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América latina a comienzos del siglo XX

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América latina a comienzos del siglo XX
Una mirada sobre América Latina
Cuando el escritor cubano José Martí escribió estas palabras, a fines del siglo XIX, Cuba aún era una colonia española y el mapa político del continente americano era incierto y desigual. Algunas naciones, como México o la Argentina, habían transformado y modernizado sus economías aceleradamente. Otras, en cambio, como Nicaragua, Costa Rica, Honduras o el Salvador, tenían economías precarias, monopolizadas por capitales extranjeros y con regímenes políticos débiles. El mismo escritor sabía de estas disparidades y no ahorró tinta para dar su parecer acerca de los principales problemas y peligros que entrañaba ese fin de siglo para las naciones latinoamericanas. Estaba convencido, como expresaba en el texto que has leído, de que América Latina era más que un gran espacio geográfico. Se trataba, para él, de una unidad cultural, con características, historias y luchas semejantes, que hermanaban a los nacidos en estas tierras. Por eso creía que los americanos debían estar orgullosos de sus raíces, pues gran parte de las naciones americanas habían conquistado su libertad con determinación, construyendo, en las antiguas colonias, prósperas naciones.
Sus palabras tenían un sentido: fomentar, entre los americanos, la idea de su propia grandeza. Pero también trataban de concientizar acerca del desdén del "vecino formidable". Con el vocablo "vecino formidable", Martí se refería a los Estados Unidos, cuya creciente presencia se había vuelto -según entendía- una amenaza, que ponía en severo riesgo la autonomía de las naciones de América Latina.
José Martí murió en la última guerra que se libró en Cuba para obtener su emancipación de España. Así, no pudo observar por sí mismo lo que aconteció en las primeras décadas del siglo xx, cuando la presencia de los Estados Unidos, ya notable a fines del siglo anterior, se acrecentó. Este capítulo, en gran medida, trata de en- tender la situación de las diversas naciones latinoamericanas en esas décadas y, más aún, arrojar luz sobre las complejas relaciones que se establecieron entre estas y ese "vecino formidable" de América del Norte.
De Martí al neocolonialismo
José Martí era un hombre de su época, un hombre que vivió gran parte de su vida buscando el objetivo de librar a Cuba del lazo colonial que la unía con la metrópolis europea. Por sus convicciones políticas, Martí debió dejar su tierra y, después de recorrer diversos paises, se radicó en los Estados Unidos. La mayor parte de su obra política fue escrita en ese país. Como pudiste notar, su percepción política sobre el rol de los Estados Unidos era sumamente aguda, pues comprendió muy pronto los complejos vínculos que unían a esa nación, en pleno proceso de crecimiento e industrialización, con gran parte de las regiones latinoamericanas.
Según entienden los estudiosos de su obra, Marti fue un intelectual que combinó dos grandes idearios. Por un lado, el nacionalismo, determinado por su construcción sobre lo que significaba ser cubano y la necesidad de alcanzar la autonomía política de Cuba. Por otro lado, su mirada crítica hacia los Estados Unidos, que puede encuadrarse bajo la noción de antiimperialismo. Este último ideario abarcaba mucho más que observar con desagrado la política expansionista de los Estados Unidos hacia América Latina. ¿Cuál era su crítica? Por un lado, denunciaba que los norteamericanos habían asumido que el resto del continente era un gran mercado donde comprar barato las materias primas que necesitaban para sus industrias, y al cual luego vendían sus numerosos productos manufacturados. Por otro lado, también impugnaba que dichas operaciones fuesen simples transacciones comerciales, ya que los Estados Unidos eran los únicos con capacidad para decidir sobre los términos del intercambio, al fijar los precios y las cantidades, aunque ello implicase, como analizaremos luego, intervenir en la política y la soberanía de las naciones latinoamericanas.
Asimismo, Martí cuestionaba las bases de esa gran expansión norteamericana, cuyo modelo se sustentaba en el imaginario de que era una sociedad blanca la que había levantado semejante imperio industrial y comercial. Más aún, alertaba sobre el desprecio y la falta de respeto de los Estados Unidos por la historia y los pueblos latinos.
Su posición era contraria a las expresiones que, por aquel entonces, circulaban entre gran parte de los intelectuales latinos, quienes fomentaban en sus países modelos de desarrollo que imitaran al norteamericano. Justamente, la posición de Martí ponía en tela de juicio tal camino, criticando la naturaleza opresiva de ese modelo y la política discriminatoria y abusiva de los Estados Unidos, que buscaba hacer de América un territorio sometido a sus intereses, es decir, casi una gran colonia.
Actualmente, son varios los estudiosos que han complejizado el análisis de las relaciones entre ese "formidable vecino" y las naciones latinoamericanas. Así, desde las ciencias sociales, se han conformado diversas conceptualizaciones que explican que las relaciones entre ambas pueden ser definidas como vínculos neocoloniales.
El término neocolonialismo hace referencia, en general, a la situación de aquellos países que, a pesar de haber alcanzado su independencia política, se vieron envueltos y sometidos económicamente. Así, la dominación ya no se ejerció políticamente, como en los tiempos coloniales, sino mediante la acción directa de grandes empresas extranjeras, que se adueñaron de los recursos básicos de esas naciones y que, además, condicionaron la vida política de esos territorios.
América Latina y los historiadores
En la actualidad, los especialistas en la historia de América Latina se enfrentan a múltiples desafios a la hora de definir de qué se trata su objeto de estudio. A diferencia de quienes se dedican a estudiar el pasado en torno a una sola nación, los latinoamericanistas deben encontrar grandes claves analíticas que unan a distintos países en un mismo período.
El estudio de la historia latinoamericana es complejo desde distintos puntos de vista. En primer lugar, es necesario comprender que, cuando hablamos de América Latina, nos estamos refiriendo a casi todo un continente, una masa inmensa no solo de territorios y regiones, sino también de distintas lenguas, culturas, experiencias, relaciones e historias. Justamente por eso, los historiadores deben hacer una diferencia importante entre la América Latina como instancia de estudio y los ideales políticos de unidad que sostuvieron ciertos líderes, como Martí.
Los historiadores americanistas entienden que, solo a grandes rasgos, Latinoamérica puede ser asumida como un conglomerado con raíces e historias comunes. Una de ellos es, por ejemplo, que gran parte de las naciones latinoamericanas tienen una especie de semejanza de familia, pues formaron parte del Imperio colonial español y atravesaron a lo largo del siglo XX por regimenes dictatoriales, o una porción importante de su población está formada por pueblos originarios.
No obstante, los paises latinoamericanos también tuvieron y tienen grandes diferencias. Brasil, por ejemplo, no perteneció el Imperio español, sino que fue una colonia portuguesa; además, cuando se independizó, instauró un régimen político monárquico en lugar de uno republicano, como hicieron la mayoría de las naciones latinoamericanas.
Justamente por estas diferencias, para abordar el estudio del pasado latinoamericano, los especialistas han establecido diferentes pautas. Una es la de reconocer que América Latina está compuesta por tres grandes regiones, que inicialmente se corresponden con las divisiones fisicas del continente: América del Norte, América Central y América del Sur. Sin embargo, esa es una primera diferenciación. Para que las semejanzas de familia se vuelvan más nítidas se buscan eventos, procesos y experiencias comunes, más allá de cuestiones relacionadas con la geografía y la lengua. De este modo, se configura un mapa más complejo, al identificar y distinguir,por ejemplo, un universo andino, compuesto por Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, y diferenciarlo de otro universo como el del Río de la Plata, integrado por la Argentina, Uruguay y Paraguay.
Además de estas operaciones de distinción, los historiadores hacen otra, a partir de preguntas problemáticas sobre el pasado de las diferentes regiones del universo latinoamericano. Se han preguntado acerca de los vínculos entre las mayorías y los sectores dominantes, sobre los procesos dictatoriales, el surgimiento de los regímenes populistas, o las relaciones establecidas con otras nacio- nes o regiones del planeta. En tal sentido, es importante destacar que la lista de problemáticas nunca es finita, y que depende siempre de las preguntas y la visión de los especialistas. ¿Por qué? Porque como decía Benedetto Croce, un importante historiador italiano, "toda historia es historia contemporánea, ya que las preguntas que se le formulan al pasado siempre están enclavadas en un tiempo presente y en la necesidad, de quien pregunta, de encontrar respuestas. Tener en cuenta estas dimensiones permite comprender por qué, sobre un mismo tema, los historiadores han dado respuestas tan diferentes.
Tres rasgos generales de América Latina a comienzos del siglo xx
En los primeros años del siglo xx, los países que componían el mapa latinoamericano ya habían atravesado un largo camino para adecuar sus economías a los requerimientos del mercado internacional. De este modo, pero con distinta suerte, las naciones se habían transformado en exportadoras de materias primas y productos alimentarios.
Esta inserción habia generado profundos cambios en las sociedades latinoamericanas. Por un lado, des- de las últimas décadas del siglo XIX, diversas regiones productivas se habían visto afectadas por el avance del ferrocarril. Este fue el medio de transporte que reemplazó a las lentas carretas tiradas por bueyes o caballos y también a las mulas u otros animales que llevaban los productos hasta los puertos. La primera línea ferroviaria se construyó en Cuba, en la temprana fecha de 1837, y recorría un trecho de 90 kilómetros uniendo la ciudad de La Habana con Güines. La línea estaba destinada, especialmente, al transporte de frutas y tabaco desde los campos del sur hacia la capital. El segundo país en con- tar con vías férreas fue México, en 1850. Sin embargo, el tendido del ferrocarril no se detuvo ahí y en pocas décadas gran parte de las naciones contaba con él.
El tendido se realizó a través de concesiones que otorgaron los gobiernos a empresarios británicos o estadounidenses, con el propósito de acercar los productos ganaderos, agrícolas y mineros a los puertos. Justamente por esta razón, hasta las primeras décadas del siglo xx, los ferrocarriles se construyeron en función del comercio con el exterior, más que como una vía in- terna de comunicación. La relación entre el desarrollo de estos y la economía de exportación fue tan estrecha que, cuando en la década del 30, el mercado mundial entró en crisis, cesó casi por completo la construcción de ferrocarriles.
Sin embargo, este no fue el único cambio por el que atravesó América Latina al incorporarse al mercado mundial: sus ciudades y costumbres también sufrieron drásticas transformaciones. Las ciudades crecieron y muchas transformaron sus fisonomías, que pasaron de tener tintes coloniales a modernos edificios de estilo europeo. También se modificó el trazado de sus calles; se construyeron parques y paseos y se emprendieron obras públicas, como desagües cloacales y redes de aguas corrientes. Pero los procesos de reforma urbana tuvieron resultados dispares, poniendo nuevamente en evidencia el gran mosaico de situaciones que componían el mapa latinoamericano. Así, mientras ciudades como Buenos Aires contaban, ya a inicios del siglo xx, con una extendida red de aguas corrientes y un sistema cloacal, en otras ciudades, como Lima, las obras de este tipo de saneamiento urbano eran más una utopía que una realidad.
También se modificaron las costumbres porque, mientras las ciudades cambiaban, también lo hacían quienes las habitaban. A comienzos del siglo xx, la mayoría de las grandes urbes latinoamericanas tenía un fuerte componente poblacional de origen inmigra- torio. Muchos inmigrantes procedían de Europa, especialmente de las naciones mediterráneas, como España e Italia. Pero también, como sucedió en San Pablo (Brasil), o en Lima (Perú), llegaron grupos de origen asiático. Un gran porcentaje de inmigrantes se radicó en las ciudades, luego de ver cercenadas sus posibilidades de vivir y trabajar en las regiones rurales. Su presencia en las urbes ponía en evidencia una situación paradójica: aunque las zonas rurales o mineras dedicadas a la exportación necesitaban mucha mano de obra para aumentar la producción, las condiciones para que los trabajadores se asentaran en ellas eran precarias. Por eso, muchos optaban por habitar en sitios con mejores condiciones de vida.
Sin embargo, no todas las ciudades latinoamericanas a comienzos del siglo xx estaban densamente pobladas por inmigrantes, pues en el Distrito Federal mexicano, en Quito, La Paz o en Tegucigalpa, el componente indígena predominaba, y en otras, como La Habana o San Salvador de Bahía, los afrodescendientes eran mayoría.
La economía agroexportadora
A pesar de que el desarrollo de las economias agroexportadoras en América Latina fue dispar, el caso argentino resulta de particular relevancia para reconocer un conjunto de características comunes.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que este desarrollo estuvo asociado al impulso de la industrialización europea -en especial la británica que provocó un aumento de la demanda de materias primas (tanto alimentos para sus habitantes como insumos para sus fábricas) desde la segunda mitad del siglo x1x. La Argentina, como otros países de América Latina, comenzó a satisfacer esas necesidades, pues contaba con tierras aptas para cultivos y pastoreo de ovinos y vacunos.
Nuestro país se especializó en la exportación de carnes y cereales para abastecer, en particular, al mercado inglés. Como contrapartida, las industrias europeas encontraron en este proveedor un mercado para sus manufacturas y un destino más que rentable para la inversión de sus capitales, los que, por ejemplo, se colocaron en la construcción de ferrocarriles.
Asimismo, el desarrollo del modelo agroexportador fue posible gracias a diversos factores. Por un lado, el rol del Estado que, a través de distintas acciones, facilitó el crecimiento de la economía primario exporta- dora. ¿Cómo lo hizo? A través de un conjunto de decisiones políticas, como permitir la libre circulación de bienes y capitales; propiciar y respaldar las inversiones extranjeras en el país, sobre todo las vinculadas con el desarrollo de la infraestructura económica; llevar adelante distintas campañas militares para incorporar tierras de las zonas de frontera y transformarlas en regiones productivas; estimular la inmigración extranjera para asegurar la mano de obra necesaria; organizar el sistema monetario, y brindar condiciones jurídicas para el desarrollo de la economía.
Otra característica que portó este tipo de modelo fue la participación de capitales extranjeros. En el caso argentino fueron, en su mayoría, de origen británico, y se destinaron, ya sea a través de inversiones di- rectas o indirectas (por ejemplo, mediante préstamos al Estado), a la realización de obras de infraestructura que mejorasen el sistema de transporte y comercialización de los productos de exportación (como el ya citado ejemplo de los ferrocarriles o la remodelación del puerto de Buenos Aires). También se hicieron presentes en las actividades bancarias y fundando empresas dedica- das a comercializar las exportaciones y las importaciones. Finalmente, debe mencionarse el establecimiento de un tipo particular de empresa, los frigorificos, que permitieron llevar adelante una importantisima renovación de las exportaciones de carnes argentinas. Estos fueron, al principio, decapitales británicos. Pero en la primera década del siglo xx aparecieron, también, los de origen norteamericano.
El resto de las naciones del Cono Sur también adecuó su economía a los requerimientos del mercado internacional. Brasil, por ejemplo, con condiciones climáticas óptimas, desarrolló la producción del café. Los propietarios de los campos donde se cultivaba eran, generalmente, brasileños, y quienes lo comercializa- ban eran de origen inglés y holandés. El desarrollo de la producción de café que, a fines del siglo XIX, representaba el 63% del total de las exportaciones, condujo no solo al enriquecimiento de los grupos propietarios y comercializadores sino que también, como sucedió en el caso argentino, condujo a transformar el perfil del país. No solo se fundaron nuevas ciudades -y crecieron las ya existentes- sino que, además, se hizo fuerte un sector gobernante defensor del liberalismo y del libre comercio. En cuanto a los trabajadores, en sus comienzos se utilizaba mano de obra esclava, pero, después de 1888, cuando se produjo la abolición de la esclavitud, llegaron miles de inmigrantes europeos que se dirigieron hacia las zonas cafetaleras para reemplazar a la mano de obra esclava.

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