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Stephanie Abigail Cantu Castro
3°D T/V
223155656
stephanie.cantu5565@alumnos.udg.mx
Categoría: Fantasía
SACC
Silvia Herrera Dias 
El cuervo y la muerte
En el pequeño pueblo donde Martín vivía, las montañas se alzaban majestuosas, rodeando el valle con su imponente presencia. El aire fresco y limpio llenaba los pulmones de quienes habitaban allí, y el murmullo del río que cruzaba el pueblo añadía una melodía suave a la vida cotidiana.
Martín, un hombre de cabellos plateados y arrugas profundas, pasaba sus días en una casa pequeña al borde del bosque. Había vivido muchos años, más de los que podía recordar con precisión, y su corazón guardaba los recuerdos de tiempos pasados, de amores perdidos y de sueños que nunca se cumplieron.
Sin embargo, a pesar de su edad avanzada y su soledad, Martín encontraba consuelo en la compañía de un cuervo que visitaba su ventana cada día al atardecer. El cuervo, con su plumaje negro como la noche y sus ojos brillantes como estrellas, se posaba en el alféizar y observaba al anciano con una mirada inteligente y comprensiva.
Martín y el cuervo desarrollaron una extraña amistad, basada en el silencio y la complicidad. El anciano compartía sus pensamientos y sus preocupaciones con el pájaro, y este parecía escuchar con atención, como si entendiera las palabras no pronunciadas que pesaban en el corazón de Martín.
Una mañana, mientras Martín observaba el amanecer desde la ventana de su casa, sintió un cambio en el aire. Una sensación de anticipación se apoderó de él, como si algo importante estuviera a punto de suceder. Decidió salir a pasear por el bosque, buscando respuestas en la naturaleza que lo rodeaba.
Mientras caminaba entre los árboles centenarios, Martín sintió la presencia del cuervo posado en una rama cercana. El pájaro lo observaba con sus ojos brillantes, como si supiera lo que estaba por venir. De repente, un escalofrío recorrió la espalda del anciano cuando escuchó el sonido de hojas secas crujir bajo unos pasos pesados.
A lo lejos, una figura encapuchada se acercaba lentamente. Martín sintió un nudo en la garganta al reconocer a la Muerte, caminando hacia él con paso seguro. Sin embargo, en lugar de sentir miedo, el anciano experimentó una extraña sensación de paz al enfrentarse al final de su viaje.
La Muerte se detuvo frente a Martín, y el anciano pudo ver el reflejo de su propia vida en los ojos vacíos del ser sobrenatural. Sin decir una palabra, la Muerte extendió su mano esquelética hacia él, invitándolo a seguir adelante.
Martín miró al cuervo, que lo observaba con tristeza desde la rama. Con una última mirada al pájaro que había sido su compañero durante tanto tiempo, el anciano tomó la mano de la Muerte y juntos se adentraron en la oscuridad.
El cuervo permaneció en silencio, observando cómo Martín y la Muerte desaparecían entre las sombras del bosque. Sabía que su amigo había encontrado la paz que tanto anhelaba, y que ahora era su momento de volar libre hacia nuevos horizontes.
Desde entonces, el cuervo continuó visitando la ventana de la casa vacía de Martín, recordando con cariño al anciano que había compartido su soledad y su sabiduría. Y aunque el tiempo pasaba y las estaciones cambiaban, el recuerdo de Martín y su encuentro con la Muerte perduraba en el corazón del cuervo, como un eterno tributo a la vida y la inevitable llegada de su fin.

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