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-Seguramente; es cosa decidida. El viejo se puso en pie: -¡Viva Inglaterra! Y, acariciado por los ojos admirativos de su esposa, empezó a entonar una canción patriótica olvidada, marcando con movimientos de brazos el estribillo, que muy pocos alcanzaban a seguir. Los dos amigos tuvieron que emprender a pie el regreso a su casa. No encontraron un vehículo que quisiera recibirlos: todos iban en dirección opuesta, hacia las estaciones. Ambos estaban de mal humor; pero Argensola no podía marchar en silencio. -«¡Ah las mujeres!» Desnoyers conocía sus honestas relaciones desde algunos meses antes con una midinette de la rue Taibout. Paseos los domingos por los alrededores de París, varias idas al cinematógrafo, comentarios sobre las sublimidades de la última novela publicada en el folletón de un diario popular, besos a la despedida, cuando ella tomaba al anochecer el tren de Bois-Colombes para dormir en el domicilio paterno: eso era todo. Pero Argensola contaba malignamente con el tiempo, que madura las virtudes más ácidas. Aquella tarde habían tomado el aperitivo con un amigo francés que partía a la mañana siguiente para incorporarse a su regimiento. La muchacha lo había visto varias veces con él, sin que mereciese especial atención; pero ahora lo admiró de pronto, como si fuese otro. Había renunciado a volver esta noche a la casa de sus padres: quería ver cómo empieza una guerra. Comieron los tres juntos, y todas las atenciones de ella fueron para el que se iba, Hasta se ofendió con repentino pudor porque Argensola quiso hacer uso del derecho de prioridad, buscando su mano por debajo de la mesa. Mientras tanto, casi desplomaba su cabeza sobre el hombro del futuro héroe, envolviéndolo con miradas de admiración. -¡Y se han ido!... ¡Se han ido juntos -dijo rencorosamente-. He tenido que abandonarlos para no prolongar mi triste situación. ¡Haber trabajado tanto... para otro! Calló un momento, y, cambiando el curso de sus ideas, añadió: -Reconozco, sin embargo, que su conducta es hermosa. ¡Qué generosidad la de las mujeres cuando creen llegado el momento de ofrecer!... Su padre le inspira gran miedo por sus cóleras, y, sin embargo, se queda una noche fuera de casas con uno a quien apenas conoce y en el que no pensaba a media tarde... La nación siente gratitud por los que van a exponer su existencia, y ella, la pobrecilla, desea hacer algo también por los destinados a la muerte, darles un poco de felicidad en la última hora..., y regala lo mejor que posee, lo que no puede recobrarse nunca. He hecho un mal papel... Ríete de mí; pero confiesa que esto es hermoso. Desnoyers rió, efectivamente, del infortunio de su amigo, a pesar de que él también sufría grandes contrariedades, guardadas en secreto. No había vuelto a ver a margarita después de la primera entrevista. Sólo tenía noticias de ella