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Ayuda del Cielo - Carlos Vivas

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AYUDA DEL CIELO
CARLOS VIVAS
El propósito de la vida es descubrir tu don.
Tu misión de vida es desarrollarlo.
El significado de la vida está en regalar tu don”. DAVID VISCOTT
A Dios, por darme una segunda oportunidad y permitirme escribir
esta historia y compartirla con el mundo.
A la vida misma porque cada día es una aventura.
A mis padres y a mi hermana por estar ahí para mí, a través de los
momentos más intensos de mi vida, y por ser una fuente de amor,
compasión y bondad para mí.
A ti, lector, por creer en mi historia y ser parte de mi viaje de vida.
Gracias desde el fondo de mi corazón.
Bendiciones a todos.
NOTA DEL AUTOR
Todos venimos a este mundo a vivir una vida con un propósito.
Cada persona nace con talentos especiales y dones únicos que
distinguen a unas de otras.
Ayuda del Cielo es una historia real sobre mi Experiencia Cercana a
la Muerte y de cómo me dio una nueva perspectiva acerca de la
vida.
En este libro, yo explico cómo morí y fui al cielo, a quién conocí allí y
lo que a ahí pasó y me cambió la vida para siempre. Es un mensaje
de amor, fe y despertar interior.
Escribí este libro porque sentí la urgencia de compartir mi mensaje
con el mundo. Escuché tantos testimonios sobre personas que
tuvieron un impacto en sus vidas con mi historia que me di cuenta
de que no quiero morir con esta música dentro de mi corazón. Yo sé
que necesito compartirlo con mucha gente y luego de escuchar mi
testimonio muchos me han contactado y me han invitado a compartir
mi mensaje en diferentes lugares, como en grandes iglesias, retiros
espirituales, seminarios, bodas, convenciones, hospitales, hospicios,
escuelas, fiestas de cumpleaños, excursiones, festivales, viajes de
campamento, pódcast, programas de radio, redes sociales y
muchos sitios más.
Después de dar mis presentaciones en una variedad de lugares, me
quedó claro que mi mensaje influyó en la vida de otras personas, no
solo en la mía. En muchos casos, después de compartir mi mensaje,
las reacciones de la gente fueron abrumadoras para mí. Sentí la piel
de gallina en todo mi cuerpo después de ver algunas reacciones en
la gente como llorando luego de escuchar mi historia y otros solo
querían abrazarme y llorar.
En algunas situaciones, las personas estaban temblando y saltando
después de escuchar mi historia. Incluso yo conocí a una mujer que
quedó tan impresionada después de escuchar mi historia que ella
tuvo un ataque epiléptico y tuve que llamar al 911. Los paramédicos
llegaron al lugar y la calmaron. Cuando ella quedó completamente
estabilizada, me agradeció que le contara mi testimonio.
Esas fueron las principales razones por las que quería escribir este
libro.
Al principio, no sabía cómo iba a hacerlo, pero medité y oré al
respecto y finalmente encontré la determinación de compartir mi
historia con tanta gente como pude.
Aunque estas son mis historias de la vida real, mi mensaje no es
sobre mí, se trata de todos nosotros, cómo todos llegamos a este
mundo para vivir una vida con un propósito. Mi deseo de todo
corazón es que disfrutes de este libro si estás tratando de encontrar
el propósito de tu vida, buscando la esperanza, o trabajando para
perdonar a las personas que te han marcado, y estás tratando de
corregir y sanar las heridas del pasado. Este libro te ayudará, a
encontrar las pistas de tu propósito.
El beneficio de escribir este libro es traer esperanza y claridad, más
aún, ¡es servir de autoayuda! Creo que este libro te pondrá en el
camino para buscar tu propio despertar interior.
Quiero darles a las personas la oportunidad de recordar sus propias
experiencias y ver lo que aprendieron de ellas y como estas
transformaron sus propias vidas.
Si esto me pasó a mí te puede pasar a ti. Uno nunca sabe...
Con todo mi corazón
Carlos Vivas
PARTE 1
DE REGRESO A LA VIDA
CAPÍTULO 1
COMPARTIENDO MI HISTORIA
A veces nos involucramos en la misma rutina todos los días y no
apreciamos la belleza de la naturaleza que nos rodea. Nosotros no
nos detenemos a mirar los árboles, los pájaros o el cielo. Un día en
junio de 2020, salí del trabajo alrededor de las 5:00 p.m. y mientras
caminaba a mi auto en el estacionamiento de la empresa observé
todo a mi alrededor. El clima era de treinta grados centígrados, con
un cielo azul perfecto. Era un hermoso día soleado con una brisa
tranquila que me tocaba la cara. Sentí la necesidad de llegar a casa,
cambiar mi ropa, y dar un paseo por las montañas cerca de mi casa.
Sin embargo, una vez que llegué a casa me sentí cansado y no
estaba muy seguro si ir o no. Entonces me dije a mí mismo,
“¿Sabes Carlos? Déjame mirar por la ventana chequear el clima una
vez más y ver si vale la pena ir a ejercitar mis piernas”. Así que miré
por la ventana y estaba soleado y hermoso y decidí que tenía que ir
afuera.
Sin embargo, mientras me arreglaba, escuché a mi voz interior decir,
“Carlos, estás muy cansado. No deberías ir de excursión a una
montaña o ir a pasear. Lo que debes hacer es darte una ducha e ir a
descansar y a dormir. Has estado trabajando mucho últimamente y
necesitas descansar”.
Me sentí como un niño que quería desobedecer a sus padres y me
dije en mis pensamientos: “Espera, ¿qué?”. Le dije a mi voz interior:
“ Pero mira, hay cielos azules y afuera todo está agradable, soleado
y cálido”. Mi voz interior dijo, “No. Hoy te vas a acostar temprano ¡y
eso es todo!”.
Me di cuenta de que mi voz interior tenía razón.
Mi espíritu quería salir a caminar y subir montañas y disfrutar de la
naturaleza, pero mi cuerpo decía que necesitaba descansar.
Entonces, eso fue lo que hice. Yo tomé una ducha. Conseguí algo
ligero para comer y luego me fui a la cama.
Después de dar vueltas y dar vueltas en la cama y desear estar
afuera, finalmente, comencé a quedarme dormido cuando escuché
una fuerte notificación en mi celular. Tomé mi teléfono, encendí la
pantalla y comencé a revisar los mensajes de notificación.
Tenía un mensaje en Instagram. En una nueva alerta, vi que un viejo
amigo mío estaba en vivo en un programa por Instagram. Su
nombre es Juan Alfonso Baptista. Él es un actor colombo-
venezolano muy famoso, con quien solía trabajar hace mucho
tiempo cuando era productor de televisión en Venezuela. Seguimos
siendo buenos amigos, aunque no nos habíamos visto hacía más de
veinte años.
Empecé a ver su programa en vivo y lo vi disculparse con su
audiencia. Él dijo: “Bueno, oh, Dios mío, lo siento mucho por todas
las personas que están viendo el programa ahora, pero mi invitada
el día de hoy no apareció. Recuerden que este es un programa en
vivo así que cualquier cosa puede pasar; sé que esto nunca había
pasado antes y no sé qué decir por lo que acaba de suceder.
Promocioné este programa especial durante unas dos o tres
semanas, pero mi invitada, la actriz programada para hoy, no
apareció, no llamó, ni siquiera dejó un mensaje diciendo que no
podía participar en mi programa. Bueno, de seguro tuvo un
inconveniente o contratiempo porque sé que ella es una actriz muy
ocupada, pero en realidad no sé qué pasó. Yo la estaba llamando,
pero ella nunca contestó su teléfono. He estado haciendo este
programa en vivo durante mucho tiempo y la gente siempre viene y
lo pasamos super bien”.
Mientras lo observaba, sentí pena por él, porque sé que él es muy
dedicado y respetuoso con su trabajo y con todos sus invitados, y
ese era un programa en vivo. Dijo que siempre tiene a actores,
actrices y cantantes que llegan al estudio una hora antes del
momento en el que comienza el programa, solo para verificar el
audio y responder cualquier pregunta que tenga el invitado. Pero
ese día no tuvo ninguna señal del invitado. Esta era una actriz muy
famosa de telenovelas. Realmente se estaba disculpando y diciendo
que tendría que improvisar. Juan dijo: “Bueno, tengo un programa
de dos horas, veamos qué podemos hacer”.
En este punto, yo estaba en el otro lado del mundo en mi habitación
en Atlanta, mirándolo, tras la pantalla de mi celular y pensé: “
Déjame enviarle un mensaje para saludarlo y darle unas cálidas
palabras dealiento, que todo irá bien”. Entonces, le envié un
mensaje a él a través de mensajes de Instagram en vivo, todos los
mensajes que la audiencia enviaba se mostraban en su pantalla
para que todos pudieran verlos.
Luego al ver mi mensaje, dijo: “Oye, no puedo creerlo. Un viejo
amigo mío me acaba de enviar un mensaje en el chat en vivo. Dios
mío, ¡Está viendo mi programa! ¡Qué sorpresa! “Hola Carlos, ¿cómo
has estado hermano? Mucho tiempo sin verte”. “Oye Juan, yo estoy
bien, ¿y tú?”, le respondí. “Me ha ido bien, Carlos. Gracias por
preguntar. Oye, tengo una pregunta para ti... ahora, aquí... en vivo al
aire, ¿y si te conviertes en mi personalidad del día y te entrevisto?”.
En este punto, me presentó a todos los que miraban su programa,
explicando que éramos buenos amigos, aunque tuviésemos mucho
tiempo sin hablarnos. En ese momento él comentó en su programa: 
“Me encantaría entrevistarte y contarles a todos sobre la historia de
tu vida. Después de todo, este programa de entrevistas se trataba
de eso: llegar a conocer gente y aprender sobre las lecciones que
aprendieron en la vida”.
Estaba totalmente sorprendido, e impactado, no sabía que decir y
no estaba preparado para esto. Esto solo salió de la nada. Entonces
le respondí, “Espera. ¿Qué dices? ¿Estás loco, amigo mío?”, me reí.
“Mi vida no es tan interesante. No sé si a la gente le gustara mi
historia, o se van a quedar dormidos; no estoy listo ni preparado
para esto. En realidad, yo estaba solamente listo para ir a dormir”.
Me reí de nuevo, de una manera nerviosa, y luego dije: “Gracias por
la oportunidad, amigo mío, pero no lo creo”. Luego me respondió:
“Vamos, Carlos, déjame entrevistarte, por favor, vamos amigo”.
Respiré profundo y le dije: “Bueno... está bien. Estoy en mi cama
ahora, pero déjame ponerme una camisa y arreglarme”. Unos
minutos más tarde le envié un mensaje diciendo que estaba listo
para transmitir. Ahora podría compartir la pantalla. Él dividió su
pantalla en dos y así de repente ya estaba en vivo al aire con él. Me
dio la bienvenida a su programa y me presentó de nuevo al público
que miraba.
Él dijo: “Buenas tardes, damas y caballeros. Bienvenidos a mi
programa. Este es mi amigo, Carlos Vivas”. Continuó describiendo
cómo solíamos trabajar juntos y empezó contando la historia cuando
yo era productor de televisión y lo exitoso que fue nuestro el último
programa donde trabajamos juntos, hacía ya veinte años atrás.
Luego comenzó a hacerme preguntas sobre mi vida, la entrevista
había empezado. Me sentía muy cómodo porque la forma en que
condujo el programa fue muy amable. Yo no me sentí como si
estuviese en una entrevista, en absoluto. Me sentí como si estuviese
conversando con un viejo amigo, tomándonos un café en una
cafetería, teniendo una conversación sobre las vueltas del destino.
Conversamos un buen rato y le hice un resumen de mi vida y le dije:
Al final, todo eso fue lo que me pasó en todos estos años desde la
última vez que nos vimos. Entonces me preguntó:
“Ahora Carlos ¿cuánto tiempo has estado viviendo en Estados
Unidos?”.
“Bueno, amigo, desde hace más de veinte años”.
“Wow, eso es mucho tiempo, hermano, y cuéntame sobre tu
trabajo”.
“Bueno”, le dije: “sabes que me preocupo por la gente. Estudié y
obtuve una certificación para trabajar cuidando a personas de la
tercera edad, fue mi primer trabajo como PCA (Asistente de Cuidado
Personal), para cuidar personas mayores, personas que necesitan
ayuda en sus hogares. Creo que fue el mejor trabajo de mi vida
porque sientes el amor que los pacientes te dan a ti y viceversa. En
este trabajo, conocí gente increíble en sus años dorados
y escuchaba sus historias, experiencias y anécdotas de vida. Fue
simplemente increíble tener el placer de compartir con ellos y
escuchar todas sus experiencias.
“La mayoría del tiempo, me sentí en ese trabajo como si yo fuera la
única persona que ellos tenían en el mundo porque las familias
simplemente dejaban a sus mayores allí y en su mayoría, no diré
que todas, no los visitaban a menudo y mis pacientes se ponían
muy tristes. Me gustaba animarlos y levantarles el espíritu
hablándoles, y llevándolos a dar un paseo por un parque, o
simplemente siendo un buen oyente. Sabes que eso es todo lo que
necesitan; simplemente estar allí para ellos y ser amados por
alguien que los cuide. Ellos se sienten como niños otra vez, niños
que necesitan nuestra atención, cuidado, y apoyo. Todo esto les
ayuda a ellos a sentirse mejor y más importantes al saber que
alguien se preocupa por ellos.
“Ahora trabajo como gerente de control de calidad para una
compañía de servicios y ya llevo más de diecisiete años trabajando
para esta compañía. me gusta el trabajo, tú sabes; paga las
cuentas”, dije.
“¿Qué más has estado haciendo todos estos años en Atlanta,
hermano? Por ejemplo, ¿qué haces en tu tiempo libre?”, preguntó.
“Bueno, en mi tiempo libre, he estado haciendo algunas carreras de
obstáculos. Se llaman carreras espartanas y son carreras de
obstáculos que puedes hacer individualmente o en grupo, pero lo
divertido es ir con un grupo, como por ejemplo, un grupo
de entrenamiento militar o bootcamp. Yo Solía ir con un grupo de
diez personas a entrenar para esto. Por ejemplo, para mi primera
carrera el entrenador de bootcamp, Tyler Moore, nos entrenó a mí y
a mi grupo todos los días, cinco veces a la semana, una hora al día
durante unos cinco meses para estar en forma, correr mejor y
superar todos los obstáculos en un tiempo más rápido.
“El día de la carrera, continué explicándole, “vas con tu equipo y
tienes treinta obstáculos que cruzar. Puedes ayudar a cada
integrante de tu equipo a pasar los obstáculos si uno de tus
compañeros de equipo no puede hacerlo solo, esto ayuda a cruzar
los obstáculos más rápido y trabajar en equipo para terminar en un
tiempo decente” ”.
Juan Alfonso dijo: “Oh, wow. Me gusta el trabajo en equipo. Ayudar
unos a otros para superar todos los obstáculos. Y, ¿supongo que
disfrutas toda esa adrenalina en esa carrera?”.
“¡Dios mío, sí! ¡Me encanta eso!”, dije.
“Está bien, ¿qué más has estado haciendo, Carlos?”.
“Bueno, ahora estoy escribiendo un libro”, dije.
“¿Ah, de verdad? Eso es genial. ¿Qué tipo de libro estás
escribiendo, Carlos? Te cuento que aquí en mi programa
también entrevisto a autores, por lo que es una agradable sorpresa
para mí que tú también te estés convirtiendo en uno. Entonces,
dime, ¿de qué trata tu libro?”.
“Bueno, mi libro trata sobre una experiencia cercana a la muerte que
tuve hace cinco años”, dije.
Juan Alfonso, con la boca abierta y una mirada de sorpresa en su
rostro, dijo:
“Dios mío, Carlos, ¿tuviste una experiencia cercana a la muerte?,
¿pero qué te pasó?, ¿cuándo sucedió eso? Gracias a Dios estás
bien y aquí con nosotros para compartirnos tu experiencia e historia.
Sería increíble si nos la contaras. Cuéntanos ¿qué te pasó?”.
Le dije: “Mira, amigo, mi historia es un poco larga te aviso por
si quieres que profundice y comparta toda la historia: no quiero
tomar demasiado tiempo en tu programa en vivo. Ya hablamos por
un tiempo y no sé cuánto tiempo tienes extra para estar al aire”.
“Oh, no te preocupes, Carlos”, dijo. “Tenemos más de dos horas
restantes de nuestra transmisión, así que relájate y tomate tu
tiempo”.
“OK, bueno, aquí vamos”, dije mientras comenzaba a describir mi
experiencia cercana a la muerte.
Hablé durante una hora y, en medio de mi historia, Juan empezó a
emocionarse y vi lágrimas brotar de sus ojos. “Dios mío, Carlos. Tu
historia, me conmovió y me tocó el corazón. Qué historia tan
hermosa”, dijo. “Estoy asombrado, Carlos. Toda esta entrevista llegó
de la nada. Mira lo que pasó. Mira la forma en que la vida nos hizo
una jugada. La actriz programada hoy nunca apareció. Ella nunca
llamó para cancelar. Es como si ella hubiera desaparecido. Esto
nunca había sucedido antes en mi programa y entonces llegaste sin
estar planeado, a través de un mensaje en mi Instagram y esto
acaba de suceder”
Continuó él: “¿Sabes? Nosotros, como humanos, creemos que
tenemos todo bajo controly creemos que lo tenemos todo planeado
en nuestras vidas. Entonces, la vida sucede y estos asombrosos
eventos toman lugar sin que hubiésemos planeado. ¿Sabes,
Carlos? Planeé este programa especial sobre esta actriz durante
mucho tiempo, promocionándolo para que suficientes personas
estén en línea hoy viéndolo. Pero la vida dijo: 'Espera un minuto.
No, déjame cambiar las circunstancias y el huésped. Este mensaje
es más importante de transmitir, porque la gente necesita escuchar
su mensaje sobre el amor, la vida, el propósito y el perdón”.
Y agregó: “¿Sabías que esta plataforma está abierta en todo el
mundo y que personas de todo el mundo estaban mirando y
escuchando tu historia? Recibí mensajes desde todas partes: gente
de toda Sudamérica, Europa, Estados Unidos y otros países. Todos
estaban esperando a la actriz. ¿Y adivina qué? La vida la reemplazó
y te puso en su lugar para que la gente de todas partes pudiera
escuchar tu historia. ¡Eso es increíble!”.
La entrevista terminó alrededor de las 9:30 de la noche y Juan dijo
que me llamaría después que terminara el programa para poder
agradecerme personalmente por ser un invitado inesperado y haber
salvado sus dos horas de programa. Sin embargo, Juan no me
llamó hasta casi la 1:00 de la mañana.
“Hola Carlos”, dijo. “Estoy muy agradecido por enviarme un
mensaje, aparecer en mi programa en vivo y permitirme
entrevistarte. ¡Todo salió genial! Tu historia, créeme, va a tener un
impacto muy grande y va a ayudar a mucha gente”.
“Bueno, sí. Espero que mi historia pueda conmover a algunas
personas y algunos corazones.
“¿Sabes Carlos? Tú tienes un regalo de Dios”.
“¿Tengo un regalo? ¿De qué estás hablando?”.
“Sí. Tienes el don de la palabra. Cuando tú estabas hablando, todo
el mundo estaba en silencio. Toda la audiencia te estaba
escuchando contar tu historia. Que historia tan interesante tienes.
¿Sabes? Tenías básicamente hipnotizados a todos por lo que
estabas diciendo. Y lo segundo que quiero decirte es que después
de tener una entrevista con un actor, actriz o cantante y termina la
entrevista, todas las personas en las redes sociales simplemente se
van. ¿Adivina qué pasó cuando terminaste? Todos permanecieron
en línea por otra hora porque querían saber más sobre tu historia.
Entonces, déjame decirte algo, mi amigo. Necesitas difundir esta
historia. Este mensaje no es para ti. Este mensaje es para
humanidad. Este mensaje es para las personas que necesitan
escucharlo. Las personas necesitan esperanza en sus vidas y en su
creador. Así que, por favor, comparte tu historia, porque es una
historia maravillosa”.
Esta, mis amigos, es mi historia…
CAPÍTULO 2
EL DIAGNÓSTICO
Mi historia comienza cuando yo tenía catorce años de edad, un niño
normal y corriente que asistía a una escuela católica en Venezuela.
Yo tenía una complexión delgada, y me consideraba sano de salud
disfrutando de la vida, como cualquier otro adolescente de esa
edad. Un día normal en mi vida consistía en ir a la escuela de 7:00
a.m. a 1:00 p.m. Normalmente, yo disfrutaba de una larga caminata
a casa, hacer mi tarea y después de eso ir a clases de natación y
taekwondo. Luego, cuando terminaba mis clases, me iba a casa, me
duchaba, cenaba, miraba algo de televisión y me acostaba
alrededor de las 9:00 p. m.
Esa era mi rutina diaria.
Un día caminando hacia la escuela me comencé a cansar mucho y
no sabía por qué. No presté atención, en ese momento, a lo que me
estaba pasando, pero día tras día me encontraba muy debilitado.
No quería decirles nada a mis padres porque no quería que se
preocupasen por mí. En ese momento, mis padres se habían
separado y divorciado. Ahí ya había suficiente tensión como estaba.
En aquel entonces yo vivía con mi mamá. Ella era muy estricta
conmigo, porque quería lo mejor para mí, Yo tenía que sacar buenas
notas para ella todo el tiempo y ella nunca me dejaba perder un día
de escuela. Ella quería que tuviera una asistencia perfecta. ¡Ella
incluso siempre iba a mi escuela para ver mis calificaciones! Ella
siempre estaba hablando con todos en mi escuela desde el director
hasta mis maestros sobre cómo me iba en clases. Esto era
vergonzoso para mí.
Todos mis amigos solían decirme: “Amigo, tu mamá siempre viene a
la escuela a ver cómo estás. Wow, eso pone mucha presión sobre ti,
¿verdad?”.
Solía pensar… bueno, así es como ella actúa. No podía hacer nada
para cambiar su forma de ser. Como mi madre era tan estricta y
seguía sintiéndome mal, pasé como un mes sin decirle nada. Yo
preferí permanecer en silencio, así que simplemente me aguanté.
Entonces, una mañana, mientras esperaba en la parada del autobús
para ir a la escuela, tuve un pequeño desmayo, lo que significa que
me desvanecí un poco y casi me caí al piso. De alguna manera
pude ponerme de pie de nuevo, pero en ese momento sabía que
tenía que decirle algo a mi mamá. Ese día después escuela, me fui
a casa y esperé a que mi mamá volviera del trabajo Tenía mucho
miedo de hablar con ella porque sabía cómo era.
Ella era una madre soltera y tenía suficiente estrés criándome ella
sola, yo sabía que ella quería lo mejor para mí. Y me imaginé que
ella pensaría que no quería ir a la escuela. Y ese día, todo el día,
ensayé lo que le iba a decir y la forma en que le daría mi mensaje.
Quería que ella entendiera que me estaba pasando y me ayudara.
Finalmente, después de esperar ansiosamente todo el día por este
momento, llegó a casa cansada después de un largo día de trabajo.
Cuando la vi tomé una respiración profunda. Conté en mi mente,
“cinco, cuatro, tres, dos, uno” y le dije: “Mamá, tenemos que hablar.
Por favor, sé que estarás ocupada preparando la cena, pero
créeme, siéntate, tengo que decirte algo, no me he sentido muy bien
últimamente”.
“¿Qué está sucediendo?”, preguntó.
“Bueno”, le expliqué, “me he sentido mareado durante semanas, y
esperaba que los síntomas desaparecieran en unos días, pero ese
no fue el caso. Todavía me siento con muy poca energía en mi
cuerpo y creo que es hora de ir a un médico para un chequeo y ver
lo que está pasando conmigo”.
Ella inclinó la cabeza para ver mi cara. y me miró con rostro de
preocupación Entonces ella me dijo, “Está bien, tenemos que ir al
médico, no nos podemos quedar dormidos con eso”.
Para resumir, visitamos más de diez médicos, pero ninguno de ellos
sabía lo que yo tenía. Los últimos tres médicos recomendaron a mis
padres me llevaran a ver a un especialista, específicamente un
hematólogo, un médico que se especializa en analizar sangre del
cuerpo.
Para mis padres, eso era la última opción porque era el médico más
caro de toda la ciudad y yo no tenía seguro médico en ese
momento. Al final, no tuvimos otra opción que ir a ver a este médico.
Cuando lo fuimos a visitar por primera vez, me sentí ansioso y mi
pierna temblaba mientras esperaba escuchar lo que tenía que decir
sobre mis síntomas y que estaba causando todo este malestar.
Llegamos al mediodía. Cuando entramos al edificio conseguimos su
oficina, era amplia y se componía de tres salas de espera con unas
20 sillas. Chequeamos nuestra cita con la secretaria del doctor y ella
nos mandó a sentar y esperar a nuestro turno para ver al médico.
Después de tomar asiento, nos percatamos del número de
diplomas, de sus cursos y las especializaciones que había hecho a
nivel mundial. Eso nos impresionó mucho. ¿Tres salas llenas de
diplomas y reconocimientos de tantos países? Mientras
observábamos y leíamos estos diplomas, nos dimos cuenta de que
era muy famoso y, lo más importante, estaba bien formado en su
campo de investigación y tratamiento.
Esperamos al médico durante aproximadamente una hora, cuando
de repente apareció, se presentó con nosotros y entró a su oficina.
Tenía unos sesenta y cinco años, uno setenta de altura, con
cabellos blancos y muchas arrugas. Él fue muy educado y amable.
Finalmente, me pidió que entrara en su consultorio para
examinarme, poder tomar mi presión arterial y hacer un chequeo de
todos mis signos vitales.
Después de terminar, me dijo que haría una serie de análisis desangre y trataría de determinar lo que estaba pasando conmigo.
Tenía un laboratorio en otra habitación, al lado de su oficina, donde
su esposa era la doctora a cargo. Tomó muestras de sangre de mi
pulgar y se fue al laboratorio. Volví a la sala de espera para
sentarme con mis padres.
Minutos más tarde, volvió con los resultados y dijo que no lo
convencieron las pruebas que me había tomado” No puedo creer
esto”, dijo y agregó que necesitaba toma otra muestra de sangre,
esta vez de mi brazo. Volví a la oficina, sacó la sangre y se fue.
Regresé nuevamente a esperar con mis padres.
Esta vez, cuando el médico regresó, dijo: “Lo siento, pero esa
muestra tampoco me convenció. Eres demasiado joven para esto.
Déjame tomar una muestra de sangre final, pero esta vez entra a mi
consultorio, quítate la camisa y siéntate en la camilla”.
Después de unos minutos, entró al consultorio con una enfermera.
Me dijeron que me diera la vuelta, que me relajara y que
comenzarían el procedimiento de prueba tomando una muestra de
sangre de mi espalda.
Me acosté en la camilla en el consultorio del médico, mirando a la
pared, y sentí al doctor frotando un trozo de algodón con alcohol en
toda mi espalda.
Luego, dijo: “Relájate, todo estará bien. Solo respira hondo y
después de eso, comienza a respirar lentamente”.
De repente, sentí que inyectaban algún líquido en cinco áreas de mi
espalda; no sabía qué era o por qué lo estaba haciendo.
¡Resultó que era anestesia! No lo supe en ese momento, pero antes
de esto el doctor había hablado con mis padres mientras yo estaba
en la camilla del consultorio, quienes aprobaron y firmaron todo el
papeleo requerido para realizar este procedimiento.
Gracias a Dios no sabía lo que estaba haciendo. Si lo hubiese
sabido, yo habría estado súper nervioso, y tal vez hubiera salido
corriendo despavorido de la oficina del doctor.
Mientras me ponía las inyecciones, el médico volvió a hablar y dijo:
“Por favor, no te muevas. Relájate. Esto será rápido. ¿Okey? El
medicamento que te acabo de administrar comenzará a reaccionar y
surtir efecto en quince a veinte minutos, así que por favor quédate
en esta camilla y espera un rato. Volveré dentro de quince a veinte
minutos”.
Finalmente, después de que pasaron veinte minutos, escuché al
doctor entrando en la habitación con la enfermera. Él dijo: “Ya estoy
aquí. Esta es la última prueba, por favor. Quédate tranquilo y no te
muevas, ¿de acuerdo? Todo va a estar bien”.
Entonces, ¡escuché un taladro! Era un taladro microscópico como
los que usan los dentistas. Yo estaba acostado de lado, mirando a la
pared. No podía ver lo que el doctor estaba haciendo. Escuché el
ruido del taladro tallando en mi espalda baja, mientras el doctor
perforaba algo en mi columna vertebral. Era muy ruidoso, como si
taladraran un trozo de madera, pero afortunadamente no sentí nada
gracias a los efectos de la anestesia. En ese momento el doctor
comenzó a tomar una muestra de algo de mi espalda baja.
Mis padres sabían sobre el procedimiento, pero ninguno me lo dijo.
Luego que el doctor terminó de tomar sus pruebas, me explicó la
complejidad de este examen y me dijo que, si yo hubiera sabido lo
que hacía, lo más probable es que me hubiese movido y terminar
parapléjico si algo salía mal. Por esa razón, prefirieron no decirme;
para que no me pusiera nervioso.
Una vez finalizado el examen, el médico dijo:
“Está bien, terminé. Solo tomó cinco minutos este pequeño
procedimiento”. Volvió a frotarme la espalda baja con alcohol y me
puso un vendaje.
Al terminar, me dijo: “Está bien, ya puedes levantarte, ponerte tu
camisa e ir al área de la sala con tus padres hasta que los llame
para darles los resultados de la prueba. Ahora voy a entrar al
laboratorio a hacer el análisis de sangre y cuando termine, te
llamaré, ¿de acuerdo?”.
“Está bien, doctor, muchísimas gracias”.
El médico se fue al laboratorio y esperamos ansiosamente los
resultados. Unos cuarenta minutos después, una enfermera
finalmente nos dijo: “Ya el médico está listo para hablarles y darles
los resultados finales del análisis”.
Los tres entramos a su consultorio, mis padres se sentaron frente al
escritorio del médico y yo me paré detrás de ellos.
Esperamos unos cinco minutos y luego el médico tocó la puerta tres
veces y entró en su oficina llevando un vaso de cristal con lo que
parecía una solución transparente, con algo que parecía un algodón
rojo flotando en su interior.
El doctor se sentó en su silla roja de cuero y dijo: “Bueno, familia,
obtuve los resultados y este vaso de cristal tiene la muestra de la
médula ósea de Carlos. Yo tengo que ser sincero. No les tengo
buenas noticias. Practiqué una serie de análisis a la sangre de su
hijo para ver si estaba equivocado, pero la última prueba muestra
que la médula ósea habla por sí misma”.
Hubo un silencio en la sala, nos miramos unos a otros con cara de
confusión e incertidumbre. Entonces, el médico me miró y dijo: “Lo
siento Carlos, pero solo tienes tres meses”.
Respondí: “¿Tres meses? ¿Tres meses para qué?”.
Él respondió: “Tres meses de vida. Tienes un cáncer terminal, lo
siento mucho. Ustedes esperaron demasiado tiempo para venir y
hacerle un chequeo a su hijo. La enfermedad está demasiado
avanzada en su cuerpo. Si ustedes hubiesen llegado a tiempo,
habría sido tratable, pero vinieron demasiado tarde. Ahora es una
enfermedad terminal llamada leucemia”.
Como pueden imaginar, había mucha tensión en el consultorio.
Mientras mis padres comenzaron a llorar desconsoladamente, me
paré en la parte de atrás, mirando la escena como salida de una
película de terror. Me sentí terrible porque no quería causar este
dolor a mis padres, y estaba tratando de digerir las malas noticias
que acabábamos de recibir.
Yo también estaba enojado, muy enojado. Me preguntaba por qué
me estaba pasando esto a mí. Yo era una buena persona. Seguí
tratando de entender y procesar esta noticia en mi mente, pero
estaba en shock. Me sentí congelado. Las únicas palabras que
escuché del médico fueron: “Lo siento. Lo siento mucho. No hay
nada más que hacer”.
Entonces, de repente, escuché un susurro en mi oído derecho. Era
una suave voz que me decía: “Él no tiene la última palabra. ¡La
última palabra la tengo yo! No te preocupes”.
Miré a mi alrededor para ver quién había dicho eso. Pensé que se
trataba de mi imaginación. De repente, sentí como si alguien me
inyectara una medicina tranquilizante, como un Valium. La paz se
apoderó de mi cuerpo. Por primera vez, yo sabía en mi corazón que
escuchaba la voz de Dios. Vi todo en cámara lenta. Me sentí
tranquilo, pero también me sentí emocionado. Yo sabía que todo iba
a estar bien. Las palabras que esa voz me dio fueron la
confirmación que necesitaba.
Empecé a llorar porque estaba muy enojado y me enfrenté al
médico.
“Disculpé, doctor”, le dije señalando su rosto, “pero yo no me voy a
morir en tres meses. No, no, no, y absolutamente no”.
Mi mamá me miró, volteó a ver el rostro del médico y le dijo: “Doctor,
no sé cómo va a hacer, pero usted va a salvarle la vida a mi hijo”.
El médico respondió: “Lo siento, pero eso no es posible”.
Mi mamá se puso de pie, se inclinó sobre el escritorio, agarró el
médico por su camisa con cuello en V y le dijo: “Míreme a los ojos y
dígame que se puede, usted que ha viajado por todo el mundo para
estudiar este tipo de enfermedades, usted sabe que hay algo que
puede hacerse. ¡Salve a mi hijo!” El médico se echó hacia atrás y
dijo: “Lo siento, señora, pero no hay nada más que podamos hacer
para salvar la vida de su hijo”.
Mi mamá dijo: “Doctor, míreme a los ojos y dígame la verdad.
Simplemente no quiere decírmelo, ¿verdad? ¿Usted tiene hijos e
hijas, no es así? Sé qué usted haría cualquier cosa en este mundo
para salvar la vida de sus propios hijos. Iría hasta el fin del mundo
para encontrar una cura, ¿no? Bueno, mírame entonces y dígame
que podemos salvar la vida de mi hijo”.
El médico nos miró a los tres y, después de unos segundos de
silencio, dijo: “Está bien, tengo dos opciones, pero no les puedo
prometernada, ¿de acuerdo? Por favor siéntese”, le dijo a mi
madre, “yo se los puedo explicar”. Ella soltó su camisa, miró a mi
papá y luego miró al médico y dijo: “Está bien, estoy lista para
escuchar cómo usted puede ayudarnos”.
“La primera opción es viajar a Houston, Texas, y hacer un trasplante
de médula ósea”, el médico nos explicó. “De esa manera podemos
tomar la médula ósea moribunda y trasplantar una nueva médula
ósea, buena y sana, de un donante de órganos. Tan pronto como la
médula ósea comience a funcionar en el sistema de su hijo, el
recuento de glóbulos blancos comenzará a aumentar en su cuerpo y
él podría volver a estar saludable”
“Está bien, pero doctor, ¿Cuánto costará esa cirugía?”, preguntó mi
mamá.
El médico dijo: “Bueno, la operación es muy costosa, puede que
tengan que vender su casa, sus autos y todo lo que posee para
cubrir los costos de esta cirugía. Recuerda, tenemos que encontrar
el donante de órganos primero. Luego pagar los boletos de avión,
hotel, mi alojamiento, más el alojamiento de su familia por todas las
semanas que necesitamos quedarnos en Houston. Esto incluye
pagar los gastos del donante de órganos, los gastos de hospital,
más la cirugía. Será mucho dinero”.
Mi mamá miró al techo, respiró hondo y dijo: “Está bien, doctor, si
vendo mi casa, mis autos y todo eso ¿Cuáles son las posibilidades
de salvar la vida de mi hijo?”. El médico dijo: “Es una probabilidad
del cincuenta por ciento. no sabemos cómo reaccionará su cuerpo
cuando le trasplantemos la nueva médula. Puede ser que lo tome o
puede rechazar la médula ósea. No hay garantías de que podamos
salvar la vida de su hijo con esta cirugía”.
Entonces, mi mamá lo miró y dijo: “Está bien, ¿qué me está
queriendo decir? ¿Que necesito vender todo lo que tengo y
quedarme sin hogar? Le juro por Dios que eso mismo haré. Sin
embargo, paralelamente me está diciendo que no puede
prometerme nada. Eso significa que mi hijo puede morir durante la
cirugía, o inmediatamente después de la cirugía”.
El médico dijo: “Sí, señora. Esa es una posibilidad”. Entonces, mi
mamá respondió: “Está bien. definitivamente no me gusta esa
opción”. Volvió a respirar hondo y preguntó: “¿Cuál es la segunda
opción?”.
El médico dijo: “Bueno, la segunda opción es viajar a Europa,
específicamente a París, Francia, e ir a un laboratorio donde hay
una fórmula en la que estoy trabajando con otros médicos para
ayudar a detener esta enfermedad. Esta fórmula, cuando se toma
junto con la vitamina C, puede afectar la médula ósea y tal vez
hacer que funcione de nuevo, haciendo que comience a producir
glóbulos blancos. Es básicamente hormonas de crecimiento
masculino sintético. Tal vez funcione. Si probamos eso con su hijo,
él será un caso de prueba. Si estás de acuerdo con eso, entonces
podemos empezar. con todo el papeleo. Deberá volar a Francia y
traer la medicina de vuelta aquí a Venezuela para el tratamiento”.
Luego agregó: “¿Quieres el trasplante o hacer que tu hijo sea un
conejillo de indias? al menos estarías haciendo algo, y no se
quedarían de brazos cruzados, hay esperanza, pero tendrá que
firmar un montón de papeleo para liberarme de cualquier
inconveniente causado por estas dos opciones”.
Mi mamá dijo: “Quiero hacer algo. Él no va a morir porque no hice
nada. Entonces, probemos el tratamiento con la fórmula que viene
de Paris”. En ese momento terminamos de hablar con el médico y
salimos del consultorio completamente aturdidos después de
escuchar el diagnóstico del doctor.
Para ese momento, mi mamá trabajaba para la Fuerza Aérea de
Venezuela. Ella habló con uno de sus supervisores y le contó sobre
el tratamiento experimental. El capitán de la Fuerza Aérea le dijo:
“No te preocupes, tengo que ir a Francia de todos modos. Traeré la
medicina de regreso, pero necesito el permiso y el dinero para
comprarla y será un placer ayudarles”.
Entonces, semanas después él viajó a Francia. Tardó varias
semanas antes de traer la medicina. Durante esas semanas el
doctor me dio un tratamiento con vitamina C y un cóctel de
medicamentos mezclados en una bolsa intravenosa conectada a
una vena en mi brazo.
Después de semanas de espera, la medicina llegó, y volvimos al
consultorio del médico, para que pudiera explicarnos la dosis y
cómo sería el tratamiento. El doctor dijo que debía tomar una pastilla
al día con el cóctel de medicinas que había estado tomando. Me
advirtió que me prepararse para muchos posibles efectos
secundarios como mareos, pérdida de apetito, malestar general,
acné y una veintena más de síntomas. Mis padres y yo aceptamos
el reto no teníamos nada que perder, al menos estamos haciendo
algo y comencé a tomar la fórmula.
Durante el siguiente mes y medio, fui al médico cada semana para
obtener algunas muestras de sangre para comprobar si la fórmula
estaba funcionando. Semana tras semana, íbamos al laboratorio a
sacar mi análisis de sangre y hacerme un chequeo.
Después de un mes de tratamiento, la medicina estaba trabajando
muy lentamente. El nivel de recuento de glóbulos blancos continuó
disminuyendo. Después de cada visita, mi mamá llegaba a casa y
comenzaba a llorar. Me sentí terrible porque no quería verla llorar.
No me gustó el hecho de que nada estaba funcionando y no
podíamos hacer nada más si no esperar para que funcionara.
Después de un mes y medio de tratamiento, sin ninguna buena
noticia, comencé a pensar para mis adentros: “Debería haber otra
forma de mejorar”.
Empecé a pensar y a pensar. De la nada, me vino a mi mente que
yo tenía un tío que tenía una empresa de bienes raíces y era el
miembro de la familia más adinerado que conocía. Cuando mi
mamá llegó a casa del trabajo esa noche, le dije que tenía una idea
“Mamá, ¿por qué no le preguntamos al tío César si puede
prestarnos el dinero para que yo tenga la cirugía en Houston?
Podemos trabajar para pagarle por el resto de nuestras vidas”.
“Pues, ni lo intentes, por favor. Tú no lo conoces”.
“¡Pero mamá! ¡Él puede ayudarnos! ¡Por favor!”.
“Lo siento, hijo, pero esa ni siquiera es una opción”.
Esa noche, mientras estaba acostado en la cama, no podía creer lo
que mi mama me había dicho. Aquello me puso muy triste…
La siguiente mañana, después que mi mamá se fuera a trabajar,
estaba solo en casa, cuando pensé: “Espera un segundo, la única
persona que va a morir soy yo. Tengo que hacer todo lo que sea
posible para salvarme a mí mismo”.
Decidí llamar a mi tío sin permiso de mis padres. Tenía mucha
esperanza y fe, creyendo que él me ayudaría. Con felicidad y gozo
en mi corazón, tomé un respiro de esperanza y marqué su número.
Sonó varias veces hasta que tomó la llamada. Lo saludé y le
pregunté por mi tía y mis primos. Después que me dijo que todos
estaban bien, le dije: “Bueno tío, te estoy llamando porque necesito
un gran favor de tu parte y no puedo pensar en nadie más que
pueda hacérmelo, excepto tú”.
Mi tío dijo: “Está bien, Carlos, ¿en qué te puedo ayudar?”.
Le conté la historia de mi enfermedad terminal y cómo la única
forma en que podía sobrevivir era viajando a Houston, Texas, para
un trasplante de médula ósea. Continué diciendo: “Entonces, pensé
que podrías prestarnos el dinero para cubrir todos los gastos de la
cirugía”. Y le dije: “No te preocupes por el dinero porque te lo
devolveremos tío, mi mamá, mi papá y yo trabajaremos todas
nuestras vidas para devolverte todo el dinero que nos prestarás.
Puedes confiar en nosotros”.
Con emoción anticipada, pensé que diría: “No te preocupes, sobrino,
yo te ayudaré”. Sin embargo, las cosas no resultaron como yo
esperaba.
Respiró hondo y dijo: “Lo siento, Carlos, pero yo no puedo ayudarte.
Que Dios te ayude”. Luego, colgó el teléfono.
Tan pronto como me dijo esas palabras, me quedé petrificado. No
podía creer que había tenido el corazón tan frio para negarse a mi
pedido así, como si nada.
Recuerden, yo tenía 14 años, y en mi condición escuchar sus
palabras fue terrible para mí. En ese momento, caí de rodillas,
comencé a llorar y a orar a Dios. Le dije: “Dios, por favor ayúdame.
No tengo a nadie más a quien pueda acudir enbusca de ayuda, solo
te tengo a ti. Tú eres mi única esperanza. Por favor, Dios, cúrame de
esta enfermedad. Solo tú puedes hacer un milagro en mi vida. Solo
tú tienes el poder de sanar a los enfermos. Solo tú sabes en mi
corazón que quiero vivir para ayudar a la gente. Por favor, dame otra
oportunidad, otra oportunidad de vivir. Desde el fondo de mi
corazón, Dios, te pido ayuda. Dios, por favor, ¿puedes oírme?”.
Mientras oraba y lloraba y le pedía ayuda a Dios, de repente sentí
un calor sobre todo mi cuerpo, se me puso la piel de gallina, toda
erizada. Poco a poco, un calor calentó todo mi cuerpo y
especialmente mi corazón. Yo sabía que algo estaba pasando en
ese momento. Yo no sabía qué era o qué pasaba, pero sabía que
era una señal. Comencé a sentirme esperanzado de nuevo y me
invadió una sensación de bienestar.
A partir de ese momento y ese mismo día, comencé a orar
constantemente y a declararle a Dios que ya estaba sanado de mi
enfermedad. No había duda en mi corazón, Dios me estaba
curando.
Di gracias a Dios por mi rápida recuperación y me visualicé
caminando afuera en un parque, en perfecto estado de salud,
divirtiéndome, caminado en un día soleado, disfrutando de la
naturaleza y dando gracias a Dios porque ya estaba curado.
Comencé a pensar en el futuro y todas las cosas que quería hacer
cuando fuera grande. Empecé a sentirme mejor y mejor cada día.
Fueron pasando los meses y al cabo del tercer mes estaba
completo el tratamiento. Después de todas mis oraciones, era hora
de que el doctor me hiciera todas las pruebas para ver cómo mi
cuerpo había respondido al tratamiento.
Ese día en el hospital me hicieron muchas pruebas. Tomaron
tomografías computarizadas y resonancias magnéticas. Luego de
estos exámenes y al tener los resultados, el doctor nos llamó a su
consultorio para darnos la respuesta final del tratamiento. Mi mamá,
mi papá y yo teníamos tantas esperanzas de que todo fuese
diferente esta vez... Estábamos muy nerviosos esperando el
veredicto médico. Apenas entramos a la oficina del doctor, él nos
dijo que tomáramos asiento. Tenía los resultados en su mano en un
sobre de manila amarillo. Tan pronto como nos sentamos, abrió el
sobre y comenzó a leer los resultados de todas las pruebas.
El resultado final fue que estaba completamente curado. No había
rastro de la enfermedad en ninguna parte de mi cuerpo. ¡Estaba
libre de leucemia!
En este momento, los rostros de mis padres se iluminaron de
felicidad y le dijeron al médico que, dados los resultados, ¡no había
duda de que estábamos ante un milagro!
Mi mamá comenzó a decir: “Gracias Dios. ¡Esto es un milagro!”.
Su cara resplandecía de alegría, de sus ojos brotaban lágrimas de
felicidad. Igualmente, mi padre estaba muy feliz y no paraba de
sonreír de emoción.
Pero algo pasaba que no lográbamos entender… La cara del
médico estaba muy seria, sin rastros de emoción. En realidad, era
un rostro triste. Mi mamá le preguntó: “Pero doctor, esto es un
milagro. ¿Qué pasa? ¿Por qué carga esa cara tan triste?”.
“Lo siento, señora”, contestó, “pero en nuestro campo médico no
podemos usar esa palabra. Para la ciencia no existe tal cosa como
un milagro. Desafortunadamente, tengo más noticias para usted. Su
hijo estaba bajo un tratamiento muy intenso que alteró
químicamente todas las células de su cuerpo y de su sistema
inmunológico de tal manera que se curó muy rápido. Pero cuando
hemos tenido tales casos de recuperación rápida solo han sido
momentáneos. Se llama remisión. Esto significa que la enfermedad
desaparece, pero nuestra experiencia, en otros casos nos ha
demostrado que la enfermedad siempre regresa semanas más tarde
y con más fuerza. En la mayoría de los casos, vuelve peor que
antes del tratamiento haciendo imposible ayudar al paciente”.
Mi mamá se puso a llorar y dijo: “Pero doctor, ¡es un milagro! Dios
salvó a mi hijo”.
El médico respondió: “Está bien, señora, el tiempo nos dirá si tengo
la razón. Ojalá que no, y que Dios haya escuchado sus oraciones”.
En ese momento me paré detrás de mis padres, escuchando el
diagnóstico y viendo las caras de todos y en verdad no podía creer
lo que había dicho el doctor. Estaba completamente en estado de
shock, hasta que pensé para mis adentros:
“¡No! ¡Esto es lo que dice el doctor no Dios! ¡Rechazo por completo
su diagnóstico del futuro y declaro que estoy completamente sanado
de esta enfermedad!”.
De repente, se me puso la piel de gallina una vez más y el calor se
apoderó de mi cuerpo. Entonces, escuché un susurro en mi oído
que decía: “No. Él está equivocado. Esto nunca te volverá a pasar”.
Sentí que mi corazón se calentaba de emoción al escuchar estas
palabras y supe dentro de mí, que Dios ya había realizado un
milagro de sanación en mi vida y que nunca más sufriría de esta
enfermedad otra vez.
Desde ese momento en adelante, siempre me he sentido saludable
gracias a Dios. Desde ese día yo estaba agradecido por el milagro
que Dios había realizado en mi vida. A partir de ese momento
comencé a compartir mi historia con mucha gente para traer
esperanza y fe a cualquier persona que lo necesitara. Así como Él
me había salvado la vida, podía salvar a cualquier otra persona que
sinceramente y desde el fondo de su corazón le pidiera ayuda a
Dios como yo lo hice para obtener un milagro de sanación.
CAPÍTULO 3
EN CAMINO A LA ISLA
Un sábado por la tarde en mayo de 2015, me senté en el sofá de mi
sala de estar en Atlanta, viendo las noticias. Estaba mirando todas
las noticias terribles que hay por el mundo, con tantas historias
sobre lo mal que todo se estaba volviendo, no quería arruinar mi día
con todas esas malas historias, así que apagué la televisión. Me
senté, me acomodé en mi sofá y miré mi ventana.
El día era hermoso y, por alguna razón, empecé a hacer preguntas
existenciales. Supongo que en algún momento de nuestras vidas
nos hacemos estas preguntas. No sé si fue la noticia, o lo qué
estaba pasando, pero de repente tuve algunas preguntas para Dios.
No es que yo estaba dudando de Él, pero comencé a preguntar:
“Dios, si eres real, si realmente existes, respóndeme estas
preguntas. ¿Por qué hay tanta gente sufriendo en todo el mundo?
¿Por qué hay tantos desastres naturales en el mundo: terremotos,
tsunamis, tornados y todo tipo de fenómenos naturales?
¿Por qué mueren tantas personas buenas e inocentes? ¿Por qué,
Dios?, ¿Por qué? ¿Por qué hay tanto odio entre los seres humanos?
¿Por qué hay tantas enfermedades terminales y no curables? ¿Por
qué el cáncer afecta a tantas personas en todo el mundo? Tiene que
haber una respuesta a mis oraciones. Por favor, Dios, si tu están ahí
afuera, si puedes escucharme en este momento, quiero entender lo
que está pasando con la humanidad”.
Miré por la ventana de mi sala al jardín y vi la hierba verde afuera,
bajo el cielo soleado, hermoso, los pinos, los pájaros volando, y las
flores por todas partes; era un día hermoso de primavera. Estaba
pensando en cómo la vida puede ser más agradable, simplemente
disfrutando de las pequeñas cosas que tenemos frente a nosotros.
Mientras miraba por la ventana, escuché sonar mi teléfono celular
en la cocina. Corrí a contestar el teléfono. La llamada era de uno de
mis mejores amigos, Jorge Mario, que es como un hermano para
mí. Su familia casi me adoptó como su hijo cuando llegué a Atlanta
hacia más de veinte años. Siempre han sido tan amables conmigo,
son una familia muy linda.
Jorge Mario llamó para ver cómo estaba, y me preguntó si tenía
planes para el día feriado conmemorativo a los militares caídos en
guerra. En Estados Unidos, este día se celebra a finales de mayo y
ya estaba a la vuelta de la esquina.
“Bueno, ¿sabes qué, Jorgito? Realmente no tengo nada planeado.
¿Tienes algo en mente?
Él dijo: “Sí, tengo un plan. ¿Y si vamos a Florida a disfrutar del clima
y la playa? Vas todo el tiempo Carlos, así que tu conoces mejor la
zona. Podemos encontrar un buen lugar para quedarnos por el fin
de semana. Mi familia viene de vacaciones y me encantaría
llevarlos, además de otro amigo, Enrique, que le gustaríavenir con
nosotros”.
Dije: “Está bien, ¡hagámoslo entonces! Déjame empezar a buscar
alojamientos cerca de la playa y cuando tenga todo listo podemos
reunirnos y planear mejor el viaje”.
Jorge dijo: “¡Está bien! Suena como un buen plan”.
Pasaron los días y llegó el fin de semana. Finalmente llego el
viernes y mis amigos, Jorgito y Enrique, los padres de Jorge, Nancy
y Víctor estaban listos para partir. Nos fuimos de Atlanta alrededor
de las 6:00 p. m. y con todo el tráfico del fin de semana nos llevó
tiempo salir de la ciudad. Finalmente, después de seis horas de
manejo, llegamos al hotel.
Esa noche, cansados después de estar tantas horas en la carretera,
nos registramos y nos acostamos al pasar la medianoche.
La siguiente mañana, todos nos despertamos alrededor de las 7:00
am, cansados, pero emocionados. Después que todos se ducharon
y se vistieron, bajamos las escaleras para tomar nuestro desayuno
continental de cortesía, que fue muy bueno. Todo estuvo delicioso.
Después del desayuno, todos estábamos listos para ir a la playa.
Nosotros cinco nos montamos en el coche. Conduje porque conocía
la zona. En la primavera y el verano, iba a la playa dos fines de
semana al mes para relajarme del trabajo y de mi rutina diaria.
Llegamos a la primera playa, pero como era un día de vacaciones,
estaba llena. Así que conduje hasta una segunda playa y luego una
tercera. También estaban llenas.
Me detuve, miré a todos y dije: “Bueno, muchachos, parece que
todo el mundo vino a la playa este fin de semana festivo, pero no se
preocupen tengo una idea. Vamos a un lugar no muy lejos de
distancia, una hermosa isla en Panamá City Beach llamada Shell
Island. Podemos ir al puerto y tomar un bote que nos lleve a la isla.
La mayoría de la gente no conoce esta isla, así que tengo la
sensación de que no estará tan llena con el público habitual de
playa”.
Todos estuvieron de acuerdo. Condujimos hasta el puerto más
cercano. Sabía su ubicación porque estuve allí muchas veces.
Cuando llegamos al puerto, no vi a nadie en el estacionamiento. Fue
extraño ver el lugar vacío. Les dije a todos que esperaran en el auto
mientras yo revisaba el lugar. Caminé a la oficina principal para ver
qué estaba pasando. El hombre de la recepción me dijo que estaban
cerrados por reformas. Me sorprendió mucho porque esa marina
siempre estaba abierta y llena de gente en esta época del año.
Regresé al auto y les dije a todos: “Bueno, chicos, el puerto está
cerrado por reformas, pero no se preocupen. Sé de otro”.
Manejamos a un segundo puerto, en la entrada a Panamá City
Beach, pero también estaba cerrado. En ese momento no sabía a
cuál otro puerto ir.
Empecé a sentir como si algo, o alguien, estaba tratando de decirme
que no fuera a ningún lado. Pero de todos modos seguí
intentándolo. Miré mi teléfono celular personal y le pregunté a
Google: “Hola Google, llévame a otro puerto”.
El asistente de Google respondió: “No tienes permiso para navegar
en internet ahora”.
Miré la pantalla del teléfono y era un fondo azul. y unas letras
blancas, diciendo que no tenía permiso para navegar en internet.
Entonces tome mi otro teléfono celular de trabajo, que funcionaba
con una compañía telefónica diferente a mi otro teléfono. Volví a
preguntarle a Google: “Hola Google, llévame a otro puerto”. Google
dijo: “No tienes permiso para navegar en la Internet”.
Eso me sorprendió. Dos teléfonos diferentes, con dos proveedores
de telefonía diferentes, pero ambos me dieron el mismo mensaje.
En ese momento, les pregunté a mis amigos si alguien podía mirar
con su teléfono. Dijeron: “Sí, claro, lo buscaremos”.
Comenzaron a buscar en línea otro puerto cerca de nosotros y
descubrimos que el único puerto disponible temprano esa mañana
estaba en St. Andrews State Park.
“Okey. Conduzcamos hasta allí”, dije.
Estaba a punto de salir a la calle principal del estacionamiento, pero
había un automóvil que se acercaba muy rápido en el carril cerca de
mí.
Pensé: “¿Debería ir ahora o no?”. Algo dentro de mí respondió: “No.
Que pase primero y luego te vas”. Gracias a Dios dejé pasar el auto.
Después de que nos pasó, menos de cinco segundos después,
tomé un desvío para entrar al parque nacional y tan pronto como lo
hice, escuchamos un fuerte estruendo. Era el coche que había
dejado pasar. Se estrelló contra dos autos porque estaba
conduciendo tan rápido que no vio el semáforo. Se atravesó con la
luz roja y causó un accidente. Vi todo esto en mi espejo retrovisor.
Estaba agradecido de haber dejado pasar primero a este tipo que
andaba con tanta prisa.
Continuamos rodando a lo largo de la orilla del mar. Las nubes
estaban oscureciendo y escuchamos el estruendo de los truenos.
Todos nos miramos, Jorge, Enrique, Nancy, Víctor y yo, porque los
truenos eran muy fuertes. Segundos después, vimos un rayo que
partió del cielo y golpeó las aguas oceánicas.
En ese momento, Jorge me miró y dijo: “Oye, Carlos, ¿no crees que
deberíamos volver a Atlanta? Este clima está empeorando. Mira las
nubes. Tal vez se acerca una gran tormenta y no vamos a poder
disfrutar la playa con este mal tiempo. ¿No crees que será mejor
volver a casa?”.
Miré a Jorge y le dije: “Bueno, amigo mío, ¡bienvenido a Florida!
Aquí el clima siempre cambia mucho. Una hora hace sol, la hora
siguiente está nublado y lluvioso, y luego soleado de nuevo. Todo
está bien. No hay nada que temer; todo estará bien”.
Unos quince minutos después llegamos al parque. Era mi primera
vez en ese lugar. Había una gran fila de autos para entrar.
Finalmente, llegamos a la entrada de la puerta de seguridad.
Compramos nuestros boletos y nos indicaron que subiéramos al
autobús de enlace al puerto donde el barco nos llevaría a Shell
Island. Tomamos los boletos y volvimos al auto para agarrar todas
las cosas que necesitábamos para pasar el día en la playa.
Pensamos que el clima eventualmente se despejaría, así que
tomamos nuestras sombrillas, carpas, sillas, hielera, parlantes,
comida, bebidas, bloqueador solar y toallas.
Los autobuses de enlace funcionaban a una hora programada y
nuestro bus salía a las 9:00 a.m. Hicimos fila para abordar el
autobús y entonces Jorge dijo: “Oye Carlos, tengo que ir al baño.
¿Crees que tengo tiempo para ir?”. Le dije: “Sí, claro, pero daté
prisa”.
Diez minutos después, el conductor dijo: “Buenos días a todos.
Bienvenido al Parque Estatal St. Andrew. Este bus los llevará al
puerto. Tan pronto como lleguemos abordaremos el ferry a Shell
Island. Suban a bordo ahora, ¡gracias!”.
Todos empezaron a abordar el autobús. La mayoría de la gente eran
personas jubiladas que vivían en Florida. El resto de los pasajeros
eran turistas de todo los Estados Unidos.
Cuando el autobús se comenzó a llenar, le dije al conductor que
teníamos que esperar a mi amigo Jorge. Esperamos quince minutos
y nunca apareció.
Noté que la gente en el autobús se estaba impacientando, así que le
pregunté al papá de Jorge si podía ir a ver si le pasaba algo a su
hijo. Mientras se acercaba al baño, pudo escuchar a Jorge gritar:
“Hola. ¿Hay alguien afuera? Alguien acaba de cerrar la puerta del
baño. Por favor, ayúdame. Déjame salir de aquí. Necesito tomar mi
autobús”.
El padre de Jorge, desesperado y nervioso al escuchar su hijo
atrapado en ese baño, le gritó: “Oye hijo, ¿Estás bien? Soy yo, tu
padre. No te preocupes. Voy por ayuda. Déjame ir a la oficina
principal. Volveré pronto. Tranquilízate, por favor, todo estará bien.
Voy a buscar una manera para sacarte de ahí”.
Corrió a la oficina y encontró al gerente en la portería de la entrada
principal. Después de explicarle lo sucedido, el gerente dijo que él
no sabía ¿Cómo habrá sucedido eso? ¡Qué cosa tan extraña!”.
Una vez más, sentí una vocecita adentro diciéndome que no fuera.
La sensación en mi estómago se sentía como una señal de que algo
malo pasaría si íbamos. Estaba nervioso.
Finalmente, el conserje vino con una llave maestra y abrió la puerta.
Jorge salió y abrazó a su padre. Su padre le preguntó: “¿Estás
bien?”. Jorge respondió: “Sí. Estoy bien. Gracias”. “Gracias alconserje, hijo. Él fue el héroe que te sacó del baño, Jorge. Gracias a
él”.
Se rieron un poco y el papá de Jorge dijo: “Está bien, apúrense,
arriba. Corramos al autobús antes de que perdamos el viaje”.
Finalmente llegamos al autobús y partimos. Entonces el conductor
dijo, con un tono de voz misterioso: “¿Están listos para emprender
una aventura al máximo e ir a una famosa isla del Golfo de México?
En Panamá City Beach disfrutarán de las aguas cristalinas más
hermosas de Florida y una increíble variedad de animales marinos.
Y si tienen suerte, podrán ver y detectar manatíes, delfines o una
mantarraya. Vamos al puerto y dejemos que comience la aventura”.
Cinco minutos después, llegamos al puerto. Miré a través de la
ventana del bus cuando llegamos. Mientras admiraba a mi
alrededor, miré la hierba verde, la arena blanca y resplandeciente, y
el profundo océano azul; entonces me di cuenta de lo hermosa que
es la vida.
CAPÍTULO 4
ANTES DE LA TORMENTA
El conductor del autobús dijo: “Su atención, por favor. ¿Puedo tener
su atención? Bien, chicos, les diré el horario del autobús. Los barcos
que salen de la isla y los buses están todos conectados. Esto
significa que cada hora, a partir de ahora y hasta las 5:30 p.m., un
barco volverá de Shell Island. Por lo tanto, asegúrese de llegar a
tiempo. Les advierto que si pierden el último barco no será nada
divertido porque tendrán que permanecer en la isla hasta el día
siguiente. No hay electricidad, ni baños, ni un refugio para quedarse,
tampoco agua potable o de manantial y además hace frío y viento.
Les deseo a todos un fantástico Día de los Caídos en Shell Island.
¡Disfruten su estadía!”.
Mis amigos y yo comenzamos a alejarnos del autobús. Llevamos
nuestras sillas, toallas, toldo, hielera, sombrillas, salvavidas, comida
y agua. Después caminamos hasta el puerto, directo al muelle de
madera donde nos esperaba el barco que debíamos abordar. Tan
pronto como lo abordamos, el conductor del bote nos dio la
bienvenida y nos pidió que tomáramos asiento.
Luego nos explicó las normas de seguridad que debíamos observar
a bordo del barco y navegamos hacia aguas abiertas, rumbo a la
isla de Shell Island.
El cielo estaba azul y despejado. Las aguas, algo azules, de color
turquesa. El paisaje era hermoso. Me senté junto a una ventana
abierta y la brisa fresca y el agua salada bañaba mi rostro. Fue un
buen viaje. Unos veinticinco minutos más tarde, el barco comenzó a
acercarse a Shell Island.
El clima se veía bueno, con cielo azul y soleado. Las aguas eran
cristalinas. Era un pedacito de paraíso frente a Florida, en pleno
Golfo de México, con aguas color esmeralda, arenas blancas puras
y un hermoso pedazo de tierra en medio del océano. Había algunas
palmeras y poca vegetación ya que era muy caliente. Por eso
tuvimos que traer todo con nosotros y garantizar que al menos
tuviéramos un poco de sombra durante nuestro día de playa.
Mientras nos acercábamos al lado de la bahía, noté que había
muchas familias disfrutando el día en ese lado de la isla. Así que le
pregunté al conductor del bote si podía llevarnos a la parte trasera
de la isla, del lado que tenía el mar abierto hacia el océano.
Él dijo: “Esta es la parte más segura del parque. Si quieres ir al otro
lado tendrás que ir por tu cuenta, porque yo no iré para allá”.
“Está bien”, dije, “está bien. Solo preguntaba. ¡Gracias!”.
Tan pronto llegamos, puse mis pies descalzos sobre la arena. Eso
fue una sensación relajante que me hizo sentir que finalmente
estaba de vacaciones. Empecé a caminar y conduje a mi grupo más
allá de la piscina natural que hay junto a la bahía, donde muchas
familias pasaban el día con sus hijos. Pensaba que el otro lado de la
isla, donde estaba el océano abierto, sería un buen lugar para poder
acampar ya que no estaría tan lleno.
Arrastramos todo por la arena: nuestras sillas, sombrillas, hieleras, y
todo lo que habíamos llevado con nosotros. Tuvimos que atravesar
la playa, pasando entre las familias.
Cuando pasé frente a un padre que miraba a cinco niños jugando en
la arena, este me llamó y me dijo: “Discúlpeme, señor. ¿Adónde van
con todas esas cosas? Este es el final del área de la bahía. Aquí
están todas las familias”.
Le respondí: “Ya, señor, pero nosotros vamos al otro lado de la isla”.
Él respondió: “No vayan, por favor, es mejor que se queden de este
lado, donde estamos todas las familias”.
“Señor, ¿por qué no quiere que vayamos?”, le pregunté.
“Porque este lado es más seguro. Además, en el otro está haciendo
mucho viento. Las olas están enormes. Hoy el océano está muy
peligroso”.
Le dije con voz segura: “Señor, no se preocupe. He estado viniendo
a esta isla durante años y nunca me ha pasado nada malo. Además,
pertenecí a un equipo de natación durante varios años. Soy un buen
nadador. Sin embargo, muchas gracias por su consejo.
Intentaremos ser cuidadosos. Así que, no tema, estaremos bien.
Gracias por preocuparse”.
Después de decirle esto al hombre, seguí caminando con mis
amigos hacia el otro lado de la isla, al que llegamos después de
unos diez a quince minutos. No había nadie más allí, solo nosotros.
Pensé que era porque el océano estaba agitado, con grandes las
olas y fuerte viento. Caminamos un poco mientras buscamos un
buen lugar para acampar y finalmente encontramos uno donde
desempacamos todas nuestras cosas, incluidas las toallas, el toldo,
las sillas, la hielera, el altavoz, los salvavidas, las tablas de surf y la
comida. Para completar el campamento, traje una gran carpa azul,
lo suficientemente grande como para acomodar a diez personas.
Empecé a abrirla con mis amigos y en ese momento el viento
empezó a soplar realmente fuerte. La carpa se abrió como un
paracaídas y no había manera de poner a tierra la carpa. Lo
intentamos durante más de una hora, pero el clima no nos estaba
ayudando.
Después de muchos intentos de asentar la carpa, todavía el viento
estaba soplando muy fuerte. El padre de mi amigo, el señor Víctor,
dijo: “Escuchen chicos, ¿por qué no van y consiguen algunas rocas
en esa pequeña colina cerca de nosotros”.
Jorge y yo pensamos que era una gran idea. Entonces, fuimos a la
colina y reunimos algunas rocas para poner en una pila en cada
poste de la carpa. Esa era la única manera que el toldo se
mantuviese en su sitio.
Ahora el toldo, con la ayuda de esas rocas, estaba instalada
fuertemente en la arena y se veía bien y firme. Jorge, Enrique,
Nancy, Víctor y yo armamos nuestro campamento para el día, con
las sillas, comida, bebidas y el resto del equipo que llevábamos con
nosotros.
Pasamos las siguientes horas relajándonos frente a la playa. El
tiempo comenzó a pasar más rápido mientras estuvimos sentados
dentro de la carpa, jugando y contando historias. Alrededor de las
3:00 p.m., comencé a cansarme y me quedé dormido. Una hora
después, desperté y vi a los demás empacando y preparándose
para dejar el lugar.
Ahora eran las 4:00 p.m. y todos en el grupo querían caminar y dar
una vuelta por la isla antes de que saliera el ultimo barco a las 5:30
p.m. Uno de mis amigos me preguntó si quería ir con el grupo a
pasear por la isla.
Le dije: “No, gracias, pero me quedaré en el campamento para
cuidarlo todo. Vayan y diviértanse. No se preocupen por el
campamento. Estaré aquí”.
Se marcharon y, unos diez o quince minutos después, comencé a
aburrirme. Hacía demasiado calor, sol y humedad.
“Aquí hace demasiado calor”, me dije a mí mismo. “Voy a tener que
refrescarme. Nadaré cerca de la playa, frente a el campamento
durante un rato y luego regreso”.
Corrí hacia el agua refrescante. A pesar de que el clima estaba
caliente, el agua estaba fría. ¿Sabes? Toma un minuto para que la
temperatura de tu cuerpo se aclimate con la del océano, así que
comencé a caminar más y más profundo.
Entonces, mientras caminaba, caí varias veces en algunos agujeros
en la arena. Fue un poco extraño para mí. Jamás había visto esos
agujeros en aquella playa.
Pensé que era un fenómeno de la naturaleza que se produjo ese día
bajo el agua, así que no le presté demasiada atencióny seguí
avanzando antes de nadar durante unos quince minutos. Cuando
levanté la vista, vi a Enrique caminando hacia la playa donde yo
estaba nadando. Caminaba a solas, sin el resto del grupo.
“Oye, ¿qué pasa?”, le grité. “¿Por qué volviste?”.
“Regresé en caso de qué algo te suceda”, gritó de regreso. “No
quiero dejarte solo aquí”.
“Está bien. No te preocupes, hermano”.
Se metió en el agua y nadó conmigo durante unos diez minutos.
Finalmente, se salió del agua y comenzó a alejarse. Desde la playa
me dijo: “Oye, el sol está muy caliente y está quemando mi piel.
Estoy tan blanco que me siento como un fantasma. Necesito
ponerme un poco de protector solar para no freírme como un
camarón al sol. Voy al campamento, ya regreso”.
Levanté un pulgar hacia arriba y se marchó. Continué nadando
durante unos diez minutos más.
Después de ello, pensé: “Está bien, ya nadé lo suficiente. Mejor
regreso a la carpa con mi amigo”.
Comencé a caminar hacia la playa y cuando el agua me llegaba por
la cintura, noté algo raro. Cada vez que daba un paso hacia la orilla,
sentía que algo empujaba mis piernas hacia el océano. El nivel del
agua comenzó a subir rápidamente, como si un gigante estuviera
llenando el océano de agua. Apenas subió y me cubrió, salté para
tomar un poco de aire y apenas lo hice, una fuerte corriente
submarina tiró de mí. ¡Era como un remolino que me succionaba de
regreso al océano!
CAPÍTULO 5
LAS AGUAS TEMPESTUOSAS
Una poderosa corriente bajo el agua comenzó a empujarme hacia el
océano. Traté desesperadamente de nadar, pero la playa era difícil
de ver. La marea subía y bajaba y yo no sabía qué estaba
sucediendo.
Déjame decirte algo. En ese entonces, yo no sabía qué era una
corriente de resaca, pero lo aprendí de la peor manera. Esta era una
corriente de agua muy fuerte. La cual me alejaba directamente de la
orilla, cortando a través de la línea de olas rompientes como un río
corriendo hacia el mar. Era más fuerte cerca de la superficie del
agua. Si te atrapa una corriente y no entiendes lo que sucede o no
tienes las habilidades necesarias para escapar, puedes entrar en
pánico y cansarte muy rápido cuando trates de nadar directamente
en contra del flujo de agua.
Entonces, ¿adivina lo qué me pasó? Yo era uno de esos tipos que
no sabían qué hacer porque me desesperé. Traté de luchar contra la
corriente y volver a la playa.
Pero esta corriente era tan fuerte que, en cuestión de segundos, me
arrastró hacia el océano, muy lejos de la orilla…
Créanme, nadé durante cinco años en un equipo de natación
cuando era un niño. Pensé que sabía nadar en el océano, pero eso
estaba lejos de la verdad. Estaba luchando contra la corriente para
volver, pero aquello me era imposible. Nadé y nadé y nadé. Cada
vez que levantaba la cabeza para ver lo cerca que estaba,
descubría que me estaba alejando más y más de la isla…
Eso me hizo luchar contra la corriente todavía más, hasta que
comencé a darme cuenta de que estaba perdiendo la esperanza. La
corriente me estaba llevando hacia atrás. Aun así, continué
luchando durante unos veinte minutos, hasta que mis piernas
sufrieron calambres. Llegué al punto en que comencé a entrar en
pánico. Me di cuenta de que el final de mi vida se acercaba… El
escenario era perfecto. Yo estaba demasiado lejos, en medio del
océano, rodeado de agua helada y grandes olas. Nadie me
observaba. La resaca me estaba succionando cada vez más lejos
en el océano. Estaba drenando toda mi energía.
Cuando comprendí lo que me pasaba, pensé: “¿Sabes qué? ¡Esto
es el fin!”.
El miedo invadió todo mi cuerpo y todos mis pensamientos, bañando
mis ojos de lágrimas. Sabía que no había forma de escapar de
aquello y regresar a la orilla con vida. Nadie me estaba mirando, así
que tenía cero esperanzas de ser rescatado.
Entonces me dije a mí mismo: “¿Sabes qué, Carlos? Antes de morir
haré una cosa más”.
Lloraba desconsoladamente y apenas podía mantenerme a flote.
Estaba completamente agotado, pero en una situación así, cuando
te estás muriendo, tu cuerpo produce una gran cantidad de energía
por no querer morir. Entonces tomé una respiración profunda y
comencé a orar…
“Gracias, Dios, por todo lo que me diste en esta vida. Te doy gracias
por mi familia. Gracias por mi mamá, mi papá, mis hermanos y
hermanas, mis amigos y todos los que han caminado a mi lado
durante mi vida. Gracias por todo lo que me has dado. Realmente
quiero darte las gracias desde el fondo de mi corazón. Lo siento si
hice algo mal. Creo que hice lo mejor que pude en mi vida, pero
estoy listo para ti, si quieres llevarme ahora, Dios”.
Durante la agonía de lo que pensé que eran mis últimos momentos,
Escuché una voz tranquila detrás de mí susurrar: “Pide ayuda”.
“Disculpé”, dije mirando a mi alrededor. “Un momento, ¿qué?”.
Miré por todas partes, pero no vi a nadie.
Entonces lo escuché de nuevo. “Pide ayuda”, dijo la voz. Pensé:
“¿Esto es una broma? ¡Pero si nadie está mirando hacia acá! ¡No
tengo esperanza!”. Volví a escuchar la voz por tercera vez, y me
dijo: “¡Te dije que pidas ayuda!”. Pregunté: “¿Quién está detrás de
mí?”.
Luego, el viento comenzó a soplar junto a mi oído y yo solo escuché
el silencio.
Entonces, me dije a mí mismo: “Está bien. Bueno, ya que esto será
lo último que haga en mi vida, pediré ayuda con todo mi corazón.
Aunque creo que nadie me escuchará, si muero, al menos sabré
que hice algo para tratar de ser rescatado”.
Entonces, comencé a gritar: “¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Por favor ayuda!”.
Después de varios minutos, vi a alguien en lo alto de una colina en
la roca. ¿Adivina quién era? Sí, me froté los ojos, ¡no podía créelo!
Con lágrimas de emoción en los ojos y felicidad en mi corazón, vi
que era uno de mis amigos. Era Enrique, así que empecé a gritar a
todo pulmón: “¡Enrique! ¡Oye! ¡Ayúdame! ¡Por favor! ¡Oye!”. Al
verme él saltaba y me gritaba: “¡Carlos, por favor, aguanta! ¡Iré por
ayuda! ¡Voy a llamar al 911!”.
Lo vi correr tan rápido como pudo hacia el campamento. Unos
pocos minutos más tarde, ya estaba de vuelta en la cima de la
colina y llevaba un salvavidas. Me gritó y empezó a tirar el
salvavidas inflable desde el acantilado, pero el viento trabajaba en
su contra. Cada vez que lanzaba el salvavidas hacia mí, este volaba
de regreso a él.
Cuando finalmente se dio cuenta de que no estaba funcionando,
gritó otra vez: “¡Epa, Carlos, por favor aguanta! ¡Volveré, voy por
más ayuda!” dijo.
Estaba tan lejos que apenas escuché lo que dijo mientras corrió al
otro lado de la playa. Déjame decirte que esta isla es un pedazo de
tierra en medio del océano y no es tan grande. Mi amigo corrió hacia
el lado de la bahía, el lado tranquilo y sin olas, donde estaban todas
las familias con sus hijos. Gritó por ayuda y mucha gente de ese
lado de la isla comenzó a correr hacia el otro lado de la isla, hacia
donde estaba yo.
Ellos seguían a mi amigo hasta la cima de una colina desde donde
me podían ver mejor. Algunos muchachos también corrieron y
comenzaron a trepar por una elevada roca para ver dónde yo estaba
en el océano.
Todo el mundo gritaba: “Por favor, aguanta. ¡Por favor aguanta!”.
Seis diferentes hombres saltaron desde lo alto de las rocas a las
aguas profundas y tormentosas para tratar de salvarme. Cada uno
comenzó a nadar en mi dirección hasta darse cuenta de que estaba
demasiado lejos para alcanzarme.
El clima no ayudó. Hacía mucho viento y el agua estaba muy fría.
Las olas eran grandes y la gente que saltó para rescatarme
comenzó a darse cuenta de que no había manera de rescatarme en
esas circunstancias. Ninguno quería arriesgar su propia vida para
salvarme. Uno a uno, se comenzaron a regresar y justo frente a mis
ojos vi mi esperanza desvanecerse.
Mientras los observaba a todos nadando de regreso a la orilla, me
dije a mi mismo: “Está bien. Eso es todo. Estoy listo, pero lucharé
hasta el final. No me voy a rendir tan rápido”. Apenas lo pensé, vi a
un adolescente muy pequeño nadando en mi dirección. Me gritó:
“¡Oye, no te preocupes! ¡te sacaré de aquí! ¡Vine a salvarte!”.
Pensé: “¡Oh, Señor! Dios ten piedad.Mira a este chico”.
Pude ver que era un tipo pequeño, mientras que yo soy un tipo
grande. Pensé: “No hay forma ni manera de que este chico
adolescente, me vaya a salvar a mí, y logre el salvarse el de este
remolino”.
Le grité: “¡Oye! Está bien. Por favor, vuelve. Eres demasiado
pequeño. Soy un tipo grande y no quiero que mueras conmigo, ¡así
que por favor regresa!”.
No me escuchó. Él gritó de vuelta, “No, ¡yo vine a salvarte!”.
Sabía que no podría llegar a donde yo estaba, así que le grité de
nuevo: “¡Por favor, regresa! Por favor escúchame: ¡Regresa!”.
De repente, se dio cuenta de que él también estaba en la corriente
de resaca. Empezó a gritar:
“¡Oh, no! ¡También me atrapó! Me está jalando hacia el océano. Voy
a morir. ¡Oh no!”.
Grité: “Oh, Dios mío, ¡te dije que te regresaras!”.
En lugar de tratar de agarrarlo, comencé a gritarle.
“Vamos. ¡Tú puedes salir de la corriente de resaca! Vamos, hombre.
¡Tú puedes hacerlo! Vamos. ¡Vamos! Nada lejos de la corriente”.
¿Adivina qué? Lo hizo. Milagrosamente escapó y se fue de vuelta a
la seguridad de la orilla.
Mientras todo esto sucedía, yo seguía luchando contra el agua,
tratando de mantenerme a flote sin ahogarme.
Después de tanto luchar, mis piernas y brazos comenzaron a
acalambrarse. Sentí una sensación helada. Empecé a temblar y me
di cuenta de que se me agotaba el tiempo.
En ese momento, pensé: “Está bien, Carlos. Esto es real. Estoy
llegando al final. No tengo suficiente energía para seguir nadando y
mantenerme a flote”. En ese momento, me sentía impotente y sin
esperanza. Pensé, bueno, ha llegado el momento de decir adiós.
Miré al cielo y dije muy fuerte: “¡Por favor, Dios, ¡ayúdame! ¡Me rindo
ante ti!”.
De repente, las olas se volvieron un poco más agresivas. Los
niveles del agua subieron más y el agua se sentía cada vez más
fría. Traté de mantenerme a flote, pero los calambres en mis piernas
y los brazos comenzaron a doler demasiado. En este punto, me era
difícil seguir nadando. Las olas subían demasiado alto y se
estrellaban contra mí, una y otra vez, hasta que una ola grande y
pesada cayó sobre mí y me empujó hasta el fondo del océano. Di
vueltas sin rumbo y de pronto todo se puso negro.
Mi desmayo solo duró lo que parecieron unos segundos. Abrí los
ojos, todo estaba en silencio excepto por el sonido de las burbujas
de agua. En ese momento, había sufrido tanto peleando contra la
corriente que ya no me importaba. Entonces, algo comenzó a
suceder. Vi una enorme sombra acercarse y dar vuelta en círculos a
mi alrededor. La sombra pasó debajo de mí y siguió moviéndose en
círculos. De repente, algo me empujó hacia arriba hasta alcanzar la
superficie. ¡No podía creer lo que vi! Era un gran delfín gris. Pensé
que estaba soñando. Me levantó del agua y me mantuvo a flote. Fue
un momento increíble que jamás olvidaré. Quedé boquiabierto.
Estaba maravillado con lo que veía. Miré fijamente a los ojos del
delfín y me cuestioné.
“¿Cómo puede ser esto posible? ¿Cómo me escuchó?”.
No me quedaba energía… Este delfín había llegado justo a tiempo.
Lo miré directamente a los ojos con una expresión de
agradecimiento y lo agarré por la aleta y lo sostuve por unos diez
minutos. En este punto, todos desde la orilla estaban gritando y
mirando. Podían ver todo lo que estaba pasando.
Diez minutos después, llegó un pequeño bote de pesca. Cuando
estaba como a quince pies de distancia, el pescador me gritó:
“¡Oye!, ¡Vine a rescatarte, pero las olas del mar están demasiado
grandes y fuertes No puedo acercarme ti, porque puedo golpearte
con mi bote y noquearte! Lo único que puedo hacer es lanzarte una
soga. Tan pronto como la atrapes, puedes jalarte a ti mismo hacia el
bote, ¿está bien?”.
Asentí. “Muy bien”.
Agarré la cuerda y comencé a jalarme hacia el bote. Cuando me
acerqué al bote, sostuve la cuerda con fuerza y el dolor de los
calambres se volvió intenso. No podía moverme porque estaba
helado y rígido.
El pescador me gritó una vez más: “¡Oye! ¡Oye! ¿Qué estás
haciendo? ¡No te quedes ahí! Vamos. Tú necesita subir al bote.
¡Muévete hasta la parte trasera del barco! Ahí hay una escalera a
nivel del agua. Súbelas y vente a bordo. Tenemos que irnos de aquí
lo antes posible.
Le dije que me estaba congelando y que tenía calambres. Él
respondió que su barco se estaba hundiendo. Le pregunté: “¿Qué
quieres decir con que se está hundiendo?”.
Él dijo: “Tenía una bomba de motor eléctrico que sacaba el agua de
mi bote, pero de repente dejo de funcionar. El barco se me está
inundando de agua. Date prisa y sube a bordo”.
Apenas escuché la desesperación de su voz, me vino la energía. No
sé de dónde, pero me moví lo más rápido que pude para subir al
barco. No sé cómo lo hice, pero subí las escaleras y me lancé en el
bote. Tan pronto subí a bordo, vi que estaba lleno de agua, como
una piscina. Lo miré con mayor temor. Él dijo: “Exacto. El bote está
lleno de agua”.
Mientras recuperaba el aliento, le pregunté:
“¿Tienes un balde para vaciar el agua?”
“No. Yo no tengo ninguno en mi bote. ¿Podrías sentarte? Voy a
intentar salir de aquí lo más antes posible,” dijo señalando un
asiento en el barco. Me senté. Todo el cuerpo me temblaba. Volvió a
mirarme y dijo: “No te preocupes. Ya estás a salvo”.
CAPÍTULO 6
UNA LUZ EN EL OCÉANO
Mientras navegábamos de regreso a la isla, el pescador comenzó a
hacerme preguntas como cuál era mi nombre y si estaba bien
después de lo que me había pasado en la playa? Le expliqué que
solo estaba nadando cerca de la orilla cuando una fuerte corriente
me jaló hacia el océano, donde comenzó mi batalla contra la
corriente de la resaca. No sabía que se trataba de una corriente
mortal. Él me explicó que esas corrientes son frecuentes durante
ciertas horas del día cerca de las orillas y que nunca más debo
nadar a solas de nuevo, aunque sepa nadar.
Mientras me hablaba, miraba hacia el horizonte... Entonces miró
hacia atrás detrás del bote y me dijo con cara de sorpresa: “¡Oh,
Dios mío! No vas a creer quién está siguiéndonos”.
“¿Quién?”, pregunté.
Empezó a gritarme: “¡Mira detrás de ti! Mira ¡detrás de ti!”.
A pesar de que mi cuerpo estaba rígido y todavía temblaba, me
estiré para mirar hacia atrás y no podía creer lo que vi. Era el delfín
quien me había salvado. Nos estaba siguiendo, saltando detrás del
barco.
El pescador, impresionado por lo que hacía el delfín y sabiendo lo
especial que era ese momento, sacó su teléfono celular y lo grabó
en un video.
Entonces, el pescador me dijo: “Te llevaré a un lugar seguro en el
otro lado de la isla, en la bahía. El mar está calmado allí y el nivel
del mar está a la altura de tus rodillas. Voy a dejarte ahí.
“¿Puedes caminar?”, preguntó. “Tendrás que caminar a donde están
los demás, no muy lejos de donde yo te dejaré”.
“Sí. Está bien. Puedo caminar. Apenas toque tierra firme, estaré
completamente bien”, dije.
“Yo iría contigo,” dijo. “Pero necesito reparar mi barco”.
Finalmente, llegamos al lado tranquilo de la isla. Miré la playa. No
había nadie allí, porque todos todavía estaban en el otro lado del
océano, donde habían ido a rescatarme. Este lado de la isla estaba
vacío, sin gente y sin las familias. Con mi rostro lleno de lágrimas y
mi corazón agradecido, me despedí del hombre que salvó mi vida.
Le agradecí por rescatarme del mar y el pescador me dijo: “¡Dios te
bendiga!”.
Me ayudó con cuidado a bajar del barco y esperó que yo empezara
a caminar hacia la orilla. Entonces me gritó: “¿Estás bien? ¿Puedes
caminar hasta la costa?”.
“Sí. Puedo”, dije. Cuando se fue me despedí con la mano y grité:
“¡Gracias!”.
Mientras caminaba hacia la orilla, sentí que algo me seguía y me
tocó la pierna derecha. Miré atrás y para mi sorpresa, ¡era el delfín
que me había salvado!
Él estaba detrás de mí. Tan pronto como lo vi, exclamé: “¡Oh, Dios
mío!”. Me cubrí el rostro con las manos y comencé a llorar. Yo no
podía creerlo. Fue un momento muy mágico. Estaba muy
agradecido de estar vivo. Quité las manos de mi cara y comencé a
caminar. Él permaneció a mi lado, mientras yo continué avanzando
hacia la

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