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Capítulo 9 Género 255 das al empleo a confl ictos sociales más amplios. En ellos se incluye la pobreza, la falta de vivienda, la atención de la salud femenina, los servicios de guarderías, la violencia doméstica y sexual así como los derechos reproductivos (Calhoun, Light y Keller, 1997). Dichos confl ictos y otros que afec- tan particularmente a las mujeres en los países en desarrollo se abordaron en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de las Naciones Unidas, que se realizó en 1995 en Beijing. Entre los asisten- tes se encontraban grupos de mujeres de todo el mundo. Muchos de dichos grupos eran ONG (or- ganizaciones no gubernamentales) nacionales e internacionales, que trabajan con mujeres a nivel local para aumentar su productividad y mejorar su acceso al crédito. Es muy común la idea de que una forma de mejorar la situación de las mujeres pobres es alentarlas a organizarse. Las nuevas agrupacio- nes de mujeres pueden, en algunos casos, reno- var o reemplazar las formas tradicionales de organización social que se deterioraron. La membresía a un grupo puede ayudar a las mu- jeres a movilizar recursos, racionalizar la pro- ducción y reducir los riesgos y costos asociados con el crédito. La organización también permite a las mujeres desarrollar autoconfi anza y reducir la dependencia de otros. Mediante tal organización, las mujeres pobres en todo el mundo aspiran a determinar sus propias necesidades y priorida- des, y mejorar su situación social y económica (Buvinic, 1995). ORIENTACIÓN SEXUAL La orientación sexual se refi ere a la atracción sexual habitual, y las actividades sexuales, de una persona hacia personas del sexo opuesto, he- terosexualidad; el mismo sexo, homosexualidad, o ambos sexos, bisexualidad. La asexualidad, es decir, la indiferencia hacia o falta de atracción hacia cualquiera de los dos sexos, también es una orientación sexual. Estas cuatro formas se en- cuentran en Estados Unidos contemporáneo y a lo largo del mundo. Pero cada tipo de deseo y experiencia contiene diferentes signifi cados para individuos y grupos. Por ejemplo, una disposi- ción asexual puede ser aceptable en algunos lu- gares, pero puede percibirse como defecto de ca- rácter en otras. En México, la actividad sexual entre hombres puede ser un asunto privado, en lugar de público, socialmente permitido y alen- tado como lo fue entre los etoro (vea las páginas 232-233) de Papúa Nueva Guinea (vea también Blackwood y Wieringa, eds., 1999; Herdt, 1981; Kottak y Kozaitis, 2008; Lancaster y Di Leonardo, eds., 1997; Nanda, 2000). Recientemente, en Estados Unidos, hay una tendencia de considerar la orientación sexual como fi ja y con base biológica. No hay sufi ciente orientación sexual Atracción sexual hacia personas del sexo opuesto, el mismo sexo o ambos sexos. información en este momento para determinar la medida exacta en la que la orientación sexual se basa en la biología. Lo que puede decirse es que todas las actividades y preferencias humanas, in- cluida la expresión erótica, están al menos par- cialmente construidas por la cultura. En cualquier sociedad, los individuos diferi- rán en la naturaleza, variedad e intensidad de sus intereses y necesidades sexuales. Nadie sabe con certeza por qué existen tales diferencias sexuales individuales. Parte de la respuesta pa- rece ser biológica, lo que refl eja genes u hormo- nas. Otra parte puede guardar relación con expe- riencias durante el crecimiento y el desarrollo. Pero cualesquiera que sean las razones para la variación individual, la cultura siempre juega un papel al moldear las necesidades sexuales indivi- duales hacia una norma colectiva. Y tales normas sexuales varían de cultura a cultura. ¿Qué se sabe acerca de la variación en las nor- mas sexuales de sociedad a sociedad, y a través del tiempo? Un estudio transcultural clásico (Ford y Beach, 1951) descubrió una amplia varia- ción en actitudes acerca de la masturbación, la zoofi lia (sexo con animales) y la homosexuali- dad. Incluso en una sola sociedad, como la esta- dounidense, las actitudes acerca del sexo difi eren a través del tiempo y el estatus socioeconómico, región y residencia rural frente a urbana. Sin em- bargo, incluso en la década de 1950, previo a la “era de permisividad sexual” (el periodo previo al VIH de mediados de los años 60 hasta los 70), la investigación demostró que casi todos los hombres estadounidenses (92%) y más de la mi- tad de las estadounidenses (54%) admitieron masturbarse. En el famoso reporte Kinsey (Kin- sey, Pomeroy y Martin, 1948), 37% de los hom- bres encuestados admitió haber tenido al menos una experiencia sexual que condujo a orgasmo con otro varón. En un estudio posterior, de 1 200 mujeres no casadas, 26% reportó actividades sexuales con el mismo sexo. (Puesto que la inves- tigación de Kinsey se apoyó en muestras no alea- torias, debe considerarse simplemente como ilustrativa, en lugar de una representación esta- dísticamente precisa, de comportamiento sexual en la época.) En el estudio Ford y Beach (1951), los actos sexuales que involucran personas del mismo sexo fueron ausentes, raros o secretos sólo en 37% de 76 sociedades para las cuales hay datos disponibles. En las otras, varias formas de activi- dad sexual del mismo sexo se consideraron nor- males y aceptables. En ocasiones las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo involu- craron travestismo por parte de uno de los miem- bros de la pareja. La sección “Valorar el quehacer antropoló- gico” de este capítulo describe cómo los travestis (hombres vestidos como mujeres) forman un ter- cer género en relación con la escala de identidad 256 PARTE 2 Valorar la diversidad cultural Generaciones de antropólogos han aplicado el enfoque comparativo, transcultural y biocultu- ral de su disciplina al estudio del sexo y el gé- nero. El género, las preferencias sexuales e incluso la orientación sexual son construccio- nes culturales al menos en cierta medida. Aquí comento un caso en el que la cultura popular y los comentarios de brasileños ordinarios acerca de la belleza y el sexo conducen a un análisis de algunas diferencias llamativas de género entre Brasil y Estados Unidos. Durante varios años, uno de los máximos símbolos sexuales de Brasil fue Roberta Close, a quien vi por primera vez en un comercial de muebles. Roberta terminaba su discurso con un llamado a los potenciales compradores de no aceptar sustitutos para el producto publi- citado. “Las cosas”, advertía, “no siempre son lo que parecen”. Tampoco Roberta. Esta pequeña e increí- blemente femenina criatura en realidad era un hombre. No obstante, a pesar del hecho de que él, o ella (como dicen los brasileños), es un hombre que posa como mujer, Roberta ganó un lugar seguro en la cultura popular brasileña. Sus fotografías decoraban revistas. Era panelista en un programa de variedades por televisión y protagonizaba una obra de teatro en Río con un actor conocido por su imagen de supermacho. Roberta incluso ins- piró a un bien conocido, y en apariencia hete- rosexual, cantante pop para realizar un video que la homenajeaba. En el video, ella se pavo- neaba en bikini por las playas de Ipanema, en Río, mostrando sus amplias caderas. El video muestra el aprecio masculino por la belleza de Roberta. Como confi rmación de esto, un hombre heterosexual me dijo que re- cientemente estuvo en el mismo avión que Roberta y quedó sorprendido por su belleza. Otro hombre dijo que quería tener sexo con ella. Me parece que estos comentarios ilus- tran notables contrastes culturales acerca del género y la sexualidad. Brasil es un país lati- noamericano notable por su machismo, pero los hombres heterosexuales no sienten que la atracción hacia un travesti manche sus identidades masculinas. Roberta Close puede entenderse en rela- ción con una escala de identidad de género que abarca desde la feminidad hasta la mascu-linidad extremas, con poco en medio. La mas- culinidad es estereotipada como activa y pú- blica, la feminidad como pasiva y doméstica. El contraste masculino-femenino en derechos y comportamiento es mucho más fuerte en Brasil que en Estados Unidos. Los brasileños enfrentan un rol masculino más rígido que los estadounidenses. La dicotomía activo-pasivo también ofrece un modelo estereotípico para las relaciones sexuales entre hombres. Se supone que uno de los hombres es el activo, el compañero mascu- lino (que penetra), mientras que el otro es el pasivo, el afeminado. A este último se le llama con menosprecio como bicha (gusano intesti- nal), pero al que penetra se le estigmatiza poco. De hecho, muchos brasileños “activos” (y casa- dos) gustan de tener sexo con prostitutos tra- vestis, que son biológicamente hombres. Si un brasileño no está contento con bus- car o masculinidad activa o afeminamiento pasivo, tiene otra opción: la feminidad activa. Para Roberta Close, y otros como él, la de- manda cultural de ultramasculinidad cedió el valorar el quehacer ANTROPOLÓGICO Mujeres ocultas, hombres públicos; mujeres públicas, hombres ocultos masculino-femenino polarizada de Brasil. Los travestis, nada raros en Brasil, son miembros de un género (usualmente masculino) que visten como otro (femenino). En la época del caso des- crito en “Valorar el quehacer antropológico”, un hombre brasileño que quería convertirse quirúr- gicamente en mujer (transgénero) no podía con- seguir la operación necesaria en su país. Algu- nos hombres, incluido Roberta Close, viajaron a Europa para el procedimiento. En la actualidad, los transgénero brasileños son bien conocidos en Europa. Tan comunes son los brasileños en- tre los travestis en Europa que en Francia, a los travestis, sin importar la nacionalidad, común- mente se les conoce como brésiliennes (la forma femenina de la palabra francesa para brasileño). En Brasil, muchos hombres tienen relaciones sexuales con travestis, con poca estigmatización al acto, como se describe en “Valorar el queha- cer antropológico”. El travestismo es acaso la forma más común de formar géneros alternativos a hombres y mu- jeres. Entre los chukchee de Siberia, ciertos hom- bres (por lo general chamanes o especialistas reli- giosos) copiaban el vestir, habla y estilo de cabello femeninos y tomaron a otros hombres como es- posos y compañeros sexuales. Los chamanes fe- meninos podrían formar un cuarto género, al copiar a los hombres y tomar esposas. Entre los indios crow, ciertas actividades rituales se reser- varon a los berdaches, hombres que rechazaban el papel masculino de cazador de bisontes, incursor
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