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Argensola ya no tenía por loco al doctor Julius von Hartrott. -¡Qué bruto! -exclamó, levantando los brazos-. ¡Y pensar que viven sueltos estos fabricantes de sombríos errores!... ¡Quién diría que son de la misma tierra que produjo a Kant, el pacifista; al sereno Goethe, a Beethoven... Haber creído tantos años que formaban una nación de soñadores y filósofos ocupados en trabajar desinteresadamente por todos los hombres! La farsa de un geógrafo alemán revivió en su memoria como una explicación: «El germano es un bicéfalo. Con una cabeza sueña y poetiza, mientras con la otra piensa y ejecuta». Desnoyers se mostraba desesperado por la certidumbre de la guerra. Este profesor le parecía más temible que el consejero y los otros burgueses alemanes que había conocido en el buque. Su tristeza no era únicamente por el pensamiento egoísta de que la catástrofe iba a estorbar la realización de sus deseos y los de Margarita. Descubría de pronto, en esa hora de incertidumbre, que amaba a Francia. Veía en ella la patria de su padre y el país de la gran Revolución... Él, aunque no se había mezclado nunca en las luchas de la política, era republicano y había reído muchas veces de ciertos amigos suyos que adoraban a reyes y emperadores, considerando esto como un signo de distinción. Argensola pretendió reanimarle. -¡Quién sabe! Este es un país de sorpresas. Al francés hay que verlo a la hora en que procura remediar sus improvisaciones. Diga lo que diga el bárbaro de tu primo, hay entusiasmo, hay orden. Peor que nosotros debieron de verse los que vivían antes de lo de Valmy. Todo desorganizado; como única defensa, batallones de obreros y campesinos que por primera vez tomaban un fusil. Y, sin embargo, la Europa de las viejas monarquías no supo cómo librarse durante veinte años de estos guerreros improvisados. Los cuatro jinetes del Apocalipsis de Vicente Blasco Ibáñez V - Donde aparecen los Cuatro Jinetes