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243Capítulo 9 Género bajar, entonces eres independiente, ganas algo de dinero y puedes ayudar a la familia”, dice Archana Gahlot, de 25 años. “Y si algo sucede con el matrimonio, tienes algo”... FUENTE: Jim Yardley, “Indian Women Find New Peace in Rail Commute”. Tomado de The New York Times, 16 de septiembre de 2009. © 2009 The New York Times. Todos los derechos reservados. Usado con permiso y protegido por las leyes de copyright de Estados Unidos. Queda prohibida la impresión, copia, redistribución o retransmisión del material sin permiso escrito expreso. www.nytimes.com anunció los ocho nuevos trenes Ladies Spe- cials. “Ello habla de su madurez y asertividad”, dice Mukesh Nigam, un ofi cial ferrocarrilero de alto nivel. Muchos hombres no están conformes. No pocas mujeres dicen que el acoso sexual era peor en el norte de la India, que en cualquier otra parte del país. Mientras el Ladies Special aguarda en la plataforma 7 de la estación en Palwal, algunos hombres lo miran con furia. El Ladies Special estaba mucho menos atestado, con bancas limpias y acolchadas, y ventiladores eléctricos, en comparación con los sucios tre- nes oscuros de la plataforma 6, llenos de tipos malhumorados. En ocasiones, vándalos escri- ben obscenidades en el Ladies Special, o peor... Conforme el tren comienza a moverse, una mujer se sienta a meditar. Cerca, una contadora lee un libro de oraciones hindú, mientras que estudiantes universitarias chis- morrean algunas fi las adelante. “Si vas a tra- La India se ha descrito como una cultura patriarcal, en la que las mujeres usualmente son hostigadas cuando se mueven del espacio privado (doméstico) al público. Las mujeres que aquí se muestran disfrutan su viaje, sin molestias, en el tren Ladies Special de Palwal a Delhi, el 10 de septiembre de 2009. 244 PARTE 2 Valorar la diversidad cultural GÉNERO ENTRE FORRAJEROS En las sociedades forrajeras, la estratifi cación de género era más marcada cuando los hombres contribuían mucho más a la dieta que las muje- res. Esto fue cierto entre los inuit y otros cazado- res y pescadores del norte. En los forrajeros tropi- cales y semitropicales, en contraste, la recolección usualmente proporciona más alimento que la caza y la pesca. La recolección por lo general es trabajo de mujeres. Los hombres comúnmente cazan y pescan, pero las mujeres también pescan un poco y pueden cazar animales pequeños. Cuando la recolección es abundante, el estatus de género tiende a ser más igualitario de lo que es cuando la caza y la pesca son las principales actividades de subsistencia. El estatus de género también resulta más igua- litario cuando las esferas doméstica y pública no se encuentran separadas notablemente. (Doméstico signifi ca dentro o perteneciente al hogar.) La fuerte diferenciación entre el hogar y el mundo exterior se llama dicotomía doméstico-público o contraste privado-público. El mundo exterior puede incluir la política, el comercio, la guerra o el trabajo. A me- nudo, cuando las esferas doméstica y pública apa- recen claramente separadas, las actividades públi- cas cobran mayor prestigio que las domésticas. Esto puede promover la estratifi cación de género, porque los hombres tienen más probabilidad de ser más activos en la esfera pública que las muje- res (vea “Valorar la diversidad”). Transcultural- mente, las actividades de las mujeres tienden a hallarse más cercanas al hogar que las de los hom- bres. Por ende, otra razón para que los cazadores- recolectores presenten menos estratifi cación de género que los productores de alimentos es que la dicotomía doméstico-público se encuentra menos desarrollada entre los forrajeros. Ya se vio que ciertos roles de género se hallan más ligados al sexo que otros. Los hombres son los cazadores y guerreros usuales. Con herra- mientas y armas como arpones, cuchillos y arcos, los varones resultan mejores cazadores y pesca- dores porque son más grandes y fuertes en pro- medio que las mujeres en la misma población (Divale y Harris, 1976). El papel cazador-pesca- dor de los hombres también refl eja una tendencia hacia mayor movilidad masculina. En las sociedades forrajeras, las mujeres o es- tán embarazadas o amamantando durante la ma- yor parte de su periodo de maternidad. Avan- zado el embarazo y después del parto, llevar a un bebé limita los movimientos de una mujer, in- cluso sus actividades de recolección. Sin em- bargo, entre los agta de Filipinas (Griffi n y Es- tioko-Griffi n, eds., 1985) las mujeres no sólo recolectan, también cazan con perros mientras llevan a sus bebés con ellas. Sin embargo, dados los efectos del embarazo y el amamantamiento sobre la movilidad, rara vez es factible que las mujeres sean los principales cazadores (Friedl, 1975). La guerra, que también requiere movili- dad, no sucede en la mayoría de las sociedades forrajeras, ni tampoco está bien desarrollado el comercio interregional. La guerra y el comercio son dos arenas públicas que pueden contribuir a la desigualdad de estatus de hombres y mujeres entre los productores de alimentos. Los san ju/’hoansi ilustran la medida en la que se traslapan las actividades y esferas de infl uencia de hombres y mujeres entre los forrajeros (Draper, 1975). Los roles de género tradicionales de los ju/’hoansi eran interdependientes. Durante la re- colección, las mujeres descubrían información acerca de animales de caza, que transmitían a los varones. Ambos pasaban aproximadamente la misma cantidad de tiempo alejados del campa- mento, pero ninguno trabajaba más de tres días a la semana. Entre un tercio y la mitad de la banda permanecía en el campamento mientras los otros trabajaban. Para los ju/’hoansi, no era nada extraño reali- zar el trabajo del otro género. Con frecuencia, los hombres recolectaban alimentos y cargaban el agua. Una ética general de compartir dictaba que los hombres repartían la carne y que las mujeres compartían los frutos de la recolección. Niños y niñas de todas las edades jugaban juntos. Los pa- dres tomaron un papel activo en la crianza de los hijos. Los recursos eran adecuados, y la compe- tencia y la agresión se desalentaban. En los gru- pos pequeños, el intercambio y la interdepen- dencia de los roles son adaptativos. El trabajo de campo de Patricia Draper entre los ju/’hoansi es especialmente útil para mos- trar las relaciones entre economía, roles de gé- nero y estratifi cación, porque ella estudió tanto forrajeros como un grupo de ex forrajeros que se convirtieron en sedentarios. La mayoría de los ju/’hoansi ahora son sedentarios, y viven cerca de productores de alimentos o rancheros (vea Kent, 1992; Solway y Lee, 1990; Wilmsen, 1989). Draper estudió ju/’hoansi sedentarios en Ma- hopa, una villa donde pastorean, cuidan cultivos, trabajan por salarios y realizan un poco de reco- lección. Sus roles de género se defi nen con más rigidez. Comienza a desarrollarse una dicotomía doméstico-público conforme los hombres viajan más lejos que las mujeres. Con menos recolec- ción, las mujeres están confi nadas más al hogar. Los niños pueden ganar movilidad mediante el pastoreo, pero los movimientos de las niñas se ven más limitados. El mundo igualitario y comu- nal de antes estaba cediendo a las características sociales de la vida sedentaria. Una jerarquía di- ferencial de los varones de acuerdo con sus re- baños, casas e hijos comenzó a sustituir a la re- partición. Los hombres llegan a verse como productores más valiosos. dicotomía domésti- co-público Trabajo en casa frente al más valorado trabajo en el exterior. Capítulo 9 Género 245 Si existe algún grado de dominio masculino virtualmente en toda sociedad contemporánea, puede ser debido a cambios como éstos, que lle- varon a los ju/’hoansi al trabajo asalariado y el intercambio comercial, y por tanto a la economía capitalista mundial. El contacto histórico entre fuerzas locales, nacionales e internacionales in- fl uyelos sistemas de estratifi cación de género (Ong, 1989). Sin embargo, en las culturas forraje- ras tradicionales, el igualitarismo se extendió a las relaciones entre los sexos. Las esferas, activi- dades, derechos y obligaciones sociales de hom- bres y mujeres se traslapaban. Los sistemas de parentesco de los forrajeros tienden a ser bilate- rales (calculados igualmente a través de hombres y mujeres) en lugar de favorecer al lado materno o paterno. Los forrajeros pueden vivir con los pa- rientes del esposo o la esposa, y con frecuencia cambian entre un grupo y el otro. Una última observación acerca de los forraje- ros: entre ellos las esferas pública y privada se encuentran menos separadas y la jerarquía me- nos marcada; la agresión y la competencia son más desalentadas, y los derechos, actividades y esferas de infl uencia de hombres y mujeres se traslapan más. Nuestros ancestros vivieron ex- clusivamente del forrajeo hasta hace 10 000 años. Si existe alguna forma de sociedad humana más “natural”, se refl eja mejor, aunque de manera im- perfecta, entre los forrajeros. A pesar del estereo- tipo popular del cavernícola que lleva un mazo y arrastra a su compañera por el cabello, la relativa igualdad de género es un patrón ancestral mu- cho más probable. GÉNERO ENTRE HORTICULTORES Los roles de género y la estratifi cación entre los cultivadores varía ampliamente, dependiendo de características específi cas de la economía y la estructura social. Para demostrar esto, Martin y Voorhies (1975) estudiaron una muestra de 515 sociedades hortícolas, provenientes de todas par- tes del mundo. Observaron variables, como la ascendencia y residencia posmatrimonial, el por- centaje de la dieta derivada del cultivo y la pro- ductividad de hombres y mujeres. Un grupo de ascendencia es aquel cuya uni- dad social y solidaridad se basan en la creencia en un linaje común. Transculturalmente, hay dos reglas comunes que sirven para admitir a ciertas personas como miembros del grupo de ascen- dencia, mientras se excluye a otras. Con una re- gla de ascendencia matrilineal, las personas au- tomáticamente se asignan al grupo de la madre al nacer (como un estatus adscrito) y siguen siendo miembros toda la vida. Por tanto, los gru- pos de ascendencia matrilineal sólo incluyen a los hijos de las mujeres del grupo. Con la ascen- dencia patrilineal, las personas automáticamente tienen membresía vitalicia en el grupo del padre. Los hijos de todos los hombres del grupo perte- necen a éste. Se excluye a los hijos de las mujeres del grupo; ellos pertenecen al grupo de sus pa- dres. La ascendencia patrilineal es mucho más común que la ascendencia matrilineal. En una muestra de 564 sociedades (Murdock, 1957) ha- bía aproximadamente tres veces más patrilinea- les (247 a 84) que matrilineales. Las sociedades con grupos de ascendencia no sólo observan reglas de membresía; también po- seen reglas acerca de dónde deben vivir los miembros una vez que se casan. Con la patriloca- lidad, que se asocia con la ascendencia patrili- neal, la pareja vive en la comunidad del marido (del padre), de modo que los hombres emparen- tados permanecen en su lugar, mientras que las esposas se mudan al poblado de sus maridos. Una regla de residencia menos común, asociada con la ascendencia matrilineal, es la matrilocali- dad: las parejas casadas viven en la comunidad de la esposa (de la madre) y sus hijos crecen en el poblado de sus madres. Esta regla mantiene jun- tas a mujeres emparentadas. Martin y Voorhies (1975) descubrieron que las mujeres eran los principales productores en las sociedades hortícolas. En 50% de dichas socie- dades, las mujeres hacían la mayor parte del cul- tivo. En 33%, las aportaciones al cultivo por parte de ambos eran iguales. Sólo en 17% los varones Las mujeres son los principales productores en las sociedades hortícolas. Las mujeres, como estas cultivadoras de maíz sudamericanas, realizan la mayor parte de tales faenas en dichas sociedades. ¿Qué tipos de roles juegan las mu- jeres en las granjas estadounidenses contemporáneas? ascendencia matrilineal Ascendencia trazada sólo a través de la línea materna. ascendencia patrilineal Ascendencia trazada sólo a través de la línea paterna. patrilocalidad La pareja casada reside en la comunidad del ma- rido (y su padre). matrilocalidad La pareja casada reside en la comunidad de la esposa (y su madre).
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