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Semiótica y filosofía - Carlo Sini
Semiosis y realidad
Peirce ataca la teoría de la intuición.
Podemos creer quizás que poseemos esa capacidad pero una gran cantidad de hechos
prueban lo contrario y ningún hecho positivo lo contradice, excepto nuestra convicción
subjetiva de haber tenido una intuición.
Intuición consiste en un conocimiento lo suficientemente familiar como para no exigir
de nosotros ningún esfuerzo o reflexión.
Algunos años después Peirce se va a extender estas críticas al concepto cartesiano de
evidencia diciendo que no se dan conocimientos evidentes, lo único que se nos presenta
como evidente es aquello que ya en el pasado hemos verificado muchas veces. Lo que
se nos presenta ahora como evidente, intuituvo, no fue en su comienzo ni intuitivo ni
evidente; la primera vez, debemos procurarnos ese conocimiento mediante una
actividad mental, mediante una inferencia en alguno de sus tres tipos o la combinación
de los tres (deducción, inducción, abducción).
Toda sensación, por ejemplo, no es en absoluto un dato elemental y originario, sino un
proceso de inferencias fisiológicas (inconscientes). Ni siquiera el conocimiento de
nuestros estados de ánimo se subordina a una supuesta capacidad intuitiva de
introspección, sino, a una inferencia originada en las cosas o hechos externos.
Aprendemos a ser felices o estar tristes a partir del valor que damos a las cosas que nos
circundan a partir del hecho de que nos parezcan bellas o feas, la inferencia reemplaza
todo caso de supuesta intuición.
Pero la inferencia no puede concebirse como un acto instantáneo y absoluto, es por
naturaleza relativa, el contenido cognoscitivo de una inferencia está siempre
determinado por contenidos cognoscitivos anteriores. “No se puede poseer ningún
conocimiento que no está determinado por un conocimiento anterior” y por otra parte,
no existe ningún conocimiento que pueda no conocerse. Toda inferencia supone un
estado de conocimiento anterior, y éste otro estado, en una serie infinita. Lo mismo debe
decirse del proceso del pensamiento. “El único pensamiento que puede conocerse es
pensamiento en los signos. Pero un conocimiento que no puede conocerse si no existe.
Por eso todo pensamiento debe existir necesariamente en los signos”. No podemos
pensar sin signos. “De la porposición de que todo pensamiento es un signo, se derivará
el hecho de que todo pensamiento debe orientarse hacia algún otro tipo de pensamiento,
ya que es ésta la esencia del signo”. El pensamiento no acaece en un instante, requiere
tiempo.
Resumiendo:
1) Nosotros no poseemos ninguna capacidad de intuición, el pensamiento está
determinado lógicamente por pensamientos precedentes.
2) No tenemos ningún poder de introspección.
3) No tenemos capacidad alguna de pensar sin signos.
4) No poseemos ningún concepto de lo absolutamente incognoscible.
Esto implica una revisión profunda de los conceptos de realidad y de conocimiento. No
existe un conocimiento basado en una aprehensión directa, sino que todo conocimiento
es un acto de inferencia que remite a una serie indefinida. Si el conocimiento es un
proceso que nos retrotrae indefinidamente hacia atrás ¿No hay que pensar en un cuándo
y cómo de ese comienzo? La premisa no sería otra cosa que un signo, que como todo
signo no haría más que transmitir una información acerca de la cosa, no haría otra cosa
que significarla, transmitir su significado, y de ningún modo presentarla en su supuesto
real en sí. Se sostiene que la aprehensión intuición presentan la cosa en sí misma,
entonces es preciso explicar cómo es posible semejante milagro, cómo es posible que la
realidad se filtre en el conocimiento y hace falta explicar además qué tipo de
conocimiento es un conocimiento que no consiste en una relación en la cosa en carne y
hueso.
Todo depende de la separación entre la realidad y el conocimiento que la opinión
común considera como obvia y exenta de problema. Sin embargo, si lo real y el conocer
fueran dos universos separados, no habría posibilidad ninguna de volver a ponerlos en
relación
La única manera de dar cuenta del acto cognoscitivo consiste en reconocer que la
realidad y el conocer se encuentran en un mismo universo, es decir que “las cosas reales
son naturaleza cognitiva y por lo tanto significativa”. Lo cual implica que la cosa no
existe como un en sí antes y afuera del proceso de conocimiento, sino que ella misma
existe en el proceso de conocimiento. Esto, no obstante, es lo mismo que decir que toda
la realidad es un signo, un proceso dinámico de significados. La semiosis infinita no es
una propiedad exclusiva del conocer sino además y al mismo tiempo, una propiedad de
lo real.
Lo que llamamos “real” no es una mera “cosa” o un mero “hecho” colocado simple y
unívocamente más allá de la cadena infinita de la inferencias, sino que es un hecho
interno o un significado, de esa cadena. Lo real, como significado, se dirige por lo tanto
a un interpretante. No hay nada que exista en sí mismo en el sentido de que no esté en
relación con la mente.
¿En qué sentido las cosas están en relación con la mente y sin embargo existen,
independientemente de tal relación? Hay que distinguir dentro de la mente entre el
pensamiento “mio”, “tuyo” y el “pensamiento en general”. El pensamiento “mio” es un
pensamiento privado. Como interpretantes encarnados realizan inferencias
interpretativas. Estamos instalados en la cadena de la semiosis infinita, pertenecemos a
ella, y no ella a nosotros. Ese es el pensamiento general, al cual pertenece la “verdad
pública”.
El verdadero origen del concepto de realidad muestra que este concepto implica
esencialmente la noción de una comunidad, sin límites definidos, y capaz de un
acrecentamiento definido del conocimiento.
La comunidad social humana en su totalidad es depositaria en un futuro de la verdad
pública última, esto es lo mismo que decir que la realidad es un signo. Si lo real es un
signo, también es real el significado social, o sea, cierto uso de los signos por parte de la
comunidad o de las mentes. La comunidad social humana no hace otra cosa que traducir
un universo de hechos en un universo de signos dotados de significación. Pero esta
reducción total al signo puede suscitar a la pregunta ¿Todo es signo?
La primera propiedad de un signo es su cualidad material, o sea lo que un signo es por sí
mismo, independientemente de su función de representación respecto de las cosas a las
que sirve de signo. La segunda propiedad tiene que ver con la pura aplicación de
señalamiento del signo, consiste en una “conexión real, de un signo con su objeto, ya
sea de un modo inmediato, ya sea por su vinculación con otro signo.”
La función representativa de un signo no reside en su cualidad material ni en su pura
aplicación de señalamiento porque la función representativa tiene que ver con algo que
el signo es no en sí mismo o en su mera relación real con el objeto sino en relación con
un pensamiento, en efecto las dos propiedades que definimos pertenecen al signo
independientemente de su orientación hacia un pensamiento. Toda cosa, cualesquiera
sean sus características, es potencialmente un signo.
Sólo se convierten en signos reales cuando adquieren la tercera propiedad del signo, el
significado. Sólo el significado hace que un signo sea “representativo”. No es una
propiedad real o física del signo, sino una capacidad simbólico-racional que le es
intrínseca. El significado no es una cosa y no se halla en las cosas, se coloca más bien
entre las cosas, entre las cualidades y los hechos.
Cualidades y hechos se vuelven tales para nosotros solamente cuando adquieren forma
de significados, sólo entonces percibimos prácticamente y podemos reconocerlos y
designarlos mediante signos intelectuales o convencionales. Entonces Peirce dice “real”
en dos modos: en el sentido del significado, pero también en el sentido de la cualidad y
del hecho (que son reales antes de ser significados).
La cualidad esen sí un posible y nada más. Lo mismo puede decirse de la capacidad de
señalar el signo: es la mera posibilidad de una conexión y no ésta o aquella conexión.
Las cualidades y las conexiones se determinan solamente dentro de la tercera propiedad,
la del significado.
El hombre también es un signo. Esto no significa reducir la cosa solamente al parámetro
del significado, aun cuando éste sea la propiedad predominante de todo signo.
Encontramos tres elementos en la conciencia o en el pensamiento: en primer lugar la
función representativa que hace del pensamiento una representación, en segundo lugar
la pura aplicación denotativa o conexión real, que pone un pensamiento en relación con
otro; en tercer lugar la cualidad material o la sensibilidad del pensamiento, que da a éste
su cualidad. A cada uno de estos tres elementos corresponde un acto de inferencia.
Respectivamente la inferencia deductiva, inductiva e hipotética. La mente es un signo
que se desarrolla de acuerdo a las leyes de la inferencia.
En la sustancia la palabra o el signo que usa el hombre es el hombre mismo. “Mi
lenguaje es la suma total de mí mismo” si considero al hombre bajo el aspecto del
significado y no como organismo animal o fuerza bruta. La existencia del pensamiento
actual, el significado del hombre actual, depende de lo que éstos van a devenir de ahora
en adelante; tienen solamente una existencia potencial, que depende del pensamiento
futuro de la comunidad.
Fanerocospía, semiótica, cosmología
La primera semiótica de Peirce está marcada por dos adquisiciones fundamentales. La
primera concierne la clasificación de los signos desde el punto de vista de su modo de
relacionarse con los objetos o de representarlos (ícono, índice, símbolo); la segunda
tiene que ver con el análisis de la naturaleza del signo y el descubrimiento de sus
propiedades (cualidad material). Peirce se da cuenta de que el signo es por esencia una
relación tríadica:
Un signo tiene tres referencias: primero es un signo para un pensamiento que lo
interpreta, segundo es un signo que está en lugar de algún objeto al cual es equivalente;
tercero es un signo en algún aspecto o cualidad que lo pone en conexión con sus
objetos.
La fanerocospía: definición de faneron o fenómeno; es la totalidad colectiva de todo lo
que de algún modo o en algún sentido se presenta a la mente, con total prescindencia del
hecho de que corresponda o no a algo real. Hay tres categorías faneroscópicas:
primeridad, segundidad, terceridad.
No podemos referirnos al mundo, a sus “cosas”, ni a nosotros mismos si no es por
intermedio de una relación sígnica y de la significación que ella vehicula.
El significado y el acontecimiento (del significado, cualidad y hecho) son dos aspectos
coherentes pero irreductibles uno a otro; el acontecimiento del significado no es un
significado en sí mismo, aunque sólo se manifieste en el significado y como significado.
Nuestro destino de “signos” se enraíza justamente en esa distancia, no mensurable y por
eso meramente ideal que se establece entre el significado que ya somos siempre y el
acontecimiento que estamos siempre a punto de ser. El que estemos instalados en el
acontecimiento es estar instalados en el signo; el acontecimiento es el acontecimiento
del signo (de la relación sígnica), el cual contiene en sí su propio carácter de
acontecimiento.
No podemos elaborar una semiótica (teoría general de la relación sígnica y de la
semiosis infinita) sin que al mismo tiempo ello no nos oriente hacia una cosmología
(filosofía general del universo). La faneroscopía fue el instrumento con el cual Peirce se
esforzó por penetrar al mismo tiempo en los dos ámbitos. Intentaba de ese modo desde
la faneroscopoía hacia la semiótica y luego desde ésta última hacia la cosmología
entendida como la verdad última de semiótica.
El carácter formal de esa doctrina se debe al método que le es propio, es decir, la
observación abstracta. Consiste en la observación de las características de los signos con
el fin de sacar conclusiones generales acerca de lo que sería verdadero de los signos en
todos los casos. Peirce dice que la faneroscopía es la descripción del fanerón, o sea la
totalidad colectiva de todo aquello que da alguna manera se presenta a la mente, con
total prescindencia del hecho de que corresponda o no a algo real.
Peirce distingue las relaciones triádicas de comparación (cuya naturaleza corresponde a
las posibilidades lógicas) las relaciones de funcionamiento (cuya naturaleza corresponde
a los hechos reales) y de pensamiento (que pertenecen a las leyes). En cada relación
triádica es preciso distinguir el primero, segundo y tercer correlato. El primer correlato
es un representamen, el segundo es el objeto del representamen y el tercero es el
interpretante de la relación entre el representamen y el objeto. Si a esto agregamos el
principio general según el cual “las posibilidades determinan solamente otras
posibilidades” estamos en posesión de los criterios indispensables para operar la
clasificación requerida antes de las relaciones triádicas.
Definición del signo: Algo que para alguien está en lugar de otra cosa en algún aspecto
o capacidad. El signo se dirige a alguien, crea en la mente de esa persona un signo
equivalente o más desarrollado. Se llama interpretante del primer signo a ese signo
creado por el primero. El signo está en lugar de algo, lo cual es su objeto. Reemplaza a
ese objeto no en todos los aspectos sino sólo respecto de una suerte de idea, que Peirce
llama ground o fundamento del representamen.
De acuerdo con la fanerocospía, no se dan ejemplos de primerdad ni de segundidad. No
se dan porque no pueden darse. Cualquier ejemplo exige la presencia de la terceridad y
por lo tanto del interpretante. Eso no significa que la primeridad y la segundidad, así
como las categorías sígnicas que les estén subordinadas, sean inútiles; son distinciones
“abstractas” (separadas de antemano), cuya verdadera utilización consiste en aclarar la
función sígnica en sus aspectos esenciales.

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