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XXI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 8 - 11 nov. 2016 1 Evaluación de políticas públicas, inclusión y gobernanza: una reflexión teórico-analítica Carolina Muñoz Mendoza Ismael Blanco Fillola La evaluación de políticas y su potencial democratizador El debate en torno a la evaluación de políticas públicas concuerda en su potencial democratizador (Monnier, 1995; Bustelo, 2013; Subirats, 1995; Rosanvallon, 2007) como herramienta que puede contribuir a la legitimidad de la acción pública expresada en las políticas que se evalúan y a la confianza en la institucionalidad pública expresada en los organismos que despliegan dichas políticas, atributos que se conciben como elementos centrales para el fortalecimiento democrático, y que forman parte de los objetivos del diseño institucional de las políticas de evaluación a nivel iberoamericano (Cunill y Ospina, 2012, Martínez, 2015; Cardozo, 2005, Ospina, 2002). En contraste con ello, las evidencias indican que la principal debilidad de la evaluación en la región, es su escasa contribución a esos objetivos político-democratizadores.Este déficit se expresa en la predominancia de evaluaciones estándar a escala nacional, con métodos y criterios economicistas que desconocen la complejidad de las políticas, los problemas públicos que abordan, sus particularidades sectoriales o territoriales, y que no incluyen a los actores relevantes en las evaluaciones (Cunill y Ospina, 2012; Neirotti, 2012, Recuenco, 2015; Subirats, 2005). De esa manera, la agenda investigativa planteacomo desafío que la evaluación despliegue se función democratizadora, principalmente mediante la inclusión de actores sociales en las evaluaciones, aplicando métodos participativos que lo permitan (Cardozo, 2005; Martínez, 2015; Feinstein, 2012). Desde nuestra perspectiva, el desafío empírico que implica la función democratizadora que se prescribe teórica e institucionalmente a la evaluación, implica simultáneamente el desafío teórico de profundizar las diversas corrientes y supuestos normativo-conceptuales que subyacen a esos postulados, problematizar la idea de inclusividad que se sugiere como alternativa y aportar marcos analíticos que faciliten su comprensión y eventual despliegue. Nuestra hipótesis de partida es que el potencial democratizador de la evaluación tiene directa relación con la función que le corresponde en el control de la acción pública, en tanto proceso básico de los sistemas democráticos, que se desarrolla en el marco de estructuras conformadas por distintos actores sociales y estatales, quienes aplican diversos mecanismos (uno de ellos la evaluación), mediante los que se pretenden incidir, vigilar y controlar el comportamiento de los demás actores públicos (Crozier, 1992; Subirats, 2005; Rosanvallon, 2007). Se trata por tanto de un fenómeno de naturaleza relacional, que se construye mediante interacciones sociedad-estado, donde se encontraría el núcleo duro que la evaluación debe atender para fortalecer su potencial democratizador y que por tanto, requiere una perspectiva relacional para analizarlo. XXI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 8 - 11 nov. 2016 2 Frente a ello, recurrimos al enfoque de gobernanza, especialmente en su vertiente participativa, interactiva o en red (Blanco y Gomà, 2003; Kooiman, 2005; Martí y Parés, 2011), para sostener que la sola inclusión de actores en los métodos evaluativos, sería insuficiente si al mismo tiempo no se facilita sus interacciones en torno a los procesos evaluativos, que además de los métodos incluyen la definición de agendas de evaluación y el uso que se da a las evaluaciones. Dentro del debate teórico del campo disciplinar de la evaluación, los primeros antecedentes de la discusión sobre su potencial democratizador pueden situarse en el marco de los enfoques de “cuarta generación” (Guba y Lincoln,1989) de aproximación constructivista, que abogaron por la necesidad de contemplar el contexto social e incluir la perspectiva de los actores relevantes a las intervenciones que se evalúan, ello en contraposición con los enfoques clásicos de aproximación positivista, que caracterizó las tres primeras generaciones de evaluadores1. Lo anterior, bajo el argumento de que la realidad social y su complejidad, no pueden abordarse desde lógicas mono-causales, sino multidimensionales y contextuales, que fueron los principios básicos del constructivismo evaluativo. En una primera etapa, desde la década de los setenta del siglo pasado, este giro epistemológico dio lugar a una serie de innovaciones metodológicas que hasta el día de hoy proliferan, especialmente en cuanto a la inclusión de la participación a nivel de métodos evaluativos2. De la mano de este proceso, se abrió una fase de politización de la evaluación, que reforzó la tendencia participativa que el constructivismo evaluativo venía gestando. Una de las primeras referentes fue Weiss (1975) quien defiende la naturaleza eminentemente política de la evaluación, atendiendo a que son procesos en que se confrontan actores, recursos e interesesy que por tanto, implican poder en juego. Mac Donald (1979) por su parte, plantea que siendo la principal labor de la evaluación emitir de juicios valorativos que afectan los recursos e intereses de personas, instituciones o actores sociales, cumple necesariamente una función política yparticularmente “democrática”, en el sentido que los métodos evaluativos deben incluir la perspectiva de esos actores. Posteriormente, a partir de los años noventa, el debate se abrió a analizar más allá de la naturaleza política de los procesos evaluativos y las necesidades metodológicas (más participativas) que esto impone, pasando a problematizar el rol y función política que la evaluación juega en los contextos sociales e institucionales de los que forma parte, discusión que es especialmente aplicable al campo de la evaluación de políticas públicas y que refuerza su definición como herramienta de control de la acción pública como veremos. 1De acuerdo a Guba y Lincoln (1989), las corrientes teóricas (generaciones) positivistas, se enfocaban en la medición, la descripción y la valoración objetiva de las intervenciones que se evaluaban, desconociendo variables de contexto y el rol de los actores. 2 Dentro de los nuevos enfoques se encuentran la evaluación “iluminativa (enlightenment)” de Carol Weis, de “meta libre (goal free)” de Michael Scriven, “situada o de contexto” de Lee Cronbach, “responsiva (responsive evaluation)” de Robert Stake, o “participativa y colaborativa (colaborative and particpatory evaluatión)” de Bradley Cousins. Para mayor profundización de los enfoques teóricos de evaluación, revisar Ballart (1996), Alkin (2004), Guba y Lincoln (1989). XXI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 8 - 11 nov. 2016 3 En esa perspectiva, Alkin (2004) con su teoría “árbol de la evaluación”, realiza un aporte interesante pues plantea que en el desarrollo teórico de esta disciplina existen tres ramas o corrientes principales, una de las cuales se orienta al control y el accountability3, donde identifica diversos enfoques que promueven la inclusión de actores en los métodos evaluativos, y la activación de mecanismos de coordinación que permitan que la información evaluativa se use con fines de rendición y control. En esa misma línea y más recientemente, Bustelo (2013) concuerda en la efectiva necesidad de generar evaluaciones más inclusivas y metodológicamente confiables, pero también políticamente “creíbles”, atributo que a su juicio incide directamente en la legitimidad y confianza de las políticas. De acuerdo a estos planteamientos,desprendemos que la función política de la evaluación no radica solo en la inclusiónde actores, sino también en la efectiva articulaciónque ellos establezcan para el control de las políticas, cuestión que interpela directamente a las políticas de evaluación, donde se definen los cursos de acción y mecanismos de coordinación de la práctica evaluativa. Aportando a esta discusión, el enfoque de evaluación pluralista de Monnier (1995), plantea que en el marco del control de la acción pública, la evaluación es un espacio de convergencia política entre diferentes actores públicos y privados, más allá del estado. Su mayor preocupación es el reconocimiento de esa complejidad y la integración de las diversas perspectivas y prácticas de evaluación, que operan en tres niveles: una “reglamentaria” ejercida por los organismos de control bajo criterios de legalidad, una “gerencial” ejercida por los sectores o niveles de gobierno que implementan las políticas bajo criterios de eficacia, y una “política”, que resguarda criterios de transparencia y responsabilidad pública, donde el rol de la ciudadanía ha de ser clave. De esa manera, las políticas de evaluación debieran contemplar que la agenda evaluativa por su diversidad, requiere no solo integrar mayor cantidad de actores “en” las evaluaciones, sino generar articulaciones “entre”las distintas evaluaciones que ellos desarrollan, lo que desde nuestra perspectivaremite a una discusión más enfocada en el ámbito relacional, que complemente el debate por la inclusividad. Otra contribución relevante se encuentra en el enfoque de evaluación múltiple (Majone, 1997) que, reconociendo la pluralidad de actores que intervienen en la evaluación de políticas, se enfoca en la multiplicidad de métodos y técnicas que ellos aplican para evaluar, más allá de la investigación evaluativa propiamente tal, necesarios de integrar, de tal manera que se produzcan juicios evaluativos “amplios, consensuados y compartidos” que aporten legitimidad política mediante deliberación sustentada en “evidencias y argumentaciones”. Por su parte, la “evaluación centrada en el uso” (Patton, 2008), releva como un elemento central la “utilización” que los actores dan a los resultados de las evaluaciones, para lo cual se requiere producir información relevante y comprensible a todos ellos. 3 Las otras dos ramas corresponden a la investigación evaluativa como método para producir información evaluativa y la segunda, se enfoca en el resguardo de la rigurosidad metodológica para la emisión de juicios valorativos válidos. XXI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 8 - 11 nov. 2016 4 A partir de sus ideas, la preocupación no solo debe centrarse en la utilidad para la mejora organizativa de las políticas, sino especialmenteen el uso que los actores, en términos de control político, pueden hacer de la información evaluativa. Como vemos, el desarrollo teórico-disciplinar de la evaluación demuestra su naturaleza eminentemente política y la función de control de la acción pública que le corresponde a través de las políticas que evalúa. Este proceso acontece en contextos plurales, con diversos actores que requieren ser incluidos en las prácticas evaluativas, al mismo tiempo que interactuar en torno a ellas, de tal manera que se generen las influencias mutuas que el ejercicio de control implica. De esa manera y en el caso iberoamericano, el déficit democratizador residiría también en la escasa interacción que las políticas de evaluación prevénentre actores y prácticas evaluativas, y las dificultades que para ejercer control político ello implica. La pertinencia de una aproximación relacional Como se ha expuesto, la visión plural-democratizadora de la evaluación, reconoce la complejidad de los procesos de políticas, caracterizados por la convergencia de múltiples actores e invita a ampliar la noción tradicional de evaluación, concibiéndola como una función pública vinculada al control político de las políticas y no solo como una herramienta de gestión administrativa o técnico-económica para su mejora organizativa. En ese contexto, el análisis de la dimensión relacional de las políticas de evaluación y más concretamente, las interacciones entre sus actores, ofrece nuevos espacios para la comprensión de los procesos socio-estatales que ellas implican. Siguiendo a Ostrom (2009) la capacidad de incidencia de los actores requiere estudiarse a través de sus interacciones, donde acontecen o no las influencias mutuas, y que se dan en un contexto de intercambios de poder “asimétrico” entre gobernantes y gobernados. De acuerdo a Peters (2003) en tanto las “reglas del juego institucional” trascienden a los individuos y actores pues regulan su conducta, sin embargo ellos, a través de sus interacciones, también tienen capacidad incidir en esas reglas y los cursos de actuación, de las políticas en este caso. Por su parte Subirats y knoepfel et al. (2008), señalan que para comprender la estructurasinstitucionales y los procesos de políticas, se requiere atender el campo relacional-interaccional, con foco en los actores. Atendiendo estas consideraciones, en este trabajo recurrimos al enfoque de análisis relacional que aporta la gobernanza, comprendiendo que la evaluación de políticas y sus posibilidades de ejercer control político, representan procesos de construcción social complejos, que operan en contextos multi-actor y multinivel, donde convergen distintos intereses, recursos y posiciones. Así, entendemos que la evaluación de políticas constituye un espacio de intercambio entre los diversos actores de la estructura de control público, sean éstos sociales y estatales, cuestión que las políticas de evaluación deben atender para facilitar la función de control político que, teóricamente, la evaluación está llamada a desarrollar. XXI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 8 - 11 nov. 2016 5 La gobernanza y su potencial para el análisis relacional de las políticas de evaluación En las últimas décadas la gobernanza se ha transformado en un importante objeto de estudio de las ciencias políticas y del análisis de políticas públicas en particular, especialmente en el campo de las relaciones internacionales, políticas urbanas y medioambientales (Bevir y Rhodes, 2003). En esta ocasión, recurrimos a ella como herramienta analítica para estudiar un campo diferente, como son las políticas de evaluación, principalmente desde la óptica de la gobernanza participativo-interactiva con foco en las redes de actores, como alternativa para la comprensión y despliegue del potencial democratizador de la evaluación. Si bien gobernanza es una categoría compleja por la polisemia y ambigüedad que le caracteriza (Blanco y Gomá, 2003; Mayntz, 2000) y sin pretender una revisión conceptual profunda, nos interesa apuntar que la literatura concuerda en que hace referencia a un concepto dinámico, relacionado con la acción de gobernar, modus operandi o la forma como se conducen los procesos de gobierno, caracterizada por la inclusión de diversos actores más allá del estado, dando cuenta de un distanciamiento importante respecto del modelo tradicional, concentrado en el poder político estatal (Rodhes, 2005; Peters y Pierre, 2005; Martí y Parés2011; Blanco y Gomà; 2003; Kooiman2005, Bevir y Rhodes, 2003). De acuerdo a Blanco y Gomà (2003: 5) la gobernanza es un modelo alternativo de gobierno, que imprime un nuevo modocooperativo y relacional “basado en la interacción en red entre distintos actores procedentes de distintos ámbitos (público, privado, sociedad civil) que se reconocen interdependientes entre sí”. El principal elemento que hace pertinente este enfoque para analizar y abordar los desafíos de laevaluación democratizadora, es que al igual que los fundamentos del pluralismo evaluativo que la sustentan, la gobernanza asume y reconoce la complejidad que implica la diversidad de actores en los actuales procesos sociopolíticos (Peters y Pierre, 2005; Blanco y Gomà, 2003; Martí y Parés, 2011; Kooiman, 2005), constatando que el estado ya no tiene el monopolio para conducir a solas, los asuntos públicos. En palabras de Mayntz (2005: 83), la gobernanza es una “una nueva manera de gobernar que es diferente del modelo de control jerárquico,” y según Kooiman (2005), es un proceso que responde a las limitaciones del tradicional orden y control público. Para Beviry Rhodes (2003) en tanto, la gobernanza deja fuera el concepto de estado “monolítico” y pone el acento en las interacciones a que dan lugar los procesos políticos. En el contexto del análisis de las políticas de evaluación y en un esfuerzo por sintetizar las múltiples clasificaciones que la literatura aporta, proponemos distinguir dos principales enfoques o modelos de gobernanza. Por un lado, la gobernanza gerencial (Guttman, 2004; Rhodes, 2005; Peters y Pierre, 2005), inspirada en la corriente de elección racional, que supone que los asuntos público-gubernamentales pueden abordarse desde la lógica de funcionamiento del mercado, principalmente a través de incentivos económicos. En consistencia con ello, este modelo se materializa principalmente mediante la inclusión de actores privados como co-proveedores de bienes y servicios públicos, contexto en el que se han gestado y se desarrollan las actuales políticas de evaluación iberoamericanas. XXI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 8 - 11 nov. 2016 6 En segundo lugar, la gobernanza participativa, interactiva o en red (Blanco y Gomà, 2003; 2003; Kooiman, 2005; Martí y Parés, 2011) que cuestiona los modelos de gobierno tradicional (burocrático y gerencial), planteando la necesidad incluir actores social- ciudadanos y no solo agentes de mercado en los procesos de políticas, y de fortalecer su capacidad de incidencia en las decisiones y cursos de acción pública, tal cual sugiere el sustento conceptual de los enfoques plurales de evaluación democratizadora. A partir de los planteamientos de Guttman (2004), la gobernanza “gerencial o de mercado” es un mecanismo para la delegación de responsabilidad pública, que atomiza al estado y su capacidad de influencia en favor del mercado, dado que excluye a la ciudadanía de los procesos de gobierno. En esa misma línea, Rhodes (2005) sostiene que la concepción de los ciudadanos como clientes que sustenta la gobernanza gerencial, tiene importantes limitaciones en términos de rendimiento democrático porque desconoce su derecho a incidir en los procesos de políticas. Respecto de la gobernanza participativao en red, Martí y Parés (2011: 6) señalan que se instala progresivamente como espacio para la articulación de políticas públicas, fundada en principios de “interdependencia, deliberación y coordinación entre actores”. A partir de Kooiman (2005) en tanto, se puede sostener que la gobernanza gerencialcomo modelo, ofrece un escaso campo para la interacción de actores sociales y estatales en los procesos de políticas, situación que disminuye sus posibilidades de influencias mutuas. En contraste con ello, la “gobernanza interactiva” como él define, propiciaría mayor y mejor interacción, con el consecuente aumento de su capacidad de incidencia. En esa misma línea, Blanco y Gomà (2003: 13) sintetizan que el modelo de gobernanza participativa requiere de tres condiciones fundamentales: el “reconocimiento de la complejidad” expresada en la diversidad de actores, la “participación” de esos actores en las tareas de gobierno y una “nueva posición de los poderes públicos”, con nuevas funciones e instrumentos para gestionar interacciones internas y la estructura de la red en su conjunto. Considerando estas distinciones y en el marco de la evaluación de políticas, es interesante revisar el dilema que imponen los modelos de gobernanza como marco estructurante de las políticas de evaluación y los modelos o procesos de gobernanza a que dan lugar las propias evaluaciones. En ese sentido, acogiendo las premisas del pluralismo evaluativo, un elemento condicionante para hacer frente al déficit democratizador sería que la evaluación desarrolle procesos de gobernanza participativa, que fortalezcan el campo interaccional e influencia mutuaentre actores en torno a los procesos evaluativos, sin embargo, cabe preguntarse si ello es posible en el marco del modelo de gobernanza gerencial que delimita las propias políticas de evaluación. Ante ese cuestionamiento, revisamos cuál es hasta ahora, la relación que la literatura establece entre evaluación y gobernanza, en qué medida aquella está confinada o no a las constricciones que implica el modelo gerencial, o en qué medida cuenta con márgenes de acción para fortalecer un nuevo modelo de gobernanza participativa. XXI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 8 - 11 nov. 2016 7 La relación entre evaluación y gobernanza Son recientes y escasos los trabajos que relacionan evaluación con gobernanza y la mayoría de ellos se concentran en debatir sobre el rol que cumple la primera respecto de la segunda. El consenso de este debateindica que la evaluación ha de ser un instrumento para facilitar la gobernanza, tendencia que denominamos evaluación para la gobernanzaen la medida que se le concibe como un medio para el fortalecimiento de esta forma de gobierno “relacional”, en tanto concepto genérico que se contrapone a la tradicional idea de gobierno estado- céntrico. Este último alcance es relevante porque si aplicamos la distinción conceptual básica que proponemos entre modelos de gobernanza, la tendencia de esta discusión es a un claro cuestionamiento de la vertiente gerencial y la generación de propuestas para que la evaluación contribuya a generar gobernanza participativo-interactiva. Aguilar y Bustelo (2010: 28) señalan que el análisis evaluación-gobernanzarequiere un replanteamiento de los supuestos que han convertido a la evaluación en un ejercicio estándar, enfocado en resultados, en el desempeño gubernamental y en los operadores de políticas, desconociendo la “complejidad de los escenarios pluralistas en que se desarrolla la acción gubernamental”. Así, la evaluación debiera transformarse en una herramienta al servicio de la gobernanza, mediante el desarrollo de enfoques de evaluación plural y participativa, que la fortalezcan como instrumento de profundización democrática. En esa misma línea, Gore yWells (2009) aportan evidencias de que la evaluación con enfoque gerencial, si bien mejora la eficiencia, minimiza el rol de la agencia social y política, porque no atiende la complejidad social. Así también Van Der Knaap (2006), que analiza las evaluaciones que aplica el presupuesto por resultados de los países bajos, cuestionan las limitaciones de los indicadores de evaluación gerencial, proponiendo incluir la perspectiva de las partes interesadas mediante un “giro argumentativo” que “ayude a elevar la calidad del diálogo y la toma de decisiones”, planteamientos que como vemos, se acercan a los principales supuestos sobre el potencial democratizador de la evaluación y su función de control político. La mayor parte deldebate sobre evaluación para la gobernanza se encuentra en el contexto europeo y norteamericano, y prioriza la forma cómo la evaluación contribuye a valorar la gobernanza, mediante métodos que la definan como objeto o criterio evaluativo, o que apliquen técnicasque permitan determinar la contribución de las políticas a los procesos de gobernanza pública.Dentro de esa tendencia, Aguilar y Bustelo (2010: 40) aportan un modelo de evaluación degobernanza que contempla las fases “diseño de la propuesta de gobernanza”, “proceso de puesta en práctica” y “resultados”, donde se esbozan una serie de dimensiones, parámetros e indicadores a observar. Otro trabajo es el de Varghese y Kutty (2012) quienes, respecto a la evaluación de un programa de inmunizaciones, evidencian la utilidad de aplicar el enfoque de gobernanza para comprender el comportamiento de los actores, recurriendo específicamente a los criterios del enfoque de gobernanza interactiva de Kooiman (2005)4. 4Este enfoque se centra en el análisis de tres criterios básicos: “diversidad” referida a la variedad de la naturaleza de los actores; la “complejidad”, referida a la multiplicidad de interacciones que se establece entre actores y estructura y el “dinamismo”, referido a las tensiones que se producen entre esas interacciones. XXI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 8 - 11 nov. 2016 8 En el campo medio ambiental sueco en tanto, Larsson y Hanberger (2016), señalan las limitaciones de la teoría del programa, que si bien permite dilucidar consistencia interna entre diseño e implementación, no integra el conocimiento evaluativo de los distintos actores, concluyendo que la evaluación requiere tener soporte en las redes de gobernanza de las políticas que se evalúan. También rescatando la importancia de las redes de políticas Albretch y Elbe, et al. (2014) señalan que la evaluación debe ser consciente del nuevo escenario multi-actor e incorporar como herramienta el análisis de redes, cuestión que Hertting y Verdung (2012) refuerzan cuando concluyen que la teoría evaluativa aporta herramientas conceptuales y analíticas para evaluar la gobernanza de las redes de políticas, muy en la línea de Aguilar y Bustelo (2010), cuando señalan que la evolución teórica de la evaluación y su corriente pluralista, es aplicable para el análisis de la gobernanza. ¿Evaluación de la gobernanza? o ¿Gobernanza de la evaluación? La relevancia del debate recién descrito radica en que, en la medida que pone su foco en los métodos para valorar la gobernanza, tendencia que denominamos evaluación de la gobernanza aporta evidencia fundada sobre las limitaciones de los mecanismos de evaluación propios de la gobernanza gerencial para hacer frente al déficit democratizador, y sobre la pertinencia de recurrir al pluralismo evaluativo, mediante criterios y herramientas más participativas e interactivas. Sin embargo, de acuerdo a la argumentación sostenida hasta ahora, la sola inclusión de ajustes metodológicos “en” las evaluaciones, necesarios por cierto, no permitiría abordar la falta de interacción “entre” las evaluaciones, en tanto factor clave para que la evaluación genere los espacios de influencia entre actores que el control de la acción pública requiere. De acuerdo a ello, estimamos que no basta con que las evaluaciones apliquen un enfoque metodológico de gobernanza participativa, si no se logra generar esa forma de gobernanza en toda la institucionalidad evaluativa, asunto que interpela directamente a las políticas de evaluación, el tipo de gobernanza que generan y el rol que asumen respecto del modelo de gobernanza predominante. De esa manera, sería interesante que el debate sobre evaluación de la gobernanza, se complemente con uno que aborde la gobernanza de la evaluación. Un trabajo pionero en abordar este nivel de análisis es el de Hanberger (2012), quien se enfoca en la relación entre políticas de evaluación y modelos de gobernanza, estudiando las funciones evaluativas de accountability y mejora, y el uso que los actores dan a las evaluaciones. En base a las evidencias que aporta, el autor sostiene que aun cuando los modelos de gobernanza predominante condicionan e influyen en la evaluación y las políticas que las rigen, al mismo tiempo ella tiene la capacidad de incidir o transformar los modelos de gobernanza, dependiendo de la forma como facilite o no, la interacción de los actores y las diversas evaluaciones que desarrollan. En ese contexto y en la lógica de la discusión que aquí proponemos sobre la gobernanza de la evaluación, el autor sugiere que las políticas de evaluación pueden responder a un enfoque de gobernanza centrada en el funcionamiento estatal, el logro de sus objetivos y el “aprendizaje de la elite” (que terminará reforzando el modelo gerencial imperante), pero que también pueden recurrir a un modelo de gobernanza que define como “democrática”, centrada en la rendición de cuentas e interacciones multi- actor, donde se integre las distintas prácticas evaluativas, y se generen criterios de evaluación compartidos para el aprendizaje colectivo. XXI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 8 - 11 nov. 2016 9 La lógica bidireccional que aporta Hanberger (2012) para comprender la relación entre evaluación y gobernanza, permite suponer que es posible construir nuevos modelos de gobernanza “en torno a” y “a partir de” las evaluaciones, donde efectivamente el rol de las políticas de evaluación, su diseño y despliegue, es clave. El principal reto de estas políticas por tanto, sería generar marcos estructurales de interacción entre los distintos actores que ejercen funciones evaluativas y en torno a toda la órbita de los procesos evaluativos, sus métodos y usos. Para esos efectos y aplicando las definiciones de Blanco y Gomà (2003), las políticas de evaluación estarían desafiadas a coordinar sus propias redes de actores, mediante una mayor participación en las evaluaciones como hasta ahora el debate evaluativo propicia, pero particularmente, mediante la gestión de las interacciones internas y externas que esa red genera, por ejemplo, vinculando las evaluaciones que realizan gobiernos, órganos de control y sociedad civil; propiciando agendas que junto con responder a los objetivos e intereses de cada actor, respondan también a criterios compartidos y facilitando el uso de las evaluaciones para que efectivamente se ejerza control sobre las políticas a partir de ellas. Sin embargo, atendiendo a la primera condición que Blanco y Gomà (2003) sugieren para la gestión de la gobernanza participativa, esto no será posible si antes, las políticas de evaluación no hacen el ejercicio de reconocer la pluralidad y complejidad del escenario evaluativo, reconocimiento que como aquí se ha expuesto, la literatura ya viene realizando desde hace cuarenta años aproximadamente. Finalmente, desde la perspectiva del pluralismo evaluativo que sustenta la visión de una evaluación democratizadora, podemos señalar que la gobernanza en tanto enfoque, sí permite analizar su función democratizadora y proyectar alternativas de acción para su despliegue, sin embargo, la gobernanza en tanto modelo de actuación pública predominantemente gerencial en Iberoamérica, se ha transformado en un elemento que constriñe y restringe el potencial democratizador de la evaluación. A pesar de ello, las ventanas de oportunidad existen, en la medida que las políticas de evaluación incorporen lógicas de la gobernanza participativo-interactiva tanto en las evaluaciones como en la red de actores que implican. En ese sentido y atendiendo la discusión inicial de este trabajo, podemos concluir que el potencial democratizador de la evaluación efectivamente reside en su capacidad para facilitar el control político de la acción pública, pero no solo de las políticas que se evalúan, sino también en su capacidad para incidir en sus propios procesos de gobernanza pública y en aquellos en los cuales se inserta. Bibliografía Aguilar, L. F., & Bustelo, M. (2010). Gobernanza y evaluación: una relación potencialmente fructífera. Albrecht, M., Elbe, J., Elbe, S., & Meyer, W. (2014). Analyzing and evaluating regional governancenetworks:Threechallengesforapplications. Evaluation, 20(1), 58-74. Alkin, M. C. (2004). Evaluationroots: Tracingtheorists' views and influences. Sage. 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Investigador del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona.