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en español ANimxies emBRujxDos KEMTOS p°r ALLAN 2Pup REALES Pí FANTASMAS SCbolASTlC INC. New York Toronto London Auckland Sydney México City New Delhi Hong Kong Buenos Aires A Maggie Spicer, una niña encantadora. —Alian Zullo Originally published in English as Haunted Animáis: True Ghost Stories If you purchased this book without a cover, you should be aware that this book is stolen property. It was reported as “unsold and destroyed” to the publisher, and neither the author ñor the publisher has received payment for this “stripped book.” No part of this publication may be reproduced in whole or in part, or stored in a retrieval system, or transmitted in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without written permission of the publisher. For information regarding permission, write to Scholastic Inc., Attention: Permissions Department, 557 Broadway, New York, NY 10012. ISBN-13: 978-0-439-88210-1 ISBN-10: 0-439-88210-9 Text copyright © 1995 by Nash and Zullo Productions, Inc. Translation copyright © 2006 by Scholastic Inc. All rights reserved. Published by Scholastic Inc. SCHOLASTIC, SCHOLASTIC EN ESPAÑOL, and associated logos are trademarks and/or registered trademarks of Scholastic Inc. 12 11 10 9 8 7 6 5 43 2 1 6 7 8 9 10 11/0 Printed in the U.S.A. First Spanish printing, December 2006 CONTENIDO Adiós o Ciclón.... Huesos reveladores. El espíritu del Bosque de Morgan. El secreto de Bingo. Deseo de venganza.. El fantasma de la Bahía Walker... El gato fantasma.. La venganza de Spike. Rescate desde el más allá. 7 21 ♦♦♦♦♦♦♦♦ w -X ...♦**.. «3 ó 49 ♦♦.«*..« ± y ........ .73 ........ 87 .102 .116 ' í ' ¿Pueden los animales ser fantasmas? Algunos chicos dicen haber visto fantasmas. Según los expertos, la mayoría de las apariciones son de espíritus de personas muertas. De vez en cuando, sin embargo, un chico dice haber visto ¡el fantasma de un animal! Animales embrujados es una colección de relatos sobre chicos que dicen haber tenido un encuentro con un espíritu del mundo animal, como perros, un gato amoroso, un caballo salvaje y un lobo vengativo. Aquí leerás nueve escalofriantes relatos, inspirados en los relatos de aquellos que dicen haber visto es¬ tos fantasmas. Los nombres de personas y lugares se han cambiado para proteger la privacidad de los implicados. ¿Pueden los animales ser fantasmas? ¡Los es¬ peluznantes relatos de este libro parecen confirmar que es así! ADIÓS A CICLÓN iclón! Ve por tu aro. ¡Vamos a jugar! Tracy Chandier, una chica de trece años, abrió la puerta de su casa y llamó a su perro fox terrier marrón y blanco que estaba olisqueando un hoyo de tortuga. Las orejas del perro se levantaron al oír la voz de su dueña y con un ladrido alegre se fue corriendo al porche. Rebuscó un poco y ladró otra vez al encontrar su juguete favorito, una cuerda de medio metro con una lazada en cada extremo. Después salió disparado hacia el jardín para jugar, como todos los días, a tirar de la cuerda con Tracy. La chica, que llevaba una camiseta del equipo Ángeles de California y unos vaqueros, se metió el pelo por dentro de su gorra. Luego se puso de rodillas y agarró un extremo de la cuerda, mientras que Ciclón mordía el otro. —¿Estás listo, Ciclón? —preguntó. El perro respondió con un gruñido y empezó el juego. 7 Ciclón empujaba con las patas y movía la cabeza de lado a lado, intentando arrastrar a su dueña. Tracy se dejaba arrastrar y luego tiraba fuerte hacia ella. Al cabo de unos minutos, Tracy se incorporó, con la cuerda en la mano. Era la hora del gran final. Ciclón no iba a darse por vencido, aunque ahora estu¬ viera de pie. Siguió gruñendo y moviendo la cabeza. Tracy levantó la cuerda con las dos manos hasta que el perro se quedó colgando. Pero las mandíbulas de Ciclón seguían enganchadas firmemente a la cuerda. —Está bien, Ciclón, prepárate para dar vueltas. Tracy empezó a dar vueltas con la cuerda y el perro seguía agarrado. La chica tenía a Ciclón desde hacía cuatro años y nunca se soltaba. Cuando Tracy se empezó a marear, aminoró la marcha y puso a Ciclón en el suelo con cuidado. Pero él no se soltaría hasta que ella lo hiciera. —Está bien, Ciclón, ganaste —dijo Tracy. Solo se soltaba si oía esas palabras. Entonces daba un ladrido, movía la cola y se llevaba la cuerda al porche. —¡Tracy! —llamó su mamá desde la cocina—. ¡Te llama Tommy por teléfono! —¿Tommy? —dijo—. ¡Ahora voy!—. Tommy era el chico nuevo de la escuela y a Tracy le gustaba. —Ahora vuelvo, Ciclón —le dijo a su perro. Media hora más tarde volvió con sus patines. Se sentó en los escalones, se puso las rodilleras y las coderas y se ató los patines. —Oye, Ciclón, me voy a patinar al parque con Tommy. ¿Quieres venir? —hizo énfasis en la palabra patinar. 8 Cuando Ciclón oía la palabra patinar se ponía a ladrar y a mover la cola. Le encantaba correr al lado de Tracy por la calle. Pero aquel día, Ciclón la miró y lanzó un aullido muy alto. Tracy solo le había oído aullar así una vez, hacía cuatro años, y fue el peor día de sus vidas. * * * Cuando Ciclón era un cachorrito tenía otro nombre: Baxter. Un día, antes de la escuela, Tracy le había dado de comer y había jugado con él en su jardín cercado. El perro había estado tan juguetón como siempre, pero cuando Tracy se tuvo que ir, empezó a aullar, a ladrar y a saltar encima de ella. —Baxter, me tengo que ir a la escuela —dijo Tracy—. Cuando vuelva por la tarde seguimos jugando. El perro siguió aullando, pero no era un aullido para que jugaran con él, parecía estar muy nervioso. —¿Qué ocurre, Baxter? ¿Te duele algo?—. Tracy examinó su pelaje y su cuerpo, pero no encontró nada malo. Aún así sabía que algo pasaba. Entró en su casa y sacó un hueso de juguete. —Toma, ahora sé buen chico. Te veo en unas horas. Cuando salga de la escuela vendré corriendo y jugaremos otro rato más. Al cerrar la valla, Tracy tenía el presentimiento de que algo malo le iba a pasar a su cachorrito. Se fue hacia la parte de delante de su casa, donde estaban sus padres en el auto listos para ir a trabajar. 9 —Mamá, papá, ¿podemos dejar a Baxter dentro de la casa? —¿Por qué? —No sé. Parece asustado y tengo el presentimiento de que se puede hacer daño o... —Seguro que estará bien. Le encanta estar afuera. Si llueve siempre se puede meter en el porche. No lo podemos dejar solo dentro de la casa. Todavía es un cachorrito. ¿Quieres que te lleve a la escuelá? —No, gracias. Antes de caminar las tres cuadras hasta su escuela, Tracy fue hasta el jardín para ver al perrito entre las maderas de la valla. Todo parecía estar bien. Estaba olisqueando un arbusto. Durante todo el día, Tracy estuvo preocupada. No podía dejar de pensar en su perrito y temía que algo horrible le sucediera. A las dos de la tarde, tenía una verdadera razón para preocuparse. Llegó una tormenta que castigó la zona con grandes lluvias y relámpagos. —Atención, por favor —la voz de la directora de la escuela, la Srta. Marley, se oyó por los altoparlantes—. Alumnos y maestros, la policía nos acaba de informar de que se ha formado un tornado a unos kilómetros de aquí. Por favor, salgan de sus salones de clase inmediatamente pero con orden, tal y como hemos practicado. Vayan al pasillo y siéntense tranquilamente en el piso. Los chicos se levantaron de sus mesas, y Tracy empezó a sentir un gran temor por ella misma, por sus compañeros y sobre todo por... 10 —¡Baxter! —gritó Tracy—. ¡Dios mío! Está solo en casa. ¡Tengo que ir a buscarlo! Salió corriendo de su clase y se dirigió a la puerta prin¬ cipal, pero la Srta. Marley la detuvo. —Tracy, ya sabes lo que hay que hacer. Vuelve al pasillo. —Pero Srta. Marley, mi perro está en el jardín y... —Tracy, no puedes salir ahora. Estamos en medio de una gran tormenta yse acerca un tornado. —Pero... , En ese momento escucharon un enorme rugido, como el de un tren que se sale de las vías. —¡Es un ciclón! —gritó la Srta. Marley. Agarró a Tracy y la llevó hasta el pasillo. Casi inmedia¬ tamente, las puertas y las ventanas empezaron a temblar, la escuela se movía y los niños pequeños gritaban. Y de repente, todo acabó. Afortunadamente, nadie resultó herido en la escuela porque el tornado había pasado a unos 300 metros. Los chi¬ cos asustados se asomaron por las ventanas rotas y vieron con horror la destrucción que había dejado detrás el tornado. Árboles caídos, más de media docena de autos volcados, postes de la luz que habían caído sobre varias casas... Los padres de Tracy llegaron a la escuela al poco rato, se aseguraron de que su hija estuviera bien y fueron corriendo a su casa. Tenían que ir a pie porque las calles estaban lle¬ nas de escombros y no era seguro conducir por ahí. Cuando llegaron a su casa, no podían creer lo que sus ojos veían. El tornado había destrozado un lateral de la casa y el tejado se había caído. A pesar de la imagen desoladora, 11 Tracy tenía otra preocupación más grande. —¡Baxter! ¡Baxter! ¿Dónde estás? Fue corriendo al jardín, donde encontró la valla hecha pedazos y el porche destrozado. Desesperada, Tracy em¬ pezó a buscar a su perrito entre las maderas y los trozos de fachada y de tejado. Sus padres la ayudaron pero no pudieron encontrar al perro por ninguna parte. —Seguro que está vivo —dijo su padre para intentar con¬ solarla—. A lo mejor se fue corriendo cuando se cayó la valla. —Papá, Baxter sabía que algo iba a suceder. Trató de decírmelo esta mañana. Lo sé. ¿Dónde estará? Tracy salió corriendo por la calle y les preguntó a los vecinos si habían visto a su perro. Todos negaban con la cabeza. Cuando Tracy iba de vuelta a su casa, la Srta. Young, que vivía en la casa de atrás, le preguntó: —¿Qué buscas? —A mi perrito, Baxter —contestó Tracy. —¿Es un cachorrito marrón y blanco? —Sí, ¿lo ha visto? La Srta. Young dudó por un momento y apartó la mirada. —Srta. Young —repitió Tracy—. ¿Lo ha visto? —Cuando el tornado llegó a tu casa vi cómo se llevaba una bolita de pelo blanca y marrón. Al principio no sabía qué era, pero al verlo a unos seis metros en el aire me di cuenta de que era un perrito —respondió la Srta. Young. Tracy empezó a llorar y corrió desconsolada a los brazos de su madre. —No sabes cuánto lo siento —dijo su mamá intentando consolarla—. Pobrecita. 12 —Mamá, ya sé que nuestra casa está destrozada, pero en estos momentos mi perro es lo que más me importa. Tengo que encontrarlo. Tracy sacó su bicicleta del destartalado garaje y salió a buscar a su perrito por todo el vecindario, siguiendo la huella de destrucción que había dejado el tornado. Media hora más tarde, Tracy se detuvo de repente en una calle tranquila en las afueras del pueblo. Allí, justo delante de ella, estaba Baxter, mojado y con aspecto de estar agotado, pero sano y salvo. —¡Baxter! ¡Estás vivo! ¡Estás vivo! El perrito corrió alegre hacia Tracy, que bajó de su bicicleta y lo tomó en sus brazos. Baxter daba gemidos de alegría y le lamió la cara. —¡Estoy tan contenta de verte! —dijo Tracy. La chica lo abrazó con fuerza. A partir de este día cambiaron dos cosas. Desde ese momento, el perrito durmió con Tracy en su cama y le cam¬ biaron el nombre. —¡A partir de ahora te llamaremos Ciclón! —anunció Tracy. El terrier ladró dos veces como si estuviera de acuerdo. H&bían pasado cuatro años. El corazón de Tracy se entristeció al ver la mirada de Ciclón, la misma que tuvo el - día del tornado. Pensó que era imaginación suya, pero sabía que su perro estaba preocupado. Ciclón corrió en círculos y saltó encima de su dueña. —¿Qué intentas decirme? ¿Qué pasa? —preguntó. 13 Tracy miró al cielo. Era un día precioso de verano, no había ni una nube. “No puede ser un tornado —se dijo a sí misma—. Algo le preocupa, pero ¿qué? ¿Debería perder esta oportunidad de patinar con Tommy? ¿Y qué le digo? ¿Que mi perro está muy raro y me tengo que quedar en casa? Ni hablar”. —Ciclón, me tengo que ir. ¿Vienes? —dijo mientras se terminaba de poner los patines. El perro corrió al porche, agarró la cuerda y la dejó a sus pies. Tracy se agachó y le acarició la cabeza. —Ahora no puedo jugar, Ciclón. Ya se acabó el juego. Me voy a patinar —dijo. Cuando Tracy se dirigía a la acera, Ciclón soltó un ladrido muy agudo, casi como un aviso. Empezó a correr tras ella, se paró y gimió. Luego agarró su cuerda y salió volando hacia su dueña. —Así que al final decidiste venir, ¿no? —dijo Tracy con una gran sonrisa—. Muy bien, así conoces a Tommy. Es un chico estupendo. —Miró a su perro a los ojos y añadió—: No te preocupes. Tendremos mucho cuidado. No nos pasará nada. La acera terminaba dos cuadras más abajo. Tracy se bajó y patinó en la calle, cerca del césped, y le dijo a Ciclón que corriera por la hierba. Cuando llegaron a la avenida Central, la calle con más tráfico entre su casa y el parque, se pararon en el semáforo. Cuando se puso en verde, Tracy agarró a Ciclón en sus brazos para cruzar. Pero nunca llegó al otro lado. Un auto pasó muy rápido. El conductor iba borracho y 14 no había visto el semáforo en rojo hasta que fue demasiado tarde. Al ver a la niña con el perro en el camino, el conduc¬ tor sonó el claxon y pisó los frenos. Tracy se viró hacía la izquierda justo cuando el auto em¬ pezó a derrapar en el cruce. La impresión de ver esa masa de metal que $e dirigía hacia ella la dejó paralizada. Estaba aterrorizada, con los ojos muy abiertos, y no se podía mover. Ciclón ladrón dos veces. Cuando el auto chocó contra Tracy, el golpe hizo que Ciclón saliera volando y la chica rodó por encima del capó del auto. Afortunadamente, tuvo reflejos para doblar el cuerpo y taparse la cabeza con las manos. Aterrizó en el pavimento con un golpe. Durante un momento, Tracy no sintió ni oyó nada. Después, el dolor se extendió por todo su cuerpo, primero a la cabeza, luego a los brazos y por último a las piernas. Los testigos salieron de sus autos a ayudar a la chica. —¡No te muevas! —le ordenó un hombre vestido de traje—. Vamos a pedir ayuda inmediatamente. —¿Alguien tiene una cobija? —preguntó una mujer entre la multitud. —Hagan sitio —dijo otro testigo—. Déjenla respirar. La mente de Tracy daba vueltas por el impacto del ac¬ cidente. “No estoy muerta. ¿Será una pesadilla? No, es real. Me duele todo. No me puede estar pasando esto. ¡Ciclón! ¿Dónde está Ciclón? Ay, no, por favor, espero que esté bien”. A pesar del dolor, Tracy intentó sentarse. —Mi perro, ¿dónde está mi perro?—. Miró a su alre- 15 dedor buscando desesperadamente entre las piernas de la multitud. Y de repente, lo vio, inmóvil en la calle, a unos tres metros detrás de la gente. —Que alguien ayude a mi perro —fue lo último que dijo antes de perder el conocimiento. * * * Tracy.se despertó con un dolor de cabeza tremendo. Se frotó los ojos y echó un vistazo por toda la habitación. —¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? —Ay, mi amor, ¡te has despertado! —dijo su madre acariciándole la cara. —Estamos aquí, contigo —dijo su padre—. Estás en el hospital. Sufriste algunas lesiones, pero el médico dice que te pondrás bien. Lentamente, Tracy empezó a recordar los horribles hechos. —Me atropelló un auto. ¿Tengo algún hueso roto? —Se miró los brazos y gimió. Tenía los dos brazos enyesados, por debajo del codo—. ¿Y las piernas?—. Tenía las dos piernas vendadas. Se tocó la cara. También tenía una venda en la cabeza. —Tienes los dos brazos rotos. Recibiste un golpe fuerte en las piernas y sufres una concusión leve —dijo su madre—. Podía haber sido mucho peor. Gracias a Dios que llevabas rodilleras y coderas. —Ciclón. ¿Dónde está Ciclón? ¿Está bien? —preguntó Tracy. Aguantó la respiración y cerró los ojos, con la espe¬ ranza de que la respuestafuera buena. —Está bien —contestó su madre, que luego miró a su esposo. 16 —Ah, qué bien —dijo Tracy aliviada—. Estaba muy preocupada por él. Parecía que estaba muerto. —No hables más y descansa —sugirió su padre—. El médico dijo que solo nos podíamos quedar unos minutos. Volveremos mañana por la mañana. —Me siento aturdida y me duele todo. —Duérmete, mi amor. Te queremos mucho—. Su madre se acercó y le dio un beso justo antes de que Tracy se quedara dormida. * * * Tracy se despertó cuando se abrió la puerta de su cuarto del hospital. Esperaba ver una enfermera, pero no entró nadie. Miró el reloj de la mesita. Eran las 4:08 de la mañana. Estaba a punto de volverse a dormir cuando oyó un ladrido muy suave. “Debo de estar soñando. Juraría que he oído un ladrido”, pensó. “Guau”. “Si no fuera porque es imposible, juraría que ese es Ciclón. Suena igual”. “Guau”. Tracy hizo un esfuerzo y se incorporó hacia un lado, miró al piso y dio un grito de alegría. Ahí abajo estaba Ciclón, moviendo la cola, con su cuerda en la boca. —¡Ciclón! ¡Eres tú! —gritó Tracy—. ¡No lo puedo creer! ¿Estás bien? Tienes muy buen aspecto —luego bajó la voz y susurró—: Huy, será mejor que no hable tan fuerte o vendrá la enfermera y te sacará de aquí. 17 Tracy estaba impresionada. —¿Cómo me has encontrado? ¿Cómo entraste? Eres increíble, Ciclón. Te quiero muchísimo. »Además trajiste tu cuerda. Me encantaría jugar contigo, pero... —Le mostró sus brazos enyesados—. Como ves, creo que no voy a poder jugar durante unas semanas. Ven aquí, déjame que te dé un beso. Pero Ciclón no se subió a la cama de Tracy. Se quedó en el piso moviendo la cola y ladró. ' —No puedo creer que me hayas encontrado —dijo Tracy feliz—. Eres increíble. Ven, sube, me encantaría darte un abrazo. Justo en ese momento entró la enfermera. —-Ay, mira, estás despierta. ¿Cómo te encuentras? —dijo. —Mucho mejor, sobre todo con la nueva compañía. La enfermera miró a su alrededor. —No entiendo, no veo a nadie. —Por favor, no se enoje, pero mi perro ha conseguido entrar aquí y ha venido a visitarme —dijo Tracy sonriendo. —¿Cómo? ¿Un perro en el hospital? Eso es imposible. ¿Dónde está? —La enfermera encendió la luz y lo buscó—. Aquí no hay ningún perro. —Sí que está. Ven, Ciclón —dijo Tracy—. ¡Ciclón! Ven aquí, no pasa nada. —El perro no aparecía—. Qué raro. Estaba aquí hace un segundo. Lo tiene que haber oído. Ladró justo antes de que usted entrara. —Yo no oí nada. Y desde luego que no he visto ningún perro. Además, sería casi imposible que pudiera llegar hasta aquí. Debías de estar soñando. 18 —No. Estoy segura. Me desperté hace un rato y entró en la habitación. Lo vi con la luz del pasillo porque abrió un poquito la puerta. —Cariño, yo he estado en la puerta todo el tiempo, así que no habría podido salir de aquí sin que lo hubiera visto. Y como ves, no está aquí, así que... —¿Fue un sueño? —preguntó Tracy. —Eso o tu mente te está haciendo pensar cosas ex¬ trañas. Al fin-y al cabo, sufriste una concusión. Es muy normal que las víctimas de accidentes se imaginen cosas. —Parecía tan real —dijo Tracy frotándose la cabeza—. Pero claro, ¿cómo se iba a haber metido en el hospital y llegar hasta mi cuarto? Supongo que eso es imposible. —Intenta descansar. A lo mejor vuelves a soñar con tu perro. Tracy volvió a poner la cabeza en su almohada, pero no podía dormirse. No dejaba de pensar en Ciclón. A las ocho de la mañana volvieron sus padres. —¿Cómo te encuentras? —Mucho mejor, mamá —contestó Tracy, sentándose en la cama—. Mamá, papá, ayer soñé que Ciclón había venido a visitarme por la noche. Estaba en mi cuarto, ladró y movió la cola. ¿Cómo está? Su madre se mordió el labio, respiró hondo y le tomó la mano. —Cariño, no sé cómo decirte esto. Pero Ciclón murió hace unas horas. Las palabras golpearon a Tracy con la misma fuerza con que la había golpeado el auto. 19 —¿Murió? —preguntó—. Pero ayer dijiste que estaba bien. —Perdóname, mi amor, no quise preocuparte. No pude decirte que estaba malherido. Lo llevamos al veterinario, pero dijo que no había mucha esperanza. Esta mañana lla¬ mamos a la clínica antes de venir y nos dijeron que había muerto hacia las cuatro de la mañana. —No lo puedo creer —dijo Tracy—. Ciclón ha muerto. Las lágrimas le empezaron a recorrer las mejillas, y se tapó la cara con las manos. De pronto, dejó de llorar. —Mamá, papá, sé exactamente a qué hora murió. Eran las 4:08. Esa era la hora que marcaba el reloj cuando lo vi... cuando lo vi por última vez—. Tracy puso la cabeza en la almohada y lloró mientras sus padres intentaban consolarla. Más tarde, Tracy se levantó de la cama por primera vez desde el accidente y se dirigió hacia el baño. Cuando se agarró al pomo de la puerta, sus pies se toparon con algo que estaba debajo de la silla. Miró y se quedó sin aliento. —¡Dios mío! —exclamó—. No fue un sueño. Ciclón estuvo aquí de verdad. ¡Su fantasma vino a decirme adiós! Tracy se agachó y con la mano temblorosa agarró la prueba que necesitaba: la cuerda preferida de Ciclón. 20 HUESOS REVELADORES lor su décimo cumpleaños, Craig Crawford, fue de acampada a una zona remota de Carolina del Sur con su padre, Leonard. Salieron en auto hacia el campo desde su casa en Charleston y por el camino vieron casas destartaladas y tiendas vacías, restos de un pueblo que en algún momento tuvo vida. Llegaron a un claro cerca de una laguna situada en un bosque de grandes cipreses y robles. El laurel, el acebo y las magnolias endulzaban el aire y añadían una nota de color. —Estamos en medio de la nada —dijo Craig, observando la naturaleza salvaje a su alrededor—. Nadie nos encontraría aquí. Estaba equivocado. —Ya verás qué bien lo pasamos —dijo Leonard. —Papá, no vas a convertir esta excursión en una clase 21 de ciencias solo porque eres profesor de biología, ¿no? Su padre se rió. —Por supuesto que sí. Y además nos vamos a divertir. Craig gruñó y después sonrió. En realidad, le gustaba estar al aire libre y compartía con su padre el interés por la belleza y las maravillas de la naturaleza. Así que después de instalar la tienda de campaña, los dos se fueron a dar un paseo y terminaron en la laguna con sus cañas de pescar. Esperaban conseguir algo para la cena. Craig señaló un pájaro que tenía una corona de plumas amarillas y estaba posado en un ciprés. —¿Papá, qué pájaro es ese? —Es una garza amarilla, un pájaro de aspecto siniestro. Atrapan peces de una manera muy extraña. Los agarran con el pico, los lanzan al aire y se los tragan de cabeza. —Y yo que pensaba que íbamos a estar solos. —Aquí hay cientos de especies de animales. —No, papá, me refería a la gente. Mira—. Señaló hacia el otro lado de la laguna. Allí había un hombre delgado, de veintitantos años, parado bajo un sombrero de ala ancha sudado. Llevaba overoles, una camisa blanca sucia y botas hasta las ro¬ dillas. A su lado había un perro sabueso, blanco y marrón, con un hueso en la boca. Los dos estaban mirando a Craig y su padre. Craig los saludó con la mano, pero no respondieron. Se quedaron quietos. De repente, se levantó una ventolera que venía de la laguna. Padre e hijo se taparon los ojos para 22 protegerse de las hojas y la tierra que se arremolinaron a su alrededor. Cuando el viento cesó, miraron al otro lado de la laguna. El hombre y el perro ya no estaban. Aquella noche, después de cocinar la pesca del día, Craig y su padre se sentaron al lado del fuego. —Muy bien —dijo Leonard—. Vamos a quedarnos en silencio a ver cuántos sonidos podemos identificar. “Croac, croac, croac”. —Esas son ranas, ¿verdad? —dijo Craig. —Muy bien. “Uuh, uuh, uuh, uuh”. —¿Un búho listado? —Correcto otra vez. —Y eso —dijo Craig golpeándose el brazo— era un mosquito zumbón. Craig sintió un escalofrío. El aire estaba quieto y los ruidos de la noche habían cesado. Tenía unhorrible presentimiento de que alguien los estaba observando. Mientras su padre hablaba de los hábitos alimenticios del búho listado, Craig miró detrás de él. Lo que vio lo hizo estremecerse y soltar un grito. —¿Qué ocurre?—. Leonard se dio la vuelta y vio lo que había asustado a su hijo. A unos tres metros de ellos estaba el mismo hombre que habían visto en la laguna con su perro. La luz de la hoguera titilaba sobre su barbilla, su larga nariz y su frente alta. Tenía un aspecto cordial, pero en sus ojos se notaba cierto cansancio y tristeza. Tenía la mano sobre la cabeza del perro. El perro tenía 23 las orejas largas y era de color castaño, salvo por una pequeña marca en un hombro, con forma de hoja. Entre sus dientes sujetaba un hueso largo y brillante. —No pretendía asustar a nadie —dijo el joven. —No te oímos llegar —dijo Leonard—. Nos tomaste por sorpresa. —Aquí no suele venir gente a acampar —dijo el joven—. Esto está muy lejos. ¿Son padre e hijo? Ellos asintieron. —¿Vives por aquí? —preguntó Craig. El hombre soltó una carcajada. —¿Vivir aquí? No. Antes sí, pero ahora no. Leonard observó el hueso que tenía el perro y preguntó: —¿Te importa si le echo un vistazo a ese hueso? —No creo que deje que se lo quite un desconocido —dijo el joven—. Es un buen sabueso y me obedece. Pero si le intentas quitar su hueso, puede ser peor que un cocodrilo. Craig sabía por la mirada de su padre que no se sentía cómodo cerca de este joven. —Mire —dijo Leonard—. Si no le importa, estábamos en medio de una conversación entre padre e hijo... —Ay, no, por supuesto. No pretendía interrumpirlos. Que pasen una buena estancia y disfruten de su acampada—. El joven y su perro se dieron la vuelta y se alejaron en la noche, en silencio. —¿Qué ocurre, papá? —preguntó Craig—. Te compor¬ taste como si no te fiaras de ese hombre. —No puedo poner la mano en el fuego, Craig. Pero hay algo que me molesta de él. Y ese perro. Me hubiera gustado 24 echarle un vistazo al hueso. —¿Por qué? La mirada de preocupación de Leonard cambió a su sonrisa habitual. —No, por nada. Por curiosidad. Ya me conoces, me encanta examinar huesos y esas cosas. Bueno ¿dónde estábamos? Ah, sí, con los sonidos de la noche. Al día siguiente de su regreso de la acampada, Leonard se sentó a la mesa y reveló su preocupación. —Craig, cuando estábamos en el campo no te quise asustar, pero estoy casi seguro de que el hueso que llevaba aquel perro era humano. Era un fémur. Ese es el hueso que va de la cadera a la rodilla. Estaba muy limpio, así que supongo que provenía de alguien que lleva muerto muchos años. —¡Guau! —dijo Craig. —Hablé con el alguacil Wilson sobre esto y él envió un par de hombres a la zona para ver si podían encontrar a ese joven y al perro. Quieren saber de dónde salió el hueso. —¿Crees que fue un asesinato? —No necesariamente. Podría ser que el perro escarbó una tumba vieja. Pero el hueso en realidad no parecía tan viejo. Unos días más tarde, el alguacil llamó a Leonard y le dijo que los agentes no habían encontrado ni al joven ni al perro. —Como lo único que tenemos es su sospecha de que un perro llevaba un hueso humano y como nadie ha reportado 25 ninguna desaparición en la zona, no podemos hacer mucho más. Craig y su padre pronto olvidaron su encuentro con el joven y su perro, hasta al año siguiente, cuando regresaron a la laguna para el cumpleaños de Craig. —¿Qué te parece si antes de ir a dormir ponemos unos marshmallows en el fuego? ^—sugirió Leonard. —¡Fantástico! —dijo Craig—. Voy a buscar unos palos. Craig se había alejado unos metros del campamento con su linterna cuando se topó con un par de botas. Un escalofrío le recorrió la espalda al subir la vista desde las botas a los overoles y terminar cara a cara con el joven de aspecto triste que habían visto en la laguna el año anterior. —Tú otra vez —dijo Craig. —Te asusté, ¿verdad? —dijo el joven—. Lo siento. Entonces apareció el perro. Craig tragó en seco. Llevaba en la boca el hueso largo y blanco. Parecía el mismo que su padre había dicho que era humano. —Bueno, me tengo que ir, adiós —dijo Craig. Se dio la vuelta y fue corriendo al campamento—. Papá, ¿sabes qué? —dijo ansiosamente—. Me acabo de encontrar con... Por la expresión en la cara de su padre, sabía que el joven y el perro estaban detrás de él. —¿Cómo va todo? —dijo el joven—. Siento haber asustado al niño. Yo y mi sabueso estábamos paseando cuando vimos su hoguera. —Mire —dijo Leonard—. Estoy un poco preocupado. La última vez que nos vimos... 26 —Fue el año pasado —interrumpió el joven—. El mismo día, el 16 de julio. —¿Cómo lo sabes? —preguntó Leonard. Sin esperar la respuesta añadió—: Tu perro llevaba un hueso como el que tiene ahora. Soy biólogo y desde aquí puedo ver que es un fémur, un fémur humano. ¿De dónde lo sacó? El joven miró hacia otro lado y no dijo nada, como si estuviera pensando. Se quitó el sombrero, revelando su cabello rubio rizado. Puso un pie sobre un tronco, se inclinó y apoyó el brazo derecho sobre la pierna. —Ese hueso tiene su historia. Es del año 1938. Dos granjeros, Strom Woodward y Masón Hopkins estaban en malos términos. Nunca se cayeron bien. Y cada 4 de julio, se enfrentaban en un combate de boxeo que se disputaba en la plaza del pueblo todos los años. Cuando eran adolescentes Strom solía ganar. Pero cuando se hicieron mayores, Masón se hizo más fuerte y lo venció tres veces seguidas, la última vez a los 23 años. »Su rivalidad empeoró cuando ambos empezaron a cortejar a la misma chica, María Dawson. Era muy, muy linda. Era pelirroja, de pelo largo y rizado y ojos tan verdes como los pinos. El caso es que al final le pidieron a María que se decidiera por uno, Strom o Masón. Ella lo pensó durante mucho tiempo y al final decidió que su corazón le pertenecía a Masón. »En fin, esto hizo que Strom se pusiera furioso y quisiera venganza. Así que en el combate de boxeo del siguiente 4 de julio, Strom se metió pesas de hierro en sus guantes y golpeó a Masón. Strom lo tiró al suelo tres 27 o cuatro veces, pero Masón se reincorporaba y seguía luchando. Aunque Strom hizo trampas, Masón terminó ganando cuando le lanzó un derechazo a la barbilla que lo dejó tieso. »Después de eso, Strom estaba más furioso que nunca. Había perdido la pelea de boxeo, su orgullo y a su novia. Dos semanas más tarde su ira consumió su sentido común. Agarró su rifle y se escondió detrás de un arbusto para esperar a Masón. »A1 caer la tarde, Masón y su perro, un sabueso lla¬ mado Hickory, pasaron por ahí. Hickory se detuvo, olfateó el aire y gruñó. Sabía que algo andaba mal y que Strom estaba escondido detrás de un arbusto con malas intencio¬ nes. —La voz del chico se detuvo. Tragó en seco, se aclaró la garganta y continuó—. Strom disparó y mató al perro. Masón gritó, se arrodilló y sujetó a su perro moribundo. Entonces Strom le disparó a Masón en la cabeza y lo mató también a él. Los ojos tristes del hombre se llenaron de ira y su tono de voz se volvió irritado. —Strom cargó el cuerpo de Masón y de su perro muerto en su camión y los trajo a esta laguna. Le ató varias piedras al cuerpo de Masón y lo tiró al agua, pensando que nadie lo encontraría. Luego enterró al perro en un hoyo no muy profundo. »A1 día siguiente, Strom le mintió a María. Le dijo que Masón se había tenido que ir por un tiempo porque sus padres, que estaban en Cincinnati, estaban enfermos y lo necesitaban para que se encargara de la granja. 28 »Strom pensó que había salido impune de su asesinato. Pero no fue así. Por la noche, cuando salió de su cabaña, casi se muere del susto al ver a Hickory mostrándole los dientes y gruñendo. “¡Perro! —exclamó—. ¡Deberías estar muerto! ¡Lárgate de aquí!” Strom se metió en su cabaña, cargó-su rifle y volvió a salir. Pero el perro se había ido. »A1 día siguiente por la noche, cuando Strom salióde su casa, Hickory lo estaba esperando. Y le ladraba y gruñía porque sabía lo que había hecho. “¡No lo puedo creer! —gritó Strom—. ¡Espera a que te agarre, chucho asqueroso! ¡Esta vez te mataré!” Agarró su rifle y abrió la ventana muy despacio. El perro seguía ladrando como loco, así que Strom le apuntó y disparó. Pero Hickory siguió ladrando. »Strom tenía muy buena puntería. Podía atravesar una moneda de medio dólar a cien metros. Sabía que no había fallado. Pero el maldito perro seguía ladrando. Así que salió afuera y empezó a perseguir al perro hasta que este se fue. »Esto se repitió todos los días a la caída de la tarde. En cuanto Strom salía de su casa, se encontraba al perro. Strom empezó a preguntarse si a lo mejor, solo a lo mejor, el perro no era real, sino que era un fantasma. Eso o se estaba volviendo loco. »Así que Strom decidió irse a otro sitio por un tiempo. Pensó que así conseguiría algo de paz. Se fue a vivir por un tiempo con unos amigos a dos condados de aquí, pero eso no le sirvió de nada. La primera noche, Hickory apareció y le ladró. Los otros también lo oyeron y lo vieron. Intentaron atraparlo porque no los dejaba dormir, pero se desvaneció. 29 Para Strom, esto probaba que no estaba loco, que estaba lidiando con un fantasma de verdad. »Como huir no lo ayudó, Strom regresó a su cabaña, pero no podía dormir por los ladridos incesantes durante toda la noche, todas las noches. Strom estaba tan desesperado que se ponía cera de vela en las orejas y se tapaba la cabeza con la almohada para no oírlos. »Pero las apariciones de Hickory empezaron a afectarle. Perdió peso, no comía ni dormía lo suficiente. »Pasaron un par de meses. María empezó a preocuparse porque no había oído ni una palabra de Masón. Sabía que algo andaba mal porque no había escrito ni llamado ni enviado un telegrama. »Aunque el fantasma del perro seguía atormentando a Strom todas las noches, y este estaba cada vez peor, Strom no se daba por vencido. No, señor. Siguió como si no pasara nada. »E1 caso es que una noche, Hickory no apareció por su casa y Strom pudo dormir tranquilo. “Por fin se terminó la pesadilla del sabueso”, se dijo a sí mismo. Pero estaba muy equivocado. »Aquella noche, Hickory entró trotando en el pueblo con un hueso en la boca. Lo depositó en medio de la plaza. Al principio nadie le prestó atención. Pero al día siguiente por la noche hizo lo mismo con otro hueso. No los enterraba ni nada parecido. Los dejaba ahí, ladraba y luego se iba. »A1 final alguien dijo: “Ese parece el perro de Masón. A lo mejor ha vuelto”. A la tercera noche había una multitud esperando. Hickory apareció con un hueso muy grande en 30 la boca y lo dejó en el pasto. Alguien por fin se atrevió a mirar los tres huesos y dijo: “Oye, estos huesos no son de cerdo. ¡Son humanos!”. »Está claro que todos los del pueblo se quedaron he¬ lados. El perro empezó a ladrar y la gente dijo: “Vamos a seguirlo para ver de dónde saca los huesos”. Así que aga¬ rraron sus linternas y siguieron al perro hasta esta laguna. El perro se acercó a la orilla y se zambulló, se metió debajo del agua y ¡sacó otro hueso! »E1 alguacil y sus hombres sacaron muchos más huesos. No todos, pero bastantes. Incluso encontraron el cráneo con un agujero de bala. Sabían que los huesos eran de un hombre de unos veinte años que medía 1,80 m y se había roto un brazo en algún momento de su vida. Esa descripción solo podía corresponder a Masón Hopkins. »Para entonces, el alguacil ya tenía una idea de quién había matado a Masón. Así que decidió ir a visitar a Strom Woodward. Pero Hickory llegó antes. Strom estaba sentado en el porche, tocando el banjo cuando vio al sabueso. Llevaba un hueso en la boca y cuando llegó hasta donde estaba Strom, depositó el hueso a sus pies. Strom estaba tan asustado que no se podía mover. Abrió la boca y se le cayó el banjo de las manos. »Muy pronto llegó el alguacil y empezó a hacerle un montón de preguntas a Strom. El joven balbuceaba. Cuando el alguacil vio el hueso, le preguntó: “¿De dónde sacaste esto?”. Y Strom dijo: “Yo no sé nada de eso”. Entonces Hickory empezó a ladrar un poco más allá y cuando el al¬ guacil se acercó, vio que alguien había cavado un agujero. 31 ¿Y saben qué había dentro? Más huesos. »E1 alguacil determinó en ese momento que eran del cuerpo de Masón. El sabueso los había sacado de la laguna y los había enterrado en el jardín de Strom. Para ese entonces, Strom estaba tan afectado que se fue a un lateral de la casa y empezó a llorar. Lloriqueaba y nadie podía entender qué estaba diciendo. Por fin consiguieron calmarlo para saber qué decía. Y Strom confesó. “¡Fui yo! ¡Yo maté a Masón Hopkins! Le dis¬ paré en la cabeza, até rocas a su cuerpo y lo tiré .a la laguna. También maté a ese perro, pero su fantasma ha vuelto y me persigue. Me ha estado siguiendo y no consigo que cierre la boca. Y ahora sé que ha estado enterrando los huesos de Masón en mi jardín. No puedo aguantar más. ¡Me estoy volviendo loco!” »Strom pasó el resto de su vida en la cárcel por el asesinato de Masón. * * * —¡Guau! ¡Vaya historia! —exclamó Craig—. ¿Y qué pasó con el perro fantasma? —Según la leyenda, Hickory y su dueño a veces se pa¬ sean por este bosque durante el aniversario de su muerte. —El joven entrecerró los ojos. Tomó aire y dijo en voz baja—: No era mi intención entretenerlos tanto. Mejor me voy—. Se dio la vuelta, acarició a su perro en la cabeza y dijo—: Vamos, Hickory—. Luego se alejaron en silencio. Craig no estaba seguro que había oído bien. —¡Oye, espera un momento! —gritó—. ¡No te vayas! —Entonces, sin recuperar el aliento, Craig miró a su padre 32 y le dijo nervioso—: Papá, ¿no acaba de llamar a su perro Hickory? Leonard, que estaba reflexionando, pegó un salto y exclamó: —¡Eso es! La marca que tiene el perro en el hombro derecho tiene forma de hoja de nogal. Hickory en inglés quiere decir nogal. Llevo rato intentando averiguar a qué me recordaba. A una hoja de nogal, claro. —Papá, si el perro se llama Hickory, crees que... —¿Qué? ¿Que nos acaba de visitar el fantasma de Masón Hopkins y Hickory? —Movió la cabeza—. No seas tonto. * * * Durante días, Craig no pudo dejar de pensar en el en¬ cuentro con aquel hombre y su perro. Leonard intentó qui¬ társelo de la cabeza. —Mira, Craig, el hombre nos contó un cuento. Los fantasmas no existen. Seguramente se inventó la historia del asesinato. —¿Y qué me dices del hueso que llevaba el perro? Tú dijiste que era humano. —Sí, definitivamente era humano. Pero como te dije antes, seguramente salió de alguna tumba vieja. —¿No podemos averiguar si realmente hubo un asesinato por aquella época? —Bueno, supongo que podemos consultar los periódicos de la época y ver si alguien escribió algo sobre el asunto, si es que realmente sucedió. Al día siguiente fueron a la biblioteca para mirar los microfilmes de los periódicos. 33 —El hombre nos dijo que a Strom lo arrestaron unos meses después del asesinato, que se supone que sucedió en algún momento después del 4 de julio de 1938 —dijo Leonard—. Así que vamos a empezar con las ediciones de septiembre. Pusieron el microfilme y estudiaron todos los artículos en la pantalla. Leyeron sobre el ejército de un loco alemán llamado Hitler que estaba invadiendo Austria, la guerra civil en España, la aprobación de una ley que prohibía que los ni¬ ños trabajaran y los Yankees de «Nueva York, quejes habían ganado a los Chicago Cubs cuatro veces seguidas, ganando así la Serie Mundial. Ya estaban cansados, cuando Craig y su padre leyeron la primera página de la edición del 25 de octubre de 1938. El titular decía: HOMBRE CONFIESA ASESINATO Un perro encuentra los huesos de la víctima que llevaba tres meses desaparecida Tal y como les había contado el joven, el artículo decía que habían arrestado a Strom Woodward por el asesinato de MasónHopkins después de que el perro de Masón, Hickory, llevara a las autoridades los huesos de la víctima. —Es cierto —dijo Leonard—. ¡Era todo cierto! —Y mira —dijo Craig muy nervioso—. El artículo dice que a Masón y a su perro los mataron el 16 de julio. ¿Te acuerdas lo que nos dijo el joven sobre los fantasmas de Masón y Hickory? Dijo que aparecían en la laguna el día del aniversario de su muerte. Allí estábamos hace dos años, el 34 día de mi cumpleaños, el 16 de julio. —Hijo mío, esto quiere decir que el hombre que conocimos decía la verdad sobre el asesinato, pero no prueba que sea un fantasma. A ese joven seguramente le divierte ir andando por ahí y contarle a la gente la historia. Vamos a seguir leyendo. El artículo continúa en la página siguiente. Leonard movió el microfilme. Lo que vieron en esa página los dejó sin aliento. Al lado del artículo había una foto con una leyenda que decía: “Masón Hopkins, víctima del asesinato, y su perro fiel, Hickory, 12 días antes de su muerte”. Encima de la leyenda estaba la fotografía del mismo joven que había visitado a Craig y a su padre en su campamento. Y al lado del joven, estaba su perro, un sabueso blanco y negro con una mancha en el hombro izquierdo con la forma de una hoja de nogal. 35 EL ESPIRITU DEL BOSQUE DE MORGAN I na tarde de verano, cuando el sol se escondía detrás de un risco de las Smokey Mountains, Wade Hampton y su hermano Scott cabalgaban por la zona más tenebrosa del Bosque de Morgan. Desde hacía años en el bosque habían sucedido cosas muy extrañas. Había gente que decía haber visto el fantasma de un soldado de la Guerra Civil caminando entre los árboles, en búsqueda de su unidad de infantería. Otros decían haber oído gritos de dolor. Pero nadie había visto ni oído nada en muchos años, hasta que llegaron Wade y Scott. Wade, de catorce años, y Scott, de trece, estaban pasando sus vacaciones de verano en el rancho de su tío Jeb y su tía Faye, al este de Tennessee. Los chicos eran unos jinetes excelentes y montaban a caballo siempre que podían. Wade iba montado en su caballo marrón llamado Popeye, al que llamaron así por 36 la manera que hinchaba los carrillos cuando le ponían delante la comida. Scott iba en un caballo muy inquieto, de color marrón, llamado Rebel. Iban hablando sobre lo bien que lo estaban pasando esas vacaciones, cuando Popeye y Rebel empezaron a ponerse nerviosos de repente. Ambos relincharon y cocearon. Empezaron a mover la cabeza de arriba abajo. —Algo les molesta —dijo Wade. —A lo mejor es un jabalí —dijo Scott— Pueden ser muy malos. Las caballos echaron las orejas hacia delante, una señal inequívoca de que tenían miedo. Wade se acercó al cuello de su caballo y le susurró: —Cálmate, muchacho. No pasa nada. Wade miró hacia el bosque buscando al animal o la persona que estaba asustando a los caballos. Popeye abrió todavía más los ojos y empezó a patear y a relinchar más fuerte. A su lado, Rebel empezó a retroceder mientras que Scott luchaba por mantener el control. —Oye, Reb, ¡para! —gritó Scott. —Sea lo que sea, está aterrorizando a los caballos —dijo Wade. —¿Qué hacemos? —preguntó su hermano. Antes de que Wade pudiera contestar, Scott gritó: —¡Mira, en los árboles! ¿Qué es eso? Wade miró hacia su derecha y vio un animal blanco y brillante a unos docientos metros, que salió disparado entre los árboles y luego desapareció en la espesura del bosque. —¿Qué fue eso? —preguntó. —No lo sé. A lo mejor era un ciervo. 37 —Nunca había oído hablar de un ciervo blanco —dijo Wade—. Además, parecía más grande que un ciervo. Vamos a ver si descubrimos qué era. Los caballos no querían adentrarse en el bosque. Normalmente obedecían, pero esta vez ambos se resistieron a seguir las órdenes de sus jinetes. —Nunca había visto a Popeye así —dijo Wade. —Rebel también está protestando. Ese animal los asustó. Vamos a volver. —Sí, pero antes quiero marcar este sitio para volver mañana y buscar huellas. Tenemos que descubrir qué era. Wade se bajó del caballo, agarró unos seis palos y los enterró en la tierra, uno al lado del otro, justo al lado del camino. Al día siguiente, los muchachos terminaron sus tareas en el rancho, se subieron a los caballos y fueron hacia el Bosque de Morgan. Al encontrar la marca, Wade dijo: —El animal que vimos estaba a la derecha. Vamos a ver si encontramos las huellas. Esta vez los caballos no protestaron, y un rato más tarde los chicos llegaron al sitio donde habían visto el animal blanco. Desmontaron y estudiaron el suelo, buscando pistas. Encontraron huellas de ciervo y de mapache, pero nada extraño, hasta que... —Oye, Wade, mira esto —gritó Scott. En la tierra blanda que había a la orilla de un riachuelo encontraron la huella de una herradura. —Esa huella es de caballo. Debió de cruzar el riachuelo —dijo Wade. —Pues era muy brillante —dijo Scott—. Parecía resplan¬ decer entre las sombras. 38 Cruzaron el riachuelo saltando de una roca a otra. —Mira, aquí hay más huellas de herraduras —dijo Wade. Las siguió y dijo—: ¡Guau! ¡Mira esto! Scott se acercó y examinó la tierra. —No veo nada. —Efectivamente. Mira esas huellas —dijo Wade señalando las huellas de los cascos que salían del riachuelo—. Se dirigen hacia aquí durante unos nueve metros y luego desaparecen. Si el caballo se hubiera dado la vuelta, veríamos huellas hacia la izquierda o la derecha porque la tierra aquí sigue siendo blanda. Pero no hay nada. —¿Entonces el caballo desapareció así como así? —No tiene mucho sentido —dijo Wade—, pero no se me ocurre ninguna otra explicación. Los chicos pasaron al otro lado del riachuelo e intentaron descubrir de dónde venían las huellas. Para su sorpresa, vieron que las huellas empezaban unos dieciocho metros más allá, pero antes de eso no había nada. —Es como si el caballo apareciera de la nada, cruzara el riachuelo y luego volviera a desaparecer —dijo Scott rascándose la cabeza. —Bueno, por lo menos sabemos algo —dijo Wade—. No es un caballo salvaje porque tiene herraduras. Debe de ser de alguien. Esa noche durante la cena, los hermanos les hablaron a sus tíos de las huellas y del extraño caballo blanco. —No conozco a nadie por aquí que tenga un caballo blanco —dijo su tío Jeb—. Suena muy raro, pero claro, estaban en el Bosque de Morgan. —Vamos, Jeb —dijo su tía—. No los asustes. 39 —No los asusto. Además, ya son mayorcitos. Yo no tengo la culpa de que la gente diga que ese bosque está maldito. Solo porque tú y yo no hayamos visto fantasmas no quiere decir que no los haya. —A lo mejor no deberían ir al bosque, sobre todo de noche —dijo su tía. Wade sonrió. —¿Por qué, tía Faye?. Si tú no crees en fantasmas, ¿no? —preguntó el chico. * * * * Una semana más tarde, los hermanos habían terminado sus tareas matutinas y se fueron al bosque a caballo. La niebla cubría el valle y las colinas redondeadas. Los chicos regresaron al riachuelo donde habían visto el caballo blanco. Tenían planeado hacer una presa para pescar, bloqueando el riachuelo con árboles pequeños que iban a talar. Cuando Wade iba a lanzar el primer hachazo a una higuera, los caballos, que habían estado pastando tranquila¬ mente a unos metros de ahí, empezaron a relinchar alarmados y empezaron a patear el suelo. —Ahí hay algo —dijo Wade—. Vamos a agarrar los caballos. Pero cuando los chicos se acercaron, los caballos salieron espantados. —¡Eh, Popeye, vuelve aquí! —¡Rebel! ¡Vuelve! Los caballos huyeron en la neblina de la mañana. “¿Qué ocurrirá?”, se preguntó Wade. 40 —¡Wade, mira detrás de ti! Wade se dio vuelta. De la niebla salió galopando un caballo blanco. Tenía la cabeza levantada como si fuera un rey y sus crines se movían majestuosamente con la brisa. Tenía los ollares abiertos. Una marca negra le bajaba por el cuello y llegaba hasta los músculos de su pecho. —¡Cuidado!—gritó Wade—. ¡Viene hacianosotros! Los chicos intentaron apartarse, pero Scott tropezó, se cayó y se dio de cara con el suelo. Wade se. dio la vuelta, temiendo que a su hermano lo pisotearan, y fue a ayudarlo. Cuando llegó solo les dio tiempo a encogerse como una pelota, taparse la cabeza y esperar que no los pisaran. Temieron ser arrasados por los letales cascos, pero no pasó nada. Wade asomó la cabeza y miró. —¿Dónde está el caballo? —preguntó Scott. —¡Se ha ido! —Pero si venía en nuestra dirección. ¿Dónde se ha metido? Los muchachos se incorporaron aturdidos y empezaron a buscar. —¡Las huellas! —gritó Wade—. ¡Mira las huellas! Terminan a metro y medio de nosotros. —No se desvían ni nada parecido. Desaparecen sin más —dijo Scott—. Esto es de lo más tenebroso. Vámonos de aquí. Los chicos silbaron para llamar a sus caballos, pero no los encontraron hasta medio kilómetro más allá. Cuando re¬ gresaron al establo, le contaron su encuentro con el misterioso caballo a Wiley Pickett, uno de los operarios del rancho. Este dejó de cepillar al caballo que estaba cuidando, se quitó su sombrero de vaquero y se frotó la barbilla. 41 —¿Ese caballo tenía una marca negra desde la garganta hasta el pecho? —Sí —dijo Wade—. ¿Lo has visto? —Creo que es Alabaster. —¿Qué caballo es ese? —preguntó Scott. —Seguramente es el caballo de Winfield Morgan. —¿Winfield Morgan tiene algo que ver con el Bosque de Morgan?—preguntó Wade. Wiley asintió. —Él es Morgan. —Yo pensaba que Morgan era un tipo que había vivido en el siglo XIX—dijo Scott. —Así es —dijo Wiley. —Espera un momento —dijo Wade—. ¿Estás diciendo que el caballo que vimos es de un tipo que vivió en el siglo pasado? —Sí —contestó Wiley. —¿Nos estás tomando el pelo? —dijo Scott—. Los caballos no viven tanto tiempo. —¿Quién dijo que estaba vivo? —preguntó Wiley, levantando una ceja. —Ahora sí que te estás riendo de nosotros —dijo Wade. —No, es verdad, muchachos. Solo pienso que el caballo que vieron es el fantasma de Alabaster, el orgullo y la gloria de Winfield Morgan. Los chicos se miraron y sonrieron. Estaban convencidos de que Wiley les estaba haciendo una broma, pero pensaron que no tenía nada de malo escuchar el cuento del fantasma. Wiley se apoyó en la puerta del establo, sacó un palillo de dientes y empezó a usarlo. 42 —Déjenme que les cuente la historia de Winfield Morgan. Era un hombre muy rico del siglo XIX. Casi todas estas tierras le pertenecían y criaba ganado y caballos. Le gustaba recorrer sus tierras a lomos de su magnífico caballo, Alabaster, al que llamaron así por una roca blanca que se usa para hacer estatuas y jarrones. »Era muy normal ver a Morgan y Alabaster recorrer las tierras. Aunque había suficiente pasto, les gustaba adentrarse en el bosque donde Morgan podía pensar. »Morgan tenía mucho ganado, caballos, tierras y dinero, pero lo que más le gustaba eran los árboles del bosque: hayas, olmos, nogales, robles e higueras. Los dejaba crecer salvaje¬ mente en sus cientos de acres de terreno. »A Morgan le gustaban tanto esos árboles que ordenó a sus empleados que nunca talaran uno sin su permiso. Los examinaba a lomos de Alabaster y marcaba los que se podían talar. Para él, cada árbol era único y tenía una personalidad propia. Los consideraba seres vivos que respiran y necesitan cuidados y protección. »Si a alguien se le ocurría cortar un árbol, aunque fuera para leña, él y Alabaster se enfrentaban a esa persona y la echaban de sus tierras. Los chicos se miraban fascinados. —Wiley —dijo Scott—, ¡nosotros íbamos a cortar un árbol cuando apareció el caballo de la nada! —¿Ven? Se lo dije. Alabaster se sentía muy a gusto andando por el bosque. De hecho, a veces se ponía un poco nervioso en los espacios abiertos, pero cuando estaba en el bosque parecía brillar. Su pelaje blanco iluminaba todo el bosque. 43 —¡El caballo que vimos brillaba! —exclamó Scott. —Lo creo —dijo Wiley poniendo el palillo en la comisura de los labios—. ¿Por dónde iba? Ah, si, cuando la Guerra Civil estaba llegando a su clímax en 1864, la vida cambió para Morgan. Las tropas de la unión avanzaban por el campo, destruyendo todo lo que tenían a la vista con tal de destruir a los Confederados. Los Yankees robaron todo lo que pudieron de los granjeros y el resto lo quemaron. »Cuando llegaron los chaquetas azules al enorme rancho de Morgan, este los recibió desde su porche, con la esperanza de que si se portaba bien lo dejarían tranquilo. Pero ni hablar. Estaban convencidos de que tenía una fortuna en oro escon¬ dida y le preguntaron dónde estaba. Él lo negó tozudamente y no quiso hablar del tema. Entonces lo amenazaron con quemar su establo si no les decía dónde estaba el oro escondido. Como no decía nada, quemaron el establo. »Mientras se quemaba, los soldados se despidieron y se adentraron en el bosque. Clavaron sus bayonetas en el suelo donde pensaban que podía estar escondido el oro. Pero al principio no encontraron nada. »Los soldados se adentraron cada vez más en el bosque y de repente oyeron el relinche de un caballo. Siguieron el sonido que los llevó a un claro en una parte remota del bosque. Allí encontraron un magnífico caballo blanco, Alabaster, que estaba atado a un árbol. Morgan lo había dejado allí con un buen suministro de agua y de paja, con la esperanza de que los Yankees no lo vieran. »Pero Alabaster, al oír los caballos de los soldados en la distancia, los había llamado inocentemente. Sus relinchos 44 habían delatado su escondite. Los Yankees empezaron a rebuscar por todas partes hasta que encontraron el oro de Morgan escondido debajo de una vara de paja. Los soldados tomaron el oro y llevaron a Alabaster de vuelta al rancho. »Morgan les suplicó a los soldados que se quedaran con el oro, pero que le dejaran quedarse con Alabaster. Amaba a ese caballo tanto como a los árboles. Pero Alabaster era un caballo demasiado preciado para que los soldados lo dejaran. La última vez que Morgan vio a Alabaster, este relinchaba y se revolvía, y llevaba en su lomo a un soldado de uniforme azul. Alabaster se volteó por última vez y miró a Morgan con los ojos muy abiertos y una mirada triste. El pobre caballo sabía que lo había traicionado. »Morgan estaba tan enojado que sacó una pistola que tenía escondida debajo del piso y le disparó al jinete. Los soldados entonces le dispararon a él y lo mataron. —¿Qué pasó con Alabaster? —preguntó Scott. —Dicen que murió de tristeza, poco tiempo después de la muerte de Morgan. Su espíritu regresó al bosque para proteger los árboles y buscar a su dueño. Los hermanos se quedaron sentados sin hablar durante un rato. —Vaya cuento, Wiley —dijo Wade. —No es un cuento. Es verdad. —¿Alguna vez has visto al fantasma de Alabaster? —preguntó Scott. —No. No había oído de nadie que lo hubiera visto desde que era pequeño. Hasta que ustedes lo vieron hoy. 45 * * * Durante su último mes de vacaciones, los chicos re¬ gresaron seis veces más al Bosque de Morgan pero no volvieron a ver al caballo blanco. Dos días antes de que terminaran sus vacaciones, Wade fue a cabalgar solo con Popeye. Le dijo a su tía que iba a una laguna cercana. Pero en el camino vio un águila y la siguió hasta que se posó en un árbol en el Bosque de Morgan. De repente, Popeye relinchó. Wade oyó el inconfundible sonido de una serpiente de cascabel. Miró hacia abajo y vio que la serpiente había mordido a su caballo en la pata derecha. Popeye se puso en dos patas y Wade se cayó y se dio contra una gran roca. Al caer al suelo, Wade se golpeó su pierna derecha y sintió un dolor intenso. Sabía que estaba mal herido. Más adelante descu¬ brió que no solo tenía la pierna rota, sino también la clavícula y varias costillas. El dolor era tan intenso que se desmayó. Cuando recuperó el conocimiento, intentó sentarse, pero le dolía demasiado. Respiraba con dificultad y apenas podía soltar un gemido con lascostillas rotas. “Qué dolor —pensó Wade—. No puedo andar. No puedo gritar. Nadie sabe que estoy aquí. Le dije a tía Faye que iba a la laguna, así que no se les ocurrirá buscarme aquí. A lo mejor Popeye ha regresado al establo. Eso es lo que suelen hacer los caballos sin jinete. Por lo menos cuando lo vean sabrán que algo me ha pasado y empe¬ zarán a buscarme. Pero puede pasar mucho tiempo hasta que se les ocurra buscarme en el Bosque de Morgan. En cualquier caso, esa es mi única esperanza”. 46 Justo entonces oyó un resoplido. Parecía venir de un ca¬ ballo. ¿Sería Popeye? ¿O alguien buscándolo? Wade intentó levantarse otra vez. A pesar del dolor en el hombro y las costillas, consiguió asomarse por encima de la roca. “¡Oh, no! ¡Es Popeye y está herido!” Unos metros más allá estaba su caballo, tumbado de lado y respirando con dificultad. Su pata derecha estaba inflamada y temblaba. Wade se volvió a sentar. “Probablemente no me echarán de menos hasta la noche. No podrán salir a buscarme hasta la mañana. Este dolor es insoportable”. Estaba mareado y a punto de volver a perder el conocimien¬ to cuando volvió a oír el resoplido y el relincho de un caballo. Levantó la cabeza lo justo para ver que no era Popeye. Era el misterioso caballo blanco. “¿Alabaster?”, pensó el muchacho. Después volvió a perder el conocimiento. —¡Wiley, aquí! —gritó el tío Jeb mientras tiraba de las rien¬ das de su caballo—. ¡Es Popeye! ¡Está herido! Wade debe de estar por aquí. ¿Wade? ¿Dónde estás? —¡Aquí, detrás de la roca! —gritó débilmente Wade. El tío del muchacho saltó de su caballo y corrió hacia el herido. —¡Wade! ¿Estás bien? —Tío Jeb, cómo me alegro de verte. Creo que tengo una pierna rota. También me duelen las costillas. —¿Qué pasó? —Una serpiente de cascabel mordió a Popeye y me tiró al suelo. Aterricé en una roca. ¿Está muerto Popeye? 47 —No, pero no está bien —Jeb se dirigió a Wiley—: Llévalo de vuelta al rancho. Llama a la ambulancia y dile que traiga una camilla. Tenemos un muchacho malherido. Luego llama al doctor Sanders a la clínica veterinaria. Dile que tiene que tratar a un caballo con una mordida de serpiente de cascabel. ¡Corre! —Tío Jeb —dijo Wade medio aturdido—. ¿Es por la mañana? —No, son las cinco de la tarde. ¿Por qué? —¿Cómo me encontraron tan pronto? Nadie sabía que yo estaba aquí. Cuando vi a Pbpeye en el suelo, pensé que nadie se imaginaría que estaba en problemas. —No lo sabíamos. Es muy raro. Hace una media hora, Wiley y yo estábamos cabalgando y vigilando el ganado, cuando apa¬ reció un caballo blanco que salía del Bosque de Morgan y venía directo hacia nosotros. El ganado y los caballos estaban aterro¬ rizados. Nosotros también estábamos sorprendidos porque no lo habíamos visto antes. »E1 caballo empezó a recular, resoplar y relinchar. Corría de un lado de la valla al otro. Pero de repente empezó a enojarse. Nosotros nos quedamos ahí mirando. Empezó a cocear la valla y derribó una parte. Eso hizo que Wiley y yo nos bajáramos de los caballos y saliéramos detrás de él. Se metió en el Bosque de Morgan. Lo más raro es que no estaba muy lejos de nosotros, pero aun así nos pareció que desaparecía y aparecía unas tres veces. La última vez que lo vimos fue justo donde Popeye estaba tumbado. Fue entonces cuando te vimos. —¿El caballo tenía una marca negra en el pecho? —Creo que sí. —Ese es el caballo que vimos Scott y yo. Era Alabaster. Tío Jeb, creo que me salvó el fantasma de un caballo blanco. 48 EL SECRETO DE BINGO llex Hammond caminaba sobre la tumba de granito gris. Se agachó para leer la inscripción: RANDALL BARON STEVENS Nació el 22 de febrero de 1951 Murió el 5 de agosto de 1959 —Así que es aquí donde está enterrado —dijo el chico de quince años. —Sí —contestó su tía Suzy, observando la tumba con una mirada entre triste y afectuosa—. A tus abuelos, a tu mamá y a mí nos llevó mucho tiempo superar la muerte de Randy. Nuestro hermano era tan joven y tan querido. Se arrodilló y arrancó unas malas hierbas que habían crecido en el césped. —De alguna manera Bingo nos ayudó a soportar el 49 dolor —dijo—. El amor que aquel collie sentía por Randy era increíble. Fueron inseparables, en la vida y en la muerte. —¿Y nadie sabe el secreto de Bingo? —Solo la familia inmediata. Y queremos que siga siendo así. Alex se había enterado del secreto hacía unos meses. Debbie se lo había contado. Ella era la hermana mayor de Randy y Suzi. En 1953, los padres dé Debbie, John y Bárbara Stevens, le compraron a su hijo un cachorrito de collie por su segundo cumpleaños. Lo llamaron Bingo porque era el juego preferido de la familia. El collie tenía un sedoso pelaje blanco y marrón y un ladrido muy particular. Sonaba como una mezcla entre un viejo tosiendo y un coyote afónico. Bingo se llevaba bien con las chicas y sus dos gatos, pero desde el principio estuvo muy claro que Bingo era el perro de Randy, y su salvavidas. Bingo se convirtió en un héroe al año después de su llegada. Randy estaba durmiendo la siesta con su mamá cuando se levantó y salió por la puerta de atrás. El niño de tres años se alejaba de la casa. Cuando Bingo lo vio, salió disparado detrás de él y se quedó a su lado. Bingo aulló porque presintió el peligro, y no se despegó de su dueño. Al cabo de medio kilómetro, llegaron a una autopista. Randy vio una moneda brillante en mitad de la carretera y fue a cogerla, sin prestar atención al tráfico. Bingo empezó a correr alrededor del chico y a ladrar a los autos que pasaban en ambas direcciones para que pararan. Los conductores se preguntaban si el perro estaría loco. 50 Bingo se quedó en medio de la carretera, bloqueando el tráfico e incluso amenazando con morder a aquellos que intentaban avanzar. Randy jugaba inocentemente en el suelo unos metros más allá. Los conductores vieron impresionados cómo el perro volvió hacia el chico y lo sacó de la carretera sujetándolo por un hombro. Pero el chico pensó que era un juego, volvió al centro de la carretera y se sentó riéndose. Por fin se acercó un policía con mucho cuidado, calmó al perro y se llevó al niño a un lugar seguro. Desde entonces, Bingo se volvió muy protector con su dueño. En parte era porque Randy era un chico muy frágil y enfermizo, aunque casi nunca protestaba y siempre sonreía. Hacían todo juntos: jugaban, dormían y a veces comían juntos. Todos los sábados por la mañana, Randy y Bingo desayunaban juntos viendo la tele. Randy servía dos tazones de cereal y los llevaba a la sala de estar, donde lo esperaba Bingo enfrente de la tele. —Muy bien, vamos a comer —decía Randy. Se sentaba en el piso, ponía un tazón encima de sus piernas y le daba el otro a Bingo. El perro movía la cola y se tumbaba sobre su estómago con las patas hacia delante cerca del tazón. Mientras Randy comía su cereal, el perro lamía la leche y el cereal de su tazón. Bingo pronto se hizo más grande que Randy. Pesaba unos 45 kilos. El collie tenía un gran corazón y sabía las limitaciones físicas de Randy. Siempre era paciente con su pequeño dueño, que solía estar cansado y no jugaba juegos rudos con él. Cuando jugaban en el jardín, Bingo corría por el césped 51 hacia Randy como si fuera a atropellarlo, y cuando llegaba, giraba hacia un lado y seguía corriendo. A veces, en plan juguetón, el perro sorprendía a Randy por detrás y lo empujaba al suelo. Randy se reía y se revolcaba con el perro. Cuando Randy tenía cinco años y estaba en kindergarten, Bingo solía ir trotando hasta el patio de la escuela para ver a su dueño. Durante el recreo, cuando los otros chicos estaban en el patio, Bingo se quedaba observando y se aseguraba de que Randy estuviera bien y que nadie se metiera con él. Aunque no tenía de qué preocuparse porque todos querían a Randy. Así como todos querían a Bingo, que dejaba que los niños lo acariciaran y besaran. En segundo grado, Randy sepuso más enfermo y sus padres lo llevaron a un especialista para que le hiciera pruebas. Los resultados hicieron realidad la peor pesadilla de la familia. Randy se estaba muriendo de leucemia, cáncer en la sangre. Por aquel entonces, los médicos no podían hacer mucho en estos casos. Randy moriría muy pronto. A pesar de su sentencia de muerte, Randy mantenía su buen ánimo y esperaba lo mejor. Le ayudaba tener a su amigo Bingo a su lado. Aunque a Bingo le encantaba estar afuera, se quedaba con Randy en su cuarto porque sabía que su dueño necesitaba compañía. Cuando Randy tenía un buen día, que era pocas veces, Bingo agarraba una pelota roja y la ponía encima de su cama. Randy la lanzaba y Bingo la recogía. El cuarto era pequeño, pero al collie no le importaba porque quería jugar con su dueño. Después llegaron los días malos, en los que Randy estaba 52 demasiado débil para apenas acariciar a su perro. Pero el perro nunca protestó. Saltaba encima de la cama y le lamía la mano para que supiera que su amigo lo quería. Pronto llegó el momento que Randy estaba temiendo, el día que tuvo que ir al hospital para pasar sus últimos días. Antes de salir de la casa, el chico llamó a su perro. Bingo se acercó a la cama, apoyó la cabeza en el colchón y miró a su dueño. —Bingo —susurró Randy—, tengo que irme por un tiem¬ po. Necesito que te quedes a cargo de las cosas, ¿está bien? Cuando yo me vaya, habrá más chicas que chicos en esta casa, así que tienes que ayudar y portarte bien. Aunque tú siempre te portas bien. Eres el mejor perro del mundo. Pero escucha, tienes que despertar a Suzy y a Debbie todos los sábados por la mañana para que te den tu tazón de cereales, ¿de acuerdo? Ahora me tengo que ir. Adiós, Bingo. Te quiero mucho. Bingo emitió uno de sus ladridos característicos y lamió la cara del muchacho. Los días siguientes, Bingo apenas comía y estaba abatido. Él y Randy nunca se habían separado más de uno o dos días. Sin Randy, Bingo se sentía perdido. Iba al cuarto del niño, se tumbaba en su cama y solo salía cuando las chicas insistían mucho. Jugaba con ellas pero sin ganas. Cuando la salud de Randy empeoró, John y Bárbara se quedaron a su lado continuamente. En la casa, las hermanas se quedaron al cuidado de la Srta. O’Malley, la vecina. La Srta. O’Malley encendió la radio, se acomodó en una silla y empezó a trabajar en su labor mientras las chicas dormían. De repente, Bingo, que había estado acurrucado en la 53 cama vacía de Randy, emitió un aullido aterrador. Saltó al suelo, se metió en el armario de Randy, agarró un zapato y salió disparado a la sala. Empezó a mover la cabeza de un lado a otro y lanzó el zapato al otro lado de la sala, ante la mirada sorprendida de la Srta. O’Malley. El perro ladraba y aullaba, corría por toda la sala como si no supiera qué hacer y luego se metió otra vez en el cuarto de Randy. Agarró una camisa que estaba en un gancho y la arrastró hasta la sala donde siguió aullando. El ruido despertó a las muchachas. —¿Qué ocurre? —preguntó Debbie—. ¿Qué le pasa? —No lo sé —contestó la Srta. O’Malley—. ¿Nunca había hecho esto antes? —No —dijo Suzi—. Mira, ahora tiene la gorra de Randy. El collie siguió agarrando y tirando la ropa de Randy por toda la sala y aullando de una forma descontrolada. Intentaron consolarlo, pero se alejaba, agarraba otra cosa, la lanzaba y aullaba. Bingo por fin se calmó quince minutos después y volvió a entrar en el cuarto de Randy. Una hora más tarde, los padres de Randy volvieron a casa, con el rostro cansado y los ojos rojos. La Srta. O’Malley sabía lo que había pasado sin que dijeran una palabra. Randy había muerto. Los abrazó con fuerza y se unió a su llanto. —Era un chico estupendo —suspiró Bárbara—. Quería a todo el mundo y cómo adoraba a ese perro. —¡Bingo! —exclamó la Srta. O’Malley—. Esta noche se volvió loco. Empezó a sacar cosas del cuarto de Randy, las arrastraba hasta aquí y se ponía a aullar y a ladrar. 54 —¿Cuándo sucedió eso? —preguntó Bárbara. —Hace poco más de una hora, hacia las 9:30. Bárbara miró a su esposo y apretó su mano con fuerza. —John, a esa hora murió Randy. ¿Crees que Bingo lo supo y por eso se volvió loco? —Con lo mucho que se querían los dos, no lo dudaría ni un segundo —contestó John. Dos días más tarde, la familia Stevens junto con muchos amigos y familiares fueron al funeral de Randy en el cementerio .Hillside Memorial. Entre ellos estaba el fiel Bingo, con la cabeza gacha y la cola caída. Cuando terminó el funeral, Bingo se negó a abandonar el lugar donde se encontraba la tumba de su dueño. —Vamos, Bingo, tenemos que irnos —dijo John acari¬ ciando al perro. Pero Bingo ni siquiera levantó la vista. Sus ojos se mantuvieron fijos en la tumba—. Bingo, vamos, te¬ nemos que irnos ahora. —Déjalo, John —dijo Bárbara—. A lo mejor necesita estar a solas con Randy. Bingo volverá a casa cuando esté listo. Además, la casa no está lejos. Pero a la hora de la cena Bingo no había vuelto. A la caída de la noche, John fue en auto al cementerio para buscar al collie. Lo encontró al lado de la tumba. John salió del auto, se acercó y se arrodilló. —Hola, Bingo. ¿Estás bien, muchacho? Echas mucho de menos a Randy, ¿verdad? Todos lo echamos de menos. Era un gran chico. John se quedó hablando con Bingo durante media hora, hablando de su hijo y recordando los buenos y los malos 55 tiempos, y mientras sentía que se aliviaba su dolor, parecía que Bingo también se sintiera mejor. —Bueno, mejor nos vamos, ¿listo? —dijo John. El perro aulló. John lo agarró por la correa y dijo—: No pasa nada. Randy lo entiende. Te necesitamos en casa y tienes que comer y beber—. El perro salió del cementerio de mala gana. Pero Bingo se negó a córner, a pesar de que Bárbara le había cocinado una hamburguesa. Esa noche, el perro dur¬ mió en la cama de Randy. Al amanecer, empezó a arañar la puerta para que lo dejaran salir.'Suzy, la primera en desper¬ tarse, abrió la puerta y Bingo salió disparado. Corrió por el jardín de la Srta. O’Malley, atravesó el parque y fue por la acera hasta el cementerio. Cuando llegó a la tumba de Randy, Bingo se tumbó como lo hacía cuando miraba la tele con Randy. Y así empezó su vigilia. Todas las mañanas durante el mes siguiente, Bingo iba a la tumba de Randy al amanecer y pasaba el día ahí. Dormía, caminaba y ahuyentaba a las ardillas. A los encargados del cementerio no les molestaba. De hecho, muchas veces le daban los restos de su almuerzo, pero el collie casi no comía. Pasaron los días y el perro cada vez estaba más débil. Cuando llegaba a la casa por la noche, bebía un poco de agua y probaba unos pocos bocados de comida y se iba al cuarto de Randy, que estaba igual que cuando Randy vivía. Bárbara y John estaban preocupados por la salud de Bingo y lo llevaron al veterinario. Pero el veterinario no encontró nada, excepto que el perro estaba perdiendo peso porque no comía. 56 —Denle estas vitaminas. Las pueden mezclar con la comida y deben forzarlo a comer, si es necesario —dijo el veterinario—. Si no lo fuerzan a comer, no durará mucho. Pero a pesar de todos los esfuerzos de la familia, Bingo solo comía lo que John prácticamente le metía en la boca. Una semana después de la visita al veterinario, Bingo, que ahora estaba en los huesos, dio un débil ladrido para que lo dejaran salir en una mañana húmeda y fría. Su pelaje blanco y marrón que había sido tan brillante hacía unos me¬ ses, ahora había perdido todo su brillo. Caminaba lentamente y cabizbajo. Nunca volvió a casa. Lo encontraron tumbado al lado de la tumba de Randy con su pata derecha encima de la lápida. Uno de los encargados del cementerio llamó a John a su casa para darle la mala noticia. John y Bárbara fueron al cementerio con el corazón destrozado por la muerte de Bingo. —Qué perro más increíble y leal —dijo John con los ojos llenos de lágrimas—. Se negó a separarsede Randy. Tanta devoción...—. Estaba demasiado emocionado para terminar la frase. —John, ¿sabes lo que le hubiera gustado a Randy? —preguntó Bárbara—. Le hubiera gustado que Bingo estu¬ viera enterrado a su lado. —Tienes razón. Vamos a hacerlo. Pero cuando pidieron permiso, el director del cementerio se quedó horrorizado. —¿Un perro enterrado aquí? Lo siento, pero no es posible. Este cementerio es solo para personas. Va en contra de las reglas. 57 Así que los Stevens llevaron el cuerpo de Bingo a su casa y John hizo un hoyo en el jardín bajo un olmo. Bárbara envolvió a Bingo en la manta de Randy sobre la que dormía siempre. Cuando metieron el cuerpo en el hoyo, John, Bárbara y las dos chicas se tomaron de las manos y se despidieron del perro que tanto había querido a Randy. ; * Esa noche, cuando se iban a meter en la cama, los padres de Randy conversaban cuando Bárbara dijo: —John... Shhh, ¿oyes algo? —Suena como si alguien estuviera rasguñando —con¬ testó—. No pueden ser los gatos de las chicas, porque los tienen en su cuarto. —Viene de la puerta de atrás —dijo Bárbara—. Es como el ruido que hacía Bingo cuando quería entrar. John corrió a la cocina y abrió la puerta. Miró a su alrededor con la esperanza de encontrar a Bingo, pero por supuesto, el perro no estaba. Mientras tanto, en el cuarto de las chicas, los gatos em¬ pezaron a dar vueltas y a maullar con la cola erizada. —¿Qué les pasa? —preguntó Suzy. —A lo mejor hay algo afuera —contestó Debbie. Abrió la ventana y le gritó a su hermana—: ¡Suzy! ¡Ven rápido! ¿Qué oyes? No cabía duda. Las dos pudieron oír el ladrido distintivo, una mezcla entre un viejo tosiendo y un coyote afónico. Además de los ladridos se oían aullidos y gemidos. —¡Es Bingo! —gritó Suzy—. ¡Reconocería su ladrido en cualquier parte! 58 Debbie salió disparada de su cuarto y casi choca contra sus padres en el pasillo. —¡Mamá! ¡Papá! ¡Bingo está vivo! ¡Lo oímos ladrar! —No puede ser —dijo Bárbara y se dirigió a la ventana con John para mirar afuera. Ellos también oyeron el ladrido de Bingo—. ¡Viene del jardín, donde está el olmo! —Ahí es dónde está enterrado Bingo —dijo John—. ¡A lo mejor está vivo de verdad! A lo mejor estaba en coma y lo enterramos por error. John salió corriendo, pero en cuanto salió afuera, el sonido cesó. Aun así, John fue hasta el sitio donde habían enterrado al perro para ver si había salido del hoyo. Pero todo estaba como lo habían dejado. —Chicas —dijo John—, tenemos que afrontar los hechos. Bingo está muerto. Debimos de oír otro perro con un ladrido parecido. —Conocemos todos los perros del vecindario —dijo Suzi—. Conocemos todos los perros del pueblo. Ninguno ladra como Bingo. —A lo mejor es un perro callejero. ¿Quién sabe? Vamos a dormir. A la noche siguiente, la familia volvió a escuchar los mismos ladridos acompañados por aullidos y gemidos que los mantuvieron despiertos casi toda la noche. John investigó toda la zona dispuesto a encontrar la fuente de los ladridos. Pero no encontró nada. —Cuando voy a un lado del jardín parece que los ladridos vienen del otro lado —le dijo a Bárbara—. A veces no parecían venir de ningún sitio, pero eso es imposible. 59 Los ladridos lastimosos atormentaron los corazones de la familia Stevens. Las chicas lloraban, los padres estaban destrozados y hasta los gatos aullaban. —John —dijo Bárbara—¿qué ocurre si realmente es Bingo? —Sabes que no puede ser. —¿Pero y si es el fantasma de Bingo? —¿El fantasma de Bingo? —exclamó con las manos en el aire—. ¿Te has vuelto loca? —No. Creo que es el fantasma de Bingo y que va a seguir ladrando hasta que lo enterremos donde debe estar ente¬ rrado, al lado de Randy. Bingo y Randy estaban muy unidos en la vida, ¿por qué no pueden seguir unidos en la muerte? —Pero el director del cementerio dijo que... —John, ¿por qué no hacemos lo que Randy y Bingo hubieran querido? El Sr. Stevens pensó por un momento y asintió. —Tienes toda la razón. John y Bárbara cavaron en la tumba de Bingo, pusieron el cuerpo del perro que estaba envuelto en la manta en la cajuela del auto y fueron al cementerio en mitad de la noche. John hizo un agujero cerca de la tumba de su hijo con mucho cuidado. —Espero que no me pillen —susurró John—. Pensarán que somos ladrones de tumbas o algo así. —O locos —añadió Bárbara. Una vez que pusieron a Bingo en el agujero, lo cubrieron con tierra con cuidado para que nadie se diera cuenta. Luego dieron un paso atrás. 60 —Bingo —dijo Bárbara—, ya estás con Randy. Ahora estarán juntos para siempre. Cuando se iban, John y Bárbara se detuvieron de golpe. Oyeron los ladridos, pero no eran tristes como los que habían oído las dos noches anteriores. No, esta vez eran ladridos alegres, como los de Bingo cuando jugaba con su querido amigo, Randy Stevens. * * * —Tía Suzy'—dijo Alex—, ¿la gente del cementerio sigue sin saberlo? —Efectivamente. Nunca lo descubrieron. Sigue siendo un secreto familiar, el secreto de Bingo. —Dio unas palmaditas en la tierra que había al lado de la tumba de Randy—. Desde que enterraron a Bingo aquí, nos consuela saber que están juntos. —¿Los ladridos dejaron de escucharse en la casa? —preguntó Alex. —Sí, pero durante años muchas personas han dicho que cuando caminan por el cementerio por la noche les parece oír la risa de un niño y el ladrido de un perro. 61 DESEO DE VENGANZA de enero de 1949 ¡Esos ojos! Esos ojos rojos reflejaban una furia tan aterradora que no podía ni siquiera respirar. No podía apartarme. Intenté cerrar los ojos desesperadamente para alejar la mirada vengativa que me quemaba. Pero estaba paralizado del miedo. No podía hacer nada salvo quedarme en la cama y mirar por la ventana, incrédulo, a los ojos fan- tasmagóricos del mismo lobo que había matado hacía una semana. Cuando Troy Bradford, de trece años, leyó estas horripilantes palabras en el misterioso diario se quedó un poco asustado. Troy y su padre, Jack, estaban pasando el fin de semana en la casa de campo que había pertenecido a la familia por años en Manitota, Canadá. Originalmente, la casa había sido de su tío abuelo, Scully Bradford, un solitario excéntrico que se llevaba mejor con los animales que con las personas. 62 Aunque no veía mucho a su familia, Scully solía escribirles a sus sobrinos durante las vacaciones. Les hablaba de las difi¬ cultades y recompensas de tener una pequeña granja, y a veces les contaba historias de sus vacas, cabras, gallinas y ovejas preferidas. Cuando murió a los 77 años en 1985, los Bradford decidieron alquilar la granja, pero se quedaron con la casa de campo de Scully'como un sitio de descanso para la familia. Troy y su padre estaban pasando el fin de semana para hacer unas cuantas reparaciones. Después de poner aislante en las ventanas y las puertas, empezaron a poner cemento en las piedras de la chimenea que estaban sueltas. Mientras Jack estaba afuera mezclando el cemento, Troy estaba examinando todas las piedras para ver cuáles tenían que asegurar. Sacó una piedra del tamaño de una pelota de balonmano y pensó: “Qué raro. Esta piedra no tiene cemento”. Miró en el agujero donde estaba y descubrió un pequeño libro marrón escondido ahí adentro. “¿Qué será esto?” Troy metió la mano y sacó un viejo diario con la tapa de cuero resquebrajado. Lo abrió por la primera página y leyó el título, “Renegado”, garabateado en tinta negra. El resto del libro estaba escrito con una caligrafía muy florida sobre un papel amarillento. Troy abrió el libro por una página cualquiera, y se encontró la página del día 4 de enero de 1949 que hablaba sobre los ojos rojos y enfurecidos del lobo fantasma. —¡Papá! —dijo Troy—. ¡Ven, mira lo que he encontrado! Jack examinó el diario y dijo: —Esto es del tío Scully. Reconozco su letra. Solía mandarnos cartas muy interesantes cuando yo era pequeño. 63 —¿Quién es Renegado? —El
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