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Memoria sobre la vida del General Simón Bolívar

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MEMORIA
SOBRE LA VIDA
DEL
QENERAL SIMON BOLIVAR
libertador de Colombia. Perú 4 Bolivia.
POR
TOMAS CIPRIANO DE MOSQUERA
BOGOTA
IMPRENTA NACIONAL
1954
PRELIMINAR
Mi nombre pertenece ya a la historia: ella será la que
me hace justicia; y así usted, mi querido amigo, no se
ocupe de vindicarme de las acusaciones con que Benjamín
Constant ha podido mancillar mis glorias. El mismo me
juzgaría mejor si conociera más los sucesos de nuestra his-
toria. No cedo en amor a la gloria de mi patria a Camilo;
no soy menos amante a la libertad que Wáshíngton, y nadie
me podría quitar la honra de haber humillado al León de
Castilla desde el Orinoco al Potosí.
BOLIVAR
(Carta particular a un amigo SUyO,'desde Guayaquil, el año de 1829).
Después de la muerte de Bolívar han aparecido varios escritos
sobre su vida, tanto en América como en Europa. Ellos adolecen de
la inexactitud que es consiguiente a las primeras noticias que sus au-
tores han adquirido de este hombre célebre. Las mismas apologías
escritas para honrar su memoria están llenas de parcialidades, y aun
$e habla en ellas de cosas que no han existido. Desde mi primera edad
en el Ejército de Colombia emprendí reunir las noticias que algún día
podrían ser útiles para la historia de mi país, y tener la dicha de
presentar estos materiales a la mano que se encargue de pintar los
sucesos de América, y de hacer conocer al Capitán que mandó tantas
veces los pueblos y el Ejército. Colocado al lado de Bolívar como su
Ayudante de Campo, su Secretario y su Jefe de Estado Mayor Gene-
ral, he podido conocerlo y observarlo más de cerca. Como Gobernador,
Intendente, Prefecto y Comandante General en distintas épocas y Mi-
nistro Plenipotenciario en el Perú, me he puesto en contacto con el
Gobierno, y por tanto no desconozco la política que se observó du-
rante la administración en que he servido. Estas razones me han
animado a presentar al público mi bosquejo para servir a la historia,
y sólo siento no poderlo hacer de un modo tan -completo como lo exige -
la materia. Una desgracia ocurrida en el año de 1824, cuando fue in-
cendiada la ciudad de Barbacoas por los realistas, hizo perecer el
archivo de la casa de gobierno, y en él todos los materiales que había
reunido hasta entonces en mi vida militar. Inmediatamente después
6 PRELIMINAR
de la victoria que obtuve sobre el enemigo, me fue imposible ocupar-
me en reponer mis apuntamientos a consecuencia de las heridas que
recibí, y ya no pensaba volver a emprender tal trabajo, cuando varios
amigos me empeñaron en que lo hiciese en lo posible, porque era in-
dispensable que los contemporáneos diésemos testimonio de los hechos
de nuestros días, y por convenir con ellos me ocupé de nuevo en este
asunto, con ánimo de dejar a mis hijos el cuidado de publicar mis
relaciones.
N o tengo la vanidad de creer mi obra tan perfecta como debe
ser, pero al menos la juzgo imparcial, y mis opiniones independientes
del espíritu de partido.
La principal parte de mi trabajo es la que dice relación a Bolí-
var, y como él no existe ya, juzgo oportuno publicarla.
Cuanto refiero de su primera edad lo he sabido del mismo Ge-
neral Bolívar, que tuvo la bondad de decírmelo en los ratos de des-
canso que tenía. Aunque no siempre he estado de acuerdo con sus opi-
niones, le merecí su amistad, y no juzgo faltar a ella en las publi-
caciones que hago.
Los hechos más notables los apoyo en los documentos con que
acompaño mis memorias 1.
1 Véase el apéndice. Documento número 1<1.
CAPITULO I
Origen, nacimiento y primera edad del Libertador Sim6n Bolívar.
La familia de Bolívar es originaria de España y una de las
primeras que vinieron a establecerse en América. El año de 1589
nombró la ciudad de Caracas a Simón Bolívar Procurador Gene-
ralen la Corte, y se le recomendÓ la defensa de los derechos
municipales de aquella ciudad. El Rey le nombró Regidor per-
petuo de Caracas y Oficial Real de la provincia.
Desde el siglo XVII gozó la familia de Bolívar una renta
que podía llamarse brillante en América, y los primogénitos ob-
tenían el empleo de Alférez Real, destino concedido siempre a las
primeras familias de la nación. Don Juan Vicente Bolívar fue
el padre del Libertador, y ejerció distintos empleos, siendo tam-
bién Coronel de milicias de los valles de Aragua. La familia
tenía distintos privilegios de que no hizo uso; entre otros el títu-
lo de Marqueses de Bolívar, Vizcondes de Coporete. Igualmente
tenían el señorío de las minas de Aroa, concesión que no se
había hecho a americanos. La señora Concepción Palacios fue
la mujer de don Juan Vicente Bolívar, descendiente, igualmente
que su marido, de antiguas familias de España. Al primer hijo le
llamaron como su padre; y al segundo, Simón, en memoria del
primero de este nombre, por quien comienzo mi relación. Nació
el 24 de julio de 1783 en Caracas. Su padrino, el doctor don Fé-
lix Aristiguieta y Bolívar le dio el nombre de Simón, y habiendo
tenido el permiso de sus padres le fundó un mayorazgo porque
decía que este niño sería más grande que el primero que de este
nombre vino a Caracas. La casa en quenaem Bolívar fue ~
que tuvieron sus padres en la plaza de San Jacinto. No fueron
solos estos dos hermanos, también tuvieron dos hermanas: la
mayor, María Antonia, viuda hoy del señor Clemente, y la se-
gunda, Juana, igualmente viuda del señor Palacios. Don Juan
8 TOMÁS CIPRlANO DE MOSQUERA
Vicente Bolívar murió dos años después del nacimiento de su
hijo Simón, y recomendó a su mujer que mandase sus dos hijos
a Inglaterra para que recibiesen allí su educación; pero el padre
de la señora viuda, don Feliciano Palacios, se opuso tenazmente,
porque decía que el contacto y relaciones de sus hijos con he-
rejes sería capaz de corromperlos. Tales eran las ideas de nues-
tros abuelos en toda la nación. Estas preocupaciones perjudica-
ron a los jóvenes Bolívares; pero la madre les proporcionó maes-
tros tan capaces como podían ser en aquel país. En su casa
paterna recibió Bolívar las primeras lecciones de sus precepto-
res Carrasco, Vides, Negrete, Rodríguez y Pelgrón; después lo
fueron el señor Bello y el Padre Andújar. Primeras letras, gra-
mática latina y española, esgrima, natación, historia natural,
profana y eclesiástica, con algunos principios de matemáticas
hicieron la enseñanza y primera educación del joven Bolívar has-
ta la edad de quince años, en que su curador, don Carlos Palacios,
después de la muerte de su madre, le mandó a España para que
completase sus estudios.
Bolívar supo por una casualidad el año de 1797 el plan de
la revolución que se tenía en Caracas para emanciparse de Es-
paña; pero fue cauto, y no dijo a su tierna edad nada que pu-
diese comprometer a los que querían ejecutarlo, y celebraba la
idea con los de su familia como una cosa buena, deseando que
tomasen parte su curador y su hermano. Cuando fueron juzga-
dos algunos sujetos a causa de haberse descubierto el plan, Bo-
lívar por su poca edad pudo obtener permiso de los jefes de
España para visitar los presos, y les fue útil su viveza y cautela.
El 19 de enero de 1799 se embarcó Bolívar para España en
el navío San Ildefonso; su Capitán, don José Uriarte y Borja. El
buque tocó en Veracruz para recibir algunos millones de pesos
que se remitían a España, y con este motivo el joven Bolívar
visitó a Méjico, y vivió con el Oidor Aguirre, recibiendo buen
tratamiento del Virrey Azanza. Posteriormente tocó el buque en
La Habana y conoció igualmente esta ciudad.
Bolívar se acordaba, como de una cosa que le había hecho
mucha impresión, de un acto caballeroso del Capitán Uriarte, al
que decía debía su existencia. Se encontró el navío con un bu-
qUe inglés muy inferior, y como estaban en guerra las dos na-
ciones, le era muy fácil tomarlo. Los oficiales propusieron echar-
lo a pique y tomar la tripulación a bordo, y la respuesta fue:
"por hacer un daño sin utilidad podremos no ver un escollo que
MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 9
se encuentra en esta dirección; sigamos nuestro rumbo y dejen
ustedes aesos miserables". Al anochecer se pudo descubrir el
escollo ya muy cerca del buque, y la vigilancia del Capitán con-
servó la vida a nuestro futuro héroe, que llegó a España feliz-
mente; desembarcó en Santoña, y por Bilbao siguió a la capital
de Madrid.
Bolívar vivió con su tío don Esteban Palacios, que gozaba
de la gracia de los Reyes de España por las relaciones de amis-
tad que tenía con el favorito Mallo, que era natural de Popayán,
y criado en Caracas. El estudio de las matemáticas, lenguas y li-
teratura hacían su ocupación. Palacios fue desterrado de Madrid
por intrigas de Corte, y Bolívar entonces quedó al cuidado del
Marqués de Ustáriz, por quien tenía un respeto que pasaba a ve-
neración. Hasta los últimos tiempos de su vida creía Bolívar que
nunca había tenido un mejor maestro que su amigo, cuyas virtu-
des comparaba a las de los virtuosos griegos que se presentan
como modelos: tales eran sus expresiones.
La Corte de Madrid era un centro de corrupción y de intriga;
y Bolívar, aunque niño, se veía forzado a asistir al palacio por
las instancias de la Reina, que le distinguía como paisano de su
favorito, quien tomó mucho empeño en adelantarlo en su carre-
ra pública; pero la circunspección de Bolívar y su amor a la ca-
sa de Ustáriz, le hacían preferir este retiro a los devaneos de los
sitios reales, donde varias veces se entretuvo con Fernando VII,
que tenía casi la misma edad.
La casualidad proporcionó al joven Bolívar hallarse una no-
che en una casa adonde había salido disfrazada la Reina María
Luisa, y la acompañó en su regreso a la Corte; circunstancia que
influyó mucho en el aprecio que hacía la Reina de él, le propor-
cionó estar en los sitios reales con bastante confianza. El Prín-
cipe de Asturias, Fernando, le invitó una tarde en Aranjuez a
jugar a la raqueta, y diole al Príncipe con el volante en la cabe-
za, por cuya razón se molestó; pero su madre, que estaba presen-
te, le obligó a continuar el juego, porque desde que convidó a
un joven caballero para distraerse se había igualado a él. Me
refería el Libertador esta anécdota diciéndome con un aire de
satisfacción: ¿Quién le hubiera anuneiado a Ffffiando VII que
tal accidente era el presagio de que yo le debía arrancar la más
preciosa joya de su corona?
Bolívar deseaba regresar a su país, cansado de la vida de
Madrid y hostigado del palacio real, y se resolvió a dar un paso
10 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA
que le ponía en uso de su voluntad, casándose. La señorita Te-
resa Toro, sobrina de los Marqueses del Toro, y de Inicio, fue la
que le cautivó el corazón. Concibió una pasión tan violenta que
siempre juzgó haber sido la más fuerte que tuvo de este género.
El padre de la señorita Toro accedió al matrimonio de su hija,
a condición de que se dejase correr algún tiempo, siendo el no-
vio todavía niño, pues sólo contaba diez y siete años.
Un suceso desagradable irritó mucho a nuestro joven, y lo
hizo resolverse a dejar a Madrid. El Ministro de Hacienda le
mandó registrar en la puerta de Toledo a pretexto de decir que
llevaba un contrabando de diamantes; pero el objeto era ver si
le encontraban algunos papeles de intrigas de su amigo Mallo.
Bolívar, que vestía uniforme militar, como oficial de milicias, tiró
su espada contra los guardas, y se quejó agriamente del insulto
que se le había hecho. Pidió pasaporte para dejar la Corte, y se
fue por la posta a Bilbao, donde estaba la familia de su futura
esposa. Anduvo el camino con tanta violencia que casi pierde
la vida.
La guerra con Inglaterra le privaba tener algunos recursos
de su casa para vivir, y como no sabía pedir, sufrió bastante.
Después de la paz de Luneville, a fines de marzo de 1801, pudo
óbtenerlos; y resolvió pasar a Francia para conocer aquel her-
moso país y con la idea de comprar cuanto necesitaba para su
matrimonio y viaje a América.
Bolívar recibió hermosas impresiones al observar la Francia,
París, la Libertad, y Napoleón. Su alma sufría los golpes de
montones de ideas, que abruman a cualquiera que es nuevo en
la vida, y mira de repente cuanto hay de asombroso en la exis-
tencia y en la historia. En vano le tentaron las seducciones del
placer, en vano le deslumbraron las maravillas de las artes y del
gusto; su alma se absorbía toda en la imagen de su amante y
del coloso de la libertad representado por Napoleón. Una Re-
pública triunfante, instituciones filosóficas y nuevas, los prodi-
gios del genio y del saber, todo echaba en el alma de Bolívar las
semillas de libertad y de gloria que después se han desenvuelto
en su larga carrera. Bolívar, ansioso por volver a España y a Ca-
racas, deja muy pronto a la Francia a fines de 1801; llega a Ma-
drid, celebra su matrimonio, y el mismo día parte para la Coru-
ña, donde se embarca en el buque que le esperaba para IlevarIe
a La Guaira. Cuando Bolívar hablaba de esta época de su vida
todavía se exaltaba después de tantos años. Se creyó, vuelto a su
patria, el hombre más feliz con una amiga a su lado, y pensando
MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 11
siempre cómo ser más dichoso en la tierra que le vio nacer. De
repente, una fiebre se apodera de su esposa, en cinco días des-
aparece, y todo cuanto antes le era agradable le fue ya odioso;
después de la muerte de su Teresa decía: "Yo contemplaba a mi
mujer como una emanación del Sér que le dio la vida: el Cielo
creyó que le pertenecía, y me la arrebató porque no era creada
para la tierra"; y parafraseaba este mismo pensamiento de di-
ferentes modos, para complacer sus afectuosos e imperecederas
sentimientos al recordar a su amada. La tristeza le aconsejó de-
jar este país para siempre. Solamente ocho meses permaneció en
él para arreglar sus negocios. Vendió algunas de sus propieda-
des, cedió otras a sus hermanos, dejó recomendado el vínculo
que poseía a su hermano Juan Vicente y fletó un buque, lo cargó
y siguió para Cádiz con un caudal suficiente para vivir muchos
años y viajar en Europa. A fines de 1803 arribó felizmente al
puerto de su destino, después de un viaje tempestuoso. Realizó
en aquel puerto sus negocios, partió para Madrid a llevar a don
Bernardo Toro, padre de su esposa, las reliquias que había con-
servado de ella. Hablaba Bolívar de esta entrevista con ternura,
recordando las lágrimas que mezclaron el padre y el hijo. "Ja-
más he olvidado esta escena de delicioso tormento, porque es
deliciosa la pena del amor", fue varias veces la expresión con
que Bolívar concluía esta narración; y como mostró siempre un
vivo interés en estos recuerdos, quiero referirlos aunque pueden
juzgarse minuciosidades en las memorias que ahora escribo de
la vida juvenil de nuestro General. Ellas también servirán para
hacer conocer cuán susceptible era de sentimientos afectuosos,
y que siempre influyeron en su corazón, como veremos después.
Sú- existencia en Madrid, rodeada de los amigos que le conocie-
ron amante, amado y feliz, le fue tan insoportable como la de
Caracas; y en la primavera de 1804 partió para Francia.
Bolívar admiraba en Napoleón al héroe republicano, le pa-
recía el astro de la gloria, no encontraba nada que se le pare-
ciera y juzgaba que nada le podía igualar en el futuro. Ocupada
así su imaginación se sorprende al verle subir al trono y tomar
la corona de Emperador. Desde este día Napoleón es un tirano,
y no quería ni siquiera tolerar su poHtiea. Todavía lamentaba el
que el Capitán del siglo XIX, el más grande de los héroes, hu-
biera empañado su carrera vistiendo la púrpura real. Censuraba
siempre la política que había adoptado Napoleón, y a ella atri-
buyó la pérdida del Imperio y la restauración de la casa de Bor-
12 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA
bón. Varias veces le oí decir: "Desde que Napoleón fue Rey, su
gloria misma me parece el resplandor del infierno, las llamas del
volcán que cubría la prisión del mundo". Bolívar sintió tánto la
caída de los republicanos, que consideraba con lástima la espe-
cie humana y dudaba ya de la libertad. Ninguna instancia bastó
para que asistiera al magnífico aparato de la coronación de Na-
poleón.Nada contenía el ímpetu de su genio fogoso; dondequie-
ra declamaba contra la vileza del pueblo y la usurpación del
Cónsul; llegaba su osadía hasta disputar con agentes del gobier-
no. El General Oudinot y Mr. Delagarde participaron de estas
querellas, ambos amigos de Bolívar, aunque empleados por Na-
poleón. Del último admiraba más la moderación por ser uno de
los jefes de la policía; pero una señora que influía con su gracia
y su talento sobre estos dos amigos era bastante sagaz para in-
terpretar con indulgencia el arrojo de Bolívar. He creído digna
de estas Memorias la opinión de un hombre célebre respecto de
otro, y quizá cuando ellas vean la luz todavía podrán leerlas los
personajes a quienes nombro y de quienes Bolívar nos hacía un
agradable recuerdo.
Ya en aquella época alimentaba Bolívar las ideas de libertar
su patria y consultaba a sus amigos. Llegó entonces a París el
Barón de Humboldt (Alejandro), que acababa de viajar en la
América española, y por lo mismo juzgó que aquel sabio viaje-
ro sería la autoridad más propia para dar consejos sobre la natu-
raleza y ejecución de su proyecto. Bolívar, que había sido tra-
tado bondadosamente por el Barón, le pregunta un día qué
pensaba sobre la independencia de América y los medios de rea-
lizarla. La respuesta fue que el país estaba ya en estado de re-
cibir la emancipación, pero que no conocía hombre capaz de
dirigirla. El Barón decía la verdad, porque nadie era conocido
en América con talentos bastantes para semejante empresa. Sin
embargo, Bolívar no desmayó, y contaba con que la revolución
daría hijos dignos de ella. Mr. Bonpland, íntimo amigo de Bo-
lívar y compañero del Barón en sus viajes, animaba con sus
consej os el proyecto de emancipación. La amistad de este sabio
botánico siempre fue conservada por Bolívar.
Bolívar permaneció diez meses en París, y emprendió su
viaje para Italia en la época que Bonaparte debía coronarse en
Milán. Su amigo, don Fernando Toro, que hasta entonces había
acompañado a Bolívar desde Madrid, tuvo que dejarlo y regresó
MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 13
a España 1. En la primavera de 1805 marchó Bolívar para Italia
en compañía de su amigo y antiguo maestro, don Simón Rodrí-
guez, que hacía muchos años que se hallaba en Europa consa-
grado al estudio de las ciencias exactas y de las artes. Este ami-
go le aconsejó marchar a pie para que restableciera su salud
quebrantada y observara con despacio las preciosidades que ha-
bía en el país que iba a recorrer. En Lyon pusieron sus equipajes
en los coches públicos, y con un bastón en la mano marcharon
hacia la Saboya y el Piamonte. En once días atravesaron los
Alpes, reposando una semana en Chambery. Esta marcha pro-
dujo el efecto que se deseaba, y Bolívar restableció su salud y
ensayó sus fuerzas para las futuras campañas que debía hacer,
convenciéndose que era capaz de esfuerzos mayores por la faci-
lidad con que había logrado hacer aquélla.
De Turín siguió a Milán y asistió a los juegos olímpicos
que se dieron en honor de la coronación de Napoleón. En aque-
llos juegos vio por la primera vez elevar un globo aerostático
conducido por una señora que llevaba en las manos· las águilas
del Emperador al cielo. De Milán siguió a Venecia, origen del
nombre de Venezuela, cuya ciudad flotante le pareció menos
maravillosa de lo que se había figurado. De allí siguió a Floren-
cia y de Florencia a Roma. En esta capital la exaltada imagina-
ción de Bolívar le hizo ver la aldea de Rómulo elevada a capital
del mundo, una ciudad republicana que conquistó tántos impe-
rios, las maravillas del arte y del triunfo traídas del pie del capi-
tolio; el brillo de mil glorias coronando las del Senado. Joven
republicano, y alimentado de la historia antigua y de la filosofía
moderna, Bolívar se inflama, va al monte Sacro, y hace el ju-
ramento de libertar a su patria o morir por ella. Desde entonces
emprendió formar sus proyectos, y esta idea le ocupó entera-
mente su imaginación. Continuó sus viajes hasta Nápoles y
volvió a París, donde permaneció hasta poco tiempo antes de
regresar a América. París le había gustado tanto que algunas
1 Este colombiano, que después fue General de la República, era uno de
los sujetos que más distinguió Bolívar por su mérito personal y por las
relaciones que le unían a él como pariente de su mujer. Compañero desde
su infancia y uno de los dignos hijos de Caracas, merece que al escribir
una memoria de Bolívar se haga mención de sus servicios como hombre
público: doy una noticia biográfica tomada de la boca misma de su amigo.
Nació en Caracas, se educó en España y sirvió en los cuerpos de la guardia
real con distinción y valor experimentado. En la campaña de Rosellón,
cuando España estaba en guerra con la República Francesa, este oficial de-
fendió con el resto de su compañía, casi destruída, un punto que los grana-
deros de todo el ejército habían abandonado cobardemente: y Toro con sus
valientes fueron celebrados como merecían. En la guerra de la insurrección
contra Francia, el General Toro sirvió en las mismas guardias reales con
14 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA
veces hablando con sus amigos en el ejército dijo en ratos de
mal humor: "Si no me acordara que hay un París, y que debo
verlo otra vez, sería capaz de no querer vivir".
Bolívar se dirigió a Hamburgo por la Holanda, y en aquel
puerto se embarcó para los Estados Unidos de la América del
Norte, donde permaneció poco tiempo, y desde Charleston hizo
su navegación a La Guaira a fines de 1806.
Luégo que llegó a Caracas se retiró de los negocios políti-
cos: meditaba en sus haciendas cómo debía darse el primer
golpe a las autoridades reales; y aconsejaba a sus amigos mucho
tino en los pasos que pudieran darse. Las medidas que tomaron
las autoridades españolas para frustrar los conatos de revolución
que se habían dejado trascender en Venezuela, después del ataque
que intentó el General Miranda sobre Coro el año de 1806, y
las persecuciones que sufrieron varios individuos, de cuyas sos-
pechas no estuvo exento el mismo Bolívar, le hacían fortale-
cer más su opinión de suspender todo acto revolucionario hasta
que ya estuviesen las cosas arregladas así en Venezuela como
en el Reino de la Nueva Granada. Los sucesos de la revolución
de Quito en 9 de agosto de 1809 inflamaron el corazón de los
patriotas, y aunque Bolívar creía que no era llegado el día de
comenzar la obra de la independencia, una vez verificada la re-
volución del 19 de abril de 1810 en Caracas, fue de los primeros
que con tesón comenzaron a trabajar por el país. Fue nombrado
Coronel de milicias de Aragua, y su hermano mayor, don Juan
Vicente Bolívar, comisionado a los Estados Unidos para traer
fusiles y armar los cuerpos de la República. Desgraciadamente
pereció este patriota distinguido en su navegación cuando regre-
saba a Venezuela con las armas que había comprado. Sobre su ge-
nio y talento se ha hablado con variedad, pero muchos creían que
era superior en energía a su hermano Simón, de quien se acorda-
ba con aquella fuerza de sentimiento que mostraba siempre al
hablar de las personas que le eran queridas.
la pericia que acostumbraba. El gobierno le empleó luégo de Comandante
General de Venezuela. Entró como autor principal de la revolución de Ca-
racas el 19 de abril de 1810. En la campaña contra los realistas de Vene-
zuela en el principio de nuestra guerra de la independencia, el General Toro
perdió las piernas, quedando inútil para siempre. Cuando la ocupación de Ve-
nezuela por Monteverde, Toro se encontró en la necesidad de emigrar a la
isla de Trinidad, donde sufrió con su hermano, el antiguo Marqués del Toro,
pues prefirieron vivir como jardineros en una pobre choza, a regresar a su
país, donde el gobierno español mandaba, y despreciaron las ofertas que les
hicieron para que pudieran restituírse a sus hogares. En 1821 volvieron los
dos Generales Toro, y Fernando murió poco tiempo después de resultas
de sus heridas, pero en medio de sus amigos y familia, y viendo a su patria
libre y a su amigo triunfante.MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 15
En una de las reuniones que tuvieron en Caracas los pri-
meros promotores de la independencia americana, a que asis-
tieron Salía, Pelgrón, Montilla, Rivas, don Juan Vicente Bolívar
y el Oficial Mayor de la Secretaría de la Capitanía General, don
Andrés Bello, se dudaba quién podía ser el jefe de la revolución
contra la España, y el señor Bolívar propuso a su hermano Si-
món, haciendo una recomendación, que el tiempo ha probado
que nacía del conocimiento íntimo que tenía de su joven her-
mano. Todos los concurrentes despreciaron la indicación, pues
juzgaron a Bolívar joven emprendedor, pero sin experiencia y
capacidad para tan alta misión. Este pensamiento de don Juan
Vicente Bolívar lo he sabido de boca de uno de los concurrentes
a aquella reunión, que aún vive, y lo considero digno de men-
cionarse en mi relación.
CAPITULO 11
Primeros servicios que presta Bolívar a su patria hasta que fue hecho pri-
sionero por el Comandante General de las tropas españolas, don Domin-
go Monteverde.
Como queda dicho en el capítulo anterior, Bolívar fue nom-
brado Coronel de milicias del valle de Aragua después de la re-
volución de 19 de abril de 1810, y en junio del mismo año se le
confirió una misión diplomática cerca del gobierno de S. M. B.,
uniéndole de compañero al señor Luis López Méndez y de Se-
cretario de la Legación al señor Andrés Bello. En 21 de julio
dirigió propuestas al Gabinete de Saint-James, y obtuvo contes-
iaciones que, aunque no favorables, nos aseguraban la neutrali-
dad de la Inglaterra en nuestra contienda doméstica. El Marqué~
de Wellesley en sus conferencias con los comisionados les ofreció
de parte de su gobierno no dar un paso contrario a la emanci-
pación de América, bajo los principios que había sentado en
su declaraciones diplomáticas.
Bolívar y Méndez tenían instrucciones de no tocar con el
General Miranda, que se hallaba en Londres; pero creyendo Bo-
lívar que este personaje podía ser muy útil en Venezuela no
tuvo embarazo en conferenciar con él, e invitarle a que fuese a
su país, donde debía prestar servicios muy importantes a la causa
de su patria. Miranda ofreció a Bolívar seguir muy pronto y em-
prendió su viaje por los Estados Unidos.
Bolívar dejó en Londres a su compañero López Méndez y
al Secretario Bello encargados de la Legación y regresó a Vene-
zuela. El 5 de diciembre de 1810 llegó a La Guaira, y el gobierno
publicó inmediatamente los resultados de la comisión de Bo-
lívar y las razones por que había quedado en Europa el comi-
sionado López.
Bolívar no estuvo de acuerdo con la marcha que llevaban
los negocios de Venezuela, y se retiró a su casa. Varias conspi-
raciones que formaban los partidarios de la Regencia de España
MEMOItIA-2
18 TOMÁS CIPRlANO DE MOSQUERA
habían sido descubiertas; pero conociendo los patriotas que se
tramaba una revolución general apoyada por los realistas de
Puerto Rico, Guayana y Coro, el Congreso fijó definitivamente la
conducta política que debía seguirse, sancionando el acta de in-
dependencia en su declaración de 5 de julio de 1811. Lejos de
contenerse el partido servil por la declaración de la independen-
cia, se irritó de tal modo, que el 11 del mismo estalló una revo-
lución en Caracas y Valencia contra el gobierno. El pueblo -:le
Caracas atacó a los revolucionarios y redujo a prisión a muchos,
que fueron juzgados, y algunos ejecutados por sentencia del
Tribunal de Vigilancia. En Valencia lograron los facciosos apo-
derarse de la ciudad, y el gobierno de Venezuela mandó una
expedición a las órdenes de los Generales Toros, hermanos, para
destruír a los realistas. Entre La Cabrera y los Cerritos de Ma-
riara se dispararon los primeros tiros en Venezuela, y comenzó
la guerra de independencia al norte de aquella república. Des-
graciadamente fueron rechazadas las fuerzas republicanas, y :,¡e
retiraron a Maracay. Estos sucesos obligaron a Bolívar a dejar
su retiro, y volvió a tomar servicio activo como Coronel del ba-
tallón de milicias de Aragua. El General Miranda, que había lle-
gado ya a Caracas, y que había sido considerado como Teniente
General, grado correspondiente a los que había tenido en Eu-
ropa, fue destinado a mandar la expedición que se formó de
nuevo contra Valencia. El se excusó diciendo que no había
cuerpos para que los mandase un Teniente General; y reconve-
nido por una respuesta tan poco justa, ofreció marchar, pero
con la condición de que el Coronel Bolívar no mandara su cuer-
po en la campaña porque era joven temible. El gobierno, por
condescender con el General Miranda, dispuso que marchase el
batallón Aragua a órdenes del segundo Comandante. Esta dis-
posición alarmó mucho a Bolívar, y alegando el distinguido mé-
rito de ser uno de los primeros hombres consagrados a trabajar
por su patria, pidió que se le permitiese marchar con su batallón
o que se le oyese en juicio. El gobierno, que había obrado sólo
por complacer al General Miranda, revocó su orden, y marchó
Bolívar al frente de su cuerpo a la campaña sobre Valencia.
Así empezaron sus primeros ensayos militares, y su compor-
tamiento le hizo acreedor al despacho de Coronel efectivo de
ejército.
Después de la ocupación de Valencia, el 12 de agosto de
1811, Miranda hizo marchar a Bolívar a dar parte al gobierno
de Caracas de este suceso. Aunque tal comisión no le correspon-
día, él obedeció a su General y cumplió sus órdenes.
MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 19
El General Miranda le destinó a mandar la plaza de Puerto
Cabello, como Gobernador, y quería siempre tener a Bolívar
distante de las operaciones militares, sobre el enemigo, pues
tenía mucha prevención contra él, temiendo que le arrebatase
sus glorias. Miranda conocía el genio del futuro héroe de la
América del Sur, y obraba por celos, más bien que por ene-
mistad.
La reacción que meditaban los realistas había obligado al
Gobernador de Caracas, Coronel José Félix Rivas, a decretar la
prisión de todos los españoles y canarios que no se manifestaban
claramente por la causa de la independencia; pero el General
Miranda improbó este acto, y fueron puestos en libertad en
junio de 1812 todos los presos; con lo cual se alentaron los rea-
listas y continuaron sus maquinaciones con indecible actividad.
En la plaza de Puerto Cabello existían cerca de mil prisioneros
encarcelados en el castillo de San Felipe, y seducido por los
españoles, el oficial Francisco Fernández Vinnoni los puso en li-
bertad, dando muerte a los guardas y apoderándose de la forta-
leza. Bolívar ordenó la evacuación de la plaza, y se salvó la
guarnición que estaba en la ciudad. Dirigióse a La Guaira en una
goleta de guerra, acompañado de varios oficiales, y mandó al
Teniente Coronel Tomás Mantilla a informar del suceso al Ge-
neral Miranda.
Bolívar conservó una impresión tan fuerte por la desgracia
de Puerto Cabello, que jamás la olvidó, ni al traidor que lo vendió.
En 1819, después de la batalla de Boyacá le reconoció entre los
prisioneros españoles y lo mandó fusilar.
Este acontecimiento desgraciado fue de graves trascenden-
cias. A consecuencia de él capituló Miranda con Monteverde,
autorizado por el gobierno general, que se llenó de pavor por
este suceso y por la revolución de los negros, que fomentaban los
realistas y que estalló el 13 de julio de aquel año (1812). El
Marqués de Casa León fue el comisionado para tratar con Mi-
randa, y arregló con él el modo de transigir, ofreciéndole mil
onzas de oro para que se trasladase a Inglaterra en la corbeta de
guerra de S. M. B., Shapir, que mandaba el Capitán Haynes.
El modo como se concluyó esta capitulación, sin ningún
género de garantías; la animadversión que tenían la mayor parte
de los jefes y oficiales de Venezuela contra el General Miranda,
por la preferencia que daba a los extranjeros que servían a sus
órdenes; y la noticia de que Miranda había recibido en Victoria
doscientas cincuenta onzas por cuenta de las mil que le ofreció
Casa León, irritaron de tal modo a Bolívar, al Comandante Ma-
20 TOMÁSCIPRIANO DE MOSQUERA
nuel M. Casas, al doctor Miguel Peña y a otros, que resolvieron
prenderle y que experimentase con ellos la desgraciada suerte
que se les preparaba; pues no tenían buques para emigrar, y el
Capitán Haynes apenas llevaba a Miranda, que tenía recomen-
daciones del Duque de Cambridge y otros personajes de la Gran
Bretaña, a cuya nación había ofrecido sus servicios.
Estos fueron los angustiados sucesos de 1812, que pusieron
a Bolívar y a todos sus compañeros en manos de don Domingo
Monteverde. Así como este General español no cumplió con el
tratado de 26 de julio, tampoco llenó sus compromisos Casa
León con Miranda remitiéndole las setecientas cincuenta onzas
que debió entregarle en La Guaira, porque olvidándose de la fe
castellana, estos hombres, al tratar con los independientes, creían-
se, al ser vencedores, exentos de sus compromisos de honor,
y se nos juzgaba como miserables rebeldes.
Bolívar supo aprovechar los primeros momentos favorables
después de la capitulación del General Miranda, y por medio del
español don Francisco !turbe consiguió pasaporte para Curazao
en compañía del Coronel José Félix Rivas.
Después que la República se recuperó en 1821, Bolívar im-
petró del Congreso que se devolviesen al señor !turbe sus bienes
confiscados, y un acto legislativo correspondió el servicio que
aquel español hizo al futuro padre de la Patria 1.
1 Esta relación la he recibido del General Bolívar y del General Juan
Paz del Castillo; pero uno y otro conocieron con el curso del tiempo que
el General Miranda no había obrado por sentimientos innobles; y que
juzgando de los sucesos por las circunstancias, pudo equivocarse creyendo
que evitaba a Venezuela cruentos males. En época posterior el Libertador
trató de distinguir a los hijos del General Miranda, señores Leandro y
Francisco, y tánta cordialidad les mostró, como generosidad hubo de parte
de los hijos de Miranda para no guardar resentimiento por un suceso nacido
de las circunstancias de aquel tiempo. Rase escrito muchas veces sobre este
acontecimiento, y pasaría en silencio semejante episodio si el silencio mismo
no agravara a unos u otros el cargo. La historia debe ser imparcial, y al
referir el hecho debo tomar su relación de los mismos hombres que tuvie-
ron en él parte tan importante. Bolívar se escapó de la persecución por
un amigo, y cuando no era conocido su genio por los jefes españoles. Castillo,
Mires, Ayala y Madariaga fueron conducidos a las mazmorras de Ceuta, y
el Comandante Las Casas, sobre quien cayeron grandes sospechas, también
se justificó con el curso del tiempo y los sucesos posteriores. Esta nota debe
aclarar la narración, y la escribo para hacer justicia a unos y otros. De
los hijos del ilustre General Miranda vive sólo uno, y el menor fue asesi-
nado en la guerra civil de 1831,por amigo de Bolívar. Su temprana muerte
acibaró los últimos días de su madre, y su hermano y amigos no olvidare-
mos nunca al valiente jefe que pereció por su lealtad.
CAPITULO 111
El Coronel Simón Bolívar pasa de Curazao a Cartagena. Sus opiniones poli-
ticas y servicios que presta a la Nueva Granada. Recibe el despacho de
Brigadier de la Unión.
El Coronel Bolívar llegó en el mes de septiembre de 1812 a
Cartagena en compañía de otros emigrados de Venezuela. Ofre-
ció sus servicios al gobierno republicano de aquella plaza, que
fueron admitidos, y se le destinó a las tropas que mandaba el
Comandante Labatut, encargándosele la Comandancia de Ba-
rranca.
El 25 de diciembre de 1812 se imprimió en Cartagena una
alocución dirigida a los ciudadanos de Nueva Granada, por
Un Caraqueño; y como esta Memoria, escrita por Bolívar descu-
bre sus opiniones y los planes y medidas que juzgaba conve-
nientes para llevar adelante la obra de la independencia, creo
muy oportuno que se lea en el orden cronológico de su vida;
tanto más cuanto que ella fue la que comenzó a darle crédito
entre las personas que 10 habían tratado.
"MEMORIA DIRIGIDA A LOS CIUDADANOS DE LA
NUEVA GRANADA, POR UN CARAQUE&O
Cartagena de Indias, en la Imprenta del C. Diego Espinosa, año 1813.
Libertar a la Nueva Granada de la suerte de Venezuela, y redimir
a ésta de la que padece, son los objetos que me he propuesto en esta Me-
moria. Dignaos, oh mis conciudadanos, de aceptarla con indulgencia en
obsequio de miras tan laudables. Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz
Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas y
políticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamó mi pa-
tria, he venido a seguir aquí los estandartes de la independencia que tan
gloriosamente tremolan en estos Estados. Permitidme que animado de un
celo patriótico me atreva a dirigirme a vosotros, para indicaros ligera-
mente las causas que condujeron a Venezuela a su destrucción: lison-
'22 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA
jeándome que las terribles y ejemplares lecciones que ha dado aquella
extinguida república persuadan a la América a mejorar de conducta, co-
rrigiendo los vicios de unidad, solidez y energía que se notan en sus
gobiernos.
El más consecuente error que cometió Venezuela al presentarse en
el teatro político, fue sin contradicción, la fatal adopción que hizo del
sistema tolerante: sistema improbado como débil e ineficaz, desde en-
tonces, por todo el mundo sensato, y tenazmente sostenído hasta los últi-
mos períodos, con una ceguedad sin ejemplo.
Las primeras pruebas que dio nuestro gobierno de su insensata debi-
lidad las manifestó con la ciudad subalterna de Coro, que denegándose a
reconocer su legitimidad la declaró insurgente y la hostilizó como ene-
migo.
La Junta Suprema, en lugar de subyugar aquella indefensa ciudad,
que estaba rendida con presentar nuestras fuerzas marítimas delante de
su puerto, la dejó fortificar y tomar una actitud tan respetable, que logró
subyugar después la Confederación entera, con casi igual facilidad que
la que teníamos nosotros anteriormente para vencerlaj fundando la Jun-
ta su política en los principios de humanidad mal entendida, que no au-
torizan a ningún gobierno para hacer por la fuerza libres a los pueblos
estúpidos que desconocen el valor de sus derechos.
Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que
podían enseñarles la ciencia práctica del gobierno, sino los que han for-
mado ciertos buenos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas,
han procurado alcanzar la perfección política, presuponiendo la perfec-
tibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por jefes;
filantropía por legislación; dialéctica por táctica; y sofistas por soldados.
Con semejante subversión de principios y de cosas, el orden social se sin-
tió extremadamente conmovido y desde luego corrió el Estado a pasos
agigantados a una disolución universal, que bien pronto se vio realizada.
De aquí nació la impunidad de los delitos de Estado cometidos desca-
radamente por los descontentos y particularmente por nuestros natos e
implacables enemigos, los españoles europeos, que maliciosamente se
habían quedado en nuestro país, para tenerlo incesantemente inquieto y
promover cuantas conjuraciones les permitían formar nuestros jueces,
perdonándolos siempre, aun cuando sus atentados eran tan enormes, que
se dirigían contra la salud pública.
La doctrina que apoyaba esta conducta tenía su origen en las máxi-
mas filantrópicas de algunos escritores que defienden la no residencia de
facultad en nadie, para privar de la vida a un hombre, aun en el caso de
haber delinquido éste, en el delito de lesa patria. Al abrigo de esta piadosa
doctrina a cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón sucedía
otra conspiración que se volvía a perdonar; porque los gobiernos liberales
deben distinguirse por la clemencia. Clemencia criminal, que contribuyó,
más que nada, a derribar la máquina, que todavía no habíamos entera-
mente concluído.
De aquí vino la oposición decidida a levantar tropas veteranas, disci-
plinadas y capaces de presentarse en el campo de batalla, ya instruídas, a
defender la libertad con suceso ygloria. Por el contrario: se establecie-
ron innumerables cuerpos de milicias indisciplinadas que, además de
agotar las cajas del erario nacional con los sueldos de la plana mayor,
MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 23
destruyeron la agricultura, alejando a los paisanos de sus lugares; e hi-
cieron odioso el gobierno que obligaba a éstos a tomar las armas y a
abandonar sus familias.
Las repúblicas, decían nuestros estadistas, no han menester de hom-
bres pagados para mantener su libertad. Todos los ciudadanos serán sol-
dados cuando nos ataque el enemigo. Grecia, Roma, Venecia, Génova,
Suiza, Holanda y recientemente el Norte de América vencieron a sus con-
trarios sin auxilio de tropas mercenarias, siempre prontas a sostener el
despotismo y a subyugar a sus conciudadanos.
Con estos antipolíticos e inexactos raciocinios fascinaban a los sim-
pIes: pero no convencían a los prudentes, que conocían bien la inmensa di-
ferencia que hay entre los pueblos, los tiempos y las costumbres de aque-
llas repúblicas y las nuéstras. Ellas, es verdad que no pagaban ejércitos
permanentes; mas era porque en la antigiiedad no los había, y sólo con-
fiaban la salvación y la gloria de los Estados, en sus virtudes políticas,
costumbres severas y carácter militar, cualidades que nosotros estamos
muy distantes de poseer. Y en cuanto a las modernas que han sacudido el
yugo de sus tiranos, es notorio que han mantenido el competente número
de veteranos que exige su seguridad; exceptuando al Norte de América
que estando en paz con todo el mundo, y guarnecido por el mar, no ha te-
nido por conveniente sostener en estos últimos años el completo de tropa
veterana que necesita para la defensa de sus fronteras y plazas.
El resultado probó severamente a Venezuela el error de su cálculo;
pues los milicianos que salieron al encuentro del enemigo, ignorando has-
ta el manejo del arma, y no estando habituados a la disciplina y obedien-
cia, fueron arrollados al comenzar la última campaña, a pesar de los he-
roicos y extraordinarios esfuerzos que hicieron sus jefes por llevarlos a
la victoria. Lo que causó un desaliento general en soldados y oficiales;
porque es una verdad militar que sólo ejércitos aguerrido s son capaces de
sobreponerse a los primeros infaustos sucesos de una campaña. El sol-
dado bisoño lo cree todo perdido, desde que es derrotado una vez; por-
que la experiencia no le ha probado que el valor, la habilidad y la cons-
tancia corrigen la mala fortuna.
La subdivisión de la provincia de Caracas, proyectada, discutida y
sancionada por el Congreso Federal, despertó y fomentó una enconada
rivalidad en las ciudades y lugares subalternos contra la capital: "la cual,
decían los congresales ambiciosos de dominar en sus distritos, era la ti-
rana de las ciudades y la sanguijuela del Estado". De este modo se encen-
dió el fuego de la guerra civil en Valencia, que nunca se logró apagar, con
la reducción de aquella ciudad, pues conservándolo encubierto, lo comu-
nicó a las otras limítrofes, a Coro y Maracaibo: y éstas entablaron comu-
nicaciones con aquéllas, facilitando por este medio la entrada de los es-
pañoles, que trajo consigo la caída de Venezuela.
La disipación de las rentas públicas en objetos frívolos y perjudicia-
les, y particularmente en sueldos de infinidad de oficinistas, secretarios,
~ magistrados, legisladores provinciales y federales, dio un golpe
mortal a la república, porque la obligó a recurrir al peligroso expediente
de establecer el papel moneda, sin otra garantía que la fuerza y las rentas
imaginarias de la Confederación. Esta nueva moneda pareció a los ojos
de los más una violación manifiesta del derecho de propiedad, porque se
conceptuaban despojados de objetos de intrínseco valor, en cambio de
24 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA
otros, cuyo precio era incierto y aun ideal. El papel moneda remató el
descontento de los estólidos pueblos internos, que llamaron al Comandan-
te de las tropas españolas, para que viniese a librarlos de una moneda que
veían con más horror que la servidumbre.
Pero lo que debilitó más al gobierno de Venezuela fue la forma fede-
ral que adoptó, siguiendo las máximas exageradas de los derechos del
hombre, que autorizándolo para que se rija por sí mismo, rompe los pac-
tos sociales y constituye a las naciones en anarquía. Tal era el verdadero
estado de la Confederación. Cada provincia se gobernaba independiente-
mente; y a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades,
alegando la práctica de aquéllas y la teoría de que todos los hombres y
todos los pueblos gozan de la prerrogativa de instituír a su antojo el go-
bierno que les acomode.
El sistema federal, bien que sea el más perfecto y más capaz de
proporcionar la felicidad humana en sociedad, es, no obstante, el más
opuesto a los intereses de nuestros nacientes Estados; generalmente ha-
blando, todavía nuestros conciudadanos no se hallan en aptitud de ejercer
por sí mismos y ampliamente sus derechos, porque carecen de las virtudes
políticas que caracterizan al verdadero republicano: virtudes que no se
adquieren en los gobiernos absolutos, en donde se desconocen los derechos
y los deberes del ciudadano.
Por otra parte, ¿ qué país del mundo, por morigerado y republicano
que sea, podía en medio de las facciones intestinas y de una guerra ex-
terior regirse por un gobierno tan complicado y débil como el federal? No
es posible conservarlo en el tumulto de los combates y de los partidos. Es
preciso que el gobierno se identifique, por decirlo así, al carácter de las
circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo rodean. Si éstos son
prósperos y serenos, él debe ser dulce y protector; pero si son calamitosos
y turbulentos, él debe mostrarse terrible y armarse de una firmeza igual
a los peligros, sin atender a leyes ni constituciones ínterin no se resta-
blecen la felicidad y la paz.
Caracas tuvo mucho que padecer por defecto de la Confederación, que
lejos de socorrerla le agotó sus caudales y pertrechos; y cuando vino el
peligro la abandonó a su suerte, sin auxiliarIa con el menor contingente.
Además le aumentó sus embarazos, habiéndose empeñado una competen-
cia entre el poder federal y el provincial, que dio lugar a que los enemi-
gos llegl¡.sen al corazón del Estado, antes que se resolviese la cuestión de
si deberían salir las tropas federales o provinciales a rechazarIos, cuando
ya tenían ocupada una gran porción de la provincia. Esta fatal contesta-
ción produjo una demora que fue terrible para nuestras armas; pues las
derrotaron en San Carlos sin que les llegasen los refuerzos que esperaban
para vencer.
Yo soy de sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos
americanos, los enemigos obtendrán las más completas ventajas; sere-
mos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civi-
les y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que in-
festan nuestras comarcas.
Las elecciones populares hechas por los rústicos del campo y por los
intrigantes moradores de las ciudades añaden un obstáculo más a la
práctica de la federación, entre nosotros: porque los unos son tan ignoran-
tes que hacen sus votaciones maquinalmente, y los otros tan ambiciosos
MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 25
que todo lo convierten en facción; por lo que jamás se vio en Venezuela
una votatción libre y acertada; lo que ponía al gobierno en manos de
hombres ya desafectos a la causa, ya ineptos, ya inmorales. El espíritu
de partido decidía en todo, y por consiguiente nos desorganizó más de
lo que las circunstancias hicieron. Nuestra división, y no las armas es-
pañolas, nos tornó a la esclavitud.
El terremoto de 26 de marzo trastornó, ciertamente, tanto lo físico
como lo moral; y puede llamarse, propiamente, la causa inmediata de la
ruina de Venezuela; mas este mismo suceso habría tenido lugar, sin pro-
ducir tan mortales efectos, si Caracas se hubiera gobernado entonces por
una sola autoridad que obrando con rapidez y vigor hubiese puesto reme-
dio a daños sintrabas ni competencias, que, retardando el efecto de las
provincias, dejaban tomar al mal un incremento tan grande que lo hizo
incurable.
Si Caracas, en lugar de una confederación lánguida e insubsistente,
hubiese establecido un gobierno sencillo, cual lo requería su situación po-
lítica y militar, tú existieras, ¡oh Venezuela!, y gozaras hoy de tu li-
bertad.
La influencia eclesiástica tuvo, después del terremoto, una parte
muy considerable en la sublevación de los lugares y ciudades subalternas,
y en la introducción de los enemigos en el país, abusando sacrílegamente
de la santidad de su ministerio en favor de los promotores de la guerra
civil. Sin embargo, debemos confesar, ingenuamente, que estos traidores
sacerdotes se animaban a cometer los execrables crímenes de que justa-
mente se les acusa, porque la impunidad de los delitos era absoluta; la
cual hallaba en el Congreso un escandaloso abrigo, llegando a tal punto
esta injusticia, que de la insurrección de la ciudad de Valencia, que costó
su pacificación cerca de mil hombres, no se dio a la vindicta de las leyes
un solo rebelde; quedando todos con vida, y los más con sus bienes.
De lo referido se deduce que entre las causas que han producido la
caída de Venezuela debe colocarse, en primer lugar la naturaleza de su
Constitución; que, repito, era tan contraria a sus intereses como favo-
rable a los de sus contrarios. En segundo, el espíritu de misantropía que
se apoderó de nuestros gobernantes. Tercero: la oposición al establecimien-
to de un cuerpo militar que salvase la república y repeliese los choques
que le daban los españoles. Cuarto: el terremoto, acompañado del fana-
tismo que logró sacar de este fenómeno los más importantes resultados; y
últimamente las facciones internas, que en realidad fueron el mortal ve-
neno que hizo descender la patria al sepulcro.
Estos ejemplos de errores e infortunios no serán enteramente inúti-
les para los pueblos de la América meridional, que aspiran a la libertad
e independencia.
La Nueva Granada ha visto sucumbir a Venezuela; por consiguiente
debe evitar los escollos que la han destrozado. A este efecto presento
como una medida indispensable para la seguridad de la Nueva Granada la
reconquista de Caracas .. A primera vista parecerá este proyecto incondu-
cente, costoso y quizás impracticable; pero examinado atentamente con
ojos previsivos y una meditación profunda, es imposible desconocer su
necesidad, como dejar de ponerlo en ejecución, probada la utilidad.
Lo primero que se presenta en apoyo de esta operación es el origen
de la destrucción de Caracas, que no fue otro que el desprecio con que
26 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA
miró aquella ciudad la existencia de un enemigo que parecía pequeño, y no
lo era, considerándolo en su verdadera luz.
Coro, ciertamente, no habría podido nunca entrar en competencia con
Caracas, si la comparamos en sus fuerzas intrínsecas, con ésta; mas como
en el orden de las vicisitudes humanas no es siempre la mayoría de la
masa física la que decide, sino que es la superioridad de la fuerza moral
la que inclina hacia sí la balanza política, no debió el Gobierno de Vene-
zuela, por esta razón, haber descuidado la extirpación de un enemigo que,
aunque aparentemente débil, tenía por auxiliares a la provincia de Ma-
racaibo; a todas las que obedecen a la regencia; el oro y la cooperación
de nuestros eternos contrarios, los europeos, que viven con nosotros; el
partido clerical, siempre adicto a su apoyo y compañero del despotismo; y
sobre todo, la opinión inveterada de cuantos ignorantes y supersticiosos
contienen los límites de nuestros Estados. Así fue que apenas hubo un ofi-
cial traidor que llamase al enemigo, cuando se desconcertó la máquina po-
lítica, sin que los inauditos y patrióticos esfuerzos que hicieron los defen-
sores de Caracas lograsen impedir la caída de un edificio ya desplomado
por el golpe que recibió de un solo hombre.
Aplicando el ejemplo de Venezuela a la Nueva Granada, y formando
una proporción, hallaremos que Coro es a Caracas como Caracas es a la
América entera; consiguientemente el peligro que amenaza este país está
en razón de la anterior progresión; porque poseyendo la España el terri-
torio de Venezuela, podrá con facilidad sacarle hombres y municiones de
boca y guerra, para que bajo la dirección de jefes experimentados con-
tra los grandes maestros de la guerra, los franceses, penetren desde las
provincias de Barinas y Maracaibo hasta los últimos confines de la Amé-
rica meridional.
La España tiene en el día gran número de oficiales generales ambi-
ciosos y audaces; acostumbrados a los peligros y a las privaciones, que
anhelan por venir aquí a buscar un imperio que reemplace el que acaban
de perder.
Es muy probable que al expirar la península haya una prodigiosa
emigración de hombres de todas clases; y particularmente de Cardenales,
Arzobispos, Obispos, Canónigos y clérigos revolucionarios, capaces de
subvertir no sólo nuestros tiernos y lánguidos Estados, sino de envolver
el Nuevo Mundo en una espantosa anarquía. La influencia religiosa, el im-
perio de la dominación civil y militar, y cuantos prestigios pueden obrar
sobre el espíritu humano, serán otros tantos instrumentos de que se val-
drán para someter estas regiones.
Nada se opondrá a la emigración de España. Es verosímil que la In-
glaterra proteja la evasión de un partido que disminuye en parte las fuer-
zas de Bonaparte en España, y trae consigo el aumento y permanencia
del suyo en América. La Francia no podrá impedirla: tampoco Norte Amé-
rica; y nosotros menos, pues careciendo todos de una marina respetable,
nuestras tentativas serán vanas.
Estos tránsfugas hallarán ciertamente una favorable acogida en los
puertos de Venezuela, como que vienen a reforzar a los opresores de aquel
país, y los habilitan de medios para emprender la conquista de los Esta-
dos independientes.
Levantarán 15 o 20 mil hombres, que disciplinarán prontamente con
sus jefes, oficiales, sargentos, cabos y soldados veteranos. A este ejército
MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 27
seguirá otro todavía más temible, de ministros, embajadores, consejeros,
magistrados, toda la jerarquía eclesiástica y los grandes de España, cuya
profesión es el dolo y la intriga, condecorados con ostentosos titulos, muy
adecuados para deslumbrar a la multitud; que derramándose como un to-
rrente, 10 inundará todo, arrancando las semillas y hasta las raíces del
árbol de la libertad de Colombia. Las tropas combatirán en el campo; y
éstos desde sus gabinetes nos harán la guerra por los resortes de la seduc-
ción y del fanatismo.
Asi, pues, no nos queda otro recurso para precavernos de estas cala-
midades que el de pacificar rápidamente nuestras provincias sublevadas,
para llevar después nuestras armas contra las enemigas, y formar de este
modo soldados y oficiales dignos de llamarse las columnas de la patria.
Todo conspira a hacernos adoptar esta medida; sin hacer mención
de la necesidad urgente que tenemos de cerrarle las puertas al enemigo,
hay otras razones tan poderosas para determinarnos a la ofensiva, que se-
ría una falta militar y política inexcusable dejar de hacerla. Nosotros
nos hallamos invadidos, y por consiguiente forzados a rechazar al enemi-
go más allá de la frontera. Además, es un principio del arte, que toda
guerra defensiva es perjudicial y ruinosa para el que la sostiene, pues lo
debilita sin esperanza de indemnizarlo; y que las hostilidades en el terri-
torio enemigo siempre son provechosas, por el bien que resulta del mal
del contrario; así, no debemos, por ningún motivo, emplear la defensiva.
Debemos considerar también el estado actual del enemigo que se ha-
lla en una posición muy crítica, habiéndosele desertado la mayor parte de
sus soldados criollos; y teniendo al mismo tiempo que guarnecer las pa-
trióticas ciudades de Caracas, Puerto Cabello, La Guaira, Barcelona, Cu-
maná y Margarita, en donde existen sus depósitos; sin que se atrevan a
desamparar estas plazas por temor de una insurreccióngeneral en el acto
de separarse de ellas; de modo que no sería imposible que llegasen nues-
tras tropas hasta las puertas de Caracas, sin haber dado una batalla cam-
pal.
Es una cosa positiva que en cuanto nos presentemos en Venezuela se
nos agregan millares de valerosos patriotas, que suspiran por vernos apa-
recer, para sacudir el yugo de sus tiranos y unir sus esfuerzos a los nues-
tros en defensa de la libertad.
La naturaleza de la presente campaña nos proporciona la ventaja de
aproximarnos a Maracaibo por Santa Marta y a Barinas por Cúcuta.
Aprovechemos, pues, instantes tan propicios; no sea que los refuer-
zos que incesantemente deben llegar de España cambien absolutamente
el aspecto de los negocios, y perdamos quizás para siempre la dichosa
oportunidad de asegurar la suerte de estos Estados.
El honor de la Nueva Granada exige imperiosamente escarmentar a
esos osados invasores, persiguiéndolos hasta sus últimos atrincheramien-
tos. Como su gloria depende de tomar a su cargo la empresa de marchar
a Venezuela a libertar la cuna de la Independencia Colombiana, sus már-
tires, y aquel benemérito pueblo caraqueño, cuyos clamores sólo se diri-
gen a sus amados compatriotas, los granadinos, que ellos aguardan con
una mortal impaciencia, como a sus redentores. Corramos a romper las
28 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA
cadenas de aquellas víctimas que gimen en las mazmorras siempre espe-
rando su salvación de vosotros: no burléis su confianza: no seáis insen-
sibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id, veloces, a vengar al muer-
to, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos.
Cartagena de Indias, diciembre 15 de 1812".
La actividad del Coronel Bolívar le hizo emprender algunos
movimientos contra el enemigo; y mientras el Comandante La-
batut obraba sobre Santa Marta, él comenzó sus operaciones
contra la villa de Tenerife, que fortificada por los españoles obs-
truía la navegación del Magdalena. Después de haber reforzado
Bolívar su columna, intimó la rendición de Tenerife, que se en-
tregó el 23 de diciembre, tomando igualmente la artillería y fuer-
zas sutiles. Despejó el río y siguió hasta Mompós, escarmentan-
do a los enemigos que se le presentaron, y dejando organizado
el cantón de Tenerife, cuyo vecindario reunió inmediatamente
que ocupó la cabecera de él.
Labatut, que no había dado órdenes para esta expedición,
se ofendió de las victorias y crédito de Bolívar, y quiso que se le
juzgase en consejo de guerra, por haber hecho una expedición
sin sus órdenes. El Presidente del Estado de Cartagena sostuvo
a Bolívar, y no accedió a las peticiones del Comandante general,
que obraba solamente por celos.
Bolívar fue entonces nombrado por el gobierno Comandante
militar de Mompós; y organizando su columna de operaciones
marchó contra el enemigo, que ocupaba los puntos de Guamal
y Puertorreal de Ocaña. El enemigo no quería ni siquiera recibir
los parlamentarios de Bolívar, pero luégo que supo que se acer-
caba huyó vergonzosamente hacia Chiriguaná, donde fue alcan-
zado y destruído completamente; perdió sus buques de guerra,
artillería, fusiles y pertrechos. Solamente los oficiales españoles
Capmany y Capdevila se pudieron escapar con un pequeño nú-
mero de hombres. La consecuencia de esta victoria fue la liber-
tad del territorio de Ocaña, cuya ciudad recibió a Bolívar con
mucho entusiasmo. El Comandante de Pamplona, Coronel Ma-
nuel Castillo, invitó a Bolívar a que procediesen juntos contra
el Coronel español Correa, que ocupaba a Cúcuta.
Mientras Bolívar recibía permiso del Estado de Cartagena
para salir de su territorio, tuvo bastante deserción de su colum-
na, y se vio precisado a fusilar algunos desertores que aprehen-
dió, cuya medida pareció tan fuerte a las autoridades de Mom-
pós, que produjo una queja amarga en la población, y habría
desorganizado la expedición si Bolívar no hubiera usado de la
MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 29
energía que le caracterizaba para conservar el orden y la dis-
ciplina.
Castillo instó a Bolívar por un auxilio de sus tropas para
destruír los enemigos de la Nueva Granada que la atacaban;
pero como no podía marchar sin órdenes, mientras las recibía
se puso en movimiento y corrió toda la línea del territorio que
mandaba. Reunió armas, hombres y cuantos elementos podía
necesitar la división de Castillo que carecía de muchas cosas:
pues ambos habían manifestado al Presidente Torices, de Carta-
gena, que era indispensable este movimiento para asegurar la in-
dependencia de las provincias de la Unión. Bolívar recibió en
consecuencia la orden demandada, y marchó con presteza a Pam-
plona, llevando cuantos elementos pudo reunir. Siguió por el fra-
goso camino de la cordillera a atacar las tropas españolas que
guardaban el inexpugnable punto de La Aguada; pero no quiso
dar un ataque, y rodeó al jefe enemigo de espías falsos, que le
hicieron creer que la división que marchaba contra él era numc-
rosa, y perseguido en su retirada fue completamente dispersado.
Lo mismo sucedió con las tropas que sostenían la ciudad de Sa-
lazar, el punto de Arboledas, Yagual y San Cayetano. Bolívar
ebró con tanto tino, y sus movimientos fueron con tanta celeri-
dad, que Correa creyó muy superiores las fuerzas que le ataca-
ban. Después de varios encuentros, el jefe español concentró sus
tropas, disminuídas ya con las marchas difíciles, en la villa de
San José de Cúcuta. Bolívar pasó el caudaloso río Zulia en una
sola canoa que exponía mucho el suceso del movimiento; pero lo-
gró situarse, sin ser visto en su marcha, en las alturas del occi-
dente de San José. El 28 de febrero de 1813 lo mandó atacar el
Coronel Correa, queriendo tomarle la retaguardia. Bolívar evitó
este ataque con un movimiento, y el enemigo fue batido en las po-
siciones que había tomado, después de un combate de cuatro ho-
ras, en el cual una impetuosa carga a la bayoneta decidió el triun-
fo. La división realista perdió su artillería, pertrechos y municio-
nes, y un crecido número de mercaderías que traían algunos es-
peculadores unidos al ejército real.
Después de este triunfo que libertó los hermosos valles de
Cúcuta. Bolívar se ocupaba en el pensamiento de libertar a Vene-
zuela, que estaba dominada por una división española de seis mil
hombres a las órdenes de Monteverde, orgullosos con sus recien-
tes victorias. Despachó al Coronel venezolano José Félix Rivas a
Tunja y Santafé de Bogotá a solicitar auxilios del Congreso de
las provincias de la Unión de la Nueva Granada y del Presidente
de Cundinamarca, Nariño. Pidió al Presidente de la Unión per-
30 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA
miso para llevar las tropas de la Confederación y recursos para
sostenerlas, autorizando al Coronel Rivas para hacer los arreglos
correspondientes. Se presentaba tan fácil la empresa por el des-
contento de Venezuela, que no ponía en duda el buen resultado,
y la creía necesaria para asegurar la libertad de la Nueva Grana-
da. Desde que ocupó a San Antonio de Táchira dio una proclama
en que anunciaba a sus compatriotas el noble objeto que le ocu-
paba; y con ella inflamó el espíritu público. El Presidente Torres
concibió, desde los primeros sucesos de Bolívar, una idea muy
ventajosa de su genio y distinguidos talentos, y por lo tanto le
nombró Comandante en jefe de la división; y después del triunfo
contra Correa le ascendió a Brigadier de la Unión.
CAPITULO IV
Bolívar organiza una división en Cúcuta para salvar a Venezuela.-Desave-
nencias entre el General Bolívar y el Coronel Castillo.-Da principio el
Libertador a las operaciones.-Deserción del Coronel Briceño.-Princi-
pios que guían al Gobierno de la Unión.-El Presidente Camilo Torres
admite la dimisión del Coronel Castillo.-El Poder Ejecutívo nombra
una comisión directiva de la guerra.-Libertad de Mérida.-Operacio-
nes sobre Trujillo hasta libertarla.-Declaración de la guerra a muerte
y motivos que la promovieron.-Campaña sobre Barinas.-Acción de
Niquitao.-Destrucción de Tíscar.-Libertad de Barinas.-Bolívar adquie-
re el título de Héroey buen Capitán.-Influencia de esta campaña y
felices resultados sobre el resto de Venezuela.
Después de haber libertado los valles de Cúcuta, el General
Bolívar se ocupaba en la organización de la expedición que de-
bía salvar a Venezuela; pero ocurrió una desavenencia entre los
dos jefes, Bolívar y Castillo, desde que obtuvieron los primeros
triunfos, que paralizó la acción, y debe mencionarse aquí por
las consecuencias que ella produjo en los acontecimientos colom-
bianos. Titulábase Bolívar Comandante en Jefe de las tropas de
Cartagena y de la Unión: Castillo, celoso de ello, le manifestó
que toda la fuerza era de las Provincias Unidas, y que estaba
sujeta al Congreso general. La guerra civil que existía entonces
entre las provincias que obedecían al Gobierno general y la de
Cundinamarca era de fatales consecuencias para la que teníamos
con los españoles, y Bolívar protestó a Castillo que no pondría
a órdenes del Gobierno las fuerzas de Cartagena porque tenía al
efecto instrucciones del Presidente de aquel Estado, señor Manuel
Rodríguez Torices. Esta desavenencia se aumentó hasta el grado
de que el Coronel Castillo pasara una fuerte nota sobre. los des-
órdenes que suponía existían en la división por las órdenes y poca
economía del Coronel Bolívar, pretendiendo ejercer cierta supe-
rioridad como Comandante-general de Pampt0l18. Bolívar dio
cuenta de todo al Congreso, y este cuerpo, lejos de cortar la com-
petencia, la alimentó, entendiéndose con ambos; lo cual dio lugar
a una correspondencia acre y destemplada de una y otra parte.
Castillo juzgaba a Bolívar temerario, y su plan arriesgado, porque
dejaba expuesta la Nueva Granada si se llevaba las tropas de la
32 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA
Unión a Venezuela; y Bolívar acusaba a Castillo de díscolo, inep-
to e incapaz de hacer nada que fuera útil, y que bajo el pretexto
de no obrar sino con suficientes recursos y elementos perdía el
tiempo miserablemente. Quiso, no obstante, Bolívar reconciliarse
con Castillo, que tenía su campo en la Villa del Rosario de Cúcu-
ta; pero nada logró. Ciertamente era expuesta la empresa de li-
bertar a Venezuela, dominada por más de 6.000 hombres, con
una fuerza sólo de mil de que podía disponer el gobierno republi-
cano. La persuasión que tenía el General Bolívar de cuanto se
puede hacer con un cuerpo de valientes, y de la fuerza moral que
le daba el estado violento de Venezuela, le habían convencido a
tal punto que no dejó medio alguno para convencer al Gobierno
general de la necesidad de permitirle invadir el territorio ocupa-
do por los españoles. La correspondencia del General Bolívar al
fin penetró al Gobierno de la exactitud de los pensamientos del
héroe que comenzaba a darse a conocer; y no obstante la opi-
nión que habían formado los meticulosos en contra de la em-
presa, se accedió a su solicitud.
1813. El 27 de abril acordó el Congreso que Bolívar podía
emprender sus operaciones para libertar las provincias de Mérida
y Trujillo, y el 7 de mayo llegaron al cuartel general del Gene-
ral Bolívar las órdenes y le llenaron de un gozo extraordinario,
como se lo manifestó al señor Torres, protestándole un profundo
y eterno reconocimiento. Pocos días después se le unió en Cúcub
el Coronel José Félix Rivas con las tropas, armas y municiones
que el dictador de Cundinamarca, General Nariño, le había fran-
queado bajo ciertos pactos, para que no fuesen empleadas sino
contra las tropas españolas, pues el estado de guerra civil en que
se encontraban los unitarios y federalista s hacía obrar con des-
confianza a los jefes de los diferentes partidos políticos. La co-
lumna que sacó de Cundinamarca, Rivas, después de las bajas que
tuvo en el tránsito, apenas alcanzaba a poco más de cien soldados.
La autorización del Congreso prevenía a Bolívar que previa-
mente a su marcha prestase juramento de obediencia al Gobierno
de la Unión, y que sus fuerzas se presentasen como un ejército
libertador de Venezuela, cuyo Gobierno debía restablecerse tal
como existió cuando fue disuelto por Monteverde. Bolívar cum-
plió el deber que se le impuso de prestar el juramento de obe-
diencia ante la municipalidad de San José de Cúcuta.
Esta medida, como la de ordenarIe la formación de un con-o
sejo de guerra entre sus subalternos para deliberar sobre las
operaciones, fueron sin duda fruto de sugestiones de Castillo, y
propias de la época y de sujetos poco instruí dos en el arte de
MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR 33
la guerra. Acaso influyó igualmente en este celo o desconfianza
la brillante manifestación que escribió Bolívar contra los gobier-
nos federales, al llegar a Cartagena, cuyo precioso documento se
ha visto antes.
Resuelta la invasión de Venezuela dispuso Bolívar que el
Coronel Castillo marchase con 800 hombres sobre La Grita, don-
de se había atrincherado el Comandante general español, Briga-
dier Correa. Después de muchas demoras cumplió Castillo 1ft
orden que había recibido de Bolívar; pero tuvo la debilidad de
reunir un consejo de guerra en Táriba para consultar la opinión
de los subalternos, y sin que el jefe principal tomase parte.
Este escándalo fue el primero de insubordinación militar. Pi-
dióse al Congreso que mandara al General Baraya de Comandan-
te en jefe, y se presagiaba la pérdida de la división si pasaba
de Mérida. Logróse al fin que fuese cumplido el plan de Bolívar,
y, como dejamos dicho, fue batido Correa en las angosturas de
La Grita, en cuyo encuentro cumplió Castillo con sus deberes
como soldado.
Bolívar tenía ocupada la parroquia de Bailadores con su
vanguardia: organizó su pequeña división con una fuerza de qui-
nientos cincuenta soldados de todas armas. El material de arti-
llería constaba de cinco abuses, cuatro piezas de batalla de cali-
bre de a cuatro, y cuatro de montaña de calibre de a tres, re-
gularmente dotadas, y un parque de infantería de 140.000 car-
tuchos embalados. Esta fuerza insignificante debía servirle para
emprender operaciones contra 6.000 hombres de tropas regula-
res que tenían los españoles en el territorio que iba a ser teatro
de la guerra. Hombres en cuyo corazón no había aquella fuerza
de voluntad que siempre distinguió a Bolívar, conceptuaban esta
empresa como temeraria y presagiaban un resultado funesto.
En tan críticas circunstancias y para aumentar los sufri-
mientos morales de Bolívar, el Coronel Antonio Nicolás Briceño
se marcha furtivamente de la villa de San Cristóbal con el des-
tacamento que mandaba para los llanos de Barinas, pasando por
la áspera montaña de San Camilo, uniéndosele algunos llaneros
valientes, entre los cuales se encontraban el oficial Francisco
Olmedi1la y el Comandante Jacinto Lara. Aunque los hombres
~quetan atrevidamente se lanzaban- en tma empresa tan teme-
raria eran valientes y llevaban buenos guías, el General Bolívar
previó el funesto fin que debían tener, y el influjo moral que
adquirirían los españoles al destrozar aquel destacamento que le
IIlEMORIA-3
34 TOMÁS CIPRlANO DE MOSQUERA
debilitaba con su desunión la pequeña columna de operaciones,
única fuerza de que podía disponer.
Si en tan crítica época, para dar principio a una guerra he-
roica no hubiese presidido los destinos de la Nueva Granada el
virtuoso Torres, único apoyo de Bolívar, su ánimo habría decaí-
do y el brillo de las armas republicanas no habría lucido bajo la
dirección del guerrero inmortal. Torres, comparable por sus vir-
tudes republicanas al héroe norteamericano Washington, desde
los primeros hechos de Bolívar le había conocido y formó la más
exacta idea de sus talentos privilegiados, teniendo por él una pre-
dilección tan distinguida que no se cansaba de recomendarle
como el genio deparado por la Providencia para humillar al león
castellano. El tiempo y los hechos ilustres de Bolívar probaron
después la justicia y exactitud del noble pensamiento del señor
Torres. Este ilustre granadino veía en Bolívar actividad, pene-
tración, arrojo, valor y facilidad para obtener recursos y un
nuevo sistema estratégico apropiado a nuestras costumbres,cli-
ma y circunstancias que no veía en Castillo, jefe, si bien inteligen-
te, apegado servilmente a las prácticas y usos españoles de la
monarquía caduca del desgraciado Carlos IV, en que las glorias
españolas habían desaparecido.
Torres y Bolívar lograron persuadir a los granadinos que
la defensa de la república se debía hacer en Venezuela, donde
el sufrimiento se había agotado por las crueldades de Monte-
verde, y era más fácil despertar allí el amor a la independencia
que en las provincias de la Nueva Granada, en donde la opinión
por la libertad apenas se encontraba entre la juventud inteli.
gente y los hombres de la primera sociedad, fuertemente contra-
riados por algunos eclesiásticos y españoles europeos de maligno
influjo.
Castillo, que veía en el ardor patriótico de Bolívar desor-
den, y en sus planes militares temeridad, renunció sus empleos al
Gobierno de la Unión en términos poco respetuosos; pero al
mismo tiempo Bolívar confió al señor Torres su plan y sus espe-
ranzas, circunstancia que influyó en que a aquél se le admitiese
la renuncia, reservándose el Gobierno proveer después lo conve-
niente, en cuanto a la falta de respeto con que se había dirigi-
do tan importuna renuncia. Castillo jamás olvidó estas desave-
nencias, ni el que el Presidente de la Unión, conociendo el áni-
mo, valentía y genio de Bolívar, le hubiese preferido para una
empresa digna de un corazón como el de Carlos XII y de una
inteligencia semejante a la de Gustavo Adolfo.
MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 35
Si bien Bolívar conocía bastante los excesos de los españoles
en Venezuela, después de haber quebrantado las estipulaciones
que celebró Miranda con Monteverde, apenas tenía noticias de
que en el oriente de Venezuela se comenzaba una insurrección,
y juzgó que el modo de ayudarla era llamando la atención al
occidente.
Este pensamiento de Bolívar fue inmediatamente coronado
de un buen resultado. El Brigadier Correa, después de la pér-
dida que sufrió, y viendo ocupado el pueblo de Bailadores por
la vanguardia de Bolívar, se retiró con mil hombres que man-
daba, a Betijoque, y dejó a la provincia de Mérida libre para
que los patriotas se pronunciasen en favor de la causa ameri-
cana. Don Vicente Campo Elías, español de nacimiento, enca-
bezó la reacción en los últimos días de abril de 1813, y se puso
en comunicación con el General Bolívar para que los socorrie-
se. El 30 del mismo abril había recibido el primer parte Bo-
lívar; pero como aún no había recibido facultades del Congreso,
que según dejamos dicho no le llegaron hasta el 7 de mayo,
dispuso que el doctor Cristóbal Mendoza, que estaba con él y
había sido uno de los miembros del Gobierno federal de Venezue-
la, se trasladase a Mérida a organizar un Gobierno provisorio en
los términos que Bolívar había juzgado oportuno. Dio cuenta al
Gobierno granadino, y le pidió instrucciones sobre la línea de
conducta que debiera observar respecto de las provincias vene-
zolanas que recuperaban su libertad bajo la protección de las
tropas granadinas.
Ocupado el Congreso de la Nueva Granada de la suerte de
Venezuela, había, antes de recibir esa consulta de Bolívar, acor-
dado que se formase una comisión compuesta del doctor Frutos
Joaquín Gutiérrez, miembro del Congreso, quien debía presidirla,
del doctor Luis Mendoza, Canónigo de Mérida, y del Coronel An-
tonio Villavicencio, antiguo Capitán de Fragata al servicio espa-
ñol, a la cual se habían dado instrucciones. Al recibir la nota de
Bolívar se le contestó comunicándole las medidas adoptadas, y de
quiénes se componía la comisión que debía obrar a su nombre, y
se le agregó: "Que el Congreso granadino deseaba la reposición
del Poder Ejecutivo de Mérida en sus antiguos funcionarios, a
menos que la municipalidad se aviniese y delegase su autoridad al
ciudadano Mendoza". Esta resolución era conforme a las instruc-
ciones dadas a la comisión para que restableciese el Gobierno de
cada provincia en los términos y en las personas que los desem-
peñaban antes de la ocupación del territorio por los realistas. El
Poder Ejecutivo y el Congreso granadino respetaban la indepen-
36 TOMÁS CIPRIANO DE MOSQUERA
dencia y libertad de los pueblos venezolanos, y no querían· inge-
rirse en su manera de existir, pues de ellos no habían recibido
delegación alguna.
Esta comisión no pudo llegar en tiempo al cuartel general
de Bolívar, y, por tanto, de nada pudo servirle.
Bolívar emprendió su marcha dejando en Cúcuta 290 hom-
bres de las milicias de Cartagena para que defendiesen aquellos
valles, porque el Gobierno de aquel Estado los había reclamado
por ser de milicias.
La organización que tenía esta división era de tres batallo-
nes denominados 3Q,4QY 5Qde la Unión, 100 infantes de Cundi-
namarca, una brigada de artillería y un cuadro de oficiales de
Venezuela. Al pequeño número de tropas le sobraban entusiasmo y
valor, y el cuadro de oficiales de aquellos cuerpos era un semille-
ro de héroes. A él correspondían los jóvenes oficiales Rafael Ur-
daneta, natural de Maracaibo, vecino y educado en Bogotá; Ata-
nasio Girardot, de Antioquia, Luciano D'Elhuyart, Francisco de
Paula Vélez, Hermógenes Maza, José María Ortega, Manuel y
Antonio París y Antonio Ricaurte, el héroe de San Mateo, todos
los cuales, con algunos otros menos ilustres, acompañaban a Bo-
lívar en su atrevida y gloriosa conquista. Santander debió ser del
número de los que acompañaron a Bolívar y. era el Comandante
del 5Q batallón de la Unión; pero su amistad por Castillo y otras
circunstancias se lo impidieron. Acompañaban igualmente al Ge-
neral Bolívar varios venezolanos que ilustraron sus nombres en
aquella campaña. El doctor Cristóbal Mendoza, a quien ya hemos
mencionado, era de los más importantes; y el señor Pedro Brice-
ño Méndez, que iba como su secretario, el mismo que en todas
circunstancias fue inseparable del General Bolívar y cuyo nom-
bre no pasará oscuro en la historia de Colombia. El Coronel José
Félix Rivas fue también de esta expedición y su nombre será
siempre ilustre en Venezuela.
Apenas había emprendido Bolívar sus operaciones cuando el
15 de mayo de 1813 fue batido y hecho prisionero el Coronel
Antonio Nicolás Briceño por el español Yáñez, en San Camilo.
Esta loca operación de Briceño les costó la vida a él y a muchos
de sus compañeros, escapándose únicamente Olmedilla y Lara
con 20 hombres que pudieron llegar a San Cristóbal. Bolívar,
irritado con este suceso, en Mérida lo manifestó bien en el parte
que dio al Gobierno de la Unión, en el cual decía: "que esto era
debido a la loca empresa de aquel desertor que había emprendi-
do sus operaciones sin armas de fuego, sin rnuniciones, sin car-
tuchos y aun sin valor".
MEMORIA SOBRE LA VIDA DEL GENERAL SIMÓN BOLíVAR 37
El Libertador entró en Mérida el 30 de mayo, en medio de
los aplausos del pueblo, y reforzó su división con 100 infantes
que había organizado el Capitán Campo Elías. El doctor Mendo-
za estaba ya encargado del mando de aquella provincia con
aplauso universal, y había, según las instrucciones del Congreso
granadino, restablecido el Poder Ejecutivo de Mérida, compuesto
de cinco individuos, como se encontraba antes de la ocupación
de Monteverde.
Los españoles, bajo las órdenes de don Antonio Tíscar, co-
metían las más grandes crueldades en Barinas, no solamente en
retaliación como pudieron hacerlo con Briceño por su conducta
y escandaloso libelo publicado en compañía de Antonio Rodrigo,
José Debraine y otros para hacer la guerra a muerte a los es-
pañoles y canarios, sino también contra personas inofensivas,
sólo por ser adictas al sistema republicano, y para cohonestar
sus hechos pretendieron que el Libertador Bolívar había suscri-
to aquel nefando y bárbaro escrito.
El 5 de junio Bolívar manifestó al pueblo de Mérida la mi-
sión que traía del Congreso granadino para restablecer el Gobier-
no republicano, y se dedicó a reforzar su expedición con aque-
lla actividad que tanto le distinguió en sus gloriosas campañas:
esto era necesario, como lo era también reanimar el

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