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ealidad 115, 2008
El marxismo en tiempos de globalización 65
El marxismo en tiempos de globalización
Héctor Samour
Departamento de Filosofía
UCA, San Salvador
 RESUMEN: A partir de la caída del bloque soviético, se ha hecho 
común hablar de la muerte del marxismo. También han contribuido a 
consolidar este diagnostico la ideología neoliberal y la difusión de un 
clima cultural postmoderno a nivel del 
mundo de la vida. Esta sensibilidad post-
moderna se expresaría aquí en un “des-
encanto” con las promesas de liberación 
que habían abanderado las tradiciones de 
pensamiento crítico.
ABSTRACT: Since the collapse of the 
Soviet bloc, it is a commonplace to speak 
about the death of Marxism. This percep-
tion has also been strengthened by the 
Neo-Liberal ideology and a Post-Modern 
cultural background. This Post-Modern 
sensibility would be expressed as disen-
chantment with the promises of liberation 
that was supported by the traditions of 
critical thought. 
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El marxismo en tiempos de globalización66
Desde la caída del bloque 
soviético, de la integración 
de China en el mercado 
capitalista y del fracaso, mediatiza-
ción o derrota en las décadas pa-
sadas de las luchas anticapitalistas 
de inspiración marxista en todo el 
mundo, se ha hecho común hablar 
no solo de la crisis, sino incluso de 
la muerte del marxismo. También 
han contribuido a consolidar este 
diagnostico la hegemonía socio-po-
lítica y económica que ha adquirido 
la ideología neoliberal en la fase 
actual del proceso de globalización 
capitalista y la difusión de un clima 
cultural postmoderno a nivel del 
mundo de la vida, especialmente en 
las sociedades occidentales indus-
trializadas y en aquellos segmentos 
de población con acceso a un con-
sumo muy por encima de la satis-
facción de las necesidades básicas. 
Esta sensibilidad postmoderna se 
expresaría aquí en un “desencanto” 
con las promesas de liberación que 
habían abanderado las tradiciones 
de pensamiento crítico y en una 
depuración de la política de todo 
elemento emancipador, despoján-
dola así de cualquier motivación 
ético-utópica.1
En consonancia con este fe-
nómeno, en el ámbito académico, 
y especialmente en las ciencias 
sociales y humanas, se observa el 
predominio creciente del postmo-
dernismo fi losófi co, especialmente 
de autores y corrientes neoprag-
matistas y hermenéuticas, que han 
venido a poner en cuestión los 
fundamentos teóricos de las gran-
des narrativas emancipadoras que 
emergieron dentro de la matriz de 
la modernidad ilustrada, y que han 
provocado una revolución epistemo-
lógica mediante una crítica radical 
a sus nociones constitutivas básicas 
como las de fundamentación, criti-
cismo, universalidad o verdad.2 A 
un concepto de razón “fuerte”, que 
apunta a la verdad, la unidad y la 
universalidad, el postmodernismo 
opone una “razón débil”, que realza 
la heterogeneidad, la diversidad, el 
relativismo, el disenso, la paradoja, 
el contexto cultural y las tradiciones, 
y que en algunas concepciones de 
la hermenéutica, sitúa la refl exión 
filosófica al borde de su propia 
autodisolución, y al pensamiento 
más allá de cualquier posibilidad de 
fundamentación.3
En este sentido, la crisis del 
marxismo hay que verla como 
consecuencia directa de la crisis 
de la modernidad ilustrada, que se 
consolidó como hegemónica en el 
pensamiento occidental del siglo 
XIX.4 Muchas de las ideas que se 
consideraron valiosas y seductoras 
en el siglo XIX y buena parte del 
siglo XX están hoy puestas en cues-
tión. Y muchas de las ideas-fuerza 
del constructo teórico de Marx, las 
ideas más signifi cantes y apasionan-
tes del siglo XIX (progreso, ciencia, 
desarrollo progresivo de las fuerzas 
productivas, industrialismo, verdad, 
felicidad mediante la abundancia) 
están hoy en bancarrota. En este 
contexto, para hacer un balance crí-
tico del marxismo hay que hacerlo 
de una forma racional y construc-
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tiva, evitando tanto su veneración 
acrítica como su detracción y de-
monización irracionales.5 
No hay duda que el marxismo, 
durante una buena parte del siglo 
XX, logró una hegemonía incuestio-
nable no solo en los países que se 
llamaban “socialistas” y que vivían 
en el área de infl uencia de la ex 
URSS o de China continental, sino 
también dentro de los países capita-
listas. Esto permitió que el marxismo 
se convirtiera en una fuente de pen-
samiento que impregnó la cultura 
occidental, y que incluso infl uyera 
en personas y grupos que se decla-
raban anticomunistas, haciéndolos 
más sensibles a la llamada “cuestión 
social”. El marxismo dejó de ser el 
sistema de un determinado movi-
miento o corriente sociopolítica y se 
convirtió en uno de los elementos 
constitutivos de la modernidad y 
en una de las ideologías con mayor 
grado de difusión e infl uencia en 
el mundo. Más del 35% de la hu-
manidad, perteneciente a las más 
diversas razas y culturas, llegó a 
vivir orientada y gobernada por la 
ideología marxista y por un régimen 
socio-político inspirado o guiado por 
el marxismo. 
En el caso de El Salvador, el 
marxismo ha inspirado importantes 
trabajo teóricos, especialmente en el 
campo de la economía, la historia y 
el análisis socio-político, ha jugado 
un papel importante en la concienti-
zación entre la clase obrera y –más 
aún- en los sectores universitarios y 
magisteriales. Pero quizá su mayor 
infl uencia en la marcha histórica del 
país fue la constitución, en la década 
de los setenta, de las organizaciones 
político-militares, que como fenóme-
no histórico, con independencia del 
juicio valorativo que se quiera hacer 
en torno a sus errores y aciertos, 
contribuyó en forma importante a la 
transformación del régimen político-
militar autoritario, que mantuvo su 
hegemonía por casi sesenta años. 
 1. Marx como economista
En el campo de la ciencia eco-
nómica, Marx es considerado 
parte de la gran tradición clá-
sica de la economía política inglesa, 
que va desde Petty hasta Ricardo, e 
introdujo en el acervo intelectual 
de la humanidad —a pesar de sus 
ambigüedades— otro concepto 
de ciencia, más general y realista 
que el del positivismo fi losófi co, 
con una capacidad incomparable 
de aprehender y comprender uno 
de los resortes fundamentales que 
mueven la historia humana. Cierta-
mente Marx se equivocó en algunas 
cosas, pero ese hecho no quita a 
sus teorías económicas el carácter 
de ciencia, aunque sí es incompa-
tible con una idea del marxismo 
como revelación o como dogma 
infalible.6 
El paradigma económico mar-
xista supera a la economía política 
clásica en cuanto llega al fondo de 
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la cuestión del plusvalor —que ya 
aquélla plantea, pero no resuelve— 
y formula y zanja el problema de 
la distribución. La supera también 
en cuanto descubre el dinamismo 
de las crisis que caracterizan el 
desarrollo capitalista, explicando 
cabalmente la tendencia a la baja 
de la tasa de ganancia, que fue otro 
tema que preocupó a los clásicos. 
Según Schumpeter7, Marx no solo 
adoptó el análisis de los clásicos, 
sino que partió de su visión, pero 
de una visión más pesimista, que 
contiene ya el conflicto en una 
sociedad de clases (lucha de cla-
ses), las tendencias autodestructivas 
del sistema y los costos sociales y 
humanos del desarrollo capitalista. 
Esto se explica porque Marx tenía 
otra perspectiva, que permite corre-
gir la visión de los clásicos: no se 
trata de prescribir políticas que faci-
liten al sistema capitalista funcionar 
más efi cientemente, sino ayudar al 
proletariado a transformar el sistema 
de relaciones. 
Hay que recordar que Marx 
llega a la economía desde la lucha 
política para tratar de iluminar el 
camino de una revolución social, 
bajo la convicción de que el sis-
tema capitalista es esencialmente 
injusto y que, por eso mismo, en-
gendralas condiciones de su propia 
destrucción. El análisis económico, 
en cuanto tal, tiene que servir para 
descubrir y mostrar en concreto 
los mecanismos y tendencias que 
mueven al sistema y le empujan a 
su superación (aufhebung). La teoría 
del valor y la formación del plusva-
lor le sirven para demostrar que la 
clase obrera será siempre explotada 
mientras no hay un cambio radical 
en las relaciones de propiedad de 
los medios de producción. Y al ser 
la fuerza de trabajo una mercancía 
que con el uso produce más valor 
que el suyo propio, mientras la 
clase obrera tenga que enajenar su 
fuerza de trabajo a los propietarios 
de los medios de producción, por 
más justos, equitativos y legales que 
sean los intercambios entre las dos 
clases, siempre la una explotará a 
la otra. La explotación es esencial 
y necesaria en el capitalismo. Por 
otra parte, Marx veía que las inefi -
ciencias sociales del capitalismo, 
sus crisis periódicas de subconsumo 
y desempleo, eran algo inherente 
al sistema que manifestaba la irra-
cionalidad fundamental de dejar 
al afán de lucro de unos pocos 
la inmensa tarea de histórica de 
asegurar la satisfacción plena de 
las necesidades materiales de la 
humanidad.8 
Hay que destacar que Marx 
pretendió principalmente hacer una 
“crítica de la economía política”, 
es decir, proponer una explicación 
alternativa del sistema de leyes que 
regían el capitalismo de su época. 
Sus principales escritos no van más 
allá y contienen pocos elementos 
para analizar los problemas y orga-
nizar las instituciones en la cons-
trucción de un sistema alternativo. 
Las teorías económicas marxistas 
sobre la transición al socialismo 
fueron desarrolladas por seguidores 
y discípulos de Marx, y no forman 
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El marxismo en tiempos de globalización 69
parte de su herencia intelectual. 
Esto signifi ca que los errores y fraca-
sos de las economías de los países 
socialistas, basadas en una econo-
mía centralmente planifi cada, no 
pueden ser utilizados para supues-
tamente comprobar lo equivocado y 
erróneo de los análisis económicos 
de Marx.
También se ha señalado que 
Marx se equivocó en predicciones 
concretas, como por ejemplo, el 
hecho que la revolución socialista 
no estallara en los países donde el 
capitalismo estaba más avanzado; 
que el proletariado europeo y nor-
teamericano no se haya quedado 
desempleado ni sumido en la mise-
ria, sino que, al contrario, haya ido 
elevando gradualmente su nivel de 
vida hasta niveles insospechados; 
la capacidad del capitalismo para 
adaptarse y superar sus crisis, sin 
que se haya producido hasta ahora 
una crisis económica fi nal del siste-
ma. Sin embargo, hay que aclarar 
que estas predicciones que han 
resultado falsas no se encuentran 
en la obra económica madura de 
Marx, sino solamente en algunos 
textos relativamente tempranos, 
como el muy conocido Manifi esto 
comunista. 
En El capital, Marx prevé sola-
mente una depauperización relativa 
frente a la creciente concentración 
y centralización del capital, y sola-
mente una depauperización abso-
luta en el caso del desempleo.9 Esto 
es lo que parece seguirse coheren-
temente de la teoría de la plusvalía, 
que constituye el núcleo teórico 
del que se derivan sus predicciones 
empíricas sobre el desenvolvimiento 
del capitalismo. La tesis del derrum-
be inminente del capitalismo o de 
que el capitalismo está abocado 
inexorablemente a una crisis fi nal 
no resulta fácil deducirla de la teo-
ría económica de Marx, como lo ha 
demostrado Schumpeter, y se puede 
sostener, por tanto, que es una tesis 
independiente del núcleo de su teo-
ría, de tal modo que su refutación 
práctica no equivale a una refuta-
ción de la teoría de la plusvalía.10
Es conveniente destacar aquí 
que una las predicciones funda-
mentales de Marx es la que se re-
fi ere al carácter constitutivamente 
expansivo del capitalismo, debido 
sobre todo a la elevación de la 
composición orgánica del capital 
y a la caída tendencial de la tasa 
general de benefi cio en las regiones 
económicamente avanzadas, lo cual 
provoca el traslado de capitales ha-
cia zonas geográfi cas donde la tasa 
de explotación es más elevada o 
donde la composición orgánica del 
capital es inferior.11 Un resultado 
inevitable de esta expansión de los 
capitales hacia las zonas denomi-
nadas eufemísticamente “en vías de 
desarrollo” o “emergentes” consiste, 
precisamente, en lo que Marx lla-
ma centralización de los capitales: 
“Cada capitalista hiere mortalmente 
a muchos otros” y se “desarrollan a 
escala cada vez más amplia la for-
ma cooperativa del proceso laboral, 
la aplicación tecnológica consciente 
de la ciencia, la explotación colec-
tiva planifi cada del planeta” y la 
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“absorción de todos los pueblos en 
la red del mercado mundial y con 
ello el carácter internacional del 
régimen capitalista”.12 Lo que se ha 
dado en llamar hoy globalización es 
ciertamente un proceso complejo 
que envuelve dimensiones no solo 
económicas, sino también políti-
cas, culturales e ideológicas. Sin 
embargo, desde un punto de vista 
económico, resulta perfectamente 
inteligible a partir de la lógica cons-
titutivamente expansiva del sistema 
capitalista. 
En esta línea, Wallerstein refi -
riéndose a la tesis marxiana de la 
pauperización y la polarización 
crecientes, señala que donde hoy 
muestra más su actualidad es jus-
tamente en el análisis de la econo-
mía-mundo capitalista.13 Los países 
ricos occidentales forman parte de 
esta economía-mundo, y es den-
tro de ésta donde tienen lugar los 
procesos descritos por Marx. Desde 
esta perspectiva global, lo que se 
observa en la economía-mundo es 
una pauperización constante, que 
no es solo relativa sino también 
absoluta, como lo demuestra la cre-
ciente incapacidad de las zonas pe-
riféricas, especialmente la periferia 
africana, para alimentar adecuada y 
sufi cientemente a sus poblaciones. 
Pero, además, la observación acerca 
de la elevación del salario real de la 
clase trabajadora de los países ricos 
está distorsionada por una perspecti-
va demasiado estrecha. Estos países 
(original y principalmente Estados 
Unidos, pero hoy todos ellos) son 
países de inmigración, que reciben 
flujos constantes de inmigrantes 
de las zonas periféricas, y esos in-
migrantes no son precisamente los 
benefi ciarios de los salarios reales 
en ascenso, sino la “clase trabaja-
dora” formada por los grupos lo-
cales étnicamente dominantes. Los 
estratos más bajos están formados 
por esos inmigrantes, para quienes 
la polarización económica y social 
sigue siendo una realidad. Los datos 
muestran que la proporción de la 
población mundial que se paupe-
riza es cada vez mayor. No viven 
de sus propiedades ni de sus rentas, 
sino de sus exiguos ingresos que 
derivan de su actual inserción en 
los procesos económicos reales del 
capitalismo en el mundo. 
Aparte de los ideólogos neoli-
berales y de sus epígonos de menor 
categoría, son pocos los intelectua-
les serios que hoy ponen en duda 
el valor explicativo de la teoría 
marxista de los fenómenos globales 
del capitalismo. Cualesquiera que 
sean sus defectos y limitaciones, el 
marxismo pone al descubierto las 
estructuras y los dinamismos que 
causan la miseria, la desigualdad, 
las crisis, las guerras en un mundo 
dominado por el capitalismo. El 
punto básico de atracción del mar-
xismo para los intelectuales es que 
es más heurístico, esto es, tiene un 
mayor potencial explicativo de los 
mecanismos largos y profundos que 
determinan la macroeconomía y, 
por consiguiente, la microeconomía 
capitalista. Incluso muchos econo-
mistas formados en la llamada “sín-
tesis neo-clásica” han encontrado en 
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El marxismo en tiempos de globalización 71
los escritos económicos de Marx un 
camino de respuesta al interrogante 
básico sobre los enormes costos 
humanos y sociales del espectacu-
lar desarrollodel capitalismo en el 
mundo y sobre los graves problemas 
que nos depara el futuro. 
Ciertamente el marxismo no 
ofrece fórmulas para hacer funcio-
nar y perfeccionar el sistema capi-
talista, pero ofrece conocimientos 
que pueden ilustrar, por ejemplo, 
a un político de derecha sobre las 
posibilidades de éxito o fracaso de 
una determinada política. Por eso 
la socialdemocracia, que tomó con-
ciencia de los defectos del capitalis-
mo apuntados por Marx, tuvo que 
recurrir a Keynes para formular sus 
políticas de reforma del sistema ca-
pitalista. Y un político o economista 
latinoamericano, que se mueve en 
una sociedad capitalista, ciertamen-
te no puede prescindir de la ciencia 
económica generada por el sistema, 
pero necesita del análisis econó-
mico marxista para comprender 
los marcos amplios y las corrientes 
profundas, es decir, las cuestiones 
esenciales sobre la naturaleza y la 
evolución del sistema.
En resumen, las contribucio-
nes del marxismo siguen siendo 
una perspectiva de análisis, fuente 
de una visión de totalidad y de 
interpretación de las dinámicas 
expansivas de la mercantilización 
progresiva de todas las esferas de 
la vida, sin la cual difícilmente 
podríamos comprender la sociedad 
capitalista contemporánea y las 
tendencias hegemónicas de la glo-
balización neoliberal. Sin embargo, 
esto no obsta para explorar algunos 
nudos o problemas presentes en el 
pensamiento marxista y que dieron 
lugar a una serie de discusiones y 
aporías en la teoría y la práctica 
de los diferentes marxismos que se 
desarrollaron en el siglo XX.
 2. Los nudos problemáticos del marxismo
Precisamente por la búsque-
da de herramientas teóri-
cas que nos permitan dar 
cuenta de los problemas que 
hoy confrontamos en la búsque 
da de una nueva civilización más 
equitativa, democrática y ambiental-
mente sustentable, se hace necesa-
ria una crítica al marxismo a partir 
de los debates epistemológicos y 
políticos actuales, y de los proble-
mas y retos que hoy confrontamos. 
Solo así estaremos en situación de 
recuperar, reformular, enriquecer 
y transformar aquellos aportes del 
marxismo que puede ser insumos 
valiosos para confi gurar instrumen-
tos teóricos y políticos críticos y 
transformadores, y dejar atrás todas 
aquellas formulaciones, propuestas 
y perspectivas que están inevitable-
mente enraizadas en la matriz de la 
modernidad eurocéntrica, que hoy 
está en crisis.
Marx construye su elaboración 
teórica apelando preponderamente 
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a tres fuentes de fundamentación: el 
socialismo utópico francés, la eco-
nomía política inglesa y la fi losofía 
clásica alemana (especialmente a 
través de Hegel). Gorz14 matiza esta 
cuestión de las infl uencias de Marx 
afi rmando que en la teoría marxista 
confl uyen tres corrientes dominan-
tes del pensamiento occidental de 
la época de la burguesía triunfante: 
el cristianismo, el hegelianismo y el 
cientifi cismo. Como quiera que sea, 
estos tres modelos de explicación 
de lo real coexisten incómodamente 
en el seno de su pensamiento. Sin 
embargo, la concreción del sistema 
de interpretación del mundo de 
Marx se da en una primera instancia 
sobre una base fi losófi ca. Las propo-
siciones de Marx están sustentadas 
en su fi losofía de la historia, la cual 
le debe mucho a Hegel. 
Esto se puede ver claramente 
cuando se analiza ese aspecto tan 
central en la obra de Marx como es 
la tesis del carácter revolucionario 
del proletariado-clase-portadora del 
futuro. Marx acepta la visión hege-
liana de la historia como progreso 
ascendente pero despoja al espíritu 
absoluto de su carácter de protago-
nista de la historia para dárselo al 
ser humano genérico. La fi losofía 
hegeliana es para él una falsa con-
ciencia, y el nuevo motor de la his-
toria es la lucha de clases, fruto del 
progreso que ha llevado a la agudi-
zación de los confl ictos sociales y a 
la polarización de la sociedad entre 
burguesía y proletariado. El proleta-
riado es el nuevo sujeto revolucio-
nario, que solo necesita ser “ilus-
trado” por una teoría que le haga 
comprender la realidad. Esta teoría 
es precisamente la marxiana, que se 
presenta como expresión teórica de 
la “conciencia del proletariado” y se 
espera que de la convergencia del 
proceso productivo y de la toma de 
conciencia se llegue a la revolución 
proletaria. El punto es que, para el 
joven Marx, no es la existencia del 
proletariado revolucionario lo que 
justifi ca su teoría. Es, por el contra-
rio, su fi losofía de la historia lo que 
le permite predecir la aparición de 
un proletariado revolucionario y es-
tablecer su necesidad. La primacía 
le pertenece aquí a la fi losofía y no 
a la realidad. “Las armas de que se 
sirvió la burguesía para derribar al 
feudalismo se vuelven ahora contra 
ella. Por que la burguesía no ha 
forjado solamente las armas que 
deben darle muerte, sino también 
los hombres que empuñarán esas 
armas: los obreros modernos, los 
proletarios”.15
Las proposiciones fundamenta-
les del sistema teórico desarrollado 
por Marx (su concepción de la 
historia y su sentido, el papel de 
las clases en la historia, el papel 
del proletariado, el derrumbe del 
capitalismo, el papel de las fuerzas 
productivas en el desarrollo históri-
co, el advenimiento de la sociedad 
sin clases, etc.) son proposiciones 
que se encuentran ya desarrolladas 
en las obras tempranas de Marx 
como Ideología alemana (1845), La 
sagrada familia (1845), Miseria de la 
fi losofía (1847), Manifi esto del Parti-
do Comunista (1848). El hecho de 
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El marxismo en tiempos de globalización 73
que Marx dedicara la mayor parte 
de su esfuerzo intelectual posterior 
a demostrar científi camente esas 
tesis principales tiene que ver con el 
predominio del cientifi cismo en el 
clima intelectual europeo occiden-
tal de la segunda parte del siglo XIX. 
Era tal el predominio del paradigma 
cuantitativo de las ciencias naturales 
en ese ambiente intelectual, que re-
sultaba casi obligado demostrar que 
las tesis que se defendían no eran 
meras opiniones o especulaciones 
fi losófi cas, sino proposiciones cien-
tífi cas respaldadas por una amplia 
documentación empírica. Pero para 
Marx no se trataba solo de divulgar 
sus tesis políticas o fi losófi cas bajo 
una forma científi ca, sino que esta-
ba fi rmemente convencido del ca-
rácter científi co de su trabajo. Creía 
haber documentado, constatado, 
demostrado científi camente la va-
lidez de las tesis que formulara por 
primera vez muchos años antes.
La multiplicidad de interpre-
taciones y desarrollos históricos, 
la variedad de marxismos tiene su 
raíz no solo en la diversidad de 
fundamentaciones epistemológi-
cas que confl uyen en Marx, sino 
también en la forma en que esta 
diversidad se expresa, y que da 
pie a tensiones existentes entre las 
formulaciones de Marx en relación 
con problemas teóricos y políticos 
centrales planteados en su obra.16. 
Es tal complejidad presente en la 
obra marxiana que ha sido posible 
construir interpretaciones diferentes 
(y a veces radicalmente opuestas) 
de sus principales proposiciones 
teóricas, apelando en cada caso a 
la selección de determinados textos 
(y suprimiendo otros). Entre estas 
tensiones o ambigüedades, las más 
signifi cativas son las siguientes.
En primer lugar, la tensión no 
resuelta entre necesidad y libertad, 
entre determinismo y voluntarismo. 
Por un lado, los seres humanos en la 
sociedad capitalista aparecen como 
producto inexorable de las leyes del 
movimiento del capital; incluso sus 
opiniones, sus gustos, son dictados 
por estas leyes. Y, sin embargo, el 
ser humano es capaz de actuar 
conscientemente para transformar 
sus circunstancias y alcanzar su 
libertad. En segundo lugar, en Marx 
encontramos una crítica radical, así 
como una admiración sin límite, 
de las fuerzas productivas desarro-
lladas por la burguesía enla socie-
dad capitalista. En tercer lugar, la 
obra marxiana contiene desde una 
epistemología centrada en el ser 
humano y en la praxis, en la que la 
acción social es el fundamento del 
conocimiento, hasta proposiciones 
que sirven de base para el realismo 
epistemológico y la teoría del refl ejo 
desarrolladas por Engels y Lenin.
Finalmente, en Marx se encuen-
tra un rechazo al idealismo con dos 
implicaciones diferentes. Por un 
lado, está el rechazo al idealismo 
como unilateral, por dar preemi-
nencia en la explicación histórica a 
los factores ideológicos e ignorar la 
importancia de los factores materia-
les. Por otra parte, está el rechazo al 
idealismo a través de la afi rmación 
de su contrario, la prioridad abso-
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luta y permanente de los factores 
materiales sobre todo lo demás, que 
dará paso al determinismo económi-
co o economicismo. Éste, por cierto, 
no recorre de ninguna manera toda 
la obra de Marx, pero dio lugar a 
un largo debate en el marxismo 
posterior en torno al papel de las 
denominadas “superestructuras” 
ideológicas, jurídicas y políticas en 
el proceso histórico y en el cambio 
social. 
El marxismo, a partir de la obra 
del propio Marx, no solo no ha 
dado una respuesta clara y contun-
dente a estas dicotomías vinculadas 
a los principales problemas fi losófi -
cos, teóricos y políticos de su propia 
tradición, sino que los ha incorpo-
rado en gran medida. Las polémicas 
en torno a estas difi cultades no se 
han dado solo en el debate con las 
posiciones no marxistas, sino al in-
terior del propio marxismo. Veamos 
algunas de ellas.
2.1 El marxismo como teoría 
crítica y como ciencia de la his-
toria
En primer lugar, están las im-
plicaciones de la tensión entre el 
marxismo como crítica transforma-
dora de la sociedad capitalista y el 
marxismo como ciencia positiva. 
La crítica a la sociedad capitalista 
pasa necesariamente por la crítica 
a sus formas de conocimiento. Lo 
que busca Marx con su crítica a 
la economía política es precisa-
mente criticar el conocimiento de 
la sociedad burguesa en cuanto 
ideologizador y legitimador de las 
relaciones de dominación en dicha 
sociedad. Sin embargo, el propio 
Marx no logra superar la tensión 
entre la crítica al conocimiento de 
la sociedad capitalista y la cons-
trucción de un corpus científi co a 
partir de modelos epistemológicos 
y criterios de cientifi cidad propios 
de la sociedad capitalista. Esta ver-
tiente epistemológica cientifi cista, 
ya presente en Marx, será la base 
de todo el dispositivo teórico de lo 
que se denominó socialismo cientí-
fi co, que incorporó sin reticencias 
el modelo de ciencia característico 
del positivismo, y que desembocó, 
por ejemplo, en la burda contra-
posición entre ciencia burguesa y 
ciencia proletaria abanderada por la 
Academia de Ciencias de la URSS, 
y que puede ser ejemplifi cada en 
las aporías de lo que fue la biología 
“proletaria” de Lysenko.17 
Pero la versión más radicaliza-
da del marxismo como ciencia se 
encuentra en la teoría leninista de 
la verdad, elocuentemente expuesta 
por Lenin en su Materialismo y em-
piriocriticismo.18 En esta obra, Lenin 
sostiene ingenuamente la existencia 
de la materia como una realidad 
objetiva independiente y separada 
del sujeto, la cual puede ser “copia-
da, fotografi ada y refl ejada por los 
sentidos”. Sobre esta tesis, sostiene 
la posibilidad de conocer la verdad 
absoluta mediante el avance del co-
nocimiento científi co. El marxismo, 
en cuanto única ciencia del cono-
cimiento objetivo de la sociedad 
y de la historia, nos garantiza ese 
acceso hacia la verdad objetiva. A 
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El marxismo en tiempos de globalización 75
partir de ello, Lenin saca sus con-
clusiones políticas: si la marcha de 
la historia se da de acuerdo con las 
leyes objetivas, cuya naturaleza y 
esencia pueden ser conocidas ob-
jetivamente solo por el marxismo, 
toda acción política que se funda-
mente en la verdad del marxismo 
será una acción política orientada 
en la dirección de la historia y 
estará justifi cada por ello. El des-
cubrimiento del sentido profundo 
de las leyes de la historia, la verdad 
absoluta, es posible, pero solo para 
aquellos cuya posición en las rela-
ciones de producción capitalista les 
otorga una visión epistemológica 
privilegiada que les da acceso a la 
verdad; esto es, el proletariado de la 
sociedad capitalista y, en particular, 
su vanguardia organizada en partido 
revolucionario. 
Ya sabemos las consecuencias 
funestas que tuvieron estas tesis en 
el desarrollo sociopolítico, cultural 
y económico de la ex URSS y en 
los países bajo su órbita: la ne-
gación práctica de la idea misma 
de política, la conformación de 
unas relaciones autoritarias con los 
propios trabajadores, a los cuales 
había que conducir sobre la base 
de la verdad histórica, el destierro 
de los opositores y el genocidio de 
amplios sectores de población, que 
se llegaron a contar por millones. 
La apelación a la verdad por parte 
del Estado socialista y del Partido 
Comunista que radicalizó el pen-
samiento tecnocrático cientifi cista 
liberal, se constituyó en el funda-
mento epistemológico legitimador 
del burocratismo y el totalitarismo 
de las sociedades del llamado “so-
cialismo real”, tal y como lo mostró 
brillantemente Marcuse en El mar-
xismo soviético.19 
Las lacras del socialismo “real-
mente existente”, las cuales acaba-
ron provocando su hundimiento, no 
fueron meros accidentes acaecidos 
extrínsecamente a ese proyecto, 
sino que constituían elementos in-
trínsecos a la naturaleza del mismo. 
La burocratización, por ejemplo, 
no fue un mero resultado de equi-
vocaciones humanas corregibles 
con un poco de concientización, 
adoctrinamiento ético-político y 
buena voluntad. Si se elimina to-
talmente el mercado y la actividad 
económica pasa a ser regida por 
una instancia planifi cadora central, 
es obvio que la instancia encargada 
de elaborar y ejecutar los planes 
adquiere un poder casi absoluto, 
que necesariamente se manifestará 
en todas las dimensiones políticas 
y culturales de la sociedad. Si toda 
la actividad económica está diri-
gida centralmente, es difícil, por 
ejemplo, que pueda darse el marco 
adecuado para la vigencia efectiva 
de las libertades civiles y los dere-
chos políticos de las personas y los 
grupos sociales. Y algo similar se 
puede decir de la inefi ciencia socio-
económica y de la incapacidad de 
innovación tecnológica que mostró 
en su balance fi nal el “socialismo” 
soviético a lo largo de sus setenta 
años de existencia.20
Ahora bien, esta evaluación 
del fracaso del proyecto comunista 
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soviético no signifi ca que pretenda 
reivindicar acríticamente el modelo 
socialdemócrata, que buscó en un 
principio corregir las disfunciona-
lidades del mercado a través de 
una intervención pública atenta a 
las demandas de los ciudadanos 
y compensadora de las patologías 
sociales más agudas de las socie-
dades capitalistas, bajo el supuesto 
de que lo único que la izquierda 
podía hacer era introducir reformas 
en las sociedades capitalistas que 
paliaran sus aspectos más antiso-
lidarios. Después de la llamada 
“crisis del Estado de Bienestar”, a 
partir de la década de los setenta, 
la socialdemocracia contemporánea 
se ha ido acercando cada vez más 
al modelo neoliberal dominante, 
y se compromete ahora con un 
Estado más orientado a mitigar las 
tensiones entre las distintas fuerzas 
sociales y los distintos intereses, que 
a cuestionar la legitimidad de dichas 
fuerzas y la distribución asimétrica 
del poder y de la riqueza. Para ello 
invoca la necesidad de restituir las 
responsabilidades a los ciudadanos 
o a reconstruir la “sociedad civil”, 
una invocación que en la práctica 
equivale a desregulaciones, a la pri-
vatización de los servicios públicos 
o la fl exibilizaciónde los mercados 
laborales. Se da así un cambio de 
perspectiva: hoy no se trata de que 
los cambios no sean posibles, sino 
que simplemente no se consideran 
deseables. Las políticas sociales de 
bienestar no se abandonan por im-
posibles, sino porque se juzgan con-
denables, porque no son “justas”. La 
“tercera vía” que formuló Giddens y 
que inspiró y pretendió promover el 
gobierno de Tony Blair en Inglaterra, 
es la muestra más palmaria de ese 
cambio de perspectiva socialdemó-
crata y de su alineamiento, en la 
práctica, con el neoliberalismo. 
Las insuficiencias de los di-
versos proyectos socialistas que se 
promovieron en el siglo pasado 
como soluciones reales a los pro-
blemas globales de la humanidad 
obligan a buscar en la actualidad 
otro tipo de estrategia. Una estra-
tegia que debe estar centrada en 
ser real y efectivamente una alter-
nativa viable al sistema capitalista, 
eliminando la pobreza y frenando 
la destrucción ecológica del pla-
neta. No es el objeto principal de 
este artículo discutir y analizar las 
distintas propuestas de “socialismo 
efectivo”, “socialismo de mercado” 
o de “socialismo “factible” que se 
han ido presentando en los últi-
mos años, pero basta con señalar 
que estos proyectos se diferencian 
esencialmente del socialismo de 
planifi cación centralizada y también 
de la socialdemocracia (Véanse, por 
ejemplo, las propuestas de Cohen, 
Roemer, Philips y Scheweickart)21. 
Estos modelos buscan responder 
no solo a las lacras del capitalismo, 
sino también a las lacras del llama-
do socialismo real, y por ello pro-
mueven estrategias económicas que 
en teoría serían más compatibles 
con una vida sociopolítica auténti-
camente democrática, con una real 
equidad en las relaciones sociales, 
con una mayor efi ciencia en el em-
pleo de los recursos y con un mayor 
respeto del medio ambiente. 
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El marxismo en tiempos de globalización 77
2.2. Las ambigüedades en torno 
al desarrollo científi co-técnico
En segundo lugar, en Marx hay 
dos visiones contradictorias de las 
fuerzas productivas. En unos textos, 
como es el caso de los Grundrisse22 
y del Capítulo VI (inédito) de El capi-
tal23, se hace una valiosa indagación 
del carácter histórico socialmente 
condicionado de la ciencia y de la 
tecnología en la sociedad capitalis-
ta. Se analiza la tecnología capita-
lista como respuesta a las exigencias 
no solo económicas, sino igualmen-
te políticas, de la burguesía, y se la 
caracteriza, en consecuencia, no 
solo como instrumento de valori-
zación del capital y de control y 
dominio sobre la naturaleza, sino 
también como un dispositivo políti-
co del proceso de concentración del 
capital y de la desvalorización de la 
fuerza de trabajo. La tecnología es, 
en este sentido, el producto de las 
exigencias de una sociedad jerár-
quica, y no democrática, que tiene 
en su estructura tecnológica un me-
dio para reproducir sus relaciones 
de dominación y de explotación. 
Ser consecuente con esta posición 
implicaría asumir que de ninguna 
manera puede pensarse la tecnolo-
gía de la sociedad capitalista como 
base material para una sociedad 
democrática y socialista. Se trata 
de una crítica aguda que aparece a 
menudo en los debates marxistas, 
y que fue puesta en el tapete de la 
discusión por primera vez por los 
teóricos de la Escuela de Francfort 
(Horkheimer, Adorno y Marcuse).
Sin embargo, no es esta la vi-
sión de la tecnología que terminó 
por convertirse en hegemónica en 
el pensamiento del propio Marx, 
por lo menos en la visión de la tec-
nología de sus textos considerados 
más acabados, más científi cos. En 
esta línea el marxismo científi co 
comparte los valores del progreso y 
la confi anza infi nita en las potencia-
lidades benefi ciosas del desarrollo 
de las fuerzas productivas, caracte-
rísticos del contexto cultural-inte-
lectual europeo del siglo XIX. Se ve 
a la tecnología como políticamente 
neutra, y se considera que las bases 
tecnológicas del capitalismo avan-
zado y del socialismo son similares. 
De aquí que el marxismo comparta 
con el imaginario liberal la posibi-
lidad de un crecimiento ilimitado y 
de la felicidad y la libertad huma-
nas sobre la base de la abundancia 
material siempre ascendente.24 El 
marxismo científi co asume desde 
esta perspectiva el dualismo radical 
entre historia (cultura) y naturaleza 
propia del pensamiento eurocéntri-
co, y concibe a la naturaleza exter-
na como un objeto a ser controlado 
y manipulado sin limitación alguna. 
Esto es algo que constituye en el 
denominado marxismo científi co, y 
en la mayor parte del marxismo del 
siglo XX, una aporía fundamental en 
relación con el carácter político de 
la tecnología y con la inviabilidad 
ambiental del modelo industrialista 
basado en la explotación cada vez 
mayor de los recursos naturales. 
En el proyecto socialista de 
Marx, la sociedad comunista se 
concibe como una sociedad de la 
abundancia en la que no habría 
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ningún límite al despliegue de las 
necesidades y capacidades huma-
nas, y en la que quedarían desac-
tivadas las tensiones antisolidarias 
por la misma fuerza de la abundan-
cia que, al satisfacer permanente 
y sufi cientemente las necesidades 
y los deseos, neutralizaría las ten-
dencias más egoístas y mezquinas 
de los individuos. Pero la abun-
dancia también está presupuesta 
en otra consecuencia referida al 
proyecto socialista marxiano: la 
despreocupación acerca de cómo 
se organizaría la vida colectiva en la 
sociedad comunista. En condiciones 
de abundancia, buena parte de los 
problemas de justicia distributiva 
desaparecen. En otras palabras, si 
no existen problemas de escasez y 
cualquier puede satisfacer cualquier 
deseo, incluido el de no trabajar25, 
no hay demandas competitivas, no 
hay que establecer prioridades entre 
requerimientos. En esas condiciones 
es razonable que no aparezca la 
preocupación por la forma como 
se concretaría institucionalmente la 
sociedad comunista. Así, la hipótesis 
de la abundancia juega un papel 
central en el proyecto de sociedad 
comunista de Marx. Pero apenas es 
necesario recordar que esa hipótesis 
se ha revelado falsa, que hoy sabe-
mos que cualquier proyecto social 
queda descalifi cado si soslaya que 
vivimos en un planeta con recursos 
limitados. 
La escasez de los recursos 
planetarios también brinda razones 
poderosas para condenar el capi-
talismo: un modelo social basado 
en el desarrollo sistemático de los 
medios de producir y cimentado en 
la dispersión de decisiones, en la 
incapacidad para detener su propia 
dinámica, expansiva y creadora pero 
también destructora, se muestra irre-
vocablemente abocado a expoliar el 
planeta, esto es, a constituirse en un 
herencia insostenible para las futuras 
generaciones de la humanidad.26
2.3. Marxismo y eurocentrismo
En tercer lugar, hay que referir-
nos a la fi losofía de la historia del 
marxismo en la medida que asume 
un metarrelato de historia universal 
de carácter nítidamente eurocéntri-
co.27 La sucesión histórica de modos 
de producción (sociedad sin clases, 
sociedad esclavista, sociedad feu-
dal, sociedad capitalista, sociedad 
socialista) refl eja un esquema de 
historia universal, a partir de su 
interpretación de la historia parti-
cular europea. Desde la óptica de 
este metarrelato, la visión de “los 
otros”, de todas las experiencias de 
la humanidad, se manifi esta con 
toda claridad en algunos textos 
paradigmáticos de Marx sobre la 
India28 y de Engels sobre América 
Latina. Así, por ejemplo, Engels 
escribió: “En América hemos pre-
senciado la conquista de México 
(por Estados Unidos), la que nos ha 
complacido… Es de interés de su 
propio desarrollo que México estará 
en el futuro bajo la tutela de Estados 
Unidos, mediante la ocupación de 
California, obtienen el predominio 
sobre el Océano Pacífi co”.29 Estos 
ejemplos pueden ser caracterizados 
como muestras de una aplicaciónR
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El marxismo en tiempos de globalización 79
unilateral de una visión ilustrada 
de la historia, en la cual, como es 
el caso del pensamiento neoliberal 
contemporáneo, las particularidades 
históricas, culturales y sociales de 
las sociedades, y las formas de vida 
de sus poblaciones, pueden ser sos-
layadas en nombre de un omnisis-
tema interpretativo o metarrelato, el 
cual coloca a las naciones europeas 
a la vanguardia de la historia.
Desde esta perspectiva, el so-
cialismo y el comunismo, como 
sociedades que sucederán al capita-
lismo, adquieren una inexorabilidad 
inscrita en las leyes de la historia. 
La Revolución Rusa y la posterior 
creación del campo socialista des-
pués de la Segunda Guerra Mundial 
parecían confi rmar esta predicción. 
Pero como ya sabemos, esta certeza 
se derrumbó con la caída del Muro 
de Berlín. Con este hecho no solo 
desapareció casi todo el llamado 
socialismo realmente existente, sino 
también la confi anza teleológica en 
la historia, en la que a pesar de las 
guerras, los sufrimientos y los con-
fl ictos en la sociedad capitalista, en 
el futuro se realizaría la sociedad 
sin Estado y sin clases.
Desde el punto de vista de la 
crítica y la lucha contra la sociedad 
capitalista, esta situación defi ne un 
nuevo momento histórico: ya no es 
posible pensar en un futuro garanti-
zado, la idea de que “el futuro nos 
pertenece” o de que “la historia nos 
absolverá”. Fue necesario reconocer 
algo que siempre fue cierto, pero 
que se ocultaba en las fi losofías 
ilustradas de la historia: para bien o 
para mal, el futuro está abierto. No 
existe un guión predeterminado de 
la historia que los sujetos y los gru-
pos sociales tienen que representar 
en el terreno de sus prácticas colec-
tivas. Esto tiene repercusiones im-
portantes en lo que debe entenderse 
hoy por praxis liberadora o práctica 
política transformadora. Desapa-
rece toda posibilidad de apelar a 
un único sujeto ontológico tras-
cendente. Se multiplican ahora los 
temas (género, cultura, educación, 
etnia, identidad, medioambiente, 
identidad sexual) y los sujetos de 
la acción política liberadora, que 
durante más de un siglo estuvieron 
subordinados o invisibilizados frente 
a lo que se consideraba la con-
tradicción principal en la política 
socialista. De igual forma, hoy está 
negada la posibilidad de apelar a un 
punto privilegiado epistemológico y 
político para determinar de antema-
no, desde una supuesta verdad de 
la historia y de su sentido, cuáles 
deben ser las acciones, posiciones y 
sujetos “correctos”, y cuáles son los 
“desviados” o incorrectos. 
Como sostiene I. Ellacuría, nada 
nos garantiza que el futuro será me-
jor, porque no existe una legalidad 
o necesidad histórica inexorable 
que determine fi jamente el curso 
de la historia hacia una dirección 
determinada.30 El futuro es una 
construcción que depende de las 
acciones, lucha y fuerzas de los 
seres humanos en el presente, se-
gún el sistema de posibilidades con 
el que cuentan. Las herramientas 
teóricas heredadas del marxismo, 
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en el contexto actual, todavía tienen 
mucho que aportarnos para la com-
prensión, crítica y transformación 
del capitalismo globalizado, pero 
no nos pueden aportar mucho para 
diseñar el futuro.
 3. Necesidad de un renovado pensamiento crítico 
La crisis que enfrenta actual-
mente la sociedad capitalista 
contemporánea abre posibi-
lidades para implementar un pro-
yecto humanista y alternativo a la 
globalización neoliberal, que supere 
el “mal común” que la caracteriza y 
promueva la construcción histórica 
de una nueva civilización, ya no 
regida por las leyes del capital, que 
incluya a todos en sus benefi cios, 
garantice de modo estable la satis-
facción de las necesidades básicas 
y haga posible las fuentes comunes 
de desarrollo personal y las posibi-
lidades de personalización. Se trata 
de pasar de una civilización que 
hace de la acumulación del capital 
el motor de la historia, de su pose-
sión y disfrute elitista el principio 
de humanización, y del derecho 
de todos a derecho de unos pocos, 
a una civilización de la austeridad 
compartida, una “civilización de 
la pobreza” o del trabajo, como la 
llamaba I. Ellacuría.31
La tarea hoy es la tarea de ima-
ginar, y tratar de crear, esa nueva 
civilización, porque, como ya lo 
apuntamos, no hay ninguna certeza 
de que el paso de una totalidad his-
tórica a otra distinta traiga otra me-
jor en términos humanos y liberado-
res. Según Samir Amin, la sociedad 
capitalista está claramente en crisis, 
si defi nimos “crisis” como una si-
tuación en que las expectativas de 
la mayoría no pueden satisfacerse 
en virtud de la lógica del sistema. 
Ahora bien, afi rmar esto no implica 
necesariamente crisis del capitalis-
mo, que es algo muy distinto. Esta 
expresión carece de sentido hasta 
que llegue el momento en que las 
fuerzas antisistémicas dispongan de 
proyectos alternativos coherentes y 
factibles32.
Según esto, la transformación 
de la sociedad mundial actual hacia 
otra distinta que la sustituya puede 
ir en direcciones imprevisibles. Se 
puede salir de la transición del ca-
pitalismo histórico a otro sistema, 
con un nuevo sistema igualmente 
asimétrico e inequitativo, o bien 
con un sistema realmente equitati-
vo y democrático. Pero el que esto 
último se dé dependerá, en parte, 
de que surjan fuerzas antisistémicas 
capaces de organizar una estrategia 
signifi cativa y relevante de cambio y 
se elabore, asimismo, un renovado 
pensamiento crítico que, partiendo 
de la negatividad de la situación y 
de la necesidad de superarla, posi-
bilite la generación de soluciones, 
tanto coyunturales como estructu-
rales, en todos los ámbitos de la 
realidad histórica. De lo que se trata 
es de contribuir a diseñar y a reali-
zar históricamente las instituciones 
concretas por medio de las cuales 
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El marxismo en tiempos de globalización 81
pueda expresarse fi nalmente la li-
beración humana.
En la construcción de este 
pensamiento crítico es importante 
reconocer que estamos en una crisis 
del pensamiento y de los discursos 
homogeneizantes y de que ya no 
es posible la creencia en las posi-
bilidades de controlar al mundo a 
través de sistemas teóricos hermé-
ticamente cerrados. Por eso no se 
trata de oponer al discurso hege-
mónico universalista otro discurso 
igualmente universalista y cerrado. 
Es prácticamente imposible en la 
actualidad proponer soluciones 
defi nitivas a los grandes problemas 
que aquejan a la humanidad ni de 
responder en forma absoluta a las 
que se han considerado “las pre-
guntas últimas” que tienen que ver 
con la realidad humana, según las 
famosas interrogaciones kantianas. 
Toda respuesta es siempre situada, 
histórica y hermenéutica, y por lo 
tanto, siempre es provisional, sujeta 
a las exigencias cambiantes de la 
realidad histórica.33 
Esto lleva a la necesidad, a la 
hora de construir discursos críticos 
y liberadores, de darle prioridad a 
las realidades concretas del mundo 
histórico, a la praxis, frente a los 
discursos unifi cadores y universali-
zadores. Podríamos estar de acuer-
do con la postmodernidad cuando 
habla del “fi n de la historia”, pero 
entendiendo con ello que no signifi -
ca nada más que el límite de la his-
toria universal, el límite de la gran 
metanarrativa de la modernidad 
(capitalista) eurocéntrica, y tratar de 
diseñar, por tanto, nuevas estrategias 
discursivas liberadoras, que partan 
de una epistemología que se abra 
a la realidad y que le dé primacía 
a ésta frente a las interpretaciones y 
las especulaciones del sentido, asu-
miendo la actual crisis teórica como 
una crisis de la razón especulativa y 
logocéntrica.34 
La dificultad más seria del 
discurso posmoderno es que las 
condiciones políticas, sociales y 
culturales concretas que subyacen 
a su discurso, son las realidades 
privilegiadas que sepresentan en 
las sociedades capitalistas postin-
dustriales y que la mayoría de los 
seres humanos del planeta no com-
parten ni disfrutan.35 Por otra parte, 
su crítica a las ideologías fuertes, a 
los totalitarismos ideológicos y a los 
fundamentalismos religiosos, se tra-
duce en la práctica en ausencia de 
ideologías, valores y convicciones, 
como no sea su genérico rechazo a 
cualquier amenaza a la diferencia 
y al disenso. Pero de aquí se puede 
pasar inadvertidamente al travestis-
mo ideológico, a la charla frívola y 
el dejarse llevar por la propaganda 
ideológica del imperio neoliberal. 
Ciertamente, el sentido de tole-
rancia y el respeto del pluralismo, 
propio de la postmodernidad, es un 
elemento importante para la cons-
trucción de sociedades abiertas y 
democráticas. Pero al renunciar a 
cualquier proyecto de liberación y 
a la utopía de la sociedad eman-
cipada, y al poner en cuestión la 
posibilidad de una articulación 
comunitaria regida por la creación 
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de una normativa que promueva 
una democracia real y garantice 
la satisfacción de las necesidades 
subjetivas y sociales, fácilmente se 
puede caer en un pragmatismo in-
dividualista o colectivo.36
La postura política que promue-
ve la posmodernidad resulta para-
dójica en el momento en que hay 
una renovada conciencia sobre los 
desafíos que plantean los derechos 
humanos, la injusticia estructural 
del orden mundial actual y la ne-
cesidad de potenciar y desarrollar 
un proceso liberador. Es paradó-
jico, además, que cuando se está 
produciendo una occidentalización 
fáctica del mundo, que amenaza 
realmente la diversidad cultural de 
la humanidad, se niegue la crítica 
refl exiva y la posibilidad de abrir 
horizontes y ofrecer pautas de in-
terpretación y normatividad. Frente 
al postmodernismo hay que afi rmar, 
dada la gravedad de la crisis actual, 
que no se puede renunciar a dos 
elementos que son consustanciales 
a la modernidad ilustrada, por lo 
menos en teoría: la crítica racional 
a lo existente y la transformación de 
la praxis desde y a través de lo sa-
bido racionalmente.37 No se puede 
negar la capacidad de la razón para 
fundamentar el conocimiento y la 
acción, aunque hoy estemos cons-
cientes de que cualquier racionali-
dad que se pretenda introducir en el 
proceso histórico es el producto de 
una razón condicionada y limitada, 
sin garantías trascendentales y sin 
certezas defi nitivas. 
En realidad, el discurso de la 
modernidad no se deconstruye de 
manera inmanente, ni mediante 
la simple construcción de otras 
formaciones discursivas ni a través 
de otra de interpretación. Ya decía 
Ellacuría que ni la mera refutación 
ideológica ni la construcción de 
un nuevo discurso ideológico son 
de por sí sufi cientes para cambiar 
un orden social, y la promoción 
del mero cambio ideológico puede 
convertirse en pretexto para que no 
se dé el cambio real.38 En este senti-
do, el postmodernismo se equivoca. 
Los discursos realmente existentes 
remiten siempre a una dimensión 
que ya no es meramente discursi-
va o lingüística, que es el ámbito 
de la praxis histórica con toda su 
complejidad y sus contradicciones, 
especialmente las originadas por las 
condiciones sociales de poder que 
generan y multiplican los discursos. 
Los discursos siempre se traducen 
en la práctica en por lo menos dos 
tipos: el de los que tienen el poder 
y el de los que no lo tienen.39 Ade-
más, hay acciones individuales y/o 
colectivas que carecen de represen-
taciones discursivas sistemáticas, 
pero que emergen como resistencias 
inconscientes frente a las relacio-
nes de poder y dominación, que 
los discursos ofi ciales legitiman y 
reproducen. 
De esto se desprende que una 
estrategia teórica para confi gurar un 
pensamiento crítico de la globaliza-
ción debe partir de la negatividad 
de la praxis histórica y analizar los 
procesos y las dinámicas políticas, 
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El marxismo en tiempos de globalización 83
sociales y culturales de las múlti-
ples formas de resistencia que se 
manifi estan en contra del discurso 
y las prácticas uniformadoras de 
la modernidad capitalista global. 
No se trata de proyectar a priori un 
horizonte normativo ni partir de 
discursos teóricos con pretensiones 
universalistas, sino de elaborar una 
teoría y una normatividad desde un 
acompañamiento y un compromiso 
con las luchas de resistencia frente 
a las “narrativas dominantes” y sus 
objetivaciones institucionales. Se 
trata de construir un discurso crítico 
y abierto cuyo punto de partida, no 
es un ideal o algo que ya previa-
mente se estime positivo, sino la 
negatividad y el mal común que se 
manifi estan en la realidad histórica 
latinoamericana (y de la periferia 
en general) y las respuestas y las 
razones implícitas que ya portan 
consciente o inconscientemente las 
formaciones discursivas de las di-
versas fuerzas y grupos sociales que 
practican la resistencia y propugnan 
la liberación.
NOTAS
1 Cf. N. Lechner, “Un desencanto lla-
mado postmodernismo”, en AAVV, 
Debates sobre Modernidad y Post-
modernidad, Editores Unidos Nariz 
del Diablo, Quito, 1991, pp. 31-55; 
S. Castro-Gómez, “Los desafíos 
de la postmodernidad a la fi losofía 
latinoamericana”, Disenso, No. 1, 
Tübingen, 1995, pp. 270-286.
2 Cf. J. A. Nicolás, “Alternativas 
actuales a la crisis de la metafísica 
moderna”, Realidad. Revista de 
Ciencias Sociales y Humanidades, 
No. 96, UCA, San Salvador, 2003, 
pp. 765-787.
3 Cf. H. Foster (editor), La posmoder-
nidad, Editorial Kairós, Barcelona, 
1985; G. Vattimo y otros, En torno 
a la posmodernidad, Anthropos, 
Barcelona, 1994; M. Berciano V., 
Debate en torno a la posmodernidad, 
Editorial Síntesis, Madrid, 1998, J. 
A. Nicolás y María J. Frápolli (edi-
tores), Evaluando la modernidad, 
Editorial Comares, Granada, 2001; 
J. L. Rodríguez G., Crítica de la ra-
zón postmoderna, Biblioteca Nueva, 
Madrid, 2006.
4 J. A. Estrada, “¿Crisis del marxis-
mo?: crisis de la Ilustración”, Pensa-
miento (150), 1982.
5 Cf. I. Ellacuría, “La desmitifi cación 
del marxismo”, en Escritos Políticos, 
2ª edición, UCA Editores, San Sal-
vador, 2005, pp. 282-292. 
6 L. de Sebastián, “Karl Marx econo-
mista”, revista ECA (421-422), 1983, 
pp. 934-935.
7 J. Schumpeter, Diez grandes econo-
mistas, Alianza Editorial, Madrid, 
1971, pp. 49 ss.
8 Cf. E. Menéndez Ureña, Karl Marx, 
economista, Madrid, 1977, p. 34.
9 Cf. R. Rosdolsky, Génesis y estructu-
ra de El capital de Marx, 2a edición, 
Siglo XXI Editores, México, 1979, 
pp. 336 ss. 
10 Cf. J. Schumpeter, ob.cit, pp. 103-
104.
11 Cf. L. de Sebastián, ob.cit., p.944; 
R. Rosdolsky, ob.cit., p. 343ss; P. 
Sweezy, “La revolución permanen-
te”, El País, 13 de marzo de 1983, 
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12 K. Marx, El capital, Tomo I, vol. 3, 
Siglo XXI editores, México, 1975, 
capítulo XXIV, sección 7, p. 953. 
13 I. Wallerstein, Después del liberalis-
mo, UNAM-Siglo XXI Editores, 
México, 1995, p. 228.
14 A. Gorz, Adiós al proletariado, El 
Viejo Topo, Barcelona, 1981, p. 26.
15 Marx-Engels, Manifi esto Comunista, 
Alba, Madrid, 1998, p. 60.
16 Cf. E. Lander, “Marxismo, euro-
centrismo y colonialismo”, en A. 
Borón, J. Amadeo, S. González 
(compiladores), La teoría marxista 
hoy, CLACSO, Buenos Aires, 2006, 
pp. 236ss. 
17 Cf. G. Wetter, Filosofía y ciencia 
en la Unión Soviética, Guadarrama, 
Madrid, 1968, pp.114ss. 
18 V. I. Lenin, Materialismo y empi-
riocriticismo, Editorial Progreso, 
Moscú, 1908.
19 H. Marcuse, El marxismo soviético, 
Alianza Editorial, Madrid, 1971.
20 M. Castells, Claves, 1991, pp. 33-39
21 Cf. R. Gargarella, F. Ovejero (com-
piladores), Razones para el socialis-
mo, Paidós, Buenos Aires, 2001; A. 
González, “¿Qué queda del socialis-
mo?”, Realidad, 55 (1997), pp.7-24. 
22 K. Marx, Elementos fundamentales 
para la críticade la economía política 
(borrador) 1857-1858, Siglo XXI, 
Editores, México, 1971. 
23 K. Marx, El capital. Libro I, capítulo 
VI (inédito), 5ª edición, Siglo XXI 
Editores, México, 1975.
24 Cf. J. A. Estrada, ob.cit., pp. 134ss; 
E. Lander, ob.cit., pp. 228ss. 
25 En la Ideología Alemana, Marx 
afi rma: “al paso que en la sociedad 
comunista, donde cada individuo no 
tiene acotado un círculo exclusivo de 
actividades, sino que puede desarro-
llar sus aptitudes en la rama que me-
jor le plazca, la sociedad se encarga 
de regular la producción general, con 
lo que se hace cabalmente posible 
que yo pueda dedicarme hoy a esto 
y mañana a aquello, que pueda por la 
mañana cazar, por la tarde pescar y 
por la noche dedicarme a apacentar 
el ganado, y después de comer, si 
me place, dedicarme a criticar, sin 
necesidad de ser exclusivamente 
cazador, pescador, pastor o crítico, 
según los casos”. Cf. Marx-Engels, 
La ideología alemana, traducción 
de Wenceslao Roces, Ediciones de 
Cultura Popular, México, 1977, p. 
34. 
26 Cf. Cf. R. Gargarella y F. Ovejero, 
“Introducción: el socialismo toda-
vía”, en Razones para el socialismo, 
ob.cit., p. 19ss. 
27 Cf. E. Lander, ob.cit., pp. 228ss
28 K. Marx, ‘The British rule in India’ 
(1853), en K. Marx, Surveys from 
Exile, Penguin, Harmondsworth, 
1973, pp.306-7.
29 Marx-Engels, Materiales para la his-
toria de América Latina, Cuadernos 
de Pasado y Presente, México, 1980, 
p. 256.
30 I. Ellacuría, Filosofía de la realidad 
histórica, UCA editores, San Salva-
dor, 1990, p. 575.
31 I. Ellacuría, “Utopía y profetismo”, 
Revista Latinoamericana de Teología, 
No. 17, 1989. 
32 S. Amin, El capitalismo en la era 
de la globalización, Paidós, Buenos 
Aires, 1999, p.118.
33 J. A. Estrada, La pregunta por Dios, 
Desclée de Brouwer, Bilbao, 2005, p. 
407.
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ealidad 115, 2008
El marxismo en tiempos de globalización 85
34 Cf. I. Ellacuría, “Superación del reduc-
cionismo idealista”; ECA (477), 1988.
35 Cf. G. Lipovetsky, L’ère du vida. 
Essais sur l’individualisme con-
temporain, Gallimard, París, 1983, 
p.127; T. Eagelton, Las ilusiones del 
posmodernismo, Paidós, Barcelona, 
1977, p. 102; F. Jameson, Teoría de 
la postmodernidad, Trotta, Madrid, 
1996, p. 27; Z, Bauman, La posmo-
dernidad y sus descontentos, Akal, 
Madrid, 2001, p. 102.
36 Cf. F. Féher, “La condición política 
posmoderna”, en Políticas de la pos-
modernidad, Península, Barcelona, 
1989, p. 152; Z. Bauman, En busca 
de lo político, FCE, México, p. 131.
37 Cf. H. Samour, “El signifi cado de 
la fi losofía de la liberación hoy”, 
Diálogo fi losófi co (65), 2006, p. 243.
38 Cf. I. Ellacuría, “Función liberadora 
de la fi losofía”, en Veinte de años de 
historia en El Salvador, UCA Edito-
res, San Salvador, p. 114. 
39 Cf. J. C. Scott, Los dominados y el 
arte de la resistencia, ERA, México, 
2000.
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