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1 documentos de trabajo No 72, octubre 2014, Montevideo. ECOLOGIAS POLITICAS IDEAS PRELIMINARES SOBRE CONCEPCIONES, TENDENCIAS, RENOVACIONES Y OPCIONES LATINOAMERICANAS Eduardo Gudynas Centro Latino Americano de Ecología Social CLAES Magallanes 1334, Montevideo - Telf.598 24030854 - Correo -e: claes@adinet.com.uy - www.ambiental.net - Casilla Correo 13125, Montevideo 11700, Uruguay mailto:claes@adinet.com.uy Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 2 l campo de la ecología política presenta varias parti- cularidades. Tiene una larga historia, con muy diver- sos aportes, tanto desde la investigación académica como desde las prácticas ciudadanas, lo que muestra su vigor y persistencia. Pero muchas veces es difícil de delimi- tar, y el término es usado de muy diversas modalidades. En el presente documento de trabajo se ofrecen un conjunto de ideas y descripciones sobre los distintos entendimientos de la ecología política, sus tendencias más recientes, y al- gunos de los frentes de renovación y novedades teóricas. Todo ello enfocado en particular con la situación latinoa- mericana. Son ideas que tienen un carácter preliminar, con descripciones muy abreviadas en varios aspectos (en espe- cial dados los límites de espacio del documento), expresan- do una reflexión en marcha que se comparte sobre todo para acompañar los talleres y foros en los que participo. El campo de la política enfocada en temas ambientales La ecología política (abreviada como EP de aquí en más), es un campo muy amplio que recibe distintas definiciones e interpretaciones. Como primer paso para abordarlas es necesario clarificar las posibles interpretaciones del término “política” en las EPs, siendo apropiado separar por un lado, la “política” como la discusión pública de los asuntos colec- tivos, de las “políticas” que usualmente se refieren a políti- cas públicas, programas y estrategias de gestión, etc. Esos dos conceptos están claramente separados en inglés, corres- pondiendo respectivamente a los términos politics y poli- cies. En castellano sin embargo, la distinción entre esos dos campos se hace más incierta en tanto ambos reciben el nombre “política”. Las políticas ambientales en el sentido de policies serían, en cierta medida, subsidiarias a la EP, ya que desde esos ámbi- tos se determinarían los sentidos y agentes de implementa- ción; además se enfocan en ámbitos más tecnocráticos, usualmente en agentes estatales. Se apela a las ciencias ambientales como referente científico, y por lo tanto es mucho más amplio que la ecología de los biólogos (se in- corporan en las ciencias ambientales disciplinas tales como edafología, hidrología, limnología, geología, meteorología, botánica, zoología, etc.). Un ejemplo de este abordaje es el conocido manual de Rosenbaum (2002). La ecología política en el sentido de politics tiene antece- dentes en el ámbito académico en algunas publicaciones en las décadas de 1950 y 1960, bajo usos muy diversos. Es usual tomar como punto de referencia para el despegue de la EP Como disciplina académica un artículo de Eric Wolf publicado en 1972, sobre la distribución de humanos inser- tos en ambientes alpinos, incorporando algunos análisis económicos. En esa misma línea, los aportes sustantivos siguientes están relacionados con la obra de Piers Blaikie (especialmente su libro de 1985 sobre la ecología política enfocado en la degradación de suelos, y el aporte conjunto con H. Brookfield en 1987). Esa EP es regional, y abarca los efectos interactivos a diferentes escalas y jerarquías socio- económicas, y las contradicciones entre los cambios am- bientales y sociales en el tiempo (Blaikie y Brookfield, 1987). Estas EPs, de tono académico, provienen de articular algu- nos elementos propios de la ecología, en especial aquellos que eran formulados en aquel tiempo como ecología cultu- ral, con los de una economía política. En aquellos tiempos en varias disciplinas prevalecía un cierto optimismo, asu- miéndose que la ciencia brindaría las claves, y que la acu- mulación científica bastaba para generar mejores políticas ambientales. Sin embargo, ya desde esas tempranas EPs, se lanzaron algunas críticas a ese optimismo científico (como aparece en la obra de Blaikie). Pero ya desde ese inicio no se intentan definiciones precisas de la disciplina (un hecho reconocido, por ejemplo por Blaikie, 1999). Su énfasis está en las relaciones dialécticas entre el ambiente y los sistemas socio-económicos, los que mantienen relaciones dialécticas entre sí y cambian con el tiempo. Su mirada está en cómo se usan los recursos natura- les y los factores sociales, económicos y políticos que los determinan, bajo condiciones de poder desiguales, aplica- dos a escalas micro y meso (Blaikie, 1999). Ya desde ese inicio, se reconoce que la EP no se enfoca tanto en lo que serían los cambios “reales” en el ambiente, sino en su cons- trucción social. Esa postura debe ser resaltada ya que en muchos casos, otros abordajes de las EPs en otros terrenos, como los deba- tes políticos, insistían en el papel de la ciencia como pro- veedora de certezas sobre el estado del ambiente, y por lo tanto como guía certera para construir políticas ambienta- les. Esas son posiciones que pueden caracterizarse tanto como realistas, en el sentido que existe una realidad mate- rial y objetiva que será desentrañada por la ciencia, y esen- cialistas, entendiendo que esas características son propias y constantes en el ambiente, sin depender de la interacción con los observadores. Arturo Escobar, atendiendo a estos y otros elementos dis- tingue EPs esencialistas y realistas, que responden a la si- tuación resumida arriba, de otras que denomina “construc- tivistas”, donde los entendidos sobre el ambiente son cons- truidos socialmente, donde lo que se analiza es afectado por los observados y viceversa, y por lo tanto la idea de lo real se vuelve más incierta (véase por ejemplo, Escobar, 2011). Los cuestionamientos a las posturas realistas y esencialistas estuvieron empujados por el postestructuralismo en varios frentes, incluyendo el campo ambiental. Se comenzó a poner en evidencia que conceptualizaciones como ambien- te, Naturaleza, áreas silvestres, etc., están enmarcadas en particulares condiciones culturales, son políticamente con- dicionadas, y así sucesivamente. Un ejemplo de ese tempra- E Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 3 no cuestionamiento se encuentra en Demeritt (1998) y Es- cobar (1999). Otra clasificación a considerar es la de Biersack (2006), distinguiendo EPs de primera y segunda generación. La primera se practica desde los dualismos entre sociedad y naturaleza, es sistémica y más materialista. La segunda acepta que la realidad es socialmente "producida", de donde cuestiona los dualismos, otorga mucho más atención al papel de los actores, e integra temas como las desigualda- des y diferencias, género y etnicidades. Por lo tanto se llega a una situación donde se diversifican los entendidos sobre las EPs. Algunos siguen en la línea de Blaikie, acentuando diversas facetas entre una ecología cultural y la economía política, con nuevas formulaciones. Por ejemplo, Bryant en 1992, y observando en especial al “tercer mundo” la concibe como un intento de entender las fuentes políticas, condiciones y ramificaciones políticas del cambio ambiental. Estudia, por ejemplo, las fuentes del cambio ambiental en los contextos del capitalismo global, y ofreció estudios de casos muy importantes (incluyendo varios sobre la situación amazónica, como el recordado libro de Hecht y Cockburn, 1989). Otro abordaje sobreesas primeras etapas y en el mundo académico se analizan en Watts (2002). Otros apuntaron a buscar lazos más estrechos con el campo político, fortaleciendo análisis sobre políticas ambientales y mayores vínculos con las luchas de algunos movimientos ciudadanos. Desde la academia eso se puede observar en varios de los ensayos sobre las “ecologías de la liberación” compilados por Peet y Watts (1996). Pero no faltaron quie- nes, a su vez, buscaron regresar a las fuentes en la ecología, sosteniendo que las EPs que desplegaban en la academia especialmente los antropólogos y geógrafos trataban esen- cialmente sobre asuntos políticos (es el caso de Vayda y Walters, 1999). Se buscaba así, retornar a un campo propio de la antropología ecológica o la ecología humana (véase además Walker, 2005). La proliferación de entendidos sobre la EP se vuelve eviden- te. Por ejemplo, en la reciente revisión de Robbins (2012) se pueden encontrar una larga lista de caracterizaciones de este campo. A pesar de todo ello, Robbins entiende que en todas esas posturas se comparten ideas claves, hay similitu- des en los modos de explicación, constituye una comunidad de prácticas, y que todo el conjunto puede ser diferenciado de lo que denomina como “ecologías apolíticas”. La con- ceptualización de Robbins es muy interesante y ofrece muchos aportes para reflexionar, pero también padece de algunas debilidades, tal como sus entendidos sobre “ecolo- gías apolíticas”. Es que estas últimas se refieren a temas como la escasez o los programas de modernización ecoló- gica, los que en realidad también tienen intensos contenidos políticos, y por lo tanto no pueden ser rotulados como “eco- logías apolíticas”. Robbins plantea que las EPs tienen, en cambio, compromisos más explícitos con brindar alternati- vas a esas posturas, abordando cuestiones como la margina- ción y la degradación ambiental, el conflicto ambiental y la exclusión, etc. Su postura insiste en darle una direccionali- dad normativa política a las EPs para enfrentar cuestiones de poder o injustica ambiental entre otras. Más allás de las revisiones enfocadas en el campo académi- co, distintas EPs proliferaban desde la década de 1970 en los debates públicos, y con claras repercusiones políticas. En ese campo se encontrará todo el debate sobre los límites del crecimiento, la “bomba poblacional”, los efectos del con- sumo y la tecnología, la extinción de especies silvestres, la crisis de contaminación urbana, etc. Buena parte de ese debate rápidamente se trasladaba a América Latina, y sin duda tuvo influencias mucho mayores (una revisión de ese entramado en Leff, 2013). Por lo tanto, existían distintas “ecologías políticas” en varios frentes simultáneos, y mu- chas de ellas aparecían usando otros rótulos (como ecología social, políticas ambientales, políticas de la tierra, democra- cia verde, etc.). En Latinoamérica esos otros aportes tenían fuertes impactos en movimientos ciudadanos, especialmen- te en las ONGs ambientalistas de aquella época, y no nece- sariamente discurrían como investigaciones académicas, sino que estaban directamente ligados a distintas formas de militancia social. Esta situación obliga a brindar otro marco de análisis más amplia y abarcadora de las EPs. Campos de acción de las ecologías políticas La revisión de las distintas expresiones de las EPs examina- das en la sección anterior muestra que es más apropiado ensayar un agrupamiento de todas estas expresiones en distintos campos de acción. La diversidad de posiciones debe ser reconocida, y no se puede insistir en que las EPs son exclusivamente una tarea académica. Además, de este modo se pueden incorporar los aportes latinoamericanos. Por lo tanto, esta diversidad se puede ordenar en al menos tres campos: a) Interaccionistas: Análisis de las interacciones (o relaciones) entre la sociedad y el ambiente. Son posiciones que están relacionadas, o siguen distintos abordajes sobre las interacciones entre los humanos, casi siempre entendidos como “sociedad”, y con un campo externo a éstos concebido como ambiente, Natu- raleza, o bajo conceptos análogos (como la “construcción” social del ambiente). Aquí se ubican distintas corrientes que se presentan a sí mismas como propias de la investigación, academia, etc. Se incluyen tanto posturas realistas y esen- cialistas, como también las posiciones no-esencialistas y constructivistas. b) Normativistas: Prácticas basadas en conjunto de normas, objetivos, accio- nes, etc., entendidas como una agenda política orientada hacia las cuestiones ambientales. Aquí prevalecen posturas políticas que se ventilan públicamente, en los campos de lo que se entiende comúnmente como ideologías políticas. Sus ejemplos son la defensa de una cierta ecología política por un partido verde, ONGs o movimientos sociales. A su vez, se encontrarán ideas de ecologías políticas que se corres- ponden con cada una de las grandes familias ideológicas; por lo tanto, se pueden señalar ecologías políticas liberal, conservadora, socialdemócrata, marxista, etc. Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 4 c) Politólogos: Análisis de los actores, procesos e implicaciones de las cuestiones ambientales como parte de las llamadas “cien- cias políticas”. Se incluye, como ejemplo, el análisis del desempeño de los partidos verdes, la postura de los partidos políticos convencionales ante los temas ambientales, el rol de los gobiernos en la gestión ambiental, etc. Se utiliza el instrumental de las ciencias políticas, incorporando aportes de la teoría política, filosofía política, etc. En este caso, el énfasis no está en las interacciones sobre el ambiente, sino en cómo la política maneja la agenda ambiental. La primera corriente es el campo propio de las EPs acadé- micas, y en especial las que se originaron en el hemisferio norte. Como se indicó antes, se configuró a inicios de la década de 1970, desde influencias de la ecología cultural, y con ello de algunos componentes de la antropología ecoló- gica, tal como era concebida en especial en la década de 1960. Si bien los abordajes constructivistas cuestionaron esos estudios clásicos, poniendo en entredicho la noción de lo real, y donde el ambiente pasa a ser entendido como una construcción social, de todos modos están enfocando inter- acciones, aunque los elementos y procesos en juego son distintos. En las primeras EPs, tanto la sociedad como el ambiente eran entendidos como sistemas reales, donde sus cualidades y las de sus articulaciones eran estudiadas por ciencias convencionales, de tipo positivista. En cambio, en las EPs constructivistas, la interacción está en la propia creación del ambiente, que incluso se la entiende como una co-construcción (véanse por ejemplo a Ingold, 2000). Existe una muy rica reflexión latinoamericana en este cam- po, aunque no ha sido adecuadamente reconocida ni en los espacios académicos del norte, ni en muchas revisiones en nuestra propia región. Entre esos aportes se pueden destacar como ejemplos al mexicano Víctor Toledo sobre los sabe- res y prácticas frente al ambiente de pueblos indígenas, con una lectura recostada sobre el marxismo (véase como ejem- plo, Toledo, 1992); el papel del poder frente a los temas ambientales desde una sensibilidad antropológica ya estaba presente en Gustavo Martín (1987), o el entendimiento que “un ecosistema es, en última instancia, una relación social” fue claramente señalado por el boliviano Mario Arrieta en 1987. La segunda corriente, aquí denominada como normativis- tas, se expresa mucho más en el terreno de las políticas en el debate público, y sobre gestión ambiental, conservación, planificación territorial, etc. El caso más común es el de actores que defienden una cierta versión de laecología política como programa de acción social y política, cargada en compromisos normativos hacia la sociedad y el ambien- te, y en muchos casos con planes de acción (véase, la muy temprana postura de “ecología como política” de André Gorz, publicada originalmente en 1975 1980). Hay EPs que en unos casos buscan reformar las ideologías políticas contemporáneas para incorporar cuestiones ambientales. Por lo tanto, esto resulta en ecologías políticas marxistas (como defiende Bellamy Foster, 2004), un ecosocialismo como continuación y superación del socialismo (en el sen- tido de Lowy, 2011, ver además una postura anterior en Dumont, 1980), sin olvidar la muy temprana crítica de Enzensberger (1974) que influyó en nuestro continente. También existen versiones liberales (como los ensayos en Barry y Wissenburg, 2001), un retorno a formas de republi- canismo (Blühdorn, 2000), e incluso las políticas ambienta- les basadas en el libre mercado, de inspiración neoliberales (como es el caso de Anderson y Leal, 1991). Distintas agendas alternativas, y en especial la de los partidos verdes, aparecen en este campo. También aquí existen muchos aportes latinoamericanos, y como ejemplo se puede mencionar la rica discusión brasile- ña de la década de 1980 sobre ecología y políticas (por ejemplo, en Pádua, 1987, o Goldenberg, 1992), el papel de los militantes que provenían de otros movimientos (como Schinke, 1986, desde sus orígenes en el sindicalismo), etc. Informaciones adicionales se revisan por ejemplo en Mieres (1990) y Leff (2013). Desde la década de 1990 estos deba- tes aparecen con amplias superposiciones con las discusio- nes sobre desarrollo (véase el inicio de ese rumbo en la revista Nueva Sociedad No 122, publicado en 1992 al tiem- po de la Eco ‟92). En los normativistas se hallarán muchos que ponen el énfa- sis en cómo debería ser una ecología política; expresan sus posiciones personales o colectivas sobre lo que defienden como las mejores propuestas. En cambio, entre los interac- cionistas predominan el estudio académico. La tercera corriente hace referencia a las ciencias políticas, con todo su andamiaje teórico y práctico. Es por ello una tarea donde predominan los análisis de politólogos, o cien- tistas sociales afines, y se enfoca usualmente en las políti- cas ambientales. Abordan, por ejemplo, el desempeño ante cuestiones ambientales de los partidos políticos o los go- biernos, el papel de los parlamentos, los mecanismos de- mocráticos que mejor sirven a incorporar estos asuntos, la forma por las cuales los Estados monitorean y aplican las normas ambientales, los canales de participación e informa- ción ciudadana, etc. Estos abordajes aparecen con los rótu- los de ecología política, políticas verdes, políticas de la Naturaleza, etc. Como ejemplo se pueden ver los aportes en Dobson y Lucardie (1993), Dobson y Eckersley (2006) y Vig y Kraft (2006). Este campo politológico ha sido importante en América Latina. Entre los aportes más tempranos se pueden destacar a Marshall Wolfe, desde la CEPAL, sobre cómo debería ser la incorporación de la temática ambiental en los ámbitos políticos (Wolfe, 1980), y a el politólogo y filósofo boli- viano H.C.F. Mansilla (1981), quien reconocía que la polí- tica de los problemas ambientales está en estrecho vínculo con los modelos de desarrollo. En su monografía exploró las posiciones de distintos partidos y tendencias políticas latinoamericanas, y las vinculó con las discusiones interna- cionales. Advirtió que muchos agrupamientos políticos resistían argumentos ecológicos porque entendían que eran imposiciones de los países industrializados y que arriesga- ban los propios planes de crecimiento económico. Desde mediados de la década de 1980, este campo se forta- leció por la ampliación de los debates ambientales en el continente, la creación de algunos partidos verdes, y el Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 5 apoyo internacional para esos temas. Por ejemplo, ha sido importante la acción de las fundaciones de los partidos europeos que operaban en América Latina, promoviendo versiones de la ecología política, casi siempre recostadas sobre las discusiones acerca del desarrollo. Ejemplos de esto son las recopilaciones de Guerra (1984) con ensayos para distintos países (Colombia, Costa Rica, México, Pa- namá, Perú y Venezuela), y propuestas desde la socialde- mocracia alemana. Sin duda existen ciertas superposiciones entre estos tres campos, y a su vez, entre ellas y otras áreas, tales como la economía ecológica, la filosofía ambiental, etc. Entre ellas, el catalán Joan Martínez Alier entiende que la ecología política estudia los “conflictos ecológicos distributivos”. Es una postura por un lado restringida a los conflictos, y por otro lado, conceptualiza la “distribución ecológica” como los “patrones sociales, espaciales y temporales de acceso a los beneficios obtenibles de los recursos naturales y a los servicios proporcionados por el ambiente como un sistema de vida” (por ejemplo en Martínez Alier, 2010). Es por lo tanto una posición reduccionista como propuesta de estudio y que se ubica en el campo político normativo acompañan- do a distintas luchas ambientales. Otro aporte que también mantuvo relaciones estrechas con la economía está repre- sentado por la influencia del francés Alain Lipietz (por ejemplo su libro de 2002), aunque en su caso provenía de la economía de la regulación. Otras hibridizaciones entre campos de las ciencias, la filosofía y las propuestas políti- cas aparecen en varios autores, y entre los que han tenido influencia en América Latina se pueden mencionar a Leff (2003) y al español Jorge Riechmann (por ejemplo, su texto de 2012). Finalmente, entre estos ejemplos no puede dejar de mencionarse el papel del feminismo, y por esa vía del ecofeminismo, en especial en el seno de distintos movi- mientos sociales. También se discute cuáles deberían ser las relaciones entre estos campos. Es así que, en círculos académicos de EE.UU. se ha debatido sobre si la ecología política que llevan adelante en particular los geógrafos, tenía poca inci- dencia sobre las políticas públicas (Walker, 2006). Ese tipo de señalamientos apuntaba a la necesidad de tener puentes entre los interaccionistas académicos con los normativos militantes en los debates públicos. Las metas de politizar o ecologizar nuevamente analizadas Una vez completado un muy breve y esquemático recorrido de las concepciones en EPs y sus campos de acción, es po- sible abordar nuevos aspectos sobre los significados de una “ecología política”. En sentido estricto, esa denominación se refiere a una “ecología” que es política; dicho de otro modo, una ecología politizada. Recordemos que ecología es una categoría que se aplica a un campo científico que tiene sus raíces en las ciencias biológicas (antes englobadas dentro de las ciencias natura- les, más recientemente como ciencias ambientales), y que en sus definiciones clásicas se refiere al estudio de los seres vivos y sus interacciones, entre ellos y con el medio físico. En sus versiones más recientes ha sido ajustada a entenderla como el estudio científico de la distribución y abundancia de los organismos y las interacciones que las determinan (Begon et al., 2006). Bajo este sentido estricto, ecología se convierte en el sustantivo, y la política es una adjetivación que remite a la dimensión política. Es la ecología la que debe politizarse, aunque debe discutirse los propósitos o medios en esas tareas. Sin duda que los entendimientos más comunes son los de una ecología comprometida con la política de conservar la biodiversidad, aunque se debate cómo avanzar en ese terreno. La ecología de los biólogos está claramente dentro del campo realistay esencialista, y se presenta a sí misma como una disciplina científica, que es objetiva, testeable, y cada vez mas matematizada. En las definiciones actuales se deja en claro su finalidad: la ecolo- gía debe entender el ambiente y gracias a ello debe ofrecer las bases para la predicción, el manejo y el control, según precisa el conocido manual de Townsend et al. (2008). Una politización de la ecología en el sentido de las EPs construc- tivistas pone en discusión toda esa aproximación. Sin embargo, también es muy común situaciones donde las relaciones operan en sentido inverso, y por lo tanto es la política la que debe ecologizarse. En este caso, ecología es un adjetivo que se atribuye a la política, la que es un sustan- tivo. Esto apunta a una reformulación de las relaciones políticas (y sociales), para poder abordar de cierta manera cuestiones ecológicas (o ambientales). Ejemplo de esto son las medidas para cambiar los patrones de consumo para reducir la contaminación, lograr estrategias para conservar la biodiversidad, etc. Las EPs del campo de los normativis- tas es un claro ejemplo en nuestro continente. Estimo necesario ofrecer algunas aclaraciones, introducir matices y rescatar ciertas historias en estas posibles relacio- nes entre “ecología” y “política”. Comencemos por un análisis enfocado en el campo de la ecología como ciencia biológica, recordando que durante décadas ésta se ha mos- trado refractaria a politizarse. La postura dominante entre las décadas de 1930 a 1980, fue la de una disciplina que era parte de la biología, donde los intereses primarios estaban en entender al ambiente, concebido como un sistema, y que en lo posible estuviera desprovisto de intervenciones huma- nas (o bien estudiaba los efectos de impactos humanos en los componentes no-humanos del ambiente). El ejemplo clásico de esas posturas son los manuales de texto de Euge- ne Odum sobre ecología (por ejemplo, en 1972). El objetivo de esa ciencia era comprender la estructura y función de los ecosistemas, pero donde éstos eran entendidos como agre- gados entre elementos físicos, fauna y flora, aunque sin los humanos. O bien, cuando los humanos eran tenidos en cuenta, predominaba su rol como agentes de cambio o de impactos, y por lo tanto lo que se estudiaba eran las conse- cuencias ecológicas de esas intervenciones. Era una postura que activamente se diferenciada de las cuestiones sociales y políticas. Consecuentemente se separaba de otras discipli- nas híbridas como la ecología humana o la ecología social; es más, en algunos casos se esperaba que éstas últimas tomaran las metodologías y conceptos de la ecología bioló- gica para usarlos con los humanos como si fueran un ani- mal más en los ecosistemas. 6 Tabla 1. Relaciones entre “ecología” y “política” en las ecologías políticas. SUSTANTIVO ADJETIVO CONSECUENCIA Ecología Política Reformar o transformar la ecología (ciencias ambien- tales) para politizarla Política Ecología Reformar o transformar la vida social (políticas, ges- tión) para ecologizarlas Esa postura no era propia del nacimiento de la ecología biológica, y de hecho fue una construcción activa llevada a cabo por los académicos, en especial botánicos y zoólogos. En efecto, la formulación original de la idea de ecosistema realizada por A.G. Tansley (1935) claramente incluía los humanos en ellos, y entendía que las acciones de los huma- nos debían ser parte de esa incipiente ecología. Dicho de otra manera, esa ecología biológica inicial era también una ecología humana o social. Sin embargo, los estudios posteriores activamente se des- embarazaron de esa dimensión, excluyéndose la considera- ción de los humanos dentro de los ecosistemas. Esos aspec- tos volvieron a cobrar notoriedad poco a poco, desde la década de 1960, pero casi siempre por factores externos a la ecología biológica, y radicados en la acumulación de evi- dencias sobre la crisis ambiental (contaminación, extinción de especies, etc.). Esa reorientación de la ecología biológica para recuperar a los humanos, fue resistida por años (un testimonio es la llamativa demora de la Ecological Society of America en sumarse al debate sobre ambiente y desarro- llo a lo largo de la década de 1980, y que recién cristaliza- ron en 1992 en el proceso hacia la cumbre Eco 92 de Rio de Janeiro). Por lo tanto, no es tan sencillo como se piensa una “politización” de la ecología. Paralelamente, la idea de “ecología” comenzó a ser refor- mulada en otros ámbitos distintos al de la biología, para pasar a estar dotada de diferentes sentidos y cargas simbóli- cas. En especial desde la década de 1960, aparecieron usos ampliados de ecología, e incluso metafóricos, que apunta- ban a cambios sociales y políticos en el entendimiento del ambiente, en las estrategias de desarrollo y en los conteni- dos de las políticas ambientales. Esto incluía llamados a proteger la fauna y flora silvestre, luchar contra altos nive- les de consumo, oposición a la energía nuclear, nuevas sensibilidades para revinculación con la Naturaleza, las herencias ambientales que se dejarían a las generaciones futuras, etc. Los significados eran muchos y ampliados, y la ecología podía ser una “ciencia subversiva”, fuente de cam- bios religiosos o místicos, puntapié para una nueva civiliza- ción, etc. Estos fueron tiempos de fuertes discusiones que han dejado una impronta muy importante en las EPs del campo norma- tivista. Entre ellas están las acaloradas discusiones sobre una “bomba poblacional” que agotaba los recursos natura- les denunciadas por Paul Ehrlich, las respuestas que en cambio alertaban sobre los patrones de consumo, los usos tecnológicos y los contextos políticos, como las de Barry Commoner, el papel de los límites ecológicos al crecimien- to en el reporte del Club de Roma de 1972, o la críticas radicales de Ivan Illich. Todos estos debates de las décadas de 1970 y 1980 tuvieron importantes repercusiones en América Latina, y a su vez, se mezclaban con elementos propios originados en nuestro continente que buscaban ecologizar la política, pero a su vez redimensionaban la ecología desde preocupaciones sobre ética, los estilos de desarrollo, o el papel de los movimientos sociales. A modo de ejemplo se pueden recordar los nombres de Gustavo Esteva (México), Gustavo Wilches-Chaux (Colombia), José Lutzemberger (Brasil), etc., se crearon ONGs enfocadas en esas cuestiones (como el Instituto de Ecología Política en Chile), y existían diversas revistas de divulgación (como Mutantia en Argentina, dirigida por Miguel Grinberg). Durante buena parte de la historia reciente latinoamericana han predominado las EPs del campo normativista. Ellas han tenido distintas vinculaciones con movimientos sociales y con los partidos políticos (algunos sectores de la izquierdas y los “verdes”) y también con los espacios académicos, y de allí con aquellos que trabajan las EPs interaccionistas. Pero por otro lado, si bien los aportes de esas ecologías políticas normativistas aparecen como más difusos, impresiona las capacidades en tender puentes con otras disciplinas. A mo- do de ejemplo, creo oportuno rescatar las relaciones de esas EPs con las reflexiones latinoamericanas en teología y eco- logía, los vínculos con la teología de la liberación, etc. (esto es claro en los resultados de los encuentros latinoamerica- nos Cultura, Etica y Religión frente al desafío ecológico realizados en 1989 y 1990; véase además el número espe- cial de la Revista Eclesiástica Brasileira de 1992 dedicado a “ecología: opción por la vida”). De todas maneras, es necesario reconocer que en muchas de estas opciones se mantienen las tensiones entre el aporte científico (tales como los diagnósticos sobre la situación ambiental), y los ejercicios de deconstrucción de pretensio-nes de verdad y certeza absolutas de las ciencias contempo- ráneas. No sólo eso, sino que varios aportes desde las EPs abordan esta problemática, en unos casos reclamando “más” ciencia para resolver problemas ambientales, en otros denunciando la negación de los saberes tradicionales locales, unos resistiendo la imposición de tecnocracias expertas desde el norte, y otros exigiendo por las mejores tecnologías alternativas. Esos debates y tensiones siguen presentes en la actualidad (véase por ejemplo la discusión en Forsyth, 2003). Como conclusión de esta esquemática y resumida revisión, se puede señalar que la ecología política es siempre un concepto plural, inmerso en una muy amplia semántica. Existen muchos usos de esa etiqueta, y a su vez se suman distintas interpretaciones a sus ingredientes claves, la eco- Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 7 logía y la política, y sobre las posibles articulaciones entre ellos. Concuerdo con varios análisis en que no existe una única definición que despierte consenso, o que sea mejor que otra, ya que son contingentes a los propósitos de los estudios o las prácticas. Pero tengo muchas dudas que exis- ta una comunidad de prácticas o un consenso sobre proble- mas o discursos como postula Robbins (2012). Por lo tanto, como guía para los trabajos considero que es indispensable que cualquier texto en EP debe dejar en claro la definición que se seguirá, y en qué campo se ubica. El uso del término ecología política sin esas precisiones debe- ría ser desalentado. Todas estas diversidades muestran que las EPs expresan distintas orientaciones. Dicho de otro modo, existe una meta-política de las EPs que incide en los entendimentos sobre política, el papel de los humanos, o las formas de entender las relaciones entre ellos y el ambiente. Objetos y sujetos en la ecologías políticas Buena parte de las EPs, en cualquiera de los campos indica- dos arriba, entiende que la “política” es un asunto exclusi- vamente de los humanos, quienes son los únicos en contar con derechos y obligaciones. En el caso de los temas am- bientales, una política bajo esta dinámica discute, por ejem- plo, cuáles serán los usos que las personas impondrán sobre los recursos naturales, cómo se les reconoce propiedad sobre recursos o ecosistemas, y así sucesivamente. Bajo esas posturas, la Naturaleza es un agregado de objetos, sin derechos y que sirven al beneficio social. Por lo tanto, des- de el punto de vista de esas EPs, la Naturaleza, o cualquier otra definición de ambiente que se siga, es un agregado de objetos que carece absolutamente de valores propios, y por ello de derechos. Estas son posturas antropocéntricas que derivan hacia posiciones utilitaristas sobre el entorno y medidas para controlarlo y manipularlo. Incluso los intere- sados en protegerla deben, en muchos casos, apelar a seña- lar que tal o cual especie o ecosistema es útil para la eco- nomía, o que su desaparición tendrá efectos económicos negativos que superan a otros beneficios. Algunas EPs han puesto en jaque estos entendimientos. Esto sucede con las éticas sobre los derechos de los animales, y más recientemente, con el reconocimiento de los derechos de la Naturaleza. Por motivos de espacio y por su relevan- cia latinoamericana, ofreceré más detalles sobre el segundo caso. A diferencia de la política tradicional occidental, que en- tiende que los únicos sujetos de valor y por lo tanto agentes políticos, son los humanos, diversos académicos y movi- mientos han sostenido el reconocimiento de derechos en la Naturaleza. Entre esos aportes se destaca el movimiento de la “ecología profunda”, y más recientemente el giro de Ecuador hacia la aprobación de los derechos de la Naturale- za y de la Pachamama, en la nueva Constitución de 2008 (Gudynas, 2009). Bajo esa innovación, la Naturaleza pasó a ser entendida como un sujeto de derechos, y además se establecieron correspondencias con las posturas de pueblos indígenas con la incorporación de la categoría de Pacha- mama. El reconocimiento de los derechos se amplía sustan- cialmente para incorporar a los seres vivos no humanos y los ecosistemas. Una ecología política que reconoce a la Naturaleza como sujeto es muy distinta de las EPs prevalecientes en la actua- lidad. La conservación de un ambiente o una especie no tiene que ser argumentada en relación al beneficio o utili- dad de los humanos, ni queda restringida a la valoración económica. Es una política que de todas maneras sigue siendo un debate entre humanos, pero se ve inundada por una avalancha de nuevos sujetos provistos de derechos. Debe lidiar con nuevos desafíos tales como los mecanismos de representatividad y salvaguarda de esos otros sujetos (por una discusión más detallada Gudynas, 2014). Su im- portancia es todavía mayor cuando se tiene en cuenta que son posturas que cuestionan el antropocentrismo actual dominante, el cual es un determinante cultural de enorme peso para explicar la crisis ambiental presente. Un paso siguiente radica no sólo en mantener comunidades ampliadas de reconocimiento de los derechos, sino avanzar todavía más y concebir una ecología política donde los participantes de ese debate político sean tanto humanos como no-humanos. Esta es una posición que choca con unos cuantos entendi- mientos actuales, y está alejada de buena parte de las EPs. Pero es un paso que debe atenderse, y muy especialmente en América Latina, ya que estamos rodeados por culturas indígenas que sienten y entienden sus mundos con humanos que interaccionan políticamente con no-humanos. En esas cosmovisiones, algunos seres no-humanos, como pueden ser ciertos animales, tienen voluntad propia, trasmiten esta- dos de humor, expresan agencias políticas, y son sujetos morales. No quiero decir con esto que se presupone que, pongamos por caso, los tapires o los jaguares formarían partidos políticos y discutirían planes de desarrollo para la selva. Pero sí existe una evidencia abrumadora donde en- contramos distintos pueblos que viven y sienten su inser- ción en sus ambientes interactuando con personas-tapir o personas-jaguar, cada uno de ellos expresándose a su mane- ra. Y esas comunidades reaccionan políticamente de acuer- do a esas interacciones políticas con lo no humano. Son posiciones que no siempre son sencillas de aceptar, e inclu- so eso sucede con practicantes de ecologías políticas for- mados en países desarrollados o que trabajan esencialmente en medios urbanos. Diversos problemas ambientales que se padecen en Améri- ca Latina están poniendo esta situación sobre el tapete. Por ejemplo, ante el avance de proyectos mineros en Perú, Ma- risol de la Cadena (2009) describe comunidades con líderes que alertaban que ese extractivismo no le gustaba a la mon- taña del Ausangate (Perú), y que esos cerros además po- drían defenderse contra las minas. En ese caso son los ce- rros los que rechazan la minería. Esto lo entienden las co- munidades locales ya que las personas son en tanto habitan un lugar, y en ellos otros elementos también tienen expresi- vidad y agencia, y por lo tanto interactúan en la política tal como la viven esas comunidades. Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 8 Este es un cambio mucho más profundo, donde no sólo se reconoce la ampliación de los sujetos y derechos a los no- humanos, sino que la delimitación de la comunidad política se amplía. Algunos seres no-humanos, que pueden ser cier- tos animales, plantas, espíritus o incluso cerros, pasan a ser sujetos políticos, con agencia y emociones. Posiblemente las EPs postconstructivas han sido las que han abierto las puertas a reconocer esta situación con más aten- ción. Pero un aporte importantísimo en el caso latinoameri- cano hansido las prácticas desde movimientos ciudadanos, especialmente en las regiones andinas y amazónicas, casi todas ellas independientes de los debates académicos. La tabla 2 resume las distintas combinaciones que se aca- ban de discutir ordenadas en tres tipos de ecologías políti- cas. Una aproximación a la meta-política de las ecologías políticas Los distintos tipos de reconocimientos de sujetos de dere- chos y de comunidades de agentes políticos en las EPs re- sumidos en la Tabla 2, hacen necesario analizar con más detalle otras implicaciones. Es evidente que las EPs tipo I, más allá de sus diversidades, si son propias de un investiga- dor o de un dirigente de un partido verde, comparten la idea de una sociedad que es distinta a la Naturaleza. La política (tanto politics como policies), es propia exclusivamente de los humanos, en tanto ellos son sujetos conscientes, agentes morales, y pueden entrar en discusiones, argumentar, ac- tuar, etc. Una buena EP sería la que, por ejemplo, usa la mejor ciencia disponible y lograra así imponer la mejor política pública ambiental. Más allá de esas intenciones, y de la diversidad de posturas entre varias corrientes de las EPs de este tipo, lo que deseo dejar en claro es que buena parte de ellas comparten estos componentes. Ha sido un mérito de las EPs de corte postestructuralista y de las EPs de segunda generación el haber puesto en evi- dencia esos basamentos compartidos de tipo esencialista y realista. A su vez, ellas fueron parte de un debate más am- plio que involucró otras disciplinas. Todo esto expone un conjunto de ideas y posturas previas a las ecologías políti- cas. Es así que si se acepta la dualidad sociedad – Naturaleza sólo son posibles un cierto tipo de EPs. En cambio, si esa dualidad es puesta en cuestión son posibles otras EPs. Esas ideas previas a las EPs constituyen contextos meta-políticos que determinan qué se entiende por política, ciencia, Natu- raleza, etc. Las EPs del primer tipo se inscriben en la maduración de las ciencias y las políticas propias de la Modernidad (entendida como etapa histórica que se despliega desde el Renacimien- to, desde aproximadamente el siglo XVI; sobre su historia véase por ejemplo a Marks, 2007; sobre su organización por ejemplo a Law, 1994). Algunos sostendrán que la idea de política o de Naturaleza es mucho más antigua, rastrean- do sus orígenes en la filosofía griega clásica, pero de todos modos las expresiones contemporáneas responden a las reformulaciones y ajustes que han tenido lugar sobre todo en la Modernidad. En este momento es necesario hacer dos puntualizaciones de importancia para las EPs. El primero, es que mientras se moldeaban las concepciones modernas de la política, simultáneamente cristalizaban los entendimientos de la Naturaleza como externa a los huma- nos, como un conjunto de elementos y procesos que pueden ser entendidos, aprehendidos y modificados, en especial por la ciencia. Se constituían al mismo tiempo las concepciones sobre la sociedad, la política y la Naturaleza, y los atributos que tomaba uno de ellos a su vez influían en los otros. No debe verse que en primer lugar se conformó un cierto tipo de ideas sobre los papeles de los humanos, y que luego éstos impusieron unas concepciones sobre la Naturaleza como externa y manejable. De hecho las ideas de Naturale- za se fueron generando al mismo tiempo, y ellas permitían y alentaban unas concepciones sobre la sociedad y los hu- manos, pero no otras. El segundo, es que esas construcciones no deben ser vistas como procesos restringidos exclusivamente a Europa occi- dental, y que una vez que maduró, pasó a imponerse sobre las colonias, y con ello sobre América Latina. De hecho, esa construcción ocurría también en nuestras colonias si- multáneamente con las metrópolis europeas. Uno necesita- ba del otro, y se reforzaban mutuamente. Las ideas de polí- tica o la superioridad de una cierta epistemología anclada en las ciencias experimentales herederas del Renacimiento, lograba lo que se entendía como victorias en las colonias, y con ello se reforzaba su predominancia en tierras europeas. De la misma manera, el colonialismo europeo alimentaba la necesidad de extraer recursos naturales, llevándolo a la práctica en las colonias, reforzando así la idea de una Natu- raleza que es fragmentada como un conjunto de recursos. Tabla 2. Distintos tipos de ecologías políticas con diferentes reconocimientos de sujetos de derechos y agentes políticos. Ecología política Comunidad de los agentes políticos Reconocimiento de sujetos de derechos Entidades externas a las comunidades políticas I Humanos Humanos Todos los animales, plantas, ambiente, Naturaleza, etc. II Humanos Humanos, animales, plantas, Naturaleza o Pachamama Todos los animales, plantas, ambiente, Naturaleza, etc. III Humanos, no-humanos Humanos y algunos animales, plantas, Naturaleza, etc. Algunos animales, plantas, am- biente, Naturaleza, etc. 9 En nuestras tierras, tanto en la colonia como con las jóvenes repúblicas, competíamos por aprender de esa ciencia del norte, se buscaba allí los modelos culturales a seguir, y se competía por exportar recursos naturales hacia las naciones etiquetadas como “más avanzadas”. Obsérvese que bajo este análisis, muchas de las EPs clásicas no deberían ser descritas en sentido estricto como una im- posición de una “política europeizada”, ya que la Moderni- dad tal como es entendida aquí, se construyó simultánea- mente en varios ámbitos geográficos y culturales. Con ello aparecen las ideas y los mitos de América Latina como depositaria de enormes riquezas ecológicas, la admi- ración de “nobles salvajes” que vivirían en comunión con la Naturaleza, o su reverso, el menospreciar a los indígenas como un elemento más de los ambientes silvestres que debían ser civilizados. A su vez, el sentido de superioridad de un cierto saber o del poder de la metrópolis, donde el continente debía suministrar recursos naturales, se nutría tanto de la imposición externa como de la adhesión interna. En cuestiones ambientales esto fue muy evidente con, por un lado la masiva llegada de naturalistas para describir nuestra fauna, flora y geografía, y por otro lado, por el envío de los jóvenes a estudiar en Europa para luego repro- ducir aquí ese mismo tipo de saberes y relaciones con el entorno. Por este tipo de razones, entiendo que es más apropiado referirse a un conjunto de EPs dentro de la Mo- dernidad. Ese proceso ha estado en marcha también en el siglo XX, donde la política se ha ampliado (aunque en un inicio en- tendida especialmente como un asunto de elites, varones y blancos, sucesivamente se debió abrir a las mujeres, otros grupos raciales, etc.). A su vez, se han introducido nuevos saberes expertos, se configuran los campos de las políticas públicas, y dentro de ellas aquellas referidas al ambiente. Por todo esto, considero que una de las más recientes inno- vaciones de la Modernidad ha sido precisamente el surgi- miento de muchas de las EPs. Bajo la visión convencional, las políticas son asunto de los humanos, y ellos actúan en ese campo como ciudadanos (con derechos y obligaciones). Son éstos quienes deciden qué hacer o no hacer con el ambiente. El ambiente, en cual- quiera de sus entendimientos (ecosistemas, paisajes, biodi- versidad, naturaleza, etc.), es un ámbito externo a las co- munidades políticas. Se cae en un dualismo, donde los humanos están de un lado, y ellos llevan adelante distintas interpretaciones sobre el ambiente (o sus análogos). Como puede verse esto responde a las EPs del primer tipo. Serán las EPs que son realistas y esencialistas, o los norma- tivistas enmarcados en las ideologías contemporáneas con- vencionales (como liberales,socialdemócratas e incluso marxistas), las que más claramente muestren ese talante de la Modernidad. Entienden que existe un mundo “real” ex- terno, descifrable por la ciencia (donde operan la ecología biológica y otras ciencias ambientales), y es ese saber ex- perto el que brinda las mejores herramientas para lidiar con la crisis ambiental. Son EPs que requieren de esos aportes para poder promover un debate político informado, supues- tamente racional y efectivo. Podemos encontrar muchos ejemplos de esta situación, tales como los aportes de los expertos sobre cambio climático, las alertas sobre la caída de la biodiversidad, etc., y de allí las discusiones políticas sobre cómo construir políticas públicas, en cuestiones tales como el papel del Estado, el rol de los mercados, etc. Este es un conjunto diverso, y en su interior hay acalorados debates, como por ejemplo las agudas críticas del ecosocia- lismo contra los ambientalistas neoliberales. A su vez, dentro de la Modernidad es posible representar y reconfigurar las ideas de ecología o Naturaleza como fuente de inspiración para una moral que cambie la relación con el ambiente. Es más, estas posturas se pueden superponer con las de una ecología como disciplina científica que debe determinar las políticas ambientales. Finalmente, deseo señalar que no considero que las conse- cuencias de las distintas EPs propias de la Modernidad sean iguales. Por el contrario, existen diferencias muy importan- tes. Por ejemplo, a mi modo de ver, hay algunas de ellas que no contribuyen a solucionar los actuales problemas ambientales sino que a la larga los agravan. En este caso se encuentran, como ejemplo, las EPs normativas orientadas al mercado como solución a los problemas ambientales, refor- zadas por disciplinas interaccionistas como la economía ambiental, que convierte a la Naturaleza en capital natural o un conjunto de bienes y servicios ambientales a vender. En cambio, otras EPs brindan mejores herramientas para cons- truir alternativas, como ocurren con las posturas que se articulan con visiones organicistas de la Naturaleza (como la idea de Pachamama) o que sirven para deconstruir las hebras de poder que sostienen el desarrollo (como las post- constructivistas) Ecologías políticas y ontologías El análisis precedente muestra que la meta-política que sostiene las EPs del primer tipo, tales como aquellas que son esencialistas y realistas, son propias de la Modernidad. A su vez, las EPs que admiten los derechos de la Naturaleza ya rompen con uno de los fundamentos de la Modernidad, donde sólo se reconoce la categoría de derechos a los hu- manos. Las EPs del tercer tipo, con la ampliación de la co- munidad de agentes políticos, se aleja todavía más de la Modernidad. Dicho de otra manera, las EPs de tercer tipo resultan de otros modos de entender el mundo, de otras cosmovisiones. Esta particularidad debe ser analizada con detalle, y para hacerlo aquí se apela a la categoría de ontología. Me sumo con ello a las tendencias recientes que usan esa idea (por ejemplo, Rocheleau y Roth, 2007, Castree, 2003, o Esco- bar, 2010), y entre ellas me adhiero a las reflexiones pro- movidas por Marisol de la Cadena (University California, Davis), Arturo Escobar (University North Carolina) y Ma- rio Blaser (University Newfoundland). En este documento de trabajo entiendo a una ontología como los modos por los cuales se asumen, sienten, entienden y comprenden las personas a sí mismas y al mundo. Siguiendo a Blaser (2013), ésta es conceptualizada en tres planos. El primero se refiere a los modos de comprender el mundo, los supues- Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 10 tos que se asumen, sobre qué cosas existen o pueden existir, y cuáles podrían ser sus condiciones de existencia, relacio- nes de dependencia, etc. El segundo señala que las prácticas concretas también generan y reproducen una ontología. Por ejemplo, cuando el gestor dentro de un área protegida in- troduce o extirpa una especie, no sólo está entendiendo que el ambiente es un ecosistema donde sus piezas se pueden manipular, sino que con ello “crea” un entorno que es un sistema. De esta manera, las prácticas tienen consecuencia performativas en construir y reproducir un tipo de cosmovi- sión. El tercer aspecto aludido por Blaser reside en la im- portancia de los “relatos” y “mitos”, ya que allí se hacen explícitos los supuestos sobre las cosas y las relaciones de una cosmovisión con sus propios criterios de veracidad. Se podría argumentar que estamos entrando en terrenos cada vez más alejados de la práctica de la ecología política. Sin embargo, a mi modo de ver estas cuestiones guardan relaciones íntimas con las EPs. En efecto, los entendidos de la ecología, la política, y con ello de las ecologías políticas siempre son parte de una cierta ontología. No sólo limitan los entendimientos sobre lo social y lo ambiental, sino que incluso condicionan, por ejemplo, las interrogantes de las investigaciones o el abanico de opciones de políticas am- bientales. Pero por si fuera poco, la ontología de la Moder- nidad es la dominante en la actualidad, y ella es la que ali- menta y sostiene las actuales estrategias de desarrollo con todos sus impactos sociales y ambientales. Es una ontología profundamente antropocéntrica, donde la Naturaleza siem- pre será un agrupamiento de objetos, y promueve posturas utilitaristas, de manipulación y control. Sus resultados están a la vista en la creciente pérdida de recursos naturales, y las alternativas más recientes que se presentan dentro de ese marco, como la economía verde, siguen encerradas en la misma perspectiva utilitarista. El abordaje desde las ontologías permite hacer nuevas pre- guntas que antes parecían inconcebibles. Por ejemplo, no se apunta a una discusión sobre las diferentes interpretaciones de la realidad, ya que eso sería una postura esencialista. Sino que, parafraseando a John Law, es preguntarse si es simplemente que diferentes personas tienen distintas creen- cias sobre la realidad, o que, diversas realidades se están haciendo en distintas prácticas (véase por ejemplo, Law, 2011). La primera pregunta se abordaría a partir de las epistemologías, culturas, etc., mientras que la segunda es propia del campo de las ontologías. Estas tampoco deben ser confundidas con las diversidades culturales en concebir el ambiente o la Naturaleza, ya que las aproximaciones cultural y ontológica son distintas (Halbmayer, 2012). Esta- blecidos estos conceptos, es posible regresar a los distintos tipos de EPs presentados en la Tabla 2, para un nuevo análi- sis que se complemente con los anteriores. Las ecologías políticas tipo I son aquellas restringidas a los entendimientos de la Modernidad, donde hay una dualidad entre Naturaleza y sociedad. Los humanos son los únicos agentes políticos, que poseen derechos y pueden discutir y argumentar sobre sus asuntos y el ambiente. Son posturas antropocéntricas, y los humanos son los que controlan y manipulan a la Naturaleza para su propia utilidad. Las cien- cias convencionales, de tipo mecanicista, se ubican en esta tradición. La política es para una polis habitada exclusiva- mente por humanos. La Naturaleza es reconfigurada bajo distintos sucedáneos, como ambiente, ecosistema, bienes y servicios ambientales, etc., son objetos, y sólo son valorados en relación a la utili- dad o interés de las personas. Genera EPs que en cierta manera son performativas, ya que una vez que afirman que la política es solamente un asunto de humanos, como con- secuencia todos los no-humanos son excluidos y no tienen agencia. Existen fuertes debates entre distintas EPs de este tipo, pero incluso las que se presentan como más radicales no logran escapar del entramadode la modernidad. Por ejemplo, algunos defensores del ecosocialismo (que tiene destacada presencia en América Latina), cuestionan acertadamente los problemas originados en una apabullante ampliación del valor de cambio y de la financiarización sobre la Naturale- za. Pero sus alternativas son volver al valor de uso, y por lo tanto se mantienen dentro de la postura Moderna por la cual la Naturaleza no tiene valores propios, sino que éstos son atributos otorgados por las personas. Esto hace que ese ecosocialismo siga siendo antropocéntrico. La ontología de la Modernidad crea una historia que es lineal, que defiende las ideas de progreso, el papel clave de las ciencias y la técnica, y con ello todas sus ideas deriva- das, desde el desarrollo al de bienestar. No sólo eso, sino que tiene la particularidad de presentarse a sí misma como la única ontología posible, real y verdadera. Se naturaliza la idea que ese tipo de entendimiento del mundo es el más correcto y como contracara se excluyen todos los otros. Esto ocurre repetidamente con las EPs del primer tipo, como las que defienden el control y gerenciamiento de los ecosis- temas, o la mercantilización vía la “economía verde”. Son EPs en manos de expertos, entrenados en universidades, y los únicos capaces de dar opiniones formadas en los debates políticos. Los saberes no expertos, como los de comunida- des locales, son marginados, o bien deben ser recuperados, tamizados y traducidos a esas ciencias aceptadas. En los debates ambientales todos esperan contar con “expertos” en ciencias ambientales, pero nadie extraña la ausencia, por ejemplo, de “expertos” pachamámicos. Muchas EPs del primer tipo tienden a cancelar la diversidad de entendimientos distintos sobre la política, sociedad y la Naturaleza. Como ya se indicó antes, las EPs contructivistas y post-constructivistas han sido muy valiosas en mostrar esas limitaciones, pero ello también explica la frialdad en unos casos, y la resistencia en otros, con que son reconoci- das por el resto de los académicos. A mi modo de ver, las EPs convencionales del primer tipo tienen otro problema adicional. Crean la idea de que los problemas ambientales y sociales desencadenados por los desarrollos modernos, pueden ser solucionados por medio de políticas, ciencias y estrategias también modernas. Pero en el caso de la problemática ambiental, se está observando que eso no sólo no sucede, sino que hay un agotamiento en alternativas. Por ejemplo, la reciente propuesta de Naciones Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 11 Unidas de ir hacia una “Green economy” no es más que un nuevo traje para las opciones de un ambientalismo de tipo neoliberal basado en el mercado, una estrategia que ya se intentó décadas atrás y que fracasó. No veo ningún cambio radical en pasar de hablar sobre el “capital natural” a tratar sobre la economía de los “bienes y servicios ambientales”. Por lo tanto, una EP que decididamente busque salidas a los problemas ambientales debe necesariamente explorar los límites y fronteras de la ontología Moderna, y buscar ejem- plo e inspiraciones en otras ontologías distintas. Por ello es indispensable comenzar a pensar en las EPs del segundo y tercer tipo. Las EPs del tipo II son aquellas donde se critica y cuestiona el ámbito de la Modernidad, y en algunos casos se rompe con algunos de sus preceptos fundamentales. El caso más claro en América Latina ha sido la demanda para reconocer a la Naturaleza como sujeto de valor, y con ello sus dere- chos, y su equiparación con las ideas andinas de Pachama- ma. El reconocimiento de elementos o seres no-humanos como portadores de valor intrínseco es una postura biocéntrica que quiebra con el antropocentrismo de los modernos. Las EPs derivadas enfrentan importantes desafíos ya que deben construir políticas (como discusión pública) y políticas públicas donde lo no-humano tiene derechos, debe tener mecanismos de representación y salvaguarda, diferentes vías para su manejo judicial, y por si fuera poco, impone metas mucho más severas sobre la conservación. Los acto- res de la discusión política siguen restringidos a los huma- nos, pero debe incluir nuevos mecanismos y procedimien- tos de representación de lo no-humano. Estas EPs tipo II expresan situaciones de frontera, al apar- tarse de elementos claves del mundo moderno, aunque en varios casos ello proviene de críticas y cuestionamientos que nacen desde esa propia Modernidad. Ejemplos de esto son algunas de las discusiones en el ecofeminismo, los debates sobre ecocentrismo y biocentrismo, etc. En ciertos casos, son EPs que por un lado cuestionan duramente algu- nos elementos de la Modernidad, pero retienen otros que consideran positivos (por ejemplo, el concepto occidental de derechos humanos, la democracia, etc.). De todos mo- dos, hay un claro esfuerzo en ir más allá allá de la Moder- nidad, y no deberían ser entendidas como programas para mejorarla o completarla. Las EPs de tercer tipo son parte de otras ontologías (o bien, están en ontologías hibridadas con la Modernidad, pero con atributos que permiten reconocerlas como distintas). Esto se observa en nuestro continente con distintas posturas de pueblos indígenas que no reconocen la dualidad sociedad – Naturaleza, no ven a la historia como lineal, siempre hacia adelante, o consideran disparatadas las recetas sobre el desarrollo y el progreso. Sus comunidades son a la vez sociales y ambientales, o lo que nosotros entendemos como Naturaleza es para ellos un escenario donde coexisten por igual humanos y otros seres. Bajo estas concepciones, hay elementos no-humanos que pueden ser miembros de las comunidades políticas (sean animales, plantas o incluso cerros). Estos componentes son usualmente resistidos desde las ciencias Modernas, incluidas las ambientales. Es muy fre- cuente, por ejemplo, que esos otros entendimientos sobre el entorno aparecen como apéndices antropológicos en infor- mes técnicos, o que se obligue a quienes así viven a defor- mar y adaptar sus ideas a categorías Modernas como ecosis- tema, capital natural, etc. Pero si se desea avanzar más allá de las EPs tipo II, y cues- tionar todavía más la Modernidad, para buscar alternativas a ella, necesariamente debe buscarse inspiración en mundos no modernos. Como indicaba antes, las soluciones moder- nizadoras para la crisis ambiental parecen agotadas, pero es más que difícil concebir e incluso imaginar cosmovisiones distintas a las nuestras. Casi todos hemos sido socializados, educados y madurados en mundos modernos, y por ello sólo concebimos ese tipo de ordenamiento. Una fuente enorme para romper con esas precondiciones, es buscar inspiraciones, modelos y ejemplos en los sentires y enten- dimientos de otras ontologías. Este sendero no es sencillo, ya que unas ontologías muy distintas nos resultan inconce- bibles e incluso inconmensurables con la nuestra propia (Povinelli, 2001). A pesar de todas estas dificultades existen avances notables. Por un lado, las condiciones políticas especialmente en América del Sur impusieron un nuevo protagonismo políti- co a organizaciones e intelectuales indígenas. Esto permitió rescatar o hacer todavía más visible esas otras ontologías, y que ya no son sólo una rareza para el estudio de los antro- pólogos, sino que se las defiende como necesarios ingre- dientes para nuevas políticas. Es así que organizaciones indígenas batallan por centrar las políticas públicas en sus concepciones de la Pachamama, de los derechos de la Natu- raleza o del Buen Vivir. Por ejemplo, en varias regiones andinas aymara se defiende al ayllu como referente tanto social como ambiental. Este es un concepto que se refiere a personas que sólo son tales en una pareja (varón / mujer) yen una comunidad, pero donde esa comunidad no sólo in- cluye a otros humanos, sino a una Naturaleza y en un terri- torio específico. Por lo tanto la idea de ayllu no puede ser entendida como un sinónimo del concepto moderno de comunidad, y ésta debe ser contextualizada en su propia ontología. Las traducciones y analogías son útiles para avanzar, pero deben ser hechas con precaución, y teniendo siempre presente estas limitaciones. Por otro lado, en la comunidad académica hay intentos mucho más abiertos y permeables a estas posturas. Esto incluye por ejemplo los aportes sobre ontologías relaciona- les, hibridaciones, etc., por autores como los ya menciona- dos (Escobar, Blaser, Rocheleau, de la Cadena, etc.). Aquí se ubican las llamadas EPs postconstructivistas, las que son un conjunto muy diverso (y que por motivos de espacio no pueden ser analizadas aquí en detalle; ver Escobar, 2011). Pero es importante señalar que con ellas se rompen los límites del mundo social, aceptándose hibridizaciones, solapamientos y relaciones, entre humanos y no-humanos, sin verticalidades y más interactivas. El término de ontolo- gías relacionales seguramente deba ser revisado, ya que Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 12 siempre existen componentes relacionales, incluso en el dualismo entre sociedad y Naturaleza (excepto en una onto- logía monista, todas las demás ontologías tienen relaciona- lidades). Otro aporte importante proviene de antropólogos como el brasileño Eduardo Viveiros de Castro con sus ideas de perspectivismo / multiculturalismo, y el francés Philip Des- cola las de animismo. A su vez, los dos se nutren de sus propias experiencias con pueblos indígenas, el primero en Brasil y el segundo en Ecuador (como introducción véase Viveiros de Castro, 2004, y Descola, 2000, 2012). Tan sólo como ejemplo muy esquemático, en las ontologías alternas descritas por Viveiros de Castro, todos, tanto hu- manos como no-humanos, comparten un mismo espíritu (entendiéndola como un concepto emparentado con nuestra idea de cultura). Por lo tanto, los humanos y algunos anima- les son personas, viéndose mutuamente entre ellos de esa manera, lo que explica lidiar con personas-humanas, perso- nas-jaguar o personas-tapir. Obsérvese que bajo esta onto- logía, lo que podría entenderse como una comunidad políti- ca es de personas, pero no de “ciudadanos”, entremezclán- dose humanos y no-humanos. Una EP de tipo III deberá entonces lidiar con esta diversidad de actores, y explorar, por ejemplo, cómo llevar adelante los análogos a una eva- luación de impacto ambiental donde deberá consultar tam- bién a las personas-jaguar y personas-tapir. En las EPs del tercer tipo donde las ontologías reconocen seres o entidades no-humanas con sentimientos, reflexivi- dad, animación, intencionalidad, etc., éstos interactúan, se comunican, o se hacen presentes de diversas maneras (en forma directa, o por intermediarios, como por ejemplo chamanes o líderes religiosos). Como la comunicación es posible o la expresividad es reconocida, esos entes no- humanos inciden sobre las discusiones políticas. Son por lo tanto, redes relacionales con múltiples actores, y no una dicotomía social / natural. En cambio, en la ontología mo- derna, la intermediación que pueda hacer, por ejemplo un ecólogo con sus indicadores de biodiversidad, en su misma expresión despoja a esos seres de toda agencia política. Los tres tipos de EPs no deben entenderse como categorías rígidas, sino que existen distintos pasajes de una a otra. En particular, las de tipo II desempeñan papeles muy importan- tes en dejar en evidencia los límites de las categorías mo- dernas, y abren las puertas a explorar las EPs del tercer tipo. Las cuestiones de ética son muy relevantes, como puede verse por la discusión sobre los derechos de la Naturaleza en varios países sudamericanos. A su vez, como estas EPs de segundo tipo están en parte dentro de la Modernidad, tienen enormes potencialidades de introducir cambios en las políticas públicas, la gestión ambiental, la institucionalidad, etc. Dicho de otro modo, las EPs de tipo II se inspiran en algunas posturas no-Modernas para cambiar la instituciona- lidad y política moderna. Admito que de todos modos existen potenciales problemas con la terminología. Es claro que las EPs de tipo I entienden la política en su sentido moderno. Es más, se puede recono- cer que algunas de las ecologías políticas han reformulado la polis para incluir los ambientes modificados por los hu- manos, o han intentado rescatar áreas silvestres legitimando que se las coloque dentro de sistemas de áreas protegidas. Las EPs tipo II atacan las concepciones convencionales de los derechos, y con ello introducen modificaciones sustan- ciales en varios aspectos, como las políticas públicas, la ciudadanía, etc. (discutidas en Gudynas, 2014). Pero el debate político sigue siendo entre humanos, aunque en ellas se obligue a otorgar otra validez y legitimidad a otras con- cepciones de la Naturaleza, como la Pachamama (tal como contempla la Constitución de Ecuador). Pero se puede sos- tener que en las EPs del tercer tipo no hay política, en tanto éste es un concepto Moderno. Como éstas EPs se constru- yen desde pluralidad de ontologías, la centralidad de la idea moderna de política queda desplazada. Incluso, para algu- nas de esas ontologías no hay Naturaleza ni ecosistema, ya que también son ideas modernas. Por ejemplo, en visiones peruanas del Buen Vivir, los entendimientos sobre la chacra (lo que sería en parte análogo a nuestra idea de ambiente), incluyen saberes y sentimientos que deben “germinarse”, de donde el análogo al experto occidental es, en esa otra onto- logía, un agricultor de saberes en la tierra. Esto permite señalar otros importantes aportes de las EPs de tipo II y III, algunos de los cuales pasan desapercibidos. Estas ponen en discusión nuestras preconcepciones sobre los humanos como “animales políticos” o el sentido que toma la idea de comunidad política. Pero a su vez, sirve para explorar, entender y rescatar otras ideas sobre el am- biente, la Naturaleza, etc. Y, como ya se adelantó antes, son esenciales para imaginar alternativas a la Modernidad. Los latinoamericanos poseen ahora la ventaja de poder explorar y construir EPs del tercer tipo desde líderes e inte- lectuales indígenas. Este es un atributo que no se debería desechar, en especial frente a críticas a la Modernidad que se hacen en centros académicos de países industrializados que, por momentos parece un ejercicio teórico aristocrático (una reacción a veces inevitable con algunas posiciones de Bruno Latour). De todos modos, un examen desde las EPs muestra que esas otras ontologías enfrentan enormes problemas prácticos para imponerse en los debates públicos y para generar polí- ticas públicas y gestión ambiental. Entre algunos de los problemas más agudos en la actualidad en América Latina se encuentra la penetración perversa de la compensación económica como medio para resolver la pobreza y otros problemas sociales, y los impactos ambientales. Las com- pensaciones económicas (un evidente instrumento de la Modernidad) se expande en comunidades campesinas e indígenas, transformando sus ontologías no-modernas. En otros casos, los gobiernos abordan categorías como el Buen Vivir, que en sus versiones originales daban lugar a otras ontologías, para reformularlo como una variedad criolla de socialismo, y por lo tanto, convirtiéndolo en un nuevo tipo de desarrollo ajustado a la Modernidad. Disputas ambientales y choques ontológicos Las EPs del primer tipo en general son incapaces de recono- cer su propia ontología como una versión entre muchas Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 13 otras.No sólo eso, sino que en algunos casos genera unas ecologías políticas que activamente lo impiden. Esta com- pleja situación se puede describir apelando a tres ejemplos: Desde posturas políticas conservadoras, el ambientalismo del libre mercado cancela la diversidad cultural en entender al ambiente y las posturas de los humanos ante éste, redu- ciéndolo a un utilitarismo antropocéntrico, sobre todo ex- presado en la valoración económica. Sea la riqueza ecológi- ca de un sitio evaluada por los ecólogos biológicos, el saber campesino sobre los suelos, o la sensibilidad indígena fren- te a un cerro, todo ello es reducido a una valoración eco- nómica para ser colocada dentro de análisis costo/beneficio. La ecología política de los liberales también encasilla la diversidad de las ontologías colocándola en el campo de la multiculturalidad. Son los entendimientos de minorías o grupos marginales, que deben ser tolerados, pero que no tienen canales efectivos para cambiar las dinámicas cultura- les de las mayorías. Aquí se inscriben los programas “mul- ticulturales” clásicos, que encasillan a los pueblos indíge- nas. Finalmente, existen políticas de inspiración socialista o marxista, que más allá de sus intenciones, se mantienen dentro del mito del progreso y la linealidad de la historia, y del sitial privilegiado otorgado al ser humano como el único agente político y moral. El caso más claro son los intentos en Ecuador de reposicionar los derechos de la Naturaleza dentro de una variedad de socialismo que se presenta como biosocial, comunitario y republicano, defendiendo los ex- tractivismos como modo de ejercer el valor de uso sobre los recursos naturales. A mi modo de ver, las EPs modernas no sólo son el “resul- tado” de la ontología de la Modernidad, sino que en estos momentos son herramientas importantes en mantener y reproducir esa ontología. No puede negarse que la crisis ambiental desencadena muchas dudas y alertas sobre la marcha de nuestro modo de entender la vida, y que aumen- tan las presiones por un cambio de rumbo. En América Latina esto se observa muy especialmente con la oleada de extractivismos en todos los países, y tanto por derecha como por izquierda. Por lo tanto, la ontología moderna intenta remontar las contradicciones ecológicas, cerrar las brechas abiertas por los impactos sociales y ambientales, y generar la ilusión de soluciones ecológicas futuras. En ese sentido, en especial las EPs normativas como las de la “green economy”, el optimismo de solución tecnológica de los impactos ambientales, y otras tantas, ofrecen discursos, legitimaciones y acciones materiales que son muy efectivas en sostener esta ontología y excluir otras. Son EPs que dicen que enfrentan la crisis ambiental, pero en realidad refuerzan los más profundos mecanismos que la causan. De todos modos, los conflictos ambientales ponen en evi- dencia otras formas de valoración (EPs tipo II) y otras onto- logías (EPs tipo III). Es así que en los conflictos ambientales latinoamericanos toda esta problemática se hace muy evi- dente. Sin embargo, las aproximaciones convencionales a los conflictos son en casi todos los casos típicas de la Moderni- dad, y por lo tanto se ubican en algunas de las diferentes variedades de EPs del primer tipo. Son perspectivas de aná- lisis o de gestión que abordan cuestiones como acceso a recursos y su distribución, desigualdades o injusticias, y así sucesivamente. Sin duda unas son mejores que otras. Pero el punto que deseo señalar es que no están organizadas como instrumentos para lidiar con conflictos o contradic- ciones ontológicas. Es que muchos conflictos ambientales actuales en América Latina son a la vez disputas sobre acceso y distribución, pero también confrontaciones sobre cómo se entiende y siente la sociedad y la Naturaleza. En ellas, la propia concepción de la política (como politics) está también en discusión, ya que los actores que pueden participar, los medios de expresión, los escenarios, etc., pueden ser muy diversificados. Las EPs clásicas no están capacitadas para lidiar con esto, y a lo sumo lo encajonan en las cuestiones de diversidad cultural, perdiendo de vista que son elementos centrales en las disputas ambientales. Allí aparecen posturas donde grupos indígenas reaccionan en defensa de ambientes tropicales al entender que se están asesinando sus hermanos y hermanas pumas, jaguares, etc. O comunidades andinas que expresan el enojo de los cerros. Sin olvidar grupos amazónicos que resisten el ingreso de petroleras más allá de todo el dinero que el gobierno les ofrece para compensarles por los impactos. Prioridades y orientaciones para América Latina Es oportuno ofrecer al menos algunos primeros aportes sobre cuáles deberían ser las condiciones y prioridades de una ecología política hecha desde, y para América Latina. Recordando, una vez más que estas son observaciones preliminares, se puede comenzar por el contexto de las ecologías políticas entendidas como disciplinas académicas. Una EP latinoamericana está inmersa en marcos globales, con todo lo bueno y malo que ello implica. Las investiga- ciones o las prácticas se pueden nutrir de ideas y experien- cias en marcha en otros rincones del mundo. Es posible ahora contar con mejor acceso a publicaciones, reportes, videos, etc., que se realizan en otros continentes. Pero ade- más, la ecología política como práctica académica está muy influenciada por una institucionalidad afincada en los cen- tros universitarios del hemisferio norte. Para muchos, la mejor ecología política es aquella que aparece en artículos en journals, en inglés, atendiendo a condiciones como los indicadores de impacto, los índices de citaciones, etc. No son pocos los jóvenes latinoamericanos que estudian en esos centros, y por lo tanto deben cumplir con esos requisi- tos y ajustarse a las modas de los debates académicos. O profesores universitarios que deben recorrer caminos más o menos similares dadas las tendencias de nuestras institucio- nes de estudio de insistir en las mismas prácticas. Es cierto que en muchos casos, diversos aportes en EP desde América Latina necesitan ganar en rigurosidad, y en varios casos las investigaciones que se hacen desde esos centros universitarios en el norte ofrecen muchas lecciones que deben ser aprendidas. Esto incluye mejorar la presentación Ecologías políticas – Gudynas – Documentos Trabajo CLAES 2014 14 de los datos, la discusión teórica, el manejo de la bibliogra- fía, la rigurosidad en los artículos, etc. Pero también se debe advertir que esa gobernanza académica del norte impone condiciones que en muchos casos ahogan intentos origina- les propios del sur. En buena medida, la discusión sobre EP ha sido un diálogo entre académicos del norte, desarrollado casi todo en inglés, en congresos y journals. Los casos de estudio, las particularidades de las ecologías políticas loca- les, etc., apenas son atendidas (una bienvenida excepción es la revisión de Kim et al, 2012). Son pocos los latinoamericanos que entran a ese círculo, y entre ellos, varios están radicados en Estados Unidos o Europa. En cambio, las voces latinoamericanas son margi- nales. Esto no deja de ser paradojal, ya que muchos papers en los journals se refieren a casos latinoamericanos, y re- sultan de la visita de investigadores del norte que entrevis- taron actores locales en nuestro continente. No me estoy refiriendo con esto a las intencionalidades, y por cierto que hay muchos amigos y colegas del norte que por años han tenido compromisos de apoyo con lo que sucede en Améri- ca Latina. Pero entiendo necesario dejar en claro que más allá de esas circunstancias, la institucionalidad académica global sigue mostrando enormes asimetrías, verticalidades en el poder, restricciones
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