
tuosidad; los mriga o semejantes a cier-
vos, por su pequeño tamaño; y los dvas-
hala o intermedios, una mezcla de los
otros dos. Una cuta de la famosa com-
pilación de cuentos titulada
Panchatantra, atribuida a Vishnu
Sharman, ilustra esta dignidad que men-
cionábamos:
Si sólo queremos alimentarnos,
entonces ¿en qué nos diferencia-
mos de los perros? ¿No habéis
visto a los perros ladrar y aullar
ante la contemplación del alimen-to? No muestran modestia ni
humildad. Algunos hombres son
como ellos. Pero fijaos, en cambio,
en los elefantes. Nunca exhiben su
contento cuando se les da su
comida. Su porte majestuoso, su
actitud, sus gestos, son algo digno
de ser considerado. Los mejores
hombres son como ellos.
Esta opinión no ha cambiado con el
transcurso de los siglos y Rudyard
Kipling, el poeta del Imperio británico, no
tuvo reparo en afirmar: «The elephant is
a gentleman.»
La inteligencia de estos animales se
considera proverbial en la India y fue
causa de asombro para los primeros
occidentales que entraron en contacto
con ellos. Estrabón, en el libro decimo-
quinto de su Geografía asegura: «Es tan
fácil su doma que aprenden a arrojar
piedras contra un blanco y a emplear las
armas, así como nadan de maravilla.»
Marcos Jiménez de la Espada, en su
libro Andanças e viajes de un hidalgo
español: Pero Tafur, dice: «Fácenlos
jugar con una lança, echándola en alto
e rescibiéndola, e muchos otros juegos.»
Flavio Arriano, en su obra Indika [Cosas
de la India], también lo constata:
En efecto, el elefante es el más
inteligente de los animales: como
que unos, cogiendo a su cornaca
muerto en la guerra, lo llevaron
ellos mismos a la sepultura; otros
cubrieron a los cornacas, derriba-
dos, con su cuerpo; otros arrostra-
ron peligros para salvar la vida de
su cornaca caído; y otro, en fin, que
había dado muerte encolerizado a
su cornaca, murió de pena y arre-
pentimiento.
Según cuenta la leyenda, en la
famosa batalla de Hydaspes, en el 326
a.C., el rey Porus [Purushottam] quedó
herido por innumerables flechas y fue su
elefante quien le salvó la vida. En primer
lugar le apartó del fragor de la batalla y
le condujo a un sitio seguro. Después le
bajó con cuidado, para que no sufriera y,
finalmente, arrancó con la trompa las
flechas del cuerpo de su amo. Alejandro
quedó tan impresionado por este hecho
que mandó grabar una moneda en
donde se representaba al rey Porus
sobre su elefante. Esta moneda puede
admirarse hoy día en el Museo Británico
de Londres.
Además de estas cualidades men-
cionadas, también son de admirar sus
capacidades sensoriales, pues se ha
constatado que los elefantes indios
pueden captar infrasonidos y vibracio-
nes del suelo, lo que les permite alertar
de los frecuentes terremotos de algunas
zonas. Esta peculiaridad parece que ha
tenido oportunidad de comprobarse en
algunos lugares de la costa de
Coromandel durante el maremoto acae-
cido en el 2004.
No hay que decir que la cría y el
adiestramiento de los elefantes los
hacía generalmente el estado, pues los
individuos no tenían suficientes medios
para ello. Por ello, la posesión de elefan-
tes era prerrogativa de los reyes. Los ele-
fantes se capturaban en la selva y luego
se los mantenía en reservas en el bos-
que o en guarniciones para fines béli-
cos, o se los destinaba a las cuadras
reales, para que sirviesen de montura
ceremonial.
Los elefantes se emplearon en la
India para la guerra desde el primer
milenio a. de C. En la epopeya del
Mahâbhârata ya se menciona que un
ejército modelo contaba en sus filas con
21.870 elefantes. Éstos eran una de las
cuatro partes del ejército (con la infante-
ría, la caballería y los carros). Los persas
aprendieron de los indios esta práctica y
la transmitieron a los helenos.
Un gran número de estos animales
murieron en batallas. A inicios del siglo
XVIII, con el uso generalizado de los
mosquetes dejaron de emplearse para
la primera línea de ataque. Sin embargo,
su importancia no disminuyó, ya que
podían transportar soldados, munición y
avituallamiento por zonas de difícil acce-
so donde no pasaban los carros. Incluso
en pleno siglo XX, durante la Segunda
Guerra Mundial, todos los elefantes de
propiedad privada de la India fueron
requisados para emplearlos en la defen-
sa de la frontera, contra los japoneses,
que habían invadido Birmania.
Sólo en un país de tan extremados
contrastes como la India sería posible
compaginar este uso con la veneración
a la que antes hacíamos mención. A los
elefantes se les respetaba tanto que en
se empleaban para elegir un sucesor al
trono. La superioridad de un rey se
medía en el número de elefantes de su
ejército. El nacimiento de un elefante se
consideraba un signo de futura prospe-
ridad. Las celebraciones religiosas inclu-
yen por lo general ofrendas a los elefan-
tes.
Es de destacar una festividad en
honor de Ganesha, denominada
Ganeshachaturthî («cuarto día de
Ganesha»). En ella se celebran desfiles
por las calles de las ciudades y de los
pueblos, que concluyen al arrojar imáge-
nes del dios, hechas con barro o arcilla,
a los ríos sagrados o al mar. Esto se
hace en medio de cánticos y bailes. Tras
la inmersión, una parte del material del
que se han hecho las efigies se recupe-
ra y con él se marcan simbólicamente
los graneros o aquellos lugares en los
que se desea prosperidad.
En la actualidad, los elefantes suelen
emplearse principalmente en procesio-
nes religiosas, en las que se les decora
y pinta con varios colores, protegiéndo-
seles la frente con una coraza profusa-
mente adornada. Como ejemplo de este
rito puede mencionarse el del templo de
Guruvayûr, un tîrtha o lugar sagrado de
peregrinación, en el estado de Kerala,
considerado el más importante de la
zona y visitado por miles de peregrinos
todos los días del año. Está dedicado a
un aspecto del dios Vishnu, llamado
Guruvayûrappan. Uno de los ritos más
típicos es el paseo de la deidad dentro
de los precintos del templo, transporta-
da encima de elefantes decorados al
efecto.
No obstante, la festividad más famo-
sa en la que intervienen paquidermos
es Puram, que se celebra en la localidad
de Trichur. Treinta elefantes ornados con
quitasoles ceremoniales desfilan por
delante del templo principal y se aline-
an ante él. Se cree que la deidad del
templo, el dios Vadakkunnathan (un
aspecto de Shiva), monta de manera
invisible el elefante central. Al son de la
música los elefantes efectúan la pra-
darshina o circunvalación ritual.
Y para todos estos ritos los templos
cuentan con sus elefantes particulares,
ocupados exclusivamente en esta acti-
vidad. Por ello, en el sur de la India
especialmente, son comunes los san-
tuarios de elefantes, amplios recintos
en donde se cría y cuida a los paquider-
mos y se les adiestra para procesiones.
Allí se encuentran en libertad y tienen
gran número de cuidadores especializa-
dos para atenderles, que les alimentan,
les pasean y les bañan a diario con un
celo y un mimo dignos de reconoci-
miento. Las directrices del Mâtanga Lîlâ
dan idea del cariño que se tiene en la
India a los elefantes, pues no cualquie-
ra puede cuidarles. Según el tratado, los
cuidadores de elefantes deben ser,
indefectiblemente «...inteligentes,
majestuosos, justos, devotos, puros, sin-
ceros, libres de vicios, honestos, contro-
ladores de sus sentidos, de buen com-
portamiento, vigorosos, adiestrados, de
buen hablar, discípulos aventajados de
buenos maestros, listos, constantes,
protectores, hábiles curadores, valientes
y omnisapientes». ¡Pero qué menos
para un animal tan dulce y a la vez tan
magnífico! ■
11 22
11 33
CARTA desde
“LA ESENCIA DE
LA VIDA”
Jeypore: ¡Hola a todos! ¡Hasta el
momento todo está saliendo de per-
las! Hemos pasado 14 inolvidables
días con la tribu de los Gadaba... gente
primitiva y entrañable. Una estancia tran-
quila con gente pacífica y hospitalaria.
Hoy os escribimos desde la «civilización».
La temperatura siempre rondando los
25º-30º C. con mucha humedad pegajo-
sa que dificulta muchas veces el trabajo.
A pesar de esto, hemos conseguido gra-
bar ritos muy antiguos y únicos que sólo
los viejos conocen ya. Las imágenes y las
historias son magníficas y el documental
está saliendo ESPECTACULAR... Esta tribu
se está asimilando a una velocidad de
vértigo... tan sólo quedan 14 mujeres
Gadaba con los vestidos y decoraciones
tradicionales de una población total de
350 en la aldea Gadaba donde convivía-
mos con ellos. El equipo de rodajeIndio
se está portando de maravilla... son gente
solidaria que nos apoyan y que siguen
nuestro ritmo de trabajo disfrutando de
cada momento de esta aventura. Existe
un hermanamiento muy palpable cuando
nos llaman BHAIA. Pronto os contaré
más... Hasta entonces, un fuerte abrazo
desde tierra Gadaba, Abigail.
¡Hola a todos!
NAMASTE, desde la India.
De nuevo os escribimos para conta-
ros las últimas noticias desde “zona tri-
bal”. La carta anterior os la escribimos
desde la pequeña ciudad de Jeypore
en la provincia de Koraput, Orissa. Os
contábamos solo un poco de lo acon-
tecido ya que por unas pocas horas
que pasamos en la “civilización” estuvi-
mos aprovechando para tomarnos
unas coca-colas refrigeradas, unos
spaghetti y un pedazo de tarta de cho-
colate... y por supuesto una ducha
caliente en la habitación con aire
acondicionado del único hotel decente
que hay por aquí, en definitiva un poco
de “mimos” de la vida cómoda a la que
estamos tan mal acostumbrados. Sí, lo
que oís... porque aunque ya sé que lo
sabéis no nos damos cuenta porque lo
tenemos a diario, pero hace falta acor-
darse de vez en cuando que hay cien-
tos de millones de personas que a dia-
rio tienen que recorrer varios kilómetros
para cargar un recipiente de agua a su
casa y leña para cocinar y calentarse,
por supuesto cargando con todo el
peso encima de la cabeza .. también
hay gente como con la que hemos
convivido estos días, que tiene que
recorrer cada día largos y peligrosos
caminos entre la densa jungla para lle-
gar a su parcela de cultivo y alimentar
a su gente... y por supuesto todos lle-
van consigo un artesanal arco de
bambú y flechas con grandes y afiladas
puntas de metal, por que muy posible-
mente detrás de cualquier árbol le
puede aparecer, por sorpresa, dejándo-
le la sangre helada al indómito tribal,
un simpático-bicho-como-los-del-Libro-
de-la-Selva, un enorme oso, un jabalí
con colmillos “medalla de oro”, un feroz
leopardo en busca de comida que ali-
mente su colmillo, o una señora ser-
piente que de repente cae sin avisar
desde una rama, ya que sabe trepar
hasta ahí pero no se sabe bajar, así
que se “deja caer” desde lo alto..y si, si
he visto a niños como Mowgli trepan-
do casi desnuditos por las largas lianas
de los centenarios árboles de 7 metros
de diámetro. Y aunque parezca un
cuento, cuando estás allí con ellos, tie-
nes la sensación de que en cualquier
momento puede aparecer Tarzán aga-
rrado a cualquiera de las cuerdas vege-
tales.
Sí, acabamos de volver hoy a
Jeypore desde los <bosques verde
esmeralda> de los BONDA HILLS...la
tribu de Los Bonda.. la más primitiva y
por ello la más salvaje de las 467 tribus
que existen aún en La India... un país
de casi mil doscientos millones de
habitantes donde hay miles de distin-
tas maneras de vivir y decenas de idio-
mas con sus dialectos. Sinceramente, le
dije a Juancho que tenía muchos repa-
ros en ir a conocer a nuestros “nuevos
amigos” porque todo el mundo que los
nombra lo hace con adjetivos como
<incontrolables-agresivos-salvajes-
indomables-primit ivos-parr icidas>.
¡Glups!
Katamgura es el nombre del ais-
lado poblado donde nos quedamos
hasta ayer por la tarde durante un
total de 10 días... Traducido del
Bonda, Katam es aldea y gura es una
variedad común de la flora de este
paraíso perdido. Como es habitual en
nosotros, la llegada no fue nada fácil.
Junto con un pony, 20 porteadores y
los 6 hombres de nuestro equipo,
recorrimos 16 km andando por estas
húmedas montañas, donde la tem-
peratura oscila entre los 28º - 30º
centígrados y la lluvia es cotidiana-
mente intermitente. Tardamos 5
horas, con lo cual llegamos ya de
noche alumbrando el estrecho cami-
no con linternas que todas en fila
parecían una larga guirnalda de
luciérnagas titilando inquietas a
ritmo de la nocturnidad activa del
entorno animal y de los lejanos
<tam-tams> de los tambores tribales
avisando de nuestra llegada.
A pesar del tremendo cansancio,
disfrutamos cada momento del recorri-
do. 
Al llegar tuvimos que descansar
media hora para reponernos antes de
montar a golpe de linterna la tienda de
campaña para que durmiese el equipo
de <La Esencia de la Vida> - el segundo
cámara, el técnico de audio, el imprescin-
dible guía-traductor, su asistente-y-coci-
nero, el protagonista del primer capítulo
(victima del Tsunami de hace un año) y el
dueño del pony que contratamos para
incluirlo como una de las muchas formas
de viajar en animales durante el peregri-
naje por las distintas tribus, que está rea-
lizando nuestro “prota” desde donde vive
en la provincia de Tamil Nadu (al sur de
la India) hasta la ciudad santa de
Benares, unos 5000 km .
Juancho y yo nos preparamos una
“Suite” en el establo de las vacas con
techumbre de hojalata que cuando llo-
vía había que preparar una batería de
cacharros y cacharritos que recogiesen
las goteras existentes. De los 10 días,
llovieron 9... 5 de ellos además traían
como ‘paquete regalo’ tormentas noc-
turnas con concierto de grandes y
duras hojas cayendo como “gota china”
11 55
sobre lata, provenientes de los gigantes
bajo los cuáles pernoctábamos. Por for-
tuna traíamos con nosotros tapones de
oídos españoles de “última genera-
ción”. Juancho me dice que son los
mejores que ha usado en su vida ya
que debido a su larga experiencia entre
las tribus, se ha hecho merecedor de
ser un gran experto en tapones... a las
4 de la mañana empieza el canto del
“kikiriki”, seguido por los “cow-boys “
(pero sin caballo), que azuzan al gana-
do que mugiendo sale a pastar. Justo
cuando empieza a clarear el cielo y nos
ponemos los antifaces empiezan las
toses, escupitajos, afilado de hachas y
cuchillos, voces...y ¡Que voces! Y los
chiquillos gritando... esos menudos-y-
finitos-ENANOS que con sus aguzadas
voces a su vez llevan a sus hermanos
bebés lloricas, agarrados con un trapo
alrededor de la cintura intentando
callarles con un ea-ea-ea incansable y
movimientos bruscos de vaivén, que se
supone que ha de calmar al infante de
turno. La verdad es que cada “momen-
to” entre las tribus es mejor que un
show de televisión de esos que nos
invade a diario con los concursos de
famosos y desconocidos.
Una anécdota graciosa empezó la
segunda noche de estancia, cuando
estábamos ya refugiados sobre nues-
tros colchones bajo una gran mosquite-
ra. Mientras veíamos una película en el
ordenador, asombrados vimos el salto
de una rana encima de la red . Creímos
que era una broma de los niños. La ter-
cera noche, repetimos la jugada pero
esta vez era ¡¡un CANGREJO!! (y eso que
el río estaba a más de 500 metros de
nuestro chamizo) el que trepaba por la
red.. otra bromita de los enanos, diji-
mos al unísono. Al día siguiente decidi-
mos hablar con Bábuli, nuestro guía-
traductor. Le pedimos que le dijera a los
niños que no tirasen más animalitos
por la ventana... por que ¿cuál sería el
siguiente? ¿una araña tarántula, una
viborilla, un lagarto? No nos hacía
mucha gracia, la verdad. Él se empezó
a reír a carcajadas, explicándonos que
es habitual aquí y que no habían sido
los niños. Así que la tercera noche,
mientras Juancho subía las escalerillas
del chamizo, volviendo de la pequeña
excursión que era ir “al baño”, se
encontró 2 ranas subiendo hacia su
objetivo: nuestra mosquitera. Se empe-
zó a reír recordando las 2 noches ante-
riores, cuando nos habíamos ido a dor-
mir entre risas. 
¿Cómo son los Bonda? Son bajitos,
delgados, fibrosos, atletas con piernas
de gacela, de piel muy oscura. Son
gente orgullosa de ser quien es y de
mantener sus costumbres. Es una tribu
que tardará muchos más años en asi-
milarse a otra cultura que las otras tri-
bus por que están orgullosos de sí mis-
mos y de su tierra Bonda. 
Encienden fuego frotando 2 cañas
de bambú hasta que consiguen calen-
tarlo lo suficiente y luego le añaden
pajilla, que prende rápidamente.
Las mujeres se afeitan la cabezadesde la tierna infancia y su llamativo
vestuario consiste en una mini falda de
rayitas verticales de colores muy vivos.
Su pecho está cubierto de largos collares
de cuentas de colores y monedas. Su
cuello lleva diariamente el peso de varios
aros metálicos y cuantos más aros lle-
van, mayor es su estatus económico. 
Tienen problemas graves como es
caer en la desgracia del
alcoholismo...por supuesto fue introdu-
cido en la zona por gente extranjera,
provocando muchos contenciosos.
No tienen noción de lo que es la
higiene y su vida está rodeada de
enfermedades y de olores pestilentes
de los animales que cohabitan con
ellos. 
Salvo un poblado en la que existe
una misión sanitaria Danesa en la que
vive un médico y 2 asistentes, ninguna
aldea tiene asistencia médica. Para ir a
un pequeño hospital, no tienen trans-
porte, ni dinero para acceder a ello. 
Nos da pena, que el Estado Indio
en su afán por culturizar y modernizar
a sus habitantes en las costumbres
Hindis, imponiendo vestuario y regalan-
do tejados de lata, esté dejando que
las tradiciones ancestrales de las tribus
se pierdan en el olvido. Pronto no
habrá más que el recuerdo de que fue-
ron tribu.
Ahora os tengo que dejar. Debemos
seguir camino, hacia el norte. Esta vez
visitaremos brevemente a las 3 únicas
mujeres de la tribu Soura que aún con-
servan su tradición, para poder recabar
su testimonio. Pronto nos pondremos
en contacto de nuevo para continuar
con el relato de las 2 curiosas bodas
tribales que hemos celebrado este
mes.
Un fuerte abrazo,
Abigail Stisin ■
11 66
LA MIRADA SE
DESNUDA:
LA INDIA Y YO
Estoy convencido de que si hay algo
de obsceno y provocativo en el títu-
lo de este trabajo, no es por el
hecho de que aparezca el verbo ‘desnu-
darse’, que eso más bien nos remite a la
pureza, sino porque figura el pronombre
yo: “La India y yo”. Anuncio así, sin corta-
pisas, una visión egocéntrica y un prota-
gonismo mío en la visión que de la India
intento ofrecer. Si hasta ahora, en ciclos
de conferencias y cursos sobre la India
me he dedicado siempre a hablar sobre
el reflejo de este país en los escritores
occidentales, ahora soy yo mismo, con
esa estrepitosa referencia al ego, quien
salta a la arena para hablar de la India.
Pero los títulos son, a veces, engaño-
sos, pues si este se presenta insolente-
mente subjetivo, puede muy bien “trai-
cionar” esa pretensión y, al cabo, quizá
resulte una exposición bastante gris en
la que no se haya producido la anuncia-
da desnudez del alma. En cambio, otros
títulos más anodinos y propios del
repertorio académico al uso, como, por
ejemplo, “Un acercamiento a la realidad
actual de la India” o “Notas para una
comprensión de la India contemporá-
nea” pueden entrañar la misma carga
de subjetividad e incluso mayor, desca-
radamente mayor. 
La toma de contacto
En 1993 hacía un año que mi mujer
y yo, de mutuo acuerdo, nos habíamos
separado, tras diecinueve años de matri-
monio. Sonroja decir, por lo que de lugar
común tiene, que ese tipo de situaciones
te aboca inevitablemente a la búsqueda
de nuevas experiencias, como, por ejem-
plo, a la realización de algún viaje antes
impensable. Cuando suceden estos cata-
clismos personales se tiende a romper
inhibiciones, a dar un golpe brusco de
timón, a explorar lo que en tu vida ante-
rior no figuraba en tu horizonte de
expectativas. Casi podría decir que si
antes sentía una especial aversión a los
aviones, aunque fuera para un trayecto
tan doméstico como el de Madrid—Milán,
que tantas veces, por razones familiares,
tuve que hacer, ahora, soltero de nuevo
y un poco vaciado por dentro, lo mismo
me daba ya pensar en ese tipo de ries-
gos, aunque se tratara de ir al otro con-
fín del mundo. Y en esa predisposición
me hallaba yo cuando, en las dependen-
cias de las Relaciones Internacionales
del Ministerio de Educación y Ciencia, se
me ofreció un día de aquel año de 1993
la oportunidad de solicitar que se me
concediera una estancia breve en algún
país asiático dentro de los convenios
establecidos para los programas de inter-
cambios de profesores. Existía la posibili-
dad de viajar a dos países. Uno de ellos
era la India. El otro, también un gran país
de Asia, tan tentador para viajar como el
primero, pero escogí la India, olfateando
su democracia y su proverbial tolerancia,
pero sin saber todavía claramente que
estaba escogiendo la mayor democracia
del mundo. Como en muchas otras oca-
siones de nuestra vida, a veces las deci-
siones las tomamos en milésimas de
segundo, movidos por impulsos emoti-
vos o viscerales. Y eso, esas razones que
conoce el corazón y que la razón ignora,
pueden tener, como sabemos, conse-
cuencias muy importantes para nuestra
vida. Ese fue el origen de mi elección de
la India como destino. Por consiguiente,
cuando tomé esa decisión, yo no era un
hippy, ni un practicante de yoga, ni tam-
poco ese buscador de respuestas religio-
sas o existenciales que no encuentra en
Occidente, solo por citar algunos casos
que pueden explicar el interés de
muchas personas por la India. Era un
simple profesor, un poco vacío por den-
tro, eso sí, pero con muchas ganas de
sobrevivir y de dar ese golpe de timón al
que antes me refería.
Así que presenté en el Ministerio mi
solicitud y mi petición me fue concedida.
Se trataba de impartir dos pequeños
seminarios sobre literatura hispánica
contemporánea: uno en la Universidad
Jawaharlal Nehru, de Nueva Delhi, en su
conocido Centro de Estudios Hispánicos,
y otro en la Universidad de Hyderabad,
capital del Estado de Andhra Pradesh, en
su Centro de Lenguas Extranjeras. Con la
citada misión viajé a la India, en compa-
ñía de un colega de mi Universidad y de
su mujer, entre los meses de septiembre
y octubre de 1993.
Al llegar a este punto, y puesto que
se trata de una visión muy personal,
podría seguir la senda propia del relato
de viajes. Todo ello podría comenzar así,
cinematográficamente, cuando, habien-
do aterrizado en Delhi el avión proce-
dente de Londres, se abren sus puertas
y entra esa especial vaharada o golpe
Prof. Pedro Carrero Eras
de calor y olor, ese olor inconfundible: el
olor de la India. Iniciado así el relato
podría continuar con el recibimiento y la
sonrisa del Prof. Ganguly —al que ya
había conocido en Madrid unos meses
antes— y la visión, poco después, de
toda una humanidad abigarrada desde
las ventanillas del coche de la
Universidad Nehru, que, dando tumbos
y evitando milagrosamente colisionar
con otros cien mil vehículos, nos trans-
portaba a nuestro hotel de destino.
Podría seguir así y hablar de mi primera
visión de Delhi desde el corredor al que
daba mi habitación de un hotel del
Estado, y de otras impresiones por el
estilo. Podría continuar así, pero no voy
a hacerlo, pues este trabajo no ha sido
concebido, como un relato de viajes. 
¿Qué sabía yo entonces de la India
cuando puse el pie en ella por primera
vez? Nada. ¿Qué sé ahora? Muy poco,
porque cuanto más sé de la India más
me espanta el gran vacío abismal de lo
que me queda por conocer de ese sub-
continente. Sabía cuatro tópicos, y mi
desconocimiento era tal que muy bien
podría haber incurrido en errores tan
sangrantes como el de aquel presenta-
dor de televisión que, en 1984, al dar la
noticia del asesinato de Indira Gandhi,
dijo que esta era hija del gran Mahatma
Gandhi. O como el de esos profesores
españoles que, en un reciente libro de
texto de la enseñanza secundaria obli-
gatoria, confunden Calicut con Calcuta, y
sitúan a esta en la costa occidental de
la India, a orillas del Mar Arábigoi.
Las causas del desconocimiento
Toda una serie de factores explican
que la cultura de un determinado país o
continente nos sea más extraña, pero
sin duda son los planes de estudio los
que hacen que Francia y Grecia, por
ejemplo, nos sean más familiares que la
India, por lo menos si pienso en mi
generación. Y ojalá que eso fuera así,
que la cultura francesa o la que hereda-
mos de Grecia o de Roma fueran para el
niño de hoy algo familiar, porque hay en
nuestros días planes de estudioque
sitúan al niño en un horizonte tan limi-
tado, tan limitado, que a lo mejor no le
permiten siquiera salir de su región,
donde, pongo por caso, un poeta local
merece más atención en sus estudios
que Dante, Shakesperare, Cervantes,
Tagore o Lorca. Hablar de la perversión
que supone la “balcanización” de la cul-
tura me pone enfermo, así que no voy a
seguir por ese camino.
Es evidente que hemos tenido una
educación y unos planes de estudios
eurocentristas, y todo eso, sin duda
alguna, tiene su lógica: cada país y cada
continente barre para dentro, y es justo
que el niño comience por conocer mejor
el propio entorno que le rodea, siempre
que esto le permita también explorar
otros horizontes y que no se monogra-
fíe y empequeñezca su cultura por
designios políticos campanilistas. En jus-
ticia, habría que preguntarse también
cómo se contempla Europa y un país
como España en los planes de estudios
y en los libros de texto de los escolares
indios de la secundaria obligatoria, dato
que desconozco.
La India era en nuestra enseñanza y
en nuestros libros un remoto país que
figuraba en los atlas y en los libros de
texto de geografía, perteneciente a un
continente del que, a lo mejor, no le
daba tiempo a hablar al profesor, o
sobre el que pasaba deprisa, más bien
como una exhalación. Y también estaba
presente en nuestras lecturas, como en
las novelas de Emilio Salgari y en algu-
na de Julio Verne, libros que leíamos con
fruición, y, por supuesto, también estaba
presente en el cine, en aquellas pelícu-
las de aventuras en las que privaba la
visión poscolonial.
Después de lo explicado ¿cómo
podía ver Oriente un niño de mi genera-
ción? En primer lugar, no lo veía, y men-
cionar a la India era como hablar de otro
planeta. Asia era para nosotros algo
excesivamente lejano, ajeno, misterioso,
incomprensible, inabarcable, sofocante,
no católico, impío, pecaminoso, brutal,
cuando no peligroso o terrorífico. Y
todos estos clichés tenían una doble
raíz: en primer lugar, eran producto de
una mala e incompleta educación reci-
bida (y en la que primaba la creencia
que de Oriente parecían venir muchos
peligros); y, en segundo lugar, se alimen-
taban también de las novelas y el cine
de aventuras al uso, que propiciaban
una visión poscolonial llena de clichés.
En esa visión poscolonial, por ejemplo,
las mayores atrocidades suelen come-
terlas los indígenas de los países coloni-
11 77
zados, con los cual se hacen merecedo-
res de las más terribles y justicieras
represalias: así, los indios del oeste
americano de las películas de John
Wayne; los indios de la India que, con-
forme a una interpretación de la cos-
tumbre del sati, quieren quemar a la
viuda junto al cadáver de su marido en
La vuelta al mundo en 80 días; o los chi-
nos capaces de las más sangrientas
venganzas, como los boxers de 55 días
en Pekín.
Pasó el tiempo, llegué a la
Universidad y todos aquellos clichés del
nacionalcatolicismo se vinieron ensegui-
da abajo como un castillo de naipes. Con
todo, he de decir que ciertos prejuicios
sobre “lo Otro” no se habían desvanecido.
Aunque nos cueste reconocerlo, el ser
humano es un entramado de prejuicios,
fundamentalmente producto de la edu-
cación recibida. Eso es algo que el tiem-
po iría limando. Asía seguía siendo para
mí algo misterioso y desconocido, que
me provocaba indiferencia, y así lo siguió
siendo durante años. No sucedía lo
mismo con el Islam y el mundo árabe,
debido a su presencia en España duran-
te siglos, y a su influencia en la cultura
española. Pero antes de mi primer viaje a
la India, la ciudad de Viena era lo más al
este a donde yo había llegado. Y en ese
estado me hallaba, de absoluta página
en blanco, cuando se abren las puertas
del avión en el aeropuerto de Delhi una
mañana de septiembre de 1993. Un
nuevo occidental llega a la India, con su
ignorancia y sus prejuicios a cuestas.
Consecuencias de mis viajes a la India
Suele decirse que quien viaja a la
India regresa cambiado, y téngase en
cuenta que esto no suele decirse de
cualquier otro país. Si esa afirmación
tiene que ver con un cambio espiritual o
con unos hábitos de vida más austeros,
o con las dos cosas a la vez, yo tengo
que declarar, sinceramente, que no he
cambiado de una forma apreciable. Por
ejemplo, no he dejado de ser agnóstico
y sigo siendo un pequeñoburgués al
que le gusta rodearse de comodidades,
como supongo le ocurre, y es de dese-
ar, a la inmensa mayoría de los indios.
Pero, si en el plano ya más cercano a la
religión, tenemos que decir que entre los
hindúes el desapego es la llave maestra
de la salvación, y si a este le siguen
automáticamente todas las demás virtu-
des hasta alcanzar la moksha o libera-
ción, he de confesar que mi forma de
ser actual dista mucho de la propia de
un renunciante o de quien aspira a esa
vía de salvación basada en el conoci-
miento, un conocimiento que en nada
tiene que envidiar al de los ascetas y
místicos occidentales. Si quisiera profun-
dizar de una forma seria en una doctri-
na tan atrayente y tan flexible como el
hinduismo, eso tendría que ocurrir tras
un deseo de salir de mi agnosticismo,
en el que desde hace muchos años me
encuentro instalado, incómodamente,
esa es la verdad (porque siempre es
más agradable creer en algo), pero ins-
talado a fin de cuentas. Y después, tras
ese impulso inicial, probablemente
escogería un buen maestro o guru, y
quizá tendría que trasladarme a la India
y permanecer allí un largo período.
Previo a todo ello, debería haber aban-
donado todas mis ocupaciones acadé-
micas y extraacadémicas, para pasar,
precisamente, de ser profesor a ser dis-
cípulo. Entonces, y tras esa larga estan-
cia en la India, es posible que regresara
cambiado.
Cuando se dice que la India cambia
a las personas no sé qué motivos tiene
o conocimiento de causa quien así
habla, ni en qué personas o datos de la
realidad se basa. Para empezar, dudo
mucho que un viaje turístico de unas
semanas o de un mes pueda transfor-
mar sustancialmente a las personas.
Otra cuestión es lo que estas personas
que viajan a la India declaran al regresar
a Occidente. Se dice, en este sentido,
que hay dos tipos de viajeros: los que
dan muestras, con entusiasmo, de su
amor incondicional hacia la India (como
si de un flechazo amoroso se tratara) y
expresan su deseo de volver a viajar a
ese país, y los que, por el contrario, juran
que no van a aparecer por allí jamás. De
la sinceridad de estos últimos, evidente-
mente, no desconfío, aunque me escue-
ce y entristece que así se manifiesten.
De los primeros, en cambio, de los que
regresan haciendo grandes alharacas
sobre la India e incluso se muestran
repentinamente “transformados”, no
pondría yo mi mano en el fuego sobre
la sinceridad y solidez de su conversión.
Creo que los occidentales hemos hecho
de los viajes a países exóticos un pro-
ducto de consumo y de exhibición, lo
que sin duda tiene también su corres-
pondencia con los viajes que los asiáti-
cos hacen a Europa.
Todo esto, quede bien claro, no
supone un juicio de valor, ni mucho
menos un juicio de valor negativo hacia
la mentalidad y actitudes de los viajeros,
sean occidentales u orientales. Lo que
trato de hacer es una descripción, una
descripción que creo que puede ser útil
desde el punto de vista sociológico, no
solo para entender el fenómeno de los
viajes exóticos y del creciente interés por
lo exótico en Occidente, sino también
para conocer mejor la mirada occidental
y, en consecuencia, conocerme mejor a
11 88
mí mismo, pues de lo que se trata
ahora, precisamente, es de desnudar la
mirada.
La India, redescubierta, como sabe-
mos, en los siglos XVIII-XIX, ha ido cre-
ciendo en el interés de los occidentales,
hasta convertirse en nuestra época, gra-
cias al fenómeno de los viajes masivos,
en lugar frecuente de destino, porque
Asia en general y la India en particular
están cada vez más de moda. Y todo
ese trasiego que la India provoca es
bueno, y de beneficio recíproco, porque
el turismo es siempre beneficioso y
sobre esto no cabe ninguna duda.
Otra cosa es lo que nos parezca, en
nuestrofuero interno, el turismo, como
tal fenómeno dentro de la aldea global
en la que nos movemos, y en ese sen-
tido he de decir que el turismo es un
monstruo del que todos somos actores
y cómplices, y no puede ser de otra
manera. El turismo es un monstruo por-
que lleva hasta extremos insufribles la
tendencia del ser humano al gregarismo
y a la imitación y porque supone una
escenografía y unos hábitos que son los
mismos en cualquier parte del mundo,
con lo que se desnaturaliza y tiñe de
artificiosidad el escenario visitado. Y de
todo ello no se escapan ciertos lugares
muy conocidos de la India. El turista está
como inmerso en una burbuja o cápsu-
la y el lugar visitado es como un esca-
parate. Además, ahora, con las nuevas
tecnologías, el turista está más pendien-
te de la pantalla de su teléfono móvil
que hace fotos o graba vídeos, o de la
pantalla de su máquina digital, que del
propio referente. Es algo más absorben-
te, si se quiere, que la antigua máquina
de fotos: el turista ya no ve ni “vive” ese
templo hindú. La visión de ese templo
está, más que nunca, mediatizada, con
lo que el resultado de la experiencia es,
prácticamente, virtual. No voy a seguir
insistiendo más en este aspecto.. Pero
antes quiero recordar las diferencias
que establece Paul Bowles en El cielo
protector entre turista y viajero: 
No se consideraba un turista; él era
un viajero. Explicaba que la diferencia
residía, en parte, en el tiempo. Mientras
el turista se apresura por lo general a
regresar a su casa al cabo de algunos
meses o semanas, el viajero, que no
pertenece más a un lugar que al
siguiente, se desplaza con lentitud
durante años de un punto al otro de la
tierra.ii
Está claro que, para ser viajero en el
sentido apuntado en la novela de
Bowles, hay que disponer de tiempo ili-
mitado y de mucho dinero, lo que no
todo el mundo puede permitirse. Por mi
parte, he de decir que abomino cada
vez más de los viajes apresurados. No
me basta con ver fugazmente ese tem-
plo hindú o esa pequeña mezquita.
Necesito “vivirlos” con un cierto sosiego,
y para ello, sin duda, debería parecerme
menos al turista convencional. Necesito
detenerme, respirar hondo y ver pasar la
vida de los indios, ver cómo esa chiqui-
lla, que apenas si alcanza al mostrador
de una tienda, compra galletas; o ver
cómo ese comerciante, tras comerse un
plátano, arroja la piel a una vaca situa-
da en medio de la calle, que la engulle
al vuelo.
La India, la religión y la convivencia
Es casi imposible hablar de la India
y no referirse al tema religioso y, sobre
todo, a las consecuencias que las reli-
giones de la India, y especialmente el
hinduismo y el budismo, tienen sobre
los occidentales.
En este mundo cada vez más enlo-
quecido en que por motivos religiosos o
invocando a Dios se cometen las mayo-
res atrocidades, como guerras de inva-
sión, atentados terroristas y otros episo-
dios de violencia, la India sigue siendo un
Estado ejemplar en cuanto a tolerancia y
convivencia pacífica, todo ello al margen
11 99
de sucesos sangrientos que están en la
mente de todos, como los que tuvieron
lugar cuando se produjo la Partición de
1946-1947 y los posteriores de Meerut,
Assam y, más recientemente, de Gujarat.
Sin ánimo de minimizar el sufrimiento
humano y el horror de estos hechos, yo
siempre me refiero a ellos como excep-
ciones que confirman la regla.
Tras los horribles atentados provoca-
dos, en lo que lleva andado el siglo XXI,
por los islamistas radicales en diversos
países —entre ellos, España—, unos
hablan de choque de civilizaciones
(objetivo que, sin duda persiguen los
terroristas en su estrategia del enfrenta-
miento), mientras que otros, como el
actual presidente del Gobierno español
y el Secretario General de la ONU, invo-
can una deseada alianza de civilizacio-
nes. Pues bien: la India, si descontamos
los hechos mencionados, es un ejemplo
histórico de esa alianza de civilizacio-
nes. La India, todo un subcontinente, en
el que se condensa la quinta parte de la
población mundial, es un Estado verte-
brado y articulado en que se mezclan
razas, culturas y religiones de la más
diversa índole. Es un ejemplo vivo para
la tolerancia y el diálogo.
Dicho esto, no quisiera incurrir en
ingenuidades. No sé, no puedo conocer,
lo que anida en estos momentos en el
corazón de cada indio, sea hindú, musul-
mán, sij, jaina, budista o cristiano o de
cualquier otra religión. Me limito a los
hechos, a los resultados. Tampoco
puedo saber lo que anidaba en el cora-
zón de cada judío, moro o cristiano
como los que, en la Escuela de
Traductores de Toledo, en el siglo XIII,
congregaba en torno a sí el rey Alfonso X
el Sabio. No puedo saberlo, pero puedo
hablar de hechos y de resultados muy
valiosos y que han servido de ejemplo
para las generaciones posteriores.
Si a veces nos invade el desánimo
cuando contemplamos tanta intoleran-
cia, odio y horror en las noticias del día
a día, siempre podremos volverlos ojos
a la India milenaria como ejemplo de
convivencia pacífica. Entiéndase que no
hablo solo de una India contemporánea
y actual, como la que nace de su
Independencia y de una Constitución
moderna, sino también de una India en
la que durante siglos hindúes y musul-
manes aprendieron a convivir e incluso,
como es sabido, se influyeron mutua-
mente, fuera quien fuera quien goberna-
ra según el Estado, la región y el
momento histórico. Y no es extraño que
cuando se ha intentado buscar el sincre-
tismo religioso —es decir, lo que nos une
en cada religión, lo valioso, y no lo que
nos desune o enfrenta— se haya tomado
la India como punto de referencia y des-
tino. Así los hicieron, por ejemplo, los
teósofos históricos, antes de dividirse y
disgregarse por motivos que ahora no
viene al caso citar.
Visiones monográficas de la India
Paso ahora a abordar otro hecho
sobradamente conocido, pero que con-
sidero fundamental cuando se trata de
comprender las relaciones entre
Occidente y la India y opinar sobre ello
con sinceridad. Me refiero a la fascina-
ción cada vez más creciente que sienten
muchos occidentales hacia la espirituali-
dad y religiosidad de la India, como algo
muy genuino de ese país, y al que sue-
len convertir como lugar de destino. Así,
y por lo que puedo apreciar en mi entor-
no, muchos españoles y europeos en
general, descreídos de sus religiones de
origen —por lo común, el cristianismo y el
catolicismo— miran a Oriente y, en espe-
cial, a la India como un respuesta a sus
inquietudes e interrogantes. También en
esto, y sin ánimo de generalizar, creo
percibir una moda que tiene sus prece-
dentes históricos más inmediatos en la
época del hippysmo y de los Beatles.
También en esto se puede apreciar a
veces superficialidad, charlatanería y
montaje comercial, como la de ciertos
ashram en los que se concentran
extranjeros de diversa procedencia que
permanecen allí en régimen de pensión
completa con el fin de encontrar la
depuración y la iluminación, y quién
sabe si la salvación. No he estado en
Rishikésh, en el Estado de Uttranchal y
no puedo hablar, por tanto, con conoci-
miento de causa, pero por referencias
que me han dado sobre ciertos ashram
me atrevería a decir que pongo en duda
que el occidental encuentre allí su cami-
no si no lo ha encontrado antes en otros
lugares y, sobre todo, en sí mismoiii. 
Desde hace tiempo observo que
libros sobre la India, algunos de ellos
muy meritorios, y ciertos productos origi-
narios de ese país, sin olvidar la indu-
mentaria y los objetos ornamentales,
pueblan los escaparates de las tiendas
españolas especializadas en esoterismo
y ciencias ocultas de diversa índole —
como esa ominosa pseudociencia lla-
mada astrología—, tiendas que, también
como los ashram citados, suelen ofrecer
una vida mejor a sus clientes. Tiendas,
en definitiva, a medio camino entre la
herboristería, una versión ayurvédica de
curanderos y el gabinete psicológico de
barrio ejercido por cualquier aficionado.
Todo eso es muy humano, pero debe
ser analizado con lupa a la hora de
reflexionar sobre la recepción de la India
en nuestras sociedades occidentales.En definitiva, debemos reconocer
que es muy propio de la condición
humana el hecho de que nos movamos
siempre entre la autenticidad y la impos-
tura, entre la sinceridad y la pose, entre
la seriedad y la superficialidad. Un can-
tautor italiano de los años 60-70, Giorgio
Gaber, decía desde el Piccolo Teatro de
Milán: “Busco un gesto, un gesto natu-
ral, para estar seguro, de que este cuer-
po es mío”. Antes, en otra canción, se
había definido como “Un hombre con
tanta energía que va a realizarse en
India y en Turquía: su salvación es un
viaje a tierras lejanas”iv.
Y así, no es extraño que el mundo
de la recepción de la India en Occidente
se pueble de iluminados, charlatanes e
impostores. Proliferan los gurus de
dudosa filiación y se multiplican las sec-
tas de diverso pelaje. Y puede suceder
que algunos de estos actores se lo
tenga muy sinceramente creído.
Nos entran las cosas por los ojos y
la India es, en ese sentido, fascinante y
mágica, arrebatadora, por lo que nos
sentimos arrastrados, transportados
hacia todo tipo de reacciones, y somos
propensos a la parafernalia y a la exhi-
bición. El occidental hechizado por la
India se rodea de bellos objetos mági-
cos y religiosos. El hasta hace poco
agnóstico o ateo termina adornando su
morada con figuras de Shiva o de
Ganesha, e incluso les enciende velas, y
22 00
quema un incienso embriagador cuando
espera la llegada de sus invitados a una
cena en la noche del sábado. Yo mismo
participo de esta parafernalia.
¿Cómo no va a ser la India de las
religiones reclamo para la búsqueda de
la anhelada felicidad en este mundo
cada vez más materialista y descreído?
Pero aunque la religión está tan unida a
las formas de vida cotidiana de los
indios, la India es, sin duda alguna, algo
más complejo que todo eso. Fijarse
solamente en la espiritualidad y desco-
nocer otros aspectos culturales del
pasado y el presente de la India es tener
una visión excesivamente monográfica
e incompleta de los indios, e incluso, si
se me apura, de su propia religiosidad.
He conocido a indios que no quieren oír
hablar tanto de religión, filosofía y mito-
logía cuando se está haciendo referen-
cia a su país, pues lo consideran ya un
tópico. Es lo mismo que sucede cuando,
salvando todas las distancias, a los
españoles se nos identifica con la corri-
da de toros y con los toreros.
Así que la India nos pide, a quienes
de verdad queremos conocerla mejor,
una manera más global y menos mono-
gráfica de aproximación. También se da
la visión monográfica en otro orden de
cosas. Me refiero al hecho de que los
medios de comunicación de nuestra
época con frecuencia ofrecen noticias
de la India que únicamente tienen que
ver con la miseria y la pobreza, y en
concreto con la que se acumula en las
grandes metrópolis indias, producto de
la inmigración de las zonas rurales a la
ciudad. Esta claro que el desarrollo de la
India, que la está convirtiendo en una
potencia económica emergente y en un
mercado de incalculables posibilidadesv,
no suele ser noticia en los telediarios.
No deja de ser sangrante que de la India
solo se ofrezcan, casi siempre, informa-
ciones que solo tienen que ver con la
pobreza o con las catástrofes naturales
(como, por ejemplo, las inundaciones
que, en los monzones del 2005, han
asolado el Estado de Maharashtra).
De manera que hay dos lugares
comunes que conviene controlar y asu-
mir en su justa medida: uno es el de la
religiosidad de la India, que hace creer a
muchos occidentales que todos los
indios viven por y para la religión, en
estado permanente de meditación o de
levitación, y no con los pies en el suelo,
y otro el de la pobreza, que si bien es
una realidad, hace que se ignoren otros
logros del desarrollo y de la economía
de los indios, donde una clase media
también emergente y cada vez más
numerosa está transformando estructu-
ras e incluso me atrevería a decir que
mentalidades. La India no es solo la de
la Madre Teresa de Calcuta, sino tam-
bién la de ciudades como, por ejemplo,
Bangalore, uno de los centros mundiales
de la informática. La India no es solo la
del pacifismo heredado del Mahatma —
al que, dicho sea de paso, nunca me
cansaré de admirar—, sino también la de
un Estado con armas nucleares —al igual
que las poseen sus vecinos— y con miles
de kilómetros de fronteras que debe
vigilar.
Los indios y la resignación
Otra visión monográfica de la India
es la que considera a los indios como
resignados con su destino y con sus cir-
cunstancias, por muy adversas que
estas sean. Se supone que el sistema
de castas y la filosofía del karma y del
samsara parecen haber generado esta
actitud. Con un proceder virtuoso solo
cabe esperar en la reencarnación en
una casta superior, con lo cual se acep-
ta resignadamente una vida de caren-
cias y de sufrimientos. Todo esto, como
principio religioso, es muy respetable,
pero me cuesta creer que todos los
indios lo tengan presente en el día a día
de la supervivencia y de la lucha por la
vida. Es como si cada uno de ellos apli-
case a su propia vida la filosofía de la
resistencia pasiva, o como si siguieran
con resignación la idea de que lo único
seguro en esta vida es el sufrimiento,
idea tan ligada al budismo, que, como
sabemos, nació en la India. Por lo que
he podido observar y por puro sentido
común, eso no es así, por consiguiente
creo que ya es hora de desmontar esa
interpretación. Que tenga su fundamen-
to en la realidad histórica y en las creen-
cias de los indios, no es ese un motivo
que justifique generalizaciones. Julián
Marías, tras su viaje a la India, habló de
“aceptación de la realidad” como con-
ducta de los indios, apreciación que,
aunque discutible, pone las cosas más
en su justa medida que cuando se
habla de resignaciónvi. De todas formas,
no he visto pasividad, ni aceptación de
la adversidad, ni resignación en múlti-
ples y variopintas actitudes y actividades
de los indios, sino pura y llanamente
quehacer del día a día y deseo de mejo-
ra material.
La India es un país tan complejo y
multiforme que es muy peligroso extraer
conclusiones globalizadoras. Se habla
de la dulce sonrisa de los indios como
si ese fuera el ejemplo más emblemáti-
co de su pasividad ante la adversidad,
cuando todos sabemos que una sonrisa
o una mirada dulce puede dispensarla
también quien está sufriendo. Y mucho
más si el receptor de esa mirada o de
esa sonrisa es un occidental, que casi
siempre suele despertar la curiosidad y
la simpatía.
He visto en la cara y en los ojos de
los indios expresiones para todos los
gustos, como sucede en cualquier
colectividad en cualquier parte del
mundo. He visto brillar la picardía en los
ojos del comerciante que regatea, he
visto la expresión congestionada de
cólera en los que participaban en una
manifestación comunista, he visto la
indiferencia opaca y rutinaria del emple-
ado de la recepción de un hotel. He
visto miradas y actitudes amables y
menos amables, risueñas unas, ceñudas
y oscuras las otras. En definitiva, cons-
truir una visión roussoniana de los
indios ni es objetivo, ni les hace justicia
ni les conviene.
La India no es, en su poliédrica rea-
lidad, como la desearían o la conciben
los occidentales en sus visiones mono-
gráficas: la India es como es. Sí, ya esta-
mos enamorados de la India, ya hace
tiempo que se produjo el flechazo, pero
como sucede con la persona amada,
pongamos por un momento los pies en
la tierra y observémosla con una cierta
objetividad.
La India como pasión
Y, sin embargo, quiero, en este
punto, dejar de ser objetivo, e incluso de
olvidarme de todo lo que he dicho, y sin
miedo a contradecirme aunque no a
desdecirme. ¿Acaso todo lo que he afir-
mado hasta ahora no es producto de
ese yo tirano y obsceno que, como una
pesada carga, nos acompaña desde
nuestra llegada al mundo y que de una
forma un tanto impúdica figura en el
título de este trabajo? Es ridículo sentirse
en posesión de la verdad absoluta, y yo,
frente a los dogmas, incluidos aquellos
que yo mismo sienta la tentación de
construir sin ser dogmático, proclamo la
necesidad del relativismo. Frente

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