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G. Requena – Enunciación, punto de vista, sujeto
Teoría de la enunciación
Teoría de la enunciación, punto de vista. Términos con los que la semiótica textual trata de hacerse
cargo del problema de la subjetividad. Era inevitable que suceda una vez que, explorada a fondo la
temática del código, el discurso emergiera como lugar o como el espacio, donde el lenguaje se
materializa o trabaja.
El discurso compromete al sujeto desde el momento en que supone unas determinadas elecciones
dentro del sistema de virtualidades que conforma el código, la lengua. La elección se nos presenta
como la huella imborrable de una subjetividad, una vez que otros discursos han sido eliminados
para que uno ocupe su lugar.
Casetti, desde un marco teórico greimasiano dice:
“La enunciación cinematrográfica es el paso de un conjunto de virtualidades a un objeto concreto y
localizado... la enunciación es el hecho de usar las posibilidades expresivas ofrecidas por el cine
para dar cuerpo y consistencia al film”. “La huella del sujeto de la enunciación no abandona jamás
el film, se percibe en la mirada que instituye y organiza lo que es mostrado, en la perspectiva que
delimita y ordena el campo, en la posición a partir de la que se sigue lo que aparece ante los ojos”.
Los subrayados pretenden llamar la atención sobre cierto sesgo al que cree se haya hoy sometida la
teoría de la enunciación en sectores dominantes de la semiótica moderna. Parece como si el autor
comenzara a ser introducido en una diciplina que pretendía haberlo combatido decididamente.
Sin duda, el autor del que aquí se habla se halla entrecomillado pero, poco después sin comillas,
como sujeto de la enunciación, aparece como quien deja “huellas”, como quien se halla dotado de
determinadas “posibilidades expresivas”, “instituye y organiza”, “se apropia y domina”.
Se nos advierte que este sujeto de la enunciación, “autor” a quien otros prefieren llamar “autor
implícito”, no es el “autor real”, sino una instancia discursiva. Poco se aclara la cuestión mientras
no se determine cuál es la relación entre uno y otro, si esta “instancia discursiva” se la termina por
investir de atributos del sujeto cartesiano, e incluso de los sujetos creados y expresivo del que se
ocuparán estéticas filosóficas.
No pueden escapársenos los efectos que el sesgo interpretativo la teoría de la enunciación pueden
provocar en el ámbito de la práctica del análisis textual: este sujeto de la enunciación, este autor
implícito, aun cuando separada de ese otro “autor real”, puede terminar por convetirse en el blanco
de renovados ejercicios hermenéuticos: el análisis textual arriesga así convertirse en la búsqueda del
sentido depositado por un sujeto.
Confusiones de las que sólo puede salirse si se define con precisión el estatuto semiótico del sujeto
de la enunciación, de esa instancia discursiva por la que la subjetividad se inscribe en el texto.
Greimas responde así a la cuestión:
“el término “sujeto de la enunciación”... abarca las dos posiciones actantes de enunciador y
enunciatario”.
“Se llamará enunciador al destinador implícito de la enunciación (o de la “comunicación”)...
Paralelamente, el enunciatario corresponderá al destinatario implícito de la enunciación.... Así
entendido, el enunciatario no es solamente el destinatario de la comunicación, sino también el sujeto
productor del discurso, al ser la “lectura” un acto del lenguaje (un acto de significar) muy similar al
de la producción, propiamente dicha, del discurso)”.
Destaca, en primer lugar, el marco comunicacional en el que es situada la cuestión, y en el que el
enunciador, en tanto destinador, nos remite al emisor del modelo comunicacional clásico, como
enunciatario, vía destinatario, conduce al receptor. La diferencia (aparente) con respecto a tal
modelo estirba en que emisor y receptor, enunciador y enunciatario, sólo son acogidos en tanto
figuras inscritas (implícitas) en el dicurso. Pero no termina por aclararse la relación entre estas
figuras inscritas en el discurso y aquellas otras, empíricas, entre las que se materializa el proceso
comunicativo. Relación ignorada. A la vez ue estos enunciador y enunciatario implícitos se les
reconoce, en cuanto tales, como figuras del discurso, se les dota de unas cualificaciones que
exceden con mucho este marco: las de producir y leer el discurso.
Contradicción: ¿cómo es posible que una figura, un rol discursivo (instancia producida en el
discurso), sea designada, al mismo tiempo como su productora (propiamente dicha) o como su
lectora (y, en cuanto tal, productora de sentido)?
Parece indicar que nos encontramos ante una versión refinada del modelo de comunicación
tradicional en el que Emisor y Receptor (auque sólo se les acepte por sus huellas en el discurso) son
los polos protagonistas (productores) de un proceso en el que algo (discurso) circula.
Lejos de esto se encuentra el punto de partida mismo de la teoría de la comunicación. Es necesario
volver a Benveniste para recordar cómo éste se sitúa en un marco teórico diferente al
comunicacional:
“Todos los caracteres del lenguaje, su naturaleza inmaterial, su funcionamiento simbólico, bastan ya
para tornar sospechosa esta asimilación a un instrumento que tiende a disociar del hombre la
propiedad del lenguaje. Ni duda cabe que en la práctica cotidiana el vaivén de la palabra sugiere un
intercambio, y por tanto una “cosa” que intercambiaríamos; la palabra parece así asumir una
función instrumental o vehicular que estamos prontos a hipostizar en “objeto”. Pero, una vez más,
tal papel toca a la palabra”.
Esto constituye la mejor herencia saussuriana: la lengua como una institución fundadora a la que el
sujeto se halla sometido. De lo que se deduce que no hay lugar para un sujeto productor del
discurso, que, bien por el contrario, el sujeto nace en el discurso.
“Sostenemos que la “subjetividad” (definida como “la unidad psíquica que trasciende la totalidad de
las expreciencias vividas que reúne, y que asegura la permanencia de la conciencia) no s más que la
emergencia en el ser de una propiedad fundamental del lenguaje. Es el “ego” quien dice “ego”.
Encontramos aquí el fundamento de la subjetividad, que se determina por el estatuto lingüístico de
la persona”. Benveniste.
No hay “sujeto productor”, sino sujeto producido en el discurso. Por ello Benveniste habla de
enunciación y no se sujeto de la enunciación, drente a estudios contemporáneos que suelen
confundir estos dos términos en un solo concepto. Sucede así porque en Benveniste la enunciación
es un proceso productivo (porque en él se produce la “conversión del lenguaje en discurso) pero uno
carente de sujeto: en él se engendra el discurso y en éste, como su efecto de sentido, es engendrado
el sujeto.
Esta concepción a la vez que elimina a todo sujeto productor, ofrece luz inesperada sobre las
relaciones entre el escritor que escribe (“autor real”) y el escritor escrito (“autor implícito”). El
primero todavía no sujeto, o sujeto en otros lugares (en los discursos ya existentes) es un individuo
(un cuerpo, cargado de conciencia, pero también de inconsciente, atravezado por un deseo que
desconoce) que se encuentra con el Lenguaje: de ese encuentro nace el discurso y en éste, como su
primer efecto de sentido, un sujeto, un escritor escrito al que podemos llamar sujeto de la
enunciación, siempre que se diferencie de ese proceso sin sujeto que es la enunciación.
Esta diferenciación es capital, pues separa la producción (enunciación) de su producto (enunciado),
pero también ese efecto de sentido que lo acompaña y que es el sujeto de la enunciación. Una vez
establecida la diferenciación y negada toda dimensión productiva al enunciador, carece de sentido
afirmar que éste es “implícito”. Así procede sin embargo Greimas, cuando lo distingue del
narrador:
“Se llamará enunciador al destinador implícito de la enunciación (o de la comunicación)
distinguéndole así del narrador (equiparable al “yo” por ejemplo) que es un actante obtenido por el
procedimiento del desembargue e instaladoexplícitamente en el discurso”.
En el párrafo la diferencia entre un sujeto implícito (enunciador) y otro explícito (narrador) remite a
otra que contrapone un sujeto productor (implícito) y un sujeto producido. Otra vez encuentra la
confusión del enunciador y la enunciación que reposa sobre el modelo comunicacional que
encuedra la teoría greimasiana y que precisa un sujeto competente y productivo responsable del
proceso de intercambio de mensajes, lo que conduce a dotar de un estatuto semiótico a ese sujeto
productor e implícito diferenciado del sujeto explícito producido.
Nada hay de esto en Benveniste:
“Yo se refiere al acto del discurso individual en que es producido, y cuyo locutor designa... Instancia
del discurso... que no tiene otra referencia que la actual. La realidad a la que remite en la realidad
del discurso. Es en la instancia del discurso en que yo designa al locutor donde éste se enuncia
como “sujeto”. Así, es verdad, al pie de la letra, que el fundamento de la subjetividad está en el
ejercicio de la lengua. Por poco que se piense, se advertirá que no hay otro testimonio objetivo de la
identidad del sujeto que el que así se da el mismo sobre sí mismo”.
“Al pie de la letra”, advierte Benveniste: sólo al pie de la ltra el sujeto se constituye (sujeta, afirma
como identidad) y lo hace, al pie de la letra, diciendo “yo”. Ese “yo” puede quedar implícito, oculto
tras enunciador pretendidamente “objetivos”, pero igualmente puede explicitarse, y acaba siempre
por hacerlo: ¿no es esta la función de la firma, ese nombre escrito que señala el hueco de un yo
latente en el discurso?
Postular un sujeto implícito del discurso diferente del explícito sólo puede tener un sentido: postular
un sujeto productor del discurso, negarse a aceptar, en la línea de Saussure, Freud, Benveniste y
Lacan que no hay sujeto anterior al lenguaje.
Así entendida, la teoría de la enunciación conduce al reconocimiento de tres factores en juego:
1) El discurso producido por el proceso de enunciación y que constituye un macroenunciado en
el que un mundo invocado y ausente es puedo en relación con el lugar del sujeto.
2) El sujeto de la enunciación como lugar producido en el discurso por el proceso de la
enunciación.
3) La enunciación como proceso, carente de sujeto, desencadenado por el entrecruzamiento de
un cuerpo (hablante empírico) con el Lenguaje y en el que se produce un discurso en el que
se halla prefigurado el lugar de un sujeto.
Lenguaje ---------------- Enunciación ----------------> Discurso
Cuerpo Sujeto
Efecto de sentido, lugar de construcción y de despliegue de la subjetividad, este sujeto producido
por la enunciación y sujetado al discurso se inscribe eventualmente en éste bajo formas de
enunciador (o locutor) y enunciatario (o locutario)
Ilusión a la que conduce concebir al sujeto como productor del discurso (o sea las críticas que
hace):
Enunciador ----> Enunciación ----> Discurso ----> Enunciatario
Ilusión constituye a ese sujeto que se nuega a reconocerse como un efecto de sentido del discurso.
De esto debe deducirse que en el marco de la teoría de la enunciación, todo discurso puede ser
observado desde 3 puntos de vista:
1) Como un conjunto de información sobre un mundo dado (referencial, ausente e invocado),
esto remite a la función referencial de Jakobson.
2) Como un conjunto de marcas del sujeto, dado que el discurso contiene un mundo dicho y, al
hacerlo, instituye el lugar de un sujeto que parece decirlo, esto remite a la función emotiva,
conativa y fática de Jakobson.
3) Como un conjunto de marcas de la enunciación, dado que el discurso es un conjunto de
significaciones que pcupan el lugar de un mundo enunciado, esto remite a la función
metalingüística y la función poética de Jakobson.
De esto, y ya en el ámbito de la teoría general del Lenguaje, pueden reagruparse en dos grandes
dimensiones:
1-2) La dimensión comunicacional, en la que el discurso actúa como mensaje sometido al código
y portador de información (mundo enunciado) y que circula entre sujetos (punto de vista).
1-3) La dimensión textual en la que el discurso se ofrece como trabajo del lenguaje, es decir, como
escritura, como espacio de productividad (o creatividad) en la que la subjetividad nace, y por ello
mismo, donde la ilusión del sujeto puede ser evidenciada.
Más allá de la comunicación
Pretende evitar que la lectura de un texto se convierta en la búsqueda de ese mítico sujeto que habla
y que, al hacerlo, instituye el (su) sentido.
Más allá de cualquier coartada comunicativa, el escritor o pintor, compositor, cineasta, es aquél que
aceptando no saber quién es ni qué desea arriesga su identidad afrontando al Lenguaje en la
experiencia de la escritura. Que consiste en una experiencia se subjetividad (de su producción, de su
emergencia, de su multiplicidad) más allá de esa rígida construcción social llamada “sujeto”.
Si se detiene a dicutir la diferenciación greimasiana entre enunciador y narrador, entre sujeto
implícito y explícito, es porque ésta concede al primero lo soberanía, convirtiéndo al sguendo en un
mero delegado, o en el peón de una determinada estrategia retórica. Vimos que ninguna diferencia
profunda existía entre uno y otro, en la medida en que ambos se descubrían como efectos del
discurso. Es necesario reconocer a estos dos sujetos como figuras donde la subjetividad se despliega
de manera compleja, múltiple e incluso contradictoria.
Sólo así se accede al texto como un espacio donde, más allá del cierre del sujeto comunicativo, la
experiencia de la subjetividad se despliega en múltiples voces. Aun cuando ninguna soberana, todas
esas voces me hablan y yo (escritor o lector) más allá de todo reconocimiento me descubro en ellas.
Porque el texto es un lugar donde puede accederse a determinado saber.
Representación, enunciación, punto de vista
La noción de representación pone en juego tres factores:
− Un algo exterior (un mundo enunciado)
− Un nuevo objeto (discurso representativo)
− Distancia: la que separa la representación de lo representado
Sólo hay representación como ilusón. Lo único real es el nuevo objeto que ocupa su lugar. En la
representación, como en la totalidad del lenguaje, todo funciona sobre una ausencia: tal es el signo
del signo: nombrar lo que él no es, algo quizás real pero en tod caso exterior al universo del
lenguaje. Se trata de una invocación.
Por ello esa distancia que separa al mundo enunciado de la representación que lo enuncia está
siempre presente: un radical vacío separa al lenguaje de lo real invocado; son signos los que ocupan
el lugar de las cosas.
Hay dos factores que pueden intervenir en la inscripción, en la representación, de esta distancia
fundadora:
1) Por una parte la emergencia de la escritura, como el trabajo generado por el proceso de
enunciación
2) Por otra, la emergencia del sujeto de la enunciación como depositario de una subjetividad,
de un punto de vista que asume el sesgo del enunciado
Estos dos factores remiten a dos niveles bien diferenciados: el proceso (sin sujeto) de la
enunciación, por una parte, y la figura antropomórfica que éste deposita en el discurso.
En cuanto al proceso de enunciación es posible reconocer DOS políticas textuales extremas:
− Una que tiende a borrar sistemáticamente las marcas de la enunciación, del trabajo de la
escritura. El universo enunciado (representado) se impodrá de manera inmediata borrando
toda distancia y generando así una concepción transparente del lenguaje en tanto
instrumento transitivo de acceso directo a lo real. TRANSPARENCIA.
− Una que conside su permanente puesta en evidencia, haciendo patente el ser semiótico de la
representación. La distancia se hará constantemente presente aniquilando todo efecto de
transparencia y señañando al lenguaje como aquello que se interpone y mediatiza toda
relación entre el sujeto y lo real. OPACIDAD.
La articulación de una u otra política textual dependerá no de alguna apelación ingenua al
“realismo”, sino del grado de convencionalidad (dependiente delcontexto histórico o cultural dado)
del discurso. Se accede a la noción de verosimilitud: todo lo que mantenga la verosimilitud del
enunciado tendrá por efecto el borrado de la enunciación y, todo lo que introduzca inverosimilitud
en el enunciado tendrá por efecto la inscripción del proceso de enunciación.
El sujeto aparece como el lugar vacío de una (de unas pocas) miradas. Para que se llene será
necesario que un nuevo cuerpo (lector/espectador) ocupe su lugar, realice esas miradas virtuales.
Nada tan erróneo como pensar que el lugar de acceso al texto del lector sea el del enunciatario: éste
no es más que un espejo en el que el enuncidor se perfila: es el lugar del sujeto de la enunciación, en
cuanto lugar virtual de una mirada, de una descripción, de una palabra, el que el lector ocupa para
revivir la aventura de la escritura.
Debemos advertir que ese sujeto nace de la proyección sobre el texto del modelo comunicaciona: si
el texto habla, alguien habla de él. Para asegurarse com sujeto, el lector quiere reconocer en el texto
un sujeto coherente que le habla. Existen ocasiones en que el reconocimiento del sujeto del texto
es difícil- no por las competencias del lector/espectador-sino por el estatus de las marcas de
una subjetividad, por la profusión de las mismas. Además un discurso puede suministrar
constantemente mascas del sujeto y a la vez borrar sistemáticamente las marcas de la
enunciación.
Accedemos a la segunda forma de inscripción de la distancia en el interior de la representación: la
que se articula a partir de la inscripción de una (unas) mirada(s) que sesgan el mundo enunciado. Un
discurso dado puede suministrar contstantes marcas del sujeto y a la vez borrar sistemáticamente las
marcas de la enunciación.
Benveniste puso las bases para en análisis de las modalidades de inscripción del sujeto del discurso
al distinguir:
− Enunciación subjetiva: que explica las marcas del sujeto que dice hablar
− Enunciación no subjetiva: en la que se borran las marcas del sujeto
Pero aun cuando un enunciado pueda excluir toda marca de un sujeto, todo discurso contiene una
firma (el cuerpo cuya boca habla, nombre del autor, firma en una carta). Tal es la vigencia de esta
ley comunicacional (pues constituye a todos discurso en mercancía sometida al intercambio) que la
ausencia de firma deposita siempre otra firma: “anónimo” (que se esconde, perdido, olvidado).
Por otra parte, todo enunciado, por suponer una eleccion entre infinitos otros posibles, dibuja un
sujeto que parece decirlo. Si bien un sujeto implícito, pero no explícito. Lo que conduce a la
siguiente formulación:
DISCURSO = FIRMA + ENUNCIADO
ENUNCIADO = YO + MUNDO
Narración-enunciación-punto de vista:
La narración puede, al igual que la representación ser analizada en tres factores: algo exterior
(mundo narrado) un nuevo objeto (el discurso narrativo) y una distancia, la que separa a la
narración del mundo narrado. Distancia cuya explicación o borrado depende, de nuevo, de dos
factores, la enunciación y la escritura por un lado, y el sujeto, investido de la figura de narrador
por otro.
El sujeto, el narrador, emerge aquí, como quien nace y se perfila a través de los puntos de
vista actualizados, de las elecciones narrativas operadas por la enunciación.
Por otro lado, la narración introduce un nuevo lugar para el sujeto en forma de personaje; El. El
abre el acceso a la emergencia de múltiples personajes, de nuevos lugares de despliegue de la
subjetividad. El relato junto al tiempo de la enunciación, introduce el tiempo del enunciado. El
tiempo como una línea en la que el sujeto está sometido a transformaciones.
Se instituyen tres lugares del sujeto: 1) La firma, 2) el yo en presente del personaje, 3) el yo en
pasado del personaje.

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