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Muerte corporal / Muerte espiritual (Un proyecto de desdramatización de la muerte en la religiosidad medieval) El término «desdramatización» se utiliza para definir ciertos posiciona- mientos discursivos ante el universal fenómeno de la muerte. En este senti- do se han pronunciado en los últimos años algunos autores, como Louis- Vicent Thomas 1. La desdramatización —viene a decirse— es una actitud filosófica que se refleja, además, en comportamientos concretos. Es la actitud de Sócrates ante el momento decisivo, y es también la de los estoicos. Para éstos, la exis- tencia en este mundo no es más que una propedéutica para el más allá. Si los nueve meses en el seno materno capacitan al hombre para habitar en la tierra, la permanencia en ésta no es más que un paso para el segundo nací- miento —a la eternidad— que se inicia después de la muerte biológica. Pero la desdramatización de la muerte no es —tal y como se reduce en las páginas de la obra de Thomas— un movimiento exclusivo de las socie- dades del mundo clásico. Puede considerarse, por el contrario, como patri- monio de todas las civilizaciones. La del Occidente Medieval no fiie una excepción, sino que empleó generosamente esquemas de este tipo. El período que cubre el siglo XIII y los primeros decenios del XIV —plenitud e inicios de la crisis de la civilización medieval— fue decisivo para la institucionalización del proceso desdramatizador. Parte de este proceso dará a la muerte el significado de un fenómeno plural. I.—El signo de la tradición escriturario-patrística Una idea se va destacando con claridad: el hombre, en principio, había estado destinado a una vida eterna que luego quedó truncada por el pecado. 1 En Antropología de la muerte (Méjico 1983) pp. 588589־. M. Vovelle, a la hora de definir ciertas actitudes y gestos del hombre ante la muerte —especialmente los encaminados a su conjuro—, ha utilizado el término «fintas». Vid. su Ideologías y mentalidades (Barcelona 1985) p. 45. REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.—Emilio Mitre Fernández6 La muerte, según San Pablo, había pasado del primer hombre a todos los demás, puesto que todos habían pecado 2. De no haber tenido lugar el peca- do original, la muerte se hubiera presentado como una especie de tránsito bienaventurado 3. Entre Antiguo 4 y Nuevo Testamento se producirá, sin embargo, una importante mutación a través tanto de la fe como del sacrificio de Cristo: tras la muerte biológica tendrá lugar la gran decisión sobre nuestro destino eterno. Es el aspecto bienaventurado que puede alcanzar la muerte el que desarrollarán los Padres de la Iglesia en función de la «dialéctica del pecado que produce la muerte como castigo, y de la muerte que da ocasión al acto redentor, el cual, aboliendo el pecado, acabará por abolir también la muerte» 5. El Nuevo Testamento y los Padres de la Iglesia fueron creando, así, una compleja casuística sobre el valor de la muerte corporal y la muerte espiritual, cuyos orígenes parecían íntimamente unidos 6. Uno de los primeros «filósofos de la muerte» cristianos, Cipriano de Cartago, diría que, «hasta que este cuerpo corruptible se vista de la corrup- 2 Rom. 4, 12. Idea que se fue transmitiendo con el discurrir del tiempo y que un Berceo recogerá en «Duelo de la Virgen el día de la pasión de su hijo», en Signos que apare- cerán antes del Juicio Vinal. Duelo de la Virgen. Martirio de San Lorenzo- Ed. A. M. Ramoneda (Madrid 1980) p. 185. 3 D. von Hildebrand, Sobre la muerte (Madrid 1980) p. 117. 4 La relación muerte-pecado aparece en distintas ocasiones en los libros veterotesta- mentarlos. Así, en Gen. 38, 7 se dice «pero Her, primogénito de Judá fue malvado a los ojos del Señor, que por eso le quitó la vida». En 2 Par. 25, 4 (cf. Deut. 24, 16) = «no morirán los padres por los hijos, ni los hijos por los padres, sino que cada uno morirá por su pecado». O, en un largo pasaje de Sab. 1, 1116־: «la boca mentirosa da muerte al alma. No os busquéis la muerte con los extravíos de vuestra vida, no os traigáis la ruina con las obras de vuestras manos; que no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; Él todo lo creó para que subsistiera, las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del Hades sobre la tierra porque la justicia es inmortal. Pero los impíos con obras y palabras llaman a la muerte; teniéndola por amiga se desviven por ella, con ella conciertan un pacto, pues bien merecen que les tenga por suyos». 5 L. Bouyer, Diccionario de teología art. ‘muerte* (Barcelona 1977), pp. 461-463. Según Eberhard Jungel, el creyente se enfrenta ante la muerte biológica pensando en que no debe ser una muerte terrible. Lo espantable debe ser la muerte que resulta del pecado, que el creyente ya ha destruido. Con esta creencia es posible afirmar la vida y comprender tranqui- lamente la necesidad de la muerte. Cit. por H. Vorgrimler, El cristiano ante la muerte (Barcelona 1981), p. 83. 6 El pasaje de Sab. 1, 11-16 antes citado en nota 4 es ya ilustrativo a este respecto. En San Pablo hay algunos textos que resultan también de enorme interés para calibrar esta paulati- na mutación. En Rom. 6, 78־ se dice «pues quien ha muerto queda ya justificado al pecado. Y si nosotros hemos muerto con Cristo, creemos que viviremos también juntamente con Cristo». Y en Rom. 8, 6: «los deseos de la carne son muerte, pero los deseos del espíritu son vida y paz». En 1 Cor. 15, 54-55 se recoge uno de los más bellos textos sobre el fracaso de la muerte: «La muerte ha sido absorbida por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu vistoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?» Sobre estas dos muertes, de las que hablaremos más adelante, se dice en Ap. 20, 14: «Entonces el infierno y la muerte fueron lanzados al estanque de fuego. Esta es la muerte segunda, el estanque de fuego». 7MUERTE CORPORAL ■ MUERTE ESPIRITUAL... ción, y esta came mortal reciba el goce de la inmortalidad, y el Espíritu nos condu2ca a Dios Padre, todas las incomodidades del cuerpo nos son comu- nes con los demás hombres» 7. Esquemas de los que se hicieron eco los grandes teólogos del momen- to que estamos tratando 8, pero que también causarían amplio impacto en otros autores. Bien en el terreno de lo que más convencionalmente pode- mos llamar «espiritualidad», en donde se expresará un Pedro Pascual reto- mando el tema de la muerte eterna por culpa del primer pecado de Adán 9. O bien en el terreno de una literatura a horcajadas entre el género caballe- resco y el religioso-popular, tal como lo expresa el autor de Demanda del Santo Graal, al definir como «mortal» el fruto comido por nuestros primeros padres 10. La confrontación cuerpo/alma, mortalidad/inmortalidad, muerte del cuerpo/muerte del espíritu y figuras similares aderezadas con toda una serie de matices, habrán de desarrollarse a lo largo del tiempo, llegando en el siglo ΧΙΠ y en los inicios de la centuria siguiente a una acentuada sofistica- ción. Podemos distinguir en este proceso distintos planos. II.—^Dialéctica cuerpo mortal/alma mortal: Líneas maestras de una evolución Para el más común pensamiento platónico, la muerte suponía una separación de alma y cuerpo. Al liberarse de la cárcel del cuerpo, el alma volvía a estar en sí misma y podía contemplar las ideas eternas. La visión veterotestamentaria, por el contrario, siguiendo los esquemas antes indica- dos, presentaba la muerte como una especie de maldición, resultado del cas- tigo al pecado del primer hombre. Algunos autores han hablado, así, de una especie de muerte «semita» (al estilo de la padecida por Cristo) marcada por los estremecimientos, el sudor, la sangre, las lamentaciones-. Para la civiliza 7 Cipriano, *Sobre la peste’f versión castellana del tratado *De mortaütate’, recogido en Obras, ed. J. Campos (Madrid 1964), p. 258. 8 Casos, por ejemplo, de Santo Tomás, Summa Teológica, t. V (Madrid 1954), ed. F. Bar- hado, pp. 845-846. O San Buenaventura,‘Purificación de la Virgen’, en Obras, t. IV (Madrid 1963), ed. B. Aperribay, M. Oromi y M. Oltra, pp. 555556־. 9 P. Pascual, ‘Disputa del obispo de Jaén contra los judíos sobre la fe católica’, en Obras, vol 2. Ed. P. Armengol Valenzuela (Roma 1907). 10 «Después de comer del fruto mortal —en justicia debe ser llamado mortal, pues por él vino la muerte de aquellos dos y luego a los demás— cambiaron todas las cualidades que habían tenido antes; vieron que eran de carne, que estaban desnudos y que antes no eran más que algo espiritual, aunque tuvieran cuerpos. Por eso la historia no afirma que fueran completamente espirituales, pues cosa formada por una materia tan vil como el barro no puede ser de gran limpieza, pero eran casi espirituales, ya que si se abstenían de pecar esta- ban formados para vivir siempre». Demanda del Santo Graal (Madrid 1982), ed. C. Alvar, p. 252. REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.—Emilio Mitre Fernández8 ción helena, el hombre no moría totalmente, ya que el alma era inmortal. Para el «semita», es el hombre «entero» el que muere o, al menos, asume una forma imperfecta en el sheol n. El Nuevo Testamento trajo una auténtica revolución al hablar de una fe en la resurrección del hombre todo entero. Para ello, el cristianismo fue creando una idea menos dualista que expresase mejor la unidad del hombre: una síntesis de platonismo y aristotelismo que, superando la idea de una existencia «autónoma» de cada una de las dos partes del hombre, defendiera el principio de un alma que es la «forma» que «informa» al cuerpo. El cuerpo es la manifestación del espíritu personal, el alma, que sólo llega en el cuerpo a su realidad concreta 11 12. Tal síntesis, que suponía un rechazo del más radical dualismo platónico, sería aceptada como doctrina por la Iglesia en el Concilio de Vienne de 1311 13. De acuerdo con estos esquemas, no podría hablarse de una «inmortalidad natural» del alma, ya que una separa- ción radical del alma de su principio material iría totalmente en contra de la «naturaleza» del alma. Sin embargo, una cosa es lo que a nivel muy doctrinal y teológico defen- diera la Iglesia oficial en sus grandes proclamaciones dogmáticas, y otra muy distinta aquello que en la práctica se estaba imponiendo. Vorgrimler ha sostenido a este respecto 14 que en la predicación, en la enseñanza de la reli- gión y en los sermones funerarios se dejaron de un lado estas afirmaciones específicas y se dió primacía a la visión «dualista» que hizo expandirse la idea de una «inmortalidad natural» del alma o, al menos, algunas variantes de este principio: la fama, el recuerdo dejado en este mundo, el ejemplo a seguir por otros como un trasunto terrenal de una inmortalidad en otros planos supraterrenales, etc. 15. Solución provisional esta última que, según el mismo Vorgrimler 16, penetró en Israel a través del mundo antiguo circun 11 Idea ésta recogida por uno de los actuales paladines de la Teología de la Libera- ción. L. Boff, La resurrección de Cristo, nuestra resurrección en la muerte (Santander 1980), p. 106. Aunque en Sal. 15, 911־, y sobre todo en Sab. 3, 1-3, se presenta a las almas de los justos como no alcanzadas por el «tormento de la muerte». 12 La valoración de la corporeidad como instrumento básico de la historia de la sal- vación que Ireneo y Tertuliano habían singularizado, sería, a principios del siglo rv, reiterada por el autor hispánico Potamio de Lisboa, para quien el alma es «forma del cuerpo a imagen de Dios». Cf. S. Fernández Ardanaz, Έ1 pensamiento religioso en la época hispanorromana’, en Historia de la teología española, 1.1 (Madrid 1983), p. 92. 13 Cf. DS 902. 14 En ob. cit, p. 107. 15 C. Blum en ‘La folie et la mort dans Timaginaire collectif du Moyen Age et debut de la Renaissance (XII-XVI siècles). Positions du problème*, en Death in the Middle Ages, pp. 271-272, en Medievalia Lovaniensia 1983, ha sostenido que a lo largo de la Baja Edad Me- dia, entre la segunda mitad del siglo xm y el siglo XV, la muerte va dejando de ser progrès!- vamente espejo del pecado para ser espejo donde ella misma se refleja hasta el infinito. El Más Allá después de la muerte puede ser también terrestre. El «Triunfo de la Muerte» o las diversas «Artes moriendi», o las «Danzas Macabras» tienden a acentuar la muerte misma. 16 H. Vorgrimler, ob. cit, p. 51. 9MUERTE CORPORAL - MUERTE ESPIRITUAL... dante. En último término se podrá llegar a la solución de presentar a los muertos perviviendo en su descendencia 17. En este sentido, al igual que se han fijado en el presente dualidades de religiosidad popular/religiosidad culta, o herejía popular/herejía culta, al anali2ar el Medievo ¿puede también hablarse para esta época de una duali- dad muerte popular/muerte culta de acuerdo con los testimonios que con- servamos? Resulta, lógicamente, difícil una respuesta categórica, más aún cuando esta dualidad se ha expresado bajo diferentes términos que a veces ocultan también importantes diferencias de matiz. Los gramscianos hablan de reli- gión dominante/religión subalterna. La expresión religión de clases popula- res en vez de religión popular es utilizada por C. Ginzburg. Y la transieren- cia de la religiosidad popular al plano puramente folklórico es propia de J. Le Goff o J. C. Schmitt. Ideas frente a las que R. Manselli sostiene el prin- cipio de que popular es prácticamente todo en la religiosidad cristiana hasta fecha muy avanzada, salvo aquellas manifestaciones muy clericales o alto- clericales. En consecuencia, la Iglesia jerárquica tuvo en numerosas ocasio- nes que degradar su propia exégesis para ponerse a la altura de los fieles 18. Para el caso de la muerte en concreto, M. Vovelle ha destacado recien- temente que hay que tener en cuenta el «decalage» existente entre las repre- sentaciones colectivas vividas del Más Allá y la lectura oficial que se ha dado por parte de la Iglesia católica. No conviene pecar tampoco, insiste este mismo autor, de anacronismo al extrapolar regresivamente a partir de lo que describen los folkloristas, para captar «en vivo» en el corazón de la Edad Media, un fenómeno del que no han conocido más que supervi- vencías 19. Imágenes referidas a la muerte como la de los muertos errantes (al esti- lo Montaillou) o la de la escatología de la Resurrección tenían una fuerte carga folklorizánte, que si bien la Iglesia no eliminó totalmente, al menos neutralizó en sus aspectos más radicales 20. En el siglo XIII y principios del XIV —época de la derrota del cataris- mo, no lo olvidemos— la Iglesia fue imponiendo su propia lectura de la muerte tratando de crear un único modelo que pudiera servir para todas las 17 El sistema de sucesión real por vía hereditaria, consolidado ya en estos años, puede ser considerado como expresión de esta permanencia. La estabilidad política puede mostrarse así como una fuerza superior a la de la propia muerte del titular de una corona. 18 Recogido por R. Manselli, TI problema metodológico deUa religiosita popolare’, en Ltf religiosita popolare nel Medio Evo (Bologna 1983), pp. 5255־. 19 M. Vovelle, Ea mort et Poccident de 1300 a nos jours (París 1983), p. 43. 20 M. Vovelle, ‘L’historié des hommes au miroir de la mort’, en Death.., p. 15. 2 REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.—Emilio Mitre Fernández10 condiciones sociales. Un modelo que superase las imágenes más grosera- mente maniqueas, pero que llegase a soluciones de compromiso con las visiones del problema más comúnmente admitidas. ΠΙ.—Dialéctica cuerpo mortal/alma inmortal: Fijación de matizaciones Estas soluciones a caballo entre la dogmática más oficial y las imágenes más populares no resultan fáciles de establecer o, al menos, no resultan fáciles de verificar en un sentido de homogeneidad. En efecto, la obra de muchos de los autores del período que tocamos es demasiado multiforme, y las matizaciones pueden ser muy variadas. En ocasiones puede parecer, incluso, que se incurre en contradicciones. Éstas,sin duda, son el resultado de una necesidad: la de tener que cubrir la enseñanza religiosa de un espectro social que a los autores se les antojaba ya relativamente variado. Las soluciones «interclasistas» de compromiso podían resultar, así, forzosamente complejas. En todo caso, cabe pensar que pueden distinguirse varios niveles a la hora de fijar matizadamente lo que son las relaciones cuerpo/espíritu a lo largo de estos años. Niveles cuyas fronteras son a veces demasiado impre- cisas. a) Un nivel que pudiéramos calificar de «académico» que tendría su principal portavoz en la escolástica más avanzada, aunque ésta no sea, sin embargo, la única representante. Santo Tomás, su más genuina figura, sostuvo que «el alma se une inmediatamente al cuerpo, no siendo necesario poner entre los dos un medio de unión, ya sea éste los fantasmas, como dijo Averroes, o las potencias del alma, como afirmaron algunos, o el espíritu corporal como dijeron otros» 21. Paralelamente se sostiene que no existe una multitud de las almas previa- mente a la creación de los cuerpos, ya que «Dios creó separadamente cada alma, pero no todas a la vez, ni determinó una para varios cuerpos» 22. Sin embargo, el alma humana no se corrompe al corromperse el cuerpo, «ya que al ser una sustancia intelectual y éstas ser incorruptibles, el alma lógicamen- te lo es también» 23. Posición similar dentro de los esquemas aristotélicos es la que sostiene 21 En Suma contra gentiles, ed. L. Robles y A. Robles (Madrid 1967), t. 1, p. 603. Tam- bién en Suma Teológica, t. III intitulado Tratado del hombre (Madrid 1959). 22 Suma contra gentiles, 1.1, p. 684. 23 Ibid., p. 651. H. Vorgrimler, en ob. cit., p. 119, citando a Lohfinkdice que «el hom- bre en la muerte no está en la eternidad, que sólo corresponde a Dios, sino en un tiempo transfigurado, que está atado al tiempo (de la vida) del hombre, porque representa la suma de su vida temporal». 11MUERTE CORPORAL - MUERTE ESPIRITUAL... Pedro Hispano (papa Juan XXI en el 1276), aunque manteniéndose dentro de unas posiciones más tradicionales. El alma es una sustancia en algún modo completa y suficiente en sí, pero no enfrentada ni separada del euer- po. Ambos se relacionan como la luz y el objeto iluminado. El alma es vida del cuerpo, no una forma, tal y como pensaban los aristotélicos más puros y los averroístas 24. Vicente de Beauvais, uno de los grandes vulgarizadores de la época, diría en su Speculum Naturale que el alma se llama así porque «anima y vivifi- ca al cuerpo» 25. Pero tanto estos tres autores como otros muchos del momento recono- cieron la existencia de varias «almas», o al menos, de varios niveles en el alma. Así, el Aquinatense hablará de un alma intelectiva, un alma sensitiva y un alma nutritiva. Sólo la primera es incorruptible. En el hombre, sin embargo, las tres almas son numéricamente la misma, por cuanto la intelec- tiva posee virtualmente a las otras 26. Pedro Hispano hablará de tres diferencias en el alma: alma vegetal, alma sensible y alma intelectiva. Sólo la última es inmortal, mientras que las otras dos se corrompen 27. Siger de Brabante dirá que el alma intelectiva, al estar libre de la mate- ria, no es corruptible ni mortal 28. Vicente de Beauvais construyó algunas bellas imágenes para explicar el carácter «plural» del alma: por sus tres potencias es imagen de la Trinidad y supone para el cuerpo la perfección, el motor y la luz 29. Por la unión del alma y el cuerpo, añade, puede decirse que el alma es dúplice. Destruido el cuerpo se destruye el alma en cuanto forma, pero no en cuanto sustancia o espíritu 30. Alfonso X, remitiéndose a Aristóteles, Plinio, San Agustín, Orígenes y Dionisio habla de tres «poderes» del alma: el vegetativo, que hace crecer los cuerpos y que está en todas las criaturas (plantas, animales y hombres); el sensitivo (que se encuentra en animales y hombres), y el discretivo (sólo en hombres, ángeles buenos y malos y en Dios) 31. 24 Cit. por L. Martínez Gómez en £/ pensamiento español de Séneca a Zubiri (Madrid 1977), pp. 108109־. 25 Spéculum quadruplex, vol. 1, col 1656 (Douai 1624). 26 Suma teológica, vol. Ill, pp. 210 a 215. 27 Pedro Hispano, Oe ánima, ed. M. Alonso (Madrid 1941), pp. 397 a 402. 28 Siger de Brabante, Questiones in tertium de Anima. De Anima intellectiva. De aetemita- te mundi. Ed. B. Bazan (Lovaina 1972), p. 89. 29 Vicente de Beauvais, ob. cit., col. 1689. 30 Ibid., col. 1681-2. 31 General Estoria, parte I, libro XX, cap. XXXV. REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.—Emilio Mitre Fernández12 A un nivel más pedagógico aún, Ramón Lull fijaría este desglose de la siguiente forma: «Dijo el santo ermitaño a Félix que el hombre es un ser unido de alma y cuerpo, en el cual hay vegetación, sensación, imaginación, razón y movimiento» 32. Pero el origen es en todo caso distinto, ya que el ánima racional ha sido «creada nuevamente cuando se une al cuerpo», mientras que las «otras» ánimas son engendradas por el padre y la madre. Un equilibrio difícil de mantener sin duda a nivel didáctico. Ello forza- ba a fijar otro tipo de imágenes por parte, a veces, de los mismos autores y, a veces también, en las mismas obras, tal y como hemos apuntado anterior- mente. b) La espiritualidad franciscana sirvió para nuclear otros modelos más cercanos a la mentalidad popular en la que se enfatizaba sobre la dualidad cuerpo/alma. Una dualidad sobre la que ya había incidido, poco antes de 1200, el cardenal Lotario de Segni (futuro Inocencio III) en su De contemptu Mundi 33. Refiriéndose a aquellos que no hacen penitencia, el promotor de los frailes menores planteará el problema en toda su crudeza. El alma, dice, «será arrebatada de su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie puede conocer sino el que la padece», mientras que el cuerpo será comido por los gusanos. Semejante situación tendrá un doble reflejo. En la tierra se producirá la maldición de los parientes y amigos, que dirán «pudo habernos dado y ganado más de lo que ganó». Mientras que en el Más Allá «si pierde el cuerpo y el alma en este breve siglo irá al infierno, donde será atormenta- do sin fin» 34. El propio santo de Asís, en la normativa a través de la cual pretendía se gobernase su comunidad, dirá que no hay que preocuparse «en demasía por la salud de la carne, que no tardará en morir y es enemiga del alma». Una preocupación que procede del maligno que induce al hombre a amar más el cuerpo que el alma 35. En una línea similar se hablará de un hermano que, siguiendo estos consejos, puso su confianza más en el médico celestial que en las medicinas terrestres, pidiendo se le «sacara de la prisión de esta carne miserable«. Al cabo de unos pocos días, con gran júbilo pasó de esta vida miserable a la vida bienaventurada» 36. Los biógrafos de San Francisco trazarán cuadros similares. 32 R. Lull, *Félix de las maravillas*, en Obras literarias, ed. M. Batllori y M. Caldentey (Madrid 1948), p. 758. 33 Recogido en Patrología Latina, voL 217. 34 Recogido en Oraciones*, en San Francisco de Asís. Escritos. Biografias. Documentos de la época. Ed. J. A. Guerra (Madrid 1980), p. 59. 35 ‘Primera regla*, en ibid, p. 99. 36 ‘FloreciUas*, en ibid, pp. 679680־. 13MUERTE CORPORAL - MUERTE ESPIRITUAL... Así, Tomás de Celano dirá que «se desprendió de la carne aquella alma santísima y, sumergida en el abismo de la luz, el cuerpo se durmió en el Señor» 37 38. San Buenaventura, general de la orden franciscana entre 1257 y 1274, dejará algunas importantes reflexiones sobre el tema de la muerte, cuyos caracteres principales vienen dados por ser «indeterminable, inevitable e irre- vocable, por lo cual hay que tener agudizado el aguijón de la conciencia» 39. Dado este sentido de inevitable necesidad, San Buenaventura traza un diálo- go del Alma con el Hombre, inspirándose en autores como San Gregoriq, San Isidoro y San Bernardo. Entre otras cosas dice que nuestra vida es un continuo correr hacia la muerte;que los hombres carnales sólo aman los bienes transitorios porque no consideran cuán fugaz es la vida de la carne, y que cuanto más vivimos más pecamos, pues «cuanto más larga es la vida, son más numerosas las culpas». De ahí la necesidad de granjearse «aquella vida que dura por siempre, mientras dure esta vida a fin de tener una muerte buena como la del justo, mientras que la del pecador es pésima» 40. Este enfrentamiento dialéctico entre cuerpo y alma gozaría de una gran aceptación en todos los niveles. Un manuscrito de principios del xm presenta esta disputa a través de una imagen: un cadáver cuyo alma, una figura de niño desnudo, acaba de abandonarlo. Éste increpa amargamente al cuerpo por haberles condenado a ambos a causa de sus pecados 41. Una imagen que nos llevaría al análisis de otro planteamiento del problema. c) Ciertos niveles menos teológicos y más «convencionalmente» lite- rarios —pero no por ello más «populares» que los anteriores— recogen también estas preocupaciones sobre la relación alma/cuerpo y la consiguien- te visión de la muerte. Berceo, al referirse al Juicio Final, dirá que «el alma con el cuerpo, ambos serán juntados». Se da, con ello, por sentado que tras la muerte bioló- goca el alma sube al cielo a esperar el momento final. Idea que, a su vez, conlleva la consideración de un alma como elemento bueno y un cuerpo que es la sede de los malos instintos 42. 37 ‘Vida en ibid, pp. 208209־. 38 ‘Leyenda Menor’, en ibid, p. 525. 39 En ‘Las tres vías o incendo de amor’, en Obras, ed. B. Aperbay, M. Oromi y M. OI- tra, t. IV (Madrid 1963), p. 106. 40 ‘Soliloquio’, en ibid, pp. 212215־. 41 Cit. por A. D. Deyermond, Historia de la Literatura española. La Edad Media (Barce- lona 1973), p. 138. Esquema que se reproducirá con posterioridad en la «Revelación de un ermitaño» (Madrid 1952), recogida en pp. 387388־ del vol. 57, de Biblioteca de Autores Es- pañoles, Poetas castellanos anteriores al siglo XV. 42 J. M. Ramoneda, Introducción a Signos..., pp. 3031־. Idea ésta que mantiene el crite- rio dualista defensor de la previa desintegración del individuo, y contraria a corrientes de la escatología defensoras de la subsistencia no sólo del alma, sino del ser y, por tanto, enfrenta- das con criterios estrictamente dualistas. REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.—Emilio Mitre Fernández14 Algunos años más tarde, Alfonso X se hacía eco de esta doctrina 43 y abundaba en el principio de un cuerpo hecho de elementos corruptibles y un alma espiritual compuesta de entendimiento y razón. Idea ésta que el monarca castellano recogerá más allá de sus textos estrictamente literarios para plasmarla también en algunas de las páginas de rica producción legislativa 44. Sobre referencias aristotélicas, ciceronianas y estoicas, Dante dirá que «si repasamos todos los escritos tanto de los filósofos como de los demás sabios autores, están todos de acuerdo en esto: que en nosotros hay una parte perpetua». La misma razón encuentra para los sueños, «los cuales no podrían existir si en nosotros no hubiese una parte inmortal» 45. Don Juan Manuel reproducirá también esquemas similares en diversas obras suyas. Así se expresará en alguno de sus más conocidos «exempla» 46 y, a nivel más teórico, en otros pasajes de su variada producción. Para él «el home es una cosa y semeja dos», siendo el alma prácticamente identificada con la razón «lo que non han los animales». Dado que es compuesto de alma y cuerpo «conviene que sea mortal, cuanto al cuerpo». Et así por estas razo- nes dichas tengo que el home es animal razonal mortal como dicho es. Otrosí se asemeja al mundo, ca todas las cosas que son el mundo son en el home, et por ende dicen que el home es todas las cosas». Observación ésta que llevará al magnate escritor castellano a una serie de consideraciones sobre la figura del hombre como microcosmos dentro de una de las más conocidas imágenes del pensamiento medieval 47. d) Las visiones heterodoxas de las relaciones alma/cuerpo y las consi- 43 El Rey Sabio presentará, así, el perdón de graves pecados de devotos de la Virgen muertos inconfesos, mediante la actuación de una pasajera resurrección anticipada. Ésta per- mitirá al cuerpo y al alma del difunto reencontrarse temporalmente para hacer la necesaria penitencia purificadora y lograr así la salvación. Es, en primer lugar, el caso del monje de San Pedro, amante de los placeres mundanos pero que después de muerto, por intercesión de María logra que «vuelva el alma al cuerpo, y que cumpla los votos que profesó». Alfonso X el Sabio, Cantigas de Santa Maria, ed. de J. Filgueira Valverde (Madrid 1985), p. 34. Pero es también el caso del romero que muere camino de Santiago que logra «que el alma fuese de- vuelta a donde la trajeron, para que después pudiera salvarse», en ibid, p. 57. Y el hombre bueno decapitado por unos ladrones cuya cabeza vuelve al cuerpo para poder confesarse, ibid, p. 169. O el del clérigo ahogado en el Sena a quien después de cuatro días fue sacado del agua para poder confesarse, ibid, p. 191. 44 Setenario, ed. K. H. Vanderford (Barcelona 1984), pp. 197-198. Y Código de las siete partidas, Part. I, preámbulo al tit. XIII. 45 En ‘Convite', recogido en Obras completas, ed. N. González Ruiz (Madrid 1965), p. 599. 46 En £/ Conde Lucanor (Madrid 1983), pp. 105-106. Ed. R. Ayerbe Chaux al referirse al genovés que se puso a dialogar con su alma en el momento en que se sintió gravemente enfermo. 47 En ‘Libro del caballero et del escudero’, en Escritores en prosa anteriores al siglo XV, BAE (Madrid 1952), t. 51, p. 236. 15MUERTE CORPORAL - MUERTE ESPIRITUAL... guientes impugnaciones de los polemistas católicos, permiten conocer alguno de los rasgos del problema desde la óptica de aquellos movimientos anate- matizados como heréticos por la Iglesia Romana: A principios del siglo xm el virulento cronista Pedro des Vaux de־Cemay, uno de los más encarnizados enemigos del catarismo, trazaba un cuadro, interesado por lo simplificado, de lo que eran las creencias albigenses. Un lugar de honor lo ocupaban las creencias de los disidentes en torno al alma, de las que se dice «nuestras almas son espíritus angélicos precipitados del cielo por apostasía consecutiva a nuestro orgullo, que han dejado en el aire sus cuerpos gloriosos y que estas almas, después de habitar sucesivamente en siete cuerpos terrestres, no importa cuáles, vuelven a tomar, como si hubieran culminado su penitencia, el cuerpo glorioso que antes habían dejado» 48. Tal idea de migración de las almas era paralela a otra negadora de la resurrección. Sin ánimo de remitirnos aquí a la polémica general que desató el catarismo entre los autores católicos 49, este extremo concreto sería objeto de contundente refutación. A nivel hispánico —muy parcialmente afectado por la herejía, a diferencia de otros ámbitos territoriales de Europa— hay varios testimonios que se pueden considerar ilustrativos. Proceden, precisa- mente, del área más contaminada. En el Concilio de Tarragona de 1291 (o 1292) se condena a los herejes que nieguen la resurreción de los muertos y la otra vida. Si tales afirmacio- nes se hacían en son de chanza, los inquisidores habrían de castigar con «las penas legítimas, atendiendo a la cualidad de la culpa y a la condición de la persona» 50. En un nivel intermedio entre la teología y la literatura didáctica, Ramón Lull diría que el hombre «sin cuerpo no sería hombre, por lo que es necesa- rio que el cuerpo resucite para que vuelva a ser el mismo hombre y se siga la final intención para la que fue creado, que es la de ser Dios servido, cono- cido y amado por el mismo hombre» 51.Y añade más adelante este autor «Después del juicio, el alma recuperará el mismo cuerpo en que vivió, en el cual tendrá pena, pues en la unión que se hará del alma y el cuerpo para que vuelva a ser el hombre, tendrá pena corporal que, unida a la espiritual, multi- pilcará la pena del cuerpo y el alma, de forma queen la pena espiritual, tendrá también el cuerpo pena» 52. 48 P. dex Vaux-de-Cernay, Histoire albigeoise, ed. H. Maisonneuve y P. Guebin (París 1951), pp. 57־. 49 Vid. para ello, Ch. Thouzellier, Catharisme et valdeisme en Languedoc (París 1969). 50 Tejada y Ramiro, Colección de cánones y de todos los concilios de España y América, t. III (Madrid 1851), p. 414. 51 Félix..., pp. 972-973. 52 Ibid, p. 992. REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.—Emilio Mitre Fernández16 Extremos algunos de éstos que recuerdan las ideas de Berceo antes citadas. IV.—Una simplificación comúnmente aceptada: La separación cuerpo/alma como expresión (o ¿síntoma?) de la muerte biológica Por encima de todos los matices antes expresados y, al margen de lo que, siempre un tanto convencionalmente, pudiéramos considerar «culto» o «popular», una imagen acaba imponiéndose para definir la muerte: la separa- ción del alma (sin más matices) y el cuerpo. Los testimonios cronísticos —a fin de cuentas los que los historiadores hemos de consultar en todo momento en una primera instancia— abundan en esta figura más que en otras a la hora de hablar de la muerte de sus per- sonajes 53. Pero también los más diversos géneros «literarios» utili2an esta imagen con profusión. Así, en la lírica trovadoresca, el autor Guiraut Riquier hablará de Dios como salvador de «mi alma / y vos [rey] podéis evitar que mi cuerpo / viva indignamente / yo me encomiendo ante los dos» 54. En la literatura artúrica se dirá, por ejemplo: «se le separó el alma del cuerpo» al hablar de la muerte de Iván el Bastardo 55, y de forma idéntica para mencionar la muerte del conde Hernol 56, la de Lucano el Copero 57 o la del propio Lanzarote 58. Más poéticamente, Iseo «rinde así su alma y se extingue junto a su amigo. Iseo muere por amor a Tristán» 58*. Gonzalo de Berceo, de quien recientemente se ha realizado un trabajo sobre el vocabulario de la muerte 59, utiliza las figuras del enfrentamiento cuerpo/alma y del vuelo del alma hacia Dios con bastante frecuencia. Así, en Los milagros se dirá, en «La abadesa prennada», y refiriéndose a su alma, que «le volo la gloriosa a seguro hogar» 609 y en «Los dos hermanos», «rendió a Dios la alma, fino con bendición» 61. En el Poema de Santa Oria se dice que 53 Recogido en ha muerte del rey (La historiografía hispánica y la muerte entre élites). Tra- bajo aún inédito. 54 C. Alvar, La poesía trovadoresca en España y Portugal (Barcelona 1977), p. 210. 55 En Demanda del Santo Graaly p. 191. 56 Ibid, p. 275. 57 La muerte de Arturo, ed. C. García Gual y C. Alvar (Madrid 1980), p. 193. 58 Ibid, p. 203. 59 ‘Le vocabulaire de la mort dans l’Espagne du XIII siede d’apres l’oeuvre de Ber- ceo’, en Death in the Middle Ages. Medievalia Lovaniensia 1983. 60 Ibid, p. 153. 61 Ibid, p. 153. 17MUERTE CORPORAL - MUERTE ESPIRITUAL... «cerró ojos e boca la reclusa leal / rendió a Dios la alma, nunca mas se sintió mal» 62. Y en boca de Santo Domingo de Silos se dice, refiriéndose a su futura muerte, «fasta salga mi alma deste carnal preson» 63. Figuras todas ellas que guardan una estrecha ligazón con la antes mencionada dialéctica cuerpo/alma. En Las Cantigas de Santa María hay también ejemplos de la imagen de la muerte como disociación de alma y cuerpo. El más patente es el del monje que «fue a morir ahogado. Y, en cuanto el alma salía del cuerpo^» 64. Dentro de estas pautas hagiográficas, la salida del alma se presenta también como figura de la muerte en las vidas de otros santos. Será el caso de Santa María Egipciaca que «echó sus braços sobre sus pechos / El alma es della sallida» 65, o de San Ildefonso, de quien se dirá que «Aquel alma per- fecta de toda santidat / leváronla los angeles con muy grand claridat» 66. En un terreno más lírico planteará esta figura un Jacobo de Vorágine, para quien —en línea por otra parte muy común— la muerte, como separa- ción de alma y cuerpo, es presentada como visión de la salida de aquélla de una prisión. Así se expresa en las muertes de Santa Eufemia de Santiago 66 \ Esta contraposición carne/espíritu acentuada por su distanciamiento al acercarse a la frontera de la muerte se presenta también en otros hermosos símiles. San Buenaventura, al hablar de la muerte de San Francisco, dirá que «a medida que crecía la debilidad de la carne se intensificaba el vigor del espíritu». Figura que se refuerza con otra también muy popular en el momento: el cuerpo mortal como una tienda en la que provisionalmente se alberga el alma 67. En un tono más académico, tres autores ibéricos plantearán el tema de la muerte de forma similar. Pedro Hispano dirá que la muerte es «privación del acto primero y esencial por el que el alma se ausenta del cuerpo en el que fue introducida». Situación que puede producirse por una serie de causas: internas, externas, naturales, accidentales- 68. Ramón Lull, en una obra ya repetidas veces mencionada, dirá: «Amado 62 En Poema de Santa Oria, ed. I. Uría (Madrid 1981), p. 133. 63 Vida de Santo Domingo de Silos, ed T. Labarta (Madrid 1973), p. 109. 64 Cantigas de Santa Marta, p. 30. 65 ‘Vida de Santa María Egipciaca’, en Poetas castellanos anteriores al siglo XV, BAE, t. 57 (Madrid 1952), p. 317. 66 ‘Vida de San Idelfonso’, en ibid, pp. 329330־. 66* Legende doree, ed. J-B. M. Roze y H. Savon, t. 2. (París 1967), pp. 212398־. 67 ‘Leyenda Mayor’, en San Francisco, pp. 469471־. 68 Pedro Hispano, De longitudine et brevitate vite, ed. M. Alonso (Madrid 1952), pp. 423435־. REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.—Emilio Mitre Fernández18 hijo, el hombre es instrumento compuesto de vida corporal y espiritual, las cuales causan la vida del hombre; y la muerte [es] lo contrario de la vida, pues el hombre muere por haberse desordenado el instrumento y por sepa- rar el alma del cuerpo, que es lo que da la vida» 69. Y San Pedro Pascual, en la boca de Lázaro resucitado dirá que «cuando mi alma fue separada del cuerpo» 70. V.—Singularidad de la muerte biológica Y PLURALIDAD MÍSTICA DE LA MUERTE A través de la dicotomía cuerpo/alma como fuerzas enfrentadas, la intelectualidad del Medievo había ido configurando una pedagogía de almas que, a través de las más variadas manifestaciones, pretendía hacer accesible a la masa de fieles el más terrible y generalizado misterio. Era necesario, además, completar esta figura con otras que supusieran una desdramatización mayor de la muerte biológica, a base de propagar imáge- nes de «otras muertes», o de cubrir el tránsito de una vida a otra con imágenes lo más edulcoradas posibles. Una de las más populares era la que presentaba al hombre como una especie de peregrino en la tierra cuyo destino habría de ser una patria celes- tial a la que sólo se podía acceder por el expediente de la muerte, por la separación del alma y el cuerpo 71. Pero hubo también otras imágenes que, bien aplicadas a esta vida terre- nal, bien al instante de la muerte, o bien al mundo situado inmediatamente al otro lado de la muerte, tuvieron un predicamento no despreciable a lo largo del siglo XIII y los decenios iniciales de la siguiente centuria. Algunos de sus aspectos han sido antes parcialmente tocados. Procede ahora dar una visión más detallada. La visión paulina de la muerte o, mejor dicho, de las diversas situacio- nes a las que podía darse el apelativo de muerte72 se transmitió a los Padres de la Iglesia, y de ellos al Medievo. Un San Ambrosio, por ejemplo, dirá que hay tres tipos de muerte: la «mors peccati», que es la del alma que peca; la «la mors mystica», que es la muerte al pecado y la vida para Dios, y la muer 69 En Félix..., p. 765. 70 San Pedro Pascual, !stories religiöses, vol I, ed. P. Armengol Valenzuela (Roma 1905), p. 16. 71 Estudiado por mí en *Una visión medieval de la frontera de la muerte: Status viae y status en Homenaje a Don Claudio Sánchez Albornoz (Universidad Complutense). 72 Cf. X. Leon-Dufour, Jesús j Pablo ante la muerte (Madrid 1982). 19MUERTE CORPORAL · MUERTE ESPIRITUAL...te que hemos definido como biológica, consistente en la «anime corporisque secessio». La primera la define el santo como mala, la segunda como buena mientras que «tertia mors media sit» 73. De esta forma las autoridades eclesiásticas trataron de desplazar la terribilidad de la muerte biológica, a la que se define como «muerte primera», hacia la «muerte segunda», que acarrearía la condenación eterna. J. Saug- nieux, en su trabajo sobre Berceo y su vocabulario sobre la muerte, da este sentido a la expresión «muerte segunda» 74. No es, por supuesto, el único caso para el siglo XIII y los años inmediatos. La piedad franciscana diría también que «Bienaventurados aquellos a quienes encontrará en tu santísi- ma voluntad / pues la muerte segunda no les hará mal» 75. Diversas variantes se encuentran a la hora de calificar esta «muerte segunda». Así, Ramón Lull, que la muerte del cuerpo («departiment de cors e d’anima») no es terrible; lo más terrible es la «muerte espiritual» que se produce cuando el alma se aleja de Dios olvidándose de amarle, recordarle y loarle. Mientras en la muerte corporal el alma virtuosa es conducida a Dios, en la muerte espiritual ésta es conducida al fuego eterno 76. Bajo formas similares —«muerte del alma»— se expresan otros auto- res. Bernat Oliver dirá que «Estoy en lo cierto que mi alma, al vivir en deli- tos carnales, está muerta para ti, Señor«. Pero en cuanto a ti no está mi vida muerta, sino que duerme«. Grita pues, Señor y di: Levántate, tú que duermes. Levanta de la muerte y te iluminará Jesucristo» 77. Alfonso X dirá también del caballero malhechor que murió antes de hacer el monasterio que había prometido, que «su pobre alma estaba llena de pecados y más muerta que viva» 78. La «muerte eterna» como resultado del pecado es otra figura también destacada 79. Y la simple vida en pecado pasa a ser también sinónimo de muerte 80. Como contrapartida, la muerte en Cristo «es venir, la non morir» 80*. Dos muertes, «primera» y «segunda» (con todas las variantes de voca- 73 En ‘De bono mortis Liber unus’, en Patrología Latina 14, 540-541. 74 J. Saugnieux, ob. eit, p. 156. 75 ‘Espejo de perfección*, en San Francisco..., p. 792. 76 R. Lull, ‘Doctrina pueril’, en Obres, 1.1 (Palma 1906), p. 168. 77 B. Oliver, Excitatori de la pensa a Den, ed. P. Bohigas (Barcelona 1929), pp. 4045־. 78 Cantigas..., p. 87. 79 Cf. nota 9. 80 Tristan..., p. 103. Palabras del ermitaño Ogrín a Tristán: «¿Qué consuelo puede dar- se a un muerto? Muerto es quien vive en pecado y no se arrepiente. Que Dios tenga compa- sión de vosotros, porque habéis perdido este mundo y el otro». 80* Tal y como se recoge en la muerte de Alfonso VII en Primera Crónica General de España, ed. R. Menéndez Pidal (Madrid 1977), p.. 662. REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.—Emilio Mitre Fernández20 bulario que se desee para ambas), que tienen su equivalencia también en dos «vidas» que la espiritualidad franciscana potenció directamente. La contra- posición de vida terrenal y miserable a vida bienaventurada 81 y la «vida que era tan inminente» 82 definen bien lo que es la aplicación de un término a la visión mística del Más Allá. Dos vidas que, en cierto modo, definen también dos mundos, a su vez definido con diversos términos. Jordán de Sajonia, al hablar de Diego de Acebes, diría que prolongó su «carrera mortal» en el «opulento descanso» 83. Ramón Lull invocará a «nuestros padres, los cuales son muertos en este mundo, pero vivos sois aquellos que habéis elegido el perdurable reposo» 84. Amaldo de Vilanova, tras algunas consideraciones sobre la vanidad de las cosas del mundo, dirá que «no hay que acumular tesoros de pensamiento ni de deseo en el armario de este mundo, en el cual perecerán, sino en el armario de Dios, donde ni se estropean ni perecen» 85. Dos mundos que se presentan como dos siglos con cierta frecuencia. Berceo dirá que «Por ese siglo pobre, que poco durará / non perdamos el otro, que nunca finara» 86. La espiritualidad mendicante hablaría también del peligro de perder «el cuerpo y el alma en este breve siglo», pues ello supondrá ir al infierno a padecer tormentos sin fin 87. Ramón Lull hablará dé los dos mundos separados por la muerte bioló- gica como «aquest mon» y el «autre segle» 88. Dante, por último, hablaría del «gran siglo», que es la eternidad separa- do de «este siglo» por la muerte biológica 89. Con todo, las figuras que se iban sumando a la más común de separa- ción cuerpo/alma para definir a la muerte, seguían incidiendo en un acen 81 En ‘Florecillas’, en San Francisco..., pp. 679680־. 82 Tomás de Celano, Vida primera, en ibid, p. 208. 83 Jordán de Sajonia, Orígenes de la orden de Predicadores’, en Santo Domingo de Guz- man. Su vida. Su orden. Sus esaritos, ed. M. Gelabert, J. M. Milagro y J. M. de Garganta (Madrid 1966), p. 157. 84 En Oracions de Ramón’, en Obres..., vol. 18 (Palma 1935), pp. 349350־. 85 ‘Tratado de la caridad’, en Escritos condenados por la Inquisición, ed. E. Cánovas y F. Piftero (Madrid 1976), pp. 155157־ 86 En Vida de Santo Domingo de Silos, p. 109. 87 En Oraciones’, en San Francisco..., p. 59. 88 ‘Libre de contemplacio en Deu’, en Obres, vol. 2 (Palma 1906). 89 ‘Canción de Beatriz, causa de su muerte’, en Obras completas, pp. 538 a 550. Para otros aspectos de la muerte en la obra de Dante, contamos con el artículo de G. H. Allard, ‘Dante et la mort’, en Fe sentiment de la mort au Moyen Age (Montreal 1979). 21MUERTE CORPORAL - MUERTE ESPIRITUAL... tuado dualismo, por más que se hablase muchas veces de una muerte que poco tenía que ver con la estrictamente corporal. La diversidad de metáforas relacionadas con la muerte en el período que tratamos, dio pie a un conjunto de variadas imágenes. Unas cargaban sus tintas sobre la muerte «segunda». Otras, por el contrario, homologaban la muerte en el sentido mas común —el biológico— a situaciones que la Iglesia institucional presentaba a los fieles como terribles e incluso reproba- bles. Otras, por último, tendían a una dulcificación de la muerte biológica. En la mayoría de los casos, el vocablo «muerte» aparece como una especie de espantajo. Todo lo contrario de lo que suele suceder con el voca- blo «vida», ya sea utilizado de forma autónoma —bien en el sentido físico, bien en el místico—, ya sea empleado de forma contrapuesta al de «muerte». Diversos ejemplos pueden servir de modelo: Berceo fijó la contraposición verano/invierno equivalente a la de vida/ muerte 90. De forma similar, el autor de la Demanda del Graal asimilaría la muerte segunda con la noche, al decir Perceval que «con razón es llamada siempre noche, cuando sorprende al hombre en pecado mortal» 91. Siguiendo un esquema de tradición oriental, Alfonso X presentará la ignorancia como muerte y el saber como vida 92. Unos años antes, y de una forma más ácida, Pedro des Vaux-de־Cernay asimilaría implícitamente la muerte con la herejía 93. Una forma de ignorancia pertinaz a fin de cuentas. Vida es también conservación de la memoria del difunto 94, mientras que muerte, o mejor dicho, la muerte peor es el olvido 95, ya que la otra significa sólo un mero despojarse de la carne mortal 96. 90 Cf. J. Saugnieux, ob. cit, p. 153. 91 Demanda..., p. 147. 92 General Estaría, parte I, lib. VII, cap. XLI. 93 Por tratarse ésta del pecado por excelencia, asimilado a la muerte «segunda». El autor hace particular referencia a este tema en uno de los pasajes de la obra en el que el obis- po de Beziers intenta convencer a los herejes de su ciudad que, sin embargo, prefieren morir como heréticos a «vivir cristianos», ob. cit, pp. 4043־. 94 General Estaría, parte I, lib. VII, cap. XLI. 95 Una de cuyas equivalencias puede ser la deshonra. Así, Gauvain, haciendo algunas consideraciones sobre la fugacidad de la muerte, dirá que «prefiero estar muerto que deshon- rado, pues la muerte pasa rápidamente, pero la deshonra dura mucho tiempo y todos la re- cuerdan y la cuentan». El cementerio peligroso,ed. V. Cirlot (Madrid 1984), p. 35. La vida, como ya hemos advertido anteriormente, puede perdurar en la descendencia del muerto, en su honra, o en su fama, tal y como un Petrarca simbolizará en uno de sus poemas, Triunfos, ed. J. Gorrines y M. Carrera (Madrid 1983), p. 137. 96 Así, por ejemplo, el sacrificio de Cristo se expresa con palabras como «cuando Él tomase carne en forma de homme, e moriesse en la cruz segund la carne», o «e tomasse REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.—Emilio Mitre Fernández22 Vida como amor y muerte como desamor son figuras en las que abun- da Ramón Lull 97. La sublimación mayor de la muerte biológica se producirá en la reli- giosa franciscana cuando se hable de «nuestra hermana la muerte corpora- 1» 98. La muerte es, en este caso, la «dormición en el Señor». La raíz inspira- toria se encuentra en la muerte de San Esteban protomártir 99 A principios del siglo ΧΙΠ utilizó esta figura Pedro des Vaux-de-Cernay al referirse a la muerte de Simón de Montfort100. La piedad mendicante hará un uso generoso de esta imagen. Así, se dirá de San Francisco, por parte de Tomás de Celano 101 y de Jacobo de Vorágine 102. Jordán de Sajonia empleará este término para referirse a las muertes del Maestro Reginaldo y de Pedro Ferrando 103. El mismo Jacobo de Vorágine utilizará esta metáfora para referirse a las muertes de Santo Domingo de Guzmán 104 y de otros de sus biografiados: San Silvestre 105, San Marcelo 106, San Marcos 107, San Vital 108, San Bricio 109, etc. Vicente de Beauvais, el gran vulgarizador del período, retomando una vieja tradición que, como ya hemos expuesto, tenía en San Ambrosio uno de sus mejores representantes, habló de varios tipos de muerte en los que se mezclaban lo físico y lo místico. muerte segund la carne que d’ella tomo por salvar el linaje de los hommes», en General Esto- ria, part. I, lib. XVII, cap. II. Y en Demanda... se dirá que «os mostrará el cambio que hizo en la cruz, allí donde fue cubierto de vestimentas terrenas que es la carne mortal; vivió y murió la muerte, y la muerte le llevó a la vida eterna y lo que bien debe ser significado por el ciervo, pues del mismo modo que el ciervo rejuvenecido dejando parte de su cuero y su pelo, igualmente vuelve Nuestro Señor de la muerte a la vida, cuando deja la piel terrena, que era la carne mortal», pp. 277278־. 97 En Libro del amigo y del amado, ed. J. Zaragueta (Buenos Aires 1981), pp. 5960־. 98 En el «Cántico del hermano sol», recogido en ‘Espejo de perfección,, en San Eran- cisco..., p. 792. 99 Hech. 7, 60. 100 Ob. cit, p. 234 101 ‘Vida Primera*, en San Francisco..., p. 209. 102 OH. cit, t. 2, p. 264. 103 Ob. cit, pp. 167 y 314, respectivamente. 104 Ob. cit, t. 2, p. 58. 105 Ibid, 1.1, p. 105. 106 Ibid, 1.1, p. 130. 107 Ibid, 1.1, p. 308. 108 Ibid, t.l,p. 311. 109 Ibid, t. 2, p. 348. 23MUERTE CORPORAL - MUERTE ESPIRITUAL... En primer lugar hablaría de una muerte del cuerpo, que es su separa- ción del alma; una muerte del alma, que es provocada por el pecado; una muerte del alma después de esta vida, que es la pena antes del juicio, al esti- lo del rico Epulón, y una muerte de alma y cuerpo sufriendo después del juicio las penas del infierno 1!0. Algo más adelante, insistirá en una «mors naturae», la inevitable; una «mors culpae», de la que hay que huir por sumergir al alma en el pecado; una «mors gratiae», que es la muerte al pecado, y una «mors gehenae» que nos condena al infierno m. Sin embargo, Vicente de Beauvais tendría aún otra oportunidad de hacer un alarde de erudición. Al referirse a las razones por las que el justo debe preferir la muerte a la vida, hablará de «timor transgresionis», «dolor afflictionis», «fervor aemulationis» y «dulcor praegustationis». Para luego concluir con un auténtico arsenal de imágenes que definían lo que era la muerte biológica para el justo. Muy al estilo de lo que de una forma más desperdigada había hecho años atrás un Gonzalo de Berceo. La ínuerte es: «exitus de carcere», «finis exilii», «laborum consummatio», «ad portum appli- catio», «peregrinationis terminus», «gravissimi oneris», «corporis depositio», «de domo minora liberatio», «omnium pericolorum evasio», «omnium malo- rum consumptio», «debiti naturae solutio», «reditus ad patriam», «ingressus ad gloriam» 110 111 112 y, como una especie de síntesis de todas estas figuras, «introitus ad etemae vitae» 113. Pocas veces el fin natural del hombre fue rodeado de tan buenas pers- pectivas. Conclusión A lo largo del siglo XIII y primera mitad del XIV, la Iglesia romana tenía unos criterios muy claros (a imponer a sus fieles) sobre aquello que debía de considerarse como muerte cristiana y sobre los términos a utilizar para definirla. Al insistir en la «muerte segunda», la jerarquía eclesiástica trataba de desdramatizar la «muerte primera», significada por la separación del cuerpo y el alma. A fin de cuentas, para el justo—es decir, para aquel que había seguido los dictados de la Iglesia— la vida mortal tenía un contenido agóni 110 En Speculum morale, co. 709 (Dovai 1624). 111 Ibid, coL 692-693. Casi tres siglos después, el maestro Alejo Venegas se expresa- ría de forma similar al hablar de tres vidas —de la naturaleza, de la gracia y de la gloria— que tenían sus formas equivalentes de muerte: muerte corporal, muerte espiritual y muerte de la gehenna, en Agonía del tránsito de la muerte, ed. R. Fiol (Madrid 1969), pp. 25 a 27. 112 Speculum morale, cols. 713-715. 113 Ibid, col 705. REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.—Emilio Mitre Fernández24 co 114 cuyo desenlace, según la terminología recopilada por Vicente de Beauvais, había de ser el fin de una peregrinación y el ingreso en la gloria, verdadera patria del creyente. La Iglesia tomó elementos de variada procedencia para construir un mundo de imágenes accesible a la masa de fieles. Trató, por supuesto, de alejar por todos los medios aquellas visiones de la muerte que pudieran resultar más crudamente paganas o más sospechosamente heréticas. Sin embargo, ciertas ideas, ciertos gestos, ciertas ceremonias, o, a la postre, ciertas creencias, respondían a sentimientos que estaban por encima de pre- cisas confesiones religiosas. Se ha hablado, a este respecto, de la idea de la fama, de los plantos fúnebres, etc. Pero habría que hablar también —por haber sido el eje temático de estas páginas— de la propia dialéctica cuerpo/alma, que puede considerarse como una de tantas expresiones de un dualismo general subyacente a toda la religiosidad occidental, y del que la propia ortodoxia romana no pudo librarse. Un dualismo que impregna toda la teoría sociológica-religiosa: desde las dos ciudades de San Agustín (o las dos iglesias de ciertas posiciones heréticas) a las disputas entre clérigo y el caballero tan caras a la literatura medieval, pasando por las enconadas pugnas entre el regnum y el sacerdo- cium. No de forma gratuita, y aunque pueda antojarse como una paradoja, Inocencio III, acérrimo enemigo del catarismo dualista, redactaría en su De contemptu Mundi uno de los mayores alegatos contra el cuerpo como envol- tura perecedera del alma 115. EMILIO MITRE FERNÁNDEZ Universidad Complutense. Madrid 114 Así, el fin de la vida de un Santo Domingo se definirá por Constantino de Orvie- to, no sólo como término de una peregrinación, sino también como «el fin de la contienda». En *Leyenda de Santo Domingo’, en Santo Domingo..., p. 373. En Demanda del Graal se dirá, a su vez, que «los caballeros terrenos y los celestiales iniciaron un torneo todos juntos; es decir, comenzaron unidos la Demanda los caballeros que están en pecado mortal, o sea, los terre- nos, y los celestiales que son los verdaderos caballeros, que no estaban manchados por el pe- cado», p. 180. 115 Creemos que la erosión de los esquemas mentales binarios (clero-laicado, pobres- ricos..) por otros ternarios (oratores-bellatores-laboratores, infiemo-purgatorio-paraíso, etc.) sostenida por Le Goff, resulta un tanto relativa.Vid. su artículo «La naissance du purgatoire (XII-XIII siede)» en el Coloquio La Mort au Moyen Age (Estrasburgo 1977), pp. 9-10.