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Copia de We were liars (español)

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Queridos Colegas: 
No es frecuente que escriba una carta pidiendo al lector que haga esto, 
pero por favor confía en mí. No te contaré la trama de este libro. Es mejor 
para ti que lo leas. Entre las tapas encontrarás: 
 
la hermosa familia Sinclair en una isla privada azotada por el viento, 
cuatro amigos que son incondicionalmente leales los unos a los otros, 
un montón de bromas ingeniosas, 
y desesperado amor verdadero. 
 
 También… 
secretos de familia, 
alucinaciones, 
un accidente terrible, 
y muchos Golden Retrievers. 
 
We Were Liars es deslumbrante. Es suspense, literario y romántico. Es una 
moderna historia de suspense laberíntico de la homenajeada E. Lockhart 
con el premio Printz y finalista del premio del libro nacional. No necesitas 
saber más. Más sería estropearlo. 
Léalo. 
Creo que querrás hablar de este libro con otra persona que lo haya leído 
también. Así que lee este ARC y dale un duplicado a un amigo, ¡y deja que 
la conversación comience! 
Hagas lo que hagas, no se lo estropees a otra persona que no lo haya leído 
aún. 
Y si alguien te pregunta cómo termina, simplemente MIENTE. 
 
Mis mejores deseos, 
 
 
 
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Esta traducción se ha hecho sin fines de lucro, 
con el único propósito de compartir la obra del autor 
en aquellos lugares donde no llega en español. 
Puedes apoyar al autor comprando sus libros y 
siguiéndole en sus redes sociales. 
¡Disfruta tu lectura 
 
Cúpula de Libros 
 
 
 
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Staff 
Coordinadora 
Silvia Charlotte 
 
 TRADUCTORES Corrección 
 Adriana Danaet Adriana Danaet 
 Ainoa Domínguez Amayrani Torres 
 Abby Lu Dany Guz 
 Amayrani Torres Evelin Mújica 
 Ariana Carrillo M. Arte 
 Carolina Carrizales Rocio Vago 
 Dany Guz 
 Efra Sierra 
 Elisa Daniel 
 Evelín Mújica 
 Fefe Isa Corrección final y Edición 
 Marina Olivares Silvia Charlotte 
 M. Arte 
 Pablo Cardona 
 Pam2636 
 Rocio Vago 
 Yada López 
 Silvia Charlotte 
 
 
 
 
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Sinopsis 
 
Una hermosa y distinguida familia. 
Una isla privada. 
Una chica brillante y dañada, un chico apasionado y amable. 
Un grupo de cuatro amigos —Los Mentirosos— cuya amistad se vuelve 
destructiva. 
Una revolución. Un accidente. Un secreto. 
Mentiras sobre mentiras. 
Amor verdadero. 
La verdad. 
 
We Were Liars es una moderna y sofisticada novela de suspenso de la 
ganadora del National Book Award y Printz Award, E. Lockhart. 
Léelo. 
Y si alguien pregunta cómo termina, solo MIENTE. 
 
 
 
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Índice 
 
 
 Portada 
 Carta del Publicista 
 Staff de Traducción 
 Sinopsis 
 Mapas 
 Árbol Genealógico 
 Primera Parte: Bienvenida 
 Capítulos 1 al 15 
 Segunda Parte: Vermont 
 Capítulos 16 al 22 
 Tercera Parte: Verano Diecisiete 
 Capítulos 23 al 57 
 Cuarta Parte: Mira, Un Incendio 
 Capítulos 58 al 79 
 Quinta parte: Verdad 
 Capítulos 80 al 87 
 Agradecimientos 
 Sobre el Autor 
 
 
 
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PRIMERA PARTE 
 
Bienvenida 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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BIENVENIDOS A la hermosa familia Sinclair. 
Nadie es un criminal. 
Nadie es un adicto. 
Nadie es un fracaso. 
Los Sinclair son atléticos, altos y hermosos. Somos una familia rica 
Demócrata. Nuestras sonrisas son amplias, nuestras barbillas cuadradas y 
nuestros juegos de tenis son agresivos. 
No importa si el divorcio despedaza los músculos de nuestros corazones, 
así que difícilmente éstos laten sin luchar. No importa si el dinero del 
fondo fiduciario se está acabando; si no pagamos los recibos de las 
tarjetas de crédito que están en la barra de la cocina. No importa si hay un 
cúmulo de medicamentos en la mesa de noche. 
No importa si alguno de nosotros está desesperadamente enamorado. 
Tan enamorado, que se deban tomar medidas desesperadas. 
Somos los Sinclair. 
Nadie está necesitado. 
Nadie está mal. 
Vivimos, por lo menos en el verano, en una isla privada frente a la costa de 
Massachusetts. 
Tal vez sea todo lo que necesitas saber. 
 
 
 
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MI NOMBRE COMPLETO ES Cadence Sinclair Eastman. 
Vivo en Burlington, Vermont, con Mamá y tres perros. 
Ya casi tengo dieciocho años. 
Soy dueña de una –muy bien usada—tarjeta de biblioteca y no mucho 
más, aunque también es verdad que vivo en una casa enorme, llena de 
objetos carísimos e inútiles. 
Solía ser rubia, pero ahora mi cabello es negro. 
Solía ser fuerte, pero ahora soy débil. 
Solía ser bonita, pero ahora parezco enferma. 
Es verdad que soporto migrañas desde mi accidente. 
Es verdad que no soporto tonterías. 
Me gusta el cambio de significados. ¿Ves? Soporto migrañas. No soporto 
tonterías. La palabra significa casi lo mismo que en la frase anterior, pero 
no completamente. 
Soportar. 
Podrías decir que significa sufrir, pero eso no es exactamente correcto. 
 
Mi historia comienza antes del accidente. Junio del verano en el que yo 
tenía quince años, mi padre huyó con alguna mujer a la que amaba más 
que a nosotros. 
Papá era un profesor de historia militar medianamente exitoso. En ese 
entonces yo lo adoraba. Él llevaba chaquetas de lana. Estaba demacrado. 
Bebía té con leche. Era aficionado a los juegos de mesa y me dejaba ganar, 
le gustaban los barcos y me enseñó a navegar en kayak, amaba las 
bicicletas, libros y museos de arte. 
 
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A él nunca le gustaron los perros y una señal de cuánto amaba a mi madre 
era que dejaba que nuestros Golden Retrievers durmieran en los sillones y 
los paseara tres millas cada mañana. Tampoco le agradaban mucho mis 
abuelos, y una señal de cuánto nos quería a las dos –a mí y a mi madre—
era que pasaba cada verano en la Casa Windemere en la Isla Beechwood, 
escribiendo artículos de guerras luchadas mucho tiempo atrás y vistiendo 
una sonrisa para nuestros parientes en cada comida. 
Ese Junio, verano de los quince, Papá anunció que se iba y partió dos días 
después. Le dijo a mi madre que él no era un Sinclair, y no podía intentar 
ser uno durante más tiempo. No podía sonreír, no podía mentir, no podía 
ser parte de aquella hermosa familia en aquellas hermosas casas. 
No podía. No quería. No lo haría. 
Ya había contratado camionetas de mudanza. Y rentado una casa también. 
Mi padre colocó la última maleta en el asiento trasero del Mercedes 
(dejaba a Mamá solamente con el Saab), y encendió el motor. 
Luego sacó una pistola y me disparó en el pecho. Yo estaba de pie en el 
césped y me caí. El agujero de la bala era amplio y el corazón salió de mi 
caja torácica cayendo en una cama de flores. La sangre brotaba 
rítmicamente de la herida abierta, 
después de mis ojos, 
mis oídos, 
mi boca. 
Sabía como a sal y a fracaso. La vergüenza de no ser amada, colorrojo 
brillante, empapó el césped en frente de nuestra casa, los ladrillos del 
sendero, los escalones hacia el pórtico. Mi corazón se contrajo entre las 
peonías como una trucha. 
Mamá espetó. Dijo que tenía que controlarme. 
Sé normal, ahora. Ahora mismo, me dijo. 
Porque lo eres. Porque puedes serlo. 
 
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No hagas una escena, me dijo. Respira y recomponte. 
Hice lo que me pidió. 
Ella era todo lo que me quedaba. 
Mamá y yo levantamos en alto nuestras barbillas cuadradas mientras Papá 
conducía por la colina. Después nos metimos en la casa y tiramos los 
regalos que él nos había dado: joyas, ropas, libros, cualquier cosa. En los 
días siguientes nos deshicimos del sofá y los sillones que mis padres 
habían comprado juntos. Seguidos por la porcelana de la boda, la plata y 
las fotografías. 
Compramos muebles nuevos. Contratamos a un decorador. Hicimos un 
pedido de cubertería de plata de Tiffany. Pasamos un día caminando entre 
galerías de arte y compramos pinturas para cubrir los espacios vacíos en 
las paredes. 
Buscamos a los abogados de mi abuelo para asegurar los bienes de Mamá. 
Después empacamos nuestras maletas y nos fuimos a la Isla Beechwood. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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PENNIE, CARRIE Y Bess son hijas de Tipper y Harris Sinclair. Harris obtuvo 
su dinero con veintiún años, después de Harvard y expandió su fortuna 
haciendo negocios que nunca me interesé en comprender. Heredó casas y 
tierras. Tomó decisiones inteligentes en el mercado de valores. Se casó 
con Tipper y la mantuvo en la cocina y en el jardín. La puso en exhibiciones 
de perlas y en barcos de vela. A ella parecía gustarle. 
El único fracaso de mi abuelo fue que nunca tuvo un hijo, pero no importa. 
Las hijas Sinclair estaban bronceadas y bendecidas. Altas, agraciadas y 
ricas, esas chicas eran como Princesas de un cuento de hadas. Eran 
conocidas a lo largo de Boston, el campus de Harvard y el Viñedo de 
Martha por sus cárdigans de cachemira y grandiosas fiestas. Nacieron para 
ser leyendas. Hechas para príncipes y escuelas de la Ivy League, estatuas 
de marfil y casas majestuosas. 
El abuelo y Tipper amaban tanto a las chicas que no podían decir a quién 
amaban más. Primero Carrie, luego Penny, luego Bess, luego Carrie de 
nuevo. 
Había bodas ostentosas con salmón y arpistas, brillantes nietos rubios y 
divertidos perros rubios. Nadie podía haber estado más orgulloso de sus 
chicas americanas de lo que Tipper y Harris estaban, en ese entonces. 
Construyeron tres casas nuevas en su escarpada isla privada y a cada una 
le dieron un nombre: Windemere para Penny, Red Gate para Carrie y 
Cuddledown para Bess. 
Yo soy la nieta mayor Sinclair. Heredera de la isla, la fortuna y las 
expectativas. 
Bueno, probablemente. 
 
 
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YO, JOHNNY, MIRREN y Gat. Gat, Mirren, Johnny y yo. 
La familia nos llamaba los Mentirosos y probablemente lo merecemos. 
Somos casi de la misma edad y todos cumplimos años en otoño. La 
mayoría de los años en la isla hemos estado en problemas. 
Gat comenzó a venir a Beechwood el año en que nosotros teníamos ocho 
años. Verano ocho, lo llamamos. 
Antes de eso, Mirren, Johnny y yo no éramos Mentirosos. No éramos nada 
más que primos, y Johnny era un fastidio porque no le gustaba jugar con 
las niñas. 
Johnny es rechazo, esfuerzo y sarcasmo. En aquel entonces él colgaba 
nuestras Barbies del cuello o nos disparaba con armas hechas de Lego. 
Mirren, ella es azúcar, curiosidad y lluvia. En aquel entonces ella pasaba 
largas tardes con Taft y los gemelos, chapoteando en la gran playa, 
mientras yo dibujaba sobre papel cuadriculado y leía en la hamaca en la 
terraza de la casa Clairmont. 
Luego Gat vino a pasar veranos con nosotros. 
El esposo de la tía Carrie la dejó cuando estaba embarazada del hermano 
de Johnny, Will. No sé qué pasó. La familia nunca habla de eso. Para el 
verano ocho, Will era un bebé y Carrie ya estaba con Ed. 
Este Ed, era un comerciante de arte y adoraba los niños. Eso fue todo lo 
que escuchamos de él cuando Carrie anunció que lo iba a llevar a 
Beechwood, junto con Johnny y el bebé. 
Fueron los últimos en llegar ese verano y la mayoría estábamos en el 
muelle esperando que el barco llegara. El abuelo me levantó para que 
 
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pudiera saludar a Johnny, que estaba vistiendo un chaleco salvavidas 
naranja y gritando sobre la proa. 
La abuela Tipper se paró al lado nuestro. Se alejó del barco por un 
momento, alcanzó su bolso y sacó una menta blanca. La desenvolvió y la 
puso en mi boca. 
Mientras veía al barco de nuevo, la cara de la abuela cambió. Entrecerré 
los ojos para ver lo que ella estaba viendo. 
Carrie se bajó con Will en su cintura. Él estaba en un salvavidas de bebé 
amarillo y realmente no era nada más que un choque de cabello blanco-
rubio dando la cara hacia ella. Hubo una ovación cuando lo vieron. Aquel 
salvavidas, que todos habíamos usado cuando éramos bebés. El cabello. 
Qué hermoso es este niño pequeño que no conocíamos todavía, es 
obviamente un Sinclair. 
Johnny saltó del barco y aventó su propio salvavidas en el muelle. La 
primera cosa que hizo fue correr hasta Mirren y la pateó. Luego me pateó 
a mí. Pateó a los gemelos. Caminó hacia nuestros abuelos y se enderezó. 
“Es bueno verlos, Abuela y Abuelo. Espero con ansias un verano feliz.” 
Tipper lo abrazó. –Tu madre te dijo que dijeras eso, ¿verdad? 
—Sí —dijo Johnny—. Y yo tengo que decir, que es bueno verte de nuevo. 
—Buen chico. 
—¿Me puedo ir ahora? 
Tipper besó su mejilla pecosa. –Está bien, vete. 
Ed siguió a Johnny, parándose para ayudar a los empleados a bajar el 
equipaje del barco de motor. Él era alto y delgado. Su piel era muy oscura: 
Herencia Indígena, más tarde vamos a aprender de eso. Usaba lentes con 
marco oscuro y estaba vestido en ropa pulcra de ciudad: un traje de lino y 
una camisa rayada. El pantalón estaba arrugado del viaje. 
El abuelo me bajó. 
 
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Los labios de La abuela Tipper se convirtieron en una línea recta. Luego 
mostró todos sus dientes y se adelantó. 
—Tú debes de ser Ed. Que encantadora sorpresa. 
Le dio la mano. –¿Carrie no les dijo que veníamos? 
—Claro que sí. 
Ed miró alrededor a nuestra blanca, blanca familia. Se giró a ver a Carrie. 
—¿Dónde está Gat? 
Le hablaron y salió del interior del barco, quitándose su chaleco 
salvavidas, mirando hacia abajo para desabrocharse las hebillas. 
—Mamá, Papá —dijo Carrie—, trajimos al sobrino de Ed para que juegue 
con Johnny. Éste es Gat Patil. 
El abuelo alcanzó y palmeó la cabeza de Gat. –Hola, joven. 
—Hola. 
—Su padre acaba de fallecer este año —explicó Carrie—. Él y Johnny son 
los mejores amigos. Será una gran ayuda para la hermana de Ed si lo 
cuidamos durante unas semanas. Y, ¿Gat? Vas a tener comidas al aire libre 
e ir a nadar como lo hablamos. ¿Está bien? 
Pero Gat no contestó. Me estaba mirando a mí. 
Su nariz era dramática, su boca dulce. Piel de color marrón oscuro, cabello 
negro y ondulado. Cuerpo cableado con energía. Gat parecía cargado para 
el verano. Ambición y café fuerte. Podría haberlo observado por siempre. 
Nuestros ojos se encontraron. 
Giré y corrí. 
Gat me siguió. Podía escuchar sus pies atrás de mí en la pasarela de 
madera que atraviesa la isla. 
Seguí corriendo. Él continuó siguiéndome. 
Johnny persiguió a Gat. Y Mirren persiguió a Johnny. 
 
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Los adultos se quedaron hablando en el muelle, rodeando educadamente 
a Ed, arrullando al bebé Will. Los pequeños hacían lo que sea que hacen 
los pequeños. 
Nosotros cuatro paramos de correr en la pequeña playa debajo de la Casa 
Cuddledown. Es un pequeño trecho de arena con grandes rocas a cada 
lado. Nadie la usaba mucho en aquel entonces. La playa grande tenía 
arena más suave y menos algas.Mirren se quitó los zapatos y el resto la seguimos. Lanzamos piedras al 
agua. Simplemente existíamos. 
Escribí nuestros nombres en la arena. 
Cadence, Mirren, Johnny y Gat. 
Gat, Johnny, Mirren y Cadence. 
Ese fue nuestro inicio. 
Johnny suplicó que Gat se quedara más tiempo. 
Obtuvo lo que quería. 
El próximo año rogó para que pudiera venir el verano completo. 
Gat vino. 
Johnny fue el primer nieto. Mis abuelos casi nunca decían que no a 
Johnny. 
 
 
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VERANO CATORCE, Gat y yo tomamos el barco de motor pequeño. Fue 
justo después del desayuno. Bess hizo que Mirren jugara al tenis con los 
gemelos y con Taft. Johnny había empezado a correr ese año y estaba 
dando vueltas alrededor del camino en el perímetro de la isla. Gat me 
encontró en la cocina de Clairmont y me preguntó que si quería sacar el 
barco. 
—En realidad, no. —Quería regresar a la cama con un libro. 
—¿Por favor? —Gat casi nunca decía por favor. 
—Sácalo tú. 
—No puedo tomarlo prestado —dijo—. No creo que sea correcto. 
—Claro que puedes tomarlo prestado. 
—No sin alguno de ustedes. 
Estaba siendo ridículo. 
–¿A dónde quieres ir? —pregunté. 
—Solamente quiero salir de la isla. A veces es difícil quedarme aquí. 
No lograba imaginar por qué no podía quedarse aquí, pero le dije que 
estaba bien. Navegamos hacia el mar con chaquetas de viento y trajes de 
baño. Después de un rato Gat apagó el motor. Nos sentamos a comer 
pistachos y a respirar aire salado. La luz del sol brillaba sobre el agua. 
—Tenemos que meternos —le dije. 
Gat brincó y lo seguí, pero el agua estaba mucho más helada que en la 
playa, nos quitó el aliento. El sol se escondió detrás de una nube. Nos 
salieron unas risas de pánico y gritamos que entrar al agua era la idea más 
estúpida. ¿En qué estábamos pensando? Había tiburones frente a la costa, 
todos sabían eso. 
 
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No hables de tiburones, ¡Dios! Nos apresuramos, luchando para ser el 
primero en subir la escalera que queda atrás del barco. 
Después de un minuto, Gat se reclinó y me dejó ir primero. 
–No por que seas mujer, sino porque soy una buena persona —me dijo. 
—Gracias. —Le saqué la lengua. 
—Pero cuando un tiburón me arranque las piernas, promete escribir un 
discurso acerca de lo increíble que era yo. 
—Hecho —le dije–. Gatwick Matthew Patil preparaba comidas deliciosas. 
Parecía histéricamente gracioso que estuviera tan frío. No teníamos 
toallas. Nos acurrucamos juntos bajo una manta de lana que encontramos 
debajo de los asientos, nuestros hombros desnudos tocándose. Pies fríos, 
uno encima del otro. 
—Esto es sólo para que no nos dé hipotermia —dijo Gat–. No pienses que 
creo que eres bonita, o algo así. 
—Ya sé que no lo piensas. 
—Estás adueñándote de la manta. 
—Lo siento. 
Una pausa. 
Dijo Gat: —Creo que sí eres bonita, Cady. No quería que se entendiera de 
la manera en que lo dije. De hecho, ¿Desde cuándo te volviste tan bonita? 
Me distraes. 
—Estoy igual que siempre. 
—Cambiaste durante el año escolar. Me está poniendo fuera de mi juego. 
—¿Tienes un juego? 
Asintió con la cabeza solemnemente. 
—Es la cosa más tonta que he escuchado. ¿Cuál es tu juego? 
 
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—Nada penetra mi armadura. ¿No te has dado cuenta? 
Eso me hizo reír. –No. 
—Maldita sea. Pensé que estaba funcionando. 
Cambiamos de tema. Hablamos de llevar a los pequeños a Edgartown a 
ver una película por la tarde, acerca de tiburones y si de verdad comían 
personas, acerca de Plantas vs. Zombis. 
Después regresamos a la isla. 
No mucho tiempo después, Gat empezó a prestarme sus libros y a 
encontrarme en la playa pequeña por la tarde-noche. Me buscaba cuando 
estaba acostada en la terraza de Windemere con los Goldens. 
Empezamos a caminar juntos en el camino que rodea la isla, Gat delante y 
yo atrás. Hablábamos de libros o inventábamos mundos imaginarios. A 
veces terminábamos caminando varias veces alrededor del borde antes de 
quedar con hambre o aburridos. 
Las rosas de la playa alineaban el camino, rosa profundo y blanco. Su olor 
era delicado y dulce. 
Un día vi a Gat, acostado en la hamaca de Clairmont con un libro y parecía, 
bueno, como si fuera mío. Como si él fuera mi persona particular. 
Entré en la hamaca a su lado, en silencio. Le quité la pluma que tenía en la 
mano –Él siempre lee con una pluma—y escribí Gat en la parte posterior 
de su mano izquierda, y Cadence detrás de mi mano derecha. 
No estoy hablando del destino. No creo en el destino o almas gemelas o lo 
sobrenatural o nada de esas cosas. Sólo quiero decir que nos 
entendíamos. Hasta el final. 
Pero sólo teníamos catorce años, y de alguna manera no lo etiquetamos 
como amor. 
 
 
 
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VERANO QUINCE, llegué una semana más tarde que los demás. Papá nos 
había dejado y Mamá y yo habíamos tenido que hacer todas las compras, 
consultar al decorador y todo. 
Johnny y Mirren nos encontraron en el muelle, con las mejillas rosadas y 
llenos de planes para el verano. Estaban planeando un torneo de tenis 
familiar y habían marcado recetas de helado. Navegaríamos, haríamos 
fogatas. 
Los pequeños estaban agitados y gritando como siempre. Las tías 
sonrieron fríamente. Después del bullicio de la llegada, todos fueron a 
Clairmont para la hora del cóctel. 
Yo fui al Red Gate, buscando a Gat. Red Gate es una casa mucho más 
pequeña que Clairmont, pero aun así tiene cuatro habitaciones en la parte 
de arriba. Es en donde Johnny, Gat y Will vivían con la tía Carrie—y Ed, 
cuando estaba ahí, que no era muy seguido. 
Caminé hacia la puerta de la cocina y miré a través de la ventana. Al inicio 
Gat no me vio. Estaba de pie en el mostrador vistiendo una camisa gris y 
pantalón de mezclilla. Sus hombros estaban más anchos de lo que yo 
recordaba. 
Desató una flor seca de donde colgaba boca abajo, en una cinta de la 
ventana sobre el fregadero. La flor era una rosa de la playa, rosa profundo 
y una débil estructura, del tipo que crece en los arbustos bajos a lo largo 
del perímetro de Beechwood. 
Gat, mi Gat. Me había escogido una rosa de nuestro lugar favorito para 
caminar. La había colgado para que se secara y había esperado a que yo 
llegara a la isla para que pudiera dármela. 
Había besado algún chico sin importancia, o tres hasta ahora. 
Había perdido a mi padre. 
 
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Había venido a esta isla de una casa de lágrimas y falsedad 
Y vi a Gat 
Y vi la rosa en su mano 
Y en ese momento, con la luz del sol viniendo de la ventana brillando 
sobre él, 
las manzanas en el mostrador de la cocina, 
el olor de madera y océano en el aire, 
lo llamé amor. 
Era amor, y me pegó tan fuerte que me apoyé en la puerta de malla que 
estaba entre nosotros, sólo para mantenerme vertical. Quería tocarlo 
como si fuera un conejito, un gatito, algo tan especial y suave que tus 
manos no quieren dejarlo en paz. El universo era bueno porque él estaba 
en él. Amé el agujero en su pantalón de mezclilla y el lodo en sus pies 
descalzos y la costra en su codo y la cicatriz atada en su ceja. Gat, mi Gat. 
Mientras estaba ahí parada, mirando fijamente, puso la rosa en un sobre. 
Buscó una pluma, abriendo y cerrando cajones, encontró una en su 
bolsillo, y escribió. 
No me había dado cuenta que estaba escribiendo una dirección hasta que 
sacó un rollo de estampas de un cajón de la cocina. 
Le puso la estampa al sobre. Escribió la dirección de regreso. 
No era para mí. 
Me fui de la puerta de Red Gate antes de que me viera y corrí hacia la 
cerca. Vi el cielo oscureciendo, sola. 
Arranqué todas las rosas de un pobre y triste arbusto y las arrojé, una tras 
otra al mar furioso. 
 
 
 
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ESA NOCHE tuve problemas para dormir. 
 
Después de medianoche, dijo mi nombre. 
 
Miré por la ventana. Gat estaba tumbado boca arriba en la pasarela 
peatonal de madera que se encamina a Windemere. Los Golden Retrievers 
estaban tumbados cerca, los cinco: Bosh, Grendel, Poppy, Príncipe Philip y 
Fatima. Sus colas se balanceaban con placer. 
 
La luz de la luna hacía que todos se vieran azules. 
 
―Baja. 
 
Lo hice. 
 
La luz de mamá estaba apagada. El resto de la isla estaba a oscuras. 
Estábamos solos, excepto por los perros. 
 
―Échate a un lado ―le dije. La pasarela no era amplia. Cuando me tumbé 
a su lado, nuestros brazos se tocaron, el mío desnudo y el suyo en una 
chaqueta de caza de color verde oliva. 
 
Miramos hacia el cielo. Había tantas estrellas, parecía una celebración, 
una fiesta grande e ilícita que estaba teniendo la galaxia después de que 
los humanos se fueran a la cama. 
 
Estaba agradecida porque Gat no intentara sonar como un entendido en 
constelaciones o dijera algún tipo de estupidez como pedir deseos a las 
estrellas. Pero tampoco sabía qué pensar de su silencio. 
 
―¿Puedo sostener tu mano? ―preguntó. 
 
Puse mi mano en la suya. 
 
―El universo me parece enorme ahora mismo ―me dijo―. Necesito algo 
a lo que aferrarme. 
 
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―Estoy aquí. 
Frotó el centro de mi palma con su pulgar. Todas mis terminaciones 
nerviosas se concentraron allí, vivas y excitadas por el roce de su piel con 
la mía. 
 
 ―No estoy seguro de ser una buena persona ―dijo al cabo de un rato. 
 
―Yo tampoco estoy segura de serlo ―dije―. Empiezo a dudarlo. 
 
―Claro. ―Se quedó callado un momento―. ¿Crees en Dios? 
 
―A medias. ―Intentaba pensarlo en serio. Sabía que Gat no se 
conformaría con una respuesta superficial―. Cuando las cosas van mal, 
rezo o imagino que hay alguien velando por mí, escuchándome. Como los 
primeros días después de que mi padre se marchara, pensé en Dios. Para 
que me protegiera. Pero el resto del tiempo, camino arduamente por mi 
día a día. Ni siquiera es un poco espiritual. 
 
―Yo ya no creo ―respondió―. El viaje a la India, la pobreza. No hay Dios 
imaginable que dejara eso pasar. Entonces volví a casa y empecé a notarlo 
en las calles de Nueva York. Gente enferma y muerta de hambre en una 
de las naciones más ricas del mundo. Yo solo... no puedo pensar que 
alguien vela por ellos. Lo que significa que nadie vela por mí, para el caso. 
 
―Eso no te hace ser mala persona. 
 
―Mi madre cree. Se crió en el Budismo pero va a una iglesia Metodista 
ahora. No está muy feliz conmigo. ―Gat casi nunca hablaba de ella. 
 
―No puedes creer solo porque ella te lo diga ―respondí. 
 
―No. La pregunta es: ¿cómo ser una buena persona si ya no crees? 
 
Observamos el cielo. Los perros entraron en Windemere a través de la 
puerta para perros. 
 
 ―Estás fría ―dijo Gat―. Toma mi chaqueta. 
 
 
Cúpula de Libros 
 
 
 
 34 
No tenía frío pero me enderecé. Él también lo hizo. Se desabotonó la 
chaqueta de caza color oliva y se la quitó. Me la cedió. 
 
Estaba caliente por su cuerpo. Demasiado amplia de hombros. Sus brazos 
estaban desnudos ahora. 
 
Quise besarlo entonces mientras llevaba su chaqueta de caza. Pero no lo 
hice. 
 
Quizás porque él amaba a Raquel. Las fotos en su teléfono. Esa rosa 
rugosa seca en un sobre. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 35 
9 
 
EN EL DESAYUNO A LA mañana siguiente, mamá me pidió que fuera por 
las cosas de papá en el ático de Windermere y tomara lo que quisiera. Se 
desharía del resto. 
Windermere es angular y se encuentra entre dos aguas. Dos de los cinco 
cuartos tienen el techo sesgado, y es la única casa en toda la isla con un 
ático completo. Hay un gran porche y una cocina moderna, actualizada 
con una encimera de mármol que parece un poco fuera de lugar. Los 
cuartos están ventilados y llenos de perros. 
Gat y yo subimos al ático con botellas de té frio y nos sentamos en el 
suelo. El cuarto olía a madera. Un cuadro de luz iluminaba desde la 
ventana. 
Ya habíamos estado en el ático. 
Nunca habíamos estado en el ático también. 
Los libros eran las lecturas de verano de papá. Todos los recuerdos 
deportivos, buenos misterios, y chismes de estrellas de rock por gente 
vieja de la que nunc había escuchado. Gat no estaba verdaderamente 
viendo. Estaba clasificando los libros por color. Una pila roja, azul, café, 
blanca y amarilla. 
―¿No quieres nada para leer? ―pregunté. 
―Tal vez. 
―¿Qué tal First Base and Way Beyond? 
Gat rió. Sacudió su cabeza y ordeno la pila azul. 
―¿Rock On with My Bad Self? ¿Hero of the Dance Floor? 
Estaba riendo de Nuevo. Luego serio. ―¿Cadence? 
 
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 36 
―¿Qué? 
―Cállate. 
Me permití mirarle un largo rato. Cada curva de su rostro era familiar, y 
tampoco la había visto nunca. 
Gat sonrió. Brillando. Tímido. Se inclina. Pateando en el proceso las pilas 
de libros. Estiró la mano y acarició mi cabello. ―Te amo Cadence. Enserio. 
Me incliné y le besé. 
Tocó mi rostro. Dejando correr la mano bajo mi cuello hasta mi clavícula. 
La luz de la ventana brilló sobre nosotros. Nuestro beso fue eléctrico y 
suave, indeciso y cierto, aterrorizante y exactamente correcto. 
Sentí la corriente amor de mi hacia Gat, y de Gat hacia mí. 
Estábamos cálidos y temblando, jóvenes y ancianos, y vivos. 
Estaba pensando, es verdad. Ya nos amamos el uno al otro. 
Ya lo hacemos. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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10 
 
EL ABUELO ENTRÓ con nosotros. Gat se movía rápidamente. Caminaba 
incómodamente sobre los libros clasificados por colores, dejados por todo 
el suelo. 
―Estoy interrumpiendo ―dijo el abuelo 
―No, señor 
―Sí, claramente lo estoy haciendo. 
―Perdón por el polvo ―digo. Incómoda. 
―Penny pensó que podría haber algo que me gustaría leer. ―El abuelo 
tomó una silla de mimbre y la colocó en el centro de la habitación 
balanceándose sobre los libros. 
Gat se quedó de pie. Tenía que inclinar la cabeza bajo el techo sesgado del 
ático. 
―Cuídate, joven ―dice el abuelo, dura y repentinamente. 
―¿Perdón? 
―La cabeza. Te podrías lastimar. 
―Tiene razón ―dijo Gat―. Tiene razón. Podría lastimarme. 
―Así que cuídate ―repitió el abuelo. 
Gat se dio la vuelta y bajó las escaleras sin decir una palabra. 
El abuelo y yo nos sentamos durante un rato sin decir nada. 
―Le gusta leer ―dije finalmente―, pensé que querría algunos libros de 
papá. 
―Eres bastante querida para mí, Cady ―dijo el abuelo golpeándome el 
hombro―. Mi primera nieta. 
 
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 38 
―También te amo, abuelo. 
―¿Recuerdas cuando te llevaba a ver el beisbol? Tenías sólo cuatro años. 
―Claro. 
―Nunca habías comido Cracker Jack1 
―Lo sé. Compraste dos cajas. 
―Tenía que ponerte en mi regazo para que pudieras ver. ¿Recuerdas eso 
Cady? 
 
Lo hacía. 
―Dime. 
Sabía el tipo de respuesta que el abuelo quería darme. Era algo que pedía 
frecuentemente. Adoraba recontar historias familiares de los Sinclair, 
ampliando su importancia. Siempre te preguntaba acerca de algo que te 
importara, y tenías que contarlo con detalles. Imágenes. Y tal vez la 
lección aprendida. 
Normalmente adoraba contar las historias y escucharlas. Los legendarios 
Sinclair, que diversión la que habíamos vivido, que hermosos éramos, pero 
ese día yo no quería. 
―Fue tu primer juego de beisbol ―contó el abuelo―. Después de eso te 
compré un bate rojo. Practicaste tus tiros en el lago del cobertizo de 
Boston. 
¿Sabía el abuelo lo que interrumpía? ¿Le importaríasi lo supiera? 
¿Cuándo vería a Gat de nuevo? 
¿Terminaría con Raquel? 
¿Qué pasaría entre nosotros? 
 
1
 Marca estadunidense de frituras. 
 
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 39 
―Querías que hiciera Cracker Jack en casa ―siguió el abuelo, aunque 
sabía que conocía la historia―. Y Penny te ayudó a hacerlos. Pero lloraste 
cuando no hubo una caja roja y blanca donde ponerlos. ¿Recuerdas eso? 
―Sí abuelo ―dije cediendo―. Regresaste hasta el estadio ese mismo día y 
compraste dos cajas. Te los comiste de a la vuelta, sólo para darme las 
cajas. Lo recuerdo. 
Satisfecho, se puso de pie y salimos del ático, juntos. El abuelo temblaba 
bajando las escaleras, así que me puso la mano sobre el hombro. 
 
ENCONTRÉ A GAT en el camino del perímetro y corrí hacia donde estaba, 
mirando hacia el agua. El viento soplaba muy fuerte y el cabello me voló 
hacia los ojos. Cuando le besé, sus labios estaban salados. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 40 
11 
 
LA ABUELITA TIPPER MURIÓ de insuficiencia cardiaca ocho meses antes 
del verano quince en Beechwood. Era una mujer impresionante, incluso 
en su vejez. Pelo blanco, mejillas rosas, alta y angulosa. Ella fue la que hizo 
que mamá amara tanto a los perros. Siempre tenía al menos dos y a veces 
cuatro Golden Retrievers cuando sus niñas eran pequeñas, todo el tiempo 
hasta que murió. 
Era rápida juzgando y tenía favoritos, pero también era cálida. Si te 
levantabas temprano en Beechwood, cuando éramos pequeños, podías ir 
a Clairmont y despertar a Abue. Tenía bollitos en la nevera los ponía en 
moldes y te dejaba comer todos los bollitos calientes que quisieras, antes 
de que el resto de la isla despertara. 
Uno de sus proyectos de caridad era una fiesta de beneficencia que hacía 
cada año para el Instituto Farm en Martha’s Vineyard. Solíamos ir todos. 
Era al aire libre, en hermosas carpas blancas. Los pequeños corrían 
alrededor vistiendo ropa de fiesta y descalzos. Johnny, Mirren, Gat y yo 
nos escabullíamos con copas de vino y nos sentíamos mareados y tontos. 
Abue bailaba con Johnny y después con mi papá, después con el abuelo, 
sosteniendo el borde de la falda con una mano. Solía tener una fotografía 
de Abue de una de esas fiestas. Llevaba un vestido de noche y abrazaba un 
cerdito. 
El verano quince en Beechwood, la abuelita Tipper se había ido. Clairmont 
se sentía vacío. 
La casa gris es Victoriana de tres plantas. Hay una torreta en la parte 
superior y un porche envolvente. En el interior, está lleno de caricaturas 
del New Yorker, fotografías familiares, almohadas bordadas, pequeñas 
estatuas, pisapapeles de marfil, peces disecados en placas. 
En todas, todas partes, hay bellos objetos recogidos por Tipper y el 
Abuelo. En el césped hay una mesa enorme de picnic, lo suficientemente 
 
Cúpula de Libros 
 
 
 
 41 
grande para acomodar a dieciséis, y un poco más allá, un columpio que 
cuelga de un árbol enorme de magnolia. 
Abue solía trajinar en la cocina y planear excursiones. Hacía edredones en 
su habitación de labores, y el zumbido de la máquina de coser se oía en 
toda la planta baja. 
Daba órdenes a los jardineros llevando unos jeans y guantes de jardinería. 
Ahora la casa estaba en silencio. Sin libros de cocina abiertos sobre el 
mostrador, sin música clásica en el sistema de sonido de la cocina. Pero 
seguía estando en jabón favorito de la Abue en todas las jaboneras. Allí 
estaban sus plantas creciendo en el jardín. Sus cucharas de madera, sus 
servilletas de tela. 
Un día, cuando no había nadie alrededor, me fui a la sala de arte en la 
parte posterior de la planta baja. Toqué la colección de telas de la Abue, 
los botones brillantes, los hilos de colores. 
La cabeza y los hombros se me fundieron en primer lugar, seguido de las 
caderas y rodillas. En poco tiempo era un charco, empapando los bellos 
grabados de algodón. Empapé el edredón que nunca terminó, oxidé las 
partes de metal de la máquina de coser. Era puro líquido perdido, durante 
una hora o dos. Mi abuela, mi abuela. Se había ido para siempre, a pesar 
de que podía oler su perfume Chanel en las telas. 
Mamá me encontró. 
Me hizo actuar normal. Porque yo lo era. Porque yo podía. Me dijo que 
respirara y me sentase. 
E hice lo que me pidió. Una vez más. 
Mamá estaba preocupada por el abuelo. Era inestable ahora que Abue se 
había ido, aferrándose a las sillas y las mesas para mantener el equilibrio. 
Era el cabeza de familia. Ella no quería que él se desestabilizara. Quería 
que supiera que sus hijos y sus nietos seguían a su lado, fuertes y alegres 
como siempre. Era importante, dijo ella, era amable, era lo mejor. No 
provocar malestar, dijo ella. No recordar a la gente una pérdida. 
 
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 42 
–¿Lo entiendes, Cady? El silencio es una capa protectora para el dolor. 
Lo entendía, y me las arreglé para borrar a la abuelita Tipper de la 
conversación, de la misma forma que había borrado a mi padre. No 
felizmente , pero a conciencia. En las comidas con las tías, en el barco con 
el abuelo, incluso a solas con mamá, me comportaba como si esas dos 
personas fundamentales nunca hubieran existido. El resto de los Sinclair 
hizo lo mismo. Cuando estábamos todos juntos, la gente mantenía 
sonrisas amplias. Habíamos hecho lo mismo cuando Bess dejó al tío Brody, 
lo mismo cuando el perro de Abue, Peppermill murió de cáncer. 
Sin embargo, Gat nunca lo consiguió. Había mencionado a mi padre por 
casualidad, bastante en realidad. Papá había encontrado en Gat tanto un 
oponente decente al ajedrez como un público dispuesto a escuchar sus 
historias aburridas de la historia militar, por lo que habían pasado algún 
tiempo juntos. 
–¿Recuerdas cuando tu padre capturó aquel cangrejo grande en un cubo? 
–decía Gat. O a mamá: –El año pasado Sam me dijo que hay un kit de 
pesca con mosca en el cobertizo, ¿sabes dónde está? 
La conversación de la cena se interrumpió bruscamente cunado 
mencionaba a Abue. Una vez dijo Gat, –Echo de menos la forma en que 
ella se ponía al pie de la mesa y servía el postre, ¿verdad? Era tan Tipper. 
Johnny tenía que empezar a hablar en voz alta sobre Wimbledon hasta 
que la consternación desaparecía de las caras de nuestros familiares. 
Cada vez que Gat decía estas cosas, de modo casual y verdadero, tan 
inconsciente, se me abrían las venas. Se me dividían las muñecas. 
Sangraba por las palmas. Me medio mareaba. Me tambaleaba desde la 
mesa o colapsaba en una callada agonía vergonzosa, esperando que nadie 
de la familia se diera cuenta. Especialmente mamá. 
Sin embargo, Gat casi siempre veía. Cuando la sangre goteaba sobre mis 
pies descalzos o se vertía sobre el libro que estaba leyendo, él era amable. 
Me envolvía las muñecas en gasa blanca y suave y me hacía preguntas 
acerca de lo que había sucedido. Preguntaba por Papá y por Abue, como si 
 
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 43 
hablar de ello pudiera hacerlo mejor. Como si las heridas necesitaran 
atención. 
Era una extraño en nuestra familia, incluso después de todos esos años. 
CUANDO NO ESTABA sangrando, y cuando Mirren y Johnny hacían snorkel 
o discutían con los pequeños, o cuando todo el mundo estaba en el sofá 
viendo películas en la pantalla de Clairmont, Gay y yo nos escondíamos. 
Nos sentábamos en el columpio de neumático a medianoche, con los 
brazos y las piernas envueltas alrededor de las del otro, los labios cálidos 
contra la piel de la noche fría. Por las mañanas nos escabullíamos riendo al 
sótano de Clairmont, que tenía estanterías con botellas de vino y 
enciclopedias. Allí nos besábamos y nos maravillábamos de la existencia 
del otro, sintiéndonos en secreto y afortunados. Algunos días me escribía 
notas y las dejaba con pequeños regalos bajo mi almohada. 
Alguien escribió una vez que una novela debe ofrecer una serie de 
pequeñosasombros. Obtengo lo mismo pasando una hora contigo. 
Además, aquí tienes un cepillo de dientes verde, atado con un lazo. 
Expresa mis sentimientos inadecuadamente. 
Mejor que el chocolate, haber estado contigo anoche. 
Tonto de mí, pensé que no había nada mejor que el chocolate. 
En un profundo gesto simbólico, te doy esta barrita de Vosges que 
conseguí cuando fuimos todos a Edgartown. Te la puedes comer, o 
simplemente sentarte junto a ella y sentirte superior. 
 
No le escribí para contestarle a la nota, pero dibujé para Gat con crayón 
dibujos de nosotros dos. Figuras saludando desde delante del Coliseo, la 
Torre Eiffel, en lo alto de una montaña, en el lomo de un dragón. Las 
colgó sobre su cama. 
Me tocaba cada vez que podía. Debajo de la mesa en la cena, en la cocina 
en el momento en que estaba vacía. Secretamente, hilarante, a espaldas 
del abuelo mientras iba conduciendo la lancha. No sentía ninguna barrera 
entre nosotros. Mientras nadie miraba, me encontraba con mis dedos en 
 
Cúpula de Libros 
 
 
 
 44 
los pómulos de Gat, bajando por su espalda. Tomaba su mano, apretaba el 
pulgar contra su muñeca, y sentía la sangre pasar a través de sus venas 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 45 
12 
 
 
UNA NOCHE, A FINALES de Julio del verano quince. Fui a nadar a la 
pequeña playa. Sola. ¿Dónde estaban Gat, Johnny y Mirren? 
En realidad no lo sé. 
Habíamos estado jugando mucho Scrabble en Red Gate. Probablemente 
ahí es donde estarían. O tal vez podrían estar en Clairmont, escuchando a 
las tías discutir y comer mermelada de ciruela en galletas saladas. 
 
En todo caso, entré en el agua vistiendo una camiseta, sostén y ropa 
interior. Aparentemente caminé por la playa sin vestir nada más. Nunca 
encontramos ninguna de mi ropa en la arena. Ni tampoco la toalla. 
 
¿Por qué? 
 
De nuevo, No lo sé exactamente. 
 
Tal vez nadé lejos. Hay grandes rocas en la orilla, escarpadas y negras; 
siempre se han visto malvadas en la oscuridad de la noche. Debí haber 
tenido mi cara en el agua y entonces me golpeé la cabeza en una de esas 
rocas. 
 
Como ya lo dije, No lo sé. 
 
Solo recuerdo esto: Me sumergí hacia abajo en este océano, abajo al 
fondo rocoso y pude ver la base de Beechwood Island y sentí los brazos y 
las piernas entumecidas y los dedos fríos. Pedazos de alga marina me 
pasaron al lado mientras caía. 
 
Mamá me encontró en la arena, acurrucada en forma de bola con la mitad 
del cuerpo bajo el agua. Estaba temblando incontrolablemente. Los 
adultos me envolvieron en mantas. Trataron de calentarme en 
Cuddledown. Me ofrecieron té y me dieron ropa, pero cuando vieron que 
no hablaba o dejaba de temblar, me llevaron al hospital de Martha’s 
Vineyard, donde permanecí varios días mientras los doctores me 
realizaban pruebas. Hipotermia, problemas respiratorios y muy 
 
Cúpula de Libros 
 
 
 
 46 
probablemente algún tipo de lesión en la cabeza, aunque la exploración 
cerebro no arrojó ningún resultado. 
 
Mamá permaneció a mi lado, consiguió una habitación de hotel. Recuerdo 
las caras tristes y grises de tía Carrie, tía Bess y mi abuelo. Recuerdo que 
mis pulmones se sentían llenos de algo, aún mucho después de que los 
doctores dijeran que estaban limpios. Recuerdo que sentía como si nunca 
me pudiera volver a sentir cálida de nuevo, aun cuando me dijeron que la 
temperatura de mi cuerpo era normal. Mis manos dolían, mis pies dolían. 
 
Mamá me llevó a casa a Vermont para recuperarme. Estuve recostada en 
la cama en la oscuridad y me sentía desesperadamente apenada por mí 
misma. Porque estaba enferma, y aún más porque Gat nunca llamó. 
 
No escribió, tampoco. 
 
¿No se suponía que estábamos enamorados? 
 
¿No lo estábamos? 
 
Le escribí a Johnny, dos o tres estúpidos correos electrónicos de 
enamorada pidiéndole que averiguara algo sobre Gat. 
 
Johnny tuvo el sentido común de ignorarlos. Éramos Sinclair, después de 
todo, y los Sinclair no se comportan como yo me estaba comportando. 
 
Dejé de escribirle y borré todos los correos electrónicos que tenía en mi 
bandeja de salida. Eran débiles y estúpidos. 
 
La conclusión es, Gat me abandonó cuando me lastimé. 
 
La conclusión es, era solo una aventura de verano. 
 
La conclusión es, él pudo haber amado a Raquel. 
 
Vivimos demasiado lejos uno del otro de cualquier manera. 
 
Nunca obtuve una explicación. 
 
Lo único que sé es que me dejó. 
 
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 47 
13 
 
 
 
BIENVENIDOS A MI cráneo. 
 
Un camión rueda sobre los huesos de mi cuello y mi cabeza. Las vértebras 
se quiebran, los cerebros emergen y supuran. Miles de luces brillan en mis 
ojos. El mundo se inclina. Vomito. Pierdo el conocimiento. 
 
Esto sucede todo el tiempo. No es más que un día ordinario. 
 
El dolor comenzó seis semanas después de mi accidente. Nadie estaba 
seguro de que las dos cosas estuvieran relacionadas, pero no había como 
negar el vómito, la pérdida de peso y el horror en general. 
 
Mamá me llevo a realizarme resonancias magnéticas y tomografías 
computerizadas. Agujas, maquinas. Más agujas, más máquinas. Me 
hicieron un examen para ver si tenía tumores en el cerebro, meningitis, de 
todo. Para aliviar el dolor me prescribieron una medicina, y otra medicina 
y otra más, porque la primera no hacía efecto y la segunda tampoco. Me 
dieron una recetar médica tras otra sin siquiera saber qué era lo que 
estaba mal. Simplemente intentando calmar el dolor. 
 
Cadence, decían los doctores, no tomes demasiado. 
Cadence, decían los doctores, debes estar pendiente de señales de 
adicción. 
Y de cualquier manera, Cadence, asegurare de tomar tus medicinas. 
 
Tuve tantas citas médicas, que casi no las recuerdo. Finalmente los 
doctores me diagnosticaron. Cadence Sinclair Eastman: dolores de cabeza 
post-traumáticos, también conocido como PTHA (por sus siglas en inglés). 
Dolores de cabeza en forma de migrañas causadas por una lesión cerebral 
traumática. 
 
Estaré bien, es lo que me dicen. 
No me moriré. 
Solo dolerá muchísimo. 
 
 
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 48 
 
 
14 
 
DESPUÉS DE UN AÑO en Colorado, mi papá deseaba verme de nuevo. En 
realidad, insistió en llevarme a Italia, Francia, Alemania, España y Escocia, 
un viaje de diez semanas empezando a mediados de junio, lo cual 
significaba que el verano en que tenía dieciséis años no iría para nada a 
Beechwood. 
 
—El viaje viene en un muy buen momento —dijo Mamá mientras 
empacaba mi maleta. 
 
—¿Por qué? —Yo yacía en el suelo de mi habitación y dejaba que ella 
hiciera todo el trabajo. Me dolía la cabeza. 
 
—El abuelo está remodelando Clairmont. —Enrolló unos calcetines en 
forma de bola—. Te lo he dicho ya un millón de veces. 
 
No me acordaba. —¿Por qué? 
 
—Una idea suya. El pasará el verano en Windemere. 
 
—¿Contigo esperándolo? 
 
Mamá asintió. —No puede quedarse con Bess o Carrie. Y sabes que 
alguien debe cuidar de él. De todos modos, obtendrás una educación 
maravillosa en Europa. 
 
—Preferiría ir a Beechwood. 
 
—No, no lo harías —dijo firmemente. 
 
EN EUROPA, vomité en cubetas pequeñas y me lavé los dientes 
repetidamente con una pasta de dientes británica con textura similar al 
gis. Yací boca abajo en los suelos del baño de varios museos, sintiendo el 
azulejo frío debajo de mi mejilla mientras mi cerebro se licuaba y se 
filtraba por la oreja, burbujeando. Las migrañas hacían que dejara sangre 
en las sábanas de hoteles desconocidos, goteando en los suelos, 
 
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 49 
supurando hacia las alfombras, empapando restos de croissants y galletas 
italianas. 
 
Podía oír a mi papá llamándome, pero nunca respondía hasta que mi 
medicina hacia efecto. 
 
Extrañé a los Mentirosos ese verano. 
 
Nunca nos mantuvimos en contacto durante el año escolar. No mucho, de 
todos modos, aunque lo intentamos cuando éramos más jóvenes. Nos 
mandábamos mensajes de texto o nos etiquetábamos en fotos de verano,especialmente en septiembre, pero inevitablemente esto se desvanecía 
hasta desaparecer en un mes más o menos. De alguna manera la magia de 
Beechwood nunca fue prorrogada a nuestra vida cotidiana. Nunca 
deseamos saber acerca de nuestros amigos de escuela, clubs o equipos de 
deporte. En su lugar, sabíamos que nuestro afecto reviviría cuando nos 
volviéramos a ver unos a otros en el muelle el siguiente junio, con niebla 
salina en el aire, el sol reluciente fuera del agua. 
 
Pero el año después de mi accidente, perdí días, incluso semanas de 
escuela. Suspendí mis materias, y el director me informó de que tendría 
que repetir el penúltimo año de preparatoria. Dejé de jugar al fútbol 
soccer y al tenis. No podía trabajar de niñera. No podía manejar. Los 
amigos que tenía se fueron convirtiendo en simples conocidos. 
 
Le envié mensajes de texto a Mirren en varias ocasiones. La llamé y le dejé 
mensajes de los que después me sentía avergonzada, eran demasiado 
solitarios y necesitados. 
 
Llamé a Johnny también, pero su buzón de voz estaba lleno. 
 
Decidí no volver a llamar. No quería seguir diciendo las cosas que me 
hacían sentir débil. 
 
Cuando Papá me llevó a Europa, sabía que los mentirosos estaban en la 
isla. El abuelo no ha puesto cableado en Beechwood y los celulares no 
tienen recepción ahí, así que comencé a escribir correos electrónicos. A 
diferencia de mis lastimosos mensajes de voz, éstos eran notas simpáticas 
y encantadoras de una persona sin dolores de cabeza. 
En su mayoría. 
 
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 50 
 
 
 
Mirren! 
 Saludándote desde Barcelona, donde mi padre comió caracoles en 
caldo. 
 Nuestro hotel tiene todo color dorado. Incluso saleros. Es 
gloriosamente detestable. 
 Escríbeme y cuéntame del mal comportamiento de los pequeños, 
dónde enviarás solicitud para la universidad y si seque ya encontraste el 
amor. 
 /Cadence 
 . . . 
Johnny! 
 Bonjour desde París, donde mi padre comió rana. 
 Vi la Victoria Alada. Cuerpo fenomenal. Sin brazos. 
 Les extraño chicos. ¿Cómo está Gat? 
 /Cadence 
 … 
 
Mirren! 
 Hola desde un castillo en Escocia, donde mi padre comió haggis. Lo 
cual quiere decir que mi padre comió el corazón, hígado, y pulmones de 
una oveja mezclados con avena cocinados en el estómago de una oveja. 
Ya sabes, es el tipo de persona que come corazones. 
 /Cadence 
 … 
Johnny! 
 Estoy en Berlín, donde mi padre comió salchichas de sangre. 
Yo hice snorkel. Comí tarta de arándanos. Jugué al tenis. Construí una 
fogata. Luego me reporté. Estoy desesperadamente aburrida y voy a idear 
castigos creativos si no respondes. 
 /Cadence 
NO ESTABA COMPLEMENTE sorprendida de que no respondieran. Además 
del hecho que para poder conectarte a internet tienes que ir a Vineyard, 
ya que Beechwood está en su propio mundo. Una vez estando ahí, el resto 
del universo no parece más que un sueño desagradable. 
 
Europa podría ni siquiera existir. 
 
 
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15 
 
 
BIENVENIDOS, UNA VEZ MAS, a la hermosa familia Sinclair. 
 
Creemos en el ejercicio al aire libre. Creemos que el tiempo cura. 
 
Creemos, aunque no lo decimos explícitamente, en las medicinas de 
prescripción y en la hora del cóctel. 
 
No discutimos nuestros problemas en restaurantes. No creemos en las 
muestras explícitas de angustia. Nuestros labios superiores son rígidos, y 
es posible que la gente sea curiosa en cuanto a nosotros porque no les 
mostramos nuestros corazones. 
 
Es posible que disfrutemos la forma en que la gente es curiosa en cuanto a 
nosotros. 
 
Aquí en Burlington, solo estamos Mamá, los perros y yo. No tenemos el 
peso que tiene el abuelo en Boston o el impacto de la familia entera en 
Beechwood, no obstante sé cómo es que nos ve la gente. Mamá y yo 
somos dos de la misma clase, en la casa grande con el pórtico en lo alto de 
la colina. La madre esbelta y la hija enfermiza. Somos de pómulos altos y 
anchas de hombros. Sonreímos y enseñamos los dientes cuando hacemos 
recados en la ciudad. 
 
La hija enfermiza no habla mucho. La gente que la conoce en la escuela 
tiende a mantenerse al margen. No la conocían bien incluso antes de que 
enfermara. Era callada incluso entonces. 
 
Ahora falta a la escuela la mitad del tiempo. Cuando está ahí, su piel pálida 
y sus ojos llorosos la hacen tener un glamour trágico, como una heroína 
literaria, desperdiciándose por el consumo. Algunas veces se cae en la 
escuela, llorando. Atemoriza a los demás estudiantes. Incluso los más 
amables están cansados de ayudarla a caminar a la enfermería. 
 
 
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 52 
Aun así, tiene un aura de misterio que le impide ser blanco de burlas o 
señalada como si fuera una típica estudiante de preparatoria 
desagradable. Su madre es una Sinclair. 
 
Por supuesto, no siento nada de mi propio misterio al comer una lata de 
sopa de pollo tarde en la noche, o al yacer bajo la luz fluorescente de la 
enfermería. Es poco glamuroso la forma en que Mamá y yo discutimos 
ahora que Papá se ha ido. 
 
Me despierto para encontrarla de pie en la puerta de mi habitación, 
mirando. 
 
— No permanezcas inmóvil. 
 
—Te amo. Estoy cuidando de ti —dijo con su mano sobre el corazón. 
 
— Bueno, detente. 
 
Si pudiera azotarle la puerta, lo haría. Pero no puedo pararme. 
 
A menudo encuentro notas por ahí que parecen ser registros de las 
comidas que he comido en un día en particular: Pan tostado con 
mermelada, pero solo la mitad; manzana y palomitas; ensalada con pasas; 
barra de chocolate; pasta. ¿Hidratación? ¿Proteína? Demasiada cerveza 
de jengibre. 
 
No es atractivo que no pueda conducir un auto. No es misterioso estar en 
casa un sábado en la noche, leyendo una novela con un montón de 
olorosos Golden Retrievers. Sin embargo, no soy inmune al sentimiento de 
ser vista como un misterio, como una Sinclair, como parte de un clan 
especial de gente privilegiada, como parte de una importante y mágica 
narración, solo porque soy parte de este clan. 
 
Mi madre no es inmune a ello, tampoco. 
 
Esto es lo que hemos sido obligadas a ser. 
 
Sinclair. Sinclair. 
 
 
 
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 53 
 
 
SEGUNDA PARTE 
Vermont 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cúpula de Libros 
 
 
 
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16 
 
CUANDO TENÍA ocho años, Papá me dio una pila de libros de cuentos de 
hadas para navidad. Tenían cubiertas de colores. El Libro de Cuentos de 
Hadas Amarillo, El Libro de Cuentos de Hadas Azul, El Carmesí, El Verde, El 
Gris, El Café y El Anaranjado. Dentro contenían cuentos de todos lados del 
mundo, variaciones y variaciones de historias conocidas. 
 
Léelos y escucharas ecos de una historia dentro de otra historia, entonces 
ecos de otra dentro de ésa. Muchos tienen la misma premisa: érase una 
vez, había tres. 
 
Tres de algo: 
 
Tres cerditos, 
Tres osos, 
Tres hermanos, 
Tres soldados, 
Tres chivitos, 
Tres Princesas. 
 
Desde que regresé de Europa, he estado escribiendo algunos de mi 
autoría. Variaciones. Tengo tiempo en mis manos, así que déjame 
contarte una historia. Una variación, estoy contándote una historia que ya 
has oído antes. 
 
ÉRASE UNA vez un rey que tenía tres hermosas hijas. 
 
Mientras crecían, empezaron a preguntarse quién heredaría el reino , ya 
que ninguna se había casado ni tenían heredero. El rey decidió pedir a sus 
hijas que demostraran su amor hacia él. 
 
A la mayor de las Princesas dijo, “Dime como me amas” 
 
Ella lo amaba tanto como a todo el tesoro en el reino. 
 
A la Princesa de en medio dijo, “Dime como me amas” 
 
 
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 55 
Ella lo amaba con la fuerza del hierro. 
 
A la menor de las Princesas dijo, “Dime como me amas” 
 
Esta Princesa menor pensó por un largo tiempo antes de responder. 
Finalmente dijo que lo amaba como la carne ama a la sal. 
 
“Entonces no me amas en absoluto,” dijo el rey. Echó a su hija del castillo y 
cerró el puente detrás de ella para queno regresara. 
 
Esta Princesa menor va al bosque con nada más que un abrigo y una 
hogaza de pan. Deambula por un invierno duro. Haciéndose refugio bajo 
los árboles. Llega a una posada y es contratada como asistente del 
cocinero. Mientras pasan los días y las semanas, la Princesa aprende los 
modos de la cocina. Eventualmente supera a su empleador en habilidad y 
su comida es conocida por toda la tierra. 
 
Pasan los años, y la mayor de las Princesas se casa. Para el festejo la 
cocinera de la posada hace la comida de la boda. 
 
Finalmente un cerdo asado es servido. Es el platillo favorito del rey, pero 
esta vez ha sido cocinado sin sal. 
 
El rey lo prueba. 
 
Lo prueba de nuevo. 
 
“¿Quién se ha atrevido a servir este asado mal cocinado en la boda de la 
futura reina?” exclama. 
 
La Princesa-cocinera aparece ante su padre, pero ha cambiado tanto que 
él no la reconoce. “No le serviré sal, Su Majestad,” explica. “Porque ¿no ha 
sido que ha enviado al exilio a su hija menor por decir que era de valor?” 
 
Al pronunciar estas palabras, el rey se da cuenta que no solo es su hija — 
ella es, en realidad, la hija que lo ama de la mejor manera. 
 
Y ¿Qué pasará entonces? 
 
 
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La mayor de las hijas y la de en medio han estado viviendo con el rey todo 
este tiempo. Una ha estado a favor una semana, la otra la siguiente. Las 
dos han sido separadas por las comparaciones constantes de su padre. 
Ahora la hija menor ha regresado, el rey arrebata de un tirón el reino de la 
mayor que se acaba de casar. No será reina después de todo. La hermana 
mayor se llena de rabia. 
 
Al principio la menor disfruta el amor de su padre. Después de algún 
tiempo, sin embargo, se da cuenta que el rey esta demente y loco de 
poder. Está atrapada atendiendo a un loco viejo tirano por el resto de sus 
días. No lo dejará, sin importar que tan enfermo llega a estar. 
 
¿Permanece porque ama a su padre como la carne ama a la sal? 
 
O ¿Permanece porque ahora tiene la promesa de él de heredar el reino? 
 
Es difícil para ella establecer la diferencia. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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17 
 
EL OTOÑO DESPUÉS del viaje a Europa, he iniciado un proyecto. Regalo 
algo mío cada día. 
 
Le envié por correo a Mirren una barbie con cabello extra largo, una por la 
que solíamos pelear cuando éramos niñas. Le envié por correo a Johnny 
una bufanda de rayas que solía usar mucho. A Johnny le gustan las rayas. 
 
Para la gente mayor en la familia, Mamá, las tías, el abuelo, la 
acumulación de objetos bellos es una meta en la vida. Quien quiera que 
muera con mayor cantidad de objetos gana. 
 
¿Gana qué? Es lo que me gustaría saber. 
 
Yo solía ser una persona a la que le gustaban las cosas lindas. Como Mamá 
lo hace, como todos los Sinclair lo hacen. Pero esa ya no soy yo. 
 
Mamá tiene nuestra casa en Burlington llena de plata y cristal, mesitas 
para café libros y mantas de cachemira. Alfombras gruesas cubren cada 
suelo y pinturas de varios artistas locales a los que patrocinan se alinean 
sobre nuestras paredes. Le gusta la porcelana antigua y la muestra en el 
comedor. Ha reemplazado el perfectamente manejable Saab con un 
BMW. 
 
Ninguno de estos símbolos de prosperidad y gusto tiene uso en absoluto. 
 
 
“La belleza tiene un uso válido” Mamá argumenta. “Crea sentido de lugar, 
un sentido de historia personal. Placer, incluso, Cadence. ¿Has oído del 
placer?” 
 
Pero pienso que está mintiendo, a mí y a ella misma, acerca del porque 
ella posee estos objetos. La sacudida de una nueva compra hace a Mamá 
sentirse poderosa, aunque sea por un momento. Creo que hay estatus al 
tener una casa llena de cosas bellas, en comprar pinturas caras de conchas 
marinas de sus amigos artistas y cucharas de Tiffany’s. Antigüedades y 
 
Cúpula de Libros 
 
 
 
 58 
alfombras orientales le dicen a la gente que mi madre puede ser una 
criadora de perros que abandonó Bryn Mawr, pero aun así tiene poder, 
porque tiene dinero. 
 
OBSEQUIO: MI ALMOHADA. La llevo conmigo mientras hago recados. 
Hay una niña apoyada en la pared fuera de la biblioteca. Tiene un vaso de 
cartón en los tobillos para monedas sueltas. No tiene muchas más edad 
que yo. 
—¿Quieres ésta almohada? —pregunto—. Lavé la almohada. 
La toma y se sienta en ella. 
Mi cama es incomoda esa noche, pero es lo mejor. 
 
OBSEQUIO: EJEMPLAR EN RÚSTICA de King Lear, lo leí en la escuela en 
segundo año, lo encontré bajo la cama. 
Donado a la biblioteca pública. 
No necesito leerlo de nuevo. 
 
OBSEQUIO: UNA FOTO de la abuelita Tipper en la fiesta del Farm Institute, 
vistiendo un vestido de noche cargando un lechoncillo. 
 
Me detengo en Goodwill de camino a casa. —Hola Cadence —dice Patti 
detrás del mostrador—. ¿Pasando a dejar algo? 
 
—Ésta es mi abue. 
 
—Era una hermosa dama —dice Patti mirando con atención—. ¿Segura 
que no quieres sacar la foto? Puedes donar solamente el marco. 
 
—Estoy segura. 
 
Abue está muerta. Tener una foto de ella no cambiará nada. 
 
—¿FUISTE A Goodwill de nuevo? —pregunta Mamá cuando llego a casa. 
Está rebanando duraznos con un cuchillo especial para fruta. 
 
—Sí. 
 
—¿De qué te deshiciste ahora? 
 
—Solo una fotografía vieja de la Abue. 
 
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 59 
 
—¿Con el lechoncillo? —Su boca se contrae—. Oh Cady. 
 
—Era mía así que podía regalarla. 
 
Mamá suspira. —Si donas uno de los perros nunca escucharás el final de la 
historia. 
 
Me agacho a la altura de un perro. Bosh, Grendel y Poppy me reciben con 
suaves ladridos. Son nuestros perros familiares, corpulentos y bien 
portados. Goldens de raza pura. Poppy ha tenido varias camadas para el 
negocio de mi madre, pero los cachorros y los otros perros de crianza 
viven con el socio de mi mamá en una granja a las afueras de Burlington. 
 
—Nunca lo haría —digo. 
 
Susurro cuanto los quiero en sus suaves oídos de perrito. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 60 
18 
SI GOOGLEO lesión cerebral traumática, la mayoría de los sitios web me 
dicen que la amnesia selectiva es una consecuencia. Cuando hay daños en 
el cerebro, no es raro que un paciente olvide cosas. No será capaz de 
reconstruir una historia coherente del trauma, 
Pero no quiero que la gente sepa que soy así. Aún ahí, después de todas 
las citas y las exploraciones y las medicinas. 
No quiero ser etiquetada con una discapacidad. No quiero más 
medicamentos. No quiero doctores o profesores preocupados. Dios sabe, 
he tenido suficientes médicos. 
Lo que recuerdo, a partir del verano del accidente: 
Enamorarme de Gat en la puerta de la cocina del Red Gate. 
Su rosa de playa para Raquel y mi noche empapada de vino, dando vueltas 
enfurecida. 
Actuando normal. Haciendo helados. Jugando al tenis. 
Los edificios de tres pisos y la ira de Gat cuando le dijimos que se callara. 
Nadando de noche. 
Besando a Gat en el ático. 
Escuchando la historia del Cracker Jack 2y ayudando al abuelo a bajar por 
las escaleras. 
El vaivén de los neumáticos, el sótano, el perímetro. Gat y yo uno en los 
brazos del otro. 
Gat viéndome sangrar. Haciéndome preguntas. Cubriendo mis heridas. 
No recuerdo mucho más. 
 
2
 Marinero imagen de una famosa golosina estadounidense. 
 
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 61 
No puedo ver la mano de Mirren, su astillado esmalte de uñas color oro, 
sosteniendo un jarro de gas para las lanchas. 
Mami, su cara estirada, preguntando —¿Las perlas negras? 
Los pies de Johnny, bajando rápido por las escaleras de Clairmont a la casa 
de botes. 
El abuelo, aferrado a un árbol, con el rostro iluminado por el resplandor 
de una hoguera. 
Y nosotros los cuatro Mentirosos, riendo tan fuerte que nos sentíamos 
mareados y enfermos. Pero ¿qué era tan gracioso? 
¿Qué era y dónde estábamos? 
No lo sé. 
Solía preguntarle a mami cuando norecordaba el resto del quinceavo 
verano. Mi olvido me asustó. Sugerí dejar los medicamentos, o probar 
unos nuevos, o un médico diferente. Supliqué saber lo que he olvidado. 
Entonces, un día a finales del otoño. 
—El otoño que me pasé sometida a pruebas para enfermedades con 
sentencia de muerte. —Mami comenzó a llorar—. Me preguntaste una y 
otra vez. Que nunca recuerdas lo que digo. 
—Lo siento. 
Se sirvió una copa de vino mientras hablaba. 
—Comenzaste a preguntarme el día que te despertaste en el hospital. 
“¿Qué pasó? ¿Qué pasó?”. Te dije la verdad, Cadence, siempre lo hice, y 
tú me lo repetías. Pero el siguiente día me preguntabas nuevamente. 
—Lo siento —dije otra vez. 
—Sigues preguntándome aún todos los días. 
Es cierto, no tengo memoria de mi accidente. No recuerdo lo que pasó 
antes y después. No recuerdo las visitas de mis doctores, Sé que debieron 
haber pasado, porque por supuesto pasaron —y aquí estoy con un 
 
Cúpula de Libros 
 
 
 
 62 
diagnóstico y medicamentos— pero casi todo mi tratamiento médico es 
un espacio en blanco. 
Miré a mami. Su rostro exasperadamente preocupado, sus ojos llorosos, la 
chispa estancada de su boca. 
—Tienes que dejar de preguntar —me dijo —. Los doctores piensan que es 
mejor si lo recuerdas por tu cuenta, de igual forma. 
Hice que me lo dijera una última vez, y escribí sus respuestas así yo podría 
verlas cuando quisiera. Por eso puedo decirte acerca del accidente de la 
noche nadando, las rocas, la hipotermia, las dificultades para respirar, y la 
lesión traumática cerebral sin confirmar. 
Nunca pregunté nada nuevo. Hay mucho que no entiendo, pero de ésta 
manera ella se queda más tranquila. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 63 
19 
PAPÁ PLANEA llevarme a Australia y Nueva Zelanda durante todo el 
verano número diecisiete. 
No quiero ir. 
Quiero regresar a Beechwood. Quiero ver a Mirren y tumbarnos al sol, 
Planeando nuestro futuro. Quiero discutir con Johnny y practicar snorkel3 
y hacer helados. Quiero construir hogueras en la orilla de la pequeña 
playa. Quiero meterme en la hamaca del porche en Clairmont y ser 
mentiroso una vez más, si es posible. 
Quiero recordar mi accidente. 
Quiero saber por qué Gat desapareció. No sé por qué él no estaba 
conmigo, nadando. No sé por qué fui a la pequeña playa sola. Por qué 
andaba en ropa interior y me fui sin ropa a la arena. Y por qué me dejó 
cuando tuve el accidente. 
Me pregunto si me amaba. Me pregunto si amaba a Raquel. 
Se supone que papá y yo salimos para Australia en cinco días. 
Nunca debí haber aceptado ir. 
Me hago sentir desgraciada, sollozando. Le digo a mami que no necesito 
ver el mundo. Necesito ver a la familia. Extraño a mi abuelo. 
No. 
Voy a estar enferma si viajo a Australia. Mis dolores de cabeza explotarán, 
no debería comer alimentos extraños. No debería fatigarme por el vuelo. 
¿Qué pasa si olvidamos mi medicamento? 
Deja de discutir. El viaje está pagado. 
 
3
 Snorkel: Es la práctica de buceo a ras de agua, el atleta va equipado con una máscara de 
buceo, un tubo llamado snorkel y normalmente aletas. En aguas frías puede ser necesario el 
traje de buceo. Nota de traductor. 
 
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 64 
Saqué a pasear a los perros temprano en la mañana. Cargué el lavavajillas 
y luego lo descargué. Me puse un vestido y rubor en las mejillas. Como 
todo lo del plato. Dejo a mami que ponga sus brazos alrededor de mi 
Ictus4 en mi cabello. Le digo que quiero pasar el verano con ella, no con 
papá. 
Por favor. 
Al día siguiente, el abuelo vino de Burlington a quedarse en la habitación 
de huéspedes. Ha estado en la isla desde mediados de mayo y tiene que 
tomar un barco, un coche y un avión para llegar aquí. No había venido a 
visitarnos desde antes de que Abue Tipper murió. 
Mamá lo recoge en el aeropuerto, mientras yo me quedo en casa y pongo 
la mesa para la cena. 
Ella recogió el pollo asado y platos en una tienda gourmet en la ciudad. 
El abuelo ha perdido peso desde que lo vi por última vez. Su cabello 
blanco se destaca en bocanadas alrededor de las orejas, copetón; se 
parece a un pájaro bebé. La piel esta floja en su cuerpo y tiene una mala 
racha de barrigón, así no es como lo recuerdo. Siempre pareció invencible, 
con firmes y amplios hombros y un montón de dientes. 
El abuelo es el tipo de personas que tiene lemas. “No aceptes un NO por 
respuesta”, siempre nos dice. Y “Nunca tomes un asiento en la parte 
trasera de la habitación. Los ganadores se sientan en la parte delantera”. 
Nosotros los Mentirosos solíamos rodar los ojos con estas declaraciones: 
“Sé decisiva; a nadie le gusta un derrotado”, “Nunca te quejes, nunca 
expliques”, pero aun así lo veíamos tan lleno de sabiduría sobre temas 
adultos. 
El abuelo lleva pantalones a cuadros y mocasines. Sus piernas son 
delgadas, como las de un hombre de edad avanzada. 
Acaricia mi espalda y exige un whisky con soda. 
 
4
 Ictus: Denominamos ictus a un trastorno brusco de la circulación cerebral, que altera la 
función de una determinada región del cerebro. Los términos accidente cerebrovascular, 
ataque cerebral o, menos frecuentemente, apoplejía son utilizados como sinónimos del término 
ictus. 
 
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 65 
Comemos y habla de unos amigos suyos en Boston. De la nueva cocina en 
su casa de madera de haya. Nada importante. Después, mami limpia 
mientras yo le muestro el jardín del patio trasero. El sol de la tarde aún 
esta fuera. 
El abuelo recoge una peonía5 y me la da. —Para mi primera nieta. 
—No recojas las flores, ¿de acuerdo? 
—A Penny no le importará. 
—Sí, lo hará. 
—Cadence fue la primera —dice, mirando hacia el cielo y no a mis ojos—. 
Recuerdo cuando vino a visitarnos a Boston. Iba vestida con un mameluco 
rosa y su cabello sobresalía directamente de su cabeza. Johnny no nació 
hasta tres semanas más tarde. 
—Estoy aquí, abuelo. 
—Cadence fue la primera, y no importaba que fuera una niña. Daría todo. 
Al igual que una nieta. La llevé en mis brazos y bailaba. Era el futuro de 
nuestra familia. 
Asiento con la cabeza. 
—Pudimos ver que era una Sinclair. Tenía ese pelo, pero no era sólo eso. 
Fue la barbilla, las manos pequeñas. Sabíamos que sería alta. Todos 
éramos altos hasta que Bess se casó con ese compañero bajito, y Carrie 
cometió el mismo error. 
—¿Te refieres a Brody y Jonathan? 
—Buena deliberación, ¿eh? —El abuelo sonríe —. Toda nuestra gente era 
alta. ¿Sabías que la familia de mi madre llegó en el Mayflower6? Para 
hacer su vida en América. 
 
5
 Peonía: Planta perenne de jardín, de cerca de 1 m de altura, con flores grandes semejantes a 
las rosas, de color rojo, rosado o blanco, sin aroma y con propiedades medicinales. 
6
 Mayflower: es el nombre del barco que, en 1620, transportó a los llamados Peregrinos desde 
Inglaterra, en el Reino Unido, hasta un punto de la costa este de América del norte, hoy 
ubicado en los Estados Unidos de América. 
 
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 66 
Sé que no es importante si nuestra gente vino en el Mayflower. No es 
importante ser alto. O rubio. Por eso me teñí el cabello: No quiero ser la 
mayor. Heredera de la isla, de la fortuna, y de las expectativas. 
Pero otra vez, quizá lo haga. 
El abuelo ha bebido demasiado después de un largo día de viaje. 
—¿Vamos a entrar? 
Le pregunto —¿Quieres sentarte? 
Él toma una segunda peonía y me la da. —Por una disculpa, querida. 
Le doy una palmada en su espalda encorvada. —No recojas más, ¿de 
acuerdo? 
El abuelo se agacha y toca algunos tulipanes blancos. 
—En serio, no lo hagas —le digo. 
Coge un tercera peonía, bruscamente, desafiante. Me la entrega. 
—Tú eres mi Cadence. La primera. 
—Sí.—¿Qué le paso a tu cabello? 
—Lo teñí. 
—No te reconocía. 
—Eso está bien. 
El abuelo señala a las peonías, ahora todas en mi mano. 
—Tres flores para ti. Debes tener tres. 
Se ve lamentable. Se ve poderoso. 
Lo amo, pero no estoy seguro de que me agrade. Le tomo la mano y lo 
llevo dentro. 
 
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 67 
20 
ÉRASE UNA VEZ, había un rey que tenía tres hermosas hijas. Amaba a cada 
una de ellas profundamente. Un día, cuando las jóvenes señoritas estaban 
en edad de casarse, un terrible dragón de tres cabezas sitió al reino, 
quemaba las aldeas con su aliento de fuego. Se echaron a perder las 
cosechas y las iglesias se quemaron. Mató a los bebes, ancianos y todos los 
demás. 
El rey prometió la mano de una Princesa en matrimonio a quién 
matara al dragón. 
Los héroes y guerreros llegaron con armaduras, montados en sus 
valientes caballos y portando sus espadas y flechas. 
Uno a uno, estos hombres fueron asesinados y comidos. 
Finalmente el rey pensó que una doncella podría derretir el corazón 
del dragón y tener éxito donde los guerreros habían fracasado. Envió a su 
hija mayor a mendigarle al dragón misericordia, pero el dragón no escucho 
ni una de sus palabras y se la tragó completa. 
Entonces el rey envió a su segunda hija a mendingar con el dragón 
por misericordia, pero el dragón hizo lo mismo. Se la tragó antes de que 
pudiese siquiera decir una sola palabra. 
Entonces el rey envió a su hija menor a mendigar con el dragón por 
misericordia, y ella era tan encantadora e inteligente que estaba seguro 
que tendría éxito donde los demás habían perecido. 
No, por cierto. El dragón simplemente se la comió. 
El rey se quedó dolido y con pesar. Ahora estaba solo en el mundo. 
Ahora, déjeme preguntarle esto. ¿Quién mató a las chicas? 
¿El dragón? ¿O su padre? 
 
 
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 68 
Después de que el abuelo nos dejara al día siguiente, mamá llamó a papá y 
canceló el viaje a Australia. Ahí están los gritos. Ahí está la negociación. 
Finalmente deciden que iré a Beechwood durante cuatro semanas del 
verano, después visitaré a papá en su casa de Colorado, dónde nunca he 
estado. Insiste. No se perderá todo el verano conmigo o habrá abogados 
involucrados. 
Mami llama a las tías. Tiene largas conversaciones privadas con ellas en el 
porche de nuestra casa. No puedo oír nada, excepto algunas pocas frases: 
Cadence es tan frágil, necesita mucho descanso. Sólo cuatro semanas, no 
todo el verano. Nada debe molestarla, la recuperación es muy gradual. 
También, Pinot Grigio7, Sancerre8, tal vez algún Riesling9; Definitivamente 
no Chardonnay10. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
7
 El Pinot Grigio o Pinot Gris es un tipo de vino blanco, con la característica de que la 
coloración de la piel de la uva con que es elaborado es más oscura que otros tipos de uvas 
blancas. 
8
 Vino blanco francés. 
9
 El Riesling es un vino delicado pero complejo, de poco cuerpo, bajo grado alcohólico, aunque 
de intenso sabor y larga vida 
10
 El Chardonnay es la variedad blanca más apreciada, popular y extendida del mundo. 
Originaria de la Borgoña (Francia) se ha adaptado con buenos resultados en lugares muy 
distintos. El Chardonnay es la cepa preferida para la elaboración de vinos blancos secos, sus 
características pueden variar desde vinos ricos, gruesos y espesos, adecuados para envejecer 
en botella, a vinos más ligeros y frescos hechos sin madera y destinados a ser bebidos 
jóvenes. 
 
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 69 
21 
 
MI HABITACIÓN ESTÁ casi vacía ahora. Hay sábanas y un edredón sobre la 
cama. Un ordenador portátil en el escritorio, unos bolígrafos. Una silla. 
Tengo un par de pares de pantalones vaqueros y pantalones cortos. Tengo 
camisetas y camisas de franela, algunos suéteres; un traje de baño, un par 
de zapatillas, un par de crocs11 y un par de botas. 
Dos vestidos y unos tacones. Abrigo de invierno, chaqueta de caza y la 
lona lienzo. Los estantes están vacíos. No hay fotos, no hay carteles. No 
hay juguetes viejos. 
Regalo: un kit de viaje de cepillo de dientes que mamá me compró ayer. 
Ya tengo un cepillo de dientes. No sé por qué me compró otro. Esa mujer 
compra cosas sólo por comprar cosas. Es repugnante. 
Me acerco a la biblioteca y encuentro a la chica que tomó mi almohada. 
Todavía está apoyada en la pared exterior. Puse el kit de cepillos de 
dientes en su taza. 
Regalo: La chaqueta de caza color oliva de Gat. La que llevaba esa noche 
que nos tomamos de la mano y vimos las estrellas y hablamos de Dios. 
Nunca se la devolví. 
La debí haber regalado lo primero que todo. Sé eso. Pero no podía 
hacérmelo. Era todo lo que tenía de él. 
Pero eso era débil y tonto. Gat no me ama. 
Yo no lo amo, tampoco, y tal vez nunca lo hice. 
Lo veré pasado mañana y no lo amo y no quiero su chaqueta. 
 
 
11
Crocs: Sandalias elaboradas con un material que se llama resina de célula cerrada 
patentada. Muy cómodos. 
 
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 70 
22 
EL TELÉFONO SONÓ a las diez de la noche antes de irnos de Beechwood. 
Mamá en la ducha. Lo tomo. Dificultad para respirar. Luego una risa. 
—¿Quién es? 
—¿Cady? 
Es un niño, me doy cuenta. —Sí. 
—Soy Taft. —El hermano de Mirren. No tiene modales. 
—¿Cómo es que estás despierto? 
—¿Es cierto que eres adicta a las drogas? —pregunta Taft. 
—No. 
—¿Estás segura? 
—¿Estás llamando para preguntar si soy una adicta a las drogas? —No he 
hablado con Taft desde el accidente. 
—Estamos en Beechwood —dice—. Llegamos aquí esta mañana. 
Me alegro de que esté cambiando de tema. Pongo mi voz más alegre 
—Iremos mañana. ¿Es bonito? ¿Ya fuiste a nadar? 
—No. 
—¿Fuiste al columpio? 
—No —dijo Taft—. ¿Estás segura de que no eres adicta a las drogas? 
—¿De dónde has sacado esa idea? 
—Bonnie. Ella dice que debería dejar de verte. 
—No escuches a Bonnie —le dije—. Escucha a Mirren. 
 
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 71 
—De eso es de lo que hablo. Pero Bonnie es la única persona que me cree 
lo de Cuddledown —dijo—. Y yo quería llamarte. Sólo si no eres adicta a 
las drogas, porque los drogadictos no saben lo que pasa. 
—No soy adicta a las drogas, bobo —le digo. Aunque posiblemente estoy 
mintiendo. 
—Cuddledown está embrujado —dice Taft—. ¿Puedo ir con ustedes a 
dormir en Windemere? 
Me agrada Taft. En serio. Es un poco loco y está cubierto de pecas y 
Mirren lo ama mucho más de lo que ama a los gemelos. —No está 
embrujado. El viento sopla a través de la casa —le digo —. También hace 
viento en Windemere. Las ventanas traquetean. 
—También está encantada —dice Taft—. Mamá no me cree y tampoco lo 
hace Liberty. 
Cuando era más joven siempre fui la niña que pensaba que había 
monstruos en el armario. Más tarde estaba convencida de que había un 
monstruo marino en el muelle. 
—Pregúntale a Mirren si te puede ayudar —le dije —. Ella te leerá un 
cuento o te cantará. 
—¿Eso crees? 
—Lo hará. Y cuando llegue allí te llevaré a practicar tubing12 y snorkel y 
será un gran verano, Taft. 
—Está bien. —dijo. 
—No te asustes del estúpido viejo Cuddledown —le digo —. Muestra 
quién es el jefe y nos vemos mañana. 
Cuelga sin decir adiós. 
 
 
12
 Tubing: que consiste en descender con un neumático un tramo del río, arrastrado por una 
lancha a motor. 
 
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 72 
Parte Tres 
 
Verano diecisiete 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 73 
23 
EN LA CIUDAD portuaria de Woods Hole, mamá y yo dejamos a los perros 
y arrastramos nuestras bolsas hasta el muelle donde nos esperaba la tía 
Carrie. 
Carrie le da un gran abrazo a mamá antes de ayudarnos a cargar nuestras 
bolsas y a los perros en el bote. 
–Estás más hermosa que nunca

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