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Antropología Cultural 2-páginas-6

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Capítulo 9 Género 249
complementada por el islam, como elemento 
más reciente (siglo xvi). Los minangkabau ven a 
hombres y mujeres como compañeros coopera-
tivos para el bien común en lugar de competi-
dores gobernados por el interés personal. Los 
individuos ganan prestigio cuando promueven 
la armonía social en lugar de competir por el 
poder.
Sanday considera a los minangkabau como un 
matriarcado porque las mujeres son el centro, 
origen y cimiento del orden social. Las mujeres 
mayores se asocian con el pilar central del hogar 
tradicional, el más antiguo de la villa. La villa 
más antigua entre varias se llama “madre villa”. 
En las ceremonias, a las mujeres se les llama con 
el término de referencia a su mítica Reina Madre. 
Ellas controlan la herencia de la tierra y las pare-
jas residen matrilocalmente. En las ceremonias 
nupciales, la esposa recoge a su marido de su ho-
gar y, con sus parientes femeninos, lo escolta al 
suyo. Si hay un divorcio, el marido simplemente 
toma sus cosas y se marcha. Sin embargo, a pesar 
de la posición especial de las mujeres, el matriar-
cado minangkabau no es el equivalente del go-
bierno femenino, dada la creencia minangkabau 
de que todas las decisiones se deben tomar por 
consenso.
Estratifi cación de género 
aumentada: sociedades 
patrilineales-patrilocales
Los igbo son la excepción entre las sociedades 
patrilineales-patrilocales, muchas de las cuales 
presentan marcada estratifi cación de género. 
Martin y Voorhies (1975) vinculan el declive de la 
matrilinealidad y la difusión del complejo patri-
lineal-patrilocal (que consiste de patrilinealidad, 
patrilocalidad, guerra y supremacía masculina) a 
la presión sobre los recursos. Ante la escasez de 
éstos, los cultivadores patrilineales-patrilocales, 
como los yanomami, con frecuencia hacen la 
guerra en contra de otros poblados. Esto favorece 
la patrilocalidad y la patrilinealidad, costumbres 
que mantienen a los hombres relacionados juntos 
en la misma villa, donde se convierten en fuertes 
aliados en batalla. Tales sociedades tienden a po-
seer una marcada dicotomía doméstico-público, 
y los hombres suelen dominar la jerarquía de 
prestigio. Los varones pueden usar sus roles pú-
blicos en la guerra y el comercio y su mayor pres-
tigio para simbolizar y reforzar la devaluación u 
opresión de las mujeres.
El complejo patrilineal-patrilocal caracteriza 
a muchas sociedades en las tierras altas de Pa-
púa Nueva Guinea. Las mujeres trabajan duro 
para cultivar y procesar granos de subsisten-
cia, para engordar y mantener cerdos (el princi-
pal animal domesticado y alimento favorito) y 
para cocinar, pero están aisladas del dominio pú-
blico, que controlan los hombres. Éstos cultivan y 
distribuyen cosechas de prestigio, preparan ali-
mentos para fi estas y arreglan matrimonios. In-
cluso, los varones comercian los cerdos y contro-
lan su uso en rituales.
En las áreas densamente pobladas de las tie-
rras altas de Papúa Nueva Guinea, la separación 
masculino-femenino se asocia con fuerte presión 
sobre los recursos (Lindenbaum, 1972). Los hom-
bres temen todos los contactos femeninos, in-
cluido el sexo. Creen que el contacto sexual con 
las mujeres los debilitará. De hecho, los varones 
ven todo lo femenino como peligroso y contami-
nante. Se segregan ellos mismos en casas para 
hombres y ocultan sus preciados objetos rituales 
de las mujeres. Demoran el matrimonio y algu-
nos nunca se casan.
En contraste, las áreas escasamente pobladas 
de Papúa Nueva Guinea, como las áreas reciente-
mente pobladas, carecen de tabúes acerca de los 
contactos hombre-mujer. Desaparece la imagen 
de la mujer contaminante, la cópula heterosexual 
es valorada, hombres y mujeres viven juntos, y 
las tasas reproductivas son altas.
complejo patrilineal-
patrilocal
Supremacía masculina 
basada en patrilineali-
dad, patrilocalidad y 
guerra.
En algunas partes de Papúa Nueva Guinea, el complejo 
patrilineal-patrilocal genera repercusiones sociales ex-
tremas. Al considerar a las mujeres como peligrosas y 
contaminantes, los hombres pueden segregarse ellos 
mismos en casas para varones (como ésta, ubicada 
cerca de Sepik River), donde ocultan sus preciosos ob-
jetos rituales de las mujeres. ¿Hay lugares como éstos 
en su sociedad?
250 PARTE 2 Valorar la diversidad cultural
GÉNERO ENTRE 
AGRICULTORES
Cuando la economía se basa en la agricultura, las 
mujeres por lo general pierden su papel como 
cultivadores primarios. Ciertas técnicas agríco-
las, particularmente el arado, se asignan a los 
hombres debido a su mayor tamaño y fuerza 
promedio (Martin y Voorhies, 1975). Excepto 
cuando se emplea irrigación, el arado elimina la 
necesidad de deshierbar constantemente, una ac-
tividad por lo general realizada por las mujeres.
Datos transculturales ilustran tales contrastes 
en los roles productivos. Las mujeres eran las 
principales productoras en 50% de las socieda-
des hortícolas, pero sólo en 15% de los grupos 
agrícolas. El trabajo de subsistencia masculino 
dominó 81% de las sociedades agrícolas, pero 
sólo 17% de las hortícolas (Martin y Voorhies, 
1975; vea la tabla 9.8).
Con la introducción de la agricultura, las mu-
jeres fueron separadas de la producción por pri-
mera vez en la historia humana. Acaso esto re-
fl eja la necesidad de que las mujeres permanezcan 
más cerca de casa para cuidar el mayor número 
de hijos que caracterizan a los agricultores, en 
comparación con economías con trabajo menos 
intensivo. Los sistemas de creencias comenzaron 
a contrastar la valiosa labor extradoméstica de 
los varones con el papel doméstico de las muje-
res, que ahora se ve como inferior. (Extradomés-
tico signifi ca fuera del hogar, dentro o pertene-
ciente al dominio público.) Los cambios en los 
patrones de parentesco y residencia posmatrimo-
nial también minaron la posición de las mujeres. 
Con la agricultura, los grupos de ascendencia y 
la poliginia declinaron, y la familia nuclear se 
volvió más común. Al vivir con su marido e hi-
jos, la mujer se aislaba de sus parientes y co-espo-
sas. La sexualidad femenina es cuidadosamente 
supervisada en las economías agrícolas; mas los 
varones tienen un acceso más abierto al divorcio 
y el sexo extramarital, lo que refl eja un “doble 
estándar”.
Sin embargo, el estatus femenino en las socie-
dades agrícolas no es inevitablemente desventu-
rado. La estratifi cación de género se asocia sola-
mente con la agricultura con arado, y no con el 
cultivo intensivo per se. Estudios de roles y estra-
tifi cación de género entre campesinos de Francia 
y España (Harding, 1975; Reiter, 1975), que prac-
tican agricultura con arado, muestran que la 
gente piensa en la casa como la esfera femenina y 
los campos como el dominio masculino. Sin em-
bargo, tal dicotomía no es inevitable, como mues-
tran mis propias investigaciones entre los agri-
cultores betsileo en Madagascar.
Las mujeres betsileo mantienen un importante 
papel en la agricultura, y contribuyen con un ter-
cio de las horas invertidas en la producción de 
arroz. Basan sus tareas acostumbradas en la divi-
sión del trabajo, pero su labor es más estacional 
que la de los varones. Nadie tiene mucho que 
hacer durante la época ceremonial, entre media-
dos de junio y de septiembre. Los hombres traba-
jan en los campos de arroz casi a diario el resto 
del año. El trabajo cooperativo de las mujeres 
ocurre durante el trasplante (mediados de sep-
tiembre a noviembre) y la cosecha (mediados de 
marzo hasta principios de mayo). Junto con otros 
miembros del hogar, las mujeres escardan diaria-
mente en diciembre y enero. Después de la cose-
cha, todos los miembros de la familia trabajan 
juntos apaleando el arroz y luego transportán-
dolo al granero.
Si considera la extenuante labor diaria de des-
cascarar arroz mediante apaleo (una parte de la 
preparación de alimentos en lugar de la produc-
ción per se), las mujeres en realidad contribuyen 
con ligeramente arriba del 50% del trabajo dedi-
cado a la producción y preparaciónde arroz an-
tes de cocinar.
No sólo el importante papel económico de las 
mujeres, sino la organización social tradicional, 
mejoran el estatus femenino entre los betsileo. 
Aunque la residencia posmatrimonial es princi-
palmente patrilocal, las reglas de ascendencia 
permiten que las mujeres casadas conserven la 
membresía en sus propios grupos de ascenden-
cia, así como una fuerte lealtad a los mismos. El 
parentesco se calcula amplia y bilateralmente (en 
ambos lados, como en Estados Unidos contem-
poráneo). Los betsileo ejemplifi can la generaliza-
Los sistemas de parentesco bilaterales, combinados con economías de subsis-
tencia en las que los sexos poseen roles complementarios en la producción y 
distribución de alimentos, redujeron la estratifi cación de género. Tales caracte-
rísticas son comunes entre los cultivadores de arroz asiáticos, como los ifugao 
de Filipinas (que se muestran aquí).
extradoméstico
Fuera del hogar; 
público.

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