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XXI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 8 - 11 nov. 2016 
 
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Evaluación de políticas públicas, inclusión y gobernanza: 
una reflexión teórico-analítica 
 
Carolina Muñoz Mendoza 
Ismael Blanco Fillola 
 
La evaluación de políticas y su potencial democratizador 
El debate en torno a la evaluación de políticas públicas concuerda en su potencial 
democratizador (Monnier, 1995; Bustelo, 2013; Subirats, 1995; Rosanvallon, 2007) como 
herramienta que puede contribuir a la legitimidad de la acción pública expresada en las 
políticas que se evalúan y a la confianza en la institucionalidad pública expresada en los 
organismos que despliegan dichas políticas, atributos que se conciben como elementos 
centrales para el fortalecimiento democrático, y que forman parte de los objetivos del diseño 
institucional de las políticas de evaluación a nivel iberoamericano (Cunill y Ospina, 2012, 
Martínez, 2015; Cardozo, 2005, Ospina, 2002). 
 
En contraste con ello, las evidencias indican que la principal debilidad de la evaluación en la 
región, es su escasa contribución a esos objetivos político-democratizadores.Este déficit se 
expresa en la predominancia de evaluaciones estándar a escala nacional, con métodos y 
criterios economicistas que desconocen la complejidad de las políticas, los problemas 
públicos que abordan, sus particularidades sectoriales o territoriales, y que no incluyen a los 
actores relevantes en las evaluaciones (Cunill y Ospina, 2012; Neirotti, 2012, Recuenco, 
2015; Subirats, 2005). 
 
De esa manera, la agenda investigativa planteacomo desafío que la evaluación despliegue 
se función democratizadora, principalmente mediante la inclusión de actores sociales en las 
evaluaciones, aplicando métodos participativos que lo permitan (Cardozo, 2005; Martínez, 
2015; Feinstein, 2012). 
 
Desde nuestra perspectiva, el desafío empírico que implica la función democratizadora que 
se prescribe teórica e institucionalmente a la evaluación, implica simultáneamente el desafío 
teórico de profundizar las diversas corrientes y supuestos normativo-conceptuales que 
subyacen a esos postulados, problematizar la idea de inclusividad que se sugiere como 
alternativa y aportar marcos analíticos que faciliten su comprensión y eventual despliegue. 
 
Nuestra hipótesis de partida es que el potencial democratizador de la evaluación tiene directa 
relación con la función que le corresponde en el control de la acción pública, en tanto 
proceso básico de los sistemas democráticos, que se desarrolla en el marco de estructuras 
conformadas por distintos actores sociales y estatales, quienes aplican diversos mecanismos 
(uno de ellos la evaluación), mediante los que se pretenden incidir, vigilar y controlar el 
comportamiento de los demás actores públicos (Crozier, 1992; Subirats, 2005; Rosanvallon, 
2007). 
 
Se trata por tanto de un fenómeno de naturaleza relacional, que se construye mediante 
interacciones sociedad-estado, donde se encontraría el núcleo duro que la evaluación debe 
atender para fortalecer su potencial democratizador y que por tanto, requiere una perspectiva 
relacional para analizarlo. 
 
XXI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 8 - 11 nov. 2016 
 
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Frente a ello, recurrimos al enfoque de gobernanza, especialmente en su vertiente 
participativa, interactiva o en red (Blanco y Gomà, 2003; Kooiman, 2005; Martí y Parés, 
2011), para sostener que la sola inclusión de actores en los métodos evaluativos, sería 
insuficiente si al mismo tiempo no se facilita sus interacciones en torno a los procesos 
evaluativos, que además de los métodos incluyen la definición de agendas de evaluación y el 
uso que se da a las evaluaciones. 
 
Dentro del debate teórico del campo disciplinar de la evaluación, los primeros antecedentes 
de la discusión sobre su potencial democratizador pueden situarse en el marco de los 
enfoques de “cuarta generación” (Guba y Lincoln,1989) de aproximación constructivista, que 
abogaron por la necesidad de contemplar el contexto social e incluir la perspectiva de los 
actores relevantes a las intervenciones que se evalúan, ello en contraposición con los 
enfoques clásicos de aproximación positivista, que caracterizó las tres primeras 
generaciones de evaluadores1. 
 
Lo anterior, bajo el argumento de que la realidad social y su complejidad, no pueden 
abordarse desde lógicas mono-causales, sino multidimensionales y contextuales, que fueron 
los principios básicos del constructivismo evaluativo. 
 
En una primera etapa, desde la década de los setenta del siglo pasado, este giro 
epistemológico dio lugar a una serie de innovaciones metodológicas que hasta el día de hoy 
proliferan, especialmente en cuanto a la inclusión de la participación a nivel de métodos 
evaluativos2. De la mano de este proceso, se abrió una fase de politización de la 
evaluación, que reforzó la tendencia participativa que el constructivismo evaluativo venía 
gestando. 
 
Una de las primeras referentes fue Weiss (1975) quien defiende la naturaleza 
eminentemente política de la evaluación, atendiendo a que son procesos en que se 
confrontan actores, recursos e interesesy que por tanto, implican poder en juego. Mac 
Donald (1979) por su parte, plantea que siendo la principal labor de la evaluación emitir de 
juicios valorativos que afectan los recursos e intereses de personas, instituciones o actores 
sociales, cumple necesariamente una función política yparticularmente “democrática”, en el 
sentido que los métodos evaluativos deben incluir la perspectiva de esos actores. 
 
Posteriormente, a partir de los años noventa, el debate se abrió a analizar más allá de la 
naturaleza política de los procesos evaluativos y las necesidades metodológicas (más 
participativas) que esto impone, pasando a problematizar el rol y función política que la 
evaluación juega en los contextos sociales e institucionales de los que forma parte, discusión 
que es especialmente aplicable al campo de la evaluación de políticas públicas y que 
refuerza su definición como herramienta de control de la acción pública como veremos. 
 
 
1De acuerdo a Guba y Lincoln (1989), las corrientes teóricas (generaciones) positivistas, se enfocaban en la medición, la 
descripción y la valoración objetiva de las intervenciones que se evaluaban, desconociendo variables de contexto y el rol de 
los actores. 
2 Dentro de los nuevos enfoques se encuentran la evaluación “iluminativa (enlightenment)” de Carol Weis, de “meta libre 
(goal free)” de Michael Scriven, “situada o de contexto” de Lee Cronbach, “responsiva (responsive evaluation)” de Robert 
Stake, o “participativa y colaborativa (colaborative and particpatory evaluatión)” de Bradley Cousins. Para mayor 
profundización de los enfoques teóricos de evaluación, revisar Ballart (1996), Alkin (2004), Guba y Lincoln (1989). 
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En esa perspectiva, Alkin (2004) con su teoría “árbol de la evaluación”, realiza un aporte 
interesante pues plantea que en el desarrollo teórico de esta disciplina existen tres ramas o 
corrientes principales, una de las cuales se orienta al control y el accountability3, donde 
identifica diversos enfoques que promueven la inclusión de actores en los métodos 
evaluativos, y la activación de mecanismos de coordinación que permitan que la información 
evaluativa se use con fines de rendición y control. 
 
En esa misma línea y más recientemente, Bustelo (2013) concuerda en la efectiva necesidad 
de generar evaluaciones más inclusivas y metodológicamente confiables, pero también 
políticamente “creíbles”, atributo que a su juicio incide directamente en la legitimidad y 
confianza de las políticas. 
 
De acuerdo a estos planteamientos,desprendemos que la función política de la evaluación 
no radica solo en la inclusiónde actores, sino también en la efectiva articulaciónque ellos 
establezcan para el control de las políticas, cuestión que interpela directamente a las 
políticas de evaluación, donde se definen los cursos de acción y mecanismos de 
coordinación de la práctica evaluativa. 
 
Aportando a esta discusión, el enfoque de evaluación pluralista de Monnier (1995), plantea 
que en el marco del control de la acción pública, la evaluación es un espacio de 
convergencia política entre diferentes actores públicos y privados, más allá del estado. 
 
Su mayor preocupación es el reconocimiento de esa complejidad y la integración de las 
diversas perspectivas y prácticas de evaluación, que operan en tres niveles: una 
“reglamentaria” ejercida por los organismos de control bajo criterios de legalidad, una 
“gerencial” ejercida por los sectores o niveles de gobierno que implementan las políticas bajo 
criterios de eficacia, y una “política”, que resguarda criterios de transparencia y 
responsabilidad pública, donde el rol de la ciudadanía ha de ser clave. 
 
De esa manera, las políticas de evaluación debieran contemplar que la agenda evaluativa 
por su diversidad, requiere no solo integrar mayor cantidad de actores “en” las evaluaciones, 
sino generar articulaciones “entre”las distintas evaluaciones que ellos desarrollan, lo que 
desde nuestra perspectivaremite a una discusión más enfocada en el ámbito relacional, que 
complemente el debate por la inclusividad. 
 
Otra contribución relevante se encuentra en el enfoque de evaluación múltiple (Majone, 
1997) que, reconociendo la pluralidad de actores que intervienen en la evaluación de 
políticas, se enfoca en la multiplicidad de métodos y técnicas que ellos aplican para evaluar, 
más allá de la investigación evaluativa propiamente tal, necesarios de integrar, de tal manera 
que se produzcan juicios evaluativos “amplios, consensuados y compartidos” que aporten 
legitimidad política mediante deliberación sustentada en “evidencias y argumentaciones”. Por 
su parte, la “evaluación centrada en el uso” (Patton, 2008), releva como un elemento central 
la “utilización” que los actores dan a los resultados de las evaluaciones, para lo cual se 
requiere producir información relevante y comprensible a todos ellos. 
 
 
3 Las otras dos ramas corresponden a la investigación evaluativa como método para producir información evaluativa y la 
segunda, se enfoca en el resguardo de la rigurosidad metodológica para la emisión de juicios valorativos válidos. 
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A partir de sus ideas, la preocupación no solo debe centrarse en la utilidad para la mejora 
organizativa de las políticas, sino especialmenteen el uso que los actores, en términos de 
control político, pueden hacer de la información evaluativa. 
 
Como vemos, el desarrollo teórico-disciplinar de la evaluación demuestra su naturaleza 
eminentemente política y la función de control de la acción pública que le corresponde a 
través de las políticas que evalúa. Este proceso acontece en contextos plurales, con diversos 
actores que requieren ser incluidos en las prácticas evaluativas, al mismo tiempo que 
interactuar en torno a ellas, de tal manera que se generen las influencias mutuas que el 
ejercicio de control implica. De esa manera y en el caso iberoamericano, el déficit 
democratizador residiría también en la escasa interacción que las políticas de evaluación 
prevénentre actores y prácticas evaluativas, y las dificultades que para ejercer control político 
ello implica. 
 
La pertinencia de una aproximación relacional 
Como se ha expuesto, la visión plural-democratizadora de la evaluación, reconoce la 
complejidad de los procesos de políticas, caracterizados por la convergencia de múltiples 
actores e invita a ampliar la noción tradicional de evaluación, concibiéndola como una función 
pública vinculada al control político de las políticas y no solo como una herramienta de 
gestión administrativa o técnico-económica para su mejora organizativa. 
 
En ese contexto, el análisis de la dimensión relacional de las políticas de evaluación y más 
concretamente, las interacciones entre sus actores, ofrece nuevos espacios para la 
comprensión de los procesos socio-estatales que ellas implican. 
 
Siguiendo a Ostrom (2009) la capacidad de incidencia de los actores requiere estudiarse a 
través de sus interacciones, donde acontecen o no las influencias mutuas, y que se dan en 
un contexto de intercambios de poder “asimétrico” entre gobernantes y gobernados. De 
acuerdo a Peters (2003) en tanto las “reglas del juego institucional” trascienden a los 
individuos y actores pues regulan su conducta, sin embargo ellos, a través de sus 
interacciones, también tienen capacidad incidir en esas reglas y los cursos de actuación, de 
las políticas en este caso. Por su parte Subirats y knoepfel et al. (2008), señalan que para 
comprender la estructurasinstitucionales y los procesos de políticas, se requiere atender el 
campo relacional-interaccional, con foco en los actores. 
 
Atendiendo estas consideraciones, en este trabajo recurrimos al enfoque de análisis 
relacional que aporta la gobernanza, comprendiendo que la evaluación de políticas y sus 
posibilidades de ejercer control político, representan procesos de construcción social 
complejos, que operan en contextos multi-actor y multinivel, donde convergen distintos 
intereses, recursos y posiciones. 
 
Así, entendemos que la evaluación de políticas constituye un espacio de intercambio entre 
los diversos actores de la estructura de control público, sean éstos sociales y estatales, 
cuestión que las políticas de evaluación deben atender para facilitar la función de control 
político que, teóricamente, la evaluación está llamada a desarrollar. 
 
 
 
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La gobernanza y su potencial para el análisis relacional de las políticas de evaluación 
En las últimas décadas la gobernanza se ha transformado en un importante objeto de estudio 
de las ciencias políticas y del análisis de políticas públicas en particular, especialmente en el 
campo de las relaciones internacionales, políticas urbanas y medioambientales (Bevir y 
Rhodes, 2003). En esta ocasión, recurrimos a ella como herramienta analítica para estudiar 
un campo diferente, como son las políticas de evaluación, principalmente desde la óptica de 
la gobernanza participativo-interactiva con foco en las redes de actores, como alternativa 
para la comprensión y despliegue del potencial democratizador de la evaluación. 
 
Si bien gobernanza es una categoría compleja por la polisemia y ambigüedad que le 
caracteriza (Blanco y Gomá, 2003; Mayntz, 2000) y sin pretender una revisión conceptual 
profunda, nos interesa apuntar que la literatura concuerda en que hace referencia a un 
concepto dinámico, relacionado con la acción de gobernar, modus operandi o la forma como 
se conducen los procesos de gobierno, caracterizada por la inclusión de diversos actores 
más allá del estado, dando cuenta de un distanciamiento importante respecto del modelo 
tradicional, concentrado en el poder político estatal (Rodhes, 2005; Peters y Pierre, 2005; 
Martí y Parés2011; Blanco y Gomà; 2003; Kooiman2005, Bevir y Rhodes, 2003). 
 
De acuerdo a Blanco y Gomà (2003: 5) la gobernanza es un modelo alternativo de gobierno, 
que imprime un nuevo modocooperativo y relacional “basado en la interacción en red entre 
distintos actores procedentes de distintos ámbitos (público, privado, sociedad civil) que se 
reconocen interdependientes entre sí”. 
 
El principal elemento que hace pertinente este enfoque para analizar y abordar los desafíos 
de laevaluación democratizadora, es que al igual que los fundamentos del pluralismo 
evaluativo que la sustentan, la gobernanza asume y reconoce la complejidad que implica la 
diversidad de actores en los actuales procesos sociopolíticos (Peters y Pierre, 2005; Blanco y 
Gomà, 2003; Martí y Parés, 2011; Kooiman, 2005), constatando que el estado ya no tiene el 
monopolio para conducir a solas, los asuntos públicos. 
 
En palabras de Mayntz (2005: 83), la gobernanza es una “una nueva manera de gobernar 
que es diferente del modelo de control jerárquico,” y según Kooiman (2005), es un proceso 
que responde a las limitaciones del tradicional orden y control público. Para Beviry Rhodes 
(2003) en tanto, la gobernanza deja fuera el concepto de estado “monolítico” y pone el 
acento en las interacciones a que dan lugar los procesos políticos. 
 
En el contexto del análisis de las políticas de evaluación y en un esfuerzo por sintetizar las 
múltiples clasificaciones que la literatura aporta, proponemos distinguir dos principales 
enfoques o modelos de gobernanza. Por un lado, la gobernanza gerencial (Guttman, 2004; 
Rhodes, 2005; Peters y Pierre, 2005), inspirada en la corriente de elección racional, que 
supone que los asuntos público-gubernamentales pueden abordarse desde la lógica de 
funcionamiento del mercado, principalmente a través de incentivos económicos. 
 
En consistencia con ello, este modelo se materializa principalmente mediante la inclusión de 
actores privados como co-proveedores de bienes y servicios públicos, contexto en el que se 
han gestado y se desarrollan las actuales políticas de evaluación iberoamericanas. 
 
 
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En segundo lugar, la gobernanza participativa, interactiva o en red (Blanco y Gomà, 2003; 
2003; Kooiman, 2005; Martí y Parés, 2011) que cuestiona los modelos de gobierno 
tradicional (burocrático y gerencial), planteando la necesidad incluir actores social-
ciudadanos y no solo agentes de mercado en los procesos de políticas, y de fortalecer su 
capacidad de incidencia en las decisiones y cursos de acción pública, tal cual sugiere el 
sustento conceptual de los enfoques plurales de evaluación democratizadora. 
 
A partir de los planteamientos de Guttman (2004), la gobernanza “gerencial o de mercado” es 
un mecanismo para la delegación de responsabilidad pública, que atomiza al estado y su 
capacidad de influencia en favor del mercado, dado que excluye a la ciudadanía de los 
procesos de gobierno. En esa misma línea, Rhodes (2005) sostiene que la concepción de los 
ciudadanos como clientes que sustenta la gobernanza gerencial, tiene importantes 
limitaciones en términos de rendimiento democrático porque desconoce su derecho a incidir 
en los procesos de políticas. Respecto de la gobernanza participativao en red, Martí y Parés 
(2011: 6) señalan que se instala progresivamente como espacio para la articulación de 
políticas públicas, fundada en principios de “interdependencia, deliberación y coordinación 
entre actores”. 
 
A partir de Kooiman (2005) en tanto, se puede sostener que la gobernanza gerencialcomo 
modelo, ofrece un escaso campo para la interacción de actores sociales y estatales en los 
procesos de políticas, situación que disminuye sus posibilidades de influencias mutuas. En 
contraste con ello, la “gobernanza interactiva” como él define, propiciaría mayor y mejor 
interacción, con el consecuente aumento de su capacidad de incidencia. 
 
En esa misma línea, Blanco y Gomà (2003: 13) sintetizan que el modelo de gobernanza 
participativa requiere de tres condiciones fundamentales: el “reconocimiento de la 
complejidad” expresada en la diversidad de actores, la “participación” de esos actores en las 
tareas de gobierno y una “nueva posición de los poderes públicos”, con nuevas funciones e 
instrumentos para gestionar interacciones internas y la estructura de la red en su conjunto. 
 
Considerando estas distinciones y en el marco de la evaluación de políticas, es interesante 
revisar el dilema que imponen los modelos de gobernanza como marco estructurante de las 
políticas de evaluación y los modelos o procesos de gobernanza a que dan lugar las propias 
evaluaciones. 
 
En ese sentido, acogiendo las premisas del pluralismo evaluativo, un elemento condicionante 
para hacer frente al déficit democratizador sería que la evaluación desarrolle procesos de 
gobernanza participativa, que fortalezcan el campo interaccional e influencia mutuaentre 
actores en torno a los procesos evaluativos, sin embargo, cabe preguntarse si ello es posible 
en el marco del modelo de gobernanza gerencial que delimita las propias políticas de 
evaluación. 
 
Ante ese cuestionamiento, revisamos cuál es hasta ahora, la relación que la literatura 
establece entre evaluación y gobernanza, en qué medida aquella está confinada o no a las 
constricciones que implica el modelo gerencial, o en qué medida cuenta con márgenes de 
acción para fortalecer un nuevo modelo de gobernanza participativa. 
 
 
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La relación entre evaluación y gobernanza 
Son recientes y escasos los trabajos que relacionan evaluación con gobernanza y la mayoría 
de ellos se concentran en debatir sobre el rol que cumple la primera respecto de la segunda. 
El consenso de este debateindica que la evaluación ha de ser un instrumento para facilitar la 
gobernanza, tendencia que denominamos evaluación para la gobernanzaen la medida que 
se le concibe como un medio para el fortalecimiento de esta forma de gobierno “relacional”, 
en tanto concepto genérico que se contrapone a la tradicional idea de gobierno estado-
céntrico. Este último alcance es relevante porque si aplicamos la distinción conceptual básica 
que proponemos entre modelos de gobernanza, la tendencia de esta discusión es a un claro 
cuestionamiento de la vertiente gerencial y la generación de propuestas para que la 
evaluación contribuya a generar gobernanza participativo-interactiva. 
 
Aguilar y Bustelo (2010: 28) señalan que el análisis evaluación-gobernanzarequiere un 
replanteamiento de los supuestos que han convertido a la evaluación en un ejercicio 
estándar, enfocado en resultados, en el desempeño gubernamental y en los operadores de 
políticas, desconociendo la “complejidad de los escenarios pluralistas en que se desarrolla la 
acción gubernamental”. Así, la evaluación debiera transformarse en una herramienta al 
servicio de la gobernanza, mediante el desarrollo de enfoques de evaluación plural y 
participativa, que la fortalezcan como instrumento de profundización democrática. 
 
En esa misma línea, Gore yWells (2009) aportan evidencias de que la evaluación con 
enfoque gerencial, si bien mejora la eficiencia, minimiza el rol de la agencia social y política, 
porque no atiende la complejidad social. Así también Van Der Knaap (2006), que analiza las 
evaluaciones que aplica el presupuesto por resultados de los países bajos, cuestionan las 
limitaciones de los indicadores de evaluación gerencial, proponiendo incluir la perspectiva de 
las partes interesadas mediante un “giro argumentativo” que “ayude a elevar la calidad del 
diálogo y la toma de decisiones”, planteamientos que como vemos, se acercan a los 
principales supuestos sobre el potencial democratizador de la evaluación y su función de 
control político. 
 
La mayor parte deldebate sobre evaluación para la gobernanza se encuentra en el contexto 
europeo y norteamericano, y prioriza la forma cómo la evaluación contribuye a valorar la 
gobernanza, mediante métodos que la definan como objeto o criterio evaluativo, o que 
apliquen técnicasque permitan determinar la contribución de las políticas a los procesos de 
gobernanza pública.Dentro de esa tendencia, Aguilar y Bustelo (2010: 40) aportan un modelo 
de evaluación degobernanza que contempla las fases “diseño de la propuesta de 
gobernanza”, “proceso de puesta en práctica” y “resultados”, donde se esbozan una serie de 
dimensiones, parámetros e indicadores a observar. 
 
Otro trabajo es el de Varghese y Kutty (2012) quienes, respecto a la evaluación de un 
programa de inmunizaciones, evidencian la utilidad de aplicar el enfoque de gobernanza para 
comprender el comportamiento de los actores, recurriendo específicamente a los criterios del 
enfoque de gobernanza interactiva de Kooiman (2005)4. 
 
 
 
4Este enfoque se centra en el análisis de tres criterios básicos: “diversidad” referida a la variedad de la naturaleza de los 
actores; la “complejidad”, referida a la multiplicidad de interacciones que se establece entre actores y estructura y el 
“dinamismo”, referido a las tensiones que se producen entre esas interacciones. 
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En el campo medio ambiental sueco en tanto, Larsson y Hanberger (2016), señalan las 
limitaciones de la teoría del programa, que si bien permite dilucidar consistencia interna entre 
diseño e implementación, no integra el conocimiento evaluativo de los distintos actores, 
concluyendo que la evaluación requiere tener soporte en las redes de gobernanza de las 
políticas que se evalúan. 
 
También rescatando la importancia de las redes de políticas Albretch y Elbe, et al. (2014) 
señalan que la evaluación debe ser consciente del nuevo escenario multi-actor e incorporar 
como herramienta el análisis de redes, cuestión que Hertting y Verdung (2012) refuerzan 
cuando concluyen que la teoría evaluativa aporta herramientas conceptuales y analíticas 
para evaluar la gobernanza de las redes de políticas, muy en la línea de Aguilar y Bustelo 
(2010), cuando señalan que la evolución teórica de la evaluación y su corriente pluralista, es 
aplicable para el análisis de la gobernanza. 
 
¿Evaluación de la gobernanza? o ¿Gobernanza de la evaluación? 
La relevancia del debate recién descrito radica en que, en la medida que pone su foco en los 
métodos para valorar la gobernanza, tendencia que denominamos evaluación de la 
gobernanza aporta evidencia fundada sobre las limitaciones de los mecanismos de 
evaluación propios de la gobernanza gerencial para hacer frente al déficit democratizador, y 
sobre la pertinencia de recurrir al pluralismo evaluativo, mediante criterios y herramientas 
más participativas e interactivas. Sin embargo, de acuerdo a la argumentación sostenida 
hasta ahora, la sola inclusión de ajustes metodológicos “en” las evaluaciones, necesarios por 
cierto, no permitiría abordar la falta de interacción “entre” las evaluaciones, en tanto factor 
clave para que la evaluación genere los espacios de influencia entre actores que el control de 
la acción pública requiere. 
 
De acuerdo a ello, estimamos que no basta con que las evaluaciones apliquen un enfoque 
metodológico de gobernanza participativa, si no se logra generar esa forma de gobernanza 
en toda la institucionalidad evaluativa, asunto que interpela directamente a las políticas de 
evaluación, el tipo de gobernanza que generan y el rol que asumen respecto del modelo de 
gobernanza predominante. De esa manera, sería interesante que el debate sobre evaluación 
de la gobernanza, se complemente con uno que aborde la gobernanza de la evaluación. 
 
Un trabajo pionero en abordar este nivel de análisis es el de Hanberger (2012), quien se 
enfoca en la relación entre políticas de evaluación y modelos de gobernanza, estudiando las 
funciones evaluativas de accountability y mejora, y el uso que los actores dan a las 
evaluaciones. En base a las evidencias que aporta, el autor sostiene que aun cuando los 
modelos de gobernanza predominante condicionan e influyen en la evaluación y las políticas 
que las rigen, al mismo tiempo ella tiene la capacidad de incidir o transformar los modelos de 
gobernanza, dependiendo de la forma como facilite o no, la interacción de los actores y las 
diversas evaluaciones que desarrollan. En ese contexto y en la lógica de la discusión que 
aquí proponemos sobre la gobernanza de la evaluación, el autor sugiere que las políticas de 
evaluación pueden responder a un enfoque de gobernanza centrada en el funcionamiento 
estatal, el logro de sus objetivos y el “aprendizaje de la elite” (que terminará reforzando el 
modelo gerencial imperante), pero que también pueden recurrir a un modelo de gobernanza 
que define como “democrática”, centrada en la rendición de cuentas e interacciones multi-
actor, donde se integre las distintas prácticas evaluativas, y se generen criterios de 
evaluación compartidos para el aprendizaje colectivo. 
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La lógica bidireccional que aporta Hanberger (2012) para comprender la relación entre 
evaluación y gobernanza, permite suponer que es posible construir nuevos modelos de 
gobernanza “en torno a” y “a partir de” las evaluaciones, donde efectivamente el rol de las 
políticas de evaluación, su diseño y despliegue, es clave. El principal reto de estas políticas 
por tanto, sería generar marcos estructurales de interacción entre los distintos actores que 
ejercen funciones evaluativas y en torno a toda la órbita de los procesos evaluativos, sus 
métodos y usos. 
 
Para esos efectos y aplicando las definiciones de Blanco y Gomà (2003), las políticas de 
evaluación estarían desafiadas a coordinar sus propias redes de actores, mediante una 
mayor participación en las evaluaciones como hasta ahora el debate evaluativo propicia, 
pero particularmente, mediante la gestión de las interacciones internas y externas que 
esa red genera, por ejemplo, vinculando las evaluaciones que realizan gobiernos, órganos 
de control y sociedad civil; propiciando agendas que junto con responder a los objetivos e 
intereses de cada actor, respondan también a criterios compartidos y facilitando el uso de las 
evaluaciones para que efectivamente se ejerza control sobre las políticas a partir de ellas. 
 
Sin embargo, atendiendo a la primera condición que Blanco y Gomà (2003) sugieren para la 
gestión de la gobernanza participativa, esto no será posible si antes, las políticas de 
evaluación no hacen el ejercicio de reconocer la pluralidad y complejidad del escenario 
evaluativo, reconocimiento que como aquí se ha expuesto, la literatura ya viene realizando 
desde hace cuarenta años aproximadamente. 
 
Finalmente, desde la perspectiva del pluralismo evaluativo que sustenta la visión de una 
evaluación democratizadora, podemos señalar que la gobernanza en tanto enfoque, sí 
permite analizar su función democratizadora y proyectar alternativas de acción para su 
despliegue, sin embargo, la gobernanza en tanto modelo de actuación pública 
predominantemente gerencial en Iberoamérica, se ha transformado en un elemento que 
constriñe y restringe el potencial democratizador de la evaluación. 
 
A pesar de ello, las ventanas de oportunidad existen, en la medida que las políticas de 
evaluación incorporen lógicas de la gobernanza participativo-interactiva tanto en las 
evaluaciones como en la red de actores que implican. En ese sentido y atendiendo la 
discusión inicial de este trabajo, podemos concluir que el potencial democratizador de la 
evaluación efectivamente reside en su capacidad para facilitar el control político de la acción 
pública, pero no solo de las políticas que se evalúan, sino también en su capacidad para 
incidir en sus propios procesos de gobernanza pública y en aquellos en los cuales se inserta. 
 
Bibliografía 
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Reseña biográfica 
 
Carolina Muñoz Mendoza 
Trabajadora Social, Magister en Gerencia Pública, PhD© en Políticas Públicas de la 
Universidad Autónoma de Barcelona. Investigadora del Instituto de Gobierno y Políticas 
Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona. 
 
Ismael Blanco Fillola 
Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública, Doctor en Ciencia Políticas de la 
Universidad Autónoma de Barcelona. Investigador del Instituto de Gobierno y Políticas 
Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona.