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Victor Cabré Segarra José A. Castillo Garayoa Cristina Nofuentes García Casos clínicos Evaluación, diagnóstico e intervención en salud mental Herder 2 Diseño de la cubierta: Dani Sanchis Edición digital: José Toribio Barba © 2017, Fundació Vidal i Barraquer © 2017, Herder Editorial, S. L., Barcelona ISBN DIGITAL: 978-84-254-4037-3 1.ª edición digital, 2017 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com). Herder www.herdereditorial.com 3 http://www.conlicencia.com http://www.herdereditorial.com Índice Introducción PARTE I 1. Entrevista psicodinámica Victor Cabré Segarra 1.1. La entrevista: técnica, proceso y relación 1.2. Contenidos emocionales de los participantes en la entrevista 1.3. Transferencia y contratransferencia 1.4. Encuadre y contención 1.5. Insight, acting out y elaboración 1.6. Escenas temidas en la entrevista 1.7. Espacios de reflexión: sesión clínica y supervisión 2. Formulación clínica José A. Castillo Garayoa 2.1. El proceso de evaluación psicológica clínica 2.2. La formulación clínica: definición y procedimiento de elaboración 2.3. Psicoterapia: criterios de indicación 2.3.1. Malestar subjetivo 2.3.2. Gravedad del problema 2.3.3. Ingreso 2.3.4. Apoyo social 2.3.5. Estilo de afrontamiento 2.3.6. Estadio de cambio 2.3.7. Alianza terapéutica 2.3.8. Modelo explicativo del paciente 2.3.9. Estructura 2.3.10. Insight 2.3.11. Apego 2.3.12. Mentalización PARTE II Caso 1. Fátima: estrés postraumático y apego Caso 2. Primera entrevista en un caso de regresión histérica Caso 3. Autolesiones, castigo, autorregulación 4 Caso 4. Una mujer maltratada con dificultades de mentalización: proceso psicoterapéutico Caso 5. Trastorno de pareja: evaluación y diagnóstico Carles Pérez Testor Caso 6. El poder de la fantasía inconsciente: una viñeta clínica Caso 7. Abordaje psicosocial de una joven madre Caso 8. Duelos sucesivos: intervención breve y focal Caso 9. Mauro y lo imprevisible: evaluación en la pubertad Rosa Royo Esqués Caso 10. Delirio paranoide por hipotiroidismo Caso 11. La desconfianza no deja espacio para la pena Caso 12. Michelle: una adolescente de 13 años Laia Ferrer Tirado Caso 13. Tratamiento psicológico on line Caso 14. Trastorno de la alimentación: una identidad por construir Caso 15. Conductas antisociales de un joven incapaz de mentalizar emociones Caso 16. Estresores psicosociales en la infancia y la adolescencia: impacto en la salud mental Caso 17. No hay problema ninguno Caso 18. Proceso de exploración para comprender un poco más el TOC Caso 19. Duelo pendiente de elaborar Caso 20. Esperanza tras el maltrato: una primera entrevista Referencias bibliográficas Índice analítico 5 Introducción Las publicaciones de carácter clínico han alcanzado un notable grado de sistematización y los estudios cada vez incluyen mayores muestras de pacientes, por lo que la presentación de tan solo un puñado de casos, como en este libro, podría parecer que carece de especial interés. Por el contrario, nuestra convicción es que son materiales por completo complementarios e interdependientes. Aquí nos interesa centrar la atención del clínico en la comunicación del paciente y es por eso por lo que a menudo reproducimos lo que el paciente refiere al profesional, tanto mediante el habla como con los registros no verbales: qué ha sido expresado con palabras y cómo, qué ha sido expresado con actitudes o conductas y qué es lo que se ha callado. Nos ha parecido especialmente relevante poner el acento en el estilo individual de cada paciente, atendiendo a los patrones de comunicación, de relación y de apego, tan importantes a la hora de construir el entramado relacional con su entorno y tan imprescindibles para comprender a fondo sus dificultades o trastornos. Queremos que este libro se constituya en una obra asequible y rigurosa para estudiantes y profesionales de distintas disciplinas relacionadas con la salud mental. De ahí que hayamos optado por presentar el material clínico de forma muy abierta, proponiendo reflexiones e interrogantes más que respuestas, y nos ha interesado, especialmente, dejar solo planteadas algunas cuestiones para que el lector y el estudioso, individualmente o en grupo, las pueda retomar y discutir. Hemos querido asumir el riesgo que supone dejar incompletas tanto la información clínica como los comentarios asociados a cada caso, por dos razones: una del ámbito profesional, las sesiones clínicas, y otra del ámbito universitario, la metodología de estudio de casos. Por un lado, es evidente que una de las actividades más enriquecedoras para el profesional de la salud mental son las sesiones clínicas. En ellas se exponen casos de interés por razones diversas, ya sea en relación con el diagnóstico o con la indicación terapéutica, el éxito o el fracaso de una determinada intervención o simplemente por su originalidad o rareza. El encargado de presentar el material recibe el beneficio inmediato que supone sistematizar al exponerlo y sentirse contenido en el acto mismo de compartirlo con otros compañeros o colegas. Poco después podrá incrementar su comprensión del caso mediante las distintas miradas y experiencias de los demás participantes, generando un verdadero proceso transformador en su función de clínico. Al mismo tiempo es una actividad que enriquece al asistente que escucha, que opina, que pregunta y que cuestiona, convirtiéndose así en un verdadero espacio de aprendizaje significativo a partir de las respectivas experiencias y formaciones. Por otra parte, la enseñanza de contenidos clínicos, tanto en los medios universitarios como en las unidades docentes institucionales, también está siendo interpelada por las 6 nuevas corrientes metodológicas. Frente a la tradicional fórmula de exponer, de forma completa y cerrada, un concepto teórico, un recurso técnico o una categoría psicopatológica para luego ejemplificarla mediante un material clínico, se propone una metodología en cierta forma inversa, en la que a partir de la discusión de un caso real se perfilan los contenidos tanto teóricos como técnicos correspondientes. El estudio sistemático de las principales clasificaciones diagnósticas y de los manuales de técnicas de intervención puede favorecer un modelo de aprendizaje que tienda a la receptividad por parte del estudiante, con el consiguiente riesgo de que su pasividad conlleve la adquisición superficial de los conocimientos, sin una participación activa en la construcción de ese proceso. No se trata, por supuesto, de que el ejemplo, la viñeta o el caso sustituyan el estudio profundo de la nosología psicopatológica o de las bases teóricas que sustentan un determinado tipo de intervención, pero sí supone, en cierta medida, una nueva propuesta de construcción conjunta, de complementariedad en la mirada y en la comprensión del material y, en definitiva, de la persona a la que queremos ayudar. Ambas razones nos han empujado a seleccionar los casos por su significación para nuestra experiencia clínica, y también por las posibilidades de un desarrollo posterior. Aunque no pretenden abarcar el amplio espectro de trastornos psicopatológicos o de tratamientos, estamos convencidos de que trabajar sobre ellos, individualmente o en grupo, más allá de donde nosotros lo hemos hecho, supone un aprendizaje que trasciende en gran medida al caso concreto que ha servido como punto de apoyo. La forma en la que hemos construido y presentado el material clínico hace de este, como decíamos, un trabajo incompleto a la espera de que los lectores lo conviertan en objeto de estudio y reflexión, ofreciendo posibilidades que, desde nuestra perspectiva, son de gran utilidad clínico-práctica. Presentamos un total de 20 casos o situaciones clínicas de naturaleza distinta y referidas a personas enmomentos vitales diferentes. Si bien nuestra experiencia clínica se fundamenta sobre todo en la asistencia a jóvenes y adultos, por lo que la casi totalidad de los casos presentados se sitúan en esa etapa del desarrollo, nos ha parecido interesante incorporar los casos de dos adolescentes y el de una pareja, presentados por compañeros expertos y que aparecen debidamente consignados en sus capítulos correspondientes. Unos centran la atención en el proceso de evaluación y diagnóstico, otros en el desarrollo de la intervención terapéutica; aunque nos parece que, en el ámbito clínico, el diagnóstico y la evaluación se encuentran siempre al servicio de la terapia y nuestra experiencia nos muestra que cuanta mayor atención se preste a este momento inicial, no solo al servicio de la descripción y clasificación de los individuos, mayor será su utilidad de cara a establecer una indicación terapéutica y la planificación de estrategias de tratamiento. Todos los casos presentados proceden de la práctica clínica real y en todos ellos hemos procedido de la misma forma: uno de nosotros ha propuesto un material que ha sido discutido y repensado por los otros dos hasta llegar a una nueva reelaboración. Se han modificado, por supuesto, aquellos datos que pudieran mostrar la identidad real de los pacientes y se han suprimido todos aquellos que no aportan información relevante para los objetivos por los que han sido seleccionados. Algunos de ellos se eligieron por ser 7 ejemplos relativamente claros de aspectos clínicos que hemos considerado importantes, otros, por presentar profundas controversias y ambigüedades que son tan frecuentes en la realidad cotidiana del trabajo clínico. Los autores de este libro trabajamos, fundamentalmente, con una perspectiva psicodinámica y relacional del psiquismo humano, que queda reflejada en la forma de presentar, comprender y comentar los diferentes casos seleccionados. Lejos de suponer una limitación, la forma en que ha sido tratado y presentado aquí el material clínico permite que el lector cuestione, discuta y sobre todo complemente las opiniones que lo acompañan. Estamos convencidos de los beneficios que representa el hecho de que un mismo caso sea comprendido desde diferentes miradas teóricas y técnicas, sin que ello suponga la disminución de la profundidad y del rigor de esa comprensión. Al mismo tiempo, somos conscientes de que el volumen de conocimientos en el ámbito de la salud mental se ha incrementado de manera notable en las últimas décadas y que la necesidad de especialización demanda con fuerza el trabajo en equipo, preferentemente interdisciplinar. Solo desde el reconocimiento de una visión rigurosa pero incompleta es posible acercarse a la construcción conjunta que integre distintos saberes de un mismo fenómeno humano. Esta ha sido siempre nuestra actitud con los estudiantes en la universidad y con los pacientes en la clínica, y lo es también ahora con los potenciales lectores de este libro. 8 PARTE I 9 1. Entrevista psicodinámica Victor Cabré Segarra La entrevista es el instrumento principal de los que dispone el clínico en su trabajo. El objetivo de este capítulo es ofrecer algunas reflexiones que permitan entender lo que llamamos entrevista psicodinámicamente orientada, y facilitar así la comprensión del material clínico que presentamos en los capítulos posteriores. Lo que confiere ese valor tan esencial a la entrevista es el hecho de que dos (o más) personas se encuentran para poner en contacto algo de la vida de cada uno. Un contacto que no solo es explicado verbalmente, narrado, sino expuesto y dramatizado a muy diversos niveles, algunos de los cuales pueden no ser ni directa ni fácilmente observables a simple vista. Se trata, por lo tanto, de una verdadera experiencia humana, que es vivida por ambos protagonistas desde una necesaria asimetría según la cual uno de ellos espera ser ayudado por el otro, quien, a su vez, está en disposición de brindar esa ayuda. Por supuesto, los objetivos de la entrevista, en la práctica clínica, pueden ser muy diversos y en función de ello se articularán diferentes elementos técnicos, como el uso del espacio, del tiempo, de las preguntes y de los silencios. Bleger (1971) utiliza el término «entrevista psicológica» para acentuar el objetivo de llevar a cabo un diagnóstico psicológico, una evaluación de la personalidad del entrevistado que incluya tanto sus aspectos enfermos o trastornados como los sanos. Otros autores, como Sullivan (1959) prefieren el término de «entrevista psiquiátrica», apuntando directamente al diagnóstico, y otros, como Etchegoyen (1986), «entrevista psicoanalítica», más enfocada a evaluar los indicadores que permitan establecer, o no, un tratamiento de orientación psicoanalítica. En la base conceptual de todos estos autores está la idea de la entrevista como forma primordial de evaluación previa a cualquier posible intervención terapéutica, y en este sentido queremos destacar el trabajo realizado por profesionales que han inspirado directamente el enfoque desarrollado en este capítulo: Coderch (1987), Torras (1991), Mitjavila (1994), Aguilar (1998) y Pérez Sánchez (2006). En cualquier caso, si la experiencia de la entrevista es vivida desde una actitud de escucha abierta, de genuino interés por el otro ser humano sentado enfrente, los distintos objetivos se alternarán y se podrán articular hasta conseguir una cierta figura del otro, de lo que le puede estar pasando al entrevistado. Conviene no tener prisas. Aún si se dispone de un tiempo limitado, que a veces es realmente escaso, podremos escuchar mejor y comprender más si nuestro estado interior es pausado, si nuestro ritmo interno es lento, lo que no equivale, evidentemente, ni a pasividad ni a largos silencios. Tal vez lo que subyace tras este planteamiento es la idea de que, mediante la entrevista, debemos recoger información sobre lo que supone un sufrimiento para el paciente (y quizá también para los que lo rodean), sobre su vida y los principales acontecimientos vitales, 10 sobre sus relaciones y sobre su personalidad, pero también con la certeza de que, con todo, lo que llegaremos a conocer será siempre una muy pequeña porción de lo que en realidad es la vida de otra persona. Entonces, frente a la idea de que cuanta más información tengamos será mejor, se podría plantear que es preferible una comprensión precisa, rigurosa y significativa de lo que somos capaces de registrar y comprender, a pesar de su necesaria parcialidad. 1.1. La entrevista: técnica, proceso y relación Desde el punto de vista técnico, la entrevista supone la utilización consciente e intencionada de conocimientos teóricos y metodológicos por parte del profesional, que le confieren unas características particulares. Así, solemos hablar de entrevistas más directivas o más libres, cerradas o abiertas, en las que se utilizan de formas diferentes elementos como la interpretación, el consejo o el silencio. Al mismo tiempo, a otro nivel, diferenciamos entre lo que entendemos como primera entrevista o el primer contacto con el paciente, entrevista biográfica o de anamnesis, entrevista de devolución, entrevista de seguimiento, así como otras modalidades de entrevista, o sesiones, que tienen lugar en el curso de un tratamiento. La primera entrevista conviene que sea tan poco directiva como el tiempo y el encuadre lo permitan, lo que no significa que se inhiban las intervenciones adecuadas por parte del profesional. El saludo inicial puede ser la mínima expresión según la costumbre social correspondiente, seguida de un pequeño silencio para permitir que sea el mismo entrevistado quien empiece a hablar. El profesional puede introducir alguna expresión abierta que invite a la explicación de cuál es el motivo de la consulta, el problema actual, su duración y si hay desencadenantes, y quién le ha aconsejado o indicado realizar la consulta. Por parte del entrevistador, los silencios deben ser breves pero convenientes, para no pretender calmar la ansiedad de estos primerosmomentos evitándolos, y los del entrevistado conviene respetarlos, aunque es preferible intervenir si se prolongan excesivamente o si observamos que no se corresponden con un momento de reflexión o recuerdo. En todo momento, las intervenciones del profesional deberán ser prudentes y de escasa profundidad interpretativa, observando la correspondiente respuesta del paciente. Durante el primer contacto se deberá estar muy atento a lo que dice el entrevistado, a cómo lo dice y a lo que calla, al orden en el que explica las cosas y si se ha producido una evolución a lo largo de la entrevista en el sentido de aumentar su confianza. Se valorará su actitud colaboradora o controlada y defensiva, así como las principales esperanzas, quejas y temores. Junto con todo lo referente al motivo de consulta y los síntomas, convendrá realizar una primera aproximación a sus estilos de relación con las personas más representativas en su vida: familiares directos, amistades, pareja e hijos y compañeros de trabajo. En el momento de finalizar este primer contacto conviene evitar brusquedades, anticipándolo con un breve retorno de los aspectos más destacables e 11 informando de lo que seguirá, tanto si se trata de una nueva entrevista para completar la exploración como de una derivación a otro especialista. Si se lleva a cabo una entrevista específicamente biográfica, conviene que el profesional tenga en mente la relación completa de aspectos a explorar para que los pueda introducir en el transcurso de la conversación, de forma natural y sin transmitir la impresión de que está más pendiente de las preguntas que debe realizar que de lo que responde el paciente. Será necesaria información referente a los antecedentes personales y familiares, con el correspondiente genograma para representar gráficamente la composición familiar y sus datos más relevantes. Siempre es oportuno realizar un recorrido, a veces más detallado y otras más superficial, a lo largo de la vida del paciente, desde su nacimiento hasta el momento actual, poniendo atención en momentos vitales como la infancia, la escolaridad, la adolescencia, el trabajo, las amistades, las parejas y los hijos, la sexualidad, la salud y las principales aficiones. Conviene terminar esta entrevista con una pregunta abierta que invite al entrevistado a hablar de cualquier otra cosa que no se le ha preguntado, de algo que quiera añadir. En el transcurso de las entrevistas iniciales o en otra posterior específica, conviene realizar una devolución de los aspectos más relevantes de lo que hemos comprendido sobre lo que nos ha explicado, con el objetivo de que el paciente pueda valorar adecuadamente la propuesta de intervención. Se trata de explicarle, de forma comprensible, las conclusiones de la formulación clínica que hemos planteado (véase capítulo 2), pero también es conveniente hacer referencia a las distintas entrevistas realizadas; asimismo, se incorporarán los instrumentos psicodiagnósticos (tests y cuestionarios) que ocasionalmente se hayan administrado. La información debe ser amplia, clara y directa, dejando espacios disponibles para observar la respuesta del paciente y poder así adaptarnos a su capacidad de hacerse cargo de lo que se le muestra de sí mismo. Forma parte de este momento determinar si conviene tener nuevas entrevistas con el paciente o en conjunto con otros familiares. Cuando nos referimos a un período inicial o de exploración, la entrevista nos permite evaluar, y sobre todo comprender, algunas de las principales dimensiones del funcionamiento del paciente: 1. Las capacidades cognitivas, psicomotrices y emocionales. 2. Las capacidades para establecer una alianza terapéutica. 3. Sus propias hipótesis sobre el problema (organicista, proyectivo, integrador, etc.). 4. Su deseo de conocerse, la curiosidad hacia sí mismo. 5. El grado y el tipo de ansiedad predominante, así como su capacidad para tolerar esa ansiedad. 6. El funcionamiento de los mecanismos de defensa, el tipo y su rigidez o flexibilidad. 7. La capacidad y tipo de insight. 8. Otros aspectos relacionados con la situación laboral o cultural, con la red 12 familiar o social, etc. Por otro lado, si centramos la atención en las fases que tienen lugar en la entrevista, observadas como un proceso, conviene estar atentos al menos a cuatro momentos relevantes: la recepción, en la que ya han tenido lugar unas condiciones previas al encuentro y a la que le siguen unas impresiones recíprocas; la exploración, mediante preguntas iniciales y ofrecimiento de información además de otras preguntas o intervenciones; el intercambio (o aclaración), cuando ya se dispone de información suficiente para orientar, solicitar ampliación, verificar o hacer una síntesis; y el final, o la fase de despedida en la que conviene mantener hasta el último momento la misma actitud de la recepción. Con frecuencia, la interacción o dinámica entre entrevistador y entrevistado o, lo que es lo mismo, la entrevista como relación, ya se ha iniciado antes de la entrevista misma y continúa más allá de ella. Por parte del profesional la relación puede iniciarse con una llamada telefónica o con la recepción de un informe; por parte del paciente, con la reserva de una entrevista o a partir del mismo momento en que toma la decisión de consultar. Es una situación nueva entre dos personas (o dos grupos de personas) en la que cada una tiene una serie de fantasías (expectativas, temores, esperanzas, etc.). Podemos afirmar, pues, que la relación asistencial engloba tanto los elementos externos como los internos de la situación misma a través de sus participantes y que es oportuno un estudio sistematizado de estos: del entrevistador, sus actitudes, sentimientos y acciones; del entrevistado, sus conductas, personalidad, ansiedades y defensas; de la relación entre ambos, todo lo referente a la comunicación y a la interacción misma. En la entrevista, toda la información (psicológica, social o cultural) se considera desde el punto de vista de la realidad externa y de la realidad interna (elaboración personal). Por lo tanto, por parte del profesional es importante disponer de un «espacio mental» que permita entrar en contacto con los sentimientos profundos del entrevistado para conocer su realidad externa e interna. En la figura del entrevistado es importante tener en cuenta y valorar tres aspectos: 1. Expectativas: por lo general basadas en experiencias anteriores, en características personales y en la urgencia o importancia de la demanda. 2. Necesidad y demanda: que puede consistir en un alivio rápido de los síntomas, encontrar una guía, averiguar la causa, etc. A menudo no hay una correspondencia entre necesidad y demanda explícita, y entonces es importante conocer aquella implícita, ya sea una inespecífica o la ausencia de demanda, que no de necesidad. 3. Propuesta relacional: ya que además de plantear problemas y demandas, el entrevistado propone un tipo de relación, intenta provocar en el profesional una determinada respuesta. 13 1.2. Contenidos emocionales de los participantes en la entrevista El profesional debe situarse tan cerca del entrevistado para que pueda comprenderlo realmente pero no tanto como para sentirse invadido por su problemática. Se trata de que esté dispuesto a escuchar y observar todo cuanto el entrevistado le comunique con palabras, silencios, gestos o síntomas, y que pueda experimentar la relación con él, observando al mismo tiempo cómo siente lo que nosotros le comunicamos (rechazo, indiferencia o sumisión) y qué sentimos de lo que él nos comunica (transferencia y contratransferencia). Es importante que tenga conciencia de sus propios sentimientos, para que estos no le impidan conocer realmente a su entrevistado, conocerlos y si puede, eliminar ideas preconcebidas, presiones externas o internas. En este punto debemos tener en cuenta que existe un cierto grado de ansiedad en el profesional, que forma parte del trabajo mismo y que conviene no rechazar, ya que nos informa de que estamos en contacto connuestros propios sentimientos y que tratamos de enfrentarlos. Por otra parte, el trabajo en equipo y la supervisión supondrán una actividad indispensable para verificar si estas emociones, además de conflictos propios, pueden llegar a interferir en la ayuda profesional. Recuperando algunas de las valiosas ideas de una obra ya clásica, la de Salzberger- Wittenberg (1970), se puede hablar de una serie de esperanzas y temores en el entrevistador que, aunque perfectamente lícitas y hasta beneficiosas, si se experimentan de forma extrema se convierten en una presión excesiva que puede dificultar su trabajo profesional y la propia relación asistencial. Así, por ejemplo, las expectativas de ser útil, de ser tolerante y de comprender al entrevistado, o el temor a provocarle daño y de no comprenderlo suficientemente, pueden implicar actitudes omnipotentes en el profesional, intervencionistas en la vida del paciente o hasta colusivas en la relación con él, si son experimentadas como implacables exigencias internas. Igualmente, en el caso del entrevistado, las esperanzas de librarse del dolor y de ser valorado o incluso apreciado, y el temor a ser culpado o abandonado, determinarán actitudes dependientes, seductoras o autoinculpadoras cuando se viven de forma muy intensa. Si las condiciones terapéuticas son las adecuadas, permitirán la identificación de estas esperanzas y de estos temores en ambos participantes de la relación, incorporándolas a su trabajo y a la elaboración del resto de conflictos. 1.3. Transferencia y contratransferencia Hemos visto que, incluso antes de la primera entrevista, tanto el profesional como el entrevistado tienen expectativas sobre el otro que se basan en sus pautas de relación anteriores y entonces decimos que son «transferidas» a la situación presente. Estos sentimientos transferidos son muy importantes en cada nueva relación e influyen en la forma como percibimos, interpretamos y actuamos en ellas. Por lo tanto, es fundamental 14 que el profesional conozca cuáles son los sentimientos transferidos del pasado del entrevistado. Sentimientos de amor, odio o dependencia, tal vez tienen poco que ver con el profesional y en cambio sí con una reactivación de esos sentimientos, en una «repetición» gracias, en parte, a la neutralidad del profesional que permite que el entrevistado se encuentre más libre para expresar sus conflictos y para transferir sentimientos. En un principio era considerada un obstáculo en la relación de ayuda, una interferencia, pero más tarde se observó que, en la medida en que refleja formas de relación del paciente, constituye un elemento muy útil para comprenderlo. Gracias a elaboraciones posteriores de este concepto hemos logrado entender que se trata de un fenómeno inconsciente y automático por el cual teñimos nuestra percepción del presente o del pasado, y que no solo se transfieren las emociones del pasado o de relaciones externas al tratamiento, sino también en el aquí y ahora de la sesión. A su vez, la condición de transferencia positiva o negativa ha dejado de estar ligada a la valoración del tipo de sentimientos predominantes para centrarse en la valoración de si es una transferencia que colabora con el desarrollo del tratamiento o, por el contrario, lo dificulta. De forma complementaria, la contratransferencia ha dejado de ser concebida solo como la expresión de conflictos no resueltos del profesional que son proyectados en el paciente, para delimitar, en la actualidad, el conjunto de sentimientos y respuestas emocionales que la comunicación del paciente despierta en el profesional. Tanto la transferencia como la contratransferencia son fenómenos que se dan en toda relación y que, a nivel asistencial, pueden constituir un grave inconveniente para la relación si no son percibidos, si influyen sin que los conozcamos en la medida de lo posible, pero que son de gran utilidad si los tenemos en cuenta y los utilizamos para comprender más lo que representan en el paciente y en nosotros mismos. Por eso es tan importante preguntarnos «¿cómo me hace sentir este individuo? y ¿qué me dice esto respecto de él, de la naturaleza de la relación y del efecto que él ejerce en los demás?». También conviene preguntarnos si se trata de una intuición resultante de lo que el entrevistado nos está comunicando o si estamos reaccionando en función de lo que nosotros mismos introducimos en la situación. Estos interrogantes pueden determinar una comprensión más amplia de uno mismo, del entrevistado y del tipo de relación en el «aquí y ahora». 1.4. Encuadre y contención En la relación asistencial, el encuadre (o setting) es un conjunto de elementos estables que permiten el desarrollo de esta relación, el trabajo conjunto. Habitualmente se habla de dos niveles: uno externo y otro interno. En el externo encontramos aspectos como el espacio físico, el tiempo y todo aquello que pueda estar al servicio de garantizar un buen grado de privacidad y confidencialidad. El encuadre interno se refiere a la idea metafórica de un espacio mental común en el cual se establece un punto de comunicación, está 15 relacionado con la actitud del profesional y con la expresión de su propia función. Incluye aspectos como la neutralidad, dejar de lado las ideas preconcebidas, interés por conocer al paciente, capacidad de escuchar y tener paciencia, de tomarse en serio los sentimientos y las fantasías del entrevistado, y la actitud abierta hacia el aquí y ahora conocida como «atención flotante». Otro de los aspectos en los que coinciden la mayoría de autores se refiere a la empatía, un proceso que, en el profesional, implica hasta cierto punto colocarse en el lugar de su paciente, utilizando su propia mente para imaginar cómo será sentirse como la otra persona. Un encuadre adecuado permite una de las funciones primordiales de la relación de ayuda terapéutica: la contención. Por lo general, el paciente acude con un alto grado de ansiedad que le resulta insoportable, doloroso y difícil de tolerar. Si el profesional le ofrece la posibilidad de desahogarse y actúa como una especie de receptáculo del exceso de ansiedad que el paciente no puede enfrentar, por un lado le proporcionará bienestar y, por otro, dará la oportunidad a sus recursos más maduros de recobrar la capacidad de comprender, elaborar e integrar la situación dolorosa en vez de activar en exceso los mecanismos de defensa. Por lo tanto, la función de contención implicaría, en primer lugar, tolerar los aspectos más difíciles del paciente para poder retornarle comprensión después de que el profesional ha podido elaborar con suficiencia la información recibida. Este proceso, además de disminuir el grado de ansiedad en el paciente, le proporciona tiempo para que sus propios recursos se activen o desbloqueen y, finalmente, para que pueda incorporar él mismo la función que le permita contenerse a sí mismo. Conviene apuntar aquí que esta función de contención solo es posible desde la experiencia de sentirse, uno mismo, contenido. De ahí la importancia de que el profesional de la relación asistencial tenga en el equipo, en la institución o en la supervisión, la experiencia de sentirse contenido en relación con sus propias ansiedades inherentes a la práctica profesional. 1.5. Insight, acting out y elaboración Llamamos insight a la capacidad de mirar dentro de uno mismo, de estar en contacto con el propio mundo interno. Puede realizarse de forma intelectual o implicar también un nivel más emocional; no se trata de dos tipos de insight, ni se excluyen mutuamente, sino que ambos son complementarios e indispensables: cuando un insight es más descriptivo o verbal se pueden comprender fenómenos inconscientes mediante las palabras y cuando se experimenta uno más ostensivo la persona entra en contacto emocional con un determinado contenido de su psiquismo. Esta capacidad permite iniciar un proceso a través del cual obtener una visión nueva y distinta de nosotros mismos, un enriquecimiento en el conocimiento de uno mismo. Por el contrario, el actingout se ha considerado como la tendencia a actuar para evitar el pensamiento acerca de determinados contenidos que son ubicados fuera de uno mismo. La incapacidad de verbalizar sentimientos, de contener frustraciones o 16 necesidades y «pararse» a pensar supone un riesgo para la persona, por lo que, en vez de pensar, actúa. Obviamente, las personas que presentan más tendencia al acting out poseen una capacidad de contención disminuida (lo que sienten lo actúan), que impide o dificulta fomentar su capacidad de insight. Aun así, en desarrollos posteriores, ha sido posible percibir una vertiente comunicativa del acting out cuando supone una forma de colaboración con el tratamiento, diferenciándolo de la actuación puramente oposicionista o defensiva. Insight y elaboración son inseparables. El insight es un momento específico del proceso de elaboración. Por lo general, el proceso de elaboración se inicia con el insight ostensivo que deriva hacia el descriptivo y, por lo tanto, a convertirse en conocimiento intelectual gracias al lenguaje, mientras que un buen número de autores contraponen los conceptos de elaboración y acting out, argumentando que la actuación de las ansiedades provocadas por un conflicto impedirá su elaboración, pues con ella tendemos a atribuir a causas externas lo esencial y se intentará resolver en el mundo externo y no en ambos (interno y externo). 1.6. Escenas temidas en la entrevista En el trabajo de formación práctica con estudiantes, residentes o profesionales de distintas especialidades, se pueden observar algunas constantes relacionadas con situaciones que generan ansiedad o preocupación añadidas a las inherentes de la relación asistencial. Son las que se conocen con la expresión «escenas temidas» y que aparecen repetidamente al inicio de la práctica clínica pero que, de una u otra forma, pueden ser identificadas a lo largo de la trayectoria profesional. Algunas de ellas giran en torno al tema de la agresividad, tanto si se muestra de forma explícita como si lo hace de forma latente. Por un lado estaría el paciente que proyecta toda la rabia en el profesional, atacándolo de forma continuada y haciéndolo responsable de una buena parte de su malestar o, cuando menos, de que no desaparezca. Por otra parte, cuando se percibe un alto grado de agresividad reprimida que aun así invade al otro e impregna la relación, aparece inevitablemente el miedo por lo que pueda llegar a hacer, tanto consigo mismo como con otras personas, incluido el profesional. Cuando en el servicio de atención infantil una madre, en presencia de su hijo, amenaza directamente con pegarle una bofetada por algo que es percibido como desproporcionado, el profesional tenderá a sentirse violentado por una reacción que interpela directamente al trabajo que intenta realizar y, por consiguiente, hacia sí mismo. En esta misma categoría estaría el reproche narcisista del paciente que, de forma sutil, pero continuada, desprecia todo lo que el profesional hace o intenta hacer para ayudarlo. En otras ocasiones, las preguntas directas e insistentes representan claramente lo que llamamos una escena temida en la entrevista: interrogar al profesional, cuando este todavía no tiene elementos suficientes, sobre la gravedad o el pronóstico, sobre qué hacer o sobre el significado de un síntoma o respecto de una pretendida solución rápida y 17 eficaz; en definitiva, sobre todas aquellas situaciones intensamente demandantes en las que el profesional puede experimentar un bloqueo de su capacidad de pensar y, por lo tanto, de reaccionar de forma adecuada. A menudo, aunque no se haga explícita la demanda, el silencio puede revestir las mismas características; por ejemplo, un paciente que presenta un mutismo persistente pero que, con la mirada, interroga expectante al profesional esperando alguna cosa de él, o cuando apenas aparece una reacción suya como respuesta a la demanda del profesional, a su explicación o a la devolución de algún contenido. Con frecuencia, la incomodidad de este tipo de silencios se asocia al miedo del profesional a quedarse «en blanco», lo que supone sentirse atrapado en la relación que el paciente, de forma intencionada o no, ha conseguido manipular y controlar. Curiosamente, la posibilidad de que el paciente lleve a cabo este control de la relación terapéutica mediante la seducción o la idealización, muy pocas veces aparece como una escena temida, aun cuando a menudo conlleva parecidas dificultades e incomodidades. Por último, cabe destacar un grupo de situaciones en las que la incomodidad aparece desplazada hacia «el exterior» de la relación, a través de la narración pormenorizada de accidentes dramáticos, enfermedades devastadoras, muertes traumáticas y todas aquellas narraciones de gran intensidad emocional que pueden amenazar la capacidad del profesional para seguir realizando su función como corresponde. 1.7. Espacios de reflexión: sesión clínica y supervisión En todos los foros profesionales la sesión clínica y la supervisión gozan de muy buena consideración, aunque a veces condiciones adversas o difíciles de trabajo, en las organizaciones, las pongan en una situación de riesgo o inestabilidad. Pensamos que ambas revierten innegociablemente en la fortaleza y el rigor tanto del profesional como de la misma institución de la que forma parte y por eso consideramos necesario reivindicarlas mediante estas líneas al final del capítulo. En la sesión clínica, un miembro del equipo presenta un caso al resto de profesionales, de distinto nivel de formación, grado de experiencia y tal vez especializados en otras disciplinas distintas de la suya. El principal objetivo es reflexionar en grupo sobre el material clínico, a partir de los datos disponibles, casi siempre parciales y provisionales, para contrastar y complementar las diferentes visiones y experiencias, en un verdadero trabajo de equipo. Tanto la elección del caso como la presentación son ya dos aspectos de gran importancia. Toda presentación está precedida de un difícil trabajo de análisis y de síntesis con el objetivo de seleccionar los datos más relevantes, las expresiones textuales más significativas, las observaciones más destacables y las impresiones, siempre subjetivas, que el profesional brinda al grupo en un verdadero acto de humildad y generosidad. Puede elegir un caso o simplemente una situación asociada a este, a veces con el objetivo de ejemplificar un aspecto con finalidades docentes cuando a la sesión clínica asisten profesionales en formación o, a menudo, para pensar y debatir sobre un 18 diagnóstico difícil, dudoso o todavía inexistente. En numerosas ocasiones se persigue el objetivo de establecer una indicación terapéutica, considerando especialmente las modalidades más indicadas y los núcleos donde conviene focalizar la intervención. Tal vez cobre protagonismo el tema del pronóstico, mediante la cuidadosa valoración tanto de las posibilidades como de las limitaciones, tomando buena nota, además, de la conveniencia de realizar exploraciones complementarias o una adecuada derivación del caso. Otro de los motivos frecuentes a la hora de elegir un caso es su excepcionalidad a causa de particularidades específicas, sobre todo cuando se trata de situaciones agudas o críticas en las cuales aparecen conductas y actuaciones graves, tanto en relación con transgresiones del encuadre terapéutico que lo pongan en peligro como con intentos de suicidio o riesgo de comportamientos agresivos que aconsejen un ingreso o la participación de otros profesionales, organismos o instituciones. Prácticamente la totalidad de los aspectos comentados, referidos a la sesión clínica, también son aplicables al espacio de supervisión. En ella, ya sea realizada en grupo o individualmente, el momento en que se unen varias personas para pensar un mismo caso tiene un efecto multiplicador evidente en lo que se refiere a la comprensión y, por ende, a la mentalización que luego ha de revertir en beneficio del paciente. Aun así, lo que hay de específico enla supervisión es el hecho de que existe un foco permanente situado en el profesional en relación con el caso en particular. Al mismo tiempo que aumenta su comprensión del material supervisado, el profesional tiene una oportunidad única de pensar en su actitud, sus acciones y sus comunicaciones con el paciente, sus sentimientos contratransferenciales y hasta sus fantasías, a veces no suficientemente conscientes. Acceder a este nivel de comprensión es lo que ha de permitirle trabajar con un mayor grado de profesionalidad y contención personal, además de aumentar de forma muy relevante su autoconocimiento e insight. 19 2. Formulación clínica José A. Castillo Garayoa 2.1. El proceso de evaluación psicológica clínica Dicho de manera simple y directa: antes de tratar hay que evaluar. En efecto, queremos empezar este capítulo recordando la importancia de realizar un proceso de evaluación que permita conocer al paciente, concretar sus dificultades y sus capacidades, comprender su manera de relacionarse, su personalidad, sus circunstancias familiares y sociales, así como los hechos principales de su trayectoria vital desde la infancia. Sin suficiente conocimiento de todo ello, empezar una psicoterapia es cuando menos temerario y a menudo negligente. Además, un proceso de evaluación bien realizado es una experiencia valiosa para la persona que consulta y, como demuestra tanto la experiencia clínica como la investigación, puede promover cambios significativos (a veces muy notables) en los pacientes (Hilsenroth, 2007; Kubiszyn et al., 2000). Exceptuando que la persona que consulta esté viviendo una situación de crisis psicosocial o psicopatológica grave, que exija una intervención inmediata (si hay riesgo de suicidio o de otra actuación que comprometa la salud del paciente, por ejemplo), lo más adecuado es iniciar un proceso de evaluación psicológica clínica que permita generar y contrastar hipótesis sobre las dificultades del paciente. En el modelo que proponemos, dicho proceso de evaluación clínica estaría integrado por: 1) una primera entrevista (véase capítulo 1); 2) una entrevista biográfica o anamnésica; 3) la elaboración de una formulación clínica, y 4) una entrevista de devolución que incluye la indicación terapéutica. La administración de tests no es imprescindible, pero puede ser adecuada en función del contexto y de las circunstancias del paciente; sin embargo, cada vez se da más peso a la evaluación del resultado del tratamiento, y para ello sí resulta ineludible utilizar tests. El proceso de evaluación clínica también ha de permitir establecer una alianza terapéutica suficientemente sólida y explorar los síntomas del paciente para comprobar si se ajustan a los criterios de alguno de los trastornos psicopatológicos incluidos en los manuales diagnósticos de referencia, ya sea el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los transtornos mentales) o la CIE (Clasificación internacional de enfermedades). Aunque siempre se debe explicar al paciente con el mayor detalle posible aquello que hemos comprendido de su situación clínica, exponerle el diagnóstico o no hacerlo variará en función de si hacerlo puede suponer beneficios o perjuicios: algunas personas se sienten aliviadas al poner un nombre psicopatológico a lo que les pasa, si bien, según nuestra experiencia, son más frecuentes los casos en que explicitar el diagnóstico genera 20 ansiedad o se utiliza inadecuadamente como una explicación universal de las dificultades personales y como una forma de no responsabilizarse de ellas. La entrevista biográfica o anamnésica es otro de los puntos clave del proceso de evaluación. Como decíamos antes, algunos pacientes se encuentran en un momento vital de crisis, de agitación, viviendo circunstancias ambientales, personales o familiares especialmente duras, de modo que puede ser inadecuado, al menos inicialmente, dedicar tiempo a esta entrevista. Pero si la situación del paciente lo permite, la entrevista anamnésica ofrece información de gran valor clínico. Una propuesta de aspectos a preguntar/explorar en dicha entrevista sería la siguiente: 1. Realización del diagrama familiar y recogida de datos de identificación del paciente que no aparecieron en la primera entrevista (edad del paciente y de personas significativas, estudios, detalles sobre su vida laboral, etc.). 2. Primer recuerdo que tiene el paciente sobre su vida. 3. Embarazo y parto. 4. Primeros desarrollos: marcha, habla, control de esfínteres, alimentación (puede preguntarse también por la presencia de dificultades de alimentación actuales). 5. Aprendizaje: dificultades y capacidades, escuelas a las que ha asistido el paciente, relaciones con profesores y compañeros. 6. Trabajo, relaciones con superiores/subordinados y compañeros. 7. Relaciones de amistad y de pareja, exploración de posibles dificultades y/o preocupaciones asociadas a la sexualidad. 8. Descripción de personas significativas para el paciente (padre, madre, pareja, amigos(as) más destacados, etc.). Autodescripción («¿Cómo se definiría usted a sí mismo?»). 9. Posibles problemas de salud y consumo de drogas. 10. ¿Qué desea cambiar el paciente? (en caso de que no quede suficientemente claro en lo que nos ha explicado). Un breve comentario sobre la estructura de esta entrevista anamnésica: es muy interesante escuchar cuál es el primer recuerdo del paciente y a qué etapa de su vida corresponde. Parecerá imposible, y seguramente lo es, pero un paciente creía «recordar» un fragmento de vida intrauterina; otros pacientes ubican el primer recuerdo a los 10 o a los 12 años de vida. Más allá de que el recuerdo sea «real» o se trate de una fantasía o de una ensoñación, o de algo que se le ha explicado al paciente y que este ha asumido como «recuerdo», esta información permite discernir un aspecto significativo para él: el recuerdo de una pelea entre sus padres, de haberse perdido en la playa, de estar jugando o de una fiesta familiar, nos comunican un aspecto de la vida y un clima emocional que son relevantes. La información del pasado del paciente también es significativa: ¿Tiene muchos recuerdos o pocos? ¿Cómo rememora y describe su infancia, qué niño o niña fue, qué vínculos familiares aparecen? Respecto al tema del pasado, recordemos que nos interesa, claro que sí, pero sobre todo porque nos da información sobre el presente; en 21 definitiva, nos interesa el pasado en la medida en que está presente. También resulta muy útil pedir al paciente que describa a las personas más significativas de su vida y que se autodescriba: qué nos dice sobre los demás y sobre sí mismo, la profundidad de sus descripciones, qué aspectos destaca o subraya, nos permiten evaluar su visión de los demás y del self. A partir de la información que hayamos obtenido en la primera entrevista y en la entrevista anamnésica, elaboraremos la formulación clínica. 2.2. La formulación clínica: definición y procedimiento de elaboración La formulación clínica vincula los síntomas clínicos, la personalidad del paciente y sus circunstancias pasadas y presentes. La formulación clínica es un conjunto de hipótesis contrastadas expresado de forma narrativa o mediante diagramas de flujo que ponga en relación toda la información disponible sobre el caso (biológica, psicológica y social) para explicar la etiología, el curso, el mantenimiento actual y el pronóstico del mismo. (Muñoz, 2003, p. 173) Se trata, por lo tanto, de hipótesis que describen la naturaleza de los problemas del paciente, incluyendo posibles causas, precipitantes y aspectos que hacen que esos problemas se mantengan en el tiempo (Eells y Lombart, 2003). ¿Cómo se puede realizar una formulación clínica? Presentamos a continuación un modelo de formulación clínica y un procedimiento de elaboración que facilita la docencia al mismo tiempo que permite profundizar y sistematizar el estudio de casos clínicos en la formación de psicólogos y de otros profesionales de la salud mental. Según el modelo que proponemos, la información obtenida en las entrevistas(primera entrevista y entrevista anamnésica) se clasifica así: 1. SÍNTOMAS CLÍNICOS: cómo se siente el paciente, si hay tristeza, llanto, inquietud, ansiedad, miedo, insomnio, problemas con la alimentación, consumo de sustancias, etc. También pueden anotarse en este apartado síntomas que el paciente haya podido tener en otras épocas de su vida, así como los tratamientos psicológicos y farmacológicos asociados a esos síntomas (pasados o presentes). 2. PERSONALIDAD: cómo es el paciente, cuáles son sus rasgos «normales» y «patológicos» de personalidad, qué recursos y capacidades tiene, si es una persona dependiente o autónoma, si se valora en exceso o se infravalora, si es optimista, trabajador, responsable, tímido, distante, etc. Pueden incluirse también opiniones de otros sobre el paciente, y que este nos explica (por ejemplo, «mi padre dice que soy…»). 3. CIRCUNSTANCIAS BIOGRÁFICAS Y SOCIOFAMILIARES: aspectos pasados y presentes de la vida del paciente que pueden incidir en su situación actual, cómo fueron las relaciones con sus padres, si sufrió algún tipo de maltrato, si emigró, la calidad de la relación de pareja, el apoyo social con el que cuenta, sus estudios, su trabajo y situación socioeconómica, la presencia de alguna enfermedad o discapacidad, etc. 4. DIAGNÓSTICO: a partir de la información recogida en el apartado 1 (síntomas clínicos) y en el 2 (personalidad), establecemos un diagnóstico DSM-CIE. 5. ESTADIOS DE CAMBIO DE LOS PROBLEMAS PRINCIPALES: tras delimitar aquellos síntomas y/o rasgos de personalidad que desde un punto de vista clínico deberían considerarse un problema psicológico, es importante 22 delimitar el grado de conciencia y la concepción que tiene el paciente. Para ello resulta útil el modelo de estadios de cambio de Prochaska y DiClemente (Norcross, Krebs, y Prochaska, 2011; Prochaska y DiClemente, 1983): a) precontemplación: la persona no considera que tenga un problema. Si consulta será más por presiones de otros que por ser consciente del problema; b) contemplación: predomina la ambivalencia respecto a la necesidad de cambiar, en ocasiones aparece la inquietud y en otros momentos desaparece; c) acción: la persona no solo está convencida de la necesidad de cambiar, sino que ya está implicada en acciones que implican cambio; d) mantenimiento: estadio en el que el cambio se ha producido y se trata de mantenerlo en el tiempo y de prevenir recaídas; e) recaída: después de un tiempo de cambio, la persona ha recaído en su conducta problema (vuelve a consumir, por ejemplo) y experimenta dolor y desmoralización. En el proceso de evaluación psicológica clínica, lo fundamental será delimitar bien —sobre todo— en qué problemas el paciente se encuentra en un estadio precontemplativo (poca conciencia y/o escasa predisposición al cambio) y en qué problemas se halla en estadio contemplativo (conciencia y predisposición al cambio): es fácil entender que la intervención deberá ajustarse al estadio de cambio en que se encuentra el paciente. 6. APEGO: el estilo de apego del paciente también es una información relevante y valiosa, ya que nos permite discernir la vivencia que tiene de sí mismo y de los demás. En nuestra práctica clínica utilizamos un instrumento para evaluar el apego (el Cuestionario de Relación, CR, de Bartholomew y Horowitz, 1991), aunque también tenemos en cuenta las narrativas del paciente. (Lucena, Cifre, Castillo Garayoa y Aragonés, 2015) Estos 6 apartados son, a nuestro juicio, una base general adecuada para realizar la formulación clínica. Base que deberá complementarse con conceptos teórico-clínicos específicos de la orientación teórica que sustente el trabajo de cada profesional. Al igual que abogamos por la importancia de realizar un proceso de evaluación psicológica clínica previo a la terapia, defendemos también la importancia de la teoría. Tanto la evaluación como el tratamiento necesitan ser guiados por un marco teórico coherente y flexible. Un psicólogo sin teoría es muy probable que dé «palos de ciego», que aplique intervenciones incoherentes y/o parciales, y no es descartable que alguno de esos palos de ciego dañe al paciente. Abogamos, pues, por una práctica clínica que no pierda nunca de vista los referentes teóricos que la sustentan; abogamos por un uso reflexivo y, por lo tanto, no dogmático de las teorías. Y cuando hablamos de «uso reflexivo» estamos apuntando a la importancia de conocer potencialidades y límites. Más que criticar a las orientaciones teóricas diferentes a la propia (pernicioso hábito todavía presente, pero por fortuna en menor medida que hace años), damos un valor extraordinario a la autocrítica. Mientras que a menudo la crítica a otra orientación se basa en tópicos y deformaciones, la crítica a la propia orientación teórica es mucho más rica porque está basada (o debería estarlo) en un conocimiento profundo de aquello que se cuestiona. Pero volvamos a la formulación clínica. La presencia en ella del apego ya apunta al valor que otorgamos a ese referente teórico. Además, desde la perspectiva psicoanalítica que sustenta nuestro trabajo, se pone énfasis en aspectos como el tipo de ansiedad predominante, los mecanismos de defensa que usa el paciente, su autoconcepto y sus patrones relacionales, algunos de los cuales se desplegarán también en la relación con el terapeuta (transferencia) y generarán la correspondiente reacción (contratransferencia). Deténgamonos brevemente en el tema de los patrones de relación. Muchas de las consultas de los pacientes tienen que ver con dificultades interpersonales, dificultades que a menudo se van repitiendo en diferentes vínculos, pasados y presentes (Strupp y Binder, 23 1993). Desde el modelo psicoanalítico, el método CCRT (Core Conflictual Relationship Theme) de Luborsky es una forma sencilla de operativizar conflictos de relación. A partir de lo que el paciente nos comunica en el proceso de evaluación (primera entrevista, entrevista anamnésica) sobre sus relaciones con los demás, se explicitan o podemos inferir tres componentes relacionales del método CCRT (Luborsky y Crits-Christoph, 1990): 1. Deseos, necesidades o intenciones del paciente hacia los demás (D): qué espera, qué busca en sus relaciones, cuáles son sus expectativas. 2. Respuesta que el paciente recibe, anticipa o percibe de los otros (RO): cómo se siente tratado. 3. Respuesta del paciente ante la respuesta de los demás (respuesta del self, RS): cómo reacciona el paciente ante el trato recibido o percibido. Los múltiples estudios empíricos realizados con el CCRT (Cabré et al., 2005; Luborsky et al., 2004) ponen de manifiesto que los deseos más frecuentes de los pacientes (D) son afecto, proximidad, aceptación y comprensión, autonomía e independencia; sin embargo, lo que caracteriza a los pacientes es que con más frecuencia reciben o perciben respuestas negativas en los otros (RO-), rechazo, oposición, control, de manera que su reacción final (RS) implica malestar y sufrimiento (decepción, depresión, enfado). Los deseos, respuestas del otro y respuestas del self más frecuentes constituyen el patrón relacional del paciente; por lo tanto, uno de los principales objetivos terapéuticos consistirá en trabajar con el paciente para que pueda observarlos y modificarlos. Sin caer en un determinismo simplista, se da también valor a las experiencias infantiles, sobre todo porque podemos vislumbrar en ellas la fuente de conflictos relacionales actuales, tanto consigo mismo como con los demás. Por último, sin ánimo de exhaustividad, cabe destacar los esfuerzos por operativizar conceptos clásicos como «conflicto» o «estructura», así como el creciente peso que en la evaluación y en el tratamiento psicoanalítico tiene la capacidad de mentalización y de regulación de las emociones, a la que volveremos a referirnos más adelante (Fonagy, 2004; Grupo de Trabajo OPD, 2008). Pues bien, a partir de esta información, clasificada de la manera que acabamos de describir, estamos ya en disposición de realizar la formulación clínica en forma de diagrama.Para ello, situaremos lo que sabemos del paciente en tres niveles: 1. Aspectos de la biografía del paciente que han podido influir en su personalidad (en sus recursos y en sus dificultades) y/o en sus conductas-problema. 2. Personalidad, patrones de relación, estilo de apego, formas de verse a sí mismo y a los demás que no son coyunturales, sino que perduran en el tiempo. En este nivel situaremos el «eje vertebrador del caso», es decir, aquella característica que consideramos que define y explica mejor las dificultades del paciente. 24 3. Síntomas, conductas específicas, cómo actúa y se desenvuelve el paciente en su vida actual. Algunos de estos niveles pueden subdividirse para ajustarlos mejor a la particularidad de cada paciente. Para completar la formulación clínica, relacionaremos mediante flechas los distintos elementos que la componen. Por lo tanto, lo que nos ha comunicado el paciente queda esquematizado en un diagrama que presenta un elemento central vertebrador, el cual permite relacionar pasado y presente, aspectos más profundos y estructurales con aspectos más sintomáticos y conductuales, vincular la biografía del paciente con su personalidad, sus síntomas y lo que hace o deja de hacer en su vida cotidiana. Siempre hay que incluir los recursos personales y relacionales del paciente, sus capacidades, fortalezas y aspectos preservados. A partir de ese diagrama realizaremos la devolución y la indicación terapéutica. En algunos casos puede ser útil mostrar la formulación clínica al paciente, utilizándola como esquema de apoyo a lo que explicamos en la entrevista de devolución. Como es obvio, de dicha devolución podemos omitir aquellos aspectos que si los explicitamos pueden provocar al paciente más daño que beneficio. La formulación clínica, pues, sintetiza el proceso de evaluación psicológica que se ha realizado. A medida que la psicoterapia avance, esa formulación clínica inicial se puede completar, matizar y ajustar al cambio que presente el paciente (más adelante, el caso 1 es una aplicación práctica de esta forma de elaborar la formulación clínica). 2.3. Psicoterapia: criterios de indicación En el apartado anterior vimos que una formulación clínica bien elaborada debería permitirnos ajustar la indicación terapéutica, una de las decisiones más difíciles de la práctica clínica. Conviene tener presente que toda psicoterapia ha de tener criterios de indicación y de contraindicación. Ningún tratamiento, por óptimo que sea, sirve para todo el mundo y en todas las circunstancias. Nadie duda de la bondad de los antibióticos, pero sabemos el perjuicio que pueden causar si se toman de manera inadecuada, para tratar un resfriado o una gripe, por ejemplo. Todo lo que es capaz de ayudar también puede dañar, de modo que tengamos siempre presentes los criterios de indicación y contraindicación de las psicoterapias. En general, hay tres estrategias básicas de intervención: la intervención de apoyo, la que persigue un cambio conductual específico y la intervención de insight. Toda psicoterapia resulta de la combinación de esas tres estrategias, cada una de las cuales busca promover capacidades específicas en el paciente (Crittenden, 1992): a. APOYO: el terapeuta expresa empatía y procura contener el malestar del paciente. Siempre dentro de los límites de una relación profesional, el terapeuta se muestra disponible y tiene una actitud de cuidar y de promover confianza, seguridad y autovaloración. 25 b. CAMBIO CONDUCTUAL: el terapeuta intenta promover que el paciente se comporte de manera diferente o que pase a la acción (si estaba paralizado), lo cual permitirá desarrollar autonomía, sentimiento de autoeficacia y control sobre la propia vida. c. INSIGHT: el terapeuta ayuda al paciente a definir, reconocer, poner palabras, aclarar y comprender sentimientos, conductas, relaciones, etc. Se busca promover el conocimiento de uno mismo y de los demás, la función reflexiva y la regulación de las emociones, ya que sin comprensión ni reflexión se incrementan la agitación, la ira, el conflicto. ¿Cuál o cuáles de las tres estrategias terapéuticas son las más adecuadas para un paciente en concreto? ¿Debemos plantear una intervención focalizada y breve o prolongada en el tiempo? Estas son algunas de las preguntas que se hace el terapeuta en el momento de plantear la indicación de tratamiento. Las respuestas a estas preguntas no solo dependen de las particularidades del paciente, pues las características institucionales y de los profesionales también inciden en la decisión final. Una de las preguntas que nos hacíamos en el párrafo anterior tiene que ver con la duración de la intervención. En ocasiones sí puede establecerse a priori durante cuánto tiempo se extenderá la terapia, pero no siempre es posible preverlo. Está indicada una intervención breve (entre 6 y 24 sesiones) cuando ha aparecido una situación de estrés externo que ha generado malestar, pero el paciente tenía un buen funcionamiento premórbido y una sólida red relacional. Por el contrario, se requiere un tratamiento más frecuente y largo cuando deben trabajarse patrones relacionales persistentes y patologías de mayor gravedad y/o cronicidad, sobre todo en personas de pobre funcionamiento premórbido y escaso apoyo social. Un comentario final alrededor del tema de la frecuencia y duración de la psicoterapia: en algunos casos una ayuda terapéutica puntual, durante unas semanas o unos meses, permite a la persona seguir adelante y no requerir nunca más ayuda; en otros casos, sin embargo, el paciente necesita lo que podríamos denominar una «terapia intermitente», es decir, realizar psicoterapia durante un tiempo en diferentes momentos de su vida. Si centramos la mirada en el terapeuta, la indicación de tratamiento se verá afectada por su orientación teórica y su formación. La personalidad y las capacidades y limitaciones de cada profesional harán que aplique mejor unas técnicas que otras: hay buenos y malos terapeutas, como en cualquier profesión, pero, centrándonos en los buenos profesionales, algunos se manejan mejor con técnicas directivas, conductuales, que con técnicas de diálogo e insight; o conectan muy bien (o muy mal) con adolescentes; o son especialmente hábiles en las terapias breves. Las preferencias y los límites del profesional influyen en la opción terapéutica que indicará, y es imprescindible que esas preferencias y límites sean conocidos. El entorno institucional (práctica privada, centros públicos ambulatorios de salud mental, hospitales de día, etc.) también influirá en la duración, la frecuencia y el tipo de tratamiento ofrecido. Pero claro, las características del paciente son las que deberían 26 determinar la indicación terapéutica. Repasemos a continuación algunas consideraciones sobre indicación terapéutica y sobre las características clínicamente relevantes para dicha indicación. Como veremos, algunas de las observaciones se refieren a indicación terapéutica de apoyo, de cambio conductual o de insight, aunque al final del apartado incluimos criterios de indicación específicos de una modalidad de psicoterapia incluida en las terapias de insight: las terapias psicoanalíticas. La confección de las próximas líneas se basa sobre todo en Groth-Marnat (2009) y en el manual desarrollado por el Grupo de Trabajo OPD (2008), si bien se añaden referencias específicas en otros apartados. 2.3.1. Malestar subjetivo Es un buen indicador pronóstico que exista un cierto grado de malestar subjetivo, ya que ejercerá un efecto motivador para buscar ayuda y trabajar las dificultades. Tanto el sufrimiento extremo como la ausencia de sufrimiento (pensemos por ejemplo en personalidades psicopáticas) empeoran el pronóstico. Si el malestar subjetivo es fuerte, si el sufrimiento es intenso, la intervención podrá estar dirigida al cambio conductual y/o al insight, dependiendo de las características globales del paciente, y deberá tener un alto contenido de apoyo. 2.3.2. Gravedad del problema La gravedad del problema es una característicafundamental para la indicación terapéutica, en especial por lo que respecta a la frecuencia y duración del tratamiento requerido. La gravedad está determinada por la intensidad del malestar subjetivo y por el grado en que el problema interfiere y compromete la vida del paciente (trabajo, estudios, roles familiares, salud, etc.).Una mayor gravedad también está asociada, como decíamos, a mayores dificultades del paciente para afrontar sus responsabilidades cotidianas, a una fuerza yoica precaria y, en general, a una escasa capacidad de insight. En el extremo contrario, hay que estar atentos a personas que consultan pero que probablemente no requerirán iniciar una psicoterapia, ya que pueden estar viviendo algunas dificultades asociadas a nuevas situaciones vitales que generan un estrés pasajero (un cambio de trabajo que genera inquietud, por ejemplo) o bien porque están en duelo, todo ello con una personalidad preservada y un buen apoyo social. Cuando se ha perdido a alguien querido, por ejemplo, es absolutamente normal y saludable sentir malestar, de modo que conviene abstenerse de intervenir para que así la persona pueda desplegar los recursos propios de elaboración del duelo, sin interferencias externas. Sí requerirá intervención, por supuesto, el duelo que se complica y enquista. 2.3.3. Ingreso El ingreso puede estar indicado en trastornos que requieren una intervención intensiva 27 porque implican riesgo de actuaciones que comprometen seriamente el bienestar y la vida del paciente y/o de los demás: psicosis aguda, depresión con riesgo de suicidio, trastorno bipolar, trastorno límite de la personalidad, consumo crónico y grave de drogas, etc. 2.3.4. Apoyo social En párrafos anteriores hacíamos referencia a esta característica, a que el paciente cuente con una red relacional no necesariamente muy amplia pero sí de calidad: pareja, familia, amigos, vínculos sólidos en el ámbito laboral, etc. El apoyo social promueve la confianza y el sentimiento de ser respetado y querido. En pacientes con alto apoyo social no será tan importante el componente terapéutico de apoyo, y una intervención breve de insight puede ser el tratamiento de elección. Las personas con bajo apoyo social se benefician más de las intervenciones que combinan estrategias de apoyo con la promoción de cambios conductuales específicos. 2.3.5. Estilo de afrontamiento Los pacientes más externalizadores, en los que hay menos sufrimiento interno y predomina la impulsividad y la actuación, tienden a responder mejor a terapias centradas en el cambio conductual. Por el contrario, los pacientes internalizadores tienen más malestar subjetivo (ansiedad, depresión, obsesividad) y para ellos está más indicada una terapia de insight. 2.3.6. Estadio de cambio Ya nos hemos referido a la importancia de evaluar en qué estadio de cambio se encuentra el paciente respecto a cada uno de sus problemas principales. Delimitar bien este aspecto es determinante para la indicación terapéutica. Cuando predomina la precontemplación, si la conciencia de problema es escasa o nula, no es adecuado plantear de entrada un trabajo para lograr algún cambio conductual ni una terapia de insight: el tratamiento deberá tener un fuerte componente de apoyo, será prioritario fortalecer la relación terapéutica y ayudar poco a poco al paciente a darse cuenta de las dificultades. Los pacientes en estadio de cambio contemplativo pueden mostrarse motivados y receptivos a cualquier tipo de terapia, y serán otras características las que determinarán si ha de ser preferentemente de insight o si ha de buscar un cambio conductual específico. 2.3.7. Alianza terapéutica En la indicación terapéutica influye la solidez de los componentes de la alianza terapéutica (vínculo emocional entre paciente y terapeuta; acuerdo en los objetivos de la 28 terapia; acuerdo en cómo conseguir esos objetivos). La presencia de elementos de apoyo es imprescindible cuando la alianza es baja, mientras que si la alianza terapéutica es alta, el paciente se mostrará receptivo a las propuestas de tratamiento que haga el terapeuta. 2.3.8. Modelo explicativo del paciente En las entrevistas de evaluación debemos estar atentos a la «teoría» o modelo explicativo que todo paciente tiene sobre su problema, si lo considera a) fruto de influencias externas, del entorno, de los demás, de las circunstancias de la vida; b) producto de una disfunción de tipo orgánico-cerebral, por ejemplo de un «desequilibrio químico»; o bien c) el paciente se da cuenta de que sus puntos de vista, sus actitudes y la forma de relacionarse están asociadas al desarrollo de esos problemas. Hay personas que presentan combinaciones de esas tres perspectivas, y uno de los trabajos de la psicoterapia puede ser precisamente modular o matizar la teoría del paciente sobre sus problemas. En cualquier caso, al menos de entrada, deberían prevalecer los elementos de apoyo cuando la teoría explicativa del paciente apunta a su entorno y a sus circunstancias vitales. El paciente probablemente se mostrará receptivo al tratamiento farmacológico si tiene una hipótesis biologista sobre sus problemas; y una terapia de insight será una buena opción terapéutica si considera que en sí mismo está la clave de sus dificultades, sobre todo si muestra buena capacidad de introspección. Esas hipótesis del paciente sobre la causa de sus problemas acostumbran a estar acompañadas de unas expectativas sobre el cambio a lograr, pudiendo predominar la necesidad de apoyo emocional, de desahogo o consuelo (apoyo), la búsqueda de consejos, de técnicas concretas encaminadas a reducir síntomas específicos (cambio conductual) o el interés por incrementar la conciencia y la comprensión del mundo interno (terapia de insight). Hay, pues, pacientes más propensos a un tipo de terapia o a otro. 2.3.9. Estructura Señalábamos en párrafos anteriores la importancia de la operacionalización de conceptos psicoanalíticos realizada por el Grupo de Trabajo OPD (2008). Uno de ellos es el de «estructura de la personalidad», definido como el conjunto de funciones psíquicas que facilitan la regulación del self y de las relaciones interpersonales. Una estructura fuerte implica que la persona se percibe y percibe a los demás de manera realista, regula adecuadamente sus impulsos y es capaz de relacionarse de manera apropiada. Los pacientes con estructura fuerte pueden realizar cualquier tipo de psicoterapia, en especial terapias de insight. En pacientes con estructura débil, estarían más indicadas las terapias de cambio conductual, con un componente importante de apoyo. 2.3.10. Insight 29 Buena parte de las psicoterapias (en especial las psicoanalíticas) requieren una cierta capacidad de insight inicial, que lógicamente aumentará a medida que se desarrolle el tratamiento. El paciente debe mostrarse abierto a considerar que sus síntomas tienen una base psicológica, que son producto de conflictos internos y relacionales, y estar también suficientemente motivado para explorar y comprender esos conflictos. La autocomprensión característica del insight tiene un componente intelectual (reconocimiento cognitivo del origen o propósito de los síntomas), pero debe prevalecer el componente emocional: vivir un conflicto o dificultad de manera diferente, con mayor sensación de dominio, sin la confusión que era habitual (Barber, Muran, McCarthy y Keefe, 2013). 2.3.11. Apego Diferentes investigaciones señalan la necesidad de ajustar la indicación y la estrategia terapéutica al tipo de apego del paciente. Así, en los pacientes de «apego evitativo», en los que predomina la desactivación emocional, se debería respetar la necesidad de distancia interpersonal, la precaución del paciente a la hora de establecer confianza y ayudarlo poco a poco a conectar con experiencias emocionales dolorosas. En el caso de pacientes de «apego preocupado-temeroso», más propensos a la hiperactivación emocional, deberíamos ser muy prudentes a la hora de explorar experiencias traumáticas y ayudar a «pensar sobre el sentir»(McBride, Atkinson, Quilty y Powell, 2006). 2.3.12. Mentalización Procedente de la teoría del apego, en los últimos años ha irrumpido con fuerza en el psicoanálisis (y en otras orientaciones) el concepto de «mentalización», que hace referencia al proceso mental por el que una persona interpreta que las acciones de sí misma y de los demás están determinadas por estados mentales intencionales, por deseos, necesidades, sentimientos, creencias, etc. (Fonagy, 2004). Simplificando, el concepto de mentalización recogería la capacidad de insight (mentalización sobre uno mismo) y añadiría lo que podríamos denominar «insight sobre el otro», es decir, la capacidad de entender por qué otra persona actúa como actúa. Cierta capacidad de mentalización es necesaria para realizar una terapia psicoanalítica y, tal como decíamos respecto al insight, uno de los objetivos del tratamiento psicoanalítico será justamente potenciar la capacidad de mentalización del paciente. En síntesis, un paciente con cierta capacidad de mentalización y que presente problemas o síntomas que puedan explicarse por sus dificultades de relación, sería un paciente óptimo para una psicoterapia psicoanalítica. 30 31 PARTE II 32 Caso 1 Fátima: estrés postraumático y apego En este caso aplicaremos el modelo de elaboración de la formulación clínica que hemos explicado en el capítulo anterior. Fátima es una chica de 19 años, de origen marroquí. Su madre se fue de casa cuando Fátima era pequeña debido al maltrato de pareja que sufría, y no sabe nada de ella desde entonces. Fátima también fue maltratada por su padre, sobre todo al llegar a España, a los 10 años. Debido a ello, a los 16 años ingresó en un centro de protección, donde estuvo hasta los 18 años. Fátima vive actualmente con dos chicas en un piso compartido. En la primera entrevista hace un resumen de su vida y de lo que le preocupa. Se expresa con claridad y vehemencia, aunque a menudo se para de repente y pronuncia un exaltado «¡no sé!», como si la hubiera invadido la confusión y lo que estaba narrando se hubiera hecho absurdo e ilógico. Sin desaparecer la sensación de fortaleza que transmite, en esos momentos del «¡no sé!» también comunica que puede sentirse perdida y desorientada. Fátima explica que para ella es muy importante vivir con otras personas, poder hablar y relacionarse, y echa de menos el centro donde estuvo desde los 16 años: «Allí siempre había alguien con quien hablar, una educadora, una chica, la cocinera… ¡alguien!». Considera que es demasiado joven para vivir de manera autónoma y se queja de que le faltan capacidades que para otros son sencillas: «No sé freír ni un huevo», dice. Sí reconoce su habilidad para influir sobre la gente, y dice que es protagonista allí donde está, en clase, en el piso, en el centro donde vivió: «En el centro yo llegaba y me dejaban mi sitio en el sofá en el que siempre me ponía, y me daban el mando de la tele… ¡lo pienso ahora y lo veo muy fuerte!». Como hemos dicho, desde pequeña sufrió maltrato por parte de su padre: «Era alcohólico, bueno, supongo que lo sigue siendo, y me pegaba hostias porque sí, porque le daba la gana, patadas, golpes con su correa, me encerraba en una habitación a oscuras… ¡eso me daba terror!». Recuerda también el maltrato de su padre hacia su madre: «Vi muchas veces cómo le pegaba con una manguera, y una vez mi padre le puso un cuchillo a mi madre en el cuello y decía que la iba a matar. Apareció un vecino en casa y paró…». El terapeuta pregunta si esos recuerdos le vienen a menudo a la mente: «Parece que no me puedo quitar todo eso de la cabeza, estoy haciendo cualquier cosa y me vienen los recuerdos, y muchas noches sueño lo mismo, eso del cuchillo… (llora)». Cuando tenía 16 años, el tutor de su colegio se dio cuenta de que tenía moratones en los brazos y las piernas, y lo denunció a la policía; intervino Servicios Sociales e ingresó en un centro de protección. Desde entonces no sabía nada de su padre, aunque hace unos días una persona conocida le ha dado noticias suyas y eso le ha provocado 33 ansiedad: «¡Yo solo quiero que me deje tranquila!». Fátima explica por qué viene a terapia: «A veces me siento como inestable por dentro, con ganas de llorar… a veces también tengo ganas como de pegar a alguien, o de romper cosas… no sé qué me pasa, ¡no sé!». Refiriéndose a sus compañeras de piso, también a otras personas que la conocen, dice: «La gente cree que me conoce, pero no me conoce… (duda) ¡bueno, no sé!». Comenta que tampoco se conoce a sí misma y que quiere que la terapia le ayude en ese tema. Finalizada la primera entrevista, se encuadra para la siguiente semana una anamnesis (véase capítulo 2), y se plantea también la administración de un test de sintomatología clínica (SCL-90-R) y uno de evaluación del apego (CR, Cuestionario de Relación de Bartholomew). El SCL-90-R permite cuantificar la presencia e intensidad de los síntomas psicopatológicos que han aparecido en las entrevistas iniciales, y en muchas ocasiones revela otros que no han sido verbalizados; además, la administración de dicho test al final de la terapia facilita la evaluación del tratamiento. El CR, por su parte, evalúa el apego, aspecto muy significativo para comprender los procesos interpersonales, sobre todo en personas que han sufrido maltrato. Veamos los aspectos más destacados que aparecen en la entrevista anamnésica. Primer recuerdo: «Cuando estaba en el pueblo, con mis padres y con mis abuelos, ir al colegio, en casa… y sobre todo lo que te expliqué el otro día del cuchillo…». Embarazo, parto: «No sé… mi abuela me explicó que nada más tenerme mi madre se fue un tiempo a casa de sus padres, por lo del maltrato de mi padre. Después volvió, pero cuando yo tenía 8 años se fue para siempre». Primeros desarrollos (alimentación, marcha, habla, control de esfínteres): «No sé, creo que todo bien. En este tema [control de esfínteres] he sido una campeona». El terapeuta pregunta en qué más ha sido una «campeona»: «También a nivel de estudios, de cuidar a mi hermano… aunque mi padre lo valoraba más a él… ¡pues que se vayan a la mierda los dos! En el tema del pañuelo (hiyab) no, en eso he sido muy rebelde». Escolaridad: comenta que ha estado en muchos colegios, en demasiados: «¡Odio los cambios, he pasado por tantos!». Señala que los estudios se le han dado siempre bien: «Tenía nivel, pero mi padre me fue interrumpiendo los estudios. Ahora mi padre ha reaparecido y eso me está afectando, es como si el pasado volviera». Respecto a la relación con los compañeros, explica que de pequeña era «muy miedica, sobre todo hacia los chicos, porque me decían que ni se me ocurriera acercarme. A partir de la ESO* me solté un poco más, y ahora me relaciono con quien quiero». Su rendimiento en los estudios ha bajado, y no tiene claro que pueda superar el curso (estudia un grado medio de formación profesional en el ámbito socioeducativo): «¡Soy imbécil, estoy enviándolo todo a la mierda!». 34 El ingreso en el centro de protección lo vivió como algo traumático, aunque después de unos meses se sintió muy bien: «Han sido los mejores años de mi vida, nunca he sido tan feliz como ahí, he dado mucho y he recibido mucho. Las educadoras y los educadores eran como mis padres». Comenta la importancia de un educador en concreto: «Me gustaría que fuera mi padre, es inteligente, culto, cariñoso, tiene carácter. Me daban miedo los hombres y con él confié». Sobre sí misma, señala: «Me cuesta mostrar mi yo, aunque pueden contar conmigo. Tengo facilidad para hacer amigos, yo soy muy de risas, pero no me resulta fácil abrirme. A veces estoy escuchando a alguien que me explica su vida, pero yo no hago lo mismo (…). Últimamente estoy más amargada. Si no hubiera pasado lo pasado, mi vida sería perfecta. El respeto, la generosidad, son valores marroquíes que he perdido… me he abierto tanto que lo he perdido. En los estudios estoy perdiendo tiempo y capacidades. Las mujeres que fuman van al infierno: pues empecé a fumar por rebeldía. En Marruecos quieren
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