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Sautuola arqueológia

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Sautuola / XX
Instituto de Prehistoria y Arqueología “Sautuola”
Santander (2015), 75 - pg
Proyectos de Investigación en la Arqueología de Cantabria
Monográfico
ISSN: 1133-2166
Desarrollo histórico y dinámicas sociales en la Prehistoria 
reciente de Cantabria
Historical process and social dynamics in the Recent Prehistory of Cantabria
Roberto ONTAÑÓN PEREDO1
RESUMEN
El trabajo que se sintetiza en este artículo es una aproximación al estudio de la primera estratificación social en la zona central del terri-
torio más septentrional de la Península Ibérica. Se fundamenta en consideraciones metodológicas explícitas y aspira a ser coherente con los 
planteamientos teóricos que lo inspiran. En él se hace una lectura dinámica del registro arqueológico que se basa en una serie de indicadores 
considerados significativos para la descripción de los cambios en la subsistencia y en la instancia superestructural. A aquella le sigue un in-
tento interpretativo que trata de definir las características fundamentales de las formaciones socio-económicas distinguidas en la prehistoria 
reciente de Cantabria y de determinar las condiciones que hicieron posible un incremento cuantitativo y cualitativo en los niveles de desigual-
dad social. Finalmente se propone una interpretación histórica que trata de explicar los fenómenos de cambio detectados y que conducen al 
establecimiento de una incipiente estratificación social.
ABSTRACT
This article is an approach to the study of early social stratification in the central area of the northernmost territory of the Iberian Peninsula. 
The work is based on explicit methodological considerations and aspires to be consistent with the chosen theoretical framework. We make a 
dynamic reading of the archaeological record, looking for indicators considered significant for the description of changes in subsistence and 
superstructure. An interpretive attempt follows, by defining the fundamental characteristics of the socio-economic formations in Cantabrian 
recent prehistory, trying to determine the conditions that could make possible a quantitative and qualitative increase in the levels of social 
inequality. Finally we propose a historical interpretation, seeking to explain the phenomena of change detected which led to the establishment 
of incipient social stratification.
PALABRAS CLAVE: Calcolítico. Cantabria. Dinámicas sociales. Edad del Bronce. Neolítico. Península ibérica. Prehistoria reciente. Región cantábrica. 
KEYWORDS: Bronze Age. Cantabrian region. Chalcolithic. Iberian Peninsula. Neolithic. Recent Prehistory. Social dynamics.
1. Director. Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria y Cuevas Pre-
históricas de Cantabria. 
 Correo electrónico: ontanon_r@cantabria.es
I. CONTEXTUALIZACIÓN HISTORIOGRÁFICA
La investigación de la Prehistoria reciente de Canta-
bria (y, en general, de la región Cantábrica) no ha sido 
muy permeable a las tendencias teóricas y metodológi-
cas relacionadas con la “arqueología social”, desarro-
lladas desde los años ochenta del pasado siglo; mucho 
menos, a corrientes vinculadas con teorías críticas de 
corte neomarxista. Aún hoy se puede afirmar que la 
tendencia disciplinar dominante en la investigación de 
la Prehistoria regional de principios del nuevo milenio 
es la que Juan Vicent denominó hace casi treinta años 
(1982) como “positivismo modificado” o “reformismo 
pragmático”, un aggiornamento metodológico de la 
investigación positivista más tradicional.
La configuración de este panorama investigador 
responde, principalmente, a la insuficiencia de la evi-
dencia empírica, cuyas causas hay que buscarlas en 
un registro arqueológico en apariencia parco pero 
también insuficientemente documentado. Cabría se-
ñalar, en este sentido la escasez de trabajos de inves-
tigación recientes y que hayan contemplado técnicas 
de recogida de información exhaustiva, lo que dificul-
ta incluso la propia posibilidad de plantear preguntas 
“ambiciosas” al registro arqueológico regional. De-
bemos, no obstante, mencionar aquí varios estudios 
que, enfrentándose al status quo de una investigación 
totalmente volcada al conocimiento del Paleolítico, 
abrieron el camino de la indagación de la Prehistoria 
reciente en Cantabria y que se encuentran entre los 
principales antecedentes de nuestro trabajo. Se trata 
de síntesis de ámbito regional o autonómico (antes 
provincial), capítulos de obras acerca de la Prehisto-
ria general o reciente de Asturias, Cantabria y el País 
Vasco que incluyen el tratamiento de asuntos como el 
megalitismo, la aparición y desarrollo de la metalurgia 
o “el campaniforme” (Apellániz, 1975; Arias Cabal, 
1990; 1991; Blas Cortina, 1983; Blas Cortina y Fer-
nández-Tresguerres, 1989; González Sainz y González 
Morales, 1986; Jorge, 1953; Rincón Vila, 1985; Ruiz 
Cobo, 1992). Hay que citar asimismo trabajos aplica-
dos al análisis local o regional de fenómenos como 
los arriba mencionados, que se desarrollan dentro del 
ámbito cronológico que incumbe a nuestro estudio 
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/ Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria (IIIPC).
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OJO: falta la adscripción al IIIPC
76 DESARROLLO HISTÓRICO Y DINÁMICAS SOCIALES EN LA PREHISTORIA RECIENTE DE CANTABRIA
(Armendariz y Etxeberria, 1983; Giribet, 1986; Teira 
Mayolini, 1994). Haremos mención, finalmente, a 
estudios recientes y especializados en aspectos con-
cretos del registro material como las elaboraciones 
cerámicas (Cubas, 2013; Vega, 2011).
II. OBJETO Y ÁMBITO DE ESTUDIO
El problema al que hemos tratado de enfrentarnos 
se enmarca en un proceso histórico de larga duración, 
que se prolonga durante varios milenios en el final 
de la Prehistoria regional. A lo largo de este tiempo 
se detectan en el registro arqueológico del occidente 
europeo fenómenos que se interpretan generalmente 
como evidencias de desarrollo socio-económico des-
de una fase aparentemente comunitaria en las prime-
ras comunidades neolíticas hacia la constitución de 
estructuras permanentes de desigualdad social en las 
sociedades jerarquizadas de la Edad del Bronce. Nues-
tra principal hipótesis de trabajo es la posible aplica-
ción de esta dinámica socioeconómica al área geográ-
fica de la Cornisa Cantábrica y, más específicamente, 
a su sector central. 
El marco de estudio elegido se justifica por la utili-
zación de una unidad y escala de análisis que es rele-
vante, coherente y viable para intentar resolver el pro-
blema histórico planteado. Lo está, además, por las 
dos razones siguientes: primero, porque los fenóme-
nos que se pretenden analizar parecen conformarse a 
un nivel local, dentro de unas unidades de producción 
autosuficientes; sin embargo, en su propio desarrollo 
conllevan de forma implícita una capacidad de expan-
sión que tiende a incrementar el nivel de agregación 
económica y social e integra a estas unidades en una 
esfera de relaciones mucho más amplia, perceptible 
a través de numerosos indicios de interacción. En se-
gundo lugar, las propias insuficiencias del registro ar-
queológico regional impiden una aproximación a este 
tema a una escala local. La escasez de información 
disponible a escala micro o semi-microespacial para 
este segmento del registro cantábrico no permite 
aproximaciones más detalladas y por tanto nos obliga 
a ampliar el campo de observación en busca de datos 
con los que confrontar nuestras hipótesis de trabajo y 
construir, así, nuestro discurso histórico.
En este contexto geográfico se pueden distinguir, 
a grandes rasgos, varias unidades de relieve que con-
figuran el paisaje cantábrico, dotándolo de un gra-
diente altitudinal que progresa desde el mar hasta las 
cumbres de la Cordillera: una costa alta y recortada, 
con abundancia de playas y estuarios abiertos en las 
rasas litorales; las sierras litorales, de altitud variada, 
que articulan la zona de la Marina y los valles prelito-
rales; lassierras y valles interiores, conformados por 
la erosión fluvial en dirección predominante sur-nor-
te, esto es, perpendicular a la costa; finalmente, las 
alturas de la Cordillera, con elevaciones superiores a 
los 2500 m en los Picos de Europa y progresivamente 
más suaves hacia el este, hasta los montes vascos (Te-
rán, Solé y Vilá, 1987; 1988). Estos rasgos físicos, en 
combinación con un clima suave -determinado por la 
exposición a las condiciones oceánicas- han propicia-
do a lo largo de la Prehistoria (especialmente en las 
fases más duras de la última glaciación) el poblamien-
to humano de la región, favorecido por la abundancia 
de recursos bióticos y abióticos.
Considerando que en una misma unidad territorial 
las sociedades humanas se ven condicionadas de un 
modo análogo por un medio similar, esta opción nos 
permite analizar la evolución de los procesos econó-
micos y sociales en un marco ambiental homogéneo. 
En el caso de la zona más septentrional de la Penínsu-
la Ibérica, la validez de esta propuesta tiene suficien-
tes apoyos en la Historia y la Etnografía. Los “pueblos 
del norte”, asentados a lo largo de la región Cantá-
brica en los tiempos anteriores a la llegada de Roma 
(y, en un sentido más amplio, aquellos que ocupaban 
todo el área geográfica de la España húmeda, des-
de Galicia hasta los Pirineos), mostraban profundas 
analogías culturales que fueron ya descritas por Es-
trabón, algunas de cuyas huellas han pervivido hasta 
los tiempos contemporáneos. En algunos rasgos de la 
relicta “cultura tradicional”, este área puede todavía 
diferenciarse claramente de las regiones vecinas (Caro 
Baroja, 1977; Lisón Tolosana, 1991). La elección del 
área de estudio está, en este sentido, plenamente jus-
tificada, ya que la España Cantábrica es una entidad 
geográfica bien definida, tanto en sus rasgos físicos 
como en los relativos a la geografía humana, y per-
fectamente diferenciada de las regiones más próximas 
de la Meseta norte y el Valle del Ebro, así como -en 
menor medida- de Galicia.
III. PLANTEAMIENTOS TEÓRICO-METODOLÓGICOS 
PARA UNA APROXIMACIÓN AL TEMA DEL CAMBIO 
SOCIAL EN LA PREHISTORIA RECIENTE DE LA 
REGIÓN CANTÁBRICA
Siendo consecuentes con nuestra crítica a las po-
siciones teóricas heredadas, adoptamos y hacemos 
explícita una perspectiva epistemológica que, en re-
lación con la investigación científica en general, se 
encuadraría dentro de lo que Fernández Buey (1991) 
denominó “racionalismo atemperado”, una postura 
centrada o intermedia entre los extremos del cienti-
fismo y el relativismo, rigurosa en su concepción de 
ciencia y método pero crítica con las simplificaciones 
y dogmas neopositivistas. Por lo que se refiere a la 
Historia y la Arqueología en particular, nos orienta-
mos en las coordenadas de una matriz disciplinaria 
fundamentada en una visión crítica que nos permita 
una adecuada aproximación al conocimiento de las 
sociedades del pasado basada en la investigación de 
problemas concretos. Hemos tratado, en todo caso, 
de que nuestras propuestas explicativas sean coheren-
tes con nuestros puntos de partida y éstos con el mé-
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península ibérica, siempre con minúscula
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cornisa cantábrica o región cantábrica, siempre con minúscula
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77Roberto ONTAÑÓN PEREDO
todo de trabajo diseñado y los resultados obtenidos 
-siempre provisionales y sujetos a revisión-.
En un segundo nivel metodológico, referido ya 
concretamente al caso de estudio, comenzamos por 
enunciar, en línea gruesa, la hipótesis de trabajo que 
se hemos tratado de contrastar: la existencia en la re-
gión Cantábrica, a lo largo de la Prehistoria reciente, 
de dinámicas de cambio social conducentes hacia el 
establecimiento de una formación económico-social 
fundamentada en relaciones sociales de producción 
asimétricas e institucionalizadas (Ontañón, 2001; 
2003a; 2006), esto es, una estratificación social que 
superando las diferencias interpersonales derivadas 
del estatus de edad-sexo y enmarcadas en estructuras 
de parentesco, se asienta sobre una desigualdad de 
base sociopolítica.
Definimos a continuación los parámetros consi-
derados en la evaluación del registro regional como 
indicios arqueológicos válidos para la inferencia de 
esas dinámicas sociales (Chapman, 1991; Earle, 1991; 
Wason, 1994). Estos indicadores se refieren a las di-
ferentes instancias del modelo de formación econó-
mico-social, tanto a la base económica como a la 
superestructura ideológica: (a) en la instancia de las 
fuerzas productivas se contemplan cuestiones relacio-
nadas con la organización espacial y funcional de la 
producción como el patrón de asentamiento, la inten-
sificación de la producción, el grado de especializa-
ción o la distribución de materiales singulares; (b) en 
la instancia superestructural, expresada en compor-
tamientos trascendentes o simbólicos, se toman en 
consideración las prácticas funerarias y la iconografía 
del arte rupestre esquemático.
IV. EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO CANTÁBRICO 
ENTRE LOS MILENIOS V A I CAL BC. CUESTIONES 
DE CRONOLOGÍA Y PERIODIZACIÓN
Las fuentes documentales para el estudio de la 
Prehistoria reciente cantábrica se caracterizan por la 
existencia de serias insuficiencias que condicionan el 
análisis e interpretación de esta etapa, cualesquiera 
que sean las aproximaciones planteadas. Estos “silen-
cios de las fuentes” afectan a las diferentes etapas en 
las que la periodización convencional subdivide estos 
tiempos prehistóricos y a distintos fenómenos o as-
pectos del registro arqueológico.
La carencia más señalada para la etapa histórica 
considerada se refiere a la información sobre el há-
bitat. A este respecto hay que tener en cuenta los 
factores tafonómicos y muy especialmente el hecho, 
verdaderamente determinante para la investigación 
de campo, de que la región está densamente cubier-
ta de vegetación herbácea y arbórea. Esta espesa 
cobertera vegetal condiciona en distintas maneras 
el registro arqueológico regional, dificultando gran-
demente la localización de yacimientos al aire libre y 
constituyendo además un grave riesgo para su con-
servación en el caso de las explotaciones forestales 
de tipo industrial.
En estas circunstancias, y salvo contadas excepcio-
nes, el modo de habitación mejor documentado en 
la toda Región Cantábrica desde los inicios del pro-
ceso de neolitización se localiza en cuevas. De hecho, 
algunas ocupaciones cavernícolas se extienden en el 
tiempo hasta, al menos, finales del III milenio. Por el 
contrario, y a pesar de las numerosas localizaciones 
de materiales en superficie en zonas de suelos denu-
dados por la erosión (los denominados “talleres de sí-
lex” o hallazgos aislados) no existen apenas evidencias 
que permitan caracterizar adecuadamente el hábitat 
al aire libre que debió de desarrollarse en paralelo a 
lo largo de estos milenios anteriores al cambio de Era. 
A diferencia de otros territorios ubicados al sur de la 
Cordillera Cantábrica, en la franja más septentrional 
de la Península únicamente se documenta un hábitat 
organizado y de cierta entidad entrado ya el I milenio 
cal BC, en el periodo de formación de los pueblos a 
los que darán nombre los conquistadores romanos 
(Arias et alii, e.p.).
En relación con esa carestía de datos, existen pe-
ríodos como el Bronce pleno y final (Blas y Fernández 
Manzano, 1992, Fernández Manzano y Arias, 1999) 
cuyas fuentes de información consisten prácticamen-
te en hallazgos descontextualizados de materiales 
metálicos que, por sus característicasmorfotécnicas, 
pueden ser adscritos a esos tiempos de la Prehisto-
ria. La propia proliferación de estos testimonios de 
metalistería y su amplia distribución geográfica indi-
can, sin embargo, no sólo la vigencia de un estadio 
de actividad económica comparable al de regiones 
vecinas sino también la ocupación o, al menos, fre-
cuentación humana de todo el territorio, incluidos 
los pasos más altos de la Cordillera.
La documentación relativa a los usos funerarios 
observa un marcado declive de índole cronológica, 
desde la abundancia y complejidad de datos vincu-
lados al Neolítico avanzado y el Calcolítico hasta la 
casi total inexistencia de información para los tiempos 
que corresponderían al “Bronce pleno y final” (Arias y 
Armendáriz, 1998).
La información ambiental y económica muestra 
también serias deficiencias achacables a las caracte-
rísticas del registro pero también a la escasez de pro-
yectos de investigación centrados en la Prehistoria 
reciente regional. La aplicación en los últimos años 
de técnicas modernas de investigación en la docu-
mentación de contextos arqueológicos está arrojan-
do, no obstante, datos del máximo interés que vienen 
a mejorar y, en ocasiones, a objetar el conocimiento 
adquirido sobre estos períodos.
El tradicional sesgo paleolitista de los estudios 
prehistóricos en la región es responsable de que la 
mayor parte de las dataciones absolutas existentes 
correspondan a contextos del Paleolítico superior. 
Hasta la década de los 90 del pasado siglo no se ha 
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asimismo
78 DESARROLLO HISTÓRICO Y DINÁMICAS SOCIALES EN LA PREHISTORIA RECIENTE DE CANTABRIA
observado un aumento considerable de las fechas 
procedentes de contextos y materiales de la Prehis-
toria reciente, que suman ya en la actualidad varios 
centenares. Así pues, sólo en los últimos años ha 
sido posible plantear con un mínimo de objetividad 
y rigor estadístico una aproximación a la cronología 
de la Prehistoria postpaleolítica de la Región Cantá-
brica, que resumimos en los párrafos siguientes ba-
sándonos en el excelente trabajo desarrollado sobre 
esta materia por P. Arias (Arias, 1999).
Expresada en términos de probabilidad de las da-
taciones calibradas, la distribución de las fechas para 
contextos neolíticos no megalíticos se concentra en 
el segundo tercio del V milenio, presentando una li-
gera superposición con las últimas dataciones meso-
líticas entre 5000 y 4500 cal BC. Esto indicaría que 
los procesos de neolitización tuvieron lugar en el área 
cantábrica algunos siglos más tarde que en regiones 
vecinas como el Alto Valle del Ebro.
Las dataciones para el fenómeno megalítico sorpren-
den por su extraordinaria concentración en torno a un 
lapso de tiempo muy reducido, alrededor del 4000 cal 
BC. Habida cuenta de la larga perduración en el uso de 
estas estructuras funerarias -manifiesta en la presencia 
en ellas de materiales que alcanzan la Edad del Bronce-, 
la gran coherencia de las fechas disponibles debe poner-
se en relación con la fundación de los monumentos, que 
habría tenido lugar, consecuentemente, en un período 
muy breve, entre el final del V milenio y los comienzos 
del IV. Por otro lado, las fechas ponen en evidencia la 
existencia de un desfase entre la cronología del comien-
zo de la neolitización y la de esas primeras tumbas me-
galíticas, lo que viene a apoyar la hipótesis adelantada 
por P. Arias en 1990 en favor de la existencia en la Re-
gión Cantábrica de un Neolítico inicial premegalítico.
Hay pocas dataciones correspondientes a los si-
guientes siglos del IV milenio. Este aparente “vacío” en 
la secuencia cronológica podría achacarse a un simple 
problema de visibilidad arqueológica, en un período en 
que las cuevas irían siendo abandonadas como lugares 
de habitación y el ritual de inhumación múltiple, ahora 
predominante, está aún ligado preferentemente a las 
tumbas megalíticas, antes de generalizarse el uso de las 
cavidades como contenedor sepulcral, dando lugar al 
fenómeno conocido como “cuevas sepulcrales” (Onta-
ñón y Armendáriz, 2006). Las fechas para el Calcolítico, 
que proceden en su mayoría de esos contextos sepul-
crales en cueva, se extienden a lo largo del III milenio, 
con una densidad más alta en su primera mitad.
La distribución de las dataciones para la Edad del 
Bronce es muy irregular, con dos máximos de pro-
babilidad: el primero alrededor del 1500 cal BC y 
el segundo ya en el primer milenio, hacia 800 cal 
BC. Podríamos estar, también en este caso, ante un 
problema de representatividad de la muestra que 
procede de los contextos mejor documentados, ge-
neralmente de funcionalidad funeraria, correspon-
dientes al Bronce antiguo (entre el último tercio del 
III milenio y la primera mitad del II) y el tramo más 
reciente del Bronce final (principalmente el siglo IX 
cal BC). Las fases que corresponderían al Bronce me-
dio y los inicios del Bronce final están representadas 
en el registro arqueológico casi exclusivamente por 
objetos metálicos, habiéndose documentado muy 
pocos contextos datables en estos tiempos de la Pre-
historia regional.
Para la Edad del Hierro nos encontramos también 
con el mismo problema, ahora agravado por las par-
ticularidades que la curva de calibración presenta du-
rante este tiempo. La Primera Edad del Hierro, entre 
los siglos VIII y V a.C., cuenta aún con pocas datacio-
nes, aunque el corpus se va incrementando al compás 
de un reciente impulso de la investigación de contex-
tos de habitación de este periodo. La mayor densidad 
de fechas corresponde a la Segunda Edad del Hierro, 
ya en los tiempos inmediatamente anteriores a la con-
quista romana de los años 29-19 a.C.
Considerando en todo momento que el proceso 
histórico se desarrolla en un continuum temporal 
que sólo podemos fraccionar a los efectos de la or-
ganización de nuestro conocimiento, empleamos la 
terminología periodizadora convencional con una 
finalidad orientativa, sin otorgar a las denomina-
ciones tradicionales un significado que no sea me-
ramente nominal, en contra de postulados enrai-
zados en la Prehistoria positivista que atribuyen a 
cada uno de esos períodos un conjunto de “rasgos” 
culturales que les otorgan un carácter sustantivo a 
la hora de la interpretación histórica. Consecuen-
temente, las tres fases en las que articulamos el 
desarrollo histórico de la Prehistoria reciente de la 
Región Cantábrica y que se enuncian más adelante, 
no equivalen a las etapas de la periodización con-
vencional. Con el propósito de facilitar la lectura del 
artículo, en la siguiente tabla sintética se refleja la 
correspondencia entre las fases propuestas en este 
trabajo, las etapas de la periodización convencional 
y la cronología absoluta.
FASES DEL PROCESO HISTÓRICO PERIODIZACIÓN CONVENCIONAL CRONOLOGÍA ABSOLUTA
Etapa de formación Neolítico avanzado – Calcolítico Finales del V/inicios del IV – III milenio 
cal BC
Etapa de culminación y crisis del modelo Calcolítico final/Bronce antiguo Finales del III milenio – inicios del II 
milenio cal BC
Etapa de implantación y consolidación 
del nuevo sistema socioeconómico
Bronce avanzado-final II milenio – inicios del I milenio cal BC
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79Roberto ONTAÑÓN PEREDO
V. UNA LECTURA DINÁMICA DE ESE REGISTRO 
ARQUEOLÓGICO
Siguiendo los planteamientos enunciados en el 
apartado tercero, describimosa continuación en sus 
líneas generales las dinámicas observadas en la base 
económica y en la instancia superestructural.
V.1. La base económica
Las bases de subsistencia experimentan entre 
los milenios V y III cal BC profundas transformaciones 
que siguen una tendencia dual hacia la especializa-
ción en los modos productivos y a la intensificación 
de la producción de alimentos, acordes a lo que se ha 
venido denominando “proceso de neolitización”. Este 
proceso de doble signo configurará finalmente en la 
región una economía de autosubsistencia de base 
agropecuaria, definida por un aprovechamiento orga-
nizado e intensivo de los recursos naturales, especia-
lizado en los modos productores y complementado 
por las estrategias predadoras. En lo que se refiere a 
la explotación de los recursos animales, los espectros 
faunísticos correspondientes a contextos arqueológi-
cos de estos periodos revelan un aumento importante 
de los domésticos en detrimento de los salvajes, mien-
tras los datos de número mínimo de individuos y su 
reparto en clases de sexo y edad apuntan a un aprove-
chamiento progresivo de los productos secundarios, 
siguiendo un patrón de sacrificio diferido (Altuna y 
Mariezkurrena, 2009; 2010; Álvarez y Ontañón et alii, 
2013; 2014; Ontañón et alii, 2013).
En cuanto a la explotación del medio vegetal, si 
bien los datos disponibles son aún más escasos, en 
contextos del III milenio cal BC se documenta un tipo 
de aprovechamiento basado en el cultivo de cereales, 
con diferentes variedades de trigo -incluido el trigo 
desnudo- y cebada. Se cultivaban asimismo cereales 
de verano (mijo, panizo), de ciclo vegetativo comple-
mentario al del trigo. Ello sugiere la puesta en prác-
tica de primitivas técnicas de rotación de cultivos, lo 
que implica un aprovechamiento continuo del limita-
do terrazgo agrícola durante todo el ciclo anual. Este 
sistema intensificado de explotación agrícola incluía 
también cultivos complementarios como las legum-
bres (Ontañón et alii, 2013; Zapata, 2006).
Las afirmaciones anteriores encuentran refrendo 
empírico en una de las secuencias estratigráficas más 
completas y mejor documentadas para estos períodos 
en nuestra región (incluida una amplia series de da-
taciones absolutas que abarca desde los inicios del V 
milenio hasta mediados del III cal BC), la del yacimien-
to de la cueva de Los Gitanos, en Montealegre (Castro 
Urdiales, Cantabria) (Ontañón, 2000; 2005; 2008; 
Ontañón et alii, 2013). Protegido por un abrigo espa-
cioso y bien orientado, se abre a media ladera de una 
colina que domina una amplia vega fluvial en la franja 
litoral. Los trabajos de excavación han permitido do-
cumentar una secuencia de ocupación que se inicia 
en tiempos neolíticos y tiene su techo en el Calcolítico. 
Parca en testimonios industriales (cerámicas de for-
mas y decoraciones poco significativas aunque muy 
informativas sobre los procesos productivos (Cubas et 
alii, 2014; Cubas y Ontañón, 2009), escasas industrias 
líticas entre las que destacan los microlitos geomé-
tricos con retoque en doble bisel, piezas clásicas de 
la metalurgia campaniforme como las puntas de tipo 
Palmela -aunque en contexto superficial-), ha ofrecido 
abundante información de tipo paleoambiental y eco-
nómico que revela la persistencia durante el Neolítico 
de una explotación intensiva de los recursos marinos 
(Álvarez et alii, 2011) -dista del mar escasos cinco ki-
lómetros en línea recta- y una marcada progresión en 
el aprovechamiento de las faunas terrestres hacia el 
predominio de unos modos productores especializa-
dos en la ganadería de vacuno. Así, la caza de ungu-
lados salvajes (especialmente ciervo, con jabalí y cor-
zo) domina en los niveles más antiguos, junto con el 
ganado ovicaprino; el porcino aparece sólo en el nivel 
neolítico final; en los más recientes desciende acusa-
damente la caza y aumenta en la misma proporción 
el bovino, siendo éste el ganado dominante en el ni-
vel superior. El Calcolítico supone por tanto una clara 
inversión en la cabaña ganadera -ya anunciada en el 
Neolítico final-, centrándose ahora la producción en 
el vacuno en detrimento de la “tradicional” cría de 
ovejas y cabras (Altuna y Mariezkurrena, 2009; 2010; 
Álvarez et alii, 2014; Ontañón et alii, 2013). Por lo 
que se refiere a la agricultura, se documenta en con-
texto neolítico a través de la aparición de contados 
palinomorfos de cereal, difíciles de identificar a causa 
de la fuerte carbonización de los restos (Mª. J. Iriarte, 
com. pers.), mientras, la carpología ofrece datos aún 
más esquivos, documentándose granos carbonizados 
de trigo desnudo y avena en el nivel calcolítico (López, 
Arias y Ontañón, e.p.).
En el período contemplado se observa un aumen-
to considerable en la escala geográfica del sis-
tema socioeconómico, evidente sobre todo en la 
expansión del poblamiento. En efecto, sólo en la Pre-
historia reciente se llega a una situación de ocupación 
prácticamente integral del espacio regional, desde la 
propia línea de costa hasta las cumbres de la Cordille-
ra. Puede plantearse para esta etapa la existencia de 
una adaptación del patrón de asentamiento e inter-
vención al enérgico y complicado relieve de la zona 
-que define una estrecha proximidad entre zonas de 
complementariedad económica- y a las necesidades 
del ciclo productivo agropecuario. El modelo socioe-
conómico que proponemos se estructura a partir de 
una unidad fundamental de organización espacial de 
escala comarcal, entendida como soporte físico del 
territorio de explotación económica y de reproduc-
ción social de una comunidad humana, que responde 
de un modo directo a las circunstancias del medio 
físico cantábrico y de los modos económicos produc-
tores (Ontañón, 2001; 2003a).
80 DESARROLLO HISTÓRICO Y DINÁMICAS SOCIALES EN LA PREHISTORIA RECIENTE DE CANTABRIA
El ciclo agropecuario integra diversos usos agrícolas 
y ganaderos, estrechamente interrelacionados y, a la 
vez, afectados por una serie de condicionantes especí-
ficos. Los principales cultivos agrícolas encontrarían su 
óptimo locacional en las tierras bajas y llanas del litoral 
y los fondos de los valles, y podrían desarrollarse, me-
diante rotación de cultivos, a lo largo de buena parte 
del año, proporcionando una de las bases principales 
de la subsistencia humana y, probablemente, animal. 
Las zonas altas, por su mayor rigor climático, son aptas 
únicamente para el cultivo de los cereales más arcai-
cos y mejor adaptados a condiciones frías y húmedas, 
como la escanda o el centeno. Las actividades gana-
deras, que debemos considerar de carácter extensivo, 
se verían sujetas a un ritmo marcadamente estacional 
como consecuencia de los condicionantes impuestos 
por el medio a la utilización de los recursos herbáceos, 
que determinan una secuencia de uso alternante de 
los espacios bajos y altos; los primeros durante el in-
vierno, los segundos en el verano. El aprovechamiento 
de los pastos “naturales” de altura permitiría mantener 
una cabaña de vacuno y lanar relativamente nutrida 
durante gran parte del año, con un coste mínimo y sin 
entrar en competencia con el espacio central dedica-
do a la alimentación directa del grupo humano. Aquí, 
junto al lugar de asentamiento, habitaría en cambio 
el porcino. Ello no implica, así pues, la existencia de 
movimientos de transhumancia a larga distancia2, si no 
desplazamientos de pocos kilómetros en un ámbito co-
marcal o, como mucho, intrarregional, dada la conti-
güidad espacial de los mencionados territorios, proce-
dimiento característico de la ganadería tradicional del 
norte peninsular y vigente aún en la actualidad (Caro 
Baroja, 1977: 174-182). De hecho, en la mayor parte 
de los casos, la comunicación entre el lugar de habi-
tación y las áreas de pastos veranizos -en brañas altas 
o puertos- podría ejecutarse en el curso de un mismo 
día, incluso en unas pocas horas, lo que constituye un 
argumento contra la hipótesis interpretativa tradicio-
nal que, a partir de J. M. deBarandiarán, postula una 
neolitización cantábrica aportada por constructores de 
megalitos sustentados en una “economía pastoril”3.
Sin embargo, no se observan indicios de procesos 
de jerarquización de la red de asentamientos o en su 
ordenación interna que permitan plantear inferencias 
acerca de modificaciones en la estructura económica 
y social que sostiene esa organización. La vigencia de 
hábitat en cueva hasta, al menos, momentos termina-
les del III milenio cal BC apuntaría, por el contrario, a 
una situación de cierto arcaísmo en relación con este 
aspecto. Aparte las concentraciones de industrias lí-
2. La transhumancia es un fenómeno que corresponde a circunstancias his-
tóricas muy concretas y vinculadas a un fuerte incremento de la produc-
ción orientado a la exportación hacia las zonas urbanas, en el marco de 
la inserción de esta actividad primaria en circuitos comerciales de escala 
estatal e internacional, no aplicables, obviamente, a nuestro caso de estu-
dio.
3. Este modelo paleoeconómico, con tanto arraigo en la historiografía 
prehistórica de la región, resulta en realidad ciertamente peculiar en el 
ticas en superficie vinculadas al aprovechamiento in-
mediato de fuentes de materia prima, los contados 
asentamientos documentados (p.ej. Peña Oviedo y El 
Castro de Hinojedo (Díez, 1995; Ontañón, 1995) ha-
blan de un hábitat al aire libre extremadamente sim-
ple, constituido por unidades habitacionales levanta-
das con materiales perecederos formando pequeñas 
agrupaciones. La ausencia de indicios de jerarquiza-
ción en el patrón de asentamiento, tanto a escala 
micro como macroespacial, dificulta grandemente la 
proposición de hipótesis relativas a las dinámicas so-
cioeconómicas a partir de la organización espacial de 
la producción. Si admitimos esta ausencia de informa-
ción como una evidencia negativa, se podría plantear 
que el aspecto habitacional tradujese en cierto modo 
las limitaciones de los procesos de jerarquización so-
cial aquí propugnados, tema sobre el que volveremos 
más adelante.
Se detecta asimismo en este período un proceso 
de transformación tecnológica tendente a una 
cierta homogeneización cultural a escala de toda la 
región cantábrica. Este desarrollo encuentra en los 
milenios IV y III cal BC expresiones tales como la apa-
rición y expansión de elementos de la cultura material 
como la técnica del retoque plano o ciertas formas 
y decoraciones cerámicas -entre ellas las campanifor-
mes-. A este respecto, puede mencionarse también la 
similitud estructural de conjuntos industriales líticos 
documentados en yacimientos arqueológicos ubica-
dos en distintos puntos de la Cornisa alejados entre 
sí, en ocasiones, más de un centenar de kilómetros 
(Ontañón, 2001). El desarrollo de la metalurgia, que 
sigue patrones de producción altamente estandariza-
dos, culminará este proceso en los siglos siguientes. La 
introducción y desarrollo de esta novedad tecnológica 
son en nuestra zona de estudio aproximadamente co-
herentes con los procesos observados en otras zonas 
del norte peninsular. Puede plantearse así una prime-
ra adopción de la tecnología metalúrgica basada en 
el trabajo del cobre, con una relevante presencia del 
arsénico en la primera mitad del II milenio a.C. para, 
en un segundo estadio de desarrollo técnico, dar paso 
a la aleación de metales, primero binaria (Cu-Sn) y 
más adelante ternaria (Cu-Sn-Pb). Ese proceso general 
se ve matizado, no obstante, por las particularidades 
detectadas en nuestra región -introducción aparente-
mente tardía de la aleación cobre-estaño y escaso de-
panorama histórico y etnográfico y, desde luego, no es en absoluto “pro-
pio” de un medio ambiente templado como el cantábrico. El pastoreo 
no ha sido nunca, excepto en ecosistemas extremos, un modo econó-
mico exclusivo, sino una actividad complementaria, de peso más o me-
nos importante, e incluida en un sistema agropecuario más amplio. Las 
escasas comunidades plenamente pastoriles conocidas, caracterizadas 
por su nomadismo, como los masai, los tuareg o los mogoles, han de-
sarrollado unas economías que responden a circunstancias geográficas 
muy particulares, medios constituidos por extensas praderas y estepas 
semiáridas, poco aptas para el cultivo. El pastoreo requiere, en cualquier 
caso, un alto grado de especialización. Significaría, por tanto, un estadio 
avanzado, y no inicial, dentro de las economías productoras. Difícilmente 
puede, entonces, suponerse como motor de la neolitización cantábrica.
81Roberto ONTAÑÓN PEREDO
sarrollo de las aleaciones ternarias- que apuntan a la 
existencia de ciertas diferencias geográficas en la ca-
dencia de esta dinámica industrial (Arias et alii, 2005).
Por lo que se refiere a un aspecto considerado 
esencial en los procesos conducentes hacia la “com-
plejidad social”, la especialización o división fun-
cional del trabajo, el único sector de actividad al 
que se podría asociar la existencia de una efectiva es-
pecialización productiva sería la metalurgia. En efec-
to, aparte la división del trabajo regida por el estatus 
de sexo/edad e implicada en la producción de subsis-
tencias, la evidencia existente a este respecto se cir-
cunscribe al complejo metalúrgico y, más en concreto, 
a las comarcas que contaban con recursos cupríferos 
explotables con la tecnología entonces disponible 
(centro y este de Asturias, País Vasco oriental). En el 
caso asturiano se documenta, desde el III milenio cal 
BC en adelante, la implantación de una actividad mi-
nero-metalúrgica de cierta escala que incluye todas las 
fases del proceso de producción, circulación y amorti-
zación de manufacturas metálicas con base de cobre, 
desde la extracción en sistemas de pozos y galerías, la 
reducción de mineral a pie de mina, el moldeado de 
productos intermedios y acabados considerablemen-
te estandarizados, así como la ocultación de éstos en 
depósitos (Blas Cortina, 1983; 1987; 1998).
Otro de los rasgos más visibles en el período ana-
lizado es una considerable expansión de la inte-
racción, evidente en la amplia difusión de un amplio 
catálogo material e ideológico asociado, fundamen-
talmente, a la esfera simbólica. La expresión más de-
purada de esta dinámica de interacción es el estableci-
miento de extensos circuitos de intercambio de bienes 
de alto valor intrínseco adscrito (en término tomado 
de Renfrew, 1986). Aparte la aludida homogeneiza-
ción industrial que experimenta la región en este pe-
ríodo, se pueden citar como testimonios fehacientes 
de esta interacción manifestaciones como la rápida 
extensión de productos manufacturados y conceptos 
como el modo de enterramiento en estructuras me-
galíticas o, más adelante, de modelos iconográficos 
presentes en el arte esquemático de la región, de los 
que hablaremos en el apartado siguiente.
El estudio de un caso concreto vinculado con las 
dinámicas de interacción extrarregional, relacionado 
además con la que puede considerarse manifestación 
más conspicua de intercambios a gran escala durante 
el Calcolítico, el “fenómeno Campaniforme”, ayuda 
a definir la naturaleza específica de estos contactos 
en el III milenio cal BC. Es lo que hemos denomina-
do “fragmentación” campaniforme en el Cantábri-
co (Ontañón, 2003b). La limitada presencia de este 
complejo material en la región se caracteriza por la 
aparición exclusiva de una forma -el vaso de perfil 
sinuoso-, la ausencia de variedades como los marí-
timos puntillados y puntillados geométricos, la diso-
ciación de los diversos componentes del “complejo” 
en los contextos arqueológicos en que se documenta 
o la peculiaridad morfométrica de objetos específicos 
como los puñales de espigo. Así, en contraste con las 
regiones vecinas de la Meseta norte y el Valle del Ebro, 
donde se documentan numerosos conjuntos campa-
niformes, algunos de ellos constituidos por el “paque-
te” material completo, la presencia campaniforme en 
la franja Cantábrica puede ser definida como exigua 
y esporádica, casi marginal. Considerandoesta parti-
cularidad regional desde la perspectiva de análisis de 
la escala del sistema socioeconómico, ese fracciona-
miento cantábrico del Campaniforme podría indicar 
la integración de la región más norteña de la Penínsu-
la en una formación económico-social cuyo territorio 
de implantación sería considerablemente más amplio 
y dentro de la cual aquella funcionaría como “perife-
ria” de un “centro” situado, desde luego, allende los 
límites de la región fisiográfica.
V.2. La instancia superestructural
Uno de los indicios más evidentes de las dinámicas 
sociales actuantes en la Prehistoria reciente cantábrica 
se refiere a las profundas transformaciones en los 
modos sepulcrales, que se detectan prácticamen-
te en todas las variables consideradas en la denomi-
nada “Arqueología de la Muerte” (Chapman, Kinnes 
y Randsborg, 1981): (a) en la localización y tipo de 
contexto funerario: de los monumentos megalíticos 
a los espacios hipogeos en cavidades kársticas, (b) 
en los modos de disposición de los cadáveres: reduc-
ción del número de inhumados por unidad sepulcral, 
desde las inhumaciones “colectivas” a las sepulturas 
individuales, (c) en la cultura material asociada a los 
enterramientos: transformación cualitativa y cuantita-
tiva del repertorio material y “condensación” de valor 
intrínseco adscrito en los objetos ofrendados.
La evolución observada en los ritos funerarios sería 
similar a la documentada en otras regiones peninsu-
lares y europeas que, en sus líneas generales, conduce 
desde los monumentales enterramientos “colectivos” 
del Neolítico avanzado hacia la instauración de las 
pautas funerarias que se van a difundir en los pri-
meros compases de la Edad del Bronce y pervivirán 
en los milenios siguientes, esto es, la utilización de 
tumbas individuales acompañadas de un ajuar más 
o menos opulento y altamente variable. La mutación 
simbólica que esos cambios traslucen es verdadera-
mente radical, en tanto supone el desplazamiento del 
núcleo significante desde las estructuras funerarias de 
inhumación múltiple, en las que los restos cadavéri-
cos eran elementos susceptibles de ser sucesivamente 
manipulados (depositados, removidos o retirados), 
hasta contextos sepulcrales simples, productos de un 
único episodio inhumador, en los que el centro sim-
bólico pasa a ser el propio cuerpo humano allí ente-
rrado (o incinerado en algunos casos, extendiéndose 
esta práctica en el Bronce final) que mantendría así 
intacta su identidad a perpetuidad (Thomas, 1991). 
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82 DESARROLLO HISTÓRICO Y DINÁMICAS SOCIALES EN LA PREHISTORIA RECIENTE DE CANTABRIA
Estas tendencias sepulcrales podrían considerarse, así 
pues, como manifestaciones de un proceso de tras-
lación del contenido simbólico desde el ámbito co-
lectivo al individual y, en paralelo, de intensificación 
en la acumulación de riqueza adscrita a los inhuma-
dos, proceso que en nuestra región -como en otras 
vecinas (Delibes y Santonja, 1987)- contempla una 
“etapa transicional” constituida por enterramientos 
individualizados que suponen la última fase de uti-
lización de depósitos de inhumación múltiple sucesi-
va, comúnmente acompañados de ajuares vinculados 
con el complejo campaniforme.
Este episodio sepulcral reviste el mayor interés en 
el marco de las dinámicas que intentamos aquí perfilar 
y, a la vez, la mayor dificultad interpretativa en clave 
social y cultural, pues contemplaría la permanencia de 
usos seculares sobre los que se anuncian otros nuevos 
y aparentemente contradictorios con los anteriores. 
El mantenimiento durante un tiempo de los atávicos 
recintos sepulcrales para la práctica de inhumaciones 
individualizadas supone posiblemente la afirmación 
simbólica del “nuevo estatus” en el ámbito espacial y 
cultural en que los grupos neolíticos expresaban pre-
cisamente su comunalidad a través del enterramiento 
colectivo de sus difuntos. Esta fase transicional repre-
sentaría, por consiguiente, la primera manifestación 
explícita del desarrollo de la desigualdad social en el 
seno de unas comunidades más o menos homogé-
neas; una jerarquización incipiente que requeriría, en 
su primer impulso, de legitimación o refrendo social 
en el marco ritual tradicional. La nueva fórmula fune-
raria, en la que los cadáveres de unos componentes 
determinados del cuerpo social se inhuman de ma-
nera individualizada con su correspondiente ajuar, 
“clausurando” depósitos de inhumación colectiva 
acumulados durante generaciones, podría pues inter-
pretarse como una estrategia de las élites emergentes 
para vencer la probable resistencia de la colectividad 
a su dominio asentando simbólicamente su privilegio 
directamente en el corazón de la tradición funeraria. 
A esta fase de transformación en los modos sepulcra-
les cabría también asociar manifestaciones como las 
Figura 1: Mapa de situación de la región Cantábrica, con localización de las representaciones rupestres de ídolos armados mencionadas en 
el texto (elaborado por Luis César Teira).
83Roberto ONTAÑÓN PEREDO
figuras de armas grabadas en ortostatos de estructu-
ras megalíticas, que tiene como significativo ejemplo 
en nuestra región el del dolmen de Katillotxu V en 
Mundaka (López et alii, 2006), cuya losa de cabecera 
contiene un magnífica representación de una punta 
de tipo Palmela.
Las dinámicas observadas en los usos funerarios tie-
nen no obstante como rasgo fundamental un elevado 
grado de variabilidad. La simultaneidad de dos tipos de 
contextos funerarios de inhumación múltiple que coe-
xisten largamente en la Prehistoria reciente cantábrica, 
las estructuras megalíticas y las denominadas “cuevas 
sepulcrales”, subrayan esta diversidad mortuoria (On-
tañón y Armendariz, 2006). La convivencia de ambos 
tipos desde el Neolítico avanzado hasta inicios de la 
Edad del Bronce plantea una interesante cuestión ar-
queológica aún sin resolver: interpretada en la historio-
grafía tradicional como resultado de la presencia en la 
región de distintos “grupos culturales”, hoy se puede 
intentar explicar a partir de variables funcionales como 
la correlación espacial de los distintos contenedores fu-
nerarios con áreas de explotación y uso del territorio 
también diferentes, aunque complementarias, y siem-
pre dentro de una misma realidad socioeconómica y 
cultural, la de las comunidades campesinas conforma-
das en la región entre finales del V y el III milenio cal BC. 
No debemos olvidar, finalmente, la incidencia del fac-
tor cronológico en este aspecto concreto de la variabili-
dad funeraria. El registro material muestra la existencia 
de una evolución en el tiempo de los usos funerarios de 
carácter colectivo documentados en la región, que se 
iniciarían con las sepulturas megalíticas que proliferan 
en el tránsito entre el V y el IV milenio cal BC. A pesar 
de la indudable continuación por algún tiempo del uso 
de estas estructuras como lugares de enterramiento, 
en el curso del III milenio cal BC la dicotomía funeraria 
se irá disolviendo hasta acabar resolviéndose en favor 
de los espacios hipogeos. A finales de ese milenio, las 
estructuras megalíticas parecen abandonarse defini-
tivamente, despojadas de su originaria significación 
(adoptándose, empero, cercanas soluciones construc-
tivas en espacios similares, como los cromlech y otras 
manifestaciones “paramegalíticas”). Mientras tanto, 
las cuevas seguirán siendo utilizadas, acogiendo ahora 
sepulturas individuales, y mantendrán su vinculación 
con rituales asociados al mundo funerario hasta, por lo 
menos, la Alta Edad Media.
Junto con los usos sepulcrales, la iconografía del 
arte prehistórico es otra fuente de información pri-
mordial para nuestra búsqueda de indicios de diná-
micas socioeconómicas en el registro arqueológico 
de la Prehistoria reciente cantábrica. El arte prehis-
tórico, la más prístina manifestación conservada del 
pensamiento simbólico de las sociedades anepígrafas,ofrece en nuestro caso de estudio valiosos ejemplos 
cargados de significación que nos sirven para com-
pletar la indagación sobre este aspecto de la instancia 
superestructural.
Figura 2: Ortostatos M1 y M2 del Collado de Sejos (Mancomunidad 
de Campoo-Cabuérniga) (L. C. Teira / R. Ontañón).
Se conoce en la región Cantábrica una serie de re-
presentaciones rupestres de ídolos armados, corres-
pondientes al ciclo artístico del arte esquemático que, 
gracias a los paralelos muebles, pueden encuadrarse 
cronológicamente entre finales del III milenio e inicios 
del II milenio cal BC. Atendiendo a criterios tipológi-
cos y geográficos, estos motivos se agrupan en dos 
conjuntos diferentes, configurando sendos grupos 
iconográficos muy característicos y transmisores de 
ideología inter e intragrupal (Fig. 1).
El primer grupo está integrado por las figuraciones 
de “tipo Peña Tú”, motivos de morfología cuadrangu-
lar subdivididos internamente por bandas horizontales 
en ocasiones rellenas con zigzags, algunos de los cua-
les se acompañan de representaciones de armas como 
puñales o espadas cortas y, en un caso, de una alabar-
da: los ejemplos más señeros son las figuraciones del 
abrigo epónimo en Puertas de Vidiago, Asturias (Bueno 
y Fernández-Miranda, 1981), en Cantabria, los ortosta-
tos decorados del collado de Sejos (Mancomunidad de 
Campoo-Cabuérniga, Cantabria) (Bueno, 1982; Bueno, 
Piñón y Prados, 1985; Teira y Ontañón, 2000a) (Fig. 2) 
y el bloque errático del Hoyo de la Gándara (Garaban-
dal, Cantabria) (Saro y Teira, 1992) y, ya en la vertiente 
meridional de la Cordillera, la estela de Tabuyo del Mon-
te (León) (Almagro Basch, 1972). La amplia dispersión 
geográfica de estas manifestaciones delimita un exten-
so espacio de identificación ideográfica que pondría de 
manifiesto la existencia de una cierta identidad sociocul-
tural o, cuando menos, de una comunidad conceptual 
extendida sobre un dilatado territorio del norte peninsu-
lar. Esta “colectividad simbólica” desborda largamente 
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84 DESARROLLO HISTÓRICO Y DINÁMICAS SOCIALES EN LA PREHISTORIA RECIENTE DE CANTABRIA
en su expansión las unidades de poblamiento local y, 
por tanto, implicaría la participación de un buen nú-
mero de células primarias de organización social en un 
ámbito común y supracomunitario de adscripción cul-
tural. Estaríamos, así pues, ante un magnífico ejemplo 
de definición de un espacio social en la Prehistoria re-
ciente cantábrica, que sería resultado de la culminación 
de un proceso de humanización del paisaje, de conver-
sión del espacio en territorio. Un proceso que tendría 
en las estructuras megalíticas construidas a caballo entre 
los milenios V y IV cal BC sus primeras manifestaciones 
evidentes y que culmina ahora, transformándose, con 
estos hitos indicadores de un nuevo universo simbólico, 
significantes de la expansión de un nuevo orden social. 
En suma, esta hipótesis podría argüirse en favor del re-
conocimiento, ya a finales del III milenio cal BC, de un 
nivel de agregación social netamente superior al de la 
comunidad doméstica. 
El segundo grupo iconográfico presenta una dis-
tribución geográfica mucho más restringida, en torno 
a la comarca de Monte Hijedo, situada en el tramo 
más alto del Valle del Ebro (Teira y Ontañón, 1996; 
1997; 2000b). Lo componen paneles rupestres con 
figuras profundamente grabadas en la roca cuyo mo-
tivo principal y recurrente es una figuración antropo-
mórfica muy esquematizada que se resuelve en forma 
de arco. En algunos casos, la parte central de este 
diseño contiene un puñal u otros motivos cuya inter-
pretación no es tan evidente.
En el lugar denominado Peña Lostroso (Las Rozas 
de Valdearroyo, Cantabria), sobre el ángulo de un gran 
bloque rocoso se observa grabada una composición 
que yuxtapone figuras antropomorfas de igual tamaño 
formando un largo friso en cuyo centro, y separado de 
los anteriores, destaca un idoliforme dotado de atribu-
tos que lo distinguen claramente de los demás: aunque 
de idéntica morfología, tiene mayor tamaño y hace 
ostentación de una espléndida arma (Fig. 3). Estamos 
aquí ante una inequívoca representación simbólica de 
diferenciación social; ante un magnífico ejemplo de de-
sarrollo de un programa iconográfico que idealiza el 
predominio de una figura sobresaliente, central e indi-
vidualizada, personalizada por la posesión de un arma 
que la diferencia aún más de la colectividad. Otro inte-
rés añadido a este panel de Peña Lostroso es la docu-
mentación de una primitiva formulación de la técnica 
de representación conocida como “perspectiva jerár-
quica”, que consiste en otorgar mayores dimensiones 
al elemento que se desea destacar. El empleo de esta 
convención, desarrollada en tiempos muy posteriores 
de la historia del arte, nos habla de un arte rupestre 
conceptualmente avanzado, al servicio de la expresión 
simbólica de la hegemonía de una parte sobre la tota-
lidad del grupo social. 
El reciente hallazgo de la estatua-estela de Salcedo 
(Valderredible) nos acerca al que podría haber sido el 
prototipo de este grupo de grabados rupestres (Teira 
y Ontañón, 2016) (Fig. 4). Se trata, bien del modelo 
o bien del trasunto en bulto redondo del que puede 
denominarse “estilo Monte Hijedo”, y nos permite 
analizar en tres dimensiones las convenciones de re-
presentación que, en aquellos, se resuelven de manera 
Figura 3: Friso grabado de Peña Lostroso (Las Rozas de Valdearroyo, Cantabria) (L. C. Teira / R. Ontañón).
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85Roberto ONTAÑÓN PEREDO
diferente para ajustar los motivos figurados a la unidi-
mensionalidad del soporte: la forma general de la esta-
tua-estela es muy similar a la de las figuras delimitadas 
en relieve por una ancha y profunda incisión perimetral 
en la pared rocosa; la fina ejecución del puñal en bajo-
rrelieve es prácticamente idéntica al de la figura central 
de Peña Lostroso (motivo que se resuelve de modo mu-
cho más tosco en el “ídolo” de Redular en Ruanales); 
el cinto con flecos laterales de la estatua-estela explica 
la pequeña forma en arco infrapuesta al puñal cuyos 
extremos inferiores se rematan en varias incisiones…
VI. UNA INTERPRETACIÓN PARA ESA LECTURA: 
RASGOS FUNDAMENTALES DE LAS DINÁMICAS 
SOCIOECONÓMICAS EN LA PREHISTORIA 
RECIENTE DE CANTABRIA
Siguiendo propuestas interpretativas esbozadas en 
trabajos anteriores (Ontañón, 2003a; 2006), el desa-
rrollo histórico de la Prehistoria reciente en el sector 
central de la Región Cantábrica puede estructurarse en 
tres etapas: la primera de formación o “epigenética” 
(en término de Friedman y Rowlands, 1977), la segun-
da de culminación y crisis, y la tercera de implantación 
y consolidación del nuevo sistema socioeconómico.
En la fase “epigenética”, que se asimilaría al Neo-
lítico avanzado de la periodización convencional, se 
observa una progresiva especialización de la base eco-
nómica en los modos productivos, que tiene entre sus 
consecuencias un incremento de la sujeción espacial y 
temporal inherente al desarrollo del ciclo agropecuario. 
Ello supone una profunda modificación en la relación 
de los hombres con el medio y entre sí respecto a la an-
terior formación económico-social fundamentada en 
los modos predatorios de subsistencia (caracterizados 
por la movilidad y la diversificación), que se expresa en 
una mayor “fijación” a la tierra y en una fuerte acen-
tuación de la interdependencia. Tiene también como 
consecuencia un considerable aumento en la producti-
vidad del sistema económico que, a juzgar por las evi-
dencias de ocupación del territorio, llevaría aparejado 
un incremento de la población (sin que podamos, no 
obstante, establecer una prelación causal entre ambos 
fenómenos). Esta “presión” demográfica, a su vez, ha-
bría podido generar o, al menos, estimular una cierta 
tensión social que podría haberse resuelto a través de 
mecanismos de segmentación o fisión (Sahlins, 1972), 
impulsores de una expansióndel poblamiento. En 
esta etapa se asistiría, así pues, al desarrollo retroali-
Figura 4: Desarrollo en vistas diedras de la estatua-estela de Salcedo (Valderredible, Cantabria) (L. C. Teira / R. Ontañón).
 
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86 DESARROLLO HISTÓRICO Y DINÁMICAS SOCIALES EN LA PREHISTORIA RECIENTE DE CANTABRIA
mentado de dinámicas de crecimiento económico y 
demográfico, viables por sus propias posibilidades de 
expansión y que no conllevarían, necesariamente, una 
profunda transformación social. La más evidente ma-
nifestación superestructural de esta expansión del sis-
tema socioeconómico neolítico es la larga perduración 
de los contextos funerarios de enterramiento colectivo, 
en estructuras megalíticas y en cuevas, que podrían 
considerarse expresiones simbólicas de una cierta esta-
bilidad del modelo.
La culminación de ese proceso, que según distin-
tas fuentes de evidencia tendría lugar en un punto 
crucial situado a finales del III milenio cal BC, condu-
ciría a ese dinámico sistema a una situación crítica 
derivada de la imposibilidad de continuar la expan-
sión del modelo socioeconómico, una vez alcanzados 
los límites de los recursos explotables necesarios para 
sostener esas dinámicas de “crecimiento”. Dicho en 
otras palabras, se llegaría a una coyuntura de pará-
lisis de los mecanismos básicos de reproducción del 
sistema que conllevaría, inevitablemente, su estanca-
miento. La estrategia seguida para la superación de 
esa coyuntura parece haber sido la intensificación de 
la producción de subsistencia en los campos de mayor 
potencial de incremento de la productividad: la agri-
cultura y la ganadería. Se llegaría, así, a una total po-
larización agropecuaria de la base económica, propia 
de lo que puede considerarse una verdadera “socie-
dad campesina”; en palabras de J. Vicent (1990), una 
colectividad integrada básicamente por productores 
primarios directa y permanentemente vinculados a 
los medios de producción agraria. Una consecuen-
cia de la implantación de este modelo productivo es 
el desarrollo de las posibilidades de acumulación de 
excedentes, germen elemental de desigualdad social. 
La provisión de remanentes es imprescindible para la 
continuidad del ciclo agropecuario y se destina en ori-
gen a la reproducción de la fuerza de trabajo (p.ej., 
alimentación de los trabajadores, reserva para semen-
tera, etc.). El aumento de esa capacidad propiciaría el 
surgimiento y posibilitaría el mantenimiento, al me-
nos a tiempo parcial, de especialistas dedicados a ta-
reas productivas no relacionadas con la subsistencia, 
como mineros y metalúrgicos, una fuerza de trabajo 
cuya reproducción no dependería ya de la autosub-
sistencia. Se alcanzaría entonces un nivel de desarro-
llo de las fuerzas productivas suficiente para poder 
actuar como prerrequisito en la configuración de 
unas relaciones sociales de producción basadas en la 
apropiación del plustrabajo de los productores prima-
rios, antes destinado a satisfacer intereses comunes 
y orientado ahora al mantenimiento de una minoría 
detentadora del control sobre los medios (materiales, 
rituales o de otro tipo) de asegurar las necesidades 
colectivas (Godelier, 1990). Sin embargo, ese nivel de 
desarrollo no determina en sí mismo la forma especí-
fica o naturaleza de esas relaciones; es decir, constitu-
ye la base material necesaria para el establecimiento 
de esa clase de relaciones sociales de producción pero 
no cabe entenderlo propiamente como su causa.
En otras palabras, las principales transformaciones 
observadas en la base económica entre los primeros 
compases de la neolitización cantábrica y la defini-
tiva implantación de los modos de vida campesinos 
podrían entenderse como el tránsito desde sistemas 
fundamentados en la movilidad y la diversificación 
-herederos de los modos predatorios de las últimas 
comunidades mesolíticas, aún con un cierto peso 
relativo en los inicios del Neolítico- hacia economías 
dependientes de la acumulación y el intercambio -de 
cosechas, de ganado y sus productos derivados, de 
productos manufacturados-, un proceso que se con-
sidera a menudo asociado a (y retroalimentado por) 
una creciente agregación poblacional. Tales dinámi-
cas en la base económica generarían unas condicio-
nes favorables a la intensificación de la interacción 
regional, al crecimiento de los conflictos bélicos y a la 
estratificación social (O’Shea y Halstead, 1989).
Como elementos coadyuvantes en esta dinámica 
de cambio económico y social, pueden citarse varios 
factores antrópicos y naturales, endógenos y exóge-
nos, que impulsarían, en diferentes coyunturas, for-
mas e intensidades, un aumento de las desigualda-
des y los conflictos intra e intergrupales: (a) El control 
de los recursos primarios o de subsistencia: la propia 
tierra, los medios esenciales para cultivarla (como las 
semillas), sus productos (esencialmente los cereales) 
y el ganado, (b) la apropiación permanente o territo-
rialización del espacio y la desvinculación intergrupal 
que este fenómeno induce, (c) en su caso, el control 
de los recursos metalíferos, la actividad extractiva y 
la industria metalúrgica y sus derivados, (d) un apa-
rente deterioro climático, constante en su tendencia 
y crítico en su evolución (Fábregas et alii, 2003), (e) 
la eventual incidencia de avatares o catástrofes na-
turales a mayor o menor escala (tormentas, sequías, 
plagas, epidemias, etc.).
La interacción entre diversas instancias de las fuer-
zas productivas (estrés ambiental, evolución de los me-
dios de producción) y de las relaciones de producción 
(intentos de control de esos nuevos medios de pro-
ducción), conduciría a un proceso de diferenciación 
económico-social que terminará en la institución de es-
tructuras de poder político manejadas por un sector de 
la comunidad. Ese proceso se basaría en el desarrollo 
de mecanismos de acumulación y control diferencial 
de los recursos de producción y reproducción social y 
conllevaría el surgimiento de crecientes desigualdades 
interfamiliares e intergrupales en el seno de las comu-
nidades segmentarias, conduciendo finalmente a éstas 
a una profunda transformación social.
El registro arqueológico correspondiente a la Pre-
historia reciente de la región proporciona, en efecto, 
indicios que podrían interpretarse como testimonios 
de transformaciones en las relaciones sociales de pro-
ducción que, siguiendo a Meillassoux (1985), dan lu-
87Roberto ONTAÑÓN PEREDO
gar a una formación económico-social en la cual la 
reproducción del conjunto de la sociedad -esto es, la 
redistribución de las subsistencias y de la energía hu-
mana- se ejerce de forma institucional en beneficio 
de un sector específico a expensas de otro o, dicho 
de otro modo, estaría controlada por una fracción del 
cuerpo social y orientada en su provecho. Se llegaría, 
en definitiva, a una permanente disociación entre el 
ciclo productivo y el reproductivo, configurándose un 
sistema social basado en unas relaciones organizadas 
de explotación. Ese proceso de diferenciación social 
comenzaría por la adaptación de los nuevos modos 
de dominación a las formas de poder precedentes 
(estrategia reflejada en la que antes denominamos 
“fase transicional” del desarrollo de las dinámicas fu-
nerarias) y terminará por la institución de verdaderas 
estructuras de poder político.
La tercera etapa que jalona el desarrollo histórico de 
la región desde las primeras centurias del II milenio cal 
BC hasta los primeros siglos del I, contemplaría la con-
solidación del sistema socioeconómico resultante del 
proceso de cambio resumido en los párrafos anteriores.
Volviendo al registro arqueológico regional, se pue-
den considerar expresiones significativas del nuevo or-
den social fenómenos como la implantación y desa-
rrollo de un modelo de circulación a largo alcance de 
bienes de alto valor primario (especialmente, objetos 
suntuarios de cobre y bronce y otros materialessingu-
lares), el acopio e inmovilización de aquéllos en tumbas 
y depósitos u ofrendas y la iconografía del nuevo arte 
rupestre, manifestaciones todas ellas que, parafrasean-
do a Antonio Gilman (1991), pueden ser interpretadas 
como testimonios materiales de los esfuerzos de las eli-
tes emergentes para mantener su adhesión contra la 
esperable resistencia de los dominados a su situación 
de sumisión, y que nos proporcionan una excelente 
oportunidad de reconstruir la aparición de la estratifi-
cación social estudiando la evidencia de la “conciencia 
de clase” de la primera clase dominante.
Descendiendo a un mayor grado de detalle, pue-
den rastrearse en el registro algunos indicios acerca 
de la naturaleza específica de los nuevos mecanismos 
de dominación. Así, la ubicua presencia de las armas 
entre esos objetos de “aparato” y su adscripción in-
dividual, bien a personas reales (vivas o muertas) o a 
efigies antropomorfas, remiten a alguna forma de po-
der personalizado y caracterizado por su vinculación 
con un rango de actividades muy concreto como las 
venatorias y las bélicas, que implican cualidades tales 
como la valentía, la fuerza o la destreza y que son 
adscritas, en casi todos los contextos socioculturales 
conocidos, a individuos masculinos adultos. Es inne-
gable el eminente papel de las armas como medio 
ideológico de legitimación de las nuevas formas de 
poder. Las figuraciones de esta clase de objetos gra-
badas en los ortostatos de algunos megalitos anun-
ciaban en la etapa anterior la utilización de la ico-
nografía como vehículo simbólico de una incipiente 
hegemonía social que alcanza su plena expresión en 
los ídolos armados de la Edad del Bronce. A la vista de 
esta evidencia cabría otorgar una cierta importancia 
a la coacción -directa o indirecta- entre los nuevos 
engranajes de dominación.
Y son precisamente las armas (espadas, puñales, 
puntas y, sobre todo, hachas) y otros utensilios y ador-
nos metálicos los vestigios arqueológicos, ahora prác-
ticamente exclusivos, de la estabilidad estructural y la 
escala geográfica de un sistema socioeconómico que 
incluye el establecimiento de extensas redes de circula-
ción de bienes e ideas y que permanecerá vigente has-
ta, al menos, los primeros siglos del I milenio, partici-
pando en la entidad arqueológica que la investigación 
histórico-cultural tradicional ha denominado “Bronce 
Atlántico” (Macwhite, 1951; Jorge, 1998; Ruiz-Gálvez, 
1987). En los compases finales de la etapa histórica 
aquí considerada, los usos rituales de algunos de los 
objetos de esta pujante interacción, como los calderos 
de remaches, vinculados a banquetes ceremoniales de 
tintes guerreros, arrojan luz sobre la naturaleza de esas 
redes de intercambio, de las relaciones sociales que les 
subyacen y, en definitiva, de la formación económi-
co-social en la que su fabricación, circulación a larga 
distancia y utilización en festines rituales encuentran 
justificación (Mederos y Harrison, 1996).
Pero esos objetos de “prestigio” no son en sí causa 
de desigualdad social si no su instrumento o mani-
festación más evidente: junto con la iconografía, y lo 
mismo que los rituales asociados a su uso, dan sopor-
te ideológico a los mecanismos de dominación. En 
coherencia con los planteamientos teóricos de nues-
tra aproximación a la dimensión social del registro 
arqueológico, debemos buscar una explicación a esa 
asimetría en los fundamentos económicos de la socie-
dad en cuestión.
Como señalamos en el apartado 4, y a diferencia 
de las regiones que se extienden más al sur, uno de 
los rasgos que definen la Prehistoria reciente del nor-
te peninsular es la carencia de documentación acerca 
de un hábitat de cierta entidad al menos hasta bien 
entrado el I milenio cal BC. Mientras en la Meseta sep-
tentrional o el Alto Ebro existen ya establecimientos 
organizados e incluso fortificados desde el Calcolíti-
co (en el sector occidental de la Submeseta Norte) o 
el Bronce avanzado, en nuestra región no se atesti-
guan asentamientos de cierta importancia, esto es, 
poblados dotados de estructuras defensivas, antes del 
Bronce final o el primer Hierro (Arias et alii, e.p.), en 
el horizonte de formación de las culturas castreñas. 
Así, la aparente ausencia de un hábitat de cierta con-
sideración, al igual que la falta de cualquier indicio de 
jerarquización en la red de asentamientos, vendría a 
definir uno de los principales “límites” de los procesos 
de desarrollo socioeconómico que intentamos diluci-
dar. Siguiendo este hilo argumental, concluimos con 
unas breves consideraciones acerca del nivel de orga-
nización social alcanzado por las comunidades que 
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Tachado
Serna, Martínez y Fernández, 2010
88 DESARROLLO HISTÓRICO Y DINÁMICAS SOCIALES EN LA PREHISTORIA RECIENTE DE CANTABRIA
habitaron la región durante la Prehistoria reciente y 
de los posibles fundamentos económicos de la des-
igualdad social detectada.
Con carácter general, sólo cabe esperar el desarrollo 
de procesos de agregación poblacional a gran escala en 
áreas donde exista una dinámica demográfica favora-
ble, recursos potenciales suficientes para sostenerla y la 
tecnología adecuada para su explotación. En la Prehis-
toria reciente de Cantabria parecen darse, como hemos 
visto, los prerrequisitos primero y tercero. Sin embargo, 
las características físicas y ambientales de la región de-
terminarían la existencia de ciertas restricciones en las 
bases productivas que condicionarían las tendencias de 
desarrollo social detectadas en este período histórico y, 
al mismo tiempo, concretarían los mecanismos específi-
cos que conducen hacia un nivel de organización social 
muy alejado siquiera de una incipiente estructura esta-
tal. Esos límites en las fuerzas productivas vendrían de-
finidos, básicamente, por un terrazgo agrícola reducido 
e insuficiente para generar, con la tecnología disponible, 
una producción capaz de sostener un sistema social más 
complejo. Aunque desde la introducción de los modos 
productores y a lo largo de los diferentes periodos histó-
ricos han existido en el Cantábrico campos de cereal de 
diversas especies (diferentes variedades de trigo, cebada, 
centeno y otros cereales de verano), esta insuficiencia 
de grano molturable ha constituido siempre uno de los 
rasgos característicos de la producción agrícola local4.
Partiendo de la premisa de que los recursos apro-
piados de forma privativa por las elites ascendentes 
(principio estructurante de las relaciones desiguales 
de producción) están relacionados con la intensifica-
ción de las producciones de subsistencia, podemos 
plantear que éstas, en su desarrollo, derivarían en una 
productividad más alta y también posiblemente dife-
rencial a causa de la interacción de los factores de 
cambio enumerados en relación con la etapa anterior. 
En el caso de nuestra región tal vez sea más apropia-
do considerar al ganado y, en sentido más amplio, 
la ganadería y todo el complejo productivo vincula-
do con su explotación, como el elemento principal 
-aunque no único- en la gestación de los mecanismos 
conducentes a la desigualdad social. No existen en 
la zona (como, por ejemplo, en el sureste peninsu-
lar) marcados contrastes ambientales intrarregionales 
que pudieran justificar un desarrollo diferencial ba-
sado en las condiciones de explotación de la tierra. 
Por el contrario, la configuración física de la región, 
4. En contra de la imagen estereotipada que se tiene del campo cantábri-
co, el terrazgo de esta zona, aunque muy limitado en extensión y tradi-
cionalmente pobre a causa de las restricciones del medio físico, no fue 
nunca ganadero. Las montañas cantábricas han sido, desde que se tiene 
documentación histórica fidedigna al respecto -es decir, desde época 
medieval-, tierras de cereal, aunque su capacidad productiva raramente 
ha superado las mínimas necesidades de subsistencia -más bien al con-
trario-, ha resultado endémicamente deficitaria. Excepto en zonas muy 
específicas, la producciónagrícola era la predominante en la economía 
de las áreas rurales, y los prados constituían una parte secundaria del 
terrazgo -si bien en progresivo aumento-. Aparecían mezclados en las 
“erías” o “mieres” con las “tierras de pan llevar” (a veces sujetos al mismo 
en la que a cortas distancias alternan terrenos bajos 
(llanura litoral y valles fluviales) y zonas montañosas 
(sierras litorales, interfluvios y Cordillera), favorece el 
establecimiento de un sistema basado en la explota-
ción agropecuaria de zonas ecológicas y económicas 
adyacentes y complementarias. Además el ganado 
mayor y menor, sobre todo a medida que se avan-
za en el aprovechamiento de sus recursos derivados, 
constituye un medio de producción y reproducción 
humana muy valioso y que requiere, al mismo tiem-
po, una importante inversión de trabajo. Se trata, por 
consiguiente, de un bien precioso que es, además, 
de carácter semoviente y susceptible por tanto de in-
tercambio y también de sustracción, resultando, en 
definitiva, un recurso muy apto para el desarrollo de 
formas de acumulación diferencial y, por ende, para el 
surgimiento de conflictos5. 
Ese “crecimiento desigual” podría haber propicia-
do la competencia ínter e intragrupal y el surgimiento 
de pretensiones de exclusividad o preferencia sobre 
los recursos agropecuarios, reclamaciones que se in-
tentarían satisfacer por medio de estrategias basadas 
en prácticas de hegemonía ideológica y auxiliadas, en 
caso de ser necesario, por el recurso a la compulsión 
directa, y que resultarán, con el tiempo, en alguna 
forma de tenencia privilegiada de los recursos básicos 
(la tierra, los pastos, el ganado) y de control sobre 
el trabajo de los otros. En este punto, la formación 
económico-social se ha visto ya profundamente trans-
formada, convertida su estructura en la organización 
jerarquizada que se detecta en la región a lo largo de 
la Edad del Bronce.
Quedaría así definido en lo esencial, en un momen-
to que diferentes evidencias situarían a finales del III 
milenio cal BC, el sistema socioeconómico vigente en 
los milenios siguientes, fundamentado en una base de 
subsistencia agropecuaria, organizado en un bajo nivel 
de agregación poblacional y con una estructura social 
que, utilizando el vocabulario antropológico funciona-
lista, cabría asimilar a alguna forma de “jefatura”. Po-
dría sugerirse, en conclusión, una cierta especificidad 
del proceso histórico desarrollado en la región entre el 
V y el I milenio cal BC, aunque cabe plantear, al mismo 
tiempo, que las dinámicas socioeconómicas constata-
das en esta área septentrional siguen en sus líneas ge-
régimen de alternancia que aquéllas) o agrupados en su periferia, y en 
forma de manchas aisladas en los montes y, sobre todo, de pastizales en 
las zonas de alta montaña. La mayor parte del espacio cultivable estaba 
ocupado por pequeños campos de trigo (diferenciándose expresamente 
entre el trigo o “pan” y la “escanda”), cebada, centeno, mijo y panizo. 
Un variado repertorio de cultivos que no difiere mucho del documentado 
arqueológicamente en los depósitos de la Edad del Bronce.
5. Las numerosas reglamentaciones y actos jurídicos (ordenanzas, acuer-
dos y pactos) que en tiempos históricos y a partir de la costumbre han 
regulado escrupulosamente la explotación de este recurso (derechos, 
servidumbres y mancomunidades de pastos entre términos de pueblos o 
concejos colindantes), así como los abundantes conflictos y pleitos que 
a este respecto se han suscitado, nos ilustran acerca de los problemas 
que desde siempre ha supuesto la adecuada ordenación de este sector 
productivo y, al mismo tiempo, sobre la importancia que el mismo ha 
tenido para las comunidades campesinas norteñas.
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Tachado
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Texto insertado
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89Roberto ONTAÑÓN PEREDO
nerales una orientación y tienen unos resultados simi-
lares, aunque de alcance sensiblemente más limitado, 
a los de otras zonas peninsulares.
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