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LIBRO 11 121 mismos y para los combatientes? Ciertamente, todas estas cosas resultan muy confusas. 13 No está bien tampoco la ley sobre la resolución de los jueces, lo de juzgar con distinciones, aún para una causa formulada en términos absolutos, y hacer del juez un árbi- tro. Eso se admite en el arbitraje, incluso con varios árbi- tros (pues se comunican entre sí acerca del fallo); pero en los tribunales no es posible, sino que la mayoría de los legisladores establecen 10 contrario a esto: que los jueces no se comuniquen entre sí. 14 En segundo lugar, ¿cómo no va a ser confuso el fallo cuando el juez opine que el acusado debe pagar, pero no tanto como reclama el demandante? Si éste pide veinte mi- nas, y el juez falla que diez (o un juez más y otro menos), o uno cinco y otro cuatro. De este modo es evidente que se dividirán: unos lo condenarán en todo y otros en 1s nada. ¿Cuál será el modo del cómputo de los votos? Ade- más, nadie obliga a perjurar al que absuelve o condena de un modo absoluto, si la denuncia se ha formulado de modo absoluto y justo. Pues el que absuelve no juzga que el acusado no debe nada, sino que no debe las veinte mi- nas. En cambio perjura aquel que lo condena si considera que no debe pagar las veinte minas. 16 En cuanto a que se debe reconocer cierto honor a los que descubren algo útil para la ciudad, no carece de ries- gos el legislarlo, si bien es grato aunque sólo sea de oídas. Puede llevar a falsas denuncias y a cambios políticos en algún caso. Y conduce a otro problema y a diferente inves- tigación. Algunos se preguntan, en efecto, si es perjudicial o útil para las ciudades cambiar las leyes tradicionales, si hay 1 7 otra mejor. Por ello no es fácil asentir precipitadamente a lo dicho, si no conviene cambiarlas. Y puede ocurrir que algunos propongan la abolición de las leyes o del régimen como un bien común. Puesto que hemos hecho mención de este tema, es mejor extenderse acerca de él un poco más. Tiene, como hemos dicho, una dificultad, y podría 1s parecer que es mejor el cambio. Al menos en las demás ciencias está admitido como conveniente; por ejemplo, la medicina, la gimnasia y, en general, todas las artes y facul- tades se han alejado de sus formas tradicionales, de modo que si la política ha de considerarse una de ellas, es eviden- te que necesariamente sucede lo mismo con ella. Una señal 19 podría decirse que se da en los mismos hechos. Las leyes antiguas son demasiado simples y bárbaras: los griegos lle- vaban armas 257 y se compraban las mujeres unos a otros 258. Y todo lo que queda,de la legislación antigua 20 es de algún modo totalmente simple, como la ley que hay en Cime sobre el asesinato: si el acusador presenta una 1269a cierta cantidad de testigos en el asesinato de uno de sus parientes, el acusado es reo del crimen. Pero, en general, todos buscan no lo tradicional, sino 21 lo bueno. Y es verosímil que los primeros hombres, ya fue- ran nacidos de la tierra o salvados de algún cataclismo 259 fueran semejantes a los hombres ordinarios e insensatos, Cf. para este pasaje, por la semejanza de la descripción, Tuc i~r - DES, 1 5; 1 6, 7. 258 La costumbre de comprarse las mujeres existía entre los tracios; cf. HERÓDOTO, V 6. Cf. también PLATÓN, Leyes VI11 841d. 259 Aristóteles se refiere a dos opiniones corrientes sobre el origen de los humanos: una era la que creía en la autoctonía, cf. HESIODO, Tra- bajos y días 108; PÍNDARO, Nemea 6, 1; PLATÓN, Menéxeno 137d; Ban- quete 191b SS.; Leyes VI 782a SS. Aristóteles creia también que el mundo y la humanidad habían existido desde siempre; véase Sobre la generación de los animales 11 1, 732a1 SS.; 111 1 1 , 764b28 SS. La otra opinión que Platón expone en Leyes 111 677a SS. y en Timeo 22c, consideraba que los primeros hombres eran los supervivientes de algún gran cataclismo. LIBRO 11 como se dice de los que nacieron de la tierra; de modo que es absurdo perseverar en sus opiniones. Pero además de esto, tampoco es mejor dejar inmutables las leyes escri- 22 tas, porque, como en las demás artes, también en la nor- mativa política es imposible escribirlo todo exactamente, ya que es forzoso que lo escrito sea general, y en la prácti- ca son casos particulares. De estos razonamientos es manifiesto que algunas le- yes, y en ciertas ocasiones, se deben cambiar; pero para los que examinan el tema de manera diferente puede 23 parecerles que exige mucha precaución. Cuando la mejora sea pequeña y, en cambio, sea malo el acostumbrar a abro- gar con facilidd las leyes, es evidente que hay que permitir algunos errores de los legisladores y de los gobernantes. Pues el cambio no beneficiará tanto como dañará la cos- 24 tumbre de desobedecer a los gobernantes 260. ES también engañosa la comparación con las artes; no es igual modifi- car un arte que una ley, ya que la ley no tiene ninguna otra fuerza más que hacerse obedecer, a no ser la cos- tumbre 261, y eso no se produce sino con el paso de mucho tiempo, de modo que el cambiar fácilmente de las leyes existentes a otras nuevas debilita la fuerza de la ley. 25 Y aun si se pueden cambiar, ¿se podrán cambiar todas y en todo régimen, o no?, ¿y a juicio de cualquiera o de quiénes 262? Todas estas cuestiones comportan gran diferencia. Dejemos, por ahora, esta investigación, pues no es el momento oportuno. Cf. ARIST~TELES, Retórica 1 15, 1375b22. TUCIDIDES 111 37. La costumbre aparece como un tipo de fuerza que obliga; cf. infra, 111 15, 1286b29; V 9, 1310a14 SS. 262 Cf. PLATÓN, Leyes 1 634d-e. Acerca del régimen de Lacedemonia 9 La constitución y del de Creta y, más o menos, de todos de los los regímenes, hay dos cuestiones a exa- ~acedemonios minar: una, si algo esta bien o mal legis- lado en relación con la ordenación me- jor; la otra, si hay algo contrario al principio de base y al carácter del régimen establecido por ellos. Que es necesario para una ciudad que pretende estar 2 bien gobernada tener desahogo de las primeras necesida- des 263, es un punto de común acuerdo. Pero no es fácil comprender de qué modo se logra. Los penestas de Tesa- lia 261 se han rebelado muchas veces contra los tesalios, e igualmente los hilotas contra los laconios (pasan la vida acechando sus infortunios). A los cretenses, en cambio, 3 no les ha sucedido nada semejante. La razón, probable- mente, es que las ciudades vecinas, aunque están en guerra 1269b entre sí, no se alían nunca con los rebeldes, porque no les conviene, por tener ellas también poblaciones someti- das 265. En cambio, todos los vecinos de los laconios eran 263 Cf. PLATÓN, Timeo 18b. 264 Aristóteles se refiere a tres sistemas de servidumbre que eran bien conocidos. En el presente pasaje cita dos: los penestas de Tesalia y los hilotas de Esparta. Los siervos, en Grecia, estaban a mitad de camino entre la libertad y la esclavitud; solían ser antiguos habitantes sometidos por los invasores vencedores. En el caso de Esparta, los inmigrantes do- rios so.meten a la población originaria. - Aristóteles, en contra de otros que los defendían, pensaba que los siervos como los penestas y los hilotas son peligrosos en un estado, especialmente si los vecinos no son seguros; cf. supra, 11 5, 1264a34 SS.; infra, VI1 10, 1330a25 SS. Los siervos creten- ses, debido a la lejanía de la isla, eran más tranquilos; cf. infra, 11 10, 1272b18; supra, 11 5, 1264a25 SS. Aristóteles en su estado ideal prefiere los esclavos a los siervos; cf. infra, VI1 10, 1330a25 SS. 265 Debe aludir a los periecos; éstos pertenecían a la tierra mas que al hombre. Su situación era menos dura que la de los esclavos. No po- seían derechos políticos pero sí libertad personal. Véase R. MAISCH - F.
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