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': MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL QENERAL SIMON BOLIVAR libertador de Colombia. Perú 4 Bolivia. POR TOMAS CIPRIANO DE MOSQUERA BOGOTA IMPRENTA NACIONAL 1954 PRELIMINAR Mi nombre pertenece ya a la historia: ella será la que me hace justicia; y así usted, mi querido amigo, no se ocupe de vindicarme de las acusaciones con que Benjamín Constant ha podido mancillar mis glorias. El mismo me juzgaría mejor si conociera más los sucesos de nuestra his- toria. No cedo en amor a la gloria de mi patria a Camilo; no soy menos amante a la libertad que Wáshíngton, y nadie me podría quitar la honra de haber humillado al León de Castilla desde el Orinoco al Potosí. BOLIVAR (Carta particular a un amigo SUyO,'desde Guayaquil, el año de 1829). Después de la muerte de Bolívar han aparecido varios escritos sobre su vida, tanto en América como en Europa. Ellos adolecen de la inexactitud que es consiguiente a las primeras noticias que sus au- tores han adquirido de este hombre célebre. Las mismas apologías escritas para honrar su memoria están llenas de parcialidades, y aun $e habla en ellas de cosas que no han existido. Desde mi primera edad en el Ejército de Colombia emprendí reunir las noticias que algún día podrían ser útiles para la historia de mi país, y tener la dicha de presentar estos materiales a la mano que se encargue de pintar los sucesos de América, y de hacer conocer al Capitán que mandó tantas veces los pueblos y el Ejército. Colocado al lado de Bolívar como su Ayudante de Campo, su Secretario y su Jefe de Estado Mayor Gene- ral, he podido conocerlo y observarlo más de cerca. Como Gobernador, Intendente, Prefecto y Comandante General en distintas épocas y Mi- nistro Plenipotenciario en el Perú, me he puesto en contacto con el Gobierno, y por tanto no desconozco la política que se observó du- rante la administración en que he servido. Estas razones me han animado a presentar al público mi bosquejo para servir a la historia, y sólo siento no poderlo hacer de un modo tan -completo como lo exige - la materia. Una desgracia ocurrida en el año de 1824, cuando fue in- cendiada la ciudad de Barbacoas por los realistas, hizo perecer el archivo de la casa de gobierno, y en él todos los materiales que había reunido hasta entonces en mi vida militar. Inmediatamente después 6 PRELIMINAR de la victoria que obtuve sobre el enemigo, me fue imposible ocupar- me en reponer mis apuntamientos a consecuencia de las heridas que recibí, y ya no pensaba volver a emprender tal trabajo, cuando varios amigos me empeñaron en que lo hiciese en lo posible, porque era in- dispensable que los contemporáneos diésemos testimonio de los hechos de nuestros días, y por convenir con ellos me ocupé de nuevo en este asunto, con ánimo de dejar a mis hijos el cuidado de publicar mis relaciones. N o tengo la vanidad de creer mi obra tan perfecta como debe ser, pero al menos la juzgo imparcial, y mis opiniones independientes del espíritu de partido. La principal parte de mi trabajo es la que dice relación a Bolí- var, y como él no existe ya, juzgo oportuno publicarla. Cuanto refiero de su primera edad lo he sabido del mismo Ge- neral Bolívar, que tuvo la bondad de decírmelo en los ratos de des- canso que tenía. Aunque no siempre he estado de acuerdo con sus opi- niones, le merecí su amistad, y no juzgo faltar a ella en las publi- caciones que hago. Los hechos más notables los apoyo en los documentos con que acompaño mis memorias 1. 1 Véase el apéndice. Documento número 1<1. CAPITULO I Origen, nacimiento y primera edad del Libertador Sim6n Bolívar. La familia de Bolívar es originaria de España y una de las primeras que vinieron a establecerse en América. El año de 1589 nombró la ciudad de Caracas a Simón Bolívar Procurador Gene- ralen la Corte, y se le recomendÓ la defensa de los derechos municipales de aquella ciudad. El Rey le nombró Regidor per- petuo de Caracas y Oficial Real de la provincia. Desde el siglo XVII gozó la familia de Bolívar una renta que podía llamarse brillante en América, y los primogénitos ob- tenían el empleo de Alférez Real, destino concedido siempre a las primeras familias de la nación. Don Juan Vicente Bolívar fue el padre del Libertador, y ejerció distintos empleos, siendo tam- bién Coronel de milicias de los valles de Aragua. La familia tenía distintos privilegios de que no hizo uso; entre otros el títu- lo de Marqueses de Bolívar, Vizcondes de Coporete. Igualmente tenían el señorío de las minas de Aroa, concesión que no se había hecho a americanos. La señora Concepción Palacios fue la mujer de don Juan Vicente Bolívar, descendiente, igualmente que su marido, de antiguas familias de España. Al primer hijo le llamaron como su padre; y al segundo, Simón, en memoria del primero de este nombre, por quien comienzo mi relación. Nació el 24 de julio de 1783 en Caracas. Su padrino, el doctor don Fé- lix Aristiguieta y Bolívar le dio el nombre de Simón, y habiendo tenido el permiso de sus padres le fundó un mayorazgo porque decía que este niño sería más grande que el primero que de este nombre vino a Caracas. La casa en quenaem Bolívar fue ~ que tuvieron sus padres en la plaza de San Jacinto. No fueron solos estos dos hermanos, también tuvieron dos hermanas: la mayor, María Antonia, viuda hoy del señor Clemente, y la se- gunda, Juana, igualmente viuda del señor Palacios. Don Juan 8 TOMÁS CIPRlANO DE MOSQUERA Vicente Bolívar murió dos años después del nacimiento de su hijo Simón, y recomendó a su mujer que mandase sus dos hijos a Inglaterra para que recibiesen allí su educación; pero el padre de la señora viuda, don Feliciano Palacios, se opuso tenazmente, porque decía que el contacto y relaciones de sus hijos con he- rejes sería capaz de corromperlos. Tales eran las ideas de nues- tros abuelos en toda la nación. Estas preocupaciones perjudica- ron a los jóvenes Bolívares; pero la madre les proporcionó maes- tros tan capaces como podían ser en aquel país. En su casa paterna recibió Bolívar las primeras lecciones de sus precepto- res Carrasco, Vides, Negrete, Rodríguez y Pelgrón; después lo fueron el señor Bello y el Padre Andújar. Primeras letras, gra- mática latina y española, esgrima, natación, historia natural, profana y eclesiástica, con algunos principios de matemáticas hicieron la enseñanza y primera educación del joven Bolívar has- ta la edad de quince años, en que su curador, don Carlos Palacios, después de la muerte de su madre, le mandó a España para que completase sus estudios. Bolívar supo por una casualidad el año de 1797 el plan de la revolución que se tenía en Caracas para emanciparse de Es- paña; pero fue cauto, y no dijo a su tierna edad nada que pu- diese comprometer a los que querían ejecutarlo, y celebraba la idea con los de su familia como una cosa buena, deseando que tomasen parte su curador y su hermano. Cuando fueron juzga- dos algunos sujetos a causa de haberse descubierto el plan, Bo- lívar por su poca edad pudo obtener permiso de los jefes de España para visitar los presos, y les fue útil su viveza y cautela. El 19 de enero de 1799 se embarcó Bolívar para España en el navío San Ildefonso; su Capitán, don José Uriarte y Borja. El buque tocó en Veracruz para recibir algunos millones de pesos que se remitían a España, y con este motivo el joven Bolívar visitó a Méjico, y vivió con el Oidor Aguirre, recibiendo buen tratamiento del Virrey Azanza. Posteriormente tocó el buque en La Habana y conoció igualmente esta ciudad. Bolívar se acordaba, como de una cosa que le había hecho mucha impresión, de un acto caballeroso del Capitán Uriarte, al que decía debía su existencia. Se encontró el navío con un bu- qUe inglés muy inferior, y como estaban en guerra las dos na- ciones, le era muy fácil tomarlo. Los oficiales propusieron echar- lo a pique y tomar la tripulación a bordo, y la respuesta fue: "por hacer un daño sin utilidad podremos no ver un escollo que MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 9 se encuentra en esta dirección; sigamos nuestro rumbo y dejen ustedes aesos miserables". Al anochecer se pudo descubrir el escollo ya muy cerca del buque, y la vigilancia del Capitán con- servó la vida a nuestro futuro héroe, que llegó a España feliz- mente; desembarcó en Santoña, y por Bilbao siguió a la capital de Madrid. Bolívar vivió con su tío don Esteban Palacios, que gozaba de la gracia de los Reyes de España por las relaciones de amis- tad que tenía con el favorito Mallo, que era natural de Popayán, y criado en Caracas. El estudio de las matemáticas, lenguas y li- teratura hacían su ocupación. Palacios fue desterrado de Madrid por intrigas de Corte, y Bolívar entonces quedó al cuidado del Marqués de Ustáriz, por quien tenía un respeto que pasaba a ve- neración. Hasta los últimos tiempos de su vida creía Bolívar que nunca había tenido un mejor maestro que su amigo, cuyas virtu- des comparaba a las de los virtuosos griegos que se presentan como modelos: tales eran sus expresiones. La Corte de Madrid era un centro de corrupción y de intriga; y Bolívar, aunque niño, se veía forzado a asistir al palacio por las instancias de la Reina, que le distinguía como paisano de su favorito, quien tomó mucho empeño en adelantarlo en su carre- ra pública; pero la circunspección de Bolívar y su amor a la ca- sa de Ustáriz, le hacían preferir este retiro a los devaneos de los sitios reales, donde varias veces se entretuvo con Fernando VII, que tenía casi la misma edad. La casualidad proporcionó al joven Bolívar hallarse una no- che en una casa adonde había salido disfrazada la Reina María Luisa, y la acompañó en su regreso a la Corte; circunstancia que influyó mucho en el aprecio que hacía la Reina de él, le propor- cionó estar en los sitios reales con bastante confianza. El Prín- cipe de Asturias, Fernando, le invitó una tarde en Aranjuez a jugar a la raqueta, y diole al Príncipe con el volante en la cabe- za, por cuya razón se molestó; pero su madre, que estaba presen- te, le obligó a continuar el juego, porque desde que convidó a un joven caballero para distraerse se había igualado a él. Me refería el Libertador esta anécdota diciéndome con un aire de satisfacción: ¿Quién le hubiera anuneiado a Ffffiando VII que tal accidente era el presagio de que yo le debía arrancar la más preciosa joya de su corona? Bolívar deseaba regresar a su país, cansado de la vida de Madrid y hostigado del palacio real, y se resolvió a dar un paso 10 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA que le ponía en uso de su voluntad, casándose. La señorita Te- resa Toro, sobrina de los Marqueses del Toro, y de Inicio, fue la que le cautivó el corazón. Concibió una pasión tan violenta que siempre juzgó haber sido la más fuerte que tuvo de este género. El padre de la señorita Toro accedió al matrimonio de su hija, a condición de que se dejase correr algún tiempo, siendo el no- vio todavía niño, pues sólo contaba diez y siete años. Un suceso desagradable irritó mucho a nuestro joven, y lo hizo resolverse a dejar a Madrid. El Ministro de Hacienda le mandó registrar en la puerta de Toledo a pretexto de decir que llevaba un contrabando de diamantes; pero el objeto era ver si le encontraban algunos papeles de intrigas de su amigo Mallo. Bolívar, que vestía uniforme militar, como oficial de milicias, tiró su espada contra los guardas, y se quejó agriamente del insulto que se le había hecho. Pidió pasaporte para dejar la Corte, y se fue por la posta a Bilbao, donde estaba la familia de su futura esposa. Anduvo el camino con tanta violencia que casi pierde la vida. La guerra con Inglaterra le privaba tener algunos recursos de su casa para vivir, y como no sabía pedir, sufrió bastante. Después de la paz de Luneville, a fines de marzo de 1801, pudo óbtenerlos; y resolvió pasar a Francia para conocer aquel her- moso país y con la idea de comprar cuanto necesitaba para su matrimonio y viaje a América. Bolívar recibió hermosas impresiones al observar la Francia, París, la Libertad, y Napoleón. Su alma sufría los golpes de montones de ideas, que abruman a cualquiera que es nuevo en la vida, y mira de repente cuanto hay de asombroso en la exis- tencia y en la historia. En vano le tentaron las seducciones del placer, en vano le deslumbraron las maravillas de las artes y del gusto; su alma se absorbía toda en la imagen de su amante y del coloso de la libertad representado por Napoleón. Una Re- pública triunfante, instituciones filosóficas y nuevas, los prodi- gios del genio y del saber, todo echaba en el alma de Bolívar las semillas de libertad y de gloria que después se han desenvuelto en su larga carrera. Bolívar, ansioso por volver a España y a Ca- racas, deja muy pronto a la Francia a fines de 1801; llega a Ma- drid, celebra su matrimonio, y el mismo día parte para la Coru- ña, donde se embarca en el buque que le esperaba para IlevarIe a La Guaira. Cuando Bolívar hablaba de esta época de su vida todavía se exaltaba después de tantos años. Se creyó, vuelto a su patria, el hombre más feliz con una amiga a su lado, y pensando MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 11 siempre cómo ser más dichoso en la tierra que le vio nacer. De repente, una fiebre se apodera de su esposa, en cinco días des- aparece, y todo cuanto antes le era agradable le fue ya odioso; después de la muerte de su Teresa decía: "Yo contemplaba a mi mujer como una emanación del Sér que le dio la vida: el Cielo creyó que le pertenecía, y me la arrebató porque no era creada para la tierra"; y parafraseaba este mismo pensamiento de di- ferentes modos, para complacer sus afectuosos e imperecederas sentimientos al recordar a su amada. La tristeza le aconsejó de- jar este país para siempre. Solamente ocho meses permaneció en él para arreglar sus negocios. Vendió algunas de sus propieda- des, cedió otras a sus hermanos, dejó recomendado el vínculo que poseía a su hermano Juan Vicente y fletó un buque, lo cargó y siguió para Cádiz con un caudal suficiente para vivir muchos años y viajar en Europa. A fines de 1803 arribó felizmente al puerto de su destino, después de un viaje tempestuoso. Realizó en aquel puerto sus negocios, partió para Madrid a llevar a don Bernardo Toro, padre de su esposa, las reliquias que había con- servado de ella. Hablaba Bolívar de esta entrevista con ternura, recordando las lágrimas que mezclaron el padre y el hijo. "Ja- más he olvidado esta escena de delicioso tormento, porque es deliciosa la pena del amor", fue varias veces la expresión con que Bolívar concluía esta narración; y como mostró siempre un vivo interés en estos recuerdos, quiero referirlos aunque pueden juzgarse minuciosidades en las memorias que ahora escribo de la vida juvenil de nuestro General. Ellas también servirán para hacer conocer cuán susceptible era de sentimientos afectuosos, y que siempre influyeron en su corazón, como veremos después. Sú- existencia en Madrid, rodeada de los amigos que le conocie- ron amante, amado y feliz, le fue tan insoportable como la de Caracas; y en la primavera de 1804 partió para Francia. Bolívar admiraba en Napoleón al héroe republicano, le pa- recía el astro de la gloria, no encontraba nada que se le pare- ciera y juzgaba que nada le podía igualar en el futuro. Ocupada así su imaginación se sorprende al verle subir al trono y tomar la corona de Emperador. Desde este día Napoleón es un tirano, y no quería ni siquiera tolerar su poHtiea. Todavía lamentaba el que el Capitán del siglo XIX, el más grande de los héroes, hu- biera empañado su carrera vistiendo la púrpura real. Censuraba siempre la política que había adoptado Napoleón, y a ella atri- buyó la pérdida del Imperio y la restauración de la casa de Bor- 12 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA bón. Varias veces le oí decir: "Desde que Napoleón fue Rey, su gloria misma me parece el resplandor del infierno, las llamas del volcán que cubría la prisión del mundo". Bolívar sintió tánto la caída de los republicanos, que consideraba con lástima la espe- cie humana y dudaba ya de la libertad. Ninguna instancia bastó para que asistiera al magnífico aparato de la coronación de Na- poleón.Nada contenía el ímpetu de su genio fogoso; dondequie- ra declamaba contra la vileza del pueblo y la usurpación del Cónsul; llegaba su osadía hasta disputar con agentes del gobier- no. El General Oudinot y Mr. Delagarde participaron de estas querellas, ambos amigos de Bolívar, aunque empleados por Na- poleón. Del último admiraba más la moderación por ser uno de los jefes de la policía; pero una señora que influía con su gracia y su talento sobre estos dos amigos era bastante sagaz para in- terpretar con indulgencia el arrojo de Bolívar. He creído digna de estas Memorias la opinión de un hombre célebre respecto de otro, y quizá cuando ellas vean la luz todavía podrán leerlas los personajes a quienes nombro y de quienes Bolívar nos hacía un agradable recuerdo. Ya en aquella época alimentaba Bolívar las ideas de libertar su patria y consultaba a sus amigos. Llegó entonces a París el Barón de Humboldt (Alejandro), que acababa de viajar en la América española, y por lo mismo juzgó que aquel sabio viaje- ro sería la autoridad más propia para dar consejos sobre la natu- raleza y ejecución de su proyecto. Bolívar, que había sido tra- tado bondadosamente por el Barón, le pregunta un día qué pensaba sobre la independencia de América y los medios de rea- lizarla. La respuesta fue que el país estaba ya en estado de re- cibir la emancipación, pero que no conocía hombre capaz de dirigirla. El Barón decía la verdad, porque nadie era conocido en América con talentos bastantes para semejante empresa. Sin embargo, Bolívar no desmayó, y contaba con que la revolución daría hijos dignos de ella. Mr. Bonpland, íntimo amigo de Bo- lívar y compañero del Barón en sus viajes, animaba con sus consej os el proyecto de emancipación. La amistad de este sabio botánico siempre fue conservada por Bolívar. Bolívar permaneció diez meses en París, y emprendió su viaje para Italia en la época que Bonaparte debía coronarse en Milán. Su amigo, don Fernando Toro, que hasta entonces había acompañado a Bolívar desde Madrid, tuvo que dejarlo y regresó MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 13 a España 1. En la primavera de 1805 marchó Bolívar para Italia en compañía de su amigo y antiguo maestro, don Simón Rodrí- guez, que hacía muchos años que se hallaba en Europa consa- grado al estudio de las ciencias exactas y de las artes. Este ami- go le aconsejó marchar a pie para que restableciera su salud quebrantada y observara con despacio las preciosidades que ha- bía en el país que iba a recorrer. En Lyon pusieron sus equipajes en los coches públicos, y con un bastón en la mano marcharon hacia la Saboya y el Piamonte. En once días atravesaron los Alpes, reposando una semana en Chambery. Esta marcha pro- dujo el efecto que se deseaba, y Bolívar restableció su salud y ensayó sus fuerzas para las futuras campañas que debía hacer, convenciéndose que era capaz de esfuerzos mayores por la faci- lidad con que había logrado hacer aquélla. De Turín siguió a Milán y asistió a los juegos olímpicos que se dieron en honor de la coronación de Napoleón. En aque- llos juegos vio por la primera vez elevar un globo aerostático conducido por una señora que llevaba en las manos· las águilas del Emperador al cielo. De Milán siguió a Venecia, origen del nombre de Venezuela, cuya ciudad flotante le pareció menos maravillosa de lo que se había figurado. De allí siguió a Floren- cia y de Florencia a Roma. En esta capital la exaltada imagina- ción de Bolívar le hizo ver la aldea de Rómulo elevada a capital del mundo, una ciudad republicana que conquistó tántos impe- rios, las maravillas del arte y del triunfo traídas del pie del capi- tolio; el brillo de mil glorias coronando las del Senado. Joven republicano, y alimentado de la historia antigua y de la filosofía moderna, Bolívar se inflama, va al monte Sacro, y hace el ju- ramento de libertar a su patria o morir por ella. Desde entonces emprendió formar sus proyectos, y esta idea le ocupó entera- mente su imaginación. Continuó sus viajes hasta Nápoles y volvió a París, donde permaneció hasta poco tiempo antes de regresar a América. París le había gustado tanto que algunas 1 Este colombiano, que después fue General de la República, era uno de los sujetos que más distinguió Bolívar por su mérito personal y por las relaciones que le unían a él como pariente de su mujer. Compañero desde su infancia y uno de los dignos hijos de Caracas, merece que al escribir una memoria de Bolívar se haga mención de sus servicios como hombre público: doy una noticia biográfica tomada de la boca misma de su amigo. Nació en Caracas, se educó en España y sirvió en los cuerpos de la guardia real con distinción y valor experimentado. En la campaña de Rosellón, cuando España estaba en guerra con la República Francesa, este oficial de- fendió con el resto de su compañía, casi destruída, un punto que los grana- deros de todo el ejército habían abandonado cobardemente: y Toro con sus valientes fueron celebrados como merecían. En la guerra de la insurrección contra Francia, el General Toro sirvió en las mismas guardias reales con 14 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA veces hablando con sus amigos en el ejército dijo en ratos de mal humor: "Si no me acordara que hay un París, y que debo verlo otra vez, sería capaz de no querer vivir". Bolívar se dirigió a Hamburgo por la Holanda, y en aquel puerto se embarcó para los Estados Unidos de la América del Norte, donde permaneció poco tiempo, y desde Charleston hizo su navegación a La Guaira a fines de 1806. Luégo que llegó a Caracas se retiró de los negocios políti- cos: meditaba en sus haciendas cómo debía darse el primer golpe a las autoridades reales; y aconsejaba a sus amigos mucho tino en los pasos que pudieran darse. Las medidas que tomaron las autoridades españolas para frustrar los conatos de revolución que se habían dejado trascender en Venezuela, después del ataque que intentó el General Miranda sobre Coro el año de 1806, y las persecuciones que sufrieron varios individuos, de cuyas sos- pechas no estuvo exento el mismo Bolívar, le hacían fortale- cer más su opinión de suspender todo acto revolucionario hasta que ya estuviesen las cosas arregladas así en Venezuela como en el Reino de la Nueva Granada. Los sucesos de la revolución de Quito en 9 de agosto de 1809 inflamaron el corazón de los patriotas, y aunque Bolívar creía que no era llegado el día de comenzar la obra de la independencia, una vez verificada la re- volución del 19 de abril de 1810 en Caracas, fue de los primeros que con tesón comenzaron a trabajar por el país. Fue nombrado Coronel de milicias de Aragua, y su hermano mayor, don Juan Vicente Bolívar, comisionado a los Estados Unidos para traer fusiles y armar los cuerpos de la República. Desgraciadamente pereció este patriota distinguido en su navegación cuando regre- saba a Venezuela con las armas que había comprado. Sobre su ge- nio y talento se ha hablado con variedad, pero muchos creían que era superior en energía a su hermano Simón, de quien se acorda- ba con aquella fuerza de sentimiento que mostraba siempre al hablar de las personas que le eran queridas. la pericia que acostumbraba. El gobierno le empleó luégo de Comandante General de Venezuela. Entró como autor principal de la revolución de Ca- racas el 19 de abril de 1810. En la campaña contra los realistas de Vene- zuela en el principio de nuestra guerra de la independencia, el General Toro perdió las piernas, quedando inútil para siempre. Cuando la ocupación de Ve- nezuela por Monteverde, Toro se encontró en la necesidad de emigrar a la isla de Trinidad, donde sufrió con su hermano, el antiguo Marqués del Toro, pues prefirieron vivir como jardineros en una pobre choza, a regresar a su país, donde el gobierno español mandaba, y despreciaron las ofertas que les hicieron para que pudieran restituírse a sus hogares. En 1821 volvieron los dos Generales Toro, y Fernando murió poco tiempo después de resultas de sus heridas, pero en medio de sus amigos y familia, y viendo a su patria libre y a su amigo triunfante.MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 15 En una de las reuniones que tuvieron en Caracas los pri- meros promotores de la independencia americana, a que asis- tieron Salía, Pelgrón, Montilla, Rivas, don Juan Vicente Bolívar y el Oficial Mayor de la Secretaría de la Capitanía General, don Andrés Bello, se dudaba quién podía ser el jefe de la revolución contra la España, y el señor Bolívar propuso a su hermano Si- món, haciendo una recomendación, que el tiempo ha probado que nacía del conocimiento íntimo que tenía de su joven her- mano. Todos los concurrentes despreciaron la indicación, pues juzgaron a Bolívar joven emprendedor, pero sin experiencia y capacidad para tan alta misión. Este pensamiento de don Juan Vicente Bolívar lo he sabido de boca de uno de los concurrentes a aquella reunión, que aún vive, y lo considero digno de men- cionarse en mi relación. CAPITULO 11 Primeros servicios que presta Bolívar a su patria hasta que fue hecho pri- sionero por el Comandante General de las tropas españolas, don Domin- go Monteverde. Como queda dicho en el capítulo anterior, Bolívar fue nom- brado Coronel de milicias del valle de Aragua después de la re- volución de 19 de abril de 1810, y en junio del mismo año se le confirió una misión diplomática cerca del gobierno de S. M. B., uniéndole de compañero al señor Luis López Méndez y de Se- cretario de la Legación al señor Andrés Bello. En 21 de julio dirigió propuestas al Gabinete de Saint-James, y obtuvo contes- iaciones que, aunque no favorables, nos aseguraban la neutrali- dad de la Inglaterra en nuestra contienda doméstica. El Marqué~ de Wellesley en sus conferencias con los comisionados les ofreció de parte de su gobierno no dar un paso contrario a la emanci- pación de América, bajo los principios que había sentado en su declaraciones diplomáticas. Bolívar y Méndez tenían instrucciones de no tocar con el General Miranda, que se hallaba en Londres; pero creyendo Bo- lívar que este personaje podía ser muy útil en Venezuela no tuvo embarazo en conferenciar con él, e invitarle a que fuese a su país, donde debía prestar servicios muy importantes a la causa de su patria. Miranda ofreció a Bolívar seguir muy pronto y em- prendió su viaje por los Estados Unidos. Bolívar dejó en Londres a su compañero López Méndez y al Secretario Bello encargados de la Legación y regresó a Vene- zuela. El 5 de diciembre de 1810 llegó a La Guaira, y el gobierno publicó inmediatamente los resultados de la comisión de Bo- lívar y las razones por que había quedado en Europa el comi- sionado López. Bolívar no estuvo de acuerdo con la marcha que llevaban los negocios de Venezuela, y se retiró a su casa. Varias conspi- raciones que formaban los partidarios de la Regencia de España MEMOItIA-2 18 TOMÁS CIPRlANO DE MOSQUERA habían sido descubiertas; pero conociendo los patriotas que se tramaba una revolución general apoyada por los realistas de Puerto Rico, Guayana y Coro, el Congreso fijó definitivamente la conducta política que debía seguirse, sancionando el acta de in- dependencia en su declaración de 5 de julio de 1811. Lejos de contenerse el partido servil por la declaración de la independen- cia, se irritó de tal modo, que el 11 del mismo estalló una revo- lución en Caracas y Valencia contra el gobierno. El pueblo -:le Caracas atacó a los revolucionarios y redujo a prisión a muchos, que fueron juzgados, y algunos ejecutados por sentencia del Tribunal de Vigilancia. En Valencia lograron los facciosos apo- derarse de la ciudad, y el gobierno de Venezuela mandó una expedición a las órdenes de los Generales Toros, hermanos, para destruír a los realistas. Entre La Cabrera y los Cerritos de Ma- riara se dispararon los primeros tiros en Venezuela, y comenzó la guerra de independencia al norte de aquella república. Des- graciadamente fueron rechazadas las fuerzas republicanas, y :,¡e retiraron a Maracay. Estos sucesos obligaron a Bolívar a dejar su retiro, y volvió a tomar servicio activo como Coronel del ba- tallón de milicias de Aragua. El General Miranda, que había lle- gado ya a Caracas, y que había sido considerado como Teniente General, grado correspondiente a los que había tenido en Eu- ropa, fue destinado a mandar la expedición que se formó de nuevo contra Valencia. El se excusó diciendo que no había cuerpos para que los mandase un Teniente General; y reconve- nido por una respuesta tan poco justa, ofreció marchar, pero con la condición de que el Coronel Bolívar no mandara su cuer- po en la campaña porque era joven temible. El gobierno, por condescender con el General Miranda, dispuso que marchase el batallón Aragua a órdenes del segundo Comandante. Esta dis- posición alarmó mucho a Bolívar, y alegando el distinguido mé- rito de ser uno de los primeros hombres consagrados a trabajar por su patria, pidió que se le permitiese marchar con su batallón o que se le oyese en juicio. El gobierno, que había obrado sólo por complacer al General Miranda, revocó su orden, y marchó Bolívar al frente de su cuerpo a la campaña sobre Valencia. Así empezaron sus primeros ensayos militares, y su compor- tamiento le hizo acreedor al despacho de Coronel efectivo de ejército. Después de la ocupación de Valencia, el 12 de agosto de 1811, Miranda hizo marchar a Bolívar a dar parte al gobierno de Caracas de este suceso. Aunque tal comisión no le correspon- día, él obedeció a su General y cumplió sus órdenes. MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 19 El General Miranda le destinó a mandar la plaza de Puerto Cabello, como Gobernador, y quería siempre tener a Bolívar distante de las operaciones militares, sobre el enemigo, pues tenía mucha prevención contra él, temiendo que le arrebatase sus glorias. Miranda conocía el genio del futuro héroe de la América del Sur, y obraba por celos, más bien que por ene- mistad. La reacción que meditaban los realistas había obligado al Gobernador de Caracas, Coronel José Félix Rivas, a decretar la prisión de todos los españoles y canarios que no se manifestaban claramente por la causa de la independencia; pero el General Miranda improbó este acto, y fueron puestos en libertad en junio de 1812 todos los presos; con lo cual se alentaron los rea- listas y continuaron sus maquinaciones con indecible actividad. En la plaza de Puerto Cabello existían cerca de mil prisioneros encarcelados en el castillo de San Felipe, y seducido por los españoles, el oficial Francisco Fernández Vinnoni los puso en li- bertad, dando muerte a los guardas y apoderándose de la forta- leza. Bolívar ordenó la evacuación de la plaza, y se salvó la guarnición que estaba en la ciudad. Dirigióse a La Guaira en una goleta de guerra, acompañado de varios oficiales, y mandó al Teniente Coronel Tomás Mantilla a informar del suceso al Ge- neral Miranda. Bolívar conservó una impresión tan fuerte por la desgracia de Puerto Cabello, que jamás la olvidó, ni al traidor que lo vendió. En 1819, después de la batalla de Boyacá le reconoció entre los prisioneros españoles y lo mandó fusilar. Este acontecimiento desgraciado fue de graves trascenden- cias. A consecuencia de él capituló Miranda con Monteverde, autorizado por el gobierno general, que se llenó de pavor por este suceso y por la revolución de los negros, que fomentaban los realistas y que estalló el 13 de julio de aquel año (1812). El Marqués de Casa León fue el comisionado para tratar con Mi- randa, y arregló con él el modo de transigir, ofreciéndole mil onzas de oro para que se trasladase a Inglaterra en la corbeta de guerra de S. M. B., Shapir, que mandaba el Capitán Haynes. El modo como se concluyó esta capitulación, sin ningún género de garantías; la animadversión que tenían la mayor parte de los jefes y oficiales de Venezuela contra el General Miranda, por la preferencia que daba a los extranjeros que servían a sus órdenes; y la noticia de que Miranda había recibido en Victoria doscientas cincuenta onzas por cuenta de las mil que le ofreció Casa León, irritaron de tal modo a Bolívar, al Comandante Ma- 20 TOMÁSCIPRIANO DE MOSQUERA nuel M. Casas, al doctor Miguel Peña y a otros, que resolvieron prenderle y que experimentase con ellos la desgraciada suerte que se les preparaba; pues no tenían buques para emigrar, y el Capitán Haynes apenas llevaba a Miranda, que tenía recomen- daciones del Duque de Cambridge y otros personajes de la Gran Bretaña, a cuya nación había ofrecido sus servicios. Estos fueron los angustiados sucesos de 1812, que pusieron a Bolívar y a todos sus compañeros en manos de don Domingo Monteverde. Así como este General español no cumplió con el tratado de 26 de julio, tampoco llenó sus compromisos Casa León con Miranda remitiéndole las setecientas cincuenta onzas que debió entregarle en La Guaira, porque olvidándose de la fe castellana, estos hombres, al tratar con los independientes, creían- se, al ser vencedores, exentos de sus compromisos de honor, y se nos juzgaba como miserables rebeldes. Bolívar supo aprovechar los primeros momentos favorables después de la capitulación del General Miranda, y por medio del español don Francisco !turbe consiguió pasaporte para Curazao en compañía del Coronel José Félix Rivas. Después que la República se recuperó en 1821, Bolívar im- petró del Congreso que se devolviesen al señor !turbe sus bienes confiscados, y un acto legislativo correspondió el servicio que aquel español hizo al futuro padre de la Patria 1. 1 Esta relación la he recibido del General Bolívar y del General Juan Paz del Castillo; pero uno y otro conocieron con el curso del tiempo que el General Miranda no había obrado por sentimientos innobles; y que juzgando de los sucesos por las circunstancias, pudo equivocarse creyendo que evitaba a Venezuela cruentos males. En época posterior el Libertador trató de distinguir a los hijos del General Miranda, señores Leandro y Francisco, y tánta cordialidad les mostró, como generosidad hubo de parte de los hijos de Miranda para no guardar resentimiento por un suceso nacido de las circunstancias de aquel tiempo. Rase escrito muchas veces sobre este acontecimiento, y pasaría en silencio semejante episodio si el silencio mismo no agravara a unos u otros el cargo. La historia debe ser imparcial, y al referir el hecho debo tomar su relación de los mismos hombres que tuvie- ron en él parte tan importante. Bolívar se escapó de la persecución por un amigo, y cuando no era conocido su genio por los jefes españoles. Castillo, Mires, Ayala y Madariaga fueron conducidos a las mazmorras de Ceuta, y el Comandante Las Casas, sobre quien cayeron grandes sospechas, también se justificó con el curso del tiempo y los sucesos posteriores. Esta nota debe aclarar la narración, y la escribo para hacer justicia a unos y otros. De los hijos del ilustre General Miranda vive sólo uno, y el menor fue asesi- nado en la guerra civil de 1831,por amigo de Bolívar. Su temprana muerte acibaró los últimos días de su madre, y su hermano y amigos no olvidare- mos nunca al valiente jefe que pereció por su lealtad. CAPITULO 111 El Coronel Simón Bolívar pasa de Curazao a Cartagena. Sus opiniones poli- ticas y servicios que presta a la Nueva Granada. Recibe el despacho de Brigadier de la Unión. El Coronel Bolívar llegó en el mes de septiembre de 1812 a Cartagena en compañía de otros emigrados de Venezuela. Ofre- ció sus servicios al gobierno republicano de aquella plaza, que fueron admitidos, y se le destinó a las tropas que mandaba el Comandante Labatut, encargándosele la Comandancia de Ba- rranca. El 25 de diciembre de 1812 se imprimió en Cartagena una alocución dirigida a los ciudadanos de Nueva Granada, por Un Caraqueño; y como esta Memoria, escrita por Bolívar descu- bre sus opiniones y los planes y medidas que juzgaba conve- nientes para llevar adelante la obra de la independencia, creo muy oportuno que se lea en el orden cronológico de su vida; tanto más cuanto que ella fue la que comenzó a darle crédito entre las personas que 10 habían tratado. "MEMORIA DIRIGIDA A LOS CIUDADANOS DE LA NUEVA GRANADA, POR UN CARAQUE&O Cartagena de Indias, en la Imprenta del C. Diego Espinosa, año 1813. Libertar a la Nueva Granada de la suerte de Venezuela, y redimir a ésta de la que padece, son los objetos que me he propuesto en esta Me- moria. Dignaos, oh mis conciudadanos, de aceptarla con indulgencia en obsequio de miras tan laudables. Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas y políticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamó mi pa- tria, he venido a seguir aquí los estandartes de la independencia que tan gloriosamente tremolan en estos Estados. Permitidme que animado de un celo patriótico me atreva a dirigirme a vosotros, para indicaros ligera- mente las causas que condujeron a Venezuela a su destrucción: lison- '22 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA jeándome que las terribles y ejemplares lecciones que ha dado aquella extinguida república persuadan a la América a mejorar de conducta, co- rrigiendo los vicios de unidad, solidez y energía que se notan en sus gobiernos. El más consecuente error que cometió Venezuela al presentarse en el teatro político, fue sin contradicción, la fatal adopción que hizo del sistema tolerante: sistema improbado como débil e ineficaz, desde en- tonces, por todo el mundo sensato, y tenazmente sostenído hasta los últi- mos períodos, con una ceguedad sin ejemplo. Las primeras pruebas que dio nuestro gobierno de su insensata debi- lidad las manifestó con la ciudad subalterna de Coro, que denegándose a reconocer su legitimidad la declaró insurgente y la hostilizó como ene- migo. La Junta Suprema, en lugar de subyugar aquella indefensa ciudad, que estaba rendida con presentar nuestras fuerzas marítimas delante de su puerto, la dejó fortificar y tomar una actitud tan respetable, que logró subyugar después la Confederación entera, con casi igual facilidad que la que teníamos nosotros anteriormente para vencerlaj fundando la Jun- ta su política en los principios de humanidad mal entendida, que no au- torizan a ningún gobierno para hacer por la fuerza libres a los pueblos estúpidos que desconocen el valor de sus derechos. Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del gobierno, sino los que han for- mado ciertos buenos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política, presuponiendo la perfec- tibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por jefes; filantropía por legislación; dialéctica por táctica; y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios y de cosas, el orden social se sin- tió extremadamente conmovido y desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a una disolución universal, que bien pronto se vio realizada. De aquí nació la impunidad de los delitos de Estado cometidos desca- radamente por los descontentos y particularmente por nuestros natos e implacables enemigos, los españoles europeos, que maliciosamente se habían quedado en nuestro país, para tenerlo incesantemente inquieto y promover cuantas conjuraciones les permitían formar nuestros jueces, perdonándolos siempre, aun cuando sus atentados eran tan enormes, que se dirigían contra la salud pública. La doctrina que apoyaba esta conducta tenía su origen en las máxi- mas filantrópicas de algunos escritores que defienden la no residencia de facultad en nadie, para privar de la vida a un hombre, aun en el caso de haber delinquido éste, en el delito de lesa patria. Al abrigo de esta piadosa doctrina a cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar; porque los gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia. Clemencia criminal, que contribuyó, más que nada, a derribar la máquina, que todavía no habíamos entera- mente concluído. De aquí vino la oposición decidida a levantar tropas veteranas, disci- plinadas y capaces de presentarse en el campo de batalla, ya instruídas, a defender la libertad con suceso ygloria. Por el contrario: se establecie- ron innumerables cuerpos de milicias indisciplinadas que, además de agotar las cajas del erario nacional con los sueldos de la plana mayor, MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 23 destruyeron la agricultura, alejando a los paisanos de sus lugares; e hi- cieron odioso el gobierno que obligaba a éstos a tomar las armas y a abandonar sus familias. Las repúblicas, decían nuestros estadistas, no han menester de hom- bres pagados para mantener su libertad. Todos los ciudadanos serán sol- dados cuando nos ataque el enemigo. Grecia, Roma, Venecia, Génova, Suiza, Holanda y recientemente el Norte de América vencieron a sus con- trarios sin auxilio de tropas mercenarias, siempre prontas a sostener el despotismo y a subyugar a sus conciudadanos. Con estos antipolíticos e inexactos raciocinios fascinaban a los sim- pIes: pero no convencían a los prudentes, que conocían bien la inmensa di- ferencia que hay entre los pueblos, los tiempos y las costumbres de aque- llas repúblicas y las nuéstras. Ellas, es verdad que no pagaban ejércitos permanentes; mas era porque en la antigiiedad no los había, y sólo con- fiaban la salvación y la gloria de los Estados, en sus virtudes políticas, costumbres severas y carácter militar, cualidades que nosotros estamos muy distantes de poseer. Y en cuanto a las modernas que han sacudido el yugo de sus tiranos, es notorio que han mantenido el competente número de veteranos que exige su seguridad; exceptuando al Norte de América que estando en paz con todo el mundo, y guarnecido por el mar, no ha te- nido por conveniente sostener en estos últimos años el completo de tropa veterana que necesita para la defensa de sus fronteras y plazas. El resultado probó severamente a Venezuela el error de su cálculo; pues los milicianos que salieron al encuentro del enemigo, ignorando has- ta el manejo del arma, y no estando habituados a la disciplina y obedien- cia, fueron arrollados al comenzar la última campaña, a pesar de los he- roicos y extraordinarios esfuerzos que hicieron sus jefes por llevarlos a la victoria. Lo que causó un desaliento general en soldados y oficiales; porque es una verdad militar que sólo ejércitos aguerrido s son capaces de sobreponerse a los primeros infaustos sucesos de una campaña. El sol- dado bisoño lo cree todo perdido, desde que es derrotado una vez; por- que la experiencia no le ha probado que el valor, la habilidad y la cons- tancia corrigen la mala fortuna. La subdivisión de la provincia de Caracas, proyectada, discutida y sancionada por el Congreso Federal, despertó y fomentó una enconada rivalidad en las ciudades y lugares subalternos contra la capital: "la cual, decían los congresales ambiciosos de dominar en sus distritos, era la ti- rana de las ciudades y la sanguijuela del Estado". De este modo se encen- dió el fuego de la guerra civil en Valencia, que nunca se logró apagar, con la reducción de aquella ciudad, pues conservándolo encubierto, lo comu- nicó a las otras limítrofes, a Coro y Maracaibo: y éstas entablaron comu- nicaciones con aquéllas, facilitando por este medio la entrada de los es- pañoles, que trajo consigo la caída de Venezuela. La disipación de las rentas públicas en objetos frívolos y perjudicia- les, y particularmente en sueldos de infinidad de oficinistas, secretarios, ~ magistrados, legisladores provinciales y federales, dio un golpe mortal a la república, porque la obligó a recurrir al peligroso expediente de establecer el papel moneda, sin otra garantía que la fuerza y las rentas imaginarias de la Confederación. Esta nueva moneda pareció a los ojos de los más una violación manifiesta del derecho de propiedad, porque se conceptuaban despojados de objetos de intrínseco valor, en cambio de 24 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA otros, cuyo precio era incierto y aun ideal. El papel moneda remató el descontento de los estólidos pueblos internos, que llamaron al Comandan- te de las tropas españolas, para que viniese a librarlos de una moneda que veían con más horror que la servidumbre. Pero lo que debilitó más al gobierno de Venezuela fue la forma fede- ral que adoptó, siguiendo las máximas exageradas de los derechos del hombre, que autorizándolo para que se rija por sí mismo, rompe los pac- tos sociales y constituye a las naciones en anarquía. Tal era el verdadero estado de la Confederación. Cada provincia se gobernaba independiente- mente; y a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades, alegando la práctica de aquéllas y la teoría de que todos los hombres y todos los pueblos gozan de la prerrogativa de instituír a su antojo el go- bierno que les acomode. El sistema federal, bien que sea el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad humana en sociedad, es, no obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes Estados; generalmente ha- blando, todavía nuestros conciudadanos no se hallan en aptitud de ejercer por sí mismos y ampliamente sus derechos, porque carecen de las virtudes políticas que caracterizan al verdadero republicano: virtudes que no se adquieren en los gobiernos absolutos, en donde se desconocen los derechos y los deberes del ciudadano. Por otra parte, ¿ qué país del mundo, por morigerado y republicano que sea, podía en medio de las facciones intestinas y de una guerra ex- terior regirse por un gobierno tan complicado y débil como el federal? No es posible conservarlo en el tumulto de los combates y de los partidos. Es preciso que el gobierno se identifique, por decirlo así, al carácter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo rodean. Si éstos son prósperos y serenos, él debe ser dulce y protector; pero si son calamitosos y turbulentos, él debe mostrarse terrible y armarse de una firmeza igual a los peligros, sin atender a leyes ni constituciones ínterin no se resta- blecen la felicidad y la paz. Caracas tuvo mucho que padecer por defecto de la Confederación, que lejos de socorrerla le agotó sus caudales y pertrechos; y cuando vino el peligro la abandonó a su suerte, sin auxiliarIa con el menor contingente. Además le aumentó sus embarazos, habiéndose empeñado una competen- cia entre el poder federal y el provincial, que dio lugar a que los enemi- gos llegl¡.sen al corazón del Estado, antes que se resolviese la cuestión de si deberían salir las tropas federales o provinciales a rechazarIos, cuando ya tenían ocupada una gran porción de la provincia. Esta fatal contesta- ción produjo una demora que fue terrible para nuestras armas; pues las derrotaron en San Carlos sin que les llegasen los refuerzos que esperaban para vencer. Yo soy de sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más completas ventajas; sere- mos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civi- les y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que in- festan nuestras comarcas. Las elecciones populares hechas por los rústicos del campo y por los intrigantes moradores de las ciudades añaden un obstáculo más a la práctica de la federación, entre nosotros: porque los unos son tan ignoran- tes que hacen sus votaciones maquinalmente, y los otros tan ambiciosos MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 25 que todo lo convierten en facción; por lo que jamás se vio en Venezuela una votatción libre y acertada; lo que ponía al gobierno en manos de hombres ya desafectos a la causa, ya ineptos, ya inmorales. El espíritu de partido decidía en todo, y por consiguiente nos desorganizó más de lo que las circunstancias hicieron. Nuestra división, y no las armas es- pañolas, nos tornó a la esclavitud. El terremoto de 26 de marzo trastornó, ciertamente, tanto lo físico como lo moral; y puede llamarse, propiamente, la causa inmediata de la ruina de Venezuela; mas este mismo suceso habría tenido lugar, sin pro- ducir tan mortales efectos, si Caracas se hubiera gobernado entonces por una sola autoridad que obrando con rapidez y vigor hubiese puesto reme- dio a daños sintrabas ni competencias, que, retardando el efecto de las provincias, dejaban tomar al mal un incremento tan grande que lo hizo incurable. Si Caracas, en lugar de una confederación lánguida e insubsistente, hubiese establecido un gobierno sencillo, cual lo requería su situación po- lítica y militar, tú existieras, ¡oh Venezuela!, y gozaras hoy de tu li- bertad. La influencia eclesiástica tuvo, después del terremoto, una parte muy considerable en la sublevación de los lugares y ciudades subalternas, y en la introducción de los enemigos en el país, abusando sacrílegamente de la santidad de su ministerio en favor de los promotores de la guerra civil. Sin embargo, debemos confesar, ingenuamente, que estos traidores sacerdotes se animaban a cometer los execrables crímenes de que justa- mente se les acusa, porque la impunidad de los delitos era absoluta; la cual hallaba en el Congreso un escandaloso abrigo, llegando a tal punto esta injusticia, que de la insurrección de la ciudad de Valencia, que costó su pacificación cerca de mil hombres, no se dio a la vindicta de las leyes un solo rebelde; quedando todos con vida, y los más con sus bienes. De lo referido se deduce que entre las causas que han producido la caída de Venezuela debe colocarse, en primer lugar la naturaleza de su Constitución; que, repito, era tan contraria a sus intereses como favo- rable a los de sus contrarios. En segundo, el espíritu de misantropía que se apoderó de nuestros gobernantes. Tercero: la oposición al establecimien- to de un cuerpo militar que salvase la república y repeliese los choques que le daban los españoles. Cuarto: el terremoto, acompañado del fana- tismo que logró sacar de este fenómeno los más importantes resultados; y últimamente las facciones internas, que en realidad fueron el mortal ve- neno que hizo descender la patria al sepulcro. Estos ejemplos de errores e infortunios no serán enteramente inúti- les para los pueblos de la América meridional, que aspiran a la libertad e independencia. La Nueva Granada ha visto sucumbir a Venezuela; por consiguiente debe evitar los escollos que la han destrozado. A este efecto presento como una medida indispensable para la seguridad de la Nueva Granada la reconquista de Caracas .. A primera vista parecerá este proyecto incondu- cente, costoso y quizás impracticable; pero examinado atentamente con ojos previsivos y una meditación profunda, es imposible desconocer su necesidad, como dejar de ponerlo en ejecución, probada la utilidad. Lo primero que se presenta en apoyo de esta operación es el origen de la destrucción de Caracas, que no fue otro que el desprecio con que 26 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA miró aquella ciudad la existencia de un enemigo que parecía pequeño, y no lo era, considerándolo en su verdadera luz. Coro, ciertamente, no habría podido nunca entrar en competencia con Caracas, si la comparamos en sus fuerzas intrínsecas, con ésta; mas como en el orden de las vicisitudes humanas no es siempre la mayoría de la masa física la que decide, sino que es la superioridad de la fuerza moral la que inclina hacia sí la balanza política, no debió el Gobierno de Vene- zuela, por esta razón, haber descuidado la extirpación de un enemigo que, aunque aparentemente débil, tenía por auxiliares a la provincia de Ma- racaibo; a todas las que obedecen a la regencia; el oro y la cooperación de nuestros eternos contrarios, los europeos, que viven con nosotros; el partido clerical, siempre adicto a su apoyo y compañero del despotismo; y sobre todo, la opinión inveterada de cuantos ignorantes y supersticiosos contienen los límites de nuestros Estados. Así fue que apenas hubo un ofi- cial traidor que llamase al enemigo, cuando se desconcertó la máquina po- lítica, sin que los inauditos y patrióticos esfuerzos que hicieron los defen- sores de Caracas lograsen impedir la caída de un edificio ya desplomado por el golpe que recibió de un solo hombre. Aplicando el ejemplo de Venezuela a la Nueva Granada, y formando una proporción, hallaremos que Coro es a Caracas como Caracas es a la América entera; consiguientemente el peligro que amenaza este país está en razón de la anterior progresión; porque poseyendo la España el terri- torio de Venezuela, podrá con facilidad sacarle hombres y municiones de boca y guerra, para que bajo la dirección de jefes experimentados con- tra los grandes maestros de la guerra, los franceses, penetren desde las provincias de Barinas y Maracaibo hasta los últimos confines de la Amé- rica meridional. La España tiene en el día gran número de oficiales generales ambi- ciosos y audaces; acostumbrados a los peligros y a las privaciones, que anhelan por venir aquí a buscar un imperio que reemplace el que acaban de perder. Es muy probable que al expirar la península haya una prodigiosa emigración de hombres de todas clases; y particularmente de Cardenales, Arzobispos, Obispos, Canónigos y clérigos revolucionarios, capaces de subvertir no sólo nuestros tiernos y lánguidos Estados, sino de envolver el Nuevo Mundo en una espantosa anarquía. La influencia religiosa, el im- perio de la dominación civil y militar, y cuantos prestigios pueden obrar sobre el espíritu humano, serán otros tantos instrumentos de que se val- drán para someter estas regiones. Nada se opondrá a la emigración de España. Es verosímil que la In- glaterra proteja la evasión de un partido que disminuye en parte las fuer- zas de Bonaparte en España, y trae consigo el aumento y permanencia del suyo en América. La Francia no podrá impedirla: tampoco Norte Amé- rica; y nosotros menos, pues careciendo todos de una marina respetable, nuestras tentativas serán vanas. Estos tránsfugas hallarán ciertamente una favorable acogida en los puertos de Venezuela, como que vienen a reforzar a los opresores de aquel país, y los habilitan de medios para emprender la conquista de los Esta- dos independientes. Levantarán 15 o 20 mil hombres, que disciplinarán prontamente con sus jefes, oficiales, sargentos, cabos y soldados veteranos. A este ejército MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 27 seguirá otro todavía más temible, de ministros, embajadores, consejeros, magistrados, toda la jerarquía eclesiástica y los grandes de España, cuya profesión es el dolo y la intriga, condecorados con ostentosos titulos, muy adecuados para deslumbrar a la multitud; que derramándose como un to- rrente, 10 inundará todo, arrancando las semillas y hasta las raíces del árbol de la libertad de Colombia. Las tropas combatirán en el campo; y éstos desde sus gabinetes nos harán la guerra por los resortes de la seduc- ción y del fanatismo. Asi, pues, no nos queda otro recurso para precavernos de estas cala- midades que el de pacificar rápidamente nuestras provincias sublevadas, para llevar después nuestras armas contra las enemigas, y formar de este modo soldados y oficiales dignos de llamarse las columnas de la patria. Todo conspira a hacernos adoptar esta medida; sin hacer mención de la necesidad urgente que tenemos de cerrarle las puertas al enemigo, hay otras razones tan poderosas para determinarnos a la ofensiva, que se- ría una falta militar y política inexcusable dejar de hacerla. Nosotros nos hallamos invadidos, y por consiguiente forzados a rechazar al enemi- go más allá de la frontera. Además, es un principio del arte, que toda guerra defensiva es perjudicial y ruinosa para el que la sostiene, pues lo debilita sin esperanza de indemnizarlo; y que las hostilidades en el terri- torio enemigo siempre son provechosas, por el bien que resulta del mal del contrario; así, no debemos, por ningún motivo, emplear la defensiva. Debemos considerar también el estado actual del enemigo que se ha- lla en una posición muy crítica, habiéndosele desertado la mayor parte de sus soldados criollos; y teniendo al mismo tiempo que guarnecer las pa- trióticas ciudades de Caracas, Puerto Cabello, La Guaira, Barcelona, Cu- maná y Margarita, en donde existen sus depósitos; sin que se atrevan a desamparar estas plazas por temor de una insurreccióngeneral en el acto de separarse de ellas; de modo que no sería imposible que llegasen nues- tras tropas hasta las puertas de Caracas, sin haber dado una batalla cam- pal. Es una cosa positiva que en cuanto nos presentemos en Venezuela se nos agregan millares de valerosos patriotas, que suspiran por vernos apa- recer, para sacudir el yugo de sus tiranos y unir sus esfuerzos a los nues- tros en defensa de la libertad. La naturaleza de la presente campaña nos proporciona la ventaja de aproximarnos a Maracaibo por Santa Marta y a Barinas por Cúcuta. Aprovechemos, pues, instantes tan propicios; no sea que los refuer- zos que incesantemente deben llegar de España cambien absolutamente el aspecto de los negocios, y perdamos quizás para siempre la dichosa oportunidad de asegurar la suerte de estos Estados. El honor de la Nueva Granada exige imperiosamente escarmentar a esos osados invasores, persiguiéndolos hasta sus últimos atrincheramien- tos. Como su gloria depende de tomar a su cargo la empresa de marchar a Venezuela a libertar la cuna de la Independencia Colombiana, sus már- tires, y aquel benemérito pueblo caraqueño, cuyos clamores sólo se diri- gen a sus amados compatriotas, los granadinos, que ellos aguardan con una mortal impaciencia, como a sus redentores. Corramos a romper las 28 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA cadenas de aquellas víctimas que gimen en las mazmorras siempre espe- rando su salvación de vosotros: no burléis su confianza: no seáis insen- sibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id, veloces, a vengar al muer- to, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos. Cartagena de Indias, diciembre 15 de 1812". La actividad del Coronel Bolívar le hizo emprender algunos movimientos contra el enemigo; y mientras el Comandante La- batut obraba sobre Santa Marta, él comenzó sus operaciones contra la villa de Tenerife, que fortificada por los españoles obs- truía la navegación del Magdalena. Después de haber reforzado Bolívar su columna, intimó la rendición de Tenerife, que se en- tregó el 23 de diciembre, tomando igualmente la artillería y fuer- zas sutiles. Despejó el río y siguió hasta Mompós, escarmentan- do a los enemigos que se le presentaron, y dejando organizado el cantón de Tenerife, cuyo vecindario reunió inmediatamente que ocupó la cabecera de él. Labatut, que no había dado órdenes para esta expedición, se ofendió de las victorias y crédito de Bolívar, y quiso que se le juzgase en consejo de guerra, por haber hecho una expedición sin sus órdenes. El Presidente del Estado de Cartagena sostuvo a Bolívar, y no accedió a las peticiones del Comandante general, que obraba solamente por celos. Bolívar fue entonces nombrado por el gobierno Comandante militar de Mompós; y organizando su columna de operaciones marchó contra el enemigo, que ocupaba los puntos de Guamal y Puertorreal de Ocaña. El enemigo no quería ni siquiera recibir los parlamentarios de Bolívar, pero luégo que supo que se acer- caba huyó vergonzosamente hacia Chiriguaná, donde fue alcan- zado y destruído completamente; perdió sus buques de guerra, artillería, fusiles y pertrechos. Solamente los oficiales españoles Capmany y Capdevila se pudieron escapar con un pequeño nú- mero de hombres. La consecuencia de esta victoria fue la liber- tad del territorio de Ocaña, cuya ciudad recibió a Bolívar con mucho entusiasmo. El Comandante de Pamplona, Coronel Ma- nuel Castillo, invitó a Bolívar a que procediesen juntos contra el Coronel español Correa, que ocupaba a Cúcuta. Mientras Bolívar recibía permiso del Estado de Cartagena para salir de su territorio, tuvo bastante deserción de su colum- na, y se vio precisado a fusilar algunos desertores que aprehen- dió, cuya medida pareció tan fuerte a las autoridades de Mom- pós, que produjo una queja amarga en la población, y habría desorganizado la expedición si Bolívar no hubiera usado de la MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 29 energía que le caracterizaba para conservar el orden y la dis- ciplina. Castillo instó a Bolívar por un auxilio de sus tropas para destruír los enemigos de la Nueva Granada que la atacaban; pero como no podía marchar sin órdenes, mientras las recibía se puso en movimiento y corrió toda la línea del territorio que mandaba. Reunió armas, hombres y cuantos elementos podía necesitar la división de Castillo que carecía de muchas cosas: pues ambos habían manifestado al Presidente Torices, de Carta- gena, que era indispensable este movimiento para asegurar la in- dependencia de las provincias de la Unión. Bolívar recibió en consecuencia la orden demandada, y marchó con presteza a Pam- plona, llevando cuantos elementos pudo reunir. Siguió por el fra- goso camino de la cordillera a atacar las tropas españolas que guardaban el inexpugnable punto de La Aguada; pero no quiso dar un ataque, y rodeó al jefe enemigo de espías falsos, que le hicieron creer que la división que marchaba contra él era numc- rosa, y perseguido en su retirada fue completamente dispersado. Lo mismo sucedió con las tropas que sostenían la ciudad de Sa- lazar, el punto de Arboledas, Yagual y San Cayetano. Bolívar ebró con tanto tino, y sus movimientos fueron con tanta celeri- dad, que Correa creyó muy superiores las fuerzas que le ataca- ban. Después de varios encuentros, el jefe español concentró sus tropas, disminuídas ya con las marchas difíciles, en la villa de San José de Cúcuta. Bolívar pasó el caudaloso río Zulia en una sola canoa que exponía mucho el suceso del movimiento; pero lo- gró situarse, sin ser visto en su marcha, en las alturas del occi- dente de San José. El 28 de febrero de 1813 lo mandó atacar el Coronel Correa, queriendo tomarle la retaguardia. Bolívar evitó este ataque con un movimiento, y el enemigo fue batido en las po- siciones que había tomado, después de un combate de cuatro ho- ras, en el cual una impetuosa carga a la bayoneta decidió el triun- fo. La división realista perdió su artillería, pertrechos y municio- nes, y un crecido número de mercaderías que traían algunos es- peculadores unidos al ejército real. Después de este triunfo que libertó los hermosos valles de Cúcuta. Bolívar se ocupaba en el pensamiento de libertar a Vene- zuela, que estaba dominada por una división española de seis mil hombres a las órdenes de Monteverde, orgullosos con sus recien- tes victorias. Despachó al Coronel venezolano José Félix Rivas a Tunja y Santafé de Bogotá a solicitar auxilios del Congreso de las provincias de la Unión de la Nueva Granada y del Presidente de Cundinamarca, Nariño. Pidió al Presidente de la Unión per- 30 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA miso para llevar las tropas de la Confederación y recursos para sostenerlas, autorizando al Coronel Rivas para hacer los arreglos correspondientes. Se presentaba tan fácil la empresa por el des- contento de Venezuela, que no ponía en duda el buen resultado, y la creía necesaria para asegurar la libertad de la Nueva Grana- da. Desde que ocupó a San Antonio de Táchira dio una proclama en que anunciaba a sus compatriotas el noble objeto que le ocu- paba; y con ella inflamó el espíritu público. El Presidente Torres concibió, desde los primeros sucesos de Bolívar, una idea muy ventajosa de su genio y distinguidos talentos, y por lo tanto le nombró Comandante en jefe de la división; y después del triunfo contra Correa le ascendió a Brigadier de la Unión. CAPITULO IV Bolívar organiza una división en Cúcuta para salvar a Venezuela.-Desave- nencias entre el General Bolívar y el Coronel Castillo.-Da principio el Libertador a las operaciones.-Deserción del Coronel Briceño.-Princi- pios que guían al Gobierno de la Unión.-El Presidente Camilo Torres admite la dimisión del Coronel Castillo.-El Poder Ejecutívo nombra una comisión directiva de la guerra.-Libertad de Mérida.-Operacio- nes sobre Trujillo hasta libertarla.-Declaración de la guerra a muerte y motivos que la promovieron.-Campaña sobre Barinas.-Acción de Niquitao.-Destrucción de Tíscar.-Libertad de Barinas.-Bolívar adquie- re el título de Héroey buen Capitán.-Influencia de esta campaña y felices resultados sobre el resto de Venezuela. Después de haber libertado los valles de Cúcuta, el General Bolívar se ocupaba en la organización de la expedición que de- bía salvar a Venezuela; pero ocurrió una desavenencia entre los dos jefes, Bolívar y Castillo, desde que obtuvieron los primeros triunfos, que paralizó la acción, y debe mencionarse aquí por las consecuencias que ella produjo en los acontecimientos colom- bianos. Titulábase Bolívar Comandante en Jefe de las tropas de Cartagena y de la Unión: Castillo, celoso de ello, le manifestó que toda la fuerza era de las Provincias Unidas, y que estaba sujeta al Congreso general. La guerra civil que existía entonces entre las provincias que obedecían al Gobierno general y la de Cundinamarca era de fatales consecuencias para la que teníamos con los españoles, y Bolívar protestó a Castillo que no pondría a órdenes del Gobierno las fuerzas de Cartagena porque tenía al efecto instrucciones del Presidente de aquel Estado, señor Manuel Rodríguez Torices. Esta desavenencia se aumentó hasta el grado de que el Coronel Castillo pasara una fuerte nota sobre. los des- órdenes que suponía existían en la división por las órdenes y poca economía del Coronel Bolívar, pretendiendo ejercer cierta supe- rioridad como Comandante-general de Pampt0l18. Bolívar dio cuenta de todo al Congreso, y este cuerpo, lejos de cortar la com- petencia, la alimentó, entendiéndose con ambos; lo cual dio lugar a una correspondencia acre y destemplada de una y otra parte. Castillo juzgaba a Bolívar temerario, y su plan arriesgado, porque dejaba expuesta la Nueva Granada si se llevaba las tropas de la 32 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA Unión a Venezuela; y Bolívar acusaba a Castillo de díscolo, inep- to e incapaz de hacer nada que fuera útil, y que bajo el pretexto de no obrar sino con suficientes recursos y elementos perdía el tiempo miserablemente. Quiso, no obstante, Bolívar reconciliarse con Castillo, que tenía su campo en la Villa del Rosario de Cúcu- ta; pero nada logró. Ciertamente era expuesta la empresa de li- bertar a Venezuela, dominada por más de 6.000 hombres, con una fuerza sólo de mil de que podía disponer el gobierno republi- cano. La persuasión que tenía el General Bolívar de cuanto se puede hacer con un cuerpo de valientes, y de la fuerza moral que le daba el estado violento de Venezuela, le habían convencido a tal punto que no dejó medio alguno para convencer al Gobierno general de la necesidad de permitirle invadir el territorio ocupa- do por los españoles. La correspondencia del General Bolívar al fin penetró al Gobierno de la exactitud de los pensamientos del héroe que comenzaba a darse a conocer; y no obstante la opi- nión que habían formado los meticulosos en contra de la em- presa, se accedió a su solicitud. 1813. El 27 de abril acordó el Congreso que Bolívar podía emprender sus operaciones para libertar las provincias de Mérida y Trujillo, y el 7 de mayo llegaron al cuartel general del Gene- ral Bolívar las órdenes y le llenaron de un gozo extraordinario, como se lo manifestó al señor Torres, protestándole un profundo y eterno reconocimiento. Pocos días después se le unió en Cúcub el Coronel José Félix Rivas con las tropas, armas y municiones que el dictador de Cundinamarca, General Nariño, le había fran- queado bajo ciertos pactos, para que no fuesen empleadas sino contra las tropas españolas, pues el estado de guerra civil en que se encontraban los unitarios y federalista s hacía obrar con des- confianza a los jefes de los diferentes partidos políticos. La co- lumna que sacó de Cundinamarca, Rivas, después de las bajas que tuvo en el tránsito, apenas alcanzaba a poco más de cien soldados. La autorización del Congreso prevenía a Bolívar que previa- mente a su marcha prestase juramento de obediencia al Gobierno de la Unión, y que sus fuerzas se presentasen como un ejército libertador de Venezuela, cuyo Gobierno debía restablecerse tal como existió cuando fue disuelto por Monteverde. Bolívar cum- plió el deber que se le impuso de prestar el juramento de obe- diencia ante la municipalidad de San José de Cúcuta. Esta medida, como la de ordenarIe la formación de un con-o sejo de guerra entre sus subalternos para deliberar sobre las operaciones, fueron sin duda fruto de sugestiones de Castillo, y propias de la época y de sujetos poco instruí dos en el arte de MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 33 la guerra. Acaso influyó igualmente en este celo o desconfianza la brillante manifestación que escribió Bolívar contra los gobier- nos federales, al llegar a Cartagena, cuyo precioso documento se ha visto antes. Resuelta la invasión de Venezuela dispuso Bolívar que el Coronel Castillo marchase con 800 hombres sobre La Grita, don- de se había atrincherado el Comandante general español, Briga- dier Correa. Después de muchas demoras cumplió Castillo 1ft orden que había recibido de Bolívar; pero tuvo la debilidad de reunir un consejo de guerra en Táriba para consultar la opinión de los subalternos, y sin que el jefe principal tomase parte. Este escándalo fue el primero de insubordinación militar. Pi- dióse al Congreso que mandara al General Baraya de Comandan- te en jefe, y se presagiaba la pérdida de la división si pasaba de Mérida. Logróse al fin que fuese cumplido el plan de Bolívar, y, como dejamos dicho, fue batido Correa en las angosturas de La Grita, en cuyo encuentro cumplió Castillo con sus deberes como soldado. Bolívar tenía ocupada la parroquia de Bailadores con su vanguardia: organizó su pequeña división con una fuerza de qui- nientos cincuenta soldados de todas armas. El material de arti- llería constaba de cinco abuses, cuatro piezas de batalla de cali- bre de a cuatro, y cuatro de montaña de calibre de a tres, re- gularmente dotadas, y un parque de infantería de 140.000 car- tuchos embalados. Esta fuerza insignificante debía servirle para emprender operaciones contra 6.000 hombres de tropas regula- res que tenían los españoles en el territorio que iba a ser teatro de la guerra. Hombres en cuyo corazón no había aquella fuerza de voluntad que siempre distinguió a Bolívar, conceptuaban esta empresa como temeraria y presagiaban un resultado funesto. En tan críticas circunstancias y para aumentar los sufri- mientos morales de Bolívar, el Coronel Antonio Nicolás Briceño se marcha furtivamente de la villa de San Cristóbal con el des- tacamento que mandaba para los llanos de Barinas, pasando por la áspera montaña de San Camilo, uniéndosele algunos llaneros valientes, entre los cuales se encontraban el oficial Francisco Olmedi1la y el Comandante Jacinto Lara. Aunque los hombres ~quetan atrevidamente se lanzaban- en tma empresa tan teme- raria eran valientes y llevaban buenos guías, el General Bolívar previó el funesto fin que debían tener, y el influjo moral que adquirirían los españoles al destrozar aquel destacamento que le IIlEMORIA-3 34 TOMÁS CIPRlANO DE MOSQUERA debilitaba con su desunión la pequeña columna de operaciones, única fuerza de que podía disponer. Si en tan crítica época, para dar principio a una guerra he- roica no hubiese presidido los destinos de la Nueva Granada el virtuoso Torres, único apoyo de Bolívar, su ánimo habría decaí- do y el brillo de las armas republicanas no habría lucido bajo la dirección del guerrero inmortal. Torres, comparable por sus vir- tudes republicanas al héroe norteamericano Washington, desde los primeros hechos de Bolívar le había conocido y formó la más exacta idea de sus talentos privilegiados, teniendo por él una pre- dilección tan distinguida que no se cansaba de recomendarle como el genio deparado por la Providencia para humillar al león castellano. El tiempo y los hechos ilustres de Bolívar probaron después la justicia y exactitud del noble pensamiento del señor Torres. Este ilustre granadino veía en Bolívar actividad, pene- tración, arrojo, valor y facilidad para obtener recursos y un nuevo sistema estratégico apropiado a nuestras costumbres,cli- ma y circunstancias que no veía en Castillo, jefe, si bien inteligen- te, apegado servilmente a las prácticas y usos españoles de la monarquía caduca del desgraciado Carlos IV, en que las glorias españolas habían desaparecido. Torres y Bolívar lograron persuadir a los granadinos que la defensa de la república se debía hacer en Venezuela, donde el sufrimiento se había agotado por las crueldades de Monte- verde, y era más fácil despertar allí el amor a la independencia que en las provincias de la Nueva Granada, en donde la opinión por la libertad apenas se encontraba entre la juventud inteli. gente y los hombres de la primera sociedad, fuertemente contra- riados por algunos eclesiásticos y españoles europeos de maligno influjo. Castillo, que veía en el ardor patriótico de Bolívar desor- den, y en sus planes militares temeridad, renunció sus empleos al Gobierno de la Unión en términos poco respetuosos; pero al mismo tiempo Bolívar confió al señor Torres su plan y sus espe- ranzas, circunstancia que influyó en que a aquél se le admitiese la renuncia, reservándose el Gobierno proveer después lo conve- niente, en cuanto a la falta de respeto con que se había dirigi- do tan importuna renuncia. Castillo jamás olvidó estas desave- nencias, ni el que el Presidente de la Unión, conociendo el áni- mo, valentía y genio de Bolívar, le hubiese preferido para una empresa digna de un corazón como el de Carlos XII y de una inteligencia semejante a la de Gustavo Adolfo. MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 35 Si bien Bolívar conocía bastante los excesos de los españoles en Venezuela, después de haber quebrantado las estipulaciones que celebró Miranda con Monteverde, apenas tenía noticias de que en el oriente de Venezuela se comenzaba una insurrección, y juzgó que el modo de ayudarla era llamando la atención al occidente. Este pensamiento de Bolívar fue inmediatamente coronado de un buen resultado. El Brigadier Correa, después de la pér- dida que sufrió, y viendo ocupado el pueblo de Bailadores por la vanguardia de Bolívar, se retiró con mil hombres que man- daba, a Betijoque, y dejó a la provincia de Mérida libre para que los patriotas se pronunciasen en favor de la causa ameri- cana. Don Vicente Campo Elías, español de nacimiento, enca- bezó la reacción en los últimos días de abril de 1813, y se puso en comunicación con el General Bolívar para que los socorrie- se. El 30 del mismo abril había recibido el primer parte Bo- lívar; pero como aún no había recibido facultades del Congreso, que según dejamos dicho no le llegaron hasta el 7 de mayo, dispuso que el doctor Cristóbal Mendoza, que estaba con él y había sido uno de los miembros del Gobierno federal de Venezue- la, se trasladase a Mérida a organizar un Gobierno provisorio en los términos que Bolívar había juzgado oportuno. Dio cuenta al Gobierno granadino, y le pidió instrucciones sobre la línea de conducta que debiera observar respecto de las provincias vene- zolanas que recuperaban su libertad bajo la protección de las tropas granadinas. Ocupado el Congreso de la Nueva Granada de la suerte de Venezuela, había, antes de recibir esa consulta de Bolívar, acor- dado que se formase una comisión compuesta del doctor Frutos Joaquín Gutiérrez, miembro del Congreso, quien debía presidirla, del doctor Luis Mendoza, Canónigo de Mérida, y del Coronel An- tonio Villavicencio, antiguo Capitán de Fragata al servicio espa- ñol, a la cual se habían dado instrucciones. Al recibir la nota de Bolívar se le contestó comunicándole las medidas adoptadas, y de quiénes se componía la comisión que debía obrar a su nombre, y se le agregó: "Que el Congreso granadino deseaba la reposición del Poder Ejecutivo de Mérida en sus antiguos funcionarios, a menos que la municipalidad se aviniese y delegase su autoridad al ciudadano Mendoza". Esta resolución era conforme a las instruc- ciones dadas a la comisión para que restableciese el Gobierno de cada provincia en los términos y en las personas que los desem- peñaban antes de la ocupación del territorio por los realistas. El Poder Ejecutivo y el Congreso granadino respetaban la indepen- 36 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA dencia y libertad de los pueblos venezolanos, y no querían· inge- rirse en su manera de existir, pues de ellos no habían recibido delegación alguna. Esta comisión no pudo llegar en tiempo al cuartel general de Bolívar, y, por tanto, de nada pudo servirle. Bolívar emprendió su marcha dejando en Cúcuta 290 hom- bres de las milicias de Cartagena para que defendiesen aquellos valles, porque el Gobierno de aquel Estado los había reclamado por ser de milicias. La organización que tenía esta división era de tres batallo- nes denominados 3Q,4QY 5Qde la Unión, 100 infantes de Cundi- namarca, una brigada de artillería y un cuadro de oficiales de Venezuela. Al pequeño número de tropas le sobraban entusiasmo y valor, y el cuadro de oficiales de aquellos cuerpos era un semille- ro de héroes. A él correspondían los jóvenes oficiales Rafael Ur- daneta, natural de Maracaibo, vecino y educado en Bogotá; Ata- nasio Girardot, de Antioquia, Luciano D'Elhuyart, Francisco de Paula Vélez, Hermógenes Maza, José María Ortega, Manuel y Antonio París y Antonio Ricaurte, el héroe de San Mateo, todos los cuales, con algunos otros menos ilustres, acompañaban a Bo- lívar en su atrevida y gloriosa conquista. Santander debió ser del número de los que acompañaron a Bolívar y. era el Comandante del 5Q batallón de la Unión; pero su amistad por Castillo y otras circunstancias se lo impidieron. Acompañaban igualmente al Ge- neral Bolívar varios venezolanos que ilustraron sus nombres en aquella campaña. El doctor Cristóbal Mendoza, a quien ya hemos mencionado, era de los más importantes; y el señor Pedro Brice- ño Méndez, que iba como su secretario, el mismo que en todas circunstancias fue inseparable del General Bolívar y cuyo nom- bre no pasará oscuro en la historia de Colombia. El Coronel José Félix Rivas fue también de esta expedición y su nombre será siempre ilustre en Venezuela. Apenas había emprendido Bolívar sus operaciones cuando el 15 de mayo de 1813 fue batido y hecho prisionero el Coronel Antonio Nicolás Briceño por el español Yáñez, en San Camilo. Esta loca operación de Briceño les costó la vida a él y a muchos de sus compañeros, escapándose únicamente Olmedilla y Lara con 20 hombres que pudieron llegar a San Cristóbal. Bolívar, irritado con este suceso, en Mérida lo manifestó bien en el parte que dio al Gobierno de la Unión, en el cual decía: "que esto era debido a la loca empresa de aquel desertor que había emprendi- do sus operaciones sin armas de fuego, sin rnuniciones, sin car- tuchos y aun sin valor". MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 37 El Libertador entró en Mérida el 30 de mayo, en medio de los aplausos del pueblo, y reforzó su división con 100 infantes que había organizado el Capitán Campo Elías. El doctor Mendo- za estaba ya encargado del mando de aquella provincia con aplauso universal, y había, según las instrucciones del Congreso granadino, restablecido el Poder Ejecutivo de Mérida, compuesto de cinco individuos, como se encontraba antes de la ocupación de Monteverde. Los españoles, bajo las órdenes de don Antonio Tíscar, co- metían las más grandes crueldades en Barinas, no solamente en retaliación como pudieron hacerlo con Briceño por su conducta y escandaloso libelo publicado en compañía de Antonio Rodrigo, José Debraine y otros para hacer la guerra a muerte a los es- pañoles y canarios, sino también contra personas inofensivas, sólo por ser adictas al sistema republicano, y para cohonestar sus hechos pretendieron que el Libertador Bolívar había suscri- to aquel nefando y bárbaro escrito. El 5 de junio Bolívar manifestó al pueblo de Mérida la mi- sión que traía del Congreso granadino para restablecer el Gobier- no republicano, y se dedicó a reforzar su expedición con aque- lla actividad que tanto le distinguió en sus gloriosas campañas: esto era necesario, como lo era también reanimar el