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Animales_embrujados_relatos_reales_de_fantasmas_Zullo,_Allan

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ANimxies 
emBRujxDos 
KEMTOS p°r ALLAN 2Pup 
REALES Pí 
FANTASMAS 
SCbolASTlC INC. 
New York Toronto London Auckland Sydney 
México City New Delhi Hong Kong Buenos Aires 
A Maggie Spicer, una niña encantadora. 
—Alian Zullo 
Originally published in English as Haunted Animáis: True Ghost Stories 
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author ñor the publisher has received payment for this “stripped book.” 
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photocopying, recording, or otherwise, without written permission of the publisher. 
For information regarding permission, write to Scholastic Inc., Attention: Permissions 
Department, 557 Broadway, New York, NY 10012. 
ISBN-13: 978-0-439-88210-1 
ISBN-10: 0-439-88210-9 
Text copyright © 1995 by Nash and Zullo Productions, Inc. 
Translation copyright © 2006 by Scholastic Inc. 
All rights reserved. Published by Scholastic Inc. SCHOLASTIC, SCHOLASTIC EN 
ESPAÑOL, and associated logos are trademarks and/or registered trademarks of 
Scholastic Inc. 
12 11 10 9 8 7 6 5 43 2 1 6 7 8 9 10 11/0 
Printed in the U.S.A. 
First Spanish printing, December 2006 
CONTENIDO 
Adiós o Ciclón.... 
Huesos reveladores. 
El espíritu del Bosque de Morgan. 
El secreto de Bingo. 
Deseo de venganza.. 
El fantasma de la Bahía Walker... 
El gato fantasma.. 
La venganza de Spike. 
Rescate desde el más allá. 
7 
21 ♦♦♦♦♦♦♦♦ w -X 
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¿Pueden los animales ser fantasmas? 
Algunos chicos dicen haber visto fantasmas. 
Según los expertos, la mayoría de las apariciones 
son de espíritus de personas muertas. De vez en 
cuando, sin embargo, un chico dice haber visto ¡el 
fantasma de un animal! 
Animales embrujados es una colección de relatos 
sobre chicos que dicen haber tenido un encuentro 
con un espíritu del mundo animal, como perros, un 
gato amoroso, un caballo salvaje y un lobo vengativo. 
Aquí leerás nueve escalofriantes relatos, inspirados 
en los relatos de aquellos que dicen haber visto es¬ 
tos fantasmas. Los nombres de personas y lugares 
se han cambiado para proteger la privacidad de los 
implicados. 
¿Pueden los animales ser fantasmas? ¡Los es¬ 
peluznantes relatos de este libro parecen confirmar 
que es así! 
ADIÓS A 
CICLÓN 
iclón! Ve por tu aro. ¡Vamos a jugar! 
Tracy Chandier, una chica de trece años, abrió la puerta 
de su casa y llamó a su perro fox terrier marrón y blanco que 
estaba olisqueando un hoyo de tortuga. Las orejas del perro 
se levantaron al oír la voz de su dueña y con un ladrido alegre 
se fue corriendo al porche. Rebuscó un poco y ladró otra vez 
al encontrar su juguete favorito, una cuerda de medio metro 
con una lazada en cada extremo. 
Después salió disparado hacia el jardín para jugar, como 
todos los días, a tirar de la cuerda con Tracy. La chica, que 
llevaba una camiseta del equipo Ángeles de California 
y unos vaqueros, se metió el pelo por dentro de su gorra. 
Luego se puso de rodillas y agarró un extremo de la cuerda, 
mientras que Ciclón mordía el otro. 
—¿Estás listo, Ciclón? —preguntó. 
El perro respondió con un gruñido y empezó el juego. 
7 
Ciclón empujaba con las patas y movía la cabeza de lado 
a lado, intentando arrastrar a su dueña. Tracy se dejaba 
arrastrar y luego tiraba fuerte hacia ella. Al cabo de unos 
minutos, Tracy se incorporó, con la cuerda en la mano. Era 
la hora del gran final. 
Ciclón no iba a darse por vencido, aunque ahora estu¬ 
viera de pie. Siguió gruñendo y moviendo la cabeza. Tracy 
levantó la cuerda con las dos manos hasta que el perro se 
quedó colgando. Pero las mandíbulas de Ciclón seguían 
enganchadas firmemente a la cuerda. 
—Está bien, Ciclón, prepárate para dar vueltas. 
Tracy empezó a dar vueltas con la cuerda y el perro 
seguía agarrado. La chica tenía a Ciclón desde hacía cuatro 
años y nunca se soltaba. Cuando Tracy se empezó a marear, 
aminoró la marcha y puso a Ciclón en el suelo con cuidado. 
Pero él no se soltaría hasta que ella lo hiciera. 
—Está bien, Ciclón, ganaste —dijo Tracy. 
Solo se soltaba si oía esas palabras. Entonces daba un 
ladrido, movía la cola y se llevaba la cuerda al porche. 
—¡Tracy! —llamó su mamá desde la cocina—. ¡Te llama 
Tommy por teléfono! 
—¿Tommy? —dijo—. ¡Ahora voy!—. Tommy era el chico 
nuevo de la escuela y a Tracy le gustaba. 
—Ahora vuelvo, Ciclón —le dijo a su perro. 
Media hora más tarde volvió con sus patines. Se sentó 
en los escalones, se puso las rodilleras y las coderas y se ató 
los patines. 
—Oye, Ciclón, me voy a patinar al parque con Tommy. 
¿Quieres venir? —hizo énfasis en la palabra patinar. 
8 
Cuando Ciclón oía la palabra patinar se ponía a ladrar 
y a mover la cola. Le encantaba correr al lado de Tracy por 
la calle. 
Pero aquel día, Ciclón la miró y lanzó un aullido muy 
alto. Tracy solo le había oído aullar así una vez, hacía cuatro 
años, y fue el peor día de sus vidas. 
* * * 
Cuando Ciclón era un cachorrito tenía otro nombre: 
Baxter. 
Un día, antes de la escuela, Tracy le había dado de comer y 
había jugado con él en su jardín cercado. El perro había estado 
tan juguetón como siempre, pero cuando Tracy se tuvo que ir, 
empezó a aullar, a ladrar y a saltar encima de ella. 
—Baxter, me tengo que ir a la escuela —dijo Tracy—. 
Cuando vuelva por la tarde seguimos jugando. 
El perro siguió aullando, pero no era un aullido para que 
jugaran con él, parecía estar muy nervioso. 
—¿Qué ocurre, Baxter? ¿Te duele algo?—. Tracy examinó 
su pelaje y su cuerpo, pero no encontró nada malo. Aún así 
sabía que algo pasaba. 
Entró en su casa y sacó un hueso de juguete. 
—Toma, ahora sé buen chico. Te veo en unas horas. 
Cuando salga de la escuela vendré corriendo y jugaremos 
otro rato más. 
Al cerrar la valla, Tracy tenía el presentimiento de que 
algo malo le iba a pasar a su cachorrito. Se fue hacia la parte 
de delante de su casa, donde estaban sus padres en el auto 
listos para ir a trabajar. 
9 
—Mamá, papá, ¿podemos dejar a Baxter dentro de la 
casa? 
—¿Por qué? 
—No sé. Parece asustado y tengo el presentimiento de 
que se puede hacer daño o... 
—Seguro que estará bien. Le encanta estar afuera. Si 
llueve siempre se puede meter en el porche. No lo podemos 
dejar solo dentro de la casa. Todavía es un cachorrito. 
¿Quieres que te lleve a la escuelá? 
—No, gracias. 
Antes de caminar las tres cuadras hasta su escuela, 
Tracy fue hasta el jardín para ver al perrito entre las 
maderas de la valla. Todo parecía estar bien. Estaba 
olisqueando un arbusto. 
Durante todo el día, Tracy estuvo preocupada. No podía 
dejar de pensar en su perrito y temía que algo horrible le 
sucediera. A las dos de la tarde, tenía una verdadera razón 
para preocuparse. Llegó una tormenta que castigó la zona 
con grandes lluvias y relámpagos. 
—Atención, por favor —la voz de la directora de la 
escuela, la Srta. Marley, se oyó por los altoparlantes—. 
Alumnos y maestros, la policía nos acaba de informar de 
que se ha formado un tornado a unos kilómetros de aquí. 
Por favor, salgan de sus salones de clase inmediatamente 
pero con orden, tal y como hemos practicado. Vayan al 
pasillo y siéntense tranquilamente en el piso. 
Los chicos se levantaron de sus mesas, y Tracy empezó 
a sentir un gran temor por ella misma, por sus compañeros 
y sobre todo por... 
10 
—¡Baxter! —gritó Tracy—. ¡Dios mío! Está solo en casa. 
¡Tengo que ir a buscarlo! 
Salió corriendo de su clase y se dirigió a la puerta prin¬ 
cipal, pero la Srta. Marley la detuvo. 
—Tracy, ya sabes lo que hay que hacer. Vuelve al pasillo. 
—Pero Srta. Marley, mi perro está en el jardín y... 
—Tracy, no puedes salir ahora. Estamos en medio de 
una gran tormenta yse acerca un tornado. 
—Pero... , 
En ese momento escucharon un enorme rugido, como el 
de un tren que se sale de las vías. 
—¡Es un ciclón! —gritó la Srta. Marley. 
Agarró a Tracy y la llevó hasta el pasillo. Casi inmedia¬ 
tamente, las puertas y las ventanas empezaron a temblar, 
la escuela se movía y los niños pequeños gritaban. Y de 
repente, todo acabó. 
Afortunadamente, nadie resultó herido en la escuela 
porque el tornado había pasado a unos 300 metros. Los chi¬ 
cos asustados se asomaron por las ventanas rotas y vieron 
con horror la destrucción que había dejado detrás el tornado. 
Árboles caídos, más de media docena de autos volcados, 
postes de la luz que habían caído sobre varias casas... 
Los padres de Tracy llegaron a la escuela al poco rato, se 
aseguraron de que su hija estuviera bien y fueron corriendo 
a su casa. Tenían que ir a pie porque las calles estaban lle¬ 
nas de escombros y no era seguro conducir por ahí. 
Cuando llegaron a su casa, no podían creer lo que sus 
ojos veían. El tornado había destrozado un lateral de la casa 
y el tejado se había caído. A pesar de la imagen desoladora, 
11 
Tracy tenía otra preocupación más grande. 
—¡Baxter! ¡Baxter! ¿Dónde estás? 
Fue corriendo al jardín, donde encontró la valla hecha 
pedazos y el porche destrozado. Desesperada, Tracy em¬ 
pezó a buscar a su perrito entre las maderas y los trozos 
de fachada y de tejado. Sus padres la ayudaron pero no 
pudieron encontrar al perro por ninguna parte. 
—Seguro que está vivo —dijo su padre para intentar con¬ 
solarla—. A lo mejor se fue corriendo cuando se cayó la valla. 
—Papá, Baxter sabía que algo iba a suceder. Trató de 
decírmelo esta mañana. Lo sé. ¿Dónde estará? 
Tracy salió corriendo por la calle y les preguntó a los 
vecinos si habían visto a su perro. Todos negaban con la 
cabeza. Cuando Tracy iba de vuelta a su casa, la Srta. 
Young, que vivía en la casa de atrás, le preguntó: 
—¿Qué buscas? 
—A mi perrito, Baxter —contestó Tracy. 
—¿Es un cachorrito marrón y blanco? 
—Sí, ¿lo ha visto? 
La Srta. Young dudó por un momento y apartó la mirada. 
—Srta. Young —repitió Tracy—. ¿Lo ha visto? 
—Cuando el tornado llegó a tu casa vi cómo se llevaba 
una bolita de pelo blanca y marrón. Al principio no sabía 
qué era, pero al verlo a unos seis metros en el aire me di 
cuenta de que era un perrito —respondió la Srta. Young. 
Tracy empezó a llorar y corrió desconsolada a los brazos 
de su madre. 
—No sabes cuánto lo siento —dijo su mamá intentando 
consolarla—. Pobrecita. 
12 
—Mamá, ya sé que nuestra casa está destrozada, pero 
en estos momentos mi perro es lo que más me importa. 
Tengo que encontrarlo. 
Tracy sacó su bicicleta del destartalado garaje y salió 
a buscar a su perrito por todo el vecindario, siguiendo la 
huella de destrucción que había dejado el tornado. Media 
hora más tarde, Tracy se detuvo de repente en una calle 
tranquila en las afueras del pueblo. 
Allí, justo delante de ella, estaba Baxter, mojado y con 
aspecto de estar agotado, pero sano y salvo. 
—¡Baxter! ¡Estás vivo! ¡Estás vivo! 
El perrito corrió alegre hacia Tracy, que bajó de su 
bicicleta y lo tomó en sus brazos. Baxter daba gemidos de 
alegría y le lamió la cara. 
—¡Estoy tan contenta de verte! —dijo Tracy. La chica lo 
abrazó con fuerza. 
A partir de este día cambiaron dos cosas. Desde ese 
momento, el perrito durmió con Tracy en su cama y le cam¬ 
biaron el nombre. 
—¡A partir de ahora te llamaremos Ciclón! —anunció 
Tracy. El terrier ladró dos veces como si estuviera de 
acuerdo. 
H&bían pasado cuatro años. El corazón de Tracy se 
entristeció al ver la mirada de Ciclón, la misma que tuvo el 
- día del tornado. Pensó que era imaginación suya, pero sabía 
que su perro estaba preocupado. 
Ciclón corrió en círculos y saltó encima de su dueña. 
—¿Qué intentas decirme? ¿Qué pasa? —preguntó. 
13 
Tracy miró al cielo. Era un día precioso de verano, no 
había ni una nube. “No puede ser un tornado —se dijo a sí 
misma—. Algo le preocupa, pero ¿qué? ¿Debería perder esta 
oportunidad de patinar con Tommy? ¿Y qué le digo? ¿Que 
mi perro está muy raro y me tengo que quedar en casa? Ni 
hablar”. 
—Ciclón, me tengo que ir. ¿Vienes? —dijo mientras se 
terminaba de poner los patines. 
El perro corrió al porche, agarró la cuerda y la dejó a sus 
pies. Tracy se agachó y le acarició la cabeza. 
—Ahora no puedo jugar, Ciclón. Ya se acabó el juego. 
Me voy a patinar —dijo. 
Cuando Tracy se dirigía a la acera, Ciclón soltó un 
ladrido muy agudo, casi como un aviso. Empezó a correr 
tras ella, se paró y gimió. Luego agarró su cuerda y salió 
volando hacia su dueña. 
—Así que al final decidiste venir, ¿no? —dijo Tracy con 
una gran sonrisa—. Muy bien, así conoces a Tommy. Es un 
chico estupendo. —Miró a su perro a los ojos y añadió—: 
No te preocupes. Tendremos mucho cuidado. No nos pasará 
nada. 
La acera terminaba dos cuadras más abajo. Tracy se bajó 
y patinó en la calle, cerca del césped, y le dijo a Ciclón que 
corriera por la hierba. Cuando llegaron a la avenida Central, 
la calle con más tráfico entre su casa y el parque, se pararon 
en el semáforo. Cuando se puso en verde, Tracy agarró a 
Ciclón en sus brazos para cruzar. 
Pero nunca llegó al otro lado. 
Un auto pasó muy rápido. El conductor iba borracho y 
14 
no había visto el semáforo en rojo hasta que fue demasiado 
tarde. Al ver a la niña con el perro en el camino, el conduc¬ 
tor sonó el claxon y pisó los frenos. 
Tracy se viró hacía la izquierda justo cuando el auto em¬ 
pezó a derrapar en el cruce. La impresión de ver esa masa 
de metal que $e dirigía hacia ella la dejó paralizada. Estaba 
aterrorizada, con los ojos muy abiertos, y no se podía mover. 
Ciclón ladrón dos veces. 
Cuando el auto chocó contra Tracy, el golpe hizo que 
Ciclón saliera volando y la chica rodó por encima del capó 
del auto. Afortunadamente, tuvo reflejos para doblar el 
cuerpo y taparse la cabeza con las manos. Aterrizó en el 
pavimento con un golpe. 
Durante un momento, Tracy no sintió ni oyó nada. 
Después, el dolor se extendió por todo su cuerpo, primero a 
la cabeza, luego a los brazos y por último a las piernas. Los 
testigos salieron de sus autos a ayudar a la chica. 
—¡No te muevas! —le ordenó un hombre vestido de 
traje—. Vamos a pedir ayuda inmediatamente. 
—¿Alguien tiene una cobija? —preguntó una mujer entre 
la multitud. 
—Hagan sitio —dijo otro testigo—. Déjenla respirar. 
La mente de Tracy daba vueltas por el impacto del ac¬ 
cidente. “No estoy muerta. ¿Será una pesadilla? No, es real. 
Me duele todo. No me puede estar pasando esto. ¡Ciclón! 
¿Dónde está Ciclón? Ay, no, por favor, espero que esté 
bien”. 
A pesar del dolor, Tracy intentó sentarse. 
—Mi perro, ¿dónde está mi perro?—. Miró a su alre- 
15 
dedor buscando desesperadamente entre las piernas de la 
multitud. Y de repente, lo vio, inmóvil en la calle, a unos tres 
metros detrás de la gente. 
—Que alguien ayude a mi perro —fue lo último que dijo 
antes de perder el conocimiento. 
* * * 
Tracy.se despertó con un dolor de cabeza tremendo. Se 
frotó los ojos y echó un vistazo por toda la habitación. 
—¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? 
—Ay, mi amor, ¡te has despertado! —dijo su madre 
acariciándole la cara. 
—Estamos aquí, contigo —dijo su padre—. Estás en el 
hospital. Sufriste algunas lesiones, pero el médico dice que 
te pondrás bien. 
Lentamente, Tracy empezó a recordar los horribles hechos. 
—Me atropelló un auto. ¿Tengo algún hueso roto? —Se miró 
los brazos y gimió. Tenía los dos brazos enyesados, por debajo 
del codo—. ¿Y las piernas?—. Tenía las dos piernas vendadas. 
Se tocó la cara. También tenía una venda en la cabeza. 
—Tienes los dos brazos rotos. Recibiste un golpe fuerte 
en las piernas y sufres una concusión leve —dijo su madre—. 
Podía haber sido mucho peor. Gracias a Dios que llevabas 
rodilleras y coderas. 
—Ciclón. ¿Dónde está Ciclón? ¿Está bien? —preguntó 
Tracy. Aguantó la respiración y cerró los ojos, con la espe¬ 
ranza de que la respuestafuera buena. 
—Está bien —contestó su madre, que luego miró a su 
esposo. 
16 
—Ah, qué bien —dijo Tracy aliviada—. Estaba muy 
preocupada por él. Parecía que estaba muerto. 
—No hables más y descansa —sugirió su padre—. El 
médico dijo que solo nos podíamos quedar unos minutos. 
Volveremos mañana por la mañana. 
—Me siento aturdida y me duele todo. 
—Duérmete, mi amor. Te queremos mucho—. Su 
madre se acercó y le dio un beso justo antes de que Tracy 
se quedara dormida. 
* * * 
Tracy se despertó cuando se abrió la puerta de su 
cuarto del hospital. Esperaba ver una enfermera, pero no 
entró nadie. Miró el reloj de la mesita. Eran las 4:08 de la 
mañana. Estaba a punto de volverse a dormir cuando oyó 
un ladrido muy suave. 
“Debo de estar soñando. Juraría que he oído un ladrido”, 
pensó. 
“Guau”. 
“Si no fuera porque es imposible, juraría que ese es 
Ciclón. Suena igual”. 
“Guau”. 
Tracy hizo un esfuerzo y se incorporó hacia un lado, miró 
al piso y dio un grito de alegría. Ahí abajo estaba Ciclón, 
moviendo la cola, con su cuerda en la boca. 
—¡Ciclón! ¡Eres tú! —gritó Tracy—. ¡No lo puedo creer! 
¿Estás bien? Tienes muy buen aspecto —luego bajó la voz y 
susurró—: Huy, será mejor que no hable tan fuerte o vendrá 
la enfermera y te sacará de aquí. 
17 
Tracy estaba impresionada. 
—¿Cómo me has encontrado? ¿Cómo entraste? Eres 
increíble, Ciclón. Te quiero muchísimo. 
»Además trajiste tu cuerda. Me encantaría jugar contigo, 
pero... —Le mostró sus brazos enyesados—. Como ves, creo 
que no voy a poder jugar durante unas semanas. Ven aquí, 
déjame que te dé un beso. 
Pero Ciclón no se subió a la cama de Tracy. Se quedó en 
el piso moviendo la cola y ladró. ' 
—No puedo creer que me hayas encontrado —dijo 
Tracy feliz—. Eres increíble. Ven, sube, me encantaría 
darte un abrazo. 
Justo en ese momento entró la enfermera. 
—-Ay, mira, estás despierta. ¿Cómo te encuentras? —dijo. 
—Mucho mejor, sobre todo con la nueva compañía. 
La enfermera miró a su alrededor. 
—No entiendo, no veo a nadie. 
—Por favor, no se enoje, pero mi perro ha conseguido 
entrar aquí y ha venido a visitarme —dijo Tracy sonriendo. 
—¿Cómo? ¿Un perro en el hospital? Eso es imposible. 
¿Dónde está? —La enfermera encendió la luz y lo buscó—. 
Aquí no hay ningún perro. 
—Sí que está. Ven, Ciclón —dijo Tracy—. ¡Ciclón! Ven 
aquí, no pasa nada. —El perro no aparecía—. Qué raro. 
Estaba aquí hace un segundo. Lo tiene que haber oído. 
Ladró justo antes de que usted entrara. 
—Yo no oí nada. Y desde luego que no he visto ningún 
perro. Además, sería casi imposible que pudiera llegar hasta 
aquí. Debías de estar soñando. 
18 
—No. Estoy segura. Me desperté hace un rato y entró 
en la habitación. Lo vi con la luz del pasillo porque abrió un 
poquito la puerta. 
—Cariño, yo he estado en la puerta todo el tiempo, así 
que no habría podido salir de aquí sin que lo hubiera visto. 
Y como ves, no está aquí, así que... 
—¿Fue un sueño? —preguntó Tracy. 
—Eso o tu mente te está haciendo pensar cosas ex¬ 
trañas. Al fin-y al cabo, sufriste una concusión. Es muy 
normal que las víctimas de accidentes se imaginen cosas. 
—Parecía tan real —dijo Tracy frotándose la cabeza—. 
Pero claro, ¿cómo se iba a haber metido en el hospital y 
llegar hasta mi cuarto? Supongo que eso es imposible. 
—Intenta descansar. A lo mejor vuelves a soñar con tu 
perro. 
Tracy volvió a poner la cabeza en su almohada, pero no 
podía dormirse. No dejaba de pensar en Ciclón. 
A las ocho de la mañana volvieron sus padres. 
—¿Cómo te encuentras? 
—Mucho mejor, mamá —contestó Tracy, sentándose en 
la cama—. Mamá, papá, ayer soñé que Ciclón había venido 
a visitarme por la noche. Estaba en mi cuarto, ladró y movió 
la cola. ¿Cómo está? 
Su madre se mordió el labio, respiró hondo y le tomó 
la mano. 
—Cariño, no sé cómo decirte esto. Pero Ciclón murió 
hace unas horas. 
Las palabras golpearon a Tracy con la misma fuerza con 
que la había golpeado el auto. 
19 
—¿Murió? —preguntó—. Pero ayer dijiste que estaba 
bien. 
—Perdóname, mi amor, no quise preocuparte. No pude 
decirte que estaba malherido. Lo llevamos al veterinario, 
pero dijo que no había mucha esperanza. Esta mañana lla¬ 
mamos a la clínica antes de venir y nos dijeron que había 
muerto hacia las cuatro de la mañana. 
—No lo puedo creer —dijo Tracy—. Ciclón ha muerto. 
Las lágrimas le empezaron a recorrer las mejillas, y se 
tapó la cara con las manos. De pronto, dejó de llorar. 
—Mamá, papá, sé exactamente a qué hora murió. Eran 
las 4:08. Esa era la hora que marcaba el reloj cuando lo 
vi... cuando lo vi por última vez—. Tracy puso la cabeza 
en la almohada y lloró mientras sus padres intentaban 
consolarla. 
Más tarde, Tracy se levantó de la cama por primera vez 
desde el accidente y se dirigió hacia el baño. Cuando se 
agarró al pomo de la puerta, sus pies se toparon con algo 
que estaba debajo de la silla. Miró y se quedó sin aliento. 
—¡Dios mío! —exclamó—. No fue un sueño. Ciclón 
estuvo aquí de verdad. ¡Su fantasma vino a decirme 
adiós! 
Tracy se agachó y con la mano temblorosa agarró la 
prueba que necesitaba: la cuerda preferida de Ciclón. 
20 
HUESOS 
REVELADORES 
lor su décimo cumpleaños, Craig Crawford, fue de 
acampada a una zona remota de Carolina del Sur con su 
padre, Leonard. 
Salieron en auto hacia el campo desde su casa en 
Charleston y por el camino vieron casas destartaladas y 
tiendas vacías, restos de un pueblo que en algún momento 
tuvo vida. 
Llegaron a un claro cerca de una laguna situada en un 
bosque de grandes cipreses y robles. El laurel, el acebo y las 
magnolias endulzaban el aire y añadían una nota de color. 
—Estamos en medio de la nada —dijo Craig, observando 
la naturaleza salvaje a su alrededor—. Nadie nos encontraría 
aquí. 
Estaba equivocado. 
—Ya verás qué bien lo pasamos —dijo Leonard. 
—Papá, no vas a convertir esta excursión en una clase 
21 
de ciencias solo porque eres profesor de biología, ¿no? 
Su padre se rió. 
—Por supuesto que sí. Y además nos vamos a divertir. 
Craig gruñó y después sonrió. En realidad, le gustaba 
estar al aire libre y compartía con su padre el interés por la 
belleza y las maravillas de la naturaleza. Así que después 
de instalar la tienda de campaña, los dos se fueron a dar un 
paseo y terminaron en la laguna con sus cañas de pescar. 
Esperaban conseguir algo para la cena. 
Craig señaló un pájaro que tenía una corona de plumas 
amarillas y estaba posado en un ciprés. 
—¿Papá, qué pájaro es ese? 
—Es una garza amarilla, un pájaro de aspecto siniestro. 
Atrapan peces de una manera muy extraña. Los agarran con 
el pico, los lanzan al aire y se los tragan de cabeza. 
—Y yo que pensaba que íbamos a estar solos. 
—Aquí hay cientos de especies de animales. 
—No, papá, me refería a la gente. Mira—. Señaló hacia 
el otro lado de la laguna. 
Allí había un hombre delgado, de veintitantos años, 
parado bajo un sombrero de ala ancha sudado. Llevaba 
overoles, una camisa blanca sucia y botas hasta las ro¬ 
dillas. 
A su lado había un perro sabueso, blanco y marrón, con 
un hueso en la boca. Los dos estaban mirando a Craig y 
su padre. 
Craig los saludó con la mano, pero no respondieron. Se 
quedaron quietos. De repente, se levantó una ventolera que 
venía de la laguna. Padre e hijo se taparon los ojos para 
22 
protegerse de las hojas y la tierra que se arremolinaron a su 
alrededor. Cuando el viento cesó, miraron al otro lado de la 
laguna. El hombre y el perro ya no estaban. 
Aquella noche, después de cocinar la pesca del día, Craig 
y su padre se sentaron al lado del fuego. 
—Muy bien —dijo Leonard—. Vamos a quedarnos en 
silencio a ver cuántos sonidos podemos identificar. 
“Croac, croac, croac”. 
—Esas son ranas, ¿verdad? —dijo Craig. 
—Muy bien. 
“Uuh, uuh, uuh, uuh”. 
—¿Un búho listado? 
—Correcto otra vez. 
—Y eso —dijo Craig golpeándose el brazo— era un 
mosquito zumbón. 
Craig sintió un escalofrío. El aire estaba quieto y 
los ruidos de la noche habían cesado. Tenía unhorrible 
presentimiento de que alguien los estaba observando. 
Mientras su padre hablaba de los hábitos alimenticios del 
búho listado, Craig miró detrás de él. Lo que vio lo hizo 
estremecerse y soltar un grito. 
—¿Qué ocurre?—. Leonard se dio la vuelta y vio lo 
que había asustado a su hijo. A unos tres metros de ellos 
estaba el mismo hombre que habían visto en la laguna con 
su perro. 
La luz de la hoguera titilaba sobre su barbilla, su larga 
nariz y su frente alta. Tenía un aspecto cordial, pero en sus 
ojos se notaba cierto cansancio y tristeza. 
Tenía la mano sobre la cabeza del perro. El perro tenía 
23 
las orejas largas y era de color castaño, salvo por una 
pequeña marca en un hombro, con forma de hoja. Entre 
sus dientes sujetaba un hueso largo y brillante. 
—No pretendía asustar a nadie —dijo el joven. 
—No te oímos llegar —dijo Leonard—. Nos tomaste por 
sorpresa. 
—Aquí no suele venir gente a acampar —dijo el joven—. 
Esto está muy lejos. ¿Son padre e hijo? 
Ellos asintieron. 
—¿Vives por aquí? —preguntó Craig. 
El hombre soltó una carcajada. 
—¿Vivir aquí? No. Antes sí, pero ahora no. 
Leonard observó el hueso que tenía el perro y preguntó: 
—¿Te importa si le echo un vistazo a ese hueso? 
—No creo que deje que se lo quite un desconocido —dijo 
el joven—. Es un buen sabueso y me obedece. Pero si le 
intentas quitar su hueso, puede ser peor que un cocodrilo. 
Craig sabía por la mirada de su padre que no se sentía 
cómodo cerca de este joven. 
—Mire —dijo Leonard—. Si no le importa, estábamos 
en medio de una conversación entre padre e hijo... 
—Ay, no, por supuesto. No pretendía interrumpirlos. Que 
pasen una buena estancia y disfruten de su acampada—. El 
joven y su perro se dieron la vuelta y se alejaron en la noche, 
en silencio. 
—¿Qué ocurre, papá? —preguntó Craig—. Te compor¬ 
taste como si no te fiaras de ese hombre. 
—No puedo poner la mano en el fuego, Craig. Pero hay 
algo que me molesta de él. Y ese perro. Me hubiera gustado 
24 
echarle un vistazo al hueso. 
—¿Por qué? 
La mirada de preocupación de Leonard cambió a su 
sonrisa habitual. 
—No, por nada. Por curiosidad. Ya me conoces, me 
encanta examinar huesos y esas cosas. Bueno ¿dónde 
estábamos? Ah, sí, con los sonidos de la noche. 
Al día siguiente de su regreso de la acampada, Leonard 
se sentó a la mesa y reveló su preocupación. 
—Craig, cuando estábamos en el campo no te quise 
asustar, pero estoy casi seguro de que el hueso que llevaba 
aquel perro era humano. Era un fémur. Ese es el hueso 
que va de la cadera a la rodilla. Estaba muy limpio, así 
que supongo que provenía de alguien que lleva muerto 
muchos años. 
—¡Guau! —dijo Craig. 
—Hablé con el alguacil Wilson sobre esto y él envió un 
par de hombres a la zona para ver si podían encontrar a ese 
joven y al perro. Quieren saber de dónde salió el hueso. 
—¿Crees que fue un asesinato? 
—No necesariamente. Podría ser que el perro escarbó 
una tumba vieja. Pero el hueso en realidad no parecía 
tan viejo. 
Unos días más tarde, el alguacil llamó a Leonard y le 
dijo que los agentes no habían encontrado ni al joven ni al 
perro. 
—Como lo único que tenemos es su sospecha de que un 
perro llevaba un hueso humano y como nadie ha reportado 
25 
ninguna desaparición en la zona, no podemos hacer 
mucho más. 
Craig y su padre pronto olvidaron su encuentro con el 
joven y su perro, hasta al año siguiente, cuando regresaron 
a la laguna para el cumpleaños de Craig. 
—¿Qué te parece si antes de ir a dormir ponemos unos 
marshmallows en el fuego? ^—sugirió Leonard. 
—¡Fantástico! —dijo Craig—. Voy a buscar unos palos. 
Craig se había alejado unos metros del campamento 
con su linterna cuando se topó con un par de botas. Un 
escalofrío le recorrió la espalda al subir la vista desde las 
botas a los overoles y terminar cara a cara con el joven 
de aspecto triste que habían visto en la laguna el año 
anterior. 
—Tú otra vez —dijo Craig. 
—Te asusté, ¿verdad? —dijo el joven—. Lo siento. 
Entonces apareció el perro. Craig tragó en seco. Llevaba 
en la boca el hueso largo y blanco. Parecía el mismo que su 
padre había dicho que era humano. 
—Bueno, me tengo que ir, adiós —dijo Craig. Se dio la 
vuelta y fue corriendo al campamento—. Papá, ¿sabes qué? 
—dijo ansiosamente—. Me acabo de encontrar con... 
Por la expresión en la cara de su padre, sabía que el 
joven y el perro estaban detrás de él. 
—¿Cómo va todo? —dijo el joven—. Siento haber asustado 
al niño. Yo y mi sabueso estábamos paseando cuando vimos 
su hoguera. 
—Mire —dijo Leonard—. Estoy un poco preocupado. La 
última vez que nos vimos... 
26 
—Fue el año pasado —interrumpió el joven—. El mismo 
día, el 16 de julio. 
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Leonard. Sin esperar la 
respuesta añadió—: Tu perro llevaba un hueso como el que 
tiene ahora. Soy biólogo y desde aquí puedo ver que es un 
fémur, un fémur humano. ¿De dónde lo sacó? 
El joven miró hacia otro lado y no dijo nada, como 
si estuviera pensando. Se quitó el sombrero, revelando 
su cabello rubio rizado. Puso un pie sobre un tronco, se 
inclinó y apoyó el brazo derecho sobre la pierna. 
—Ese hueso tiene su historia. Es del año 1938. Dos 
granjeros, Strom Woodward y Masón Hopkins estaban en 
malos términos. Nunca se cayeron bien. Y cada 4 de julio, se 
enfrentaban en un combate de boxeo que se disputaba en la 
plaza del pueblo todos los años. Cuando eran adolescentes 
Strom solía ganar. Pero cuando se hicieron mayores, Masón 
se hizo más fuerte y lo venció tres veces seguidas, la última 
vez a los 23 años. 
»Su rivalidad empeoró cuando ambos empezaron 
a cortejar a la misma chica, María Dawson. Era muy, muy 
linda. Era pelirroja, de pelo largo y rizado y ojos tan verdes 
como los pinos. El caso es que al final le pidieron a María que 
se decidiera por uno, Strom o Masón. Ella lo pensó durante 
mucho tiempo y al final decidió que su corazón le pertenecía 
a Masón. 
»En fin, esto hizo que Strom se pusiera furioso y 
quisiera venganza. Así que en el combate de boxeo del 
siguiente 4 de julio, Strom se metió pesas de hierro en 
sus guantes y golpeó a Masón. Strom lo tiró al suelo tres 
27 
o cuatro veces, pero Masón se reincorporaba y seguía 
luchando. Aunque Strom hizo trampas, Masón terminó 
ganando cuando le lanzó un derechazo a la barbilla que 
lo dejó tieso. 
»Después de eso, Strom estaba más furioso que nunca. 
Había perdido la pelea de boxeo, su orgullo y a su novia. 
Dos semanas más tarde su ira consumió su sentido común. 
Agarró su rifle y se escondió detrás de un arbusto para 
esperar a Masón. 
»A1 caer la tarde, Masón y su perro, un sabueso lla¬ 
mado Hickory, pasaron por ahí. Hickory se detuvo, olfateó 
el aire y gruñó. Sabía que algo andaba mal y que Strom 
estaba escondido detrás de un arbusto con malas intencio¬ 
nes. —La voz del chico se detuvo. Tragó en seco, se aclaró 
la garganta y continuó—. Strom disparó y mató al perro. 
Masón gritó, se arrodilló y sujetó a su perro moribundo. 
Entonces Strom le disparó a Masón en la cabeza y lo mató 
también a él. 
Los ojos tristes del hombre se llenaron de ira y su tono 
de voz se volvió irritado. 
—Strom cargó el cuerpo de Masón y de su perro muerto 
en su camión y los trajo a esta laguna. Le ató varias piedras 
al cuerpo de Masón y lo tiró al agua, pensando que nadie 
lo encontraría. Luego enterró al perro en un hoyo no muy 
profundo. 
»A1 día siguiente, Strom le mintió a María. Le dijo que 
Masón se había tenido que ir por un tiempo porque sus 
padres, que estaban en Cincinnati, estaban enfermos y lo 
necesitaban para que se encargara de la granja. 
28 
»Strom pensó que había salido impune de su asesinato. 
Pero no fue así. Por la noche, cuando salió de su cabaña, 
casi se muere del susto al ver a Hickory mostrándole 
los dientes y gruñendo. “¡Perro! —exclamó—. ¡Deberías 
estar muerto! ¡Lárgate de aquí!” Strom se metió en su 
cabaña, cargó-su rifle y volvió a salir. Pero el perro se 
había ido. 
»A1 día siguiente por la noche, cuando Strom salióde 
su casa, Hickory lo estaba esperando. Y le ladraba y gruñía 
porque sabía lo que había hecho. “¡No lo puedo creer! —gritó 
Strom—. ¡Espera a que te agarre, chucho asqueroso! ¡Esta vez 
te mataré!” Agarró su rifle y abrió la ventana muy despacio. 
El perro seguía ladrando como loco, así que Strom le apuntó 
y disparó. Pero Hickory siguió ladrando. 
»Strom tenía muy buena puntería. Podía atravesar una 
moneda de medio dólar a cien metros. Sabía que no había 
fallado. Pero el maldito perro seguía ladrando. Así que salió 
afuera y empezó a perseguir al perro hasta que este se fue. 
»Esto se repitió todos los días a la caída de la tarde. 
En cuanto Strom salía de su casa, se encontraba al perro. 
Strom empezó a preguntarse si a lo mejor, solo a lo mejor, 
el perro no era real, sino que era un fantasma. Eso o se 
estaba volviendo loco. 
»Así que Strom decidió irse a otro sitio por un tiempo. 
Pensó que así conseguiría algo de paz. Se fue a vivir por un 
tiempo con unos amigos a dos condados de aquí, pero eso 
no le sirvió de nada. La primera noche, Hickory apareció y 
le ladró. Los otros también lo oyeron y lo vieron. Intentaron 
atraparlo porque no los dejaba dormir, pero se desvaneció. 
29 
Para Strom, esto probaba que no estaba loco, que estaba 
lidiando con un fantasma de verdad. 
»Como huir no lo ayudó, Strom regresó a su cabaña, pero 
no podía dormir por los ladridos incesantes durante toda la 
noche, todas las noches. Strom estaba tan desesperado que 
se ponía cera de vela en las orejas y se tapaba la cabeza con 
la almohada para no oírlos. 
»Pero las apariciones de Hickory empezaron a afectarle. 
Perdió peso, no comía ni dormía lo suficiente. 
»Pasaron un par de meses. María empezó a preocuparse 
porque no había oído ni una palabra de Masón. Sabía que 
algo andaba mal porque no había escrito ni llamado ni 
enviado un telegrama. 
»Aunque el fantasma del perro seguía atormentando 
a Strom todas las noches, y este estaba cada vez peor, 
Strom no se daba por vencido. No, señor. Siguió como si 
no pasara nada. 
»E1 caso es que una noche, Hickory no apareció por su 
casa y Strom pudo dormir tranquilo. “Por fin se terminó la 
pesadilla del sabueso”, se dijo a sí mismo. Pero estaba muy 
equivocado. 
»Aquella noche, Hickory entró trotando en el pueblo con 
un hueso en la boca. Lo depositó en medio de la plaza. Al 
principio nadie le prestó atención. Pero al día siguiente por 
la noche hizo lo mismo con otro hueso. No los enterraba ni 
nada parecido. Los dejaba ahí, ladraba y luego se iba. 
»A1 final alguien dijo: “Ese parece el perro de Masón. A 
lo mejor ha vuelto”. A la tercera noche había una multitud 
esperando. Hickory apareció con un hueso muy grande en 
30 
la boca y lo dejó en el pasto. Alguien por fin se atrevió a 
mirar los tres huesos y dijo: “Oye, estos huesos no son de 
cerdo. ¡Son humanos!”. 
»Está claro que todos los del pueblo se quedaron he¬ 
lados. El perro empezó a ladrar y la gente dijo: “Vamos a 
seguirlo para ver de dónde saca los huesos”. Así que aga¬ 
rraron sus linternas y siguieron al perro hasta esta laguna. 
El perro se acercó a la orilla y se zambulló, se metió debajo 
del agua y ¡sacó otro hueso! 
»E1 alguacil y sus hombres sacaron muchos más huesos. 
No todos, pero bastantes. Incluso encontraron el cráneo con 
un agujero de bala. Sabían que los huesos eran de un hombre 
de unos veinte años que medía 1,80 m y se había roto un 
brazo en algún momento de su vida. Esa descripción solo 
podía corresponder a Masón Hopkins. 
»Para entonces, el alguacil ya tenía una idea de quién 
había matado a Masón. Así que decidió ir a visitar a Strom 
Woodward. Pero Hickory llegó antes. Strom estaba sentado 
en el porche, tocando el banjo cuando vio al sabueso. Llevaba 
un hueso en la boca y cuando llegó hasta donde estaba Strom, 
depositó el hueso a sus pies. Strom estaba tan asustado que 
no se podía mover. Abrió la boca y se le cayó el banjo de 
las manos. 
»Muy pronto llegó el alguacil y empezó a hacerle un 
montón de preguntas a Strom. El joven balbuceaba. Cuando 
el alguacil vio el hueso, le preguntó: “¿De dónde sacaste 
esto?”. Y Strom dijo: “Yo no sé nada de eso”. Entonces 
Hickory empezó a ladrar un poco más allá y cuando el al¬ 
guacil se acercó, vio que alguien había cavado un agujero. 
31 
¿Y saben qué había dentro? Más huesos. 
»E1 alguacil determinó en ese momento que eran del 
cuerpo de Masón. El sabueso los había sacado de la laguna y 
los había enterrado en el jardín de Strom. Para ese entonces, 
Strom estaba tan afectado que se fue a un lateral de la casa y 
empezó a llorar. Lloriqueaba y nadie podía entender qué estaba 
diciendo. Por fin consiguieron calmarlo para saber qué decía. 
Y Strom confesó. “¡Fui yo! ¡Yo maté a Masón Hopkins! Le dis¬ 
paré en la cabeza, até rocas a su cuerpo y lo tiré .a la laguna. 
También maté a ese perro, pero su fantasma ha vuelto y me 
persigue. Me ha estado siguiendo y no consigo que cierre 
la boca. Y ahora sé que ha estado enterrando los huesos 
de Masón en mi jardín. No puedo aguantar más. ¡Me estoy 
volviendo loco!” 
»Strom pasó el resto de su vida en la cárcel por el 
asesinato de Masón. 
* * * 
—¡Guau! ¡Vaya historia! —exclamó Craig—. ¿Y qué 
pasó con el perro fantasma? 
—Según la leyenda, Hickory y su dueño a veces se pa¬ 
sean por este bosque durante el aniversario de su muerte. 
—El joven entrecerró los ojos. Tomó aire y dijo en voz baja—: 
No era mi intención entretenerlos tanto. Mejor me voy—. 
Se dio la vuelta, acarició a su perro en la cabeza y dijo—: 
Vamos, Hickory—. Luego se alejaron en silencio. 
Craig no estaba seguro que había oído bien. 
—¡Oye, espera un momento! —gritó—. ¡No te vayas! 
—Entonces, sin recuperar el aliento, Craig miró a su padre 
32 
y le dijo nervioso—: Papá, ¿no acaba de llamar a su perro 
Hickory? 
Leonard, que estaba reflexionando, pegó un salto y 
exclamó: 
—¡Eso es! La marca que tiene el perro en el hombro 
derecho tiene forma de hoja de nogal. Hickory en inglés 
quiere decir nogal. Llevo rato intentando averiguar a qué me 
recordaba. A una hoja de nogal, claro. 
—Papá, si el perro se llama Hickory, crees que... 
—¿Qué? ¿Que nos acaba de visitar el fantasma de Masón 
Hopkins y Hickory? —Movió la cabeza—. No seas tonto. 
* * * 
Durante días, Craig no pudo dejar de pensar en el en¬ 
cuentro con aquel hombre y su perro. Leonard intentó qui¬ 
társelo de la cabeza. 
—Mira, Craig, el hombre nos contó un cuento. Los fantasmas 
no existen. Seguramente se inventó la historia del asesinato. 
—¿Y qué me dices del hueso que llevaba el perro? Tú 
dijiste que era humano. 
—Sí, definitivamente era humano. Pero como te dije 
antes, seguramente salió de alguna tumba vieja. 
—¿No podemos averiguar si realmente hubo un 
asesinato por aquella época? 
—Bueno, supongo que podemos consultar los periódicos 
de la época y ver si alguien escribió algo sobre el asunto, si 
es que realmente sucedió. 
Al día siguiente fueron a la biblioteca para mirar los 
microfilmes de los periódicos. 
33 
—El hombre nos dijo que a Strom lo arrestaron unos meses 
después del asesinato, que se supone que sucedió en algún 
momento después del 4 de julio de 1938 —dijo Leonard—. 
Así que vamos a empezar con las ediciones de septiembre. 
Pusieron el microfilme y estudiaron todos los artículos 
en la pantalla. Leyeron sobre el ejército de un loco alemán 
llamado Hitler que estaba invadiendo Austria, la guerra civil 
en España, la aprobación de una ley que prohibía que los ni¬ 
ños trabajaran y los Yankees de «Nueva York, quejes habían 
ganado a los Chicago Cubs cuatro veces seguidas, ganando 
así la Serie Mundial. 
Ya estaban cansados, cuando Craig y su padre leyeron 
la primera página de la edición del 25 de octubre de 1938. 
El titular decía: 
HOMBRE CONFIESA ASESINATO 
Un perro encuentra los huesos de la víctima 
que llevaba tres meses desaparecida 
Tal y como les había contado el joven, el artículo decía 
que habían arrestado a Strom Woodward por el asesinato de 
MasónHopkins después de que el perro de Masón, Hickory, 
llevara a las autoridades los huesos de la víctima. 
—Es cierto —dijo Leonard—. ¡Era todo cierto! 
—Y mira —dijo Craig muy nervioso—. El artículo dice 
que a Masón y a su perro los mataron el 16 de julio. ¿Te 
acuerdas lo que nos dijo el joven sobre los fantasmas de 
Masón y Hickory? Dijo que aparecían en la laguna el día del 
aniversario de su muerte. Allí estábamos hace dos años, el 
34 
día de mi cumpleaños, el 16 de julio. 
—Hijo mío, esto quiere decir que el hombre que 
conocimos decía la verdad sobre el asesinato, pero no 
prueba que sea un fantasma. A ese joven seguramente 
le divierte ir andando por ahí y contarle a la gente la 
historia. Vamos a seguir leyendo. El artículo continúa en 
la página siguiente. 
Leonard movió el microfilme. Lo que vieron en esa 
página los dejó sin aliento. 
Al lado del artículo había una foto con una leyenda que 
decía: “Masón Hopkins, víctima del asesinato, y su perro 
fiel, Hickory, 12 días antes de su muerte”. 
Encima de la leyenda estaba la fotografía del mismo 
joven que había visitado a Craig y a su padre en su 
campamento. Y al lado del joven, estaba su perro, un 
sabueso blanco y negro con una mancha en el hombro 
izquierdo con la forma de una hoja de nogal. 
35 
EL ESPIRITU 
DEL BOSQUE DE 
MORGAN 
I na tarde de verano, cuando el sol se escondía detrás 
de un risco de las Smokey Mountains, Wade Hampton y su 
hermano Scott cabalgaban por la zona más tenebrosa del 
Bosque de Morgan. 
Desde hacía años en el bosque habían sucedido cosas muy 
extrañas. Había gente que decía haber visto el fantasma de 
un soldado de la Guerra Civil caminando entre los árboles, en 
búsqueda de su unidad de infantería. Otros decían haber oído 
gritos de dolor. Pero nadie había visto ni oído nada en muchos 
años, hasta que llegaron Wade y Scott. 
Wade, de catorce años, y Scott, de trece, estaban pasando 
sus vacaciones de verano en el rancho de su tío Jeb y su tía Faye, 
al este de Tennessee. Los chicos eran unos jinetes excelentes y 
montaban a caballo siempre que podían. Wade iba montado 
en su caballo marrón llamado Popeye, al que llamaron así por 
36 
la manera que hinchaba los carrillos cuando le ponían delante 
la comida. Scott iba en un caballo muy inquieto, de color 
marrón, llamado Rebel. 
Iban hablando sobre lo bien que lo estaban pasando 
esas vacaciones, cuando Popeye y Rebel empezaron 
a ponerse nerviosos de repente. Ambos relincharon y 
cocearon. Empezaron a mover la cabeza de arriba abajo. 
—Algo les molesta —dijo Wade. 
—A lo mejor es un jabalí —dijo Scott— Pueden ser muy malos. 
Las caballos echaron las orejas hacia delante, una señal 
inequívoca de que tenían miedo. 
Wade se acercó al cuello de su caballo y le susurró: 
—Cálmate, muchacho. No pasa nada. 
Wade miró hacia el bosque buscando al animal o la persona 
que estaba asustando a los caballos. Popeye abrió todavía más 
los ojos y empezó a patear y a relinchar más fuerte. 
A su lado, Rebel empezó a retroceder mientras que Scott 
luchaba por mantener el control. 
—Oye, Reb, ¡para! —gritó Scott. 
—Sea lo que sea, está aterrorizando a los caballos —dijo 
Wade. 
—¿Qué hacemos? —preguntó su hermano. 
Antes de que Wade pudiera contestar, Scott gritó: 
—¡Mira, en los árboles! ¿Qué es eso? 
Wade miró hacia su derecha y vio un animal blanco y 
brillante a unos docientos metros, que salió disparado entre 
los árboles y luego desapareció en la espesura del bosque. 
—¿Qué fue eso? —preguntó. 
—No lo sé. A lo mejor era un ciervo. 
37 
—Nunca había oído hablar de un ciervo blanco —dijo 
Wade—. Además, parecía más grande que un ciervo. Vamos a 
ver si descubrimos qué era. 
Los caballos no querían adentrarse en el bosque. 
Normalmente obedecían, pero esta vez ambos se resistieron a 
seguir las órdenes de sus jinetes. 
—Nunca había visto a Popeye así —dijo Wade. 
—Rebel también está protestando. Ese animal los asustó. 
Vamos a volver. 
—Sí, pero antes quiero marcar este sitio para volver 
mañana y buscar huellas. Tenemos que descubrir qué era. 
Wade se bajó del caballo, agarró unos seis palos y los enterró 
en la tierra, uno al lado del otro, justo al lado del camino. 
Al día siguiente, los muchachos terminaron sus tareas en el 
rancho, se subieron a los caballos y fueron hacia el Bosque de 
Morgan. Al encontrar la marca, Wade dijo: 
—El animal que vimos estaba a la derecha. Vamos a ver 
si encontramos las huellas. 
Esta vez los caballos no protestaron, y un rato más tarde 
los chicos llegaron al sitio donde habían visto el animal blanco. 
Desmontaron y estudiaron el suelo, buscando pistas. Encontraron 
huellas de ciervo y de mapache, pero nada extraño, hasta que... 
—Oye, Wade, mira esto —gritó Scott. 
En la tierra blanda que había a la orilla de un riachuelo 
encontraron la huella de una herradura. 
—Esa huella es de caballo. Debió de cruzar el riachuelo 
—dijo Wade. 
—Pues era muy brillante —dijo Scott—. Parecía resplan¬ 
decer entre las sombras. 
38 
Cruzaron el riachuelo saltando de una roca a otra. 
—Mira, aquí hay más huellas de herraduras —dijo Wade. 
Las siguió y dijo—: ¡Guau! ¡Mira esto! 
Scott se acercó y examinó la tierra. 
—No veo nada. 
—Efectivamente. Mira esas huellas —dijo Wade señalando 
las huellas de los cascos que salían del riachuelo—. Se dirigen 
hacia aquí durante unos nueve metros y luego desaparecen. 
Si el caballo se hubiera dado la vuelta, veríamos huellas hacia 
la izquierda o la derecha porque la tierra aquí sigue siendo 
blanda. Pero no hay nada. 
—¿Entonces el caballo desapareció así como así? 
—No tiene mucho sentido —dijo Wade—, pero no se me 
ocurre ninguna otra explicación. 
Los chicos pasaron al otro lado del riachuelo e intentaron 
descubrir de dónde venían las huellas. Para su sorpresa, 
vieron que las huellas empezaban unos dieciocho metros 
más allá, pero antes de eso no había nada. 
—Es como si el caballo apareciera de la nada, cruzara 
el riachuelo y luego volviera a desaparecer —dijo Scott 
rascándose la cabeza. 
—Bueno, por lo menos sabemos algo —dijo Wade—. No es un 
caballo salvaje porque tiene herraduras. Debe de ser de alguien. 
Esa noche durante la cena, los hermanos les hablaron a 
sus tíos de las huellas y del extraño caballo blanco. 
—No conozco a nadie por aquí que tenga un caballo blanco 
—dijo su tío Jeb—. Suena muy raro, pero claro, estaban en el 
Bosque de Morgan. 
—Vamos, Jeb —dijo su tía—. No los asustes. 
39 
—No los asusto. Además, ya son mayorcitos. Yo no tengo 
la culpa de que la gente diga que ese bosque está maldito. Solo 
porque tú y yo no hayamos visto fantasmas no quiere decir 
que no los haya. 
—A lo mejor no deberían ir al bosque, sobre todo de noche 
—dijo su tía. 
Wade sonrió. 
—¿Por qué, tía Faye?. Si tú no crees en fantasmas, ¿no? 
—preguntó el chico. * 
* * * 
Una semana más tarde, los hermanos habían terminado 
sus tareas matutinas y se fueron al bosque a caballo. La niebla 
cubría el valle y las colinas redondeadas. 
Los chicos regresaron al riachuelo donde habían visto 
el caballo blanco. Tenían planeado hacer una presa para 
pescar, bloqueando el riachuelo con árboles pequeños que 
iban a talar. 
Cuando Wade iba a lanzar el primer hachazo a una 
higuera, los caballos, que habían estado pastando tranquila¬ 
mente a unos metros de ahí, empezaron a relinchar alarmados 
y empezaron a patear el suelo. 
—Ahí hay algo —dijo Wade—. Vamos a agarrar los caballos. 
Pero cuando los chicos se acercaron, los caballos salieron 
espantados. 
—¡Eh, Popeye, vuelve aquí! 
—¡Rebel! ¡Vuelve! 
Los caballos huyeron en la neblina de la mañana. “¿Qué 
ocurrirá?”, se preguntó Wade. 
40 
—¡Wade, mira detrás de ti! 
Wade se dio vuelta. De la niebla salió galopando un 
caballo blanco. Tenía la cabeza levantada como si fuera un 
rey y sus crines se movían majestuosamente con la brisa. Tenía 
los ollares abiertos. Una marca negra le bajaba por el cuello y 
llegaba hasta los músculos de su pecho. 
—¡Cuidado!—gritó Wade—. ¡Viene hacianosotros! 
Los chicos intentaron apartarse, pero Scott tropezó, se cayó 
y se dio de cara con el suelo. Wade se. dio la vuelta, temiendo 
que a su hermano lo pisotearan, y fue a ayudarlo. Cuando 
llegó solo les dio tiempo a encogerse como una pelota, taparse 
la cabeza y esperar que no los pisaran. 
Temieron ser arrasados por los letales cascos, pero no pasó 
nada. Wade asomó la cabeza y miró. 
—¿Dónde está el caballo? —preguntó Scott. 
—¡Se ha ido! 
—Pero si venía en nuestra dirección. ¿Dónde se ha metido? 
Los muchachos se incorporaron aturdidos y empezaron a 
buscar. 
—¡Las huellas! —gritó Wade—. ¡Mira las huellas! Terminan 
a metro y medio de nosotros. 
—No se desvían ni nada parecido. Desaparecen sin más 
—dijo Scott—. Esto es de lo más tenebroso. Vámonos de aquí. 
Los chicos silbaron para llamar a sus caballos, pero no 
los encontraron hasta medio kilómetro más allá. Cuando re¬ 
gresaron al establo, le contaron su encuentro con el misterioso 
caballo a Wiley Pickett, uno de los operarios del rancho. 
Este dejó de cepillar al caballo que estaba cuidando, se 
quitó su sombrero de vaquero y se frotó la barbilla. 
41 
—¿Ese caballo tenía una marca negra desde la garganta 
hasta el pecho? 
—Sí —dijo Wade—. ¿Lo has visto? 
—Creo que es Alabaster. 
—¿Qué caballo es ese? —preguntó Scott. 
—Seguramente es el caballo de Winfield Morgan. 
—¿Winfield Morgan tiene algo que ver con el Bosque de 
Morgan?—preguntó Wade. 
Wiley asintió. 
—Él es Morgan. 
—Yo pensaba que Morgan era un tipo que había vivido en 
el siglo XIX—dijo Scott. 
—Así es —dijo Wiley. 
—Espera un momento —dijo Wade—. ¿Estás diciendo que 
el caballo que vimos es de un tipo que vivió en el siglo pasado? 
—Sí —contestó Wiley. 
—¿Nos estás tomando el pelo? —dijo Scott—. Los caballos 
no viven tanto tiempo. 
—¿Quién dijo que estaba vivo? —preguntó Wiley, 
levantando una ceja. 
—Ahora sí que te estás riendo de nosotros —dijo Wade. 
—No, es verdad, muchachos. Solo pienso que el caballo 
que vieron es el fantasma de Alabaster, el orgullo y la gloria de 
Winfield Morgan. 
Los chicos se miraron y sonrieron. Estaban convencidos de 
que Wiley les estaba haciendo una broma, pero pensaron que 
no tenía nada de malo escuchar el cuento del fantasma. 
Wiley se apoyó en la puerta del establo, sacó un palillo de 
dientes y empezó a usarlo. 
42 
—Déjenme que les cuente la historia de Winfield Morgan. 
Era un hombre muy rico del siglo XIX. Casi todas estas tierras 
le pertenecían y criaba ganado y caballos. Le gustaba recorrer 
sus tierras a lomos de su magnífico caballo, Alabaster, al que 
llamaron así por una roca blanca que se usa para hacer estatuas 
y jarrones. 
»Era muy normal ver a Morgan y Alabaster recorrer las 
tierras. Aunque había suficiente pasto, les gustaba adentrarse 
en el bosque donde Morgan podía pensar. 
»Morgan tenía mucho ganado, caballos, tierras y dinero, 
pero lo que más le gustaba eran los árboles del bosque: hayas, 
olmos, nogales, robles e higueras. Los dejaba crecer salvaje¬ 
mente en sus cientos de acres de terreno. 
»A Morgan le gustaban tanto esos árboles que ordenó a 
sus empleados que nunca talaran uno sin su permiso. Los 
examinaba a lomos de Alabaster y marcaba los que se podían 
talar. Para él, cada árbol era único y tenía una personalidad 
propia. Los consideraba seres vivos que respiran y necesitan 
cuidados y protección. 
»Si a alguien se le ocurría cortar un árbol, aunque fuera 
para leña, él y Alabaster se enfrentaban a esa persona y la 
echaban de sus tierras. 
Los chicos se miraban fascinados. 
—Wiley —dijo Scott—, ¡nosotros íbamos a cortar un árbol 
cuando apareció el caballo de la nada! 
—¿Ven? Se lo dije. Alabaster se sentía muy a gusto andando 
por el bosque. De hecho, a veces se ponía un poco nervioso en 
los espacios abiertos, pero cuando estaba en el bosque parecía 
brillar. Su pelaje blanco iluminaba todo el bosque. 
43 
—¡El caballo que vimos brillaba! —exclamó Scott. 
—Lo creo —dijo Wiley poniendo el palillo en la comisura 
de los labios—. ¿Por dónde iba? Ah, si, cuando la Guerra Civil 
estaba llegando a su clímax en 1864, la vida cambió para 
Morgan. Las tropas de la unión avanzaban por el campo, 
destruyendo todo lo que tenían a la vista con tal de destruir a 
los Confederados. Los Yankees robaron todo lo que pudieron 
de los granjeros y el resto lo quemaron. 
»Cuando llegaron los chaquetas azules al enorme rancho 
de Morgan, este los recibió desde su porche, con la esperanza 
de que si se portaba bien lo dejarían tranquilo. Pero ni hablar. 
Estaban convencidos de que tenía una fortuna en oro escon¬ 
dida y le preguntaron dónde estaba. Él lo negó tozudamente y 
no quiso hablar del tema. Entonces lo amenazaron con quemar 
su establo si no les decía dónde estaba el oro escondido. Como 
no decía nada, quemaron el establo. 
»Mientras se quemaba, los soldados se despidieron y se 
adentraron en el bosque. Clavaron sus bayonetas en el suelo 
donde pensaban que podía estar escondido el oro. Pero al 
principio no encontraron nada. 
»Los soldados se adentraron cada vez más en el bosque y 
de repente oyeron el relinche de un caballo. Siguieron el sonido 
que los llevó a un claro en una parte remota del bosque. Allí 
encontraron un magnífico caballo blanco, Alabaster, que 
estaba atado a un árbol. Morgan lo había dejado allí con un 
buen suministro de agua y de paja, con la esperanza de que los 
Yankees no lo vieran. 
»Pero Alabaster, al oír los caballos de los soldados en la 
distancia, los había llamado inocentemente. Sus relinchos 
44 
habían delatado su escondite. Los Yankees empezaron a 
rebuscar por todas partes hasta que encontraron el oro de 
Morgan escondido debajo de una vara de paja. Los soldados 
tomaron el oro y llevaron a Alabaster de vuelta al rancho. 
»Morgan les suplicó a los soldados que se quedaran con 
el oro, pero que le dejaran quedarse con Alabaster. Amaba a 
ese caballo tanto como a los árboles. Pero Alabaster era un 
caballo demasiado preciado para que los soldados lo dejaran. 
La última vez que Morgan vio a Alabaster, este relinchaba y se 
revolvía, y llevaba en su lomo a un soldado de uniforme azul. 
Alabaster se volteó por última vez y miró a Morgan con los ojos 
muy abiertos y una mirada triste. El pobre caballo sabía que lo 
había traicionado. 
»Morgan estaba tan enojado que sacó una pistola que tenía 
escondida debajo del piso y le disparó al jinete. Los soldados 
entonces le dispararon a él y lo mataron. 
—¿Qué pasó con Alabaster? —preguntó Scott. 
—Dicen que murió de tristeza, poco tiempo después de la 
muerte de Morgan. Su espíritu regresó al bosque para proteger 
los árboles y buscar a su dueño. 
Los hermanos se quedaron sentados sin hablar durante 
un rato. 
—Vaya cuento, Wiley —dijo Wade. 
—No es un cuento. Es verdad. 
—¿Alguna vez has visto al fantasma de Alabaster? 
—preguntó Scott. 
—No. No había oído de nadie que lo hubiera visto desde 
que era pequeño. Hasta que ustedes lo vieron hoy. 
45 
* * * 
Durante su último mes de vacaciones, los chicos re¬ 
gresaron seis veces más al Bosque de Morgan pero no 
volvieron a ver al caballo blanco. 
Dos días antes de que terminaran sus vacaciones, Wade 
fue a cabalgar solo con Popeye. Le dijo a su tía que iba a una 
laguna cercana. Pero en el camino vio un águila y la siguió 
hasta que se posó en un árbol en el Bosque de Morgan. 
De repente, Popeye relinchó. Wade oyó el inconfundible 
sonido de una serpiente de cascabel. Miró hacia abajo y 
vio que la serpiente había mordido a su caballo en la pata 
derecha. Popeye se puso en dos patas y Wade se cayó y se 
dio contra una gran roca. 
Al caer al suelo, Wade se golpeó su pierna derecha y sintió un 
dolor intenso. Sabía que estaba mal herido. Más adelante descu¬ 
brió que no solo tenía la pierna rota, sino también la clavícula y 
varias costillas. El dolor era tan intenso que se desmayó. 
Cuando recuperó el conocimiento, intentó sentarse, pero 
le dolía demasiado. Respiraba con dificultad y apenas podía 
soltar un gemido con lascostillas rotas. “Qué dolor —pensó 
Wade—. No puedo andar. No puedo gritar. Nadie sabe que 
estoy aquí. Le dije a tía Faye que iba a la laguna, así que no se 
les ocurrirá buscarme aquí. A lo mejor Popeye ha regresado al 
establo. Eso es lo que suelen hacer los caballos sin jinete. Por lo 
menos cuando lo vean sabrán que algo me ha pasado y empe¬ 
zarán a buscarme. Pero puede pasar mucho tiempo hasta que 
se les ocurra buscarme en el Bosque de Morgan. En cualquier 
caso, esa es mi única esperanza”. 
46 
Justo entonces oyó un resoplido. Parecía venir de un ca¬ 
ballo. ¿Sería Popeye? ¿O alguien buscándolo? Wade intentó 
levantarse otra vez. A pesar del dolor en el hombro y las 
costillas, consiguió asomarse por encima de la roca. “¡Oh, 
no! ¡Es Popeye y está herido!” 
Unos metros más allá estaba su caballo, tumbado de lado 
y respirando con dificultad. Su pata derecha estaba inflamada 
y temblaba. 
Wade se volvió a sentar. “Probablemente no me echarán 
de menos hasta la noche. No podrán salir a buscarme hasta la 
mañana. Este dolor es insoportable”. 
Estaba mareado y a punto de volver a perder el conocimien¬ 
to cuando volvió a oír el resoplido y el relincho de un caballo. 
Levantó la cabeza lo justo para ver que no era Popeye. Era el 
misterioso caballo blanco. “¿Alabaster?”, pensó el muchacho. 
Después volvió a perder el conocimiento. 
—¡Wiley, aquí! —gritó el tío Jeb mientras tiraba de las rien¬ 
das de su caballo—. ¡Es Popeye! ¡Está herido! Wade debe de 
estar por aquí. ¿Wade? ¿Dónde estás? 
—¡Aquí, detrás de la roca! —gritó débilmente Wade. 
El tío del muchacho saltó de su caballo y corrió hacia el 
herido. 
—¡Wade! ¿Estás bien? 
—Tío Jeb, cómo me alegro de verte. Creo que tengo una 
pierna rota. También me duelen las costillas. 
—¿Qué pasó? 
—Una serpiente de cascabel mordió a Popeye y me tiró al 
suelo. Aterricé en una roca. ¿Está muerto Popeye? 
47 
—No, pero no está bien —Jeb se dirigió a Wiley—: Llévalo 
de vuelta al rancho. Llama a la ambulancia y dile que traiga una 
camilla. Tenemos un muchacho malherido. Luego llama al doctor 
Sanders a la clínica veterinaria. Dile que tiene que tratar a un 
caballo con una mordida de serpiente de cascabel. ¡Corre! 
—Tío Jeb —dijo Wade medio aturdido—. ¿Es por la mañana? 
—No, son las cinco de la tarde. ¿Por qué? 
—¿Cómo me encontraron tan pronto? Nadie sabía que yo 
estaba aquí. Cuando vi a Pbpeye en el suelo, pensé que nadie se 
imaginaría que estaba en problemas. 
—No lo sabíamos. Es muy raro. Hace una media hora, Wiley 
y yo estábamos cabalgando y vigilando el ganado, cuando apa¬ 
reció un caballo blanco que salía del Bosque de Morgan y venía 
directo hacia nosotros. El ganado y los caballos estaban aterro¬ 
rizados. Nosotros también estábamos sorprendidos porque no lo 
habíamos visto antes. 
»E1 caballo empezó a recular, resoplar y relinchar. Corría de 
un lado de la valla al otro. Pero de repente empezó a enojarse. 
Nosotros nos quedamos ahí mirando. Empezó a cocear la valla 
y derribó una parte. Eso hizo que Wiley y yo nos bajáramos de 
los caballos y saliéramos detrás de él. Se metió en el Bosque de 
Morgan. Lo más raro es que no estaba muy lejos de nosotros, 
pero aun así nos pareció que desaparecía y aparecía unas tres 
veces. La última vez que lo vimos fue justo donde Popeye estaba 
tumbado. Fue entonces cuando te vimos. 
—¿El caballo tenía una marca negra en el pecho? 
—Creo que sí. 
—Ese es el caballo que vimos Scott y yo. Era Alabaster. Tío 
Jeb, creo que me salvó el fantasma de un caballo blanco. 
48 
EL SECRETO DE 
BINGO 
llex Hammond caminaba sobre la tumba de granito 
gris. Se agachó para leer la inscripción: 
RANDALL BARON STEVENS 
Nació el 22 de febrero de 1951 
Murió el 5 de agosto de 1959 
—Así que es aquí donde está enterrado —dijo el chico de 
quince años. 
—Sí —contestó su tía Suzy, observando la tumba con una 
mirada entre triste y afectuosa—. A tus abuelos, a tu mamá 
y a mí nos llevó mucho tiempo superar la muerte de Randy. 
Nuestro hermano era tan joven y tan querido. 
Se arrodilló y arrancó unas malas hierbas que habían 
crecido en el césped. 
—De alguna manera Bingo nos ayudó a soportar el 
49 
dolor —dijo—. El amor que aquel collie sentía por Randy era 
increíble. Fueron inseparables, en la vida y en la muerte. 
—¿Y nadie sabe el secreto de Bingo? 
—Solo la familia inmediata. Y queremos que siga 
siendo así. 
Alex se había enterado del secreto hacía unos meses. Debbie 
se lo había contado. Ella era la hermana mayor de Randy y Suzi. 
En 1953, los padres dé Debbie, John y Bárbara Stevens, 
le compraron a su hijo un cachorrito de collie por su segundo 
cumpleaños. Lo llamaron Bingo porque era el juego preferido 
de la familia. El collie tenía un sedoso pelaje blanco y marrón 
y un ladrido muy particular. Sonaba como una mezcla entre 
un viejo tosiendo y un coyote afónico. 
Bingo se llevaba bien con las chicas y sus dos gatos, pero 
desde el principio estuvo muy claro que Bingo era el perro de 
Randy, y su salvavidas. 
Bingo se convirtió en un héroe al año después de su 
llegada. Randy estaba durmiendo la siesta con su mamá 
cuando se levantó y salió por la puerta de atrás. El niño de 
tres años se alejaba de la casa. Cuando Bingo lo vio, salió 
disparado detrás de él y se quedó a su lado. Bingo aulló 
porque presintió el peligro, y no se despegó de su dueño. 
Al cabo de medio kilómetro, llegaron a una autopista. 
Randy vio una moneda brillante en mitad de la carretera y 
fue a cogerla, sin prestar atención al tráfico. Bingo empezó a 
correr alrededor del chico y a ladrar a los autos que pasaban 
en ambas direcciones para que pararan. Los conductores se 
preguntaban si el perro estaría loco. 
50 
Bingo se quedó en medio de la carretera, bloqueando 
el tráfico e incluso amenazando con morder a aquellos que 
intentaban avanzar. Randy jugaba inocentemente en el suelo 
unos metros más allá. 
Los conductores vieron impresionados cómo el perro 
volvió hacia el chico y lo sacó de la carretera sujetándolo por 
un hombro. Pero el chico pensó que era un juego, volvió al 
centro de la carretera y se sentó riéndose. Por fin se acercó un 
policía con mucho cuidado, calmó al perro y se llevó al niño 
a un lugar seguro. 
Desde entonces, Bingo se volvió muy protector con su 
dueño. En parte era porque Randy era un chico muy frágil y 
enfermizo, aunque casi nunca protestaba y siempre sonreía. 
Hacían todo juntos: jugaban, dormían y a veces comían 
juntos. Todos los sábados por la mañana, Randy y Bingo 
desayunaban juntos viendo la tele. Randy servía dos tazones 
de cereal y los llevaba a la sala de estar, donde lo esperaba 
Bingo enfrente de la tele. 
—Muy bien, vamos a comer —decía Randy. 
Se sentaba en el piso, ponía un tazón encima de sus 
piernas y le daba el otro a Bingo. El perro movía la cola y se 
tumbaba sobre su estómago con las patas hacia delante cerca 
del tazón. Mientras Randy comía su cereal, el perro lamía la 
leche y el cereal de su tazón. 
Bingo pronto se hizo más grande que Randy. Pesaba unos 
45 kilos. El collie tenía un gran corazón y sabía las limitaciones 
físicas de Randy. Siempre era paciente con su pequeño dueño, 
que solía estar cansado y no jugaba juegos rudos con él. 
Cuando jugaban en el jardín, Bingo corría por el césped 
51 
hacia Randy como si fuera a atropellarlo, y cuando llegaba, 
giraba hacia un lado y seguía corriendo. A veces, en plan 
juguetón, el perro sorprendía a Randy por detrás y lo empujaba 
al suelo. Randy se reía y se revolcaba con el perro. 
Cuando Randy tenía cinco años y estaba en kindergarten, 
Bingo solía ir trotando hasta el patio de la escuela para ver a 
su dueño. Durante el recreo, cuando los otros chicos estaban 
en el patio, Bingo se quedaba observando y se aseguraba 
de que Randy estuviera bien y que nadie se metiera con él. 
Aunque no tenía de qué preocuparse porque todos querían a 
Randy. Así como todos querían a Bingo, que dejaba que los 
niños lo acariciaran y besaran. 
En segundo grado, Randy sepuso más enfermo y sus padres 
lo llevaron a un especialista para que le hiciera pruebas. Los 
resultados hicieron realidad la peor pesadilla de la familia. 
Randy se estaba muriendo de leucemia, cáncer en la sangre. 
Por aquel entonces, los médicos no podían hacer mucho en 
estos casos. Randy moriría muy pronto. 
A pesar de su sentencia de muerte, Randy mantenía su 
buen ánimo y esperaba lo mejor. Le ayudaba tener a su amigo 
Bingo a su lado. 
Aunque a Bingo le encantaba estar afuera, se quedaba con 
Randy en su cuarto porque sabía que su dueño necesitaba 
compañía. Cuando Randy tenía un buen día, que era pocas 
veces, Bingo agarraba una pelota roja y la ponía encima de 
su cama. Randy la lanzaba y Bingo la recogía. El cuarto era 
pequeño, pero al collie no le importaba porque quería jugar 
con su dueño. 
Después llegaron los días malos, en los que Randy estaba 
52 
demasiado débil para apenas acariciar a su perro. Pero el 
perro nunca protestó. Saltaba encima de la cama y le lamía la 
mano para que supiera que su amigo lo quería. 
Pronto llegó el momento que Randy estaba temiendo, el 
día que tuvo que ir al hospital para pasar sus últimos días. 
Antes de salir de la casa, el chico llamó a su perro. Bingo se 
acercó a la cama, apoyó la cabeza en el colchón y miró a su 
dueño. 
—Bingo —susurró Randy—, tengo que irme por un tiem¬ 
po. Necesito que te quedes a cargo de las cosas, ¿está bien? 
Cuando yo me vaya, habrá más chicas que chicos en esta casa, 
así que tienes que ayudar y portarte bien. Aunque tú siempre 
te portas bien. Eres el mejor perro del mundo. Pero escucha, 
tienes que despertar a Suzy y a Debbie todos los sábados por 
la mañana para que te den tu tazón de cereales, ¿de acuerdo? 
Ahora me tengo que ir. Adiós, Bingo. Te quiero mucho. 
Bingo emitió uno de sus ladridos característicos y lamió 
la cara del muchacho. 
Los días siguientes, Bingo apenas comía y estaba abatido. 
Él y Randy nunca se habían separado más de uno o dos días. 
Sin Randy, Bingo se sentía perdido. Iba al cuarto del niño, se 
tumbaba en su cama y solo salía cuando las chicas insistían 
mucho. Jugaba con ellas pero sin ganas. 
Cuando la salud de Randy empeoró, John y Bárbara se 
quedaron a su lado continuamente. En la casa, las hermanas 
se quedaron al cuidado de la Srta. O’Malley, la vecina. La 
Srta. O’Malley encendió la radio, se acomodó en una silla y 
empezó a trabajar en su labor mientras las chicas dormían. 
De repente, Bingo, que había estado acurrucado en la 
53 
cama vacía de Randy, emitió un aullido aterrador. Saltó al 
suelo, se metió en el armario de Randy, agarró un zapato y 
salió disparado a la sala. Empezó a mover la cabeza de un 
lado a otro y lanzó el zapato al otro lado de la sala, ante la 
mirada sorprendida de la Srta. O’Malley. 
El perro ladraba y aullaba, corría por toda la sala como 
si no supiera qué hacer y luego se metió otra vez en el cuarto 
de Randy. Agarró una camisa que estaba en un gancho y la 
arrastró hasta la sala donde siguió aullando. 
El ruido despertó a las muchachas. 
—¿Qué ocurre? —preguntó Debbie—. ¿Qué le pasa? 
—No lo sé —contestó la Srta. O’Malley—. ¿Nunca había 
hecho esto antes? 
—No —dijo Suzi—. Mira, ahora tiene la gorra de Randy. 
El collie siguió agarrando y tirando la ropa de Randy 
por toda la sala y aullando de una forma descontrolada. 
Intentaron consolarlo, pero se alejaba, agarraba otra cosa, la 
lanzaba y aullaba. 
Bingo por fin se calmó quince minutos después y volvió 
a entrar en el cuarto de Randy. 
Una hora más tarde, los padres de Randy volvieron a 
casa, con el rostro cansado y los ojos rojos. La Srta. O’Malley 
sabía lo que había pasado sin que dijeran una palabra. Randy 
había muerto. Los abrazó con fuerza y se unió a su llanto. 
—Era un chico estupendo —suspiró Bárbara—. Quería a 
todo el mundo y cómo adoraba a ese perro. 
—¡Bingo! —exclamó la Srta. O’Malley—. Esta noche se 
volvió loco. Empezó a sacar cosas del cuarto de Randy, las 
arrastraba hasta aquí y se ponía a aullar y a ladrar. 
54 
—¿Cuándo sucedió eso? —preguntó Bárbara. 
—Hace poco más de una hora, hacia las 9:30. 
Bárbara miró a su esposo y apretó su mano con fuerza. 
—John, a esa hora murió Randy. ¿Crees que Bingo lo supo 
y por eso se volvió loco? 
—Con lo mucho que se querían los dos, no lo dudaría ni 
un segundo —contestó John. 
Dos días más tarde, la familia Stevens junto con 
muchos amigos y familiares fueron al funeral de Randy en 
el cementerio .Hillside Memorial. Entre ellos estaba el fiel 
Bingo, con la cabeza gacha y la cola caída. 
Cuando terminó el funeral, Bingo se negó a abandonar el 
lugar donde se encontraba la tumba de su dueño. 
—Vamos, Bingo, tenemos que irnos —dijo John acari¬ 
ciando al perro. Pero Bingo ni siquiera levantó la vista. Sus 
ojos se mantuvieron fijos en la tumba—. Bingo, vamos, te¬ 
nemos que irnos ahora. 
—Déjalo, John —dijo Bárbara—. A lo mejor necesita estar 
a solas con Randy. Bingo volverá a casa cuando esté listo. 
Además, la casa no está lejos. 
Pero a la hora de la cena Bingo no había vuelto. A la caída 
de la noche, John fue en auto al cementerio para buscar al 
collie. Lo encontró al lado de la tumba. John salió del auto, se 
acercó y se arrodilló. 
—Hola, Bingo. ¿Estás bien, muchacho? Echas mucho de 
menos a Randy, ¿verdad? Todos lo echamos de menos. Era 
un gran chico. 
John se quedó hablando con Bingo durante media hora, 
hablando de su hijo y recordando los buenos y los malos 
55 
tiempos, y mientras sentía que se aliviaba su dolor, parecía 
que Bingo también se sintiera mejor. 
—Bueno, mejor nos vamos, ¿listo? —dijo John. El perro 
aulló. John lo agarró por la correa y dijo—: No pasa nada. 
Randy lo entiende. Te necesitamos en casa y tienes que comer 
y beber—. El perro salió del cementerio de mala gana. 
Pero Bingo se negó a córner, a pesar de que Bárbara le 
había cocinado una hamburguesa. Esa noche, el perro dur¬ 
mió en la cama de Randy. Al amanecer, empezó a arañar la 
puerta para que lo dejaran salir.'Suzy, la primera en desper¬ 
tarse, abrió la puerta y Bingo salió disparado. Corrió por el 
jardín de la Srta. O’Malley, atravesó el parque y fue por la 
acera hasta el cementerio. 
Cuando llegó a la tumba de Randy, Bingo se tumbó como 
lo hacía cuando miraba la tele con Randy. 
Y así empezó su vigilia. 
Todas las mañanas durante el mes siguiente, Bingo iba a 
la tumba de Randy al amanecer y pasaba el día ahí. Dormía, 
caminaba y ahuyentaba a las ardillas. A los encargados del 
cementerio no les molestaba. De hecho, muchas veces le daban 
los restos de su almuerzo, pero el collie casi no comía. 
Pasaron los días y el perro cada vez estaba más débil. 
Cuando llegaba a la casa por la noche, bebía un poco de agua 
y probaba unos pocos bocados de comida y se iba al cuarto 
de Randy, que estaba igual que cuando Randy vivía. 
Bárbara y John estaban preocupados por la salud de Bingo 
y lo llevaron al veterinario. Pero el veterinario no encontró nada, 
excepto que el perro estaba perdiendo peso porque no comía. 
56 
—Denle estas vitaminas. Las pueden mezclar con la 
comida y deben forzarlo a comer, si es necesario —dijo el 
veterinario—. Si no lo fuerzan a comer, no durará mucho. 
Pero a pesar de todos los esfuerzos de la familia, Bingo 
solo comía lo que John prácticamente le metía en la boca. 
Una semana después de la visita al veterinario, Bingo, 
que ahora estaba en los huesos, dio un débil ladrido para 
que lo dejaran salir en una mañana húmeda y fría. Su pelaje 
blanco y marrón que había sido tan brillante hacía unos me¬ 
ses, ahora había perdido todo su brillo. Caminaba lentamente 
y cabizbajo. 
Nunca volvió a casa. 
Lo encontraron tumbado al lado de la tumba de Randy 
con su pata derecha encima de la lápida. 
Uno de los encargados del cementerio llamó a John a su casa 
para darle la mala noticia. John y Bárbara fueron al cementerio 
con el corazón destrozado por la muerte de Bingo. 
—Qué perro más increíble y leal —dijo John con los ojos 
llenos de lágrimas—. Se negó a separarsede Randy. Tanta 
devoción...—. Estaba demasiado emocionado para terminar 
la frase. 
—John, ¿sabes lo que le hubiera gustado a Randy? 
—preguntó Bárbara—. Le hubiera gustado que Bingo estu¬ 
viera enterrado a su lado. 
—Tienes razón. Vamos a hacerlo. 
Pero cuando pidieron permiso, el director del cementerio 
se quedó horrorizado. 
—¿Un perro enterrado aquí? Lo siento, pero no es posible. Este 
cementerio es solo para personas. Va en contra de las reglas. 
57 
Así que los Stevens llevaron el cuerpo de Bingo a 
su casa y John hizo un hoyo en el jardín bajo un olmo. 
Bárbara envolvió a Bingo en la manta de Randy sobre 
la que dormía siempre. Cuando metieron el cuerpo en el 
hoyo, John, Bárbara y las dos chicas se tomaron de las 
manos y se despidieron del perro que tanto había querido 
a Randy. ; * 
Esa noche, cuando se iban a meter en la cama, los padres 
de Randy conversaban cuando Bárbara dijo: 
—John... Shhh, ¿oyes algo? 
—Suena como si alguien estuviera rasguñando —con¬ 
testó—. No pueden ser los gatos de las chicas, porque los 
tienen en su cuarto. 
—Viene de la puerta de atrás —dijo Bárbara—. Es como 
el ruido que hacía Bingo cuando quería entrar. 
John corrió a la cocina y abrió la puerta. Miró a su 
alrededor con la esperanza de encontrar a Bingo, pero por 
supuesto, el perro no estaba. 
Mientras tanto, en el cuarto de las chicas, los gatos em¬ 
pezaron a dar vueltas y a maullar con la cola erizada. 
—¿Qué les pasa? —preguntó Suzy. 
—A lo mejor hay algo afuera —contestó Debbie. Abrió la 
ventana y le gritó a su hermana—: ¡Suzy! ¡Ven rápido! ¿Qué 
oyes? 
No cabía duda. Las dos pudieron oír el ladrido distintivo, 
una mezcla entre un viejo tosiendo y un coyote afónico. 
Además de los ladridos se oían aullidos y gemidos. 
—¡Es Bingo! —gritó Suzy—. ¡Reconocería su ladrido en 
cualquier parte! 
58 
Debbie salió disparada de su cuarto y casi choca contra 
sus padres en el pasillo. 
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Bingo está vivo! ¡Lo oímos ladrar! 
—No puede ser —dijo Bárbara y se dirigió a la ventana 
con John para mirar afuera. Ellos también oyeron el ladrido 
de Bingo—. ¡Viene del jardín, donde está el olmo! 
—Ahí es dónde está enterrado Bingo —dijo John—. ¡A 
lo mejor está vivo de verdad! A lo mejor estaba en coma y lo 
enterramos por error. 
John salió corriendo, pero en cuanto salió afuera, el sonido 
cesó. Aun así, John fue hasta el sitio donde habían enterrado 
al perro para ver si había salido del hoyo. Pero todo estaba 
como lo habían dejado. 
—Chicas —dijo John—, tenemos que afrontar los hechos. 
Bingo está muerto. Debimos de oír otro perro con un ladrido 
parecido. 
—Conocemos todos los perros del vecindario —dijo 
Suzi—. Conocemos todos los perros del pueblo. Ninguno 
ladra como Bingo. 
—A lo mejor es un perro callejero. ¿Quién sabe? Vamos 
a dormir. 
A la noche siguiente, la familia volvió a escuchar los 
mismos ladridos acompañados por aullidos y gemidos que 
los mantuvieron despiertos casi toda la noche. John investigó 
toda la zona dispuesto a encontrar la fuente de los ladridos. 
Pero no encontró nada. 
—Cuando voy a un lado del jardín parece que los ladridos 
vienen del otro lado —le dijo a Bárbara—. A veces no parecían 
venir de ningún sitio, pero eso es imposible. 
59 
Los ladridos lastimosos atormentaron los corazones de 
la familia Stevens. Las chicas lloraban, los padres estaban 
destrozados y hasta los gatos aullaban. 
—John —dijo Bárbara—¿qué ocurre si realmente es 
Bingo? 
—Sabes que no puede ser. 
—¿Pero y si es el fantasma de Bingo? 
—¿El fantasma de Bingo? —exclamó con las manos en el 
aire—. ¿Te has vuelto loca? 
—No. Creo que es el fantasma de Bingo y que va a seguir 
ladrando hasta que lo enterremos donde debe estar ente¬ 
rrado, al lado de Randy. Bingo y Randy estaban muy unidos 
en la vida, ¿por qué no pueden seguir unidos en la muerte? 
—Pero el director del cementerio dijo que... 
—John, ¿por qué no hacemos lo que Randy y Bingo 
hubieran querido? 
El Sr. Stevens pensó por un momento y asintió. 
—Tienes toda la razón. 
John y Bárbara cavaron en la tumba de Bingo, pusieron 
el cuerpo del perro que estaba envuelto en la manta en la 
cajuela del auto y fueron al cementerio en mitad de la noche. 
John hizo un agujero cerca de la tumba de su hijo con mucho 
cuidado. 
—Espero que no me pillen —susurró John—. Pensarán 
que somos ladrones de tumbas o algo así. 
—O locos —añadió Bárbara. 
Una vez que pusieron a Bingo en el agujero, lo cubrieron 
con tierra con cuidado para que nadie se diera cuenta. Luego 
dieron un paso atrás. 
60 
—Bingo —dijo Bárbara—, ya estás con Randy. Ahora 
estarán juntos para siempre. 
Cuando se iban, John y Bárbara se detuvieron de golpe. 
Oyeron los ladridos, pero no eran tristes como los que habían 
oído las dos noches anteriores. No, esta vez eran ladridos 
alegres, como los de Bingo cuando jugaba con su querido 
amigo, Randy Stevens. 
* * * 
—Tía Suzy'—dijo Alex—, ¿la gente del cementerio sigue 
sin saberlo? 
—Efectivamente. Nunca lo descubrieron. Sigue siendo un 
secreto familiar, el secreto de Bingo. —Dio unas palmaditas 
en la tierra que había al lado de la tumba de Randy—. Desde 
que enterraron a Bingo aquí, nos consuela saber que están 
juntos. 
—¿Los ladridos dejaron de escucharse en la casa? 
—preguntó Alex. 
—Sí, pero durante años muchas personas han dicho que 
cuando caminan por el cementerio por la noche les parece oír 
la risa de un niño y el ladrido de un perro. 
61 
DESEO DE 
VENGANZA 
de enero de 1949 
¡Esos ojos! Esos ojos rojos reflejaban una furia tan aterradora 
que no podía ni siquiera respirar. No podía apartarme. Intenté 
cerrar los ojos desesperadamente para alejar la mirada vengativa 
que me quemaba. 
Pero estaba paralizado del miedo. No podía hacer nada salvo 
quedarme en la cama y mirar por la ventana, incrédulo, a los ojos fan- 
tasmagóricos del mismo lobo que había matado hacía una semana. 
Cuando Troy Bradford, de trece años, leyó estas horripilantes 
palabras en el misterioso diario se quedó un poco asustado. 
Troy y su padre, Jack, estaban pasando el fin de semana 
en la casa de campo que había pertenecido a la familia por 
años en Manitota, Canadá. Originalmente, la casa había sido 
de su tío abuelo, Scully Bradford, un solitario excéntrico que se 
llevaba mejor con los animales que con las personas. 
62 
Aunque no veía mucho a su familia, Scully solía escribirles 
a sus sobrinos durante las vacaciones. Les hablaba de las difi¬ 
cultades y recompensas de tener una pequeña granja, y a veces 
les contaba historias de sus vacas, cabras, gallinas y ovejas 
preferidas. Cuando murió a los 77 años en 1985, los Bradford 
decidieron alquilar la granja, pero se quedaron con la casa de 
campo de Scully'como un sitio de descanso para la familia. 
Troy y su padre estaban pasando el fin de semana para 
hacer unas cuantas reparaciones. Después de poner aislante 
en las ventanas y las puertas, empezaron a poner cemento en 
las piedras de la chimenea que estaban sueltas. 
Mientras Jack estaba afuera mezclando el cemento, Troy 
estaba examinando todas las piedras para ver cuáles tenían 
que asegurar. Sacó una piedra del tamaño de una pelota de 
balonmano y pensó: “Qué raro. Esta piedra no tiene cemento”. 
Miró en el agujero donde estaba y descubrió un pequeño libro 
marrón escondido ahí adentro. “¿Qué será esto?” 
Troy metió la mano y sacó un viejo diario con la tapa de 
cuero resquebrajado. Lo abrió por la primera página y leyó 
el título, “Renegado”, garabateado en tinta negra. El resto del 
libro estaba escrito con una caligrafía muy florida sobre un 
papel amarillento. 
Troy abrió el libro por una página cualquiera, y se encontró 
la página del día 4 de enero de 1949 que hablaba sobre los ojos 
rojos y enfurecidos del lobo fantasma. 
—¡Papá! —dijo Troy—. ¡Ven, mira lo que he encontrado! 
Jack examinó el diario y dijo: 
—Esto es del tío Scully. Reconozco su letra. Solía 
mandarnos cartas muy interesantes cuando yo era pequeño. 
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—¿Quién es Renegado? 
—El

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