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 documentos de 
 trabajo 
 
 No 72, octubre 2014, Montevideo. 
 
 
 
 ECOLOGIAS POLITICAS 
 
 
 
 IDEAS PRELIMINARES SOBRE CONCEPCIONES, 
 TENDENCIAS, RENOVACIONES Y 
 OPCIONES LATINOAMERICANAS 
 
 
 
 Eduardo Gudynas 
 
 
 
 
 
 
 Centro Latino Americano de 
 Ecología Social 
 CLAES 
 
 
 
Magallanes 1334, Montevideo - Telf.598 24030854 - Correo -e: claes@adinet.com.uy - 
www.ambiental.net - Casilla Correo 13125, Montevideo 11700, Uruguay 
 
mailto:claes@adinet.com.uy
Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 
 
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l campo de la ecología política presenta varias parti-
cularidades. Tiene una larga historia, con muy diver-
sos aportes, tanto desde la investigación académica 
como desde las prácticas ciudadanas, lo que muestra su 
vigor y persistencia. Pero muchas veces es difícil de delimi-
tar, y el término es usado de muy diversas modalidades. 
 
En el presente documento de trabajo se ofrecen un conjunto 
de ideas y descripciones sobre los distintos entendimientos 
de la ecología política, sus tendencias más recientes, y al-
gunos de los frentes de renovación y novedades teóricas. 
Todo ello enfocado en particular con la situación latinoa-
mericana. Son ideas que tienen un carácter preliminar, con 
descripciones muy abreviadas en varios aspectos (en espe-
cial dados los límites de espacio del documento), expresan-
do una reflexión en marcha que se comparte sobre todo 
para acompañar los talleres y foros en los que participo. 
 
El campo de la política enfocada en 
temas ambientales 
 
La ecología política (abreviada como EP de aquí en más), es 
un campo muy amplio que recibe distintas definiciones e 
interpretaciones. Como primer paso para abordarlas es 
necesario clarificar las posibles interpretaciones del término 
“política” en las EPs, siendo apropiado separar por un lado, 
la “política” como la discusión pública de los asuntos colec-
tivos, de las “políticas” que usualmente se refieren a políti-
cas públicas, programas y estrategias de gestión, etc. Esos 
dos conceptos están claramente separados en inglés, corres-
pondiendo respectivamente a los términos politics y poli-
cies. En castellano sin embargo, la distinción entre esos dos 
campos se hace más incierta en tanto ambos reciben el 
nombre “política”. 
 
Las políticas ambientales en el sentido de policies serían, en 
cierta medida, subsidiarias a la EP, ya que desde esos ámbi-
tos se determinarían los sentidos y agentes de implementa-
ción; además se enfocan en ámbitos más tecnocráticos, 
usualmente en agentes estatales. Se apela a las ciencias 
ambientales como referente científico, y por lo tanto es 
mucho más amplio que la ecología de los biólogos (se in-
corporan en las ciencias ambientales disciplinas tales como 
edafología, hidrología, limnología, geología, meteorología, 
botánica, zoología, etc.). Un ejemplo de este abordaje es el 
conocido manual de Rosenbaum (2002). 
 
La ecología política en el sentido de politics tiene antece-
dentes en el ámbito académico en algunas publicaciones en 
las décadas de 1950 y 1960, bajo usos muy diversos. Es 
usual tomar como punto de referencia para el despegue de 
la EP Como disciplina académica un artículo de Eric Wolf 
publicado en 1972, sobre la distribución de humanos inser-
tos en ambientes alpinos, incorporando algunos análisis 
económicos. En esa misma línea, los aportes sustantivos 
siguientes están relacionados con la obra de Piers Blaikie 
(especialmente su libro de 1985 sobre la ecología política 
enfocado en la degradación de suelos, y el aporte conjunto 
con H. Brookfield en 1987). Esa EP es regional, y abarca los 
efectos interactivos a diferentes escalas y jerarquías socio-
económicas, y las contradicciones entre los cambios am-
bientales y sociales en el tiempo (Blaikie y Brookfield, 
1987). 
 
Estas EPs, de tono académico, provienen de articular algu-
nos elementos propios de la ecología, en especial aquellos 
que eran formulados en aquel tiempo como ecología cultu-
ral, con los de una economía política. En aquellos tiempos 
en varias disciplinas prevalecía un cierto optimismo, asu-
miéndose que la ciencia brindaría las claves, y que la acu-
mulación científica bastaba para generar mejores políticas 
ambientales. Sin embargo, ya desde esas tempranas EPs, se 
lanzaron algunas críticas a ese optimismo científico (como 
aparece en la obra de Blaikie). 
 
Pero ya desde ese inicio no se intentan definiciones precisas 
de la disciplina (un hecho reconocido, por ejemplo por 
Blaikie, 1999). Su énfasis está en las relaciones dialécticas 
entre el ambiente y los sistemas socio-económicos, los que 
mantienen relaciones dialécticas entre sí y cambian con el 
tiempo. Su mirada está en cómo se usan los recursos natura-
les y los factores sociales, económicos y políticos que los 
determinan, bajo condiciones de poder desiguales, aplica-
dos a escalas micro y meso (Blaikie, 1999). Ya desde ese 
inicio, se reconoce que la EP no se enfoca tanto en lo que 
serían los cambios “reales” en el ambiente, sino en su cons-
trucción social. 
 
Esa postura debe ser resaltada ya que en muchos casos, 
otros abordajes de las EPs en otros terrenos, como los deba-
tes políticos, insistían en el papel de la ciencia como pro-
veedora de certezas sobre el estado del ambiente, y por lo 
tanto como guía certera para construir políticas ambienta-
les. Esas son posiciones que pueden caracterizarse tanto 
como realistas, en el sentido que existe una realidad mate-
rial y objetiva que será desentrañada por la ciencia, y esen-
cialistas, entendiendo que esas características son propias y 
constantes en el ambiente, sin depender de la interacción 
con los observadores. 
 
Arturo Escobar, atendiendo a estos y otros elementos dis-
tingue EPs esencialistas y realistas, que responden a la si-
tuación resumida arriba, de otras que denomina “construc-
tivistas”, donde los entendidos sobre el ambiente son cons-
truidos socialmente, donde lo que se analiza es afectado por 
los observados y viceversa, y por lo tanto la idea de lo real 
se vuelve más incierta (véase por ejemplo, Escobar, 2011). 
Los cuestionamientos a las posturas realistas y esencialistas 
estuvieron empujados por el postestructuralismo en varios 
frentes, incluyendo el campo ambiental. Se comenzó a 
poner en evidencia que conceptualizaciones como ambien-
te, Naturaleza, áreas silvestres, etc., están enmarcadas en 
particulares condiciones culturales, son políticamente con-
dicionadas, y así sucesivamente. Un ejemplo de ese tempra-
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Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 
 
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no cuestionamiento se encuentra en Demeritt (1998) y Es-
cobar (1999). 
 
Otra clasificación a considerar es la de Biersack (2006), 
distinguiendo EPs de primera y segunda generación. La 
primera se practica desde los dualismos entre sociedad y 
naturaleza, es sistémica y más materialista. La segunda 
acepta que la realidad es socialmente "producida", de donde 
cuestiona los dualismos, otorga mucho más atención al 
papel de los actores, e integra temas como las desigualda-
des y diferencias, género y etnicidades. 
 
Por lo tanto se llega a una situación donde se diversifican 
los entendidos sobre las EPs. Algunos siguen en la línea de 
Blaikie, acentuando diversas facetas entre una ecología 
cultural y la economía política, con nuevas formulaciones. 
Por ejemplo, Bryant en 1992, y observando en especial al 
“tercer mundo” la concibe como un intento de entender las 
fuentes políticas, condiciones y ramificaciones políticas del 
cambio ambiental. Estudia, por ejemplo, las fuentes del 
cambio ambiental en los contextos del capitalismo global, y 
ofreció estudios de casos muy importantes (incluyendo 
varios sobre la situación amazónica, como el recordado 
libro de Hecht y Cockburn, 1989). Otro abordaje sobreesas 
primeras etapas y en el mundo académico se analizan en 
Watts (2002). 
 
Otros apuntaron a buscar lazos más estrechos con el campo 
político, fortaleciendo análisis sobre políticas ambientales y 
mayores vínculos con las luchas de algunos movimientos 
ciudadanos. Desde la academia eso se puede observar en 
varios de los ensayos sobre las “ecologías de la liberación” 
compilados por Peet y Watts (1996). Pero no faltaron quie-
nes, a su vez, buscaron regresar a las fuentes en la ecología, 
sosteniendo que las EPs que desplegaban en la academia 
especialmente los antropólogos y geógrafos trataban esen-
cialmente sobre asuntos políticos (es el caso de Vayda y 
Walters, 1999). Se buscaba así, retornar a un campo propio 
de la antropología ecológica o la ecología humana (véase 
además Walker, 2005). 
 
La proliferación de entendidos sobre la EP se vuelve eviden-
te. Por ejemplo, en la reciente revisión de Robbins (2012) 
se pueden encontrar una larga lista de caracterizaciones de 
este campo. A pesar de todo ello, Robbins entiende que en 
todas esas posturas se comparten ideas claves, hay similitu-
des en los modos de explicación, constituye una comunidad 
de prácticas, y que todo el conjunto puede ser diferenciado 
de lo que denomina como “ecologías apolíticas”. La con-
ceptualización de Robbins es muy interesante y ofrece 
muchos aportes para reflexionar, pero también padece de 
algunas debilidades, tal como sus entendidos sobre “ecolo-
gías apolíticas”. Es que estas últimas se refieren a temas 
como la escasez o los programas de modernización ecoló-
gica, los que en realidad también tienen intensos contenidos 
políticos, y por lo tanto no pueden ser rotulados como “eco-
logías apolíticas”. Robbins plantea que las EPs tienen, en 
cambio, compromisos más explícitos con brindar alternati-
vas a esas posturas, abordando cuestiones como la margina-
ción y la degradación ambiental, el conflicto ambiental y la 
exclusión, etc. Su postura insiste en darle una direccionali-
dad normativa política a las EPs para enfrentar cuestiones de 
poder o injustica ambiental entre otras. 
 
Más allás de las revisiones enfocadas en el campo académi-
co, distintas EPs proliferaban desde la década de 1970 en los 
debates públicos, y con claras repercusiones políticas. En 
ese campo se encontrará todo el debate sobre los límites del 
crecimiento, la “bomba poblacional”, los efectos del con-
sumo y la tecnología, la extinción de especies silvestres, la 
crisis de contaminación urbana, etc. Buena parte de ese 
debate rápidamente se trasladaba a América Latina, y sin 
duda tuvo influencias mucho mayores (una revisión de ese 
entramado en Leff, 2013). Por lo tanto, existían distintas 
“ecologías políticas” en varios frentes simultáneos, y mu-
chas de ellas aparecían usando otros rótulos (como ecología 
social, políticas ambientales, políticas de la tierra, democra-
cia verde, etc.). En Latinoamérica esos otros aportes tenían 
fuertes impactos en movimientos ciudadanos, especialmen-
te en las ONGs ambientalistas de aquella época, y no nece-
sariamente discurrían como investigaciones académicas, 
sino que estaban directamente ligados a distintas formas de 
militancia social. Esta situación obliga a brindar otro marco 
de análisis más amplia y abarcadora de las EPs. 
 
Campos de acción de las ecologías políticas 
 
La revisión de las distintas expresiones de las EPs examina-
das en la sección anterior muestra que es más apropiado 
ensayar un agrupamiento de todas estas expresiones en 
distintos campos de acción. La diversidad de posiciones 
debe ser reconocida, y no se puede insistir en que las EPs 
son exclusivamente una tarea académica. Además, de este 
modo se pueden incorporar los aportes latinoamericanos. 
Por lo tanto, esta diversidad se puede ordenar en al menos 
tres campos: 
 
a) Interaccionistas: 
Análisis de las interacciones (o relaciones) entre la sociedad 
y el ambiente. Son posiciones que están relacionadas, o 
siguen distintos abordajes sobre las interacciones entre los 
humanos, casi siempre entendidos como “sociedad”, y con 
un campo externo a éstos concebido como ambiente, Natu-
raleza, o bajo conceptos análogos (como la “construcción” 
social del ambiente). Aquí se ubican distintas corrientes que 
se presentan a sí mismas como propias de la investigación, 
academia, etc. Se incluyen tanto posturas realistas y esen-
cialistas, como también las posiciones no-esencialistas y 
constructivistas. 
 
b) Normativistas: 
Prácticas basadas en conjunto de normas, objetivos, accio-
nes, etc., entendidas como una agenda política orientada 
hacia las cuestiones ambientales. Aquí prevalecen posturas 
políticas que se ventilan públicamente, en los campos de lo 
que se entiende comúnmente como ideologías políticas. Sus 
ejemplos son la defensa de una cierta ecología política por 
un partido verde, ONGs o movimientos sociales. A su vez, 
se encontrarán ideas de ecologías políticas que se corres-
ponden con cada una de las grandes familias ideológicas; 
por lo tanto, se pueden señalar ecologías políticas liberal, 
conservadora, socialdemócrata, marxista, etc. 
 
Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 
 
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c) Politólogos: 
Análisis de los actores, procesos e implicaciones de las 
cuestiones ambientales como parte de las llamadas “cien-
cias políticas”. Se incluye, como ejemplo, el análisis del 
desempeño de los partidos verdes, la postura de los partidos 
políticos convencionales ante los temas ambientales, el rol 
de los gobiernos en la gestión ambiental, etc. Se utiliza el 
instrumental de las ciencias políticas, incorporando aportes 
de la teoría política, filosofía política, etc. En este caso, el 
énfasis no está en las interacciones sobre el ambiente, sino 
en cómo la política maneja la agenda ambiental. 
 
La primera corriente es el campo propio de las EPs acadé-
micas, y en especial las que se originaron en el hemisferio 
norte. Como se indicó antes, se configuró a inicios de la 
década de 1970, desde influencias de la ecología cultural, y 
con ello de algunos componentes de la antropología ecoló-
gica, tal como era concebida en especial en la década de 
1960. Si bien los abordajes constructivistas cuestionaron 
esos estudios clásicos, poniendo en entredicho la noción de 
lo real, y donde el ambiente pasa a ser entendido como una 
construcción social, de todos modos están enfocando inter-
acciones, aunque los elementos y procesos en juego son 
distintos. En las primeras EPs, tanto la sociedad como el 
ambiente eran entendidos como sistemas reales, donde sus 
cualidades y las de sus articulaciones eran estudiadas por 
ciencias convencionales, de tipo positivista. En cambio, en 
las EPs constructivistas, la interacción está en la propia 
creación del ambiente, que incluso se la entiende como una 
co-construcción (véanse por ejemplo a Ingold, 2000). 
 
Existe una muy rica reflexión latinoamericana en este cam-
po, aunque no ha sido adecuadamente reconocida ni en los 
espacios académicos del norte, ni en muchas revisiones en 
nuestra propia región. Entre esos aportes se pueden destacar 
como ejemplos al mexicano Víctor Toledo sobre los sabe-
res y prácticas frente al ambiente de pueblos indígenas, con 
una lectura recostada sobre el marxismo (véase como ejem-
plo, Toledo, 1992); el papel del poder frente a los temas 
ambientales desde una sensibilidad antropológica ya estaba 
presente en Gustavo Martín (1987), o el entendimiento que 
“un ecosistema es, en última instancia, una relación social” 
fue claramente señalado por el boliviano Mario Arrieta en 
1987. 
 
La segunda corriente, aquí denominada como normativis-
tas, se expresa mucho más en el terreno de las políticas en 
el debate público, y sobre gestión ambiental, conservación, 
planificación territorial, etc. El caso más común es el de 
actores que defienden una cierta versión de laecología 
política como programa de acción social y política, cargada 
en compromisos normativos hacia la sociedad y el ambien-
te, y en muchos casos con planes de acción (véase, la muy 
temprana postura de “ecología como política” de André 
Gorz, publicada originalmente en 1975 1980). Hay EPs 
que en unos casos buscan reformar las ideologías políticas 
contemporáneas para incorporar cuestiones ambientales. 
Por lo tanto, esto resulta en ecologías políticas marxistas 
(como defiende Bellamy Foster, 2004), un ecosocialismo 
como continuación y superación del socialismo (en el sen-
tido de Lowy, 2011, ver además una postura anterior en 
Dumont, 1980), sin olvidar la muy temprana crítica de 
Enzensberger (1974) que influyó en nuestro continente. 
También existen versiones liberales (como los ensayos en 
Barry y Wissenburg, 2001), un retorno a formas de republi-
canismo (Blühdorn, 2000), e incluso las políticas ambienta-
les basadas en el libre mercado, de inspiración neoliberales 
(como es el caso de Anderson y Leal, 1991). Distintas 
agendas alternativas, y en especial la de los partidos verdes, 
aparecen en este campo. 
 
También aquí existen muchos aportes latinoamericanos, y 
como ejemplo se puede mencionar la rica discusión brasile-
ña de la década de 1980 sobre ecología y políticas (por 
ejemplo, en Pádua, 1987, o Goldenberg, 1992), el papel de 
los militantes que provenían de otros movimientos (como 
Schinke, 1986, desde sus orígenes en el sindicalismo), etc. 
Informaciones adicionales se revisan por ejemplo en Mieres 
(1990) y Leff (2013). Desde la década de 1990 estos deba-
tes aparecen con amplias superposiciones con las discusio-
nes sobre desarrollo (véase el inicio de ese rumbo en la 
revista Nueva Sociedad No 122, publicado en 1992 al tiem-
po de la Eco ‟92). 
 
En los normativistas se hallarán muchos que ponen el énfa-
sis en cómo debería ser una ecología política; expresan sus 
posiciones personales o colectivas sobre lo que defienden 
como las mejores propuestas. En cambio, entre los interac-
cionistas predominan el estudio académico. 
 
La tercera corriente hace referencia a las ciencias políticas, 
con todo su andamiaje teórico y práctico. Es por ello una 
tarea donde predominan los análisis de politólogos, o cien-
tistas sociales afines, y se enfoca usualmente en las políti-
cas ambientales. Abordan, por ejemplo, el desempeño ante 
cuestiones ambientales de los partidos políticos o los go-
biernos, el papel de los parlamentos, los mecanismos de-
mocráticos que mejor sirven a incorporar estos asuntos, la 
forma por las cuales los Estados monitorean y aplican las 
normas ambientales, los canales de participación e informa-
ción ciudadana, etc. Estos abordajes aparecen con los rótu-
los de ecología política, políticas verdes, políticas de la 
Naturaleza, etc. Como ejemplo se pueden ver los aportes en 
Dobson y Lucardie (1993), Dobson y Eckersley (2006) y 
Vig y Kraft (2006). 
 
Este campo politológico ha sido importante en América 
Latina. Entre los aportes más tempranos se pueden destacar 
a Marshall Wolfe, desde la CEPAL, sobre cómo debería ser 
la incorporación de la temática ambiental en los ámbitos 
políticos (Wolfe, 1980), y a el politólogo y filósofo boli-
viano H.C.F. Mansilla (1981), quien reconocía que la polí-
tica de los problemas ambientales está en estrecho vínculo 
con los modelos de desarrollo. En su monografía exploró 
las posiciones de distintos partidos y tendencias políticas 
latinoamericanas, y las vinculó con las discusiones interna-
cionales. Advirtió que muchos agrupamientos políticos 
resistían argumentos ecológicos porque entendían que eran 
imposiciones de los países industrializados y que arriesga-
ban los propios planes de crecimiento económico. 
 
Desde mediados de la década de 1980, este campo se forta-
leció por la ampliación de los debates ambientales en el 
continente, la creación de algunos partidos verdes, y el 
Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 
 
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apoyo internacional para esos temas. Por ejemplo, ha sido 
importante la acción de las fundaciones de los partidos 
europeos que operaban en América Latina, promoviendo 
versiones de la ecología política, casi siempre recostadas 
sobre las discusiones acerca del desarrollo. Ejemplos de 
esto son las recopilaciones de Guerra (1984) con ensayos 
para distintos países (Colombia, Costa Rica, México, Pa-
namá, Perú y Venezuela), y propuestas desde la socialde-
mocracia alemana. 
 
Sin duda existen ciertas superposiciones entre estos tres 
campos, y a su vez, entre ellas y otras áreas, tales como la 
economía ecológica, la filosofía ambiental, etc. Entre ellas, 
el catalán Joan Martínez Alier entiende que la ecología 
política estudia los “conflictos ecológicos distributivos”. Es 
una postura por un lado restringida a los conflictos, y por 
otro lado, conceptualiza la “distribución ecológica” como 
los “patrones sociales, espaciales y temporales de acceso a 
los beneficios obtenibles de los recursos naturales y a los 
servicios proporcionados por el ambiente como un sistema 
de vida” (por ejemplo en Martínez Alier, 2010). Es por lo 
tanto una posición reduccionista como propuesta de estudio 
y que se ubica en el campo político normativo acompañan-
do a distintas luchas ambientales. Otro aporte que también 
mantuvo relaciones estrechas con la economía está repre-
sentado por la influencia del francés Alain Lipietz (por 
ejemplo su libro de 2002), aunque en su caso provenía de la 
economía de la regulación. Otras hibridizaciones entre 
campos de las ciencias, la filosofía y las propuestas políti-
cas aparecen en varios autores, y entre los que han tenido 
influencia en América Latina se pueden mencionar a Leff 
(2003) y al español Jorge Riechmann (por ejemplo, su texto 
de 2012). Finalmente, entre estos ejemplos no puede dejar 
de mencionarse el papel del feminismo, y por esa vía del 
ecofeminismo, en especial en el seno de distintos movi-
mientos sociales. 
 
También se discute cuáles deberían ser las relaciones entre 
estos campos. Es así que, en círculos académicos de 
EE.UU. se ha debatido sobre si la ecología política que 
llevan adelante en particular los geógrafos, tenía poca inci-
dencia sobre las políticas públicas (Walker, 2006). Ese tipo 
de señalamientos apuntaba a la necesidad de tener puentes 
entre los interaccionistas académicos con los normativos 
militantes en los debates públicos. 
 
Las metas de politizar o ecologizar 
nuevamente analizadas 
 
Una vez completado un muy breve y esquemático recorrido 
de las concepciones en EPs y sus campos de acción, es po-
sible abordar nuevos aspectos sobre los significados de una 
“ecología política”. En sentido estricto, esa denominación 
se refiere a una “ecología” que es política; dicho de otro 
modo, una ecología politizada. 
 
Recordemos que ecología es una categoría que se aplica a 
un campo científico que tiene sus raíces en las ciencias 
biológicas (antes englobadas dentro de las ciencias natura-
les, más recientemente como ciencias ambientales), y que 
en sus definiciones clásicas se refiere al estudio de los seres 
vivos y sus interacciones, entre ellos y con el medio físico. 
En sus versiones más recientes ha sido ajustada a entenderla 
como el estudio científico de la distribución y abundancia 
de los organismos y las interacciones que las determinan 
(Begon et al., 2006). Bajo este sentido estricto, ecología se 
convierte en el sustantivo, y la política es una adjetivación 
que remite a la dimensión política. Es la ecología la que 
debe politizarse, aunque debe discutirse los propósitos o 
medios en esas tareas. Sin duda que los entendimientos más 
comunes son los de una ecología comprometida con la 
política de conservar la biodiversidad, aunque se debate 
cómo avanzar en ese terreno. La ecología de los biólogos 
está claramente dentro del campo realistay esencialista, y 
se presenta a sí misma como una disciplina científica, que 
es objetiva, testeable, y cada vez mas matematizada. En las 
definiciones actuales se deja en claro su finalidad: la ecolo-
gía debe entender el ambiente y gracias a ello debe ofrecer 
las bases para la predicción, el manejo y el control, según 
precisa el conocido manual de Townsend et al. (2008). Una 
politización de la ecología en el sentido de las EPs construc-
tivistas pone en discusión toda esa aproximación. 
 
Sin embargo, también es muy común situaciones donde las 
relaciones operan en sentido inverso, y por lo tanto es la 
política la que debe ecologizarse. En este caso, ecología es 
un adjetivo que se atribuye a la política, la que es un sustan-
tivo. Esto apunta a una reformulación de las relaciones 
políticas (y sociales), para poder abordar de cierta manera 
cuestiones ecológicas (o ambientales). Ejemplo de esto son 
las medidas para cambiar los patrones de consumo para 
reducir la contaminación, lograr estrategias para conservar 
la biodiversidad, etc. Las EPs del campo de los normativis-
tas es un claro ejemplo en nuestro continente. 
 
Estimo necesario ofrecer algunas aclaraciones, introducir 
matices y rescatar ciertas historias en estas posibles relacio-
nes entre “ecología” y “política”. Comencemos por un 
análisis enfocado en el campo de la ecología como ciencia 
biológica, recordando que durante décadas ésta se ha mos-
trado refractaria a politizarse. La postura dominante entre 
las décadas de 1930 a 1980, fue la de una disciplina que era 
parte de la biología, donde los intereses primarios estaban 
en entender al ambiente, concebido como un sistema, y que 
en lo posible estuviera desprovisto de intervenciones huma-
nas (o bien estudiaba los efectos de impactos humanos en 
los componentes no-humanos del ambiente). El ejemplo 
clásico de esas posturas son los manuales de texto de Euge-
ne Odum sobre ecología (por ejemplo, en 1972). El objetivo 
de esa ciencia era comprender la estructura y función de los 
ecosistemas, pero donde éstos eran entendidos como agre-
gados entre elementos físicos, fauna y flora, aunque sin los 
humanos. O bien, cuando los humanos eran tenidos en 
cuenta, predominaba su rol como agentes de cambio o de 
impactos, y por lo tanto lo que se estudiaba eran las conse-
cuencias ecológicas de esas intervenciones. Era una postura 
que activamente se diferenciada de las cuestiones sociales y 
políticas. Consecuentemente se separaba de otras discipli-
nas híbridas como la ecología humana o la ecología social; 
es más, en algunos casos se esperaba que éstas últimas 
tomaran las metodologías y conceptos de la ecología bioló-
gica para usarlos con los humanos como si fueran un ani-
mal más en los ecosistemas. 
 
6 
 
Tabla 1. Relaciones entre “ecología” y “política” en las ecologías políticas. 
 
SUSTANTIVO ADJETIVO CONSECUENCIA 
Ecología Política 
Reformar o transformar la ecología (ciencias ambien-
tales) para politizarla 
 
Política Ecología 
Reformar o transformar la vida social (políticas, ges-
tión) para ecologizarlas 
 
 
 
Esa postura no era propia del nacimiento de la ecología 
biológica, y de hecho fue una construcción activa llevada a 
cabo por los académicos, en especial botánicos y zoólogos. 
En efecto, la formulación original de la idea de ecosistema 
realizada por A.G. Tansley (1935) claramente incluía los 
humanos en ellos, y entendía que las acciones de los huma-
nos debían ser parte de esa incipiente ecología. Dicho de 
otra manera, esa ecología biológica inicial era también una 
ecología humana o social. 
 
Sin embargo, los estudios posteriores activamente se des-
embarazaron de esa dimensión, excluyéndose la considera-
ción de los humanos dentro de los ecosistemas. Esos aspec-
tos volvieron a cobrar notoriedad poco a poco, desde la 
década de 1960, pero casi siempre por factores externos a la 
ecología biológica, y radicados en la acumulación de evi-
dencias sobre la crisis ambiental (contaminación, extinción 
de especies, etc.). Esa reorientación de la ecología biológica 
para recuperar a los humanos, fue resistida por años (un 
testimonio es la llamativa demora de la Ecological Society 
of America en sumarse al debate sobre ambiente y desarro-
llo a lo largo de la década de 1980, y que recién cristaliza-
ron en 1992 en el proceso hacia la cumbre Eco 92 de Rio de 
Janeiro). Por lo tanto, no es tan sencillo como se piensa una 
“politización” de la ecología. 
 
Paralelamente, la idea de “ecología” comenzó a ser refor-
mulada en otros ámbitos distintos al de la biología, para 
pasar a estar dotada de diferentes sentidos y cargas simbóli-
cas. En especial desde la década de 1960, aparecieron usos 
ampliados de ecología, e incluso metafóricos, que apunta-
ban a cambios sociales y políticos en el entendimiento del 
ambiente, en las estrategias de desarrollo y en los conteni-
dos de las políticas ambientales. Esto incluía llamados a 
proteger la fauna y flora silvestre, luchar contra altos nive-
les de consumo, oposición a la energía nuclear, nuevas 
sensibilidades para revinculación con la Naturaleza, las 
herencias ambientales que se dejarían a las generaciones 
futuras, etc. Los significados eran muchos y ampliados, y la 
ecología podía ser una “ciencia subversiva”, fuente de cam-
bios religiosos o místicos, puntapié para una nueva civiliza-
ción, etc. 
 
Estos fueron tiempos de fuertes discusiones que han dejado 
una impronta muy importante en las EPs del campo norma-
tivista. Entre ellas están las acaloradas discusiones sobre 
una “bomba poblacional” que agotaba los recursos natura-
les denunciadas por Paul Ehrlich, las respuestas que en 
cambio alertaban sobre los patrones de consumo, los usos 
tecnológicos y los contextos políticos, como las de Barry 
Commoner, el papel de los límites ecológicos al crecimien-
to en el reporte del Club de Roma de 1972, o la críticas 
radicales de Ivan Illich. Todos estos debates de las décadas 
de 1970 y 1980 tuvieron importantes repercusiones en 
América Latina, y a su vez, se mezclaban con elementos 
propios originados en nuestro continente que buscaban 
ecologizar la política, pero a su vez redimensionaban la 
ecología desde preocupaciones sobre ética, los estilos de 
desarrollo, o el papel de los movimientos sociales. A modo 
de ejemplo se pueden recordar los nombres de Gustavo 
Esteva (México), Gustavo Wilches-Chaux (Colombia), José 
Lutzemberger (Brasil), etc., se crearon ONGs enfocadas en 
esas cuestiones (como el Instituto de Ecología Política en 
Chile), y existían diversas revistas de divulgación (como 
Mutantia en Argentina, dirigida por Miguel Grinberg). 
 
Durante buena parte de la historia reciente latinoamericana 
han predominado las EPs del campo normativista. Ellas han 
tenido distintas vinculaciones con movimientos sociales y 
con los partidos políticos (algunos sectores de la izquierdas 
y los “verdes”) y también con los espacios académicos, y de 
allí con aquellos que trabajan las EPs interaccionistas. Pero 
por otro lado, si bien los aportes de esas ecologías políticas 
normativistas aparecen como más difusos, impresiona las 
capacidades en tender puentes con otras disciplinas. A mo-
do de ejemplo, creo oportuno rescatar las relaciones de esas 
EPs con las reflexiones latinoamericanas en teología y eco-
logía, los vínculos con la teología de la liberación, etc. (esto 
es claro en los resultados de los encuentros latinoamerica-
nos Cultura, Etica y Religión frente al desafío ecológico 
realizados en 1989 y 1990; véase además el número espe-
cial de la Revista Eclesiástica Brasileira de 1992 dedicado a 
“ecología: opción por la vida”). 
 
De todas maneras, es necesario reconocer que en muchas de 
estas opciones se mantienen las tensiones entre el aporte 
científico (tales como los diagnósticos sobre la situación 
ambiental), y los ejercicios de deconstrucción de pretensio-nes de verdad y certeza absolutas de las ciencias contempo-
ráneas. No sólo eso, sino que varios aportes desde las EPs 
abordan esta problemática, en unos casos reclamando 
“más” ciencia para resolver problemas ambientales, en 
otros denunciando la negación de los saberes tradicionales 
locales, unos resistiendo la imposición de tecnocracias 
expertas desde el norte, y otros exigiendo por las mejores 
tecnologías alternativas. Esos debates y tensiones siguen 
presentes en la actualidad (véase por ejemplo la discusión 
en Forsyth, 2003). 
 
Como conclusión de esta esquemática y resumida revisión, 
se puede señalar que la ecología política es siempre un 
concepto plural, inmerso en una muy amplia semántica. 
Existen muchos usos de esa etiqueta, y a su vez se suman 
distintas interpretaciones a sus ingredientes claves, la eco-
Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 
 
7 
 
logía y la política, y sobre las posibles articulaciones entre 
ellos. Concuerdo con varios análisis en que no existe una 
única definición que despierte consenso, o que sea mejor 
que otra, ya que son contingentes a los propósitos de los 
estudios o las prácticas. Pero tengo muchas dudas que exis-
ta una comunidad de prácticas o un consenso sobre proble-
mas o discursos como postula Robbins (2012). 
 
Por lo tanto, como guía para los trabajos considero que es 
indispensable que cualquier texto en EP debe dejar en claro 
la definición que se seguirá, y en qué campo se ubica. El 
uso del término ecología política sin esas precisiones debe-
ría ser desalentado. 
 
Todas estas diversidades muestran que las EPs expresan 
distintas orientaciones. Dicho de otro modo, existe una 
meta-política de las EPs que incide en los entendimentos 
sobre política, el papel de los humanos, o las formas de 
entender las relaciones entre ellos y el ambiente. 
 
Objetos y sujetos en la ecologías políticas 
 
Buena parte de las EPs, en cualquiera de los campos indica-
dos arriba, entiende que la “política” es un asunto exclusi-
vamente de los humanos, quienes son los únicos en contar 
con derechos y obligaciones. En el caso de los temas am-
bientales, una política bajo esta dinámica discute, por ejem-
plo, cuáles serán los usos que las personas impondrán sobre 
los recursos naturales, cómo se les reconoce propiedad 
sobre recursos o ecosistemas, y así sucesivamente. Bajo 
esas posturas, la Naturaleza es un agregado de objetos, sin 
derechos y que sirven al beneficio social. Por lo tanto, des-
de el punto de vista de esas EPs, la Naturaleza, o cualquier 
otra definición de ambiente que se siga, es un agregado de 
objetos que carece absolutamente de valores propios, y por 
ello de derechos. Estas son posturas antropocéntricas que 
derivan hacia posiciones utilitaristas sobre el entorno y 
medidas para controlarlo y manipularlo. Incluso los intere-
sados en protegerla deben, en muchos casos, apelar a seña-
lar que tal o cual especie o ecosistema es útil para la eco-
nomía, o que su desaparición tendrá efectos económicos 
negativos que superan a otros beneficios. 
 
Algunas EPs han puesto en jaque estos entendimientos. Esto 
sucede con las éticas sobre los derechos de los animales, y 
más recientemente, con el reconocimiento de los derechos 
de la Naturaleza. Por motivos de espacio y por su relevan-
cia latinoamericana, ofreceré más detalles sobre el segundo 
caso. 
 
A diferencia de la política tradicional occidental, que en-
tiende que los únicos sujetos de valor y por lo tanto agentes 
políticos, son los humanos, diversos académicos y movi-
mientos han sostenido el reconocimiento de derechos en la 
Naturaleza. Entre esos aportes se destaca el movimiento de 
la “ecología profunda”, y más recientemente el giro de 
Ecuador hacia la aprobación de los derechos de la Naturale-
za y de la Pachamama, en la nueva Constitución de 2008 
(Gudynas, 2009). Bajo esa innovación, la Naturaleza pasó a 
ser entendida como un sujeto de derechos, y además se 
establecieron correspondencias con las posturas de pueblos 
indígenas con la incorporación de la categoría de Pacha-
mama. El reconocimiento de los derechos se amplía sustan-
cialmente para incorporar a los seres vivos no humanos y 
los ecosistemas. 
 
Una ecología política que reconoce a la Naturaleza como 
sujeto es muy distinta de las EPs prevalecientes en la actua-
lidad. La conservación de un ambiente o una especie no 
tiene que ser argumentada en relación al beneficio o utili-
dad de los humanos, ni queda restringida a la valoración 
económica. Es una política que de todas maneras sigue 
siendo un debate entre humanos, pero se ve inundada por 
una avalancha de nuevos sujetos provistos de derechos. 
Debe lidiar con nuevos desafíos tales como los mecanismos 
de representatividad y salvaguarda de esos otros sujetos 
(por una discusión más detallada Gudynas, 2014). Su im-
portancia es todavía mayor cuando se tiene en cuenta que 
son posturas que cuestionan el antropocentrismo actual 
dominante, el cual es un determinante cultural de enorme 
peso para explicar la crisis ambiental presente. 
 
Un paso siguiente radica no sólo en mantener comunidades 
ampliadas de reconocimiento de los derechos, sino avanzar 
todavía más y concebir una ecología política donde los 
participantes de ese debate político sean tanto humanos 
como no-humanos. 
 
Esta es una posición que choca con unos cuantos entendi-
mientos actuales, y está alejada de buena parte de las EPs. 
Pero es un paso que debe atenderse, y muy especialmente 
en América Latina, ya que estamos rodeados por culturas 
indígenas que sienten y entienden sus mundos con humanos 
que interaccionan políticamente con no-humanos. En esas 
cosmovisiones, algunos seres no-humanos, como pueden 
ser ciertos animales, tienen voluntad propia, trasmiten esta-
dos de humor, expresan agencias políticas, y son sujetos 
morales. No quiero decir con esto que se presupone que, 
pongamos por caso, los tapires o los jaguares formarían 
partidos políticos y discutirían planes de desarrollo para la 
selva. Pero sí existe una evidencia abrumadora donde en-
contramos distintos pueblos que viven y sienten su inser-
ción en sus ambientes interactuando con personas-tapir o 
personas-jaguar, cada uno de ellos expresándose a su mane-
ra. Y esas comunidades reaccionan políticamente de acuer-
do a esas interacciones políticas con lo no humano. Son 
posiciones que no siempre son sencillas de aceptar, e inclu-
so eso sucede con practicantes de ecologías políticas for-
mados en países desarrollados o que trabajan esencialmente 
en medios urbanos. 
 
Diversos problemas ambientales que se padecen en Améri-
ca Latina están poniendo esta situación sobre el tapete. Por 
ejemplo, ante el avance de proyectos mineros en Perú, Ma-
risol de la Cadena (2009) describe comunidades con líderes 
que alertaban que ese extractivismo no le gustaba a la mon-
taña del Ausangate (Perú), y que esos cerros además po-
drían defenderse contra las minas. En ese caso son los ce-
rros los que rechazan la minería. Esto lo entienden las co-
munidades locales ya que las personas son en tanto habitan 
un lugar, y en ellos otros elementos también tienen expresi-
vidad y agencia, y por lo tanto interactúan en la política tal 
como la viven esas comunidades. 
 
Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 
 
8 
 
Este es un cambio mucho más profundo, donde no sólo se 
reconoce la ampliación de los sujetos y derechos a los no-
humanos, sino que la delimitación de la comunidad política 
se amplía. Algunos seres no-humanos, que pueden ser cier-
tos animales, plantas, espíritus o incluso cerros, pasan a ser 
sujetos políticos, con agencia y emociones. 
 
Posiblemente las EPs postconstructivas han sido las que han 
abierto las puertas a reconocer esta situación con más aten-
ción. Pero un aporte importantísimo en el caso latinoameri-
cano hansido las prácticas desde movimientos ciudadanos, 
especialmente en las regiones andinas y amazónicas, casi 
todas ellas independientes de los debates académicos. 
 
La tabla 2 resume las distintas combinaciones que se aca-
ban de discutir ordenadas en tres tipos de ecologías políti-
cas. 
 
Una aproximación a la meta-política de las 
ecologías políticas 
 
Los distintos tipos de reconocimientos de sujetos de dere-
chos y de comunidades de agentes políticos en las EPs re-
sumidos en la Tabla 2, hacen necesario analizar con más 
detalle otras implicaciones. Es evidente que las EPs tipo I, 
más allá de sus diversidades, si son propias de un investiga-
dor o de un dirigente de un partido verde, comparten la idea 
de una sociedad que es distinta a la Naturaleza. La política 
(tanto politics como policies), es propia exclusivamente de 
los humanos, en tanto ellos son sujetos conscientes, agentes 
morales, y pueden entrar en discusiones, argumentar, ac-
tuar, etc. Una buena EP sería la que, por ejemplo, usa la 
mejor ciencia disponible y lograra así imponer la mejor 
política pública ambiental. Más allá de esas intenciones, y 
de la diversidad de posturas entre varias corrientes de las 
EPs de este tipo, lo que deseo dejar en claro es que buena 
parte de ellas comparten estos componentes. 
 
Ha sido un mérito de las EPs de corte postestructuralista y 
de las EPs de segunda generación el haber puesto en evi-
dencia esos basamentos compartidos de tipo esencialista y 
realista. A su vez, ellas fueron parte de un debate más am-
plio que involucró otras disciplinas. Todo esto expone un 
conjunto de ideas y posturas previas a las ecologías políti-
cas. 
 
Es así que si se acepta la dualidad sociedad – Naturaleza 
sólo son posibles un cierto tipo de EPs. En cambio, si esa 
dualidad es puesta en cuestión son posibles otras EPs. Esas 
ideas previas a las EPs constituyen contextos meta-políticos 
que determinan qué se entiende por política, ciencia, Natu-
raleza, etc. 
 
Las EPs del primer tipo se inscriben en la maduración de las 
ciencias y las políticas propias de la Modernidad (entendida 
como etapa histórica que se despliega desde el Renacimien-
to, desde aproximadamente el siglo XVI; sobre su historia 
véase por ejemplo a Marks, 2007; sobre su organización 
por ejemplo a Law, 1994). Algunos sostendrán que la idea 
de política o de Naturaleza es mucho más antigua, rastrean-
do sus orígenes en la filosofía griega clásica, pero de todos 
modos las expresiones contemporáneas responden a las 
reformulaciones y ajustes que han tenido lugar sobre todo 
en la Modernidad. En este momento es necesario hacer dos 
puntualizaciones de importancia para las EPs. 
 
El primero, es que mientras se moldeaban las concepciones 
modernas de la política, simultáneamente cristalizaban los 
entendimientos de la Naturaleza como externa a los huma-
nos, como un conjunto de elementos y procesos que pueden 
ser entendidos, aprehendidos y modificados, en especial por 
la ciencia. Se constituían al mismo tiempo las concepciones 
sobre la sociedad, la política y la Naturaleza, y los atributos 
que tomaba uno de ellos a su vez influían en los otros. No 
debe verse que en primer lugar se conformó un cierto tipo 
de ideas sobre los papeles de los humanos, y que luego 
éstos impusieron unas concepciones sobre la Naturaleza 
como externa y manejable. De hecho las ideas de Naturale-
za se fueron generando al mismo tiempo, y ellas permitían 
y alentaban unas concepciones sobre la sociedad y los hu-
manos, pero no otras. 
 
El segundo, es que esas construcciones no deben ser vistas 
como procesos restringidos exclusivamente a Europa occi-
dental, y que una vez que maduró, pasó a imponerse sobre 
las colonias, y con ello sobre América Latina. De hecho, 
esa construcción ocurría también en nuestras colonias si-
multáneamente con las metrópolis europeas. Uno necesita-
ba del otro, y se reforzaban mutuamente. Las ideas de polí-
tica o la superioridad de una cierta epistemología anclada 
en las ciencias experimentales herederas del Renacimiento, 
lograba lo que se entendía como victorias en las colonias, y 
con ello se reforzaba su predominancia en tierras europeas. 
De la misma manera, el colonialismo europeo alimentaba la 
necesidad de extraer recursos naturales, llevándolo a la 
práctica en las colonias, reforzando así la idea de una Natu-
raleza que es fragmentada como un conjunto de recursos. 
 
 
 
Tabla 2. Distintos tipos de ecologías políticas con diferentes reconocimientos de sujetos de derechos y agentes políticos. 
 
Ecología 
política 
 
Comunidad de los 
agentes políticos 
Reconocimiento de sujetos 
de derechos 
Entidades externas a las 
comunidades políticas 
I 
Humanos Humanos Todos los animales, plantas, 
ambiente, Naturaleza, etc. 
II 
Humanos Humanos, animales, plantas, 
Naturaleza o Pachamama 
Todos los animales, plantas, 
ambiente, Naturaleza, etc. 
III 
Humanos, 
no-humanos 
Humanos y algunos animales, 
plantas, Naturaleza, etc. 
Algunos animales, plantas, am-
biente, Naturaleza, etc. 
 
9 
 
En nuestras tierras, tanto en la colonia como con las jóvenes 
repúblicas, competíamos por aprender de esa ciencia del 
norte, se buscaba allí los modelos culturales a seguir, y se 
competía por exportar recursos naturales hacia las naciones 
etiquetadas como “más avanzadas”. 
 
Obsérvese que bajo este análisis, muchas de las EPs clásicas 
no deberían ser descritas en sentido estricto como una im-
posición de una “política europeizada”, ya que la Moderni-
dad tal como es entendida aquí, se construyó simultánea-
mente en varios ámbitos geográficos y culturales. 
 
Con ello aparecen las ideas y los mitos de América Latina 
como depositaria de enormes riquezas ecológicas, la admi-
ración de “nobles salvajes” que vivirían en comunión con la 
Naturaleza, o su reverso, el menospreciar a los indígenas 
como un elemento más de los ambientes silvestres que 
debían ser civilizados. A su vez, el sentido de superioridad 
de un cierto saber o del poder de la metrópolis, donde el 
continente debía suministrar recursos naturales, se nutría 
tanto de la imposición externa como de la adhesión interna. 
En cuestiones ambientales esto fue muy evidente con, por 
un lado la masiva llegada de naturalistas para describir 
nuestra fauna, flora y geografía, y por otro lado, por el 
envío de los jóvenes a estudiar en Europa para luego repro-
ducir aquí ese mismo tipo de saberes y relaciones con el 
entorno. Por este tipo de razones, entiendo que es más 
apropiado referirse a un conjunto de EPs dentro de la Mo-
dernidad. 
 
Ese proceso ha estado en marcha también en el siglo XX, 
donde la política se ha ampliado (aunque en un inicio en-
tendida especialmente como un asunto de elites, varones y 
blancos, sucesivamente se debió abrir a las mujeres, otros 
grupos raciales, etc.). A su vez, se han introducido nuevos 
saberes expertos, se configuran los campos de las políticas 
públicas, y dentro de ellas aquellas referidas al ambiente. 
Por todo esto, considero que una de las más recientes inno-
vaciones de la Modernidad ha sido precisamente el surgi-
miento de muchas de las EPs. 
 
Bajo la visión convencional, las políticas son asunto de los 
humanos, y ellos actúan en ese campo como ciudadanos 
(con derechos y obligaciones). Son éstos quienes deciden 
qué hacer o no hacer con el ambiente. El ambiente, en cual-
quiera de sus entendimientos (ecosistemas, paisajes, biodi-
versidad, naturaleza, etc.), es un ámbito externo a las co-
munidades políticas. Se cae en un dualismo, donde los 
humanos están de un lado, y ellos llevan adelante distintas 
interpretaciones sobre el ambiente (o sus análogos). Como 
puede verse esto responde a las EPs del primer tipo. 
 
Serán las EPs que son realistas y esencialistas, o los norma-
tivistas enmarcados en las ideologías contemporáneas con-
vencionales (como liberales,socialdemócratas e incluso 
marxistas), las que más claramente muestren ese talante de 
la Modernidad. Entienden que existe un mundo “real” ex-
terno, descifrable por la ciencia (donde operan la ecología 
biológica y otras ciencias ambientales), y es ese saber ex-
perto el que brinda las mejores herramientas para lidiar con 
la crisis ambiental. Son EPs que requieren de esos aportes 
para poder promover un debate político informado, supues-
tamente racional y efectivo. Podemos encontrar muchos 
ejemplos de esta situación, tales como los aportes de los 
expertos sobre cambio climático, las alertas sobre la caída 
de la biodiversidad, etc., y de allí las discusiones políticas 
sobre cómo construir políticas públicas, en cuestiones tales 
como el papel del Estado, el rol de los mercados, etc. Este 
es un conjunto diverso, y en su interior hay acalorados 
debates, como por ejemplo las agudas críticas del ecosocia-
lismo contra los ambientalistas neoliberales. 
 
A su vez, dentro de la Modernidad es posible representar y 
reconfigurar las ideas de ecología o Naturaleza como fuente 
de inspiración para una moral que cambie la relación con el 
ambiente. Es más, estas posturas se pueden superponer con 
las de una ecología como disciplina científica que debe 
determinar las políticas ambientales. 
 
Finalmente, deseo señalar que no considero que las conse-
cuencias de las distintas EPs propias de la Modernidad sean 
iguales. Por el contrario, existen diferencias muy importan-
tes. Por ejemplo, a mi modo de ver, hay algunas de ellas 
que no contribuyen a solucionar los actuales problemas 
ambientales sino que a la larga los agravan. En este caso se 
encuentran, como ejemplo, las EPs normativas orientadas al 
mercado como solución a los problemas ambientales, refor-
zadas por disciplinas interaccionistas como la economía 
ambiental, que convierte a la Naturaleza en capital natural o 
un conjunto de bienes y servicios ambientales a vender. En 
cambio, otras EPs brindan mejores herramientas para cons-
truir alternativas, como ocurren con las posturas que se 
articulan con visiones organicistas de la Naturaleza (como 
la idea de Pachamama) o que sirven para deconstruir las 
hebras de poder que sostienen el desarrollo (como las post-
constructivistas) 
 
Ecologías políticas y ontologías 
 
El análisis precedente muestra que la meta-política que 
sostiene las EPs del primer tipo, tales como aquellas que son 
esencialistas y realistas, son propias de la Modernidad. A su 
vez, las EPs que admiten los derechos de la Naturaleza ya 
rompen con uno de los fundamentos de la Modernidad, 
donde sólo se reconoce la categoría de derechos a los hu-
manos. Las EPs del tercer tipo, con la ampliación de la co-
munidad de agentes políticos, se aleja todavía más de la 
Modernidad. Dicho de otra manera, las EPs de tercer tipo 
resultan de otros modos de entender el mundo, de otras 
cosmovisiones. 
 
Esta particularidad debe ser analizada con detalle, y para 
hacerlo aquí se apela a la categoría de ontología. Me sumo 
con ello a las tendencias recientes que usan esa idea (por 
ejemplo, Rocheleau y Roth, 2007, Castree, 2003, o Esco-
bar, 2010), y entre ellas me adhiero a las reflexiones pro-
movidas por Marisol de la Cadena (University California, 
Davis), Arturo Escobar (University North Carolina) y Ma-
rio Blaser (University Newfoundland). En este documento 
de trabajo entiendo a una ontología como los modos por los 
cuales se asumen, sienten, entienden y comprenden las 
personas a sí mismas y al mundo. Siguiendo a Blaser 
(2013), ésta es conceptualizada en tres planos. El primero 
se refiere a los modos de comprender el mundo, los supues-
Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 
 
10 
 
tos que se asumen, sobre qué cosas existen o pueden existir, 
y cuáles podrían ser sus condiciones de existencia, relacio-
nes de dependencia, etc. El segundo señala que las prácticas 
concretas también generan y reproducen una ontología. Por 
ejemplo, cuando el gestor dentro de un área protegida in-
troduce o extirpa una especie, no sólo está entendiendo que 
el ambiente es un ecosistema donde sus piezas se pueden 
manipular, sino que con ello “crea” un entorno que es un 
sistema. De esta manera, las prácticas tienen consecuencia 
performativas en construir y reproducir un tipo de cosmovi-
sión. El tercer aspecto aludido por Blaser reside en la im-
portancia de los “relatos” y “mitos”, ya que allí se hacen 
explícitos los supuestos sobre las cosas y las relaciones de 
una cosmovisión con sus propios criterios de veracidad. 
 
Se podría argumentar que estamos entrando en terrenos 
cada vez más alejados de la práctica de la ecología política. 
Sin embargo, a mi modo de ver estas cuestiones guardan 
relaciones íntimas con las EPs. En efecto, los entendidos de 
la ecología, la política, y con ello de las ecologías políticas 
siempre son parte de una cierta ontología. No sólo limitan 
los entendimientos sobre lo social y lo ambiental, sino que 
incluso condicionan, por ejemplo, las interrogantes de las 
investigaciones o el abanico de opciones de políticas am-
bientales. Pero por si fuera poco, la ontología de la Moder-
nidad es la dominante en la actualidad, y ella es la que ali-
menta y sostiene las actuales estrategias de desarrollo con 
todos sus impactos sociales y ambientales. Es una ontología 
profundamente antropocéntrica, donde la Naturaleza siem-
pre será un agrupamiento de objetos, y promueve posturas 
utilitaristas, de manipulación y control. Sus resultados están 
a la vista en la creciente pérdida de recursos naturales, y las 
alternativas más recientes que se presentan dentro de ese 
marco, como la economía verde, siguen encerradas en la 
misma perspectiva utilitarista. 
 
El abordaje desde las ontologías permite hacer nuevas pre-
guntas que antes parecían inconcebibles. Por ejemplo, no se 
apunta a una discusión sobre las diferentes interpretaciones 
de la realidad, ya que eso sería una postura esencialista. 
Sino que, parafraseando a John Law, es preguntarse si es 
simplemente que diferentes personas tienen distintas creen-
cias sobre la realidad, o que, diversas realidades se están 
haciendo en distintas prácticas (véase por ejemplo, Law, 
2011). La primera pregunta se abordaría a partir de las 
epistemologías, culturas, etc., mientras que la segunda es 
propia del campo de las ontologías. Estas tampoco deben 
ser confundidas con las diversidades culturales en concebir 
el ambiente o la Naturaleza, ya que las aproximaciones 
cultural y ontológica son distintas (Halbmayer, 2012). Esta-
blecidos estos conceptos, es posible regresar a los distintos 
tipos de EPs presentados en la Tabla 2, para un nuevo análi-
sis que se complemente con los anteriores. 
 
Las ecologías políticas tipo I son aquellas restringidas a los 
entendimientos de la Modernidad, donde hay una dualidad 
entre Naturaleza y sociedad. Los humanos son los únicos 
agentes políticos, que poseen derechos y pueden discutir y 
argumentar sobre sus asuntos y el ambiente. Son posturas 
antropocéntricas, y los humanos son los que controlan y 
manipulan a la Naturaleza para su propia utilidad. Las cien-
cias convencionales, de tipo mecanicista, se ubican en esta 
tradición. La política es para una polis habitada exclusiva-
mente por humanos. 
 
La Naturaleza es reconfigurada bajo distintos sucedáneos, 
como ambiente, ecosistema, bienes y servicios ambientales, 
etc., son objetos, y sólo son valorados en relación a la utili-
dad o interés de las personas. Genera EPs que en cierta 
manera son performativas, ya que una vez que afirman que 
la política es solamente un asunto de humanos, como con-
secuencia todos los no-humanos son excluidos y no tienen 
agencia. 
 
Existen fuertes debates entre distintas EPs de este tipo, pero 
incluso las que se presentan como más radicales no logran 
escapar del entramadode la modernidad. Por ejemplo, 
algunos defensores del ecosocialismo (que tiene destacada 
presencia en América Latina), cuestionan acertadamente los 
problemas originados en una apabullante ampliación del 
valor de cambio y de la financiarización sobre la Naturale-
za. Pero sus alternativas son volver al valor de uso, y por lo 
tanto se mantienen dentro de la postura Moderna por la 
cual la Naturaleza no tiene valores propios, sino que éstos 
son atributos otorgados por las personas. Esto hace que ese 
ecosocialismo siga siendo antropocéntrico. 
 
La ontología de la Modernidad crea una historia que es 
lineal, que defiende las ideas de progreso, el papel clave de 
las ciencias y la técnica, y con ello todas sus ideas deriva-
das, desde el desarrollo al de bienestar. No sólo eso, sino 
que tiene la particularidad de presentarse a sí misma como 
la única ontología posible, real y verdadera. Se naturaliza la 
idea que ese tipo de entendimiento del mundo es el más 
correcto y como contracara se excluyen todos los otros. 
 
Esto ocurre repetidamente con las EPs del primer tipo, como 
las que defienden el control y gerenciamiento de los ecosis-
temas, o la mercantilización vía la “economía verde”. Son 
EPs en manos de expertos, entrenados en universidades, y 
los únicos capaces de dar opiniones formadas en los debates 
políticos. Los saberes no expertos, como los de comunida-
des locales, son marginados, o bien deben ser recuperados, 
tamizados y traducidos a esas ciencias aceptadas. En los 
debates ambientales todos esperan contar con “expertos” en 
ciencias ambientales, pero nadie extraña la ausencia, por 
ejemplo, de “expertos” pachamámicos. 
 
Muchas EPs del primer tipo tienden a cancelar la diversidad 
de entendimientos distintos sobre la política, sociedad y la 
Naturaleza. Como ya se indicó antes, las EPs contructivistas 
y post-constructivistas han sido muy valiosas en mostrar 
esas limitaciones, pero ello también explica la frialdad en 
unos casos, y la resistencia en otros, con que son reconoci-
das por el resto de los académicos. 
 
A mi modo de ver, las EPs convencionales del primer tipo 
tienen otro problema adicional. Crean la idea de que los 
problemas ambientales y sociales desencadenados por los 
desarrollos modernos, pueden ser solucionados por medio 
de políticas, ciencias y estrategias también modernas. Pero 
en el caso de la problemática ambiental, se está observando 
que eso no sólo no sucede, sino que hay un agotamiento en 
alternativas. Por ejemplo, la reciente propuesta de Naciones 
Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 
 
11 
 
Unidas de ir hacia una “Green economy” no es más que un 
nuevo traje para las opciones de un ambientalismo de tipo 
neoliberal basado en el mercado, una estrategia que ya se 
intentó décadas atrás y que fracasó. No veo ningún cambio 
radical en pasar de hablar sobre el “capital natural” a tratar 
sobre la economía de los “bienes y servicios ambientales”. 
 
Por lo tanto, una EP que decididamente busque salidas a los 
problemas ambientales debe necesariamente explorar los 
límites y fronteras de la ontología Moderna, y buscar ejem-
plo e inspiraciones en otras ontologías distintas. Por ello es 
indispensable comenzar a pensar en las EPs del segundo y 
tercer tipo. 
 
Las EPs del tipo II son aquellas donde se critica y cuestiona 
el ámbito de la Modernidad, y en algunos casos se rompe 
con algunos de sus preceptos fundamentales. El caso más 
claro en América Latina ha sido la demanda para reconocer 
a la Naturaleza como sujeto de valor, y con ello sus dere-
chos, y su equiparación con las ideas andinas de Pachama-
ma. 
 
El reconocimiento de elementos o seres no-humanos como 
portadores de valor intrínseco es una postura biocéntrica 
que quiebra con el antropocentrismo de los modernos. Las 
EPs derivadas enfrentan importantes desafíos ya que deben 
construir políticas (como discusión pública) y políticas 
públicas donde lo no-humano tiene derechos, debe tener 
mecanismos de representación y salvaguarda, diferentes 
vías para su manejo judicial, y por si fuera poco, impone 
metas mucho más severas sobre la conservación. Los acto-
res de la discusión política siguen restringidos a los huma-
nos, pero debe incluir nuevos mecanismos y procedimien-
tos de representación de lo no-humano. 
 
Estas EPs tipo II expresan situaciones de frontera, al apar-
tarse de elementos claves del mundo moderno, aunque en 
varios casos ello proviene de críticas y cuestionamientos 
que nacen desde esa propia Modernidad. Ejemplos de esto 
son algunas de las discusiones en el ecofeminismo, los 
debates sobre ecocentrismo y biocentrismo, etc. En ciertos 
casos, son EPs que por un lado cuestionan duramente algu-
nos elementos de la Modernidad, pero retienen otros que 
consideran positivos (por ejemplo, el concepto occidental 
de derechos humanos, la democracia, etc.). De todos mo-
dos, hay un claro esfuerzo en ir más allá allá de la Moder-
nidad, y no deberían ser entendidas como programas para 
mejorarla o completarla. 
 
Las EPs de tercer tipo son parte de otras ontologías (o bien, 
están en ontologías hibridadas con la Modernidad, pero con 
atributos que permiten reconocerlas como distintas). Esto se 
observa en nuestro continente con distintas posturas de 
pueblos indígenas que no reconocen la dualidad sociedad – 
Naturaleza, no ven a la historia como lineal, siempre hacia 
adelante, o consideran disparatadas las recetas sobre el 
desarrollo y el progreso. Sus comunidades son a la vez 
sociales y ambientales, o lo que nosotros entendemos como 
Naturaleza es para ellos un escenario donde coexisten por 
igual humanos y otros seres. Bajo estas concepciones, hay 
elementos no-humanos que pueden ser miembros de las 
comunidades políticas (sean animales, plantas o incluso 
cerros). 
 
Estos componentes son usualmente resistidos desde las 
ciencias Modernas, incluidas las ambientales. Es muy fre-
cuente, por ejemplo, que esos otros entendimientos sobre el 
entorno aparecen como apéndices antropológicos en infor-
mes técnicos, o que se obligue a quienes así viven a defor-
mar y adaptar sus ideas a categorías Modernas como ecosis-
tema, capital natural, etc. 
Pero si se desea avanzar más allá de las EPs tipo II, y cues-
tionar todavía más la Modernidad, para buscar alternativas 
a ella, necesariamente debe buscarse inspiración en mundos 
no modernos. Como indicaba antes, las soluciones moder-
nizadoras para la crisis ambiental parecen agotadas, pero es 
más que difícil concebir e incluso imaginar cosmovisiones 
distintas a las nuestras. Casi todos hemos sido socializados, 
educados y madurados en mundos modernos, y por ello 
sólo concebimos ese tipo de ordenamiento. Una fuente 
enorme para romper con esas precondiciones, es buscar 
inspiraciones, modelos y ejemplos en los sentires y enten-
dimientos de otras ontologías. Este sendero no es sencillo, 
ya que unas ontologías muy distintas nos resultan inconce-
bibles e incluso inconmensurables con la nuestra propia 
(Povinelli, 2001). 
 
A pesar de todas estas dificultades existen avances notables. 
Por un lado, las condiciones políticas especialmente en 
América del Sur impusieron un nuevo protagonismo políti-
co a organizaciones e intelectuales indígenas. Esto permitió 
rescatar o hacer todavía más visible esas otras ontologías, y 
que ya no son sólo una rareza para el estudio de los antro-
pólogos, sino que se las defiende como necesarios ingre-
dientes para nuevas políticas. Es así que organizaciones 
indígenas batallan por centrar las políticas públicas en sus 
concepciones de la Pachamama, de los derechos de la Natu-
raleza o del Buen Vivir. Por ejemplo, en varias regiones 
andinas aymara se defiende al ayllu como referente tanto 
social como ambiental. Este es un concepto que se refiere a 
personas que sólo son tales en una pareja (varón / mujer) yen una comunidad, pero donde esa comunidad no sólo in-
cluye a otros humanos, sino a una Naturaleza y en un terri-
torio específico. Por lo tanto la idea de ayllu no puede ser 
entendida como un sinónimo del concepto moderno de 
comunidad, y ésta debe ser contextualizada en su propia 
ontología. Las traducciones y analogías son útiles para 
avanzar, pero deben ser hechas con precaución, y teniendo 
siempre presente estas limitaciones. 
 
Por otro lado, en la comunidad académica hay intentos 
mucho más abiertos y permeables a estas posturas. Esto 
incluye por ejemplo los aportes sobre ontologías relaciona-
les, hibridaciones, etc., por autores como los ya menciona-
dos (Escobar, Blaser, Rocheleau, de la Cadena, etc.). Aquí 
se ubican las llamadas EPs postconstructivistas, las que son 
un conjunto muy diverso (y que por motivos de espacio no 
pueden ser analizadas aquí en detalle; ver Escobar, 2011). 
Pero es importante señalar que con ellas se rompen los 
límites del mundo social, aceptándose hibridizaciones, 
solapamientos y relaciones, entre humanos y no-humanos, 
sin verticalidades y más interactivas. El término de ontolo-
gías relacionales seguramente deba ser revisado, ya que 
Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 
 
12 
 
siempre existen componentes relacionales, incluso en el 
dualismo entre sociedad y Naturaleza (excepto en una onto-
logía monista, todas las demás ontologías tienen relaciona-
lidades). 
 
Otro aporte importante proviene de antropólogos como el 
brasileño Eduardo Viveiros de Castro con sus ideas de 
perspectivismo / multiculturalismo, y el francés Philip Des-
cola las de animismo. A su vez, los dos se nutren de sus 
propias experiencias con pueblos indígenas, el primero en 
Brasil y el segundo en Ecuador (como introducción véase 
Viveiros de Castro, 2004, y Descola, 2000, 2012). 
 
Tan sólo como ejemplo muy esquemático, en las ontologías 
alternas descritas por Viveiros de Castro, todos, tanto hu-
manos como no-humanos, comparten un mismo espíritu 
(entendiéndola como un concepto emparentado con nuestra 
idea de cultura). Por lo tanto, los humanos y algunos anima-
les son personas, viéndose mutuamente entre ellos de esa 
manera, lo que explica lidiar con personas-humanas, perso-
nas-jaguar o personas-tapir. Obsérvese que bajo esta onto-
logía, lo que podría entenderse como una comunidad políti-
ca es de personas, pero no de “ciudadanos”, entremezclán-
dose humanos y no-humanos. Una EP de tipo III deberá 
entonces lidiar con esta diversidad de actores, y explorar, 
por ejemplo, cómo llevar adelante los análogos a una eva-
luación de impacto ambiental donde deberá consultar tam-
bién a las personas-jaguar y personas-tapir. 
 
En las EPs del tercer tipo donde las ontologías reconocen 
seres o entidades no-humanas con sentimientos, reflexivi-
dad, animación, intencionalidad, etc., éstos interactúan, se 
comunican, o se hacen presentes de diversas maneras (en 
forma directa, o por intermediarios, como por ejemplo 
chamanes o líderes religiosos). Como la comunicación es 
posible o la expresividad es reconocida, esos entes no-
humanos inciden sobre las discusiones políticas. Son por lo 
tanto, redes relacionales con múltiples actores, y no una 
dicotomía social / natural. En cambio, en la ontología mo-
derna, la intermediación que pueda hacer, por ejemplo un 
ecólogo con sus indicadores de biodiversidad, en su misma 
expresión despoja a esos seres de toda agencia política. 
 
Los tres tipos de EPs no deben entenderse como categorías 
rígidas, sino que existen distintos pasajes de una a otra. En 
particular, las de tipo II desempeñan papeles muy importan-
tes en dejar en evidencia los límites de las categorías mo-
dernas, y abren las puertas a explorar las EPs del tercer tipo. 
Las cuestiones de ética son muy relevantes, como puede 
verse por la discusión sobre los derechos de la Naturaleza 
en varios países sudamericanos. A su vez, como estas EPs 
de segundo tipo están en parte dentro de la Modernidad, 
tienen enormes potencialidades de introducir cambios en las 
políticas públicas, la gestión ambiental, la institucionalidad, 
etc. Dicho de otro modo, las EPs de tipo II se inspiran en 
algunas posturas no-Modernas para cambiar la instituciona-
lidad y política moderna. 
 
Admito que de todos modos existen potenciales problemas 
con la terminología. Es claro que las EPs de tipo I entienden 
la política en su sentido moderno. Es más, se puede recono-
cer que algunas de las ecologías políticas han reformulado 
la polis para incluir los ambientes modificados por los hu-
manos, o han intentado rescatar áreas silvestres legitimando 
que se las coloque dentro de sistemas de áreas protegidas. 
Las EPs tipo II atacan las concepciones convencionales de 
los derechos, y con ello introducen modificaciones sustan-
ciales en varios aspectos, como las políticas públicas, la 
ciudadanía, etc. (discutidas en Gudynas, 2014). Pero el 
debate político sigue siendo entre humanos, aunque en ellas 
se obligue a otorgar otra validez y legitimidad a otras con-
cepciones de la Naturaleza, como la Pachamama (tal como 
contempla la Constitución de Ecuador). Pero se puede sos-
tener que en las EPs del tercer tipo no hay política, en tanto 
éste es un concepto Moderno. Como éstas EPs se constru-
yen desde pluralidad de ontologías, la centralidad de la idea 
moderna de política queda desplazada. Incluso, para algu-
nas de esas ontologías no hay Naturaleza ni ecosistema, ya 
que también son ideas modernas. Por ejemplo, en visiones 
peruanas del Buen Vivir, los entendimientos sobre la chacra 
(lo que sería en parte análogo a nuestra idea de ambiente), 
incluyen saberes y sentimientos que deben “germinarse”, de 
donde el análogo al experto occidental es, en esa otra onto-
logía, un agricultor de saberes en la tierra. 
 
Esto permite señalar otros importantes aportes de las EPs de 
tipo II y III, algunos de los cuales pasan desapercibidos. 
Estas ponen en discusión nuestras preconcepciones sobre 
los humanos como “animales políticos” o el sentido que 
toma la idea de comunidad política. Pero a su vez, sirve 
para explorar, entender y rescatar otras ideas sobre el am-
biente, la Naturaleza, etc. Y, como ya se adelantó antes, son 
esenciales para imaginar alternativas a la Modernidad. 
 
Los latinoamericanos poseen ahora la ventaja de poder 
explorar y construir EPs del tercer tipo desde líderes e inte-
lectuales indígenas. Este es un atributo que no se debería 
desechar, en especial frente a críticas a la Modernidad que 
se hacen en centros académicos de países industrializados 
que, por momentos parece un ejercicio teórico aristocrático 
(una reacción a veces inevitable con algunas posiciones de 
Bruno Latour). 
 
De todos modos, un examen desde las EPs muestra que esas 
otras ontologías enfrentan enormes problemas prácticos 
para imponerse en los debates públicos y para generar polí-
ticas públicas y gestión ambiental. Entre algunos de los 
problemas más agudos en la actualidad en América Latina 
se encuentra la penetración perversa de la compensación 
económica como medio para resolver la pobreza y otros 
problemas sociales, y los impactos ambientales. Las com-
pensaciones económicas (un evidente instrumento de la 
Modernidad) se expande en comunidades campesinas e 
indígenas, transformando sus ontologías no-modernas. En 
otros casos, los gobiernos abordan categorías como el Buen 
Vivir, que en sus versiones originales daban lugar a otras 
ontologías, para reformularlo como una variedad criolla de 
socialismo, y por lo tanto, convirtiéndolo en un nuevo tipo 
de desarrollo ajustado a la Modernidad. 
 
Disputas ambientales y choques ontológicos 
 
Las EPs del primer tipo en general son incapaces de recono-
cer su propia ontología como una versión entre muchas 
Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 
 
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otras.No sólo eso, sino que en algunos casos genera unas 
ecologías políticas que activamente lo impiden. Esta com-
pleja situación se puede describir apelando a tres ejemplos: 
 
Desde posturas políticas conservadoras, el ambientalismo 
del libre mercado cancela la diversidad cultural en entender 
al ambiente y las posturas de los humanos ante éste, redu-
ciéndolo a un utilitarismo antropocéntrico, sobre todo ex-
presado en la valoración económica. Sea la riqueza ecológi-
ca de un sitio evaluada por los ecólogos biológicos, el saber 
campesino sobre los suelos, o la sensibilidad indígena fren-
te a un cerro, todo ello es reducido a una valoración eco-
nómica para ser colocada dentro de análisis costo/beneficio. 
 
La ecología política de los liberales también encasilla la 
diversidad de las ontologías colocándola en el campo de la 
multiculturalidad. Son los entendimientos de minorías o 
grupos marginales, que deben ser tolerados, pero que no 
tienen canales efectivos para cambiar las dinámicas cultura-
les de las mayorías. Aquí se inscriben los programas “mul-
ticulturales” clásicos, que encasillan a los pueblos indíge-
nas. 
 
Finalmente, existen políticas de inspiración socialista o 
marxista, que más allá de sus intenciones, se mantienen 
dentro del mito del progreso y la linealidad de la historia, y 
del sitial privilegiado otorgado al ser humano como el único 
agente político y moral. El caso más claro son los intentos 
en Ecuador de reposicionar los derechos de la Naturaleza 
dentro de una variedad de socialismo que se presenta como 
biosocial, comunitario y republicano, defendiendo los ex-
tractivismos como modo de ejercer el valor de uso sobre los 
recursos naturales. 
 
A mi modo de ver, las EPs modernas no sólo son el “resul-
tado” de la ontología de la Modernidad, sino que en estos 
momentos son herramientas importantes en mantener y 
reproducir esa ontología. No puede negarse que la crisis 
ambiental desencadena muchas dudas y alertas sobre la 
marcha de nuestro modo de entender la vida, y que aumen-
tan las presiones por un cambio de rumbo. En América 
Latina esto se observa muy especialmente con la oleada de 
extractivismos en todos los países, y tanto por derecha 
como por izquierda. Por lo tanto, la ontología moderna 
intenta remontar las contradicciones ecológicas, cerrar las 
brechas abiertas por los impactos sociales y ambientales, y 
generar la ilusión de soluciones ecológicas futuras. En ese 
sentido, en especial las EPs normativas como las de la 
“green economy”, el optimismo de solución tecnológica de 
los impactos ambientales, y otras tantas, ofrecen discursos, 
legitimaciones y acciones materiales que son muy efectivas 
en sostener esta ontología y excluir otras. Son EPs que dicen 
que enfrentan la crisis ambiental, pero en realidad refuerzan 
los más profundos mecanismos que la causan. 
 
De todos modos, los conflictos ambientales ponen en evi-
dencia otras formas de valoración (EPs tipo II) y otras onto-
logías (EPs tipo III). Es así que en los conflictos ambientales 
latinoamericanos toda esta problemática se hace muy evi-
dente. 
 
Sin embargo, las aproximaciones convencionales a los 
conflictos son en casi todos los casos típicas de la Moderni-
dad, y por lo tanto se ubican en algunas de las diferentes 
variedades de EPs del primer tipo. Son perspectivas de aná-
lisis o de gestión que abordan cuestiones como acceso a 
recursos y su distribución, desigualdades o injusticias, y así 
sucesivamente. Sin duda unas son mejores que otras. Pero 
el punto que deseo señalar es que no están organizadas 
como instrumentos para lidiar con conflictos o contradic-
ciones ontológicas. Es que muchos conflictos ambientales 
actuales en América Latina son a la vez disputas sobre 
acceso y distribución, pero también confrontaciones sobre 
cómo se entiende y siente la sociedad y la Naturaleza. En 
ellas, la propia concepción de la política (como politics) 
está también en discusión, ya que los actores que pueden 
participar, los medios de expresión, los escenarios, etc., 
pueden ser muy diversificados. Las EPs clásicas no están 
capacitadas para lidiar con esto, y a lo sumo lo encajonan 
en las cuestiones de diversidad cultural, perdiendo de vista 
que son elementos centrales en las disputas ambientales. 
 
Allí aparecen posturas donde grupos indígenas reaccionan 
en defensa de ambientes tropicales al entender que se están 
asesinando sus hermanos y hermanas pumas, jaguares, etc. 
O comunidades andinas que expresan el enojo de los cerros. 
Sin olvidar grupos amazónicos que resisten el ingreso de 
petroleras más allá de todo el dinero que el gobierno les 
ofrece para compensarles por los impactos. 
 
Prioridades y orientaciones para América Latina 
 
Es oportuno ofrecer al menos algunos primeros aportes 
sobre cuáles deberían ser las condiciones y prioridades de 
una ecología política hecha desde, y para América Latina. 
Recordando, una vez más que estas son observaciones 
preliminares, se puede comenzar por el contexto de las 
ecologías políticas entendidas como disciplinas académicas. 
 
Una EP latinoamericana está inmersa en marcos globales, 
con todo lo bueno y malo que ello implica. Las investiga-
ciones o las prácticas se pueden nutrir de ideas y experien-
cias en marcha en otros rincones del mundo. Es posible 
ahora contar con mejor acceso a publicaciones, reportes, 
videos, etc., que se realizan en otros continentes. Pero ade-
más, la ecología política como práctica académica está muy 
influenciada por una institucionalidad afincada en los cen-
tros universitarios del hemisferio norte. Para muchos, la 
mejor ecología política es aquella que aparece en artículos 
en journals, en inglés, atendiendo a condiciones como los 
indicadores de impacto, los índices de citaciones, etc. No 
son pocos los jóvenes latinoamericanos que estudian en 
esos centros, y por lo tanto deben cumplir con esos requisi-
tos y ajustarse a las modas de los debates académicos. O 
profesores universitarios que deben recorrer caminos más o 
menos similares dadas las tendencias de nuestras institucio-
nes de estudio de insistir en las mismas prácticas. 
 
Es cierto que en muchos casos, diversos aportes en EP desde 
América Latina necesitan ganar en rigurosidad, y en varios 
casos las investigaciones que se hacen desde esos centros 
universitarios en el norte ofrecen muchas lecciones que 
deben ser aprendidas. Esto incluye mejorar la presentación 
Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 
 
14 
 
de los datos, la discusión teórica, el manejo de la bibliogra-
fía, la rigurosidad en los artículos, etc. Pero también se debe 
advertir que esa gobernanza académica del norte impone 
condiciones que en muchos casos ahogan intentos origina-
les propios del sur. En buena medida, la discusión sobre EP 
ha sido un diálogo entre académicos del norte, desarrollado 
casi todo en inglés, en congresos y journals. Los casos de 
estudio, las particularidades de las ecologías políticas loca-
les, etc., apenas son atendidas (una bienvenida excepción es 
la revisión de Kim et al, 2012). 
 
Son pocos los latinoamericanos que entran a ese círculo, y 
entre ellos, varios están radicados en Estados Unidos o 
Europa. En cambio, las voces latinoamericanas son margi-
nales. Esto no deja de ser paradojal, ya que muchos papers 
en los journals se refieren a casos latinoamericanos, y re-
sultan de la visita de investigadores del norte que entrevis-
taron actores locales en nuestro continente. No me estoy 
refiriendo con esto a las intencionalidades, y por cierto que 
hay muchos amigos y colegas del norte que por años han 
tenido compromisos de apoyo con lo que sucede en Améri-
ca Latina. Pero entiendo necesario dejar en claro que más 
allá de esas circunstancias, la institucionalidad académica 
global sigue mostrando enormes asimetrías, verticalidades 
en el poder, restricciones

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