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An Heir Comes to Rise1 (SL,TFTSC)-1

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Equipo de Traducción 
 
 
 
 
Equipo de Corrección 
Moonwixh 
Sabrina 
 
 
 
 
 
 
Equipo de Diseño 
 
Hada Avery 
Hada Dafne 
Hada Carlin 
Hada Nayade 
Revisión de Capítulos 
Hada Aine 
Hada Anjana Hada Aine Patty 
Lectura Final 
Patty 
 
 
Sinopsis Capítulo 25 Capítulo 50 
Capítulo 1 Capítulo 26 Capítulo 51 
Capítulo 2 Capítulo 27 Capítulo 52 
Capítulo 3 Capítulo 28 Epilogo 
Capítulo 4 Capítulo 29 Siguiente Libro 
Capítulo 5 Capítulo 30 
Capítulo 6 Capítulo 31 
Capítulo 7 Capítulo 32 
Capítulo 8 Capítulo 33 
Capítulo 9 Capítulo 34 
Capítulo 10 Capítulo 35 
Capítulo 11 Capítulo 36 
Capítulo 12 Capítulo 37 
Capítulo 13 Capítulo 38 
Capítulo 14 Capítulo 39 
Capítulo 15 Capítulo 40 
Capítulo 16 Capítulo 41 
Capítulo 17 Capítulo 42 
Capítulo 18 Capítulo 43 
Capítulo 19 Capítulo 44 
Capítulo 20 Capítulo 45 
Capítulo 21 Capítulo 46 
Capítulo 22 Capítulo 47 
Capítulo 23 Capítulo 48 
Capítulo 24 Capítulo 49 
 
 
 
…
En la empobrecida ciudad de las afueras de un reino en el que los fae están por 
encima de los humanos, Faythe, una huérfana con talento para el manejo de la 
espada, sabe lo importante que es mantener la cabeza abajo ante la patrulla de 
los fae. Ella y su mejor amigo Jakon anhelan una vida mejor, y su deseo de 
blandir su espada en combate puede traerle el propósito y la moneda que ha 
anhelado. 
…
Cuando llama la atención de Nik, el guardia real, pronto se da cuenta que su 
naturaleza mortal no es la única razón para permanecer oculta. Nik es un 
Caminante Nocturno, un asesino silencioso de la mente con el poder de entrar 
en los sueños de los demás, y ya sea, que ella confíe en él o no, está a punto de 
despertar en Faythe habilidades que no deberían existir en un humano. 
Habilidades de pesadilla. Habilidades mortales. Habilidades que enseñarán a 
Faythe que la sangre es más espesa que el agua... y si no confía pronto en los 
poderes superiores, la sangre correrá de verdad. 
…
Porque esta no es una batalla que Faythe pueda librar con acero. Dentro de las 
murallas de la ciudad, surgen sospechas, y aquí, en las afueras de la ciudad, 
tiene lazos más profundos que proteger. Parece que todos morirán con un 
oscuro secreto que contar, pero ¿qué pasaría si una improbable chica humana 
naciera albergando el secreto más oscuro de todos...? 
 
 
En Ungardia, ni siquiera los sueños estaban a salvo. 
De hecho, era el único lugar en el que humanos y fae eran igual de vulnerables. 
Dormirse era arriesgarse a que sus mentes cayeran a merced de los Caminantes 
Nocturnos invasores; al no ser conscientes de su escalofriante presencia. 
Tales criaturas, o cualquiera bendecido con habilidades mágicas, nacían de los 
fae inmortalmente supremos. Los Caminantes Nocturnos, una fuerza oscura e 
invisible entre sus filas, poseían la capacidad telepática de entrar en la mente 
inconsciente de una persona y acceder a sus pensamientos y recuerdos, lo que les 
permitía la capacidad letal de matar desde adentro. Para los Caminantes Nocturnos, 
la mente era un patio de recreo de secretos y mentiras, y era su eterno placer liberar 
esos pensamientos de su inofensiva contención y condenar a su involuntario 
anfitrión. 
Todo el mundo tiene esqueletos en el armario, y los que decían lo contrario, 
eran los que más tenían que ocultar. 
Aunque eran escasos, en el reino natal de Faythe en High Farrow, había 
suficientes fae con dones únicos como para que los humanos de la empobrecida 
ciudad de las afueras no se rebelaran contra el rey o los que vivían una vida de lujo 
dentro de las altas murallas del centro de la ciudad. Los imperiosos fae expulsaban 
a los humanos como si no fueran más que perros, y las deprimentes viviendas de la 
ciudad sus perreras, donde vivían atemorizados por sus superiores inmortales. 
Sublevarse para lograr igualdad sería inútil. Y fatal. 
No era habitual ver a los fae afuera de la muralla por otro motivo que no fuera 
trabajo. No había nada que ver en los viejos edificios marrones desconchados y los 
caminos desiguales de la ciudad exterior, ni nada de interés en los escasos servicios. 
Lo único que Faythe solía ver con regularidad eran las patrullas de guardias fae, 
aunque nunca podía estar segura de sí acechaban las calles para proteger a los 
humanos o como una medida más para controlarlos. 
Los fae consideraban que la especie de Faythe solo servía para trabajar, para 
esforzarse hasta morir en las tareas que mantenían la ciudad y los pueblos en 
funcionamiento, pasando de generación en generación. Para un inmortal, la vida 
humana no era más que un leve desplazamiento en el tiempo. 
Sin embargo, el centro de la ciudad no estaba completamente aislado para la 
especie de Faythe. Algunos de ellos buscaban trabajo detrás de la fortificación, ya 
que les pagaban mejor que en las afueras, pero los humanos necesitaban habilidades 
únicas o codiciadas para ser contratados por los fae. 
Faythe no tenía esas habilidades. Su papel era simplemente el de ayudante de 
un bullicioso puesto de panadería en la plaza del mercado de la ciudad principal de 
Farrowhold. Se pasaba el día yendo desde la casa donde las hijas de Marie 
horneaban deliciosos productos hasta el lugar más destacado de la plaza, y de vez 
 
en cuando también hacía entregas personales. La paga era miserable, pero lo 
compensaba con un par de panes y pasteles que se llevaba a casa cada noche. 
Nunca había deseado trabajar en el centro de la ciudad, ni envidiaba a quienes 
lo merecían. Prefería sufrir sus largos, agotadores días y su insuficiente paga que ser 
constantemente menospreciada y obligada a trabajar para un inmortal pretencioso 
y arrogante. 
Faythe se estremeció al pensar en la inmortalidad. No comprendía por qué 
alguien querría vivir más de una vida en este triste mundo azotado por la guerra. 
Suponía que su lujoso estilo de vida ofrecía más de lo que podría desear. Sin 
embargo, los fae eran un pueblo implacable y hambriento de poder, y a pesar de su 
parte justa de haber dormido a la intemperie con el estómago vacío, Faythe se 
alegraba de no ser uno de ellos. 
La jornada laboral estuvo especialmente ajetreada. El implacable sol de verano 
golpeaba con fuerza, poniendo a prueba las fuerzas de Faythe a media tarde. Estaba 
empapada de sudor y sin aliento, volviendo ya con su cuarta tanda de pasteles. 
—Grace dice que se le han acabado las manzanas para hacer más tartas hoy. 
—Faythe dejó la bandeja surtida y se secó la frente con el dorso de la manga. 
Marie resopló decepcionada. Las tartas de manzana eran las más vendidas y 
las favoritas de Faythe. 
—Bueno, tendremos que arreglárnoslas, supongo. 
Marie tenía un talento innato con los clientes, siempre estaba alegre y 
sonriente, y probablemente por eso a Faythe casi nunca le pedían que trabajara al 
frente. No es que fuera poco accesible o inútil, pero Faythe era un libro abierto con 
sus emociones, y eso nunca daba buenos resultados con los clientes que eran menos 
merecedores de la calidez de Marie. Marie también era una mujer generosa y a 
menudo se sentía culpable por la pequeña suma que podía pagarle, pero Faythe lo 
comprendía. El dinero era escaso para la mayoría de la gente del exterior de la 
ciudad. 
Muchos de los pequeños comercios estaban atrapados en una reacción circular 
en cadena. A los trabajadores no se les pagaba lo suficiente y, como resultado, los 
productos tenían que vendersea un precio mucho más bajo del que merecían, ya 
que al final de cada semana a nadie le quedaba mucho para gastar. 
—¡Tengo un par de cajas listas para entregar! —Marie gritó al fondo por 
encima del bullicio de la multitud del mediodía. 
Levantándose del cajón en el que había permanecido sentada durante unos 
segundos, Faythe se obligó a contener un gemido para recogerlos, ya que empezaban 
a dolerle las piernas y los pies. A pesar de llevar dos años trabajando para Marie, 
nunca creyó que fuera físicamente más fácil. 
—¡Y date prisa! A la Señora Green le gustan las tartas aún calientes —
refunfuñó Marie, tratando de equilibrar las múltiples tareas de empaquetar y servir 
a la vez. 
Con los brazos llenos y cuatro entregas por hacer, Faythe se puso en marcha 
por las bulliciosas calles. Conocía mejor que nadie los sinuosos caminos de piedra 
 
de Farrowhold. Para demostrarlo, una noche su mejor amigo, Jakon, la había retado 
a jugar al escondite con los ojos vendados. Faythe había maniobrado en cada 
esquina, curva y caja desechada como un elegante gato callejero, y con sus otros 
sentidos obligados a estar en alerta máxima, no tardó mucho en seguirle la pista. 
Ahora se consideraba demasiada vieja para esos juegos, en cambio, pasaba sus 
noches libres luchando con Jakon en la plaza cuando el comercio cesaba por el día, 
dejando un espacio tranquilo para liberarse de sus tensiones. Nunca pudieron 
permitirse espadas reales. Jakon trabajaba en la granja del pueblo y robaba palos de 
escoba para partirlos en dos cada vez que cortaban las que tenían en forma de 
ramitas. Faythe había estado intentando ahorrar lo que podía para comprarse un día 
una espada de verdad, cansada de oír el golpeteo de la madera en lugar del cantarín 
acero que tanto anhelaba, pero, según sus cálculos, tardaría casi un año en ahorrar 
incluso para un modelo básico. 
Después de zigzaguear por las calles abarrotadas y hacer sus agradables pero 
rápidas paradas, aún le quedaba una entrega: el molino de los Green. Faythe dio un 
ligero brinco mientras se dirigía hacia allí. Siempre era un lugar reconfortante para 
ella, ya que su madre había trabajado para la señora Green muchos años atrás. 
Después de su muerte, Faythe siempre encontraba consuelo en el viejo y decrépito 
edificio al que la arrastraban de niña. Su madre tenía que luchar cada mañana contra 
las protestas de Faythe para que la acompañara, pero fue allí donde conoció a 
Reuben, el hijo del dueño del molino. El niño, que antes era tímido, de cabello rubio 
rizado y hoyuelos, se convirtió en un espíritu vivaz y juguetón gracias a la insistencia 
de Faythe por tener a alguien con quien jugar. No pasó mucho tiempo antes que 
fuera más reacia a irse que a ir. 
Una vez a la semana, Faythe esperaba con impaciencia esta entrega. La señora 
Green llevaba años siendo clienta habitual de la panadería del puesto del mercado, 
aunque Faythe sabía que no eran solo las deliciosas tartas lo que hacía que siguiera 
encargándolas; era una forma de que ambas mantuvieran vivo el recuerdo de su 
madre. A propósito, hizo sus paradas anteriores un poco más deprisa de lo habitual 
para tener unos minutos libres que dedicar a Reuben y la señora Green. 
Al doblar la esquina del molino, Faythe aminoró el paso cuando vio la gran 
estructura blanquecina. Casi se detuvo al ver una figura oscura y amenazadora que 
salía de la delicada puerta principal. 
Llevaba capa y capucha, algo extraño teniendo en cuenta el sofocante calor del 
verano, pero no fue eso lo que hizo que Faythe tropezara en su camino. La figura era 
alta y ancha, demasiado para parecerse a cualquiera de los hombres del pueblo. Al 
menos, un hombre humano. Faythe no podía ver las orejas de este hombre, para 
echar un vistazo a sus delicadas puntas que confirmarían que era fae, pero su 
estatura por sí sola le hizo pensar que era de naturaleza inmortal. 
Faythe luchó contra el impulso de retroceder mientras él caminaba hacia ella. 
Quería apartar los ojos, mirar al suelo y no prestar atención mientras él avanzaba 
furioso. No había otro camino hacia o desde el molino sin que se cruzaran. Sin 
embargo, sus ojos estaban fijos, obligados a seguirlo. Su corazón se convirtió en el 
único sonido, latiendo con fuerza en sus oídos en previsión del peligro que se 
avecinaba. Había crecido con un miedo inculcado a los fae. Como todos. 
 
Él se acercó y Faythe trató de verle la cara, curiosa por saber más de aquel 
extraño hombre que tenía un porte distinto al de cualquier patrulla que hubiera 
visto. No marchaba ni se erguía intimidante como los demás; se movía de forma 
elegante y se comportaba discretamente. Estaba claro que no quería llamar la 
atención. 
Faythe rara vez miraba dos veces a alguno de los guardias fae que se veían 
habitualmente en las calles de Farrowhold. La mayoría le parecían copias de la 
misma fuerza bruta. Pero su intriga se despertó ante el misterioso fae desconocido 
que tenía delante. 
Esperaba que pasara flotando sin reconocerla, como hacían todos por 
ignorancia. Entonces, cuando estaba a medio metro, inclinó su cabeza hacia arriba y 
sus ojos se fijaron directamente en ella. Su color esmeralda era llamativo, revelando 
matices vibrantes más profundos cuando inclinó la cabeza hacia un lado y captaron 
los rayos del sol. 
El tiempo se detuvo en ese segundo, o tal vez fue su corazón cuando el fuerte 
golpeteo se convirtió en un zumbido lejano. Le pareció ver la misma mirada 
inquisitiva en los ojos de él cuando se entrecerraron un poco. Entonces, la pasó 
completamente con una larga zancada y Faythe salió de su trance. 
No se dio cuenta que había dejado de caminar hasta que respiró larga y 
conscientemente y su entorno volvió a ser claro una vez más. Se atrevió a mirar 
atrás, pero las calles estaban vacías y él había desaparecido como un fantasma en el 
viento. 
Cuando volvió a mirar hacia su destino, Faythe cayó en la cuenta. ¿Qué razón 
tendría un fae para estar en el molino de los Green? El pánico se apoderó de ella y 
volvió a avanzar con paso apresurado. 
Faythe no se molestó en llamar mientras se precipitaba a través de la puerta 
del molino. Las viejas tablas del suelo gritaban con cada paso desesperado por 
localizar a Reuben y a su madre. No podía llamar por su preocupación. 
Se detuvo en la gran cocina. Su alivio al encontrarlos duró poco cuando 
contempló la mirada desolada de la señora Green y notó que sus ojos brillaban con 
lágrimas. Reuben estaba de espaldas a ella, pero cuando se volvió, su rostro estaba 
fantasmagóricamente pálido. 
Su corazón se desplomó ante su expresión solemne en lugar de su habitual 
sonrisa estrafalaria. 
Ninguno de los dos habló durante un momento dolorosamente largo. Cuando 
ya no pudo aguantar más el suspenso, ella habló. 
—¿Qué sucede? —La caja de tartas en sus manos de repente se hizo pesada, y 
la dejó sobre la mesa cercana antes de dar un paso más hacia su amigo. 
Reuben abrió la boca para hablar, pero la movió sin emitir sonido alguno, como 
si le costara comprender la noticia. 
—T-Tengo que irme —dijo finalmente en apenas un susurro. 
Faythe frunció el ceño. 
 
—¿Qué quieres decir? Reuben, ¿qué quieren de ti? —preguntó con urgencia. 
Él negó con la cabeza. 
—Lo siento mucho, Faythe. Hice lo que creí que debía hacer. Me… me 
amenazaron en el bosque, dijeron que los matarían a todos si no lo hacía. —Se 
tambaleó con terror fantasmal. 
Faythe apretó los puños temblorosos para ocultar la traición de su miedo. Aún 
tenía que oír el resto de lo que lo tenía tan horrorizado. 
—¿Qué quería el fae? —insistió con la respiración entrecortada. 
Su mirada se tornó oscura. 
—Él era un Caminante Nocturno —dijo. Los ojos de Faythe se abrieron, pero 
le permitió continuar sin interrumpirlo—: Él… él vino a advertirme, a decirme que 
me fuera, antes que el rey me mandara a buscar con uno que no es tan indulgente. 
He estado espiando información para Valgard; me acorralaron en el Bosque Oscuro 
hace unas semanas. Me pidieron que encontraraalgo, una piedra de algún tipo, 
aparentemente escondida en High Farrow. Yo… no la encontré. Yo… no… —Reuben 
se interrumpió, reconociendo el acto tonto y peligroso que había cometido. 
Su confesión ahogó el aire de la garganta de Faythe y golpeó su corazón con un 
ritmo desigual. De todas las cosas que imaginaba que eran sus preocupaciones, ésta 
ni siquiera figuraba en la lista. 
Faythe nunca había salido de su reino natal, High Farrow, pero las historias 
eran de dominio público. A todos los niños se les educaba con cuentos y canciones. 
Ella y Reuben incluso, cuando eran niños, recibieron lecciones juntos en este mismo 
molino sobre los peligros y las amenazas de la guerra centenaria de Ungardia que 
aún permanecía sin resolver. 
El nefasto reino de Valgard, al este de la costa del continente, había librado un 
conflicto contra el resto de Ungardia hacía más de quinientos años. El continente 
dividía su territorio entre cinco reinos: High Farrow, Rhyenelle, Olmstone, Dalrune 
y Fenstead; los dos últimos habían sido finalmente conquistados por Valgard hacía 
más de un siglo, durante las grandes batallas. Habían intentado y fracasado en su 
intento de conquistar las tres primeras, que ahora mantenían una estrecha alianza. 
Pero la posibilidad que se produjera otra gran batalla atemorizaba a todos. 
La confusión y la desconfianza de Faythe se agudizaron, y los ojos esmeralda 
del hombre del exterior acudieron a su mente. No era frecuente que los fae 
ofrecieran piedad a los de su especie, y de lo que hablaba Reuben era de traición. El 
rey Orlon Silvergriff de High Farrow tenía a sus Caminantes Nocturnos buscando a 
los acusados de tales crímenes para condenarlos a muerte inmediatamente. 
—¿Qué vas a hacer? —Faythe no tenía respuestas, y no esperaba recibir una 
solución útil. 
Aunque ahora era un hombre, Reuben seguía siendo muy inocente. Se dejaba 
llevar con facilidad, y su respuesta al miedo y a la presión siempre había sido 
someterse en lugar de luchar. Por mucho que Faythe hubiera intentado inculcarle lo 
contrario con su brutal insistencia en que jugara con armas y practicara el combate 
 
cuando eran niños, siempre había sido la idea de diversión de Faythe, y la idea de 
tortura de Reuben. 
—N-No lo sé, Faythe. Tengo miedo. 
Ante su tono de derrota, algo en Faythe se despertó: la necesidad de ayudarle 
como fuera. Dio vueltas a su mente tratando de pensar en cualquier posible solución 
para salvar la vida de su amigo. Huir no sería tarea fácil: High Farrow no era el único 
reino con Caminantes Nocturnos a su servicio. Podrían desarraigarlo en cualquiera 
de los reinos del continente por traición. 
Entonces un nombre resonó por encima del resto al amanecer: Lakelaria. 
Era el único reino poderoso que había permanecido libre de batallas a lo largo 
de los siglos. Lakelaria se erguía como su propia gran isla al oeste y estaba 
custodiada por el malvado Mar Negro, comandado por la propia reina, de quien se 
rumoreaba que era la gobernante más anciana de los siete reinos de Ungardia… y la 
más poderosa. No se sabía mucho sobre el pueblo o las tierras de Lakelaria. Habían 
cerrado sus fronteras mucho antes que comenzaran los conflictos, quinientos años 
atrás, y solo permitían que permanecieran abiertas las rutas comerciales. 
Sería una apuesta arriesgada conseguir que Reuben cruzara los mares y rogara 
por una entrada segura. También era quizás su única esperanza. No tenían nada que 
temer de Valgard y ninguna razón para buscar traidores. Hasta donde se sabía, nadie 
salía de aquella isla. 
El sollozo de la señora Green irrumpió en sus pensamientos. Faythe casi había 
olvidado la presencia de la dueña del molino en su preocupación concentrada. Su 
expresión se suavizó ante la mirada desesperanzada de su rostro, habitualmente 
alegre y brillante. 
Faythe dijo—: Puede que tenga una idea. —Luego volvió a centrar su atención 
en Reuben—. Empaca lo que puedas cargar. Cada vez que te duermas, estarás en 
peligro. Tienes que irte esta noche. Señora Green, usted debería estar a salvo si no 
sabe nada. 
Ella sollozó con fuerza, y Faythe luchó por contener su propia tristeza ante la 
idea que su amigo se marchara, huyendo por su vida. 
La señora Green se acercó a ella y aceptó su abrazo como consuelo. Su figura 
bajita y redonda encajó bajo la barbilla de Faythe, que cerró los ojos un momento 
como si pudiera sentir que absorbía el dolor y la pena de la dueña del molino. 
Cuando se separaron, Faythe esbozó una sonrisa triste. Luego miró el reloj 
colocado en la repisa de la chimenea y maldijo para sus adentros. 
—Tengo que irme —dijo, y luego miró una vez más a Reuben—. Te veré en 
Westland Forest, a las nueve. 
Reuben asintió. 
—Gracias, Faythe. 
Ella asintió brevemente, giró sobre sus talones y salió del molino antes que 
pudiera derrumbarse bajo la intensa tristeza de la habitación. Una vez fuera, Faythe 
 
respiró hondo para calmar su tormenta de emociones y empezó a correr hacia la 
plaza. 
 
El día transcurrió con rapidez tras su accidentado encuentro en el molino de 
los Green. La cabeza de Faythe bullía con ideas sobre cómo llevar a Reuben al otro 
lado del mar, a su única salvación posible. 
Como ya había previsto, Marie le echó en cara que el tiempo era oro y no la 
dejó descansar ni un momento a su regreso. Faythe agradeció la distracción de todos 
modos, pero demasiado pronto, el sol comenzó a descender por los tejados y Faythe 
se dirigió a casa para pasar la noche. Se dirigía a lo que había llegado a llamar su 
hogar, que era la pequeña cabaña de una habitación que compartía con Jakon. Su 
estructura era pobre, lo que permitía que en las duras noches silbaran un viento 
amargo a través de las grietas de sus torcidas paredes de madera. A pesar de ello, el 
humilde entorno aportaba una extraña sensación de calidez y seguridad. 
Atravesó el umbral y vio a su amigo recostado en el banco que utilizaban como 
mesa de comedor en la cocina abierta y la sala de estar. El lugar era de mala calidad 
y carecía de cualquier color que no fuera marrón. Ninguno de los dos estaba 
especialmente preocupado por el diseño de interiores, ya que preferían pasar el 
menor tiempo posible dentro de casa. 
—¡Vaya! ¿Marie te ha vuelto a poner a hacer maratones? —bromeó Jakon, 
levantando la vista del papel que estaba estudiando. 
Faythe lo miró con sin expresión y él dejó de sonreír. 
—¿Qué pasa? —Dejó el pergamino y se levantó de inmediato. Tenía que 
reconocer que él siempre detectaba con rapidez sus cambios de humor. 
Jakon era su mejor amigo. Tres años mayor que ella, la había salvado de la calle 
cuando su madre murió diez años antes. Faythe no sabía quién era su padre y quedó 
huérfana a los nueve años. Jakon ya había perdido a sus padres por enfermedad a la 
misma edad, así que Faythe a menudo pensaba que eran como las dos caras de una 
misma y triste moneda. 
—Nada. Yo me encargo. —Ya sabía que su amigo no lo dejaría pasar tan 
fácilmente, pero lo intentó de todos modos para ahorrarse poner otro cuello en la 
cuerda floja. 
—¿Tengo que obligarte? —Su boca se perfiló en una fina línea, y ella conocía 
esa mirada fría y calculadora; se había enfrentado a ella muchas veces a lo largo de 
los años por su innecesaria sobreprotección. 
—Tienes que confiar en mí. Cuantas menos mentes lo sepan, mejor. 
Frunció profundamente el ceño, comprendiendo exactamente lo que ella 
quería decir. 
—Si estás en peligro por culpa de uno de esos bastardos, será mejor que me lo 
digas ahora —gruñó. 
Con Jakon no se podía discutir; ambos eran tan testarudos como el otro. Juntos, 
eran una fuerza a tener en cuenta, pero el uno contra el otro, podía ser cataclísmico. 
 
—¿No puedes dejar tu ego masculino a un lado y confiar en que puedo 
ocuparme de esto? —espetó Faythe. Lo empujó y agarró su capa verde oscuro. Las 
noches de verano seguían siendo frías, pero se la puso más para disimular que para 
abrigarse. 
Ese mismo día había agarrado pan y pasteles sin que Marie se diera cuenta.Encontró una bolsa vieja y los amontonó para dárselos a Reuben para su viaje. 
Jakon hizo caso omiso de su comentario. 
—Está bien. Te seguiré hasta que lo averigüe por mí mismo —dijo, agarrando 
su propia capa negra desgastada. 
Ella lo fulminó con la mirada. 
—Eres insufrible. —Cuando él no dio señales de retroceder, Faythe resopló y 
extendió los brazos—. ¡Saberlo solo nos pone en peligro a dos en vez de a uno! —
Pero sabía que, si algo le ocurría, Jakon también estaría detrás de ella para aceptar 
ese destino—. Ni siquiera soy yo quien está en la mierda. Es Reuben. 
Su expresión pasó del alivio a la sorpresa y al miedo en los cinco minutos que 
tardó en relatar su breve encuentro en el molino aquella mañana. 
—¿Y cuál es exactamente tu plan para ayudarlo? Dioses, Faythe, ¿por qué te 
metes en esto? —Jakon caminaba de un lado a otro, lo que siempre la ponía nerviosa. 
—¡Es nuestro amigo! ¿Qué iba a hacer? ¿Dejar que lo atraparan? —gritó. 
—Maldito sea ese chico por decírtelo. Cuando lo vea… Prácticamente te ha 
metido en este problema a ti también —se quejó. 
—Apenas tenía elección —replicó Faythe—. Tú o yo habríamos hecho lo 
mismo si el otro se viera amenazado de la misma manera. 
Sus facciones se suavizaron un poco y soltó un largo suspiro, brochándose la 
capa. 
—Yo nos habría sacado de aquí antes de arriesgar el cuello de ambos. Ahora 
no está a salvo en ningún reino. 
—Tengo un plan. 
Jakon enarcó una ceja, esperando a que ella continuara. Faythe se movió sobre 
sus pies. 
—Lakelaria. 
Él soltó una carcajada sin gracia. 
—Bien, ¿y tú verdadero plan? 
—Ese es mi verdadero plan, imbécil. Como dijiste, ningún otro reino es seguro. 
Son territorio neutral. 
—¡Si lo dejan entrar! 
—No he dicho que sea un plan totalmente infalible. 
Jakon se frotó la cara con las manos. 
 
—Hay un barco atracado en el puerto para comerciar esta noche —dijo de 
mala gana, ofreciendo una solución al evidente agujero de su idea: cómo hacer que 
Reuben cruzara el mar. 
Ella se animó. 
—¿Lo sabes con seguridad? 
Él asintió. 
—Lo he visto esta mañana de camino al trabajo. 
Ella sonrió al saberlo. 
—Entonces vámonos. 
—No necesitas venir, Faythe. Sacaré a Reuben sano y salvo. Sé más de los 
horarios de las patrullas que tú. 
Con una mirada muerta, Faythe giró hacia la puerta en respuesta. Metió la 
mano en el bolsillo para sacar el viejo reloj de latón, uno de los últimos objetos de su 
madre que poseía. Eran casi las ocho y media y la oscura noche había empezado a 
cubrir la ciudad. 
Jakon suspiró. 
—Ya me lo imaginaba. 
 
 
 
FAYTHE Y JAKON se agacharon en la oscuridad tras una pila de viejas 
plataformas de madera desechadas, con las capuchas puestas para ocultar sus 
rostros. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras esperaban a que pasara la 
patrulla fae nocturna. 
Aunque se les permitía estar afuera, no querían arriesgarse a que los 
detuvieran para interrogarlos o a que los siguieran. 
En cualquier momento llegarían al fondo de la intersección junto a la posada, 
si el reloj de bolsillo de Faythe seguía marcando el minuto correcto. A lo largo de los 
años, había tenido que ajustar las manecillas cuando el minutero se paraba de vez 
en cuando. 
Justo a tiempo, oyeron el sonido de unas botas que rozaban la grava y unas 
voces débiles, seguidas de la aparición de cuatro figuras altas y oscuras. Las 
antorchas se alineaban a los lados de los edificios, proyectando sombras 
intimidatorias de sus grandes formas. 
Los soldados fae vestían uniformes de colores azul oscuro y negro, y el 
emblema de High Farrow, un Griffin1 alado, adornaba sus capas, unidas 
ornamentalmente en un hombro. 
Guardias reales. 
Incluso desde su posición en la calle, Faythe no podía dejar de maravillarse de 
su tamaño y porte. Se reprendía mentalmente cada vez que lo hacía, pero 
especialmente ahora, cuando sorprendió a Jakon echándole una mirada de reojo por 
su evidente interés. 
Para ser humano, Jakon era guapo. Alto y fornido, sus ojos castaños oscuros y 
su cabello castaño permanentemente despeinado lo hacían agradable a la vista. Las 
mujeres de la ciudad nunca eran sutiles en su coqueteo, pero a pesar de todo, él 
seguía siendo dolorosamente humano en comparación. Ambos lo eran. El único 
rasgo destacable de Faythe eran sus ojos, los ojos dorados de su madre. El resto era 
perfectamente normal. Tenía el cabello castaño y estaba demasiada delgada debido 
a los días en que no se alimentaba bien. El caldo insípido y el pan duro no eran 
suficientes para ella. 
La patrulla se detuvo frente a la posada. Hablaron en voz baja antes que un fae 
de aspecto malvado con una cicatriz en el lado izquierdo de la cara asintiera e 
irrumpiera por la puerta con fuerza indebida. Faythe se estremeció al oír la madera 
astillarse, sorprendida que la puerta aún se mantuviera en sus goznes. No parecía 
 
1 Griffin, griffon, o gryphon es una criatura legendaria con el cuerpo, la cola y las patas traseras de un león; la cabeza y 
las alas de un águila. 
 
que se dirigieran a tomar una cerveza y charlar con los amigos. No, tenían asuntos 
que tratar con alguien de dentro, probablemente por orden del rey. 
—Tenemos que movernos ya —susurró Jakon a su lado. 
Faythe estaba atenta, su curiosidad la dominaba. No era frecuente ver a la 
guardia del rey actuando en las afueras de la ciudad. Normalmente era un lugar 
tranquilo y aburrido. 
Jakon le rodeó el codo con un brazo. 
—Ahora, Faythe —siseó con severidad. 
Ella empezó a correr de puntillas detrás de él, deprisa, pero sin hacer ruido, 
pegada a las paredes para protegerse en las sombras. Una vez a la vuelta de la 
esquina de una calle más arriba, escuchó una fuerte conmoción saliendo de la 
posada detrás de ella y se atrevió a mirar hacia atrás. 
Faythe contuvo un pequeño grito al ver a un joven que era arrastrado fuera del 
establecimiento con una facilidad antinatural. Su lucha sería inútil contra uno de 
ellos, por no hablar de los cuatro que lo rodeaban. Lo conocía como Samuel, el hijo 
del posadero. No eran amigos. Era arrogante y un matón. Independientemente de 
sus sentimientos, no desearía que el destino de nadie estuviera en manos de los fae. 
Se agitó y gritó, pero ella no pudo distinguir ninguna palabra desde la distancia. 
El fae de la cara llena de cicatrices le dio una patada detrás de las rodillas y Samuel 
cayó con las palmas de las manos extendidas en el suelo. 
—Tenemos que irnos —insistió Jakon, tratando de agarrarla por el codo otra 
vez. 
Ella apartó el brazo de su alcance. 
—Deberíamos ayudarlo. —La idea sonaba tan descabellada como cuando la 
pensó. Aun así, no podía soportar dejar a alguien indefenso, incluso a alguien como 
Samuel. 
—¿Has perdido la cabeza? No hay nada que podamos hacer excepto ganarnos 
un viaje a la horca con él —siseó. 
Necesitó todas sus fuerzas para cerrar los ojos y bloquear los gritos de 
desesperación. Jakon tenía razón: interferir solo los condenaría a ellos también. 
Al girar la cabeza para alejarse, casi se derrumba por el peso del miedo que la 
ahogaba. La conmocionó tanto como la paralizó porque sabía que el miedo no era 
por ella misma. Siempre había tenido un horrible sentido de las emociones ajenas, y 
era una maldición con la que había aprendido a vivir. 
Tan rápido como lo sintió, el miedo desapareció. Un fuerte escalofrío recorrió 
su cuerpo y giró sobre sus talones, serpenteando de nuevo entre las sombras como 
un bandido nocturno. 
Todavía temblaba con el fantasma de ese terror cuando llegaron al borde del 
Bosque de Westland. Jakon los condujo al oscuro bosque, donde las ramas de los 
árboles se balanceaban como espectros. Todo lo que quedaba por delante estaba 
envuelto en un velo de negro impenetrable. 
 
A Faythe nunca le había gustado el bosque. No confiaba en él. El amplio espacio 
era una ilusión de seguridad y libertad escalonada con demasiados escondites para 
que un asaltante pudiera acechar. Solo se aventurabanpor allí cuando Jakon y ella 
intentaban cazar, más por aburrimiento que por la esperanza de capturar animales 
salvajes. No solo les faltaba habilidad y experiencia; sino que la caza empezaba a 
escasear en estos bosques. 
No había señales de Reuben. Una sensación de pavor fue aumentando en 
Faythe a medida que pasaban los minutos, mientras Jakon daba los mismos pasos, 
con su paciencia agotándose. Entonces se oyó un crujido por detrás, y su amigo 
desenvainó su pequeña daga, adoptando una postura protectora frente a ella en un 
abrir y cerrar de ojos. 
Segundos después, el cabello rubio y rizado que ella había llegado a amar y 
odiar saltó a la vista. Jakon soltó un suspiro de alivio y bajó el cuchillo. 
—Llegas tarde —fue lo único que le dijo a Reuben cuando se detuvo frente a 
ellos. 
Reuben jadeaba, ajustándose la pequeña mochila que llevaba. 
—Lo siento. Mi madre no me dejaba irme sin comprobar tres veces mis 
provisiones y despedirme muchas veces. 
A Faythe se le partió el corazón al ver a su amigo, con el rostro grave como si 
ya hubiera perdido la esperanza de escapar. 
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Reuben. 
Jakon gruñó—: Has metido a Faythe en tu lío. No iba a dejar que arriesgara el 
cuello sola. 
Faythe sabía que, de haber podido elegir, Jakon habría dejado a Reuben en su 
desesperado estado en lugar de arriesgar potencialmente su vida involucrándose. 
—No tenemos tiempo que perder en discusiones insignificantes. La patrulla 
nocturna cambiará pronto de turno en los muelles —dijo para rebajar la tensión. 
Aún tenían tiempo suficiente, pero no podía soportar mirar a Reuben a los ojos 
durante mucho tiempo, no si eso significaba que tenía que sentir las oleadas de 
miedo y desesperación que emanaban de ellos. Jugueteó con el reloj que llevaba en 
el bolsillo y rozó con los dedos el sencillo símbolo grabado en el reverso de latón, 
que de pronto le pareció muy interesante. 
—¿Cuál es el plan entonces? —La voz de Reuben la devolvió al sombrío 
bosque. 
Sus ojos se encontraron con los de él. 
—Lakelaria —dijo ella, ignorando la mirada de sus ojos abiertos al 
mencionarlo—. Hay un barco de suministros que zarpa esta noche. 
Reuben palideció. 
—Eso no es un plan. Es un suicidio. —Se volvió hacia Jakon—. Por favor, dime 
que tienes algo más. 
Jakon sacudió la cabeza en silencio, y Reuben parecía a punto de desmayarse. 
 
—Es la mejor oportunidad que tienes —dijo Jakon. Incluso Faythe se 
sorprendió de la dulzura de su tono. 
—No puedo… N-No quiero… 
Al darse cuenta que ninguna palabra suave iba a hacerle entrar en razón, 
Faythe se volvió severa. 
—O te quedas aquí y te atrapan, o te arriesgas a usar esa bocaza tuya para 
entrar a salvo en Lakelaria. —Cuando él se mostró reacio a aceptar, Faythe puso los 
ojos en blanco y, sacudiendo la cabeza, pasó de largo y se dispuso a abandonarlo a 
su suerte. 
Dio solo unos pasos antes de oír: 
—Espera. —Su tono era débil—. De acuerdo. Iré si crees que es el mejor plan 
—dijo derrotado. 
Ella se enderezó, repentinamente ansiosa de que él confiara su vida a su 
impulsiva idea. No dejó que se le notara. 
—Entonces será mejor que nos pongamos en marcha. 
Utilizaron la cubierta de los árboles a lo largo del borde del bosque para llegar 
a la costa adyacente. Una vez en las rocosas orillas del puerto de Farrow, Faythe 
divisó el gran carguero en los muelles. Los hombres subían y bajaban cajas a toda 
prisa. 
No tenían mucho tiempo. 
—¿Y ahora qué? —le susurró a Jakon. 
Él esbozó una sonrisa socarrona al ver lo que buscaba. 
—Síganme. —Fue todo lo que dijo, saliendo de su escondite. 
Faythe y Reuben siguieron su ejemplo, agachándose y ocultándose tras los 
arbustos o plataformas que encontraban por el camino. Dos hombres fae montaban 
guardia en los muelles mientras los hombres humanos realizaban el trabajo. Aunque 
los fae eran más fuertes y rápidos. 
Típico, pensó Faythe. 
Agachándose detrás de una pila de cajas y barriles, Jakon lanzó un silbido. 
Faythe le lanzó una mirada incrédula hasta que reconoció el sonido: un canto de 
pájaro muy convincente que solían utilizar para reunirse con otros en secreto. 
Miró por encima del gran barril tras el que estaba agachada, que se encontraba 
entre otros contenedores que aún no habían sido cargados a bordo, y se dio cuenta 
que un hombre delgado y familiar, con el cabello rojo y áspero hasta los hombros, 
miraba hacia ellos al oír el sonido. Ferris Archer. Lo que le faltaba en músculo y 
altura, lo había ganado en ingenio y astucia. Había sido amigo íntimo de ellos 
durante muchos años, aunque tenía un carácter imprudente e impulsivo, y ellos no 
solían hacer nada bueno bajo su influencia. 
Después de hacer el dramático espectáculo de parecer que se iba a desmayar 
de repente ante una de las patrullas de fae, sacudieron la cabeza hacia la carga y 
Ferris se dirigió hacia allí. Se dejó caer sobre el barril tras el que se escondía Faythe 
 
con un suspiro exagerado antes de girar la cabeza y mirar hacia abajo para guiñarle 
un ojo. 
—Más vale que sea bueno, Kilnight —dijo Ferris en voz baja, utilizando el 
apellido de Jakon. Dio un largo trago a la cantimplora que había tomado. 
Jakon no perdió tiempo en explicaciones. 
—Necesitamos tu ayuda para llevar a Reuben en ese barco a Lakelaria —dijo 
sin rodeos. 
Ferris se atragantó un poco con el agua antes de recuperar la compostura. 
—Creo que no te he oído bien… 
—Es su vida si no lo hacemos —le espetó Faythe. El tiempo no era un lujo esta 
noche. 
Ferris se sentó un momento antes de echar una rápida mirada a Reuben y 
cerrar los ojos con un gemido. 
—No quiero saber lo que hiciste, pero puedo hacer una buena suposición, 
imbécil. 
Reuben se encogió ante el comentario. 
—Por favor, Ferris —suplicó Faythe. 
Se quedó callado, y ella se preparó para su rechazo total. Luego se puso de pie, 
haciendo ademán de cerrar la cantimplora, y estiró los brazos. 
—Todos estos deben ser abordados. —Señaló sutilmente las pilas a su 
alrededor—. El penúltimo de la izquierda solo está medio lleno de grano. Deberías 
caber, y me aseguraré de no ser uno de los que arrastre tu pesado culo hasta allí. 
Uno de la patrulla gritó a Ferris que volviera al trabajo. 
—Cómo entres ahí no es mi problema. Estaremos transportando barriles 
durante los próximos quince minutos. No dejes que ninguno de los otros te vea si 
valoras tu cabeza, todos son informantes. —Ferris se volvió hacia ellos para dar un 
último estirón y le lanzó otro guiño a Faythe. Era un coqueto vergonzoso. De vez en 
cuando, ella le seguía la corriente divertida, pero nunca había deseado tener 
relaciones románticas o lujuriosas con el desviado pelirrojo. 
Sonrió agradeciéndole su ayuda, y Ferris recogió una caja más pequeña junto 
a ellos antes de emprender el camino de regreso a los muelles. 
Faythe volvió a asomar la cabeza por encima de su escondite para explorar. 
Había dos fae patrullando y seis hombres cargando mercancía. Los fae estaban en 
los muelles jugando a las cartas, sin prestarles mucha atención. Supuso que no era 
necesario. Si jugaban sucio, estarían alerta con las espadas desenvainadas antes que 
ninguno de los mortales pestañeara. Dos de los hombres estaban en el barco 
asegurando los envíos mientras los otros cuatro iban y venían con los contenedores. 
Miró a su izquierda. Los seis grandes barriles restantes requerirían al menos a dos 
o tres de ellos para levantar cada uno. 
 
Jakon pareció llegar a la misma idea que Faythe. Se saludaron con una leve 
inclinación de cabeza, y a Faythe le sorprendió lo compenetrados que estaban a 
veces. 
—Será una ventana muy pequeña. Tenemos que ser rápidos y silenciosos —
dijo Jakon con frialdad—. Toma esto. —Le puso la daga en la mano—. No podemos 
arriesgarnos a que nos oigan los fae. Estamos demasiado cerca para sus oídos. 
A Faythe no le gustó el rumbo que estaba tomando su propuesta. 
Él esbozó una sonrisa arrogante ante su expresión de protesta y dijo: 
—No te preocupes, Faythe. —Le revolvió el cabelloy ella resistió el impulso de 
apartarle la mano y atacarlo—. Están a punto de dar media vuelta para volver por 
estos. Prepárate. 
Faythe no tuvo tiempo de oponerse a su idea, completamente estúpida e 
imprudente, antes que él se escabullera de detrás de su barril y corriera hacia los 
muelles. Intentó, irritada, no lanzarle el cuchillo, pero entonces el fae, rápidamente 
alertado, la hizo retroceder. 
No podía oír, pero observó en silencio cómo Jakon se detenía frente a ellos y 
hacía algunos gestos desesperados hacia el camino que llevaba de vuelta a la ciudad. 
Uno de los fae gritó a los cargadores mientras el otro agarraba bruscamente a Jakon 
por el brazo. 
Faythe se sobresaltó, dispuesta a saltar de su posición para intervenir si su 
plan salía mal. Reuben le puso una mano en el hombro, como si lo hubiera previsto, 
y ella estuvo a punto de arrancarle los dedos de un mordisco… hasta que vio que la 
patrulla empezaba a caminar en su dirección, con Jakon atrás. Al pasar, él la miró, 
con una leve sonrisa en la comisura de los labios que le aseguraba que aquello 
formaba parte de su improvisada idea. 
Faythe soltó un suspiro que no sabía que estaba conteniendo justo cuando los 
cuatro hombres, Ferris incluido, regresaban del barco para recoger más provisiones. 
—Llegó el momento —susurró Faythe cuando se acercaron. Miró a Reuben y 
se le partió el corazón al ver el miedo en su rostro—. Escúchame, Reuben. Cometiste 
un error, y eso no se puede deshacer, pero ahora, tienes que concentrarte. Tienes 
que vivir. —Tiró de él en un abrazo, y él dejó escapar un sonido sin aliento. 
—Lo siento, Faythe, y gracias por todo lo que has arriesgado por mí… todos 
ustedes. Si no, estaría muerto. Cuida de mi madre, ¿quieres? —se apresuró a decir, 
consciente que la tripulación estaba casi al alcance del oído. 
—Lo haré —susurró ella—. Realmente espero que lo logres, Reuben. Te echaré 
de menos. 
Se soltaron y ella le apartó una lágrima de la cara antes de agacharse y 
quedarse quieta como una estatua. Los cuatro hombres regresaron, moviendo el 
barril del fondo haciendo que dos lo levantaran de un lado y los otros dos del otro, y 
se alejaran de nuevo arrastrando los pies. 
 
Sin perder un segundo, Faythe se puso en pie, inclinando la daga para abrir la 
tapa del contenedor que Ferris había indicado. Dijo la verdad. Cuando se soltó con 
un leve chasquido, apenas estaba medio lleno. 
Reuben se subió al barril y dudó un segundo antes de meterse por la abertura. 
Se arrastró hasta que quedó semienterrado entre sacos de grano y la tapa pudo 
cerrarse. 
—No va a ser un viaje cómodo, pero dicen que solo se tarda un par de días en 
llegar. —Faythe le pasó su mochila junto con la comida que había recogido antes. 
Cuando se sintió satisfecha que él estuviera lo más cómodo posible y que hubiera 
suficientes huecos en la madera para que entrara el aire, tomó la tapa, pero se 
detuvo. 
Él esbozó una débil sonrisa. 
—Estaré bien —dijo. Pero Faythe podía oír la duda en su voz y sentir su pavor 
y pánico abrumadores. 
No había tiempo para que se pusiera sentimental. 
—Adiós, Reuben. 
Él le hizo un gesto de agradecimiento, y ella lo tapó por encima antes que él 
viera las lágrimas que se formaban en sus ojos. 
Cuando estuvo segura que estaba sellada, dedicó un segundo a apoyar la mano 
en la madera antes de empujarla. Tras comprobar que los hombres seguían 
ocupados en el barco y que no había nadie cerca, se marchó. 
De vuelta al borde del bosque, no pudo evitar detenerse para mirar atrás y ver 
cómo cargaban los últimos barriles hasta el barco. Cuando por fin llegaron hasta 
Reuben, su rostro se arrugó de tristeza al pensar en él allí dentro, asustado y solo. 
Ferris se mantuvo fiel a su palabra y no participó en el transporte de esa carga 
en particular. En su lugar, fue por el último barril, que ella supuso que también 
estaba medio lleno, ya que lo levantó él solo con facilidad. 
La patrulla fae regresó con aspecto especialmente enojado y, sin Jakon a la 
vista, a Faythe sintió un nudo en el estómago. Tenía que ir a buscarlo. Con todo 
cargado, los fae indicaron a los hombres que se marcharan antes que uno de ellos 
fuera a izar el ancla del barco. 
Tras mirar una última vez, Faythe musitó una plegaria a los espíritus para que 
Reuben viajara a salvo, sin importarle que sus palabras se convirtieran en gélidas 
ráfagas de viento y no ofrecieran consuelo a cambio. 
Se dio la vuelta y desapareció a través de la oscura cortina del bosque. 
 
 
FAYTHE permaneció en silencio mientras apoyaba la espalda contra la pared 
fría de piedra de uno de los callejones de la ciudad. Con cautela, asomó la cabeza por 
una esquina para comprobar si había una patrulla fae. No tenía idea de dónde estaba 
Jakon, y rezaba para que los fae no se lo hubieran llevado a una celda por lo que fuera 
que había intentado distraerlos. 
Estaba a punto de salir y cruzar la intersección mientras la calle estaba 
despejada y sin ruidos cuando oyó el canto de un pájaro familiar en el aire. 
Levantando la cabeza, entrecerró los ojos en la oscuridad a través de la línea 
distorsionada de tejados hasta que sus ojos se posaron en una forma discreta que 
sobresalía junto a la chimenea de un edificio adyacente. Faythe no se dio cuenta de 
lo tensa que estaba hasta que todo su cuerpo se relajó al verlo. Con sigilo felino, se 
escabulló entre las sombras antes de llegar al tubo de desagüe que utilizaban para 
subir al tejado, que se había convertido en un escondite favorito para evadir a las 
patrullas y escapar del ajetreo diurno. Ofrecía una vista de pájaro sobre la ciudad, 
donde el oscuro conjunto de viviendas y establecimientos estaba dispuesto como un 
lúgubre laberinto de piedra. El mirador ofrecía una vista que siempre era impecable 
de contemplar: una vista lejana del eternamente resplandeciente centro de la 
ciudad. El maltrecho edificio marrón se alzaba lo suficiente para que pudieran 
vislumbrarlo por encima de la muralla. 
Faythe trepó por el lateral de la muralla, impulsándose por los agujeros y los 
ladrillos que sobresalían de la desgastada estructura. Jakon estaba sentado 
perezosamente contra el hueco de la chimenea, e incluso en las sombras podía 
distinguir su sonrisa juguetona. Se agachó y atravesó el estrecho piso de la azotea. 
Cuando lo alcanzó, le dio un golpe en el brazo. 
—¡Ouch! ¿A qué viene eso? —se quejó, aunque mantuvo la sonrisa. 
—¡No seas tan imprudente la próxima vez! Podrían haberte encerrado solo 
porque les hubiera gustado. —Cuando él le respondió con una risa entrecortada, ella 
no pudo evitar su propia diversión y sonrió—. ¿Adónde los llevaste? 
Él soltó un resoplido. 
—Les dije que hubo una pelea en la posada. El lugar parecía un poco 
maltratado por esos otros fae bastardos de antes, así que era plausible —
refunfuñó—. Pero cuando aparecieron y vieron que ya no había nada que hacer, me 
dieron dos meses de servicio de carga en los muelles por hacerles perder el tiempo. 
Faythe no pudo evitar una risita ante su consternación y volvió a darle un 
ligero puñetazo en el brazo. 
—Te lo mereces. 
 
Él la empujó hacia atrás, luego la acercó a él en un abrazo. Ella se sentó a su 
lado, apoyando la cabeza en su hombro, mientras él la rodeaba con el brazo. Estaba 
tan cansada de todas las emociones de la noche que quería dormirse allí mismo, bajo 
las estrellas. 
A veces deseaba estar más tiempo con Jakon. Faythe lo amaba más que a nada, 
más que a nadie, y siempre le dolía ver de vez en cuando la nostalgia en sus ojos, 
como si, incluso después de tanto tiempo, aún tuviera la esperanza de que algún día 
ella también pudiera sentir ese amor íntimamente. Él la había besado una vez, años 
atrás, y ella se lo había devuelto, aunque solo fuera para asegurarse que no 
convertiría su amistad en algo más profundo. Simplemente confirmó sus 
sentimientos platónicos hacia él y la hizo sentirse terriblemente culpable por 
intentarlo. Su vida a su lado sería mundana y convencional, segura y, sin duda,feliz 
en su mayor parte. Tal vez eso era lo que más la asustaba. 
Tras un momento de apacible silencio, Faythe oyó el familiar silbido por 
tercera vez aquella noche. La pareja se miró con el ceño fruncido antes que Jakon 
devolviera el llamado. Solo unos pocos de los que ella consideraba amigos lo sabían. 
Se asomó cautelosamente por la borda y distinguió a Ferris por su contoneo. 
Se acercaba con cuidado cuando los vio arriba. No tardó mucho en escalar el edificio 
y unirse a ellos. 
Soltó un suspiro de agotamiento antes de tumbarse de espaldas frente a ellos, 
metiendo las manos detrás de la cabeza. 
—Han estado muy ocupados esta noche —dijo a modo de saludo. Ninguno de 
los dos contestó. Él continuó—. Siempre supe que sería ese chico quien terminaría 
en la más profunda mierda algún día. Quiero decir, todos ustedes son bastante 
estúpidos, pero él más. 
Faythe puso los ojos en blanco. Ferris era el mayor con veinticinco años, lo que 
aparentemente hacía aceptable que actuara como un imbécil arrogante la mayor 
parte del tiempo. 
—¿Qué quieres, Ferris? —preguntó Jakon, aburrido. 
Ferris rodó hacia un lado, apoyándose en un codo. 
—Vinieron a mí con la misma oferta, ¿sabes? 
Faythe frunció el ceño, dispuesta a tirarlo del tejado, pero él continuó. 
—Les dije que se vayan al infierno. 
No creía que Ferris hubiera utilizado palabras tan suaves para decirle a alguien 
adónde ir si le disgustaba. Su sonrisa perversa se lo confirmó. No tenían que 
expresar que estaban hablando de lo mismo: la razón exacta por la que su amigo 
común era actualmente una carga. 
—Valgard debe estar planeando algo grande si está aterrorizando 
abiertamente a la gente para obtener información como ésta —reflexionó Jakon. 
—Efectivamente. No les gustó mi rechazo y, en respuesta, dijeron que cazarían 
a toda mi familia. —Ferris se rio—. Les dije que lo hicieran, porque hacía años que 
no veía a ninguno de ellos. 
 
Faythe estaba temblando cuando Jakon le puso la mano encima; no estaba 
segura si era por el frío o por el miedo. Intercambiaron una mirada y ella casi pudo 
oír las palabras: "No dejaré que nadie te haga daño". Ella sonrió débilmente, pero 
luego vaciló al recordar los sucesos de aquella noche. 
—El hijo del posadero… ¿crees que…? —No se atrevió a terminar la frase. 
Jakon le dirigió una mirada sombría. 
—Es posible —fue todo lo que dijo. 
No quería pensar en el tipo de tortura y castigo que sufriría en la prisión del 
castillo por compartir lo que sabía sobre Valgard, y luego lo matarían por traición. 
Faythe miró a las estrellas, más allá de ellas, y dio gracias a los míticos 
‘Espíritus' por haber podido ayudar a Reuben a escapar. Tenía la esperanza que lo 
que le esperara en el viaje o después sería una misericordia en comparación. 
La voz de Ferris hizo que sus ojos volvieran a bajar. 
—Pensé que debía advertirte, tienen soldados comprobando las fronteras, y 
algunos están logrando pasar. Aléjate de los bosques si puedes, y no salgas de 
Farrowhold si no es necesario. 
A pesar de su arrogancia, Faythe sabía que Ferris se preocupaba por ellos como 
si fueran de la familia. Todos estaban cortados por el mismo patrón y habían sufrido 
versiones similares de la misma desgracia. 
—Se ha hablado de disturbios en Galmire —añadió con severidad. 
Faythe se estremeció al oír hablar de Galmire, el pueblo situado en los límites 
de High Farrow. Era el hogar de los Bosques Oscuros que formaban parte de la 
frontera que los separaba del reino conquistado de Dalrune. Los soldados de Valgard 
debían de estar deteniendo a los que eran tan tontos o estaban tan desesperados 
como para deambular por allí, y con la falta de caza en Farrowhold, no podía culpar 
a los que lo hacían. 
—Gracias —dijo Faythe intensamente. Los dos intercambiaron una cálida 
sonrisa, algo poco frecuente, ya que normalmente estaban poniendo a prueba la 
paciencia del otro, y luego ella miró a Jakon—. Vámonos a casa. 
Él asintió con una sonrisa cómplice. 
Los tres se escabulleron uno a uno por el tejado y bajaron a la calle antes de 
separarse. 
De vuelta en la cabaña, Faythe y Jakon no se quedaron despiertos mucho más 
tiempo, ya que ambos estaban agotados por los imprevistos de la noche. Se 
cambiaron y se acostaron, y Faythe agradeció que nunca hablaran de nada de eso. 
Pensó que su mente podría estallar por el esfuerzo de la emoción. 
En menos de diez minutos, Jakon ya roncaba ligeramente en su catre junto a 
ella, pero Faythe no conseguía que su mente se calmara. Cuando cerró los ojos, un 
par de brillantes iris verdes destellaron, y se preguntó por qué no podía quitárselos 
de la cabeza. 
 
Cerró los ojos con fuerza, deseando pensar en algo -lo que fuera- que la ayudara 
a quedarse dormida. Pero si no era el extraño avistamiento del hombre fae de ese 
mismo día lo que la atormentaba, las dolorosas imágenes de Reuben -acorralado en 
una mugrienta celda de madera en medio del océano, perdiendo la cordura por el 
miedo- se agolpaban en su cabeza. Pensar en ello la ponía enferma. 
Faythe siempre tenía sueños vívidos y solía despertarse más agotada que 
cuando se acostaba. Esta noche no iba a ser diferente, con una maraña de 
pensamientos y emociones que no se calmaban, ni siquiera cuando sentía que las 
lentas olas del sueño la envolvían y la arrastraban de golpe. 
 
Estaba oscuro. La envolvieron espirales de humo negro y gris, y vio cómo se 
enredaban en sus dedos cuando levantó una mano para tocarlo. No tenía olor y no 
la asfixió cuando inhaló con cautela. Por encima de su cabeza, podía distinguir un 
vacío negro infinito a través de los huecos del humo. Bajo sus pies, un cristal negro 
resquebrajado le devolvía su oscuro reflejo. 
Faythe dio unos pasos cautelosos hacia el abismo y las nubes se movieron con 
ella. Miró y entrecerró los ojos en el espacio infinito para intentar encontrar algo o 
a alguien, pero no confiaba en su voz para gritar. Tenía demasiado miedo de lo que 
pudiera responderle… 
Empezó a sentir miedo y pánico, y apretó los puños para que no le temblaran. 
Empezó a sentir frío. Mucho frío. Había tenido bastantes pesadillas, pero esto era… 
diferente. Todos sus instintos le decían que se despertara. 
El humo se movió, y ella jadeó horrorizada cuando gruesos bucles 
serpentearon por sus brazos antes que las enredaderas translúcidas se apretaran 
como una cuerda. Cuando intentó liberarse, fue inútil. El mismo toque fantasma se 
arrastró hasta sus pantorrillas, y quedó completamente atrapada en la trampa de su 
depredador del sueño. 
El pánico se apoderó de ella y cerró los ojos con fuerza. Ya había sido capaz de 
despertarse de pesadillas, así que se tranquilizó y se concentró. Sin embargo, por 
mucho que forzara su mente, era como si algo la anclara aquí. 
—Qué valiente eres al encontrarte dentro de mi mente. —El gruñido 
amenazador le llegó desde atrás. 
Giró la cabeza solo para encontrarse con la negrura persiguiendo fantasmas 
mientras las siluetas cambiaban para engañarla. Una ligera caricia recorrió su rostro 
y volvió a girar la cabeza, pero seguía sin encontrar ninguna forma sólida. 
El monstruo sin rostro se burlaba de ella. 
—Yo… yo no… —Intentó hablar, pero se interrumpió cuando sintió que otro 
brazo de sombra le rodeaba la garganta y ejercía una ligera presión. El terror la 
inundó. Es solo un sueño, se dijo a sí misma. Respira una vez, dos… 
Lentamente, su corazón se calmó un poco. Pronto despertaría; podría 
obligarse a despertar si se concentraba bien. Cerró los ojos con fuerza y se obligó a 
recuperar la conciencia una vez más, imaginando su cama y Jakon, que estaría 
profundamente dormido a su lado. 
 
Al cabo de un momento, no sintió ningún cambio y se atrevió a abrir los ojos. 
Faythe seguía atrapada en el pozo sin fondo de su macabra pesadilla. Dejó escapar 
un pequeño gemido de derrota. 
Un estruendo de carcajadas resonó a su alrededor, rebotando en paredes 
fantasmales que hacían imposible precisar su origen. 
—¿No sabes que no debes vagar por la mentede la gente cuando no conoces 
la salida? —dijo la voz. 
Faythe se quedó fría como el hielo. El fantasma de un brazo se apretó alrededor 
de su cuello y dejó escapar un sonido estrangulado. 
—¿Sin palabras? 
Detectó una pizca de diversión en el tono y supo que estaba disfrutando de sus 
burlas y disfrutando de su miedo. 
Finalmente, una figura real y sólida empezó a surgir en el oscuro espacio, y la 
niebla se disipó para revelar a un llamativo fae masculino. No era exactamente la 
criatura de aspecto repugnante que ella esperaba. 
Su pánico se disolvió en puro asombro cuando relacionó la voz con el rostro 
familiar que había encontrado ese mismo día: el fae con el que se había cruzado de 
camino al molino. Sin la capucha, era aún más hermoso de lo que había imaginado 
en su rápida observación en la ciudad. Su cabello corto y negro como el azabache 
brillaba bajo la luz que empezaba a ahuyentar las sombras. 
La niebla negra y gris ahora solo se arremolinaba en un perezoso círculo a su 
alrededor, y las lianas que se habían extendido para sujetarla se aflojaron 
ligeramente. 
El verde brillante de sus ojos la atravesó desde la distancia que aún mantenía 
entre ellos. Sus ojos se entrecerraron y su mandíbula, fuerte y angulosa, se tensó al 
observarla. Faythe aprovechó la oportunidad para calibrar la amenaza. 
Su porte era elegante pero imponente. Un guerrero, tal vez. Aunque observó 
que sus pantalones de cuero negro y sus botas hasta la rodilla eran de una artesanía 
excepcionalmente fina. Si el fae tenía acceso a dinero y a los mejores artículos, debía 
de ser de alto rango. Su cuerpo tonificado era evidente gracias a su holgada camisa 
blanca, lo que no hacía más que reforzar su suposición que el fae probablemente 
había visto las líneas de batalla; estaba preparado para ello. 
Se acercó a ella despacio, deliberadamente, observando cada centímetro de su 
cuerpo. Faythe nunca se había sentido tan expuesta, a pesar de estar completamente 
vestida con su ropa de dormir habitual. Sin embargo, tenía los pies desnudos, lo que 
la hacía sentirse extrañamente inapropiada. 
Se detuvo a su lado lo bastante cerca como para que ella sintiera su cálido 
aliento en el cuello mientras él inclinaba la cabeza hacia abajo, todavía 
inspeccionando. La proximidad le aceleró el corazón. Levantó un dedo y lo pasó 
delicadamente por la curva de su oreja, provocándole una sacudida que hizo que 
todo su cuerpo temblara al contacto. 
Parecía tan real. 
 
Faythe permaneció inmóvil. Sabía que estaría demasiada paralizada por el 
miedo como para moverse, incluso sin los brazos de humo que aún la sujetaban. 
—Humana —musitó. 
El corazón de Faythe latía salvaje y erráticamente en su pecho, y estaba segura 
que él podía oírlo. Tenía las palmas de las manos resbaladizas de sudor y la boca tan 
horriblemente seca que no estaba segura que le salieran las palabras. 
Tras dar una vuelta completa a su alrededor, con la mirada fija, frunció el ceño 
cuando se detuvo frente a ella. 
—¿Sabes dónde estás? —preguntó. 
Los labios de Faythe se entreabrieron lentamente. 
—Estoy soñando —susurró, más para tranquilizarse a sí misma que para 
responder a la pregunta de su demonio del sueño. 
Sus ojos se entrecerraron y una sonrisa ladina se dibujó en la comisura de sus 
labios. Soltó una carcajada. 
—Me acuerdo de ti —dijo, con voz suave y elocuente—. Del pueblo de hoy. O 
de ayer, por así decirlo. —Se cruzó de brazos y apoyó la barbilla en una mano 
mientras reflexionaba—. ¿Cómo te llamas? 
Debatió si debía mantener la boca cerrada. Tenía que despertar en algún 
momento. Solo era un sueño; él no podría hacerle daño si se resistía. Pero eso 
también significaba que cualquier cosa que le dijera no podría hacerle daño si él era 
solo un producto de su imaginación. No tenía nada que perder si le seguía el juego a 
esta cruel pesadilla. 
—Faythe —respondió. 
—Fai-th. —Pronunció la única sílaba de su nombre como si pudiera ofrecerle 
alguna pista. La estudió durante otro momento dolorosamente largo—. Fascinante 
—concluyó. 
Ella no estaba segura de qué le intrigaba exactamente. Permaneció en silencio, 
esperando a que él se convirtiera en una bestia y la devorara o a que algo peor saliera 
de las sombras e hiciera el trabajo. 
—Deberías tener cuidado en qué mente te metes por la noche. Puede que la 
próxima vez no salgas tan fácilmente —le advirtió. 
Ella frunció el ceño, confundida. Iba a replicar que era él quien invadía sus 
sueños, pero enseguida se dio cuenta que estaría discutiendo consigo misma. 
Exhaló un largo suspiro. 
—Bueno, me gustaría dormir un poco esta noche, Faythe —dijo—. Sin 
embargo, volveré a verte. Pero no aquí, si sabes lo que te conviene. —Su sonrisa le 
erizó la piel. 
Quería replicar que no volvería a verlo si podía evitarlo; que desterraría todo 
pensamiento sobre él o que no volvería a dormir si eso era lo que le esperaba. 
Volvió a hablar antes que ella pudiera responder. 
 
—Ya puedes despertarte. No te detendré. —Mantuvo la sonrisa mientras le 
indicaba que saliera por una puerta que no existía. 
Faythe lo fulminó con la mirada y estuvo a punto de volver a argumentar que 
no le correspondía a él decidir. Pero estaba ansiosa por salir de aquel mundo de las 
tinieblas, así que cerró los ojos e imaginó el calor de su cama, el olor a madera vieja 
de la cabaña y los suaves ronquidos de Jakon… 
 
Faythe se despertó sobresaltada. Estaba jadeando y su camisa se le pegaba con 
sudor. Sentándose en la cama, se frotó los ojos y observó la cabaña, tragándose las 
náuseas de la pesadilla. 
Es real. Esto es real, se dijo a sí misma. 
La respiración de Jakon era un sonido seguro y reconfortante. Balanceó las 
piernas sobre el lado del catre y respiró hondo y concisamente para frenar el 
galopante ritmo de su corazón. Algunas noches, sus sueños y pesadillas eran tan 
vívidos que tardaba un rato en distinguir si estaba realmente despierta y no había 
saltado a otra escena retorcida en su inconsciencia. A veces podía pasar por varias 
en una noche y siempre recordaba cada una de ellas. 
Jakon refunfuñó desde su posición boca abajo, con un brazo y una pierna 
colgando del catre en el que apenas cabía. Abrió un ojo perezoso para mirarla. 
Faythe debía de verse mal tal como se sentía, porque Jakon se incorporó al instante. 
Después de examinarla y comprobar que no había ningún daño físico, le dirigió una 
mirada de complicidad. 
—¿Un mal sueño? —suspiró, frotándose los ojos con sueño. 
Ella le dedicó una sonrisa débil. 
—Sí —respiró—. Solo un sueño estúpido. Estoy bien. 
Mirando por la pequeña ventana cuadrada detrás de él, Faythe divisó los 
primeros rayos de sol que atravesaban el cielo color lapislázuli, señal de un nuevo 
amanecer. Se levantó y se dirigió a la sección cerrada de la cabaña que habían 
convertido en un lavabo semifuncional. Metió las manos en un cubo de agua helada 
y se salpicó la cara. Agradeció la sensación que la despertó. Real, se dijo de nuevo, y 
procedió a desnudarse y a lavarse todo el cuerpo bajo el agua helada. 
Cuando salió del lavabo, limpia y fresca de su terror nocturno, Jakon ya estaba 
vestido para su turno en la granja. Llevaba sus habituales pantalones marrones y 
botas por encima de la rodilla, con una camisa blanca desteñida remangada hasta 
los codos y tirantes atados a los hombros. En pleno verano, no había necesidad de 
capas y capas adicionales durante el día, especialmente con su tipo de trabajo. 
Faythe vestía sus propias ropas sencillas: una simple túnica púrpura de manga 
corta con un par de pantalones y botas negras desgastadas. Ambos necesitaban ropa 
nueva. Se puso un cinturón sencillo en la cintura para darse forma. 
—¿Todavía vamos a ir a las hogueras del solsticio esta noche? —preguntó 
despreocupada. 
Jakon sonrió. 
 
—Por supuesto. Es tu fiesta favorita. 
El verano era la estación del cultivo y el crecimiento antes que el presagio del 
otoño marchitara sus esfuerzos por iluminar la tierra apagada con coloridas flores. 
Los díaseran largos, lo que permitía apreciar y agradecer las noches frescas. 
El solsticio tenía lugar al anochecer en las colinas de las afueras de Farrowhold, 
decoradas por altas estacas ardientes construidas por los fae. Era uno de los pocos 
actos de bondad de su rey. La celebración ponía a todos en la ciudad generalmente 
sombría de buen humor. Las calles se llenaban de vendedores y artistas, la gente 
tocaba música y bailaba en las colinas, los niños reían y corrían libres y, durante toda 
una noche, parecía que todo el mundo podía olvidar la amenaza de la guerra y sus 
empobrecidas vidas y simplemente disfrutar del momento. 
Por supuesto, los fae tenían sus propias celebraciones dentro de la muralla, y 
Faythe solo podía imaginar la grandeza. 
Sonrió con entusiasmo. 
—Te veré aquí a las ocho y luego nos iremos —dijo Jakon, igualando su alegría 
antes de marcharse a su jornada de trabajo. 
Faythe respiró hondo sin dejar de sonreír. Hoy se permitiría olvidar sus 
pesadillas, la amenaza de Valgard y a su amigo, que ya estaría camino a Lakelaria. 
Esta noche se divertiría. 
 
 
FAYTHE se tomó su tiempo paseando perezosamente de vuelta al mercado. 
Había hecho sus entregas lo más rápido posible para poder estar unos minutos a 
solas y disfrutar del calor en la cara y ver cómo la gente adornaba las paredes con 
pancartas y adornos para las celebraciones del solsticio. Era alentador ver estallidos 
vibrantes contra los colores de la ciudad, que de otro modo serían insaturados. Ya 
podía sentir la positividad y el entusiasmo en el ambiente, y la propia Faythe estaba 
muy animada. Pero su descanso terminó demasiado pronto, cuando dobló la última 
esquina de la plaza del mercado y se dirigió directamente al puesto de la panadería. 
Marie estaba hablando con los clientes y vendiendo sus productos como de 
costumbre. Faythe echó un vistazo a la selección de pasteles y sintió un rugido en el 
estómago. Cuando Marie captó su mirada anhelante, le dio un codazo en la cabeza 
con una mirada cómplice, invitándola a tomar uno. Faythe sonrió tímidamente, 
inclinándose para agarrar un pastel de chocolate antes de sentarse en una caja 
desechada para comer. 
Iba por la mitad del decadente postre cuando se detuvo a medio bocado, casi 
atragantándose cuando sus ojos vislumbraron una figura encapuchada afuera del 
lugar apoyado despreocupadamente contra una pared a la sombra de una veranda. 
Para cualquier otra persona, parecía un simple mercader extranjero, alguien que 
probablemente traficara con productos desagradables, por la forma en que se 
rascaba las uñas con su daga, con una actitud que desafiaba a cualquiera a acercarse. 
Pero él la miraba fijamente por el rabillo del ojo, con aquel maldito color 
esmeralda que atravesaba el manto de oscuridad bajo su capucha incluso desde el 
otro lado de la plaza. Faythe miró a su alrededor, rezando para que alguien o algo 
más llamara su atención, pero nadie lo reconoció siquiera un poco. 
Se le subió la bilis a la garganta al pensar que tal vez seguía en otra versión de 
la misma pesadilla. Pero su instinto le decía que no era un sueño. 
Podía estar aquí por negocios, como ayer. Se tranquilizó. Por supuesto, era 
irrisorio pensar que era lo bastante memorable como para que él la reconociera por 
la rápida mirada que le había dedicado. 
De repente perdió el apetito a pesar de no haber comido nada en todo el día y 
dejó el pastel. Tenía la garganta seca como un hueso por la rápida oleada de miedo 
y consumo de chocolate. Se volvió para preguntarle a Marie. 
—¿Te importa si salgo por agua? 
—Por supuesto, querida, pero date prisa. Se nos están acabando algunas cosas, 
asegúrate de pasar por casa cuando vuelvas. 
Cuando Faythe se levantó, se atrevió a mirar a su alrededor, pero él ya no 
estaba, y no pudo evitar dudar que hubiera estado allí alguna vez. Soltó un largo 
suspiro de alivio y se rio para sus adentros. Tal vez su mente privada de sueño le 
 
estaba jugando una mala jugada. Salió a la calle en dirección a la bomba de agua más 
cercana. 
Cuando llegó, bebió el agua con avidez y se salpicó la cara para despertarse. 
Los fríos lametones del viento contra su cara mojada eran refrescantes y necesarios 
en medio del calor. Un leve suspiro se escapó de sus labios. 
—¿Me estás evitando, Faythe? 
Giró muy deprisa y, por instinto, lanzó el puño en señal de ataque, pero su 
agresor se apartó grácilmente de su alcance y ella solo conectó con el aire. Faythe 
retrocedió una buena distancia y miró al hombre fae que se le acercaba demasiado 
para su comodidad. Esta vez llevaba la capucha bajada y su rostro era una visión 
espeluznante y perfecta de lo que ella había conjurado la noche anterior. 
Sus palabras finalmente se registraron en ella, y se quedó helada a pesar del 
sol abrasador. 
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó, sonando más valiente de lo que se 
sentía. 
Él ladeó la cabeza. 
—Me lo dijiste, ¿recuerdas? —Quería borrarle la sonrisa divertida de la cara—
. Realmente no tienes idea de lo que eres, ¿verdad? 
Unas voces alegres sonaron en la calle detrás de ella. Faythe se giró para mirar, 
pero él la agarró por el codo y la arrastró rápidamente a la esquina y a un callejón 
sombrío antes que pudiera protestar. Volvió a subirse la capucha con indiferencia, 
pero mantuvo el rostro a la vista. 
—¡No he hecho nada malo! ¿Qué quieres de mí? —siseó ella. 
Él se rio y ella luchó contra el impulso de golpearlo de nuevo. 
—No quiero nada de ti, Faythe. Solo tengo curiosidad. —Estaba disfrutando, 
como un león jugando con su cena—. No puedes mentirme. Anoche cometiste el 
error de meterte en mi cabeza, así que dime, ¿cómo llega un humano a ser un 
Caminante Nocturno? 
Tardó un momento en oírlo bien. Faythe, una Caminante Nocturna. Ella se rio 
a carcajadas, y los ojos de él se entrecerraron ante el arrebato. 
La única manera en que su mente podía procesar el encuentro con el hombre 
fae era pensar que tal vez ya habían descubierto su participación en la fuga de 
Reuben, y que lo habían enviado a buscarla. Pero hasta que él no la acusara 
formalmente, ella mantendría su inocencia. 
Calmó su rostro. 
—Mira, no sé qué órdenes tienes, pero esa es una acusación ridícula para 
intentar que me arresten. —Se acomodó el largo cabello castaño detrás de la oreja y 
se señaló a sí misma—. Humana, ¿recuerdas? —dijo lo obvio. 
Él le devolvió la risa, un sonido que se estaba convirtiendo rápidamente en el 
detonante de sus pensamientos violentos. Se cruzó de brazos y se apoyó en la pared. 
 
—Nadie está intentando arrestarte. —Hizo una pausa antes de añadir—: 
Todavía. 
Ella se quedó quieta y él captó su expresión de pánico, esbozando una sonrisa 
divertida y perversa. 
Recuperando la compostura, Faythe se enderezó. 
—Bueno, si no va a ser hoy, tengo que volver al trabajo. —No era una mentira, 
sino una excusa perfecta para escaparse y ganar tiempo para planear su próximo 
movimiento. 
Se sentía mal del estómago. ¿Acabaría ella también en un barril navegando 
hacia lo desconocido? A Jakon se le rompería el corazón; probablemente se iría con 
ella. Decidió que no podía decírselo. Tendría que marcharse en mitad de la noche y… 
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la suave voz de él. 
—Si no me estás intentando engañar, corres más peligro del que pensaba. —
Frunció el ceño y su rostro se tornó serio. Se separó de la pared y se acercó un paso—
. Escúchame con atención —dijo, y ella resistió el impulso de retroceder ante su 
repentino tono severo—. Si no sabes controlarlo, hay mentes mucho peores que la 
mía en las que puedes acabar cuando duermes. Si entras en la mente de otro 
Caminante Nocturno, sabrán de ti. Pueden atraparte en sus mentes y matarte desde 
allí. —Se detuvo un momento, evaluándola con una mirada que le hizo temblar cada 
célula nerviosa. 
Un escalofrío recorrió su espalda. Sus pensamientos eran un torbellino 
mientras intentaba comprender lo que él decía. Quería volver a reír, creer que todo 
era una broma retorcida. Pero elimpulso de ridiculizar la idea desapareció cuando 
vio la mirada feroz de él. El fae no tenía motivos para insinuar que una habilidad tan 
imposible vivía en su interior. Confirmaría más su locura que su culpabilidad. 
Continuó—: Eres diferente, Faythe, algo que al rey no le agrada demasiado. Así 
que hasta que averigüe exactamente cómo llegaste a existir, te sugiero que 
mantengas la cabeza baja. No te relaciones con ninguno de los fae de la patrulla, ya 
que parece que cuando lo haces no puedes quitártelos de la cabeza. —Su rostro serio 
se contrajo en una sonrisa burlona. 
Sus mejillas se sonrojaron. 
—Anoche… —Se interrumpió con incredulidad. 
Él asintió, y fue toda la confirmación que ella necesitaba para saber que él 
podía recordar cada detalle de su pesadilla porque había estado allí. O, al menos, su 
mente había estado allí, si es que funcionaba así. 
—No somos muchos los Caminantes Nocturnos. No podemos entrar en una 
mente a la que no hemos visto nunca la cara, así que harías bien en pasar 
desapercibida. Debería ser fácil por tu aspecto. 
Faythe no reaccionó ante el insulto. Respiró hondo para calmar su acelerado 
corazón. No era posible, no debería ser posible… y sin embargo, su mente ya estaba 
llena de claridad sobre tantas cosas. Sus sueños… 
Oh, Dioses. 
 
—No es verdad —susurró, aunque las palabras sabían a mentira. 
El mundo se tambaleó durante un segundo y sacudió la cabeza para despejarse 
del mareo. Demasiadas preguntas y nadie a quien acudir en busca de respuestas. 
¿Cómo podía confiar en que aquel fae guardaría su secreto mortal y no la delataría a 
la primera oportunidad para ganarse el favor del rey? La matarían simplemente por 
ser una amenaza desconocida. Ni siquiera podía contárselo a Jakon: sería demasiado 
arriesgado. 
Entonces un pensamiento cruzó su mente que hizo que su corazón se 
detuviera. ¿Su madre lo sabía? 
Por primera vez desde la muerte de su madre, se sintió completamente sola y 
asustada. El alborotado clamor de la ciudad que la rodeaba se desvaneció y el sol se 
oscureció drásticamente. Tenía que calmarse. No era el lugar ni la compañía 
adecuados para dejarse llevar por el pánico. 
Un par de manos ásperas la agarraron con fuerza por los hombros. La 
sacudieron una y dos veces. 
—Mírame. 
No estaba segura de sí las palabras fueron pronunciadas en voz alta, pero 
hicieron que ella lo mirara a los ojos y el mundo volvió a enfocarse. 
—Voy a ayudarte. Pero tienes que mantener la cabeza fría —dijo él 
bruscamente. 
Se obligó a seguir mirando aquellos ojos verdes que parecían hipnotizarla. No 
podía confiar en él: era un fae y acabaría traicionándola. Ella no era nada para él. 
—¿Por qué? 
Se encogió de hombros. 
—Quizás me gusta el desafío. 
Tan despreocupado y amistoso. No era lo que ella había llegado a esperar de 
los de su clase, pero cuando sacaba la raza de la ecuación… parecía perfectamente 
normal. 
Le soltó los hombros y ella retrocedió un paso, consciente de repente que ya la 
esperaban en el puesto y ni siquiera había ido a la panadería como Marie le había 
pedido. 
—Tengo que irme —dijo rápidamente. 
Él le hizo un gesto de complicidad. 
—No se lo cuentes a nadie, Faythe, ni siquiera a tu amigo. Volveré a buscarte 
pronto. 
No tuvo tiempo de preguntarle cómo sabía acerca de Jakon cuando él se tapó 
aún más la cara con la capucha y se dio la vuelta para salir por el oscuro callejón. En 
su lugar, preguntó: 
—¿Cómo te llamas? 
Él se detuvo y se giró ligeramente para mirarla, pensativo. 
 
—Nik —dijo al fin antes de desaparecer entre las sombras. 
Curiosamente, ella no esperaba un nombre tan sencillo. 
Sin pensarlo dos veces, corrió hacia la panadería. 
 
 
 
FAYTHE APENAS ESCUCHÓ a las hijas de Marie despotricar sobre cómo sus 
productos horneados ya habían comenzado a enfriarse y echarse a perder. No 
escuchó mucho en el puesto, donde Marie también la regañó por demorarse tanto y 
llegar tarde dos días seguidos. Hizo una mueca cuando Marie amenazó con 
encontrar un reemplazo si volvía a llegar tarde. 
Su mente se dió vueltas. Agradeció a los Espíritus cuando la jornada de trabajo 
terminó antes de lo habitual en preparación para las festividades. Marie le había 
dado el día libre mañana. Muchos de los puestos permanecerían cerrados como día 
de descanso por las celebraciones del solsticio y para que la gente asistiera a la misa 
en el templo temprano en la mañana. 
Cuando Faythe llegó a su casa en la cabaña, eran solo las seis y media. Supuso 
que Jakon trabajaría en el horario habitual, ya que había sugerido que se reunieran 
a la hora que regresaba, a las ocho. Estaba decidida a olvidar todo lo que había 
aprendido hoy, así como a su nuevo e improbable aliado fae en la búsqueda por 
mantener oculto su secreto. Todavía la enfermaba pensar en su nueva e 
incomprensible realidad y en cómo sería capaz de vivir consigo misma por haberle 
mentido a su amigo más cercano. Aún más, la aterrorizaba quedarse dormida si no 
tenía control sobre adónde iba en sus sueños. 
Dejó a un lado los pensamientos que le provocaban pánico y, con mucho 
tiempo de sobra, decidió que lo usaría para poner un poco de esfuerzo en su look 
para esta noche, aunque solo fuera para mantenerse ocupada. No es que tuviera 
muchas opciones de vestimenta, pero optó por el único vestido que tenía en lugar 
de sus pantalones y túnica habituales. Había sido un regalo de Jakon en su 
decimoctavo cumpleaños. 
El vestido era de un color carmesí intenso con bordados dorados 
ornamentados sobre el escote cuadrado y las mangas largas, a juego con sus ojos, 
dijo. Se vistió rápidamente, tirando su otra ropa sobre la cama y yendo hacia el 
pequeño espejo empañado en el baño. Tomó secciones de cabello de los lados de su 
cabeza y los trenzó hacia atrás para quitarlos de su cara. Una pequeña diferencia con 
sus ondas indómitas de todos los días. 
Una vez satisfecha de que había logrado todo lo que podía con su apariencia, 
resopló ante su rostro sencillo en el espejo. Sus ojos eran los de su madre, pero 
Faythe no pudo evitar preguntarse si se parecía en algo a su padre. Cada vez que 
preguntaba por él cuando era niña, su madre se negaba a hablar, simplemente decía 
que estaban mejor sin él. 
Faythe tenía una cara alargada y pómulos altos que se hacían un poco más 
prominentes por la falta de una nutrición adecuada. Su mandíbula, aunque todavía 
femenina, formaba un ángulo con un mentón pequeño, redondeado y cuadrado. Su 
madre tenía una cara redonda y afilada, lo que la hacía parecer casi como un 
 
duendecillo. Faythe sonrió ante el recuerdo. Incluso diez años después de su muerte, 
nunca olvidaría la imagen de la delicada belleza de su madre. 
Sin nada más para ocupar los minutos dolorosamente lentos, Faythe se apoyó 
casualmente en el viejo, pero apenas usado mostrador de madera de la cocina 
mientras tomaba una manzana para mantener su estómago a raya. Miró el reloj en 
el bolsillo de su vestido, golpeando su pie con impaciencia porque Jakon llegara a 
casa. El tiempo libre le dio rienda suelta a su mente para volverse loca por la gran 
revelación que podría cambiar su vida. 
Internamente, se volvió insensible a la noción que era capaz de la notoria 
habilidad fae, negándose a aceptar lo imposible como un hecho o una verdad. Intentó 
empujar el pensamiento al fondo de su mente por temor a paralizarse a sí misma 
por el pánico y el temor. No importa cuánto lo intentara, una constante sensación 
inquietante permanecía en su estómago. 
Cerca de las ocho, la puerta se abrió y ella agradeció a los Espíritus por la 
llegada de Jakon, por fin, para salvarla de sus rápidas emociones en espiral. 
Se detuvo justo después del umbral y la miró boquiabierto por un momento, 
pero luego sus labios se curvaron en una sonrisa. 
—Te ves increíble —dijo. 
Sus mejillas se sonrojaron, y murmuró un torpe agradecimiento, alisándose las 
faldas de su vestido. Jakon mantuvo sus manos entrelazadas detrás de su espalda, 
escondiendo algo, y su rostro frunció

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