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183Capítulo 7 Ganarse la vida Los kamayurá viven en medio del Parque Nacional Xingu, un amplio territorio que al- guna vez estuvo en lo profundo de la selva del Amazonas, pero ahora está rodeado de gran- jas y ranchos. De acuerdo con el gobierno brasileño, anualmente se talan 5 000 km2 de selva amazónica. Con cada vez menos vege- tación hay menos humedad en el ciclo hidro- lógico regional, lo cual hace impredecibles las lluvias estacionales y convierte al clima en más seco y cálido. Todo lo anterior hace estragos en los ci- clos de la naturaleza que desde hace mucho regulan la vida kamayurá. Ellos despiertan con el sol y no comen en horarios fi jos, sino se alimentan siempre que tienen hambre. En la década de 1990, los bancos de peces co- menzaron a decaer y “colapsaron” en 2006, dice el jefe Kotok, quien considera la posibili- dad de contar con granjas de peces, alimen- tados en áreas confi nadas de un lago. Con temperaturas más altas y con menos lluvia y humedad en la región, los niveles del agua en los ríos son extremadamente bajos. Los pe- ces no pueden llegar a sus frezaderos... La agricultura de la tribu también sufrió... El año pasado, las familias tuvieron que plan- tar su casabe cuatro veces, pues sus cultivos murieron en septiembre, octubre y noviem- bre porque no hubo sufi ciente humedad en el suelo. No fue sino hasta diciembre que pegó la planta... Ahora el mayor temor de los kamayurá son los incendios de verano. Antes la selva estaba demasiado húmeda como para incen- diarse, sin embargo, ahora es infl amable de- bido al clima más seco. En 2007, el Parque Nacional Xingu ardió por primera vez, y se perdieron miles de kilómetros cuadrados. “Todo Xingu ardía, nos picaban los pulmo- nes y los ojos”, dice el jefe Kotok. “No tenía- mos a dónde escapar. Sufrimos junto con los animales.” FUENTE: Elisabeth Rosenthal, “An Amazon Culture Withers as Food Dries Up”, de The New York Times, 25 de julio de 2009. © 2009 The New York Times. Todos los derechos reservados. Usado con permiso y protegido por las leyes de copyright de Estados Unidos. Queda prohibida la impresión, copia, redis- tribución o retransmisión del material sin permiso escrito expreso. www.nytimes.com La deforestación en la cuenca del Amazonas y el cambio climático que produce, impactan de manera profunda a la tribu kamayurá que habita el Parque Nacional Xingu, en Mato Grosso, Brasil. Aquí se muestran hombres kamayurá en atuendo ceremonial, que caminan a través del patio central de su poblado, en junio de 2009. la horticultura era la principal forma de cultivo en muchas áreas, incluidas partes de África, el sureste asiático, islas del Pacífi co, México, Cen- troamérica y la selva tropical sudamericana. Intensifi cación: las personas y el ambiente El rango de ambientes disponibles para la pro- ducción de alimentos ha aumentado a la par con el control que la gente ejerce sobre la naturaleza. Por ejemplo, en las áreas áridas de California, donde alguna vez forrajearon los nativos ameri- canos, la moderna tecnología de irrigación sos- tiene ahora ricas propiedades agrícolas. Los agricultores viven en muchas áreas que son de- masiado áridas para no irrigadores o en exceso montañosas para quienes no construyen terra- zas. Muchas civilizaciones antiguas que se asen- taron en tierras áridas surgieron sobre una base agrícola. La creciente intensidad del trabajo y el uso de tierra permanente generan enormes con- secuencias demográfi cas, sociales, políticas y ambientales. Por tanto, debido a sus campos permanentes, los cultivadores intensivos son sedentarios. La 184 PARTE 2 Valorar la diversidad cultural gente vive en comunidades más grandes y per- manentes ubicadas más cerca de otros asenta- mientos. El crecimiento en tamaño poblacional y densidad aumenta el contacto entre individuos y grupos. Existe más necesidad de regular las rela- ciones interpersonales, entre éstas, los confl ictos de interés. Las economías que sostienen más per- sonas por lo general requieren más coordinación en el uso de la tierra, la mano de obra y otros re- cursos. La agricultura intensiva genera efectos am- bientales signifi cativos. Las zanjas de irrigación y los arrozales (campos con arroz irrigado) se con- vierten en depósitos de desechos orgánicos, quí- micos (como las sales) y microorganismos pató- genos. Por lo general, la agricultura intensiva se extiende a costa de la tala de árboles y bosques, que son reemplazados por áreas de cultivo. La deforestación se acompaña de la pérdida de la diversidad ambiental (vea Srivastava, Smith y Forno, 1999). Las economías agrícolas siempre se especializan y se centran en uno o algunas fuen- tes calóricas básicas, como el arroz, y en los ani- males que ayudan en la labor agrícola. Puesto que los horticultores tropicales por lo general cultivan docenas de especies de plantas de ma- nera simultánea, sus terrenos tienden a refl ejar la diversidad botánica que se encuentra en una selva tropical. Los terrenos agrícolas, en con- traste, reducen la diversidad ecológica al cortar árboles y concentrarse sólo en algunos alimentos básicos. Tal especialización de cultivos es carac- terística tanto de los agricultores de los trópicos (por ejemplo, granjas arroceras indonesias) como de los que se encuentran fuera de ellos (por ejem- plo, granjas irrigadas del Medio Oriente). En los trópicos, las dietas de forrajeros y horti- cultores usualmente son más diversas; sin em- bargo, su control es menos seguro que en las die- tas de los agricultores. Éstos tratan de reducir el riesgo en la producción al favorecer la estabili- dad a través de una cosecha anual confi able y con producción a largo plazo. Desde luego, in- cluso con la agricultura, existe la posibilidad de que el cultivo básico pueda fallar, y resulte en hambruna. Los forrajeros y horticultores tropica- les, en contraste, tratan de reducir el riesgo al apoyarse en múltiples especies y benefi ciarse de la diversidad ecológica. La estrategia agrícola es poner todos los huevos en una gran y muy con- fi able canasta; la de los forrajeros y horticultores tropicales es contar con muchas canastas más pe- queñas, algunas de las cuales pueden fallar sin poner en peligro la subsistencia. La estrategia agrícola cobra sentido cuando hay muchos hijos que criar y adultos por alimentar. Desde luego, el forrajeo y la horticultura están asociados con po- blaciones más pequeñas, dispersas y móviles. Las economías agrícolas también plantean una serie de problemas regulatorios, y con fre- cuencia surgen gobiernos centrales para resol- Los niños en mi país, Etiopía, llevan vidas muy diferentes a las de los niños en Estados Unidos. La pobreza priva a la infancia en Etiopía de comida adecuada, agua limpia y medicinas. También intervienen en la lucha familiar por la sobrevivencia y deben contribuir con la subsis- tencia de la familia. En las áreas rurales los niños con frecuencia pasto- rean a los animales y acarrean agua y madera para combustible. En las áreas rurales ayudan con las labores de las granjas, la cosecha, el trans- porte y otras tareas. En las urbanas, en especial a las niñas se les contrata para el servicio doméstico. Otros se involucran en actividades informales, como vender en las calles, lustrar calzado y cargar bultos. Tal es la expec- tativa de que los niños contribuyan con la economía familiar, por lo que tienen poco tiempo o energía para participar en actividades que mejoren su desarrollo intelectual. Además, en muchas partes del país los niños tampoco tienen acceso a la escuela. Y los que sí van, con frecuencia de- sertan antes de completar la escuela primaria. Aunque los niños en las áreas rurales y urbanas realizan importantes aportaciones a la economía doméstica, los padres creen que sus hijos no son sufi cientemente madu- ros para participar en las discusiones familiares y en la toma de decisio- nes. Los etíopes pertenecen a gruposde parentesco, en los que se enfa- tiza la cooperación y se valora a los ancianos por su experiencia. Como resultado, no se alienta a los niños a hablar en público o en presencia de los adultos. Sin embargo, en Estados Unidos, los niños se crían para volverse miembros independientes en la sociedad. No se espera que ellos contri- buyan a la economía doméstica; de hecho, por lo general la ley prohíbe que trabajen por salarios hasta que son adolescentes. Puesto que la crianza de los hijos cuesta mucho, en general las familias sólo procrean uno o dos, mientras que los padres etíopes tienen de seis a siete hijos en promedio. Los padres en Estados Unidos invierten en los hijos y esperan que ellos sean exitosos en su educación. Los padres aconsejan a sus hi- jos, los guían y toman en serio sus opiniones. Se alienta a los niños a conversar con los adultos y expresar sus puntos de vista. Tienen la opor- tunidad de mejorar su desarrollo intelectual más allá de la educación formal al leer periódicos, ver televisión, asistir a museos y a través del cine. Aunque los estadounidenses pueden considerar a sus hijos como mi- mados e inmaduros, especialmente en comparación con los niños de las naciones en desarrollo, pueden ser bastante maduros. Las oportunida- des para educarse y crecer intelectualmente les permiten ser miembros de la sociedad responsables e independientes, a una edad relativamente temprana. En contraste, los etíopes parecen suponer que los niños son seres sin poder e inmaduros, aun cuando las necesidades económicas los fuercen a involucrarse en actividades arduas. Esas diferencias se acen- túan por el sistema de parentesco y la poca importancia que se otorga a la educación en la sociedad etíope. Niños, padres y economías familiares NOMBRE: Dejene Negassa Debsu, Ph. D. PAÍS DE ORIGEN: Etiopía. PROFESOR SUPERVISOR: Peter D. Little. ESCUELA: Universidad de Kentucky. OTRA mirada a...
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