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Biblioteca Basica de Historia -Monografías- La Revolución Francesa Esperanza Yllán ANAYA E n 1789, hace ahora doscientos años, se inició en Francia un proceso revolucionario que llegó a transformar el orden tra dicional del Antiguo Régimen y cuyos protagonistas principales procedían del «tercer estado»: burgueses, campesinos y prole tarios. A lo largo de este proce so, que culminó en 1799, se produjeron acontecimientos de repercusión universal, que si guen suscitando controversias. ESPERANZA YLLAN, Profesora Titu lar de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid, es autora de numero sos libros y artículos sobre te mas históricos. 1544038 La Revolución Francesa Esperanza Yllán Colección: Biblioteca Básica Serie: Historia (Monografías) Diseño: Narcís Fernández Maquetación: Pablo Rico Comentarios a las ilustraciones: Manuel González Moreno Ayudantes de edición: Mercedes Castro y Olga Escobar Coordinación científica: Joaquim Prats i Cuevas (Catedrático de Instituto y Profesor de Historia de la Universidad de Barcelona) Coordinación editorial: Juan Diego Pérez González Enrique Posse Andrada © del texto. Esperanza Yllán, 1989 © de la edición española, Grupo Anaya, S A . 1989 Telémaco. 43. 28027 Madrid Primera edición, septiembre de 1989 Segunda edición, julio de 1991 Tercera edición, mayo de 1993 I.S.B.N.: 84-207-3445-4 Depósito legal: M-8.513-1993 Impreso en ANZOS, S. A. La Zarzuela. 6 Polígono Industrial Cordel de la Carrera Fuenlabrada (Madrid) Impreso en España Printed in Spaln R e s e rv a d o s to d o s lo s d e re c h o s D e c o n fo r m id a d c o n lo d is p u e s to e n e l a r t íc u lo 5 3 4 - b is d e l C ó d ig o P e n a l v ig e n te , p o d r á n s e r c a s t ig a d o s c o n penas de multa y p r iv a c ió n d e l ib e r ta d q u ie n e s r e p r o d u je r e n o p la g ia re n , e n to d o o e n p a r te , uno o b ra l ite ra r ia , a r tís t ic a o cientijfica f i ja d a e n c u a lq u ie r t ip o d e s o p o r te , s in la p r e c e p t iv a a u to r iz a c ió n . Contenido L a R e v o lu c ió n F r a n c e s a : u n a p o lé m ic a a b ie r ta 4 1 La Francia del Antiguo Régim en 6 2 Francia en vísperas de la Revolución 12 3 La tom a de la Bastilla 24 4 Los principios de 1789: abolición del feudalism o y D e c la r a c ió n d e D e r e c h o s d e l H o m b r e 26 5 El rey y la Asam blea Legislativa 38 6 La República Democrática: girondinos y montañeses 48 7 La Convención montañesa y el G obierno revolucionario 60 8 La dictadura jacobina y la primeras victorias del G obierno revolucionario 70 9 El Directorio 80 1 0 El go lpe de estado del 18 Brumario: N apoleón Bonaparte 86 D a t o s p a r a u n a h is t o r ia 90 G lo s a r i o 92 I n d i c e a l f a b é t ic o 94 B ib l io g r a f í a 96 La Revolución Francesa: una polémica abierta Cuando el 14 de julio de 1789 el pueblo de París asal taba la vieja fortaleza de la Bastilla, Luis XVI, sorpren dido y asustado, preguntó a uno de sus cortesanos: «¿Se trata de un tumulto?» «No, señor — le respondieron— ; es una revolución.» De este modo, los últimos años del siglo XVIII. en el que se habían desarrollado las ideas de la Ilustración, se vieron sacudidos por el impacto de una gran conmoción social, una Revolución que transformó el orden tradicional del Antiguo Régimen y cuyo prota gonismo principal correspondió al llamado te r c e r esta do. burgueses, artesanos, campesinos y asalariados. Ha ce ya doscientos años de aquello y desde entonces no han cesado de publicarse los más variados estudios sobre la Revolución Francesa, que ha sido considerada como el viraje más decisivo en la historia moderna europea. Para muchos franceses, la Revolución no fue una sor presa. Algunos filósofos de la Ilustración la creían inevi table. Ya en 1764 Voltaire había escrito: «Todo cuanto contemplo arroja las semillas de una revolución que sobrevendrá indefectiblemente, y de la que no tendré el placer de ser testigo.» Sin embargo, el XVIII fue un siglo de expansión eco nómica, de enriquecimiento de Europa en general, y de Francia en particular. ¿Por qué entonces terminó el si glo con una revolución y por qué ésta se produjo en Francia? Varias generaciones de historiadores se han he cho estas o parecidas preguntas y sus diferentes respues tas reflejan las diversas formas de entender el proceso histórico general y. sobre todo, la naturaleza de un fenó meno revolucionario que aún continúa suscitando polé micas. El estallido de 1789 estuvo jalonado por aconte cimientos de gran repercusión universal: la D e c la ra c ió n d e D e re c h o s d e l H o m b r e : la instauración del régimen parlamentario, la República; la creación de los símbolos patrióticos franceses (la bandera tricolor y L a M a rs e lle - s a ). así como la propia aparición del concepto contem poráneo de n a c ió n o la incorporación a la ideología po lítica de los conceptos de d e re c h a e iz q u ie rd a . Veamos cómo se desarrollaron los hechos. La creciente activi dad comercial de los puertos ingleses reforzaba el desa rrollo económ ico del Reino Unido, conjugando su ex pansionismo indus trial con la facilidad para abrir nuevos mercados exterio res. Abajo, el puer to de Bristol, a me diados del XVIII. La Francia del Antiguo Régimen A finales del siglo XVIII Francia era. en muchos aspec tos, el país más avanzado de Europa. El movimiento de la Ilustración y las nuevas teorías de los «philosophes» y enciclopedistas franceses circulaban por todo el conti nente, y sus libros y periódicos se leían en todo el mun do. El crecimiento demográfico fue continuo a partir de la segunda mitad del siglo: la población aumentó de 19 a 25 millones en vísperas de la Revolución. Sin embar go, a pesar de que en 1789 existían unas 60 ciudades con más de 10.000 habitantes, el campesinado repre sentaba todavía el 85 por 100 de la población francesa. La actividad comercial y la producción artesanal ha bían experimentado un gran desarrollo. Francia exporta ba a Inglaterra y a Bélgica materias primas (cereales, lana, ganado) y a las regiones orientales del Mediterrá neo y a las colonias americanas artículos manufactura dos y productos alimenticios. También vendía en toda Europa sus excelentes vinos, así como artículos de lujo: encajes, porcelanas, objetos de bronce, muebles finos... 6 Sin embargo, el sistema de aduanas interiores (que correspondían a las antiguas divisiones territoriales del feudalismo) y las trabas que imponían los reglamentos de los gremios, obstaculizaban el desarrollo del comer cio. En las grandes ciudades los artesanos ocupaban distintos barrios según sus oficios: sastres, curtidores, tin toreros, etc.; estaban obligados a pagar fuertes con tribuciones, que recaudaban una amplia red de fun cionarios del gobierno real, y se regían por una estricta reglamentación gremial, que obligaba a producir los ar tículos según modelos y cantidades establecidos, lo que dificultaba el abastecimiento de un mercado cuya de manda estaba en continuo crecimiento. A pesar de estas dificultades, la gran expansión co mercial del siglo XVIII favoreció el desarrollo económi co de un amplio sector de la burguesía, el que estaba al frente de las finanzas, del comercio y de la industria, y que proporcionaba a la monarquía tanto sus técnicos administrativos como los recursos y empréstitos nece sarios para la marcha del Estado. El Antiguo Régimen Mientras Inglaterra aumentaba su co mercio, Francia se encontraba sumida en una crisis que le impedía un despe gue similar al in glés, retrasando su puesta aldía res pecto a la actividad mercantil. Abajo, aduana de Londres. 8 El Antiguo Régimen Este molino de ha rina es un ejemplo del rudim entario sistema de transfor mación de materias primas derivado del Antiguo Régimen. El cam bio de los mecanismos en la actividad agraria, tanto impositivos como comerciales, era necesario para log rar un m ode lo económico mo derno. En la agricultura también habían ido penetrando las relaciones mercantiles, y se había superado el viejo ré gimen de servidumbre que aún existía en Rusia o en la Europa oriental. En Francia, la mayor parte de la tierra pertenecía a los estamentos privilegiados: la nobleza, la Iglesia, y también a la burguesía y a la Corona; pero mu chos campesinos habían accedido a la propiedad, aun que la mayoría trabajaba la tierra en régimen de arren damiento o se encontraba a jornal con el señor o con otro campesino. Pero a pesar de que el régimen de ser vidumbre personal se mantenía en Francia en muy pocos lugares, el sistema agrario y sus relaciones de depen dencia económica seguían reflejando, en su conjunto, la importancia de las cargas feudales y de los tributos se ñoriales. El campesino estaba obligado a entregar parte de la cosecha al propietario de la tierra (generalmente una cuarta parte) o a pagarle su valor en dinero, así como a satisfacer una serie de impuestos por las más variadas actividades: transportar los cereales a través de un puen- te; moler grano en el molino o cocer el pan en el horno del amo. etc. Además de estas cargas señoriales, exis tían otros impuestos, como el diezmo (equivalente a la décima parte de la cosecha) destinado a la Iglesia, y otros muchos en favor del rey: el impuesto de bienes (la ta lla). de ingresos (la vigésima) o el impuesto por cabeza (la capitación). Todas estas cargas o tributos agobiaban al campesino. Incluso los que habían comprado las tie rras a bajo precio tenían que asumir como propietarios los correspondientes impuestos, que apenas podían pa gar con los beneficios de sus tierras y menos aún cuan do tenían que hacer frente a las adversidades de una mala cosecha. Para el pueblo llano, y en particular para los campesi nos y obreros, la expansión económica del siglo XVIII no fue muy apreciable. Los jornales no habían participado en absoluto de la prosperidad de las ganancias burgue sas. Hasta 1780 los precios de los artículos de consumo se elevaron un 65 por 100, mientras los jornales sólo aumentaron un 22 por 100. Por otro lado, la revalorización del suelo y de los pre cios agrícolas que se produjo a partir de 1750 habían beneficiado sobre todo a los grandes terratenientes, que El Antiguo Régimen Los horizontes del pueblo llano no pu dieron mejorar du rante el «siglo de las luces», pese a la ex tensión del pensa miento fisiocrático qtie propugnaba el incentivo de las ren tas y actividades agrarias. Campesi nos cruzando el río en la c iudad de Aviñón. 9 10 El Antiguo Régimen El aspecto cómico de la caricatura de una a r is tó c ra ta francesa (arriba), realzado por la des com unal peluca, constrasta con la elegancia de la pa reja de nobles de la derecha: represen tantes de la suntuo sidad y el lujo reser vado casi en exclu siva a una nobleza ociosa y ciega ante los cambios socia les que se le venían encima. vieron aumentar sus rentas, y a los grandes agriculto res, que obtenían importantes ganancias con la venta de sus excedentes. Al mismo tiempo, esta revalorización provocó un fe nómeno de «reacción feudal»: los propietarios de tierras comenzaron a resucitar y a poner en vigor sus antiguos derechos señoriales y una serie de prestaciones de los campesinos caídas en desuso. Comenzaron a exigir, por ejemplo, una mayor rigidez en los contratos de arren damiento, haciéndolos imposibles de satisfacer por los campesinos. A este renacer del feudalismo sobre el régimen de propiedad de la tierra, se añadió la cada vez más pode rosa presión de los nobles, que intentaban desplazar a la burguesía de los cuerpos de la administración del Es tado. Así, en los diferentes grados de la jerarquía (cor tes de justicia, intendentes, tenientes generales, obispa dos, etc.) se defendía el privilegio nobiliario frente a los «plebeyos». Esta actitud de la aristocracia provocaba la hostilidad de los burgueses y campesinos y contribuyó, en buena medida, a la gestación de un clima prerrevo- lucionario. En definitiva, la Francia del Antiguo Régimen, a pe sar de la prosperidad económica del siglo XVIII y del de sarrollo experimentado por la burguesía francesa (y europea en general), seguía siendo una sociedad rígi damente estructurada en ó rd e n e s , donde aún predomi naban las relaciones feudales. Las órdenes o estamen tos privilegiados (el clero y la nobleza), además de no pagar impuestos directos, ocupaban también los empleos públicos más distinguidos y los más altos cargos de la jerarquía eclesiástica y del ejército. Al tercer estado, o estado llano, pertenecían todos aquellos que no eran ni nobles ni eclesiásticos, es decir, la mayoría de la población de Francia. Jurídicamente ca recían de derechos políticos y estaban sujetos al pago de impuestos. Desde el punto de vista social, pertene cían a este estamento los elementos más activos de la economía: grandes comerciantes, burgueses importan tes, empresarios de manufacturas, así como los secto res ilustrados y profesionales. También pertenecían a él los artesanos (agrupados en cofradías, gremios y cor poraciones) y el campesinado. El Antiguo Régimen Representación tea tral en un salón aristocrático del si glo XVIII. La selecta concurrencia al pe queño espectáculo doméstico simboli zaba el refinamien to social que las clases privilegiadas habían acumulado en su dorada y es pléndida soledad. 11 12 El marqués de Lafa- yette (arriba) luchó en tierras nortea mericanas a favor de la independencia de las trece colo nias que constitui rían los Estados Unidos, merced al triunfo de las ideas de la Ilustración y al tesón de la burgue sía norteamericana en hacer realidad el sueño de libertad que simbolizaba la proclamación de su Independencia (de recha), para lo cual contaron con la co laboración de un cuerpo de ejército francés, mandado por Lafayette, y otro español al mando de B e rn a rd o de Gálvez. Francia en vísperas de la Revolución El fuerte impulso experimentado por la economía fran cesa en el siglo XVIII comenzó a manifestar ciertos sín tomas de agotamiento en la década de 1780. La pérdi da de casi todas sus colonias americanas después de la guerra de los Siete Años (1756-1765) ya había afecta do seriamente al comercio y la situación se agravó más tarde con la intervención francesa en la guerra de Inde pendencia de las colonias británicas en América del Nor te (1777-1783). que produjo considerables gastos y obli gó a recurrir a elevados préstamos. Por otro lado, el tratado de comercio con Inglaterra firmado en 1786, beneficioso para vinateros y comer ciantes, pero que perjudicaba los intereses industriales, contribuyó en buena medida a que la industria experi mentara dificultades. En la década de 1780 los países más avanzados de Europa intentaron una primera ex periencia de comercio libre; se firmaron por entonces varios tratados comerciales y de navegación entre Fran cia y los jóvenes Estados Unidos, Inglaterra y varios paí ses bálticos, con el fin de ampliar los intercambios y re ducir las barreras aduaneras que obstaculizaban las relaciones económicas internacionales. De este modo, el citado acuerdo de 1786 facilitaba la venta de vino y productos de lujo a Inglaterra, pero al mismo tiempo re ducía losderechos aduaneros que habían de pagar las mercancías británicas; como consecuencia de ello, un torrente de artículos ingleses, especialmente textiles, inundó el mercado francés, provocando la alarma y el desconcierto de comerciantes y manufactureros. Sin embargo, el problema más grave seguía siendo el abastecimiento de una población que había crecido a mayor velocidad que la producción de cereales. Fran cia vivía obsesionada por la escasez, por el recuerdo de las «revueltas de hambre» que se habían producido a lo largo del siglo XVll! y el temor a su repetición. Este problema, unido al encarecimiento continuo de los pro ductos alimenticios, explican el descontento y agitación existente entre los campesinos y los sectores urbanos, cuya subsistencia dependía de la producción agrícola. El año anterior a la Revolución, en el verano de 1788, la cosecha fue mala, y el invierno resultó inusita damente riguroso. La catástrofe agrícola cerró el merca- 13 Vísperas de la Revolución do rural y en las ciudades, donde ya existía una abun dante mano de obra, el paro se multiplicó y los salarios descendieron. En varias provincias estallaron insurrec ciones de campesinos, que asaltaban los graneros de los señores, se repartían el trigo y exigían a los comercian tes que vendieran el grano a un precio razonable o. co mo decían, a «un precio honrado». Los economistas burgueses venían proponiendo co mo único remedio para resolver estas situaciones la libe- ralización del comercio de los cereales (beneficiosa so bre todo para los propietarios y comerciantes), pero el pueblo, por su parte, seguía reclamando la tradicional reglamentación y en los períodos de escasez exigía in cluso las requisas de grano y el establecimiento de pre cios fijos que fuesen asequibles. 14 En la Europa de fi nales del siglo xvill las ciudades tenían un ciclo vital here dado del Antiguo Régimen. La cele bración de merca dos semanales y de fe r ia s a g r íc o la s ferias agrícolas ge neraban un meca nismo de intercam bio y transacciones limitado a los ámbi tos comarcales, en abierto contraste con las necesidades recaudatorias de los estados, cuyos com prom isos les exigían imponer ca da vez mayores im puestos al consumo doméstico. La crisis financiera Todos estos factores se sumaron para provocar una si tuación desesperada en las finanzas del Estado. Los gas tos que exigían el ejército, la corte, la política exterior, las obras públicas, etc., eran muy superiores a los ingre sos que se obtenían por medio de los impuestos. Por j otro lado, como los intereses que generaban las deudas contraídas por el Estado se abona ban con retraso, los banqueros se ne gaban a otorgar nuevos préstamos. De este modo la deuda francesa, considerablemente incrementada por la guerra de Independencia america na y por el despilfarro ostentoso de la corte, no podía cancelarse, debido a que el presupuesto nacional no lo graba equilibrarse. Esta mala situación de las finanzas francesas no se debía a la pobreza nacional, sino a que los estamentos privilegiados, especialmente la nobleza, no pagaban impuestos. La Iglesia, por su parte, consideraba que sus bienes no podían ser gravados con impuestos del Estado, al que ya contribuía por medio de su periódica y «libre dona ción» a las arcas del rey; pero, con ser importante, esta aportación era muy inferior a lo que podría obtenerse mediante un impuesto directo sobre las tierras que po seía la Iglesia francesa. En definitiva, el problema residía en que las clases que se beneficiaban de casi toda la riqueza del país no pagaban unos impuestos acordes con sus ingresos y. lo que era más grave, se resistían a ello por considerarlo propio de las clases inferiores, es decir, del tercer estado exclusivamente. Esta situación, en reali dad, se venía arrastrando desde mucho an tes, podría decirse que desde la épo ca en que el cardenal Richelieu era consejero de Luis XIII. Puerto de Burdeos (Francia). La avidez del fisco real iba mermando el nú mero de importa ciones y exportacio nes que pasaban por las ad uan as francesas a finales del siglo xvili, al gravarlas con fuer tes impuestos. Vísperas de la Revolución Vísperas de la Revolución 16 Necker, ministro de F in an z a s de Luis XVI, intentó, sin éxito, un proyec to reformista para hacer p aga r im puestos a la noble za y al clero, exen tos por su estatuto privilegiado de es tas contribuciones. La oposición que encontraron sus propuestas le llevó a presentar la dimi sión. Las tentativas de reforma y la revuelta aristocrática Esta resistencia obligó al gobierno real a buscar una salida para la situación. Ya al comienzo del reinado de Luis XIV. el economista Turgot, interventor general de finanzas, había propuesto suprimir el privilegio de no pa gar impuestos del que gozaban los nobles y el clero. Pero la mayor parte de sus reformas fueron suprimidas, y la misma suerte corrió el programa económico de Necker, su sucesor. En 1783, Charles Alexandre de Calonne, un exce lente y experimentado administrador, fue nombrado mi nistro de Hacienda para que acometiese la solución del problema, cuando ya no quedaba otra salida que trans formar radicalmente la Hacienda Pública y su política fiscal, o bien declararse en bancarrota y no pagar las deu das contraídas, lo cual significaba no volver a obtener nuevos empréstitos. Calonne propuso establecer una «subvención territo rial», impuesto que habrían de pagar todos los terrate nientes sin excepción; también planteó la supresión de aduanas interiores y de varios impuestos de consumo, así como la liberalización del comercio de granos, la con fiscación de algunas propiedades de la Iglesia y. por úl timo. el establecimiento de Asambleas Provinciales con representación de los tres estamentos. Calonne sabía el alcance político de su proyecto y las dificultades que se plantearían para su aceptación por los organismos jurídicos, que estaban controlados por los sectores aristocráticos: los parlamentos, estados pro vinciales y la asamblea del clero. Ni Luis XVI ni sus mi nistros se atrevían a imponer tales medidas por decreto y consideraron más prudente reunir una Asamblea de Notables, designados por el rey, para conseguir su acep tación del proyecto. Pero la asamblea resultó menos dócil de lo que se esperaba: los notables se opusieron fron talmente a las medidas de Calonne y la opinión general reaccionó con estupor ante la magnitud de la crisis fi nanciera y la resistencia de la nobleza a ponerle reme dio. El conflicto terminó con la destitución de Calonne. Le sustituyó el arzobispo de Toulouse, Loménie de Brien- ne, protegido de la reina María Antonieta y enemigo de Calonne. Brienne obtuvo de los nobles un empréstito que per mitió evitar de momento la bancarrota. Pero, a cambio, los nobles exigieron la convocatoria de los Estados G e nerales. mediante los cuales podían controlar a la m o narquía. Estos acontecimientos tuvieron repercusión en algunas provincias, donde la nobleza pidió el restableci miento de sus propios Estados Provinciales; en la re gión del Delfinado los nobles decidieron restablecerlos por su cuenta. Ante la rebeldía de la nobleza, Brienne presentó su dimisión y el rey volvió a llamar a Necker. cuya primera medida fue aplazar la reforma, establecer los parlamen tos y convocar los Estados Generales para el 1 de mayo de 1789. Algunos historiadores han calificado de «revolución aristocrática» este período de 1787 a 1789. Y. en efec to, durante estos años de crisis y enfrentamiento con los parlamentos, el protagonismo corrió a cargo de los ma gistrados y la nobleza, que defendían los derechos parla mentarios frente alabsolutismo. Pero, en la práctica, el restablecimiento de los Estados Generales suponía vol- Vísperas de la Revolución Parlamento de Pa rís en una sesión a mediados del si glo XVlll. Los parla mentarios provin ciales resultaron in capaces de alcan zar un acuerdo que sirviera para resol ver los problemas financieros del esta do francés. Vísperas de la Revolución ver a 1614. a una asamblea de carácter feudal, donde se seguía manteniendo la vieja fórmula de «el voto por or den»: cada orden o estamento disponía de un solo vo to. por lo que el número de diputados que correspon diera a cada uno de ellos carecía de importancia, ya que la votación final siempre sumaba dos votos (correspon dientes a los estamentos superiores) frente a uno (del tercer estado). A pesar de todo, la convocatoria de los Estados Generales significaba en aquel momento que la monarquía dejaba de ser absoluta. Era un paso im portante, casi una revolución, pero la intervención de la burguesía y la defensa de sus intereses por parte del tercer estado hicieron cambiar su sentido inicial. Caricatura que re presenta la opre sión del clero y la nobleza sobre el ter cer estado (arriba). La imagen contiene un elemento de evi dencia incuestiona ble, ya que la acti vidad productiva del campo y las ma nufacturas (dere cha) eran las úni cas que aportaban sus rendimientos al sostén del estado.18 Los Estados Generales y la Asamblea Nacional Constituyente El decreto real convocando los Estados Generales se di fundió ampliamente y fue leído en todas las iglesias. La campaña electoral desempeñó un papel determinante en la formación de la opinión general y en la reflexión sobre los diversos problemas que padecía la sociedad francesa. Cada estamento confeccionaba una relación de peticiones, recogida en los llamados «cuadernos de quejas», que constituyen un valioso testimonio colecti vo de las esperanzas de reforma surgidas en todo el país. Los nobles y el alto clero insistían en la necesidad de conservar la sociedad tradicional, dividida en estamen tos, o defendían el fortalecimiento del parlamento fren te al absolutismo real. La burguesía, por el contrario, exi gía en sus «cuadernos» la eliminación de los privilegios estamentales y de casta, así como la libertad del comer cio y de la industria y, sobre todo, poder político para interventir en la marcha del Estado. Por su parte, las pe- Vísperas de la Revolución La convocatoria de los Estados Gene rales (a b a jo ) fue prácticamente una concesión del rey a las demandas cre cientes de una so ciedad que ya no te nía confianza algu na en sus viejas ins tituciones. Vísperas de la Revolución Las quejas que lle gaban a las cám a ras de represen tación , com o la Asamblea de Nota bles (abajo), eran numéricamente mi noritarias, pero ex presaban el descon tento p o p u la r y avisaban del peligro de una inminente revuelta generali zada. ticiones del pueblo, especialmente las de los campesi nos, contenían abundantes quejas contra el aumento de las cargas feudales, de los impuestos y del alto precio de los arriendos, y también contra la injusticia de los tri bunales y la intransigencia de los señores que se apro piaban de sus tierras. Pero a los Estados Generales sólo se enviaron los «cuadernos de quejas» de las circuns cripciones más importantes; la burguesía urbana y rural efectuaba previamente una selección, eliminando los que contenían reivindicaciones populares y campesinas que afectaban a sus intereses. Como estaba previsto, los Estados Generales se reu nieron en Versalles el 5 de mayo de 1789. El número de diputados sumaba el millar: 250 de la nobleza; otros tantos del clero y 500 diputados del tercer estado (que había sido duplicado), todos ellos miembros de la bur guesía financiera y comercial, o bien intelectuales y pro fesionales cualificados. En la ceremonia de inauguración, el rey pronunció un breve discurso, insistiendo en la necesidad de con tribuir al fisco; se quejó del estado alarmante en que se hallaba el país y de las nuevas ideas imperantes y lanzó 20 advertencias contra las innovaciones. Al día siguiente, los nobles y el clero se reunieron por separado para dis cutir las cuestiones de procedimiento y la forma de vo tación. Por su parte, el tercer estado insistió desde el principio en que las sesiones fueran conjuntas de los tres estamentos, y que la votación no fuera «por orden», si no «por cabeza» (nominal), a lo que se negaron la no bleza y el clero. Tras varias semanas de negociaciones infructuosas, el tercer estado comenzó, por su propia cuenta, a verificar los poderes o credenciales de los diputados de los tres estamentos. Varios representantes de la nobleza y del clero se incorporaron al estamento burgués, que se vio considerablemente aumentado. Cuando terminaron de pasar lista y a propuesta del abate Sieyés, el tercer esta mento, ampliamente mayoritario, se declaró «represen- Vísperas de la Revolución Ajenos a los conflic tos entre las institu ciones. las gentes del pueblo llano afrontaban su suer te con el escepticis mo propio de los que sufren todas las cargas con la espe ranza incierta en unos cambios que nuncan llegaban. 21 Vísperas de la Revolución El Ju ra m en to del juego de pelota, de David, es una obra repleta de tensión, que tiene un efecto narrativo de fácil lectura: el escena rio, un frontón, y los protagonistas, los diputados del tercer estado, que se ju ramentan para de fender los derechos del pueblo, que aso ma, entre curioso y expectante, por las ventanas del re cinto. tante de la nación», constituyéndose en una asamblea a la que denominaron Asamblea Nacional, declarando que el rey no tenía derecho a vetar sus decisiones: el tercer estado se había erigido como poder supremo de la nación, término que adquirió un nuevo significado. Sin embargo, tres días más tarde, cuando la Asam blea iba a reunirse, encontró cerradas por parte del rey las puertas del recinto donde tenían lugar las sesiones. Los diputados no se detuvieron ante ello; se traslada ron a una estancia próxima (un salón destinado al jue go de pelota) y allí pronunciaron el solemne juramento de no abandonar la sala hasta concluir la elaboración de una constitución para Francia. Ante este desafío, el rey decidió tomar medidas enér gicas. Convocó una nueva reunión, y esta vez su dis curso tuvo un tono más amenazador: anuló todas las decisiones adoptadas por el tercer estado, ordenando la disolución de la Asamblea Nacional y la vuelta al sis tema de estamentos. El clero/y la nobleza obedecieron al rey y abando naron la sala, pero los representantes del tercer esta- tado, como protesta, permanecieron en sus lugares en 22 la más silenciosa indignación. Al ver que la Asamblea no se disolvía, el maestro de ceremonias reiteró la or den real; el diputado Mirabeau le contestó: «Vaya y díga a su señor que nosotros estamos aquí por la vo luntad del pueblo y sólo la fuerza de las bayonetas nos puede arrojar de este lugar.» Vísperas de la Revolución La Asamblea continuó, y pese a la prohibición del rey, muchos diputados de la nobleza se fueron incorporan do a ella, atraídos por la fuerza del tercer estado. La nueva Asamblea Nacional, compuesta por repre sentantes de los tres órdenes, decidió por votación defi nirse como Asamblea Constituyente. La importancia de esta decisión era fundamental, porque con ello la Asam blea se atribuyó un poder que la hacía superior al mo narca: redactar una constitución llamada a regular la or ganización y distribución de los poderes. r. 3. z. Mirabeau (arriba), diputado del ter cer estado aunque pertenecía ala no bleza, asum ió en la respuesta sobre la disolución de la Asam blea N ac io nal una actitud de abierta rebeldía an te la intransigen cia del poder consti tuido. 23 Las mujeres ten drían a lo largo del proceso revolucio nario un protago nismo decisivo en muchos momentos. Armadas y reivindi- cativas, su estampa aguerrida pronto se haría familiar a los ojos de los ciudada nos franceses de fi nales del siglo XVlll. La toma de la Bastilla La Asamblea Constituyente (1789-1791) comenzó sus sesiones en un momento de grave situación económi ca. La crisis de subsistencias, la escasez de alimentos y la subida de precios exacerbaban a las clases populares, empujándolas a movilizarse. El rey aparentaba transigir con la existencia de la Asamblea, pero en realidad había decidido disolverla por medio de la fuerza. Las tropas reales comenzaron a avanzar hacia Versalles y París, mientras el pueblo y los diputados seguían con inquietud las medidas del gobier no. El 12 de julio se supo en París que el rey había des tituido a Necker. ministro del gobierno partidario de las reformas. La noticia se consideró como prueba de que se estaba gestando un «complot aristocrático», y una gran manifestación de protesta se extendió por las ca lles y plazas de la capital. Hubo enfrentamientos con las tropas reales, pero en poco tiempo el pueblo parisien se. armado con picas y piedras, se fue haciendo con el control de los barrios. En la noche del 14 al 15 de julio, todo París estaba movilizado y expectante. Se temía que las tropas reales asaltaran la capital. Los hombres levantaban barricadas y las mujeres amontonaban piedras en los tejados para arrojarlas contra los soldados. Comenzaron a correr ru mores de que la Bastilla, la vieja fortaleza medieval que venía siendo utilizada como prisión, se disponía a dis parar sus cañones. Una muchedumbre enfurecida se di rigió a la fortaleza, dispuesta a asaltarla. Después de va rias horas de sangriento asedio, el comandante de la pri sión fue muerto y la guarnición se rindió. Se había to mado la Bastilla. La insurrección de París y la caída de la Bastilla supu sieron, en cierto modo, el comienzo de una insurrección general. Hasta entonces, los múltiples motines y enfren tamientos ocurridos desde 1787 no habían tenido mu cha relación entre sí. pero a partir de este momento la mayoría de las ciudades y pueblos de Francia comenza ron, con inusitada rapidez, a imitar a la capital. El temor a un complot aristocrático, que había estado latente des de el principio, se fue extendiendo, cargado de negros presagios, hasta constituir lo que se ha dado en llamar la g ra n d e p e u r . un «gran miedo» que avanzaba impara24 ble. poniendo en pie de guerra a la mayoría de los campesinos. A finales de julio, en las ciudades y pueblos se ocupa ban los ayuntamientos: se formaban comités permanen tes y milicias urbanas, que más tarde tomaron el mon- bre de guardias nacionales. En las zonas campesinas, del mismo modo que los parisienses habían asaltado la Bastilla, los labriegos asaltaban los castillos, irrumpían en las tierras, se repartían los pastizales y los bosques de los señores y exigían, para quemarlos, los viejos títu los en los que estaban inscritos los derechos feudales de propiedad de la tierra. Desbordado por los acontecimientos, el rey se resistía a dar la orden de una ofensiva militar contra París, y or denó la retirada de las tropas. Necker fue restituido en su cargo y el aristócrata Lafayette, destacado general de la Guerra de la Independencia norteamericana, recibió el nombramiento de comandante de la Guardia Nacional. La Bastilla El 14 de julio de 1789, la prisión de la Bastilla caía en manos de la multi tud que veía en el antiguo castillo un símbolo del caos y la injusticia genera do por la Monar quía para encauzar las reivindicaciones del pueblo. La Re volución Francesa había comenzado. Francia entró en 1789 en un proceso acelerado de trans formaciones ten dentes a alterar un equilibrio que había favorecido a los ór denes privilegiados hasta ese momen to. Sobre el clero caerán las primeras medidas destinadas a expropiar sus nu m erosos b ienes, convertido en el blanco de la ira po pular. Los principios de 1789: abolición del feudalismo y Declaración de Derechos del Hombre Mientras los campesinos trataban de destruir por la fuerza el régimen señorial, la Asamblea Constituyente llegaba a la conclusión de que únicamente la abolición oficial de este régimen tan odiado podía restablecer el orden y la paz en el país. La perplejidad y los intereses enfren tados reinaban en la Asamblea y las discusiones se pro longaban. Finalmente, durante la noche del 4 al 5 de agosto, la Asamblea declaró: «El feudalismo queda abo lido.» Se suprimieron los privilegios de los nobles y los diezmos de la Iglesia, aunque los campesinos tenían que seguir pagando una contribución a los antiguos propie tarios. Sin embargo, la resistencia de los propietarios a la aplicación de estas medidas y la negativa de los cam pesinos a pagar la citada contribución, provocó en 1790 una nueva movilización agraria y en muchas provincias hubo insurrecciones y enfrentamientos armados. También en las ciudades, desabastecidas de alimen tos, la agitación era continua. Para los artesanos y los proletarios la situación empeoraba, porque gran parte de la aristocracia había huido y con ello desaparecieron los encargos de artículos de lujo. Los negocios no pros peraban, aumentaba el paro, bajaban los salarios y la es casez de los alimentos básicos se iba agravando de día en día. 26 I Después de la resolución que declaraba abolido el feu dalismo, la Asamblea hizo pública la D e c la ra c ió n d e D e r e c h o s d e l H o m b r e y d e l C iu d a d a n o , el 26 de agosto de 1789. Este documento fue recibido como base de una filosofía universal que proclamaba los derechos del hombre sin distinciones de tiempo, lugar, raza ni nación. En su texto se exponen los fundamentos de una nueva sociedad y se condena toda la estructura política y so cial del Antiguo Régimen. Así. el artículo 2 señala: «Nin gún individuo puede ejercer una autoridad que no ema ne expresamente de la nación.» Por otro lado, los cons tituyentes fijaron en la D e c la ra c ió n las bases jurídicas del nuevo régimen, que reconocía a cada hombre unos de rechos fundamentales: la libertad, la propiedad y la re sistencia a la opresión. La D e c la ra c ió n tuvo, además, una gran trascendencia histórica en un mundo en el que dominaban los regí menes absolutistas. Por todas partes comenzaron a sur gir grupos pro-franceses y se produjeron movimientos contra las monarquías y los privilegios feudales. Pero este «contagio de la Revolución» provocó a su vez la reac ción inmediata de las monarquías europeas, y el movi miento contrarrevolucionario se extendió también por todas partes. Los Derechos del Hombre Los tumultos y re vueltas se extienden tanto por el territo rio continental co mo por las posesio nes de las colonias: la autoridad, desde los ayuntamientos hasta los tribuna les, se ve cuestiona da, cuando no asal tada, y los funcio narios más odiados pagarán a menudo con su vida el esta do de injusticia ge nerado por el Anti guo Régimen. 27 El pueblo interviene El otoño de 1789 será decisivo en el devenir de los suce sos que tienen al bajo pueblo como protagonista más directo. Las muje res de París mar charon a Versalles, exigiendo pan, sin que el ejército opu siera resistencia al guna a su entrada en el recinto. Las jornadas de octubre de 1789 Durante las sesiones de la Asamblea Constituyente se fueron perfilando diversastendencias políticas, aunque todavía no estaban estructuradas como partidos, en el sentido actual del término. Las divergencias surgieron cuando la Asamblea tuvo que abordar la futura organi zación del régimen, que debía quedar reflejada en la constitución. Aristócratas y monárquicos estaban a fa vor de que el rey tuviera derecho de veto, y apoyaban ia institución de un cuerpo legislativo dividido en dos cámaras (bicameralismo) y un sistema electoral censita- rio, siguiendo el modelo de Inglaterra. Los llamados «pa triotas», partidarios de la soberanía nacional, se oponían a ello, porque temían que la cámara alta restituyera en el poder a la antigua aristocracia y que el rey, de acuer do con los nobles, ejerciera su derecho de veto contra los decretos de abolición del feudalismo y contra la pro pia D e c la r a c ió n d e D e re c h o s d e l H o m b r e . Una vez más, el recelo contra la aristocracia tuvo un papel decisivo en el curso de los acontecimientos. El her mano de Luis XVI, el conde de Artois, ya había salido de Francia y junto a otros muchos emigrados estaba in tentante movilizar a los gobiernos monárquicos de Euro pa contra la Francia revolucionaria. El 5 de octubre se produjeron tumultos en los merca dos de París, provocados por los sectores populares más afectados por la escasez de alimentos y la subida del pan. Al día siguiente, una gran muchedumbre se dirigió a Ver- salles, sitió el palacio real y obligó al rey a trasladarse a París, donde podría ser vigilado para evitar su huida. También la Asamblea se trasladó a París y, al reanudar se las sesiones, triunfaron los partidarios de la cámara legislativa única y de la limitación del veto real. La intervención del pueblo resultó determinante, pe ro su creciente protagonismo atemorizaba a la mayoría de los diputados. Muchos de ellos consideraban inacep table que las cuestiones constituyentes se vieran resuel tas por la presión del «populacho» y pensaban que el movimiento inicial por la defensa del parlamento esta ba cayendo en manos indignas. Esta preocupación tuvo como consecuencia ciertas medidas adoptadas por la Asamblea Constituyente: se aprobó una ley que autorizaba el uso de la fuerza arma da para sofocar las revueltas populares y la llamada «ley de Chapelier», que prohibía a los obreros organizarse en asociaciones. Por otro lado, a la hora de establecer el procedimien to electoral mediante el cual se pudiera expresar la «so- E1 pueblo interviene El pueb lo actúa movido por agita dores cuyas consig nas avivan el des contento: éste lleva a la plebe, el 5 de octubre, a invadir la Asamblea Constitu yente, para exigir mayor celeridad en las reformas, que aún no habían lle gado a hacerse no tar en las condicio nes de vida de los más necesitados. 29 Ciudadanos con reparos beranía nacional», no todos los franceses recibieron los mismos derechos ni adquirieron, por tanto, la categoría de ciudadanos contemplada en la famosa D e c la ra c ió n . En primer lugar, las mujeres, cuyo protagonismo fue de cisivo a lo largo de todo el proceso revolucionario, que daron excluidas pura y simplemente de la ciudadanía y, por tanto, del derecho al voto, al igual que los hom bres menores de veinticinco años, los individuos subor dinados estrechamente a otro individuo (como los cria dos) y. finalmente, aquellos que careciesen de domici lio fijo. Todas estas personas constituían la categoría de ciudadanos p a s iu o s . En cambio, eran considerados ciu dadanos a c t iu o s todos los hombres mayores de veinti cinco años que pagasen un impuesto directo equivalente a la remuneración de tres jornadas de trabajo. Pero la plenitud de derechos políticos residía en una tercera ca tegoría, constituida por un número bastante limitado de personas, ya que sólo podían alcanzar el rango de di putados los franceses con propiedades y posibilidades económicas suficientes para poder pagar los elevados impuestos que se exigían para ostentar estos cargos. 30 Esta imagen, El no ble arruinado, era más un deseo que una re a lid ad en 1789. La nobleza aún no había sido cuestionada como clase dirigente, pe ro el odio acumu lad o con tra sus miembros desem bocaría a una per secución inmediata e implacable de los aún poderosos aris tócratas franceses. A pesar de estas tendencias que hoy podríamos con siderar conservadoras, durante el período constituyente se aprobaron leyes de gran alcance histórico, que deja ron constancia del espíritu reformista de la Asamblea. Aparte de la Constitución misma, aprobada en 1791. se procedió a una reorganización administrativa gene ral. Esta reorganización sustituyó a la tradicional frag mentación del país, con todos sus vestigios feudales, por una nueva organización territorial por Departamentos de extensión más o menos igual. Se reorganizaron los tribunales y se puso fin a la diferenciación social por es tamentos, suprimiéndose todos los títulos nobiliarios; asi mismo se reformó el sistema de contribuciones fiscales y se aprobaron una serie de leyes que abolían las trabas existentes tanto para la iniciativa privada como para la libertad industrial y mercantil. Las reformas constitucionales Custodiados por las alegorías de la ver dad y la justicia, los principios que cons tituyen la D ecla ra ción Universal de los D e re ch o s del H o m b re represen tan uno de los m a yores avances de la hum anidad en la consideración del hombre como obje to de la acción po lítica. Sin embargo, este catá logo de principios raciona les encontraría tan tos adversarios co mo partidarios. iglesia y Revolución La Iglesia y la Revolución En cuanto a la Iglesia. la Asamblea aprobó la llamada Constitución Civil del Clero de 1790. provocando un grave conflicto con el papado, que tendría gran reper cusión en el futuro. En su aspecto económico, el conflic to estuvo relacionado con las necesidades financieras del Estado. Con el fin de conseguir dinero para el erario público, los bienes de la Iglesia fueron confiscados y puestos a la venta como «bienes nacionales». La medi da pretendía beneficiar a los campesinos sin tierra; sin embargo, los verdaderos beneficiarios fueron aquellos nobles y burgueses que pudieron comprarlas. En Francia sólo había un banco importante; la Caisse d'Escompte de París. Esta compañía, previendo que con la venta de los bienes eclesiásticos se producirían fuertes ingresos, adelantó dinero al Estado. El gobierno, como sistema de reembolsar este préstamo, emitió unos bille tes llamados A s ig n a d o s , que estaban respaldados por 32 Entre los enemigos irreconciliables de la Revolución des tacará la Iglesia Católica, cuyo po der e influencia fue ron duramente ata cados por los revo lucionarios, con la intención de soca var el prestigio del clero y provocar el que buena parte de la población retira se el apoyo a la Iglesia y sus m i nistros. ¡ S r C ? J- - - 1 los bienes de la Iglesia. Con estos billetes se podían comprar los llamados «bienes nacionales». El gobierno había previsto que a medida que estos bienes se ven dieran los asignados se inan destruyendo. Pero no se hizo así: se emitieron sin control y perdieron todo su valor. Ello contribuyó a que empezase a circular en Francia una moneda con muy poco valor, que no se aceptaba dentro ni fuera del país. Por otro lado, el conflicto entre la Iglesia y la Revolu ción se debía a cuestiones relacionadas con las delimi taciones del poder civil y el eclesiástico. Los miembros de la Asamblea Constituyente (que en esto seguían a los monarcas franceses del siglo XVIII) consideraban a la Iglesia como una autoridad pública y. por tanto, su bordinada al podersoberano del monarca. Es decir, no se reconocía la universalidad e independencia de la je rarquía eclesiástica, sino que se subordinaba al estado, como otro más de sus elementos. Los diputados votaron la Constitución Civil del Clero, por lo cual éste pasaba a formar un cuerpo de funciona- iglesia y Revolución La reacción de la Iglesia ante las me didas legales de la Asamblea Constitu yente estuvo siem pre dirigida desde Roma. Esto aumen tó su imagen de ins titución ajena a los intereses naciona les y al servicio de los elementos más reaccionarios del país. Iglesia y Revolución Los eclesiásticos que habían gozado de impunidad casi absoluta hacia sus personas y actos, en el periodo revo lucionario fueron centro de los ata ques de los ilustra dos y liberales, ini ciándose una larga guerra entre pen sam iento libre e Iglesia. rios, similar al de los jueces o los diputados, cuyos miembros serían designados por la asamblea de electo res. Se exigió a todos los elementos del clero el jura mento de fidelidad a la nación y a la nueva ley, pero ellos objetaron que debían primero fidelidad al Papa y a los obispos. Se solicitó la mediación del Vaticano, pero el Papa no sólo consideró la Constitución Civil como atentato ria contra las prerrogativas de la Iglesia Católica, sino que condenó la Revolución misma y toda su obra. Este con flicto agudizó las tensiones en el seno de la Asamblea, cuya resolución final fue exigir a todo el clero francés un juramento de fidelidad a la propia Constitución, in cluida la Constitución Civil. El estamento eclesiástico se dividió en dos bandos; el más numeroso lo constituye ron los religiosos que se negaron a prestar juramento, que fueron llamados «refractarios», y que adoptaron una actitud violentamente contrarrevolucionaria. Esta escisión originó la existencia de dos Iglesias en Francia: una clan destina, sostenida por las donaciones voluntarias y los fondos que entraban desde el exterior, y otra oficial, pro tegida y financiada por el Estado. 34 La huida del rey y la tragedia del Campo de Marte Desde que el rey fuera obligado por la muchedumbre a trasladarse a París, centró todos sus esfuerzos en in tentar salir de Francia para reunirse en el extranjero con los nobles emigrados y solicitar ayuda de los gobiernos europeos para una intervención armada. El 20 de junio de 1791, la familia real logró salir en secreto del palacio de las Tullerías. En una pesada berlina se dirigieron ha cia la frontera, donde se había concentrado un destaca mentó de tropas reales. Durante el trayecto el rey fue reconocido en varios lugares, sin que nadie osara de nunciarlo. Pero al llegar a Varennes un funcionario de postas tuvo la audacia de detener el carruaje real e im pedirle el paso. A la voz de alarma acudió la Guardia Nacional, se concentraron campesinos de todos los lu gares cercanos y, en medio de un tumulto, el rey y su familia fueron devueltos a París. Ante el cariz de los acontecimientos de París, el rey huyó de la capital, pero fue descubierto y apresado en Varen nes. Desde este mo mento el monarca pasó a ser un rehén en m anos de la Revolución. 35 El rey huye El comandante en jefe de la Guardia Nacional, Lafayet- te, comenzó a per filarse como un ele mento moderado tras su acción re presiva en el Cam po de Marte, g a nándose a los revo lucionarios mode rados. El «acontecimiento de Varennes» causó una profun da impresión en el pueblo. Muchos franceses leales a la Revolución habían creído en las buenas intenciones de Luis XVI y culpaban de las intrigas a los «malos minis tros»; pero la huida disipó las dudas sobre su complici dad con el «complot aristocrático». Como consecuencia se produjeron tumultos y manifestaciones en contra del rey, que fueron violentamente reprimidos por la Guar dia Nacional. Se difundió la versión de que no había in tentado huir, sino que había sido «raptado» por el pue blo. La protesta y la indignación se extendieron por los ambientes políticos de la capital y, sobre todo, en los c lu b s , donde se iba abriendo paso la propaganda repu blicana. El 17 de julio de 1791. una gran manifestación se concentró en el Campo de Marte de París, exigiendo la abdicación del rey y su entrega a los tribunales. Por orden de la Asamblea, un destacamento de la Guardia Nacional, al mando de Lafayette. disolvió la manifesta- ción abriendo fuego contra los concentrados y causan do un elevado número de muertos y heridos. La tragedia del Campo de Marte provocó la división abierta entre las diversas tendencias políticas de la Asamblea. El club de los jacobinos sufrió una escisión cuando los partidarios de la monarquía constitucional, agrupados en tomo a Lafayette, formaron su propio club, el de los fuldenses. La dirección del club jacobino la ocu paron los partidarios de la República y de continuar la revolución democrática, bajo el liderazgo de Robespie- rre y Brissot. La Asamblea Constituyente se disolvió el 30 de sep tiembre de 1791. después de haber concluido la Cons titución, que fue firmada por el rey. Con ella se instau raba una monarquía constitucional, en la que una nueva Asamblea Legislativa unicameral tendría que afrontar to davía la resistencia de Luis XVI. que no aceptaba el nue vo orden implantado por la Revolución. El Campo de Marte Ante la falta de so luciones políticas, las iras del pueblo se desataron contra las iglesias y el cle ro. Sin embargo, la Revolución seguía exigiendo reformas que no llegaban, en medio del caos y la violencia. El rey y la Asamblea Legislativa Antes de la disolución de la Asamblea Constituyente, se había acordado que ninguno de sus miembros po dría formar parte de la nueva Asamblea Legislativa. Los diputados elegidos, todos ellos ciudadanos activos, eran más jóvenes y formaban una asamblea más revolucio naria que la anterior, con muy escasos representantes de la antigua derecha aristocrática. La derecha la cons tituía ahora el partido de los fuldenses. La izquierda la representaban los diputados jacobinos, en cuyo club se decidía la actitud que debían adoptar sus afiliados. Mu chos de ellos habían sido elegidos por el departamento de la Gironda (Brissot, Condorcet. Vergniaud); de ahí que fueran conocidos con el nombre de «Girondinos». Los llamados «demócratas», el sector más radical de los jacobinos, ejercían su influencia por medio del club; su líder, Robespierre, actuaba indirectamente sobre la La izquierda revolu cionaria decidió en 1792 acelerar los cambios, llevando nuevamente al pue blo a la calle y pre sionando a los par tidos m oderados con su presencia tumultuosa. 38 Asamblea, aunque no fuera diputado por haberlo sido ya en la Constituyente. Ante esta nueva institución representativa, el rey ma nifestó una actitud hostil, que se acentuó a medida que la Asamblea fue adoptando sistemas más radicales para controlar la situación: confiscación de bienes, severos castigos a los contrarrevolucionarios y privación de sus sueldos a los sacerdotes que se negaran a prestar el ju ramento de fidelidad a la Constitución. Luis XVI, hacien do uso de su prerrogativa, vetó estas y otras medidas y dirigió todos sus esfuerzos a intensificar sus contactos internacionales, confiando en que una intervención ex terior podría fortalecer el trono francés. La presión de los sectores más radicales se acentuó en la Asamblea; las divergencias políticas crecían y el rey, aprovechando las disensiones internas, decidió formar un nuevo go bierno girondino, presidido por Roland. Durante la primavera de 1792, la carestía de alimen tos hizo aumentar los desórdenes en las ciudades; se exi gía el establecimiento de precios fijospara los cereales y los más radicales pedían la pena de muerte para los acaparadores. En el campo se acrecentaba el movimien to campesino reclamando tierra, mientras por toda Fran cia se extendía la amenaza de la guerra. Entre los monarcas de otros países europeos —que recibían con alarma las noticias de la Revolución Fran cesa que traían los emigrados— se creó una fuerte co rriente de opinión a favor de Luis XVI, basada sobre to do en el miedo a que el fervor revolucionario fuese algo contagioso. En el sentir popular y en el club de los jacobinos, la idea de la guerra como el único medio de salvar a los pueblos de la opresión prendió con fuerza. Por su par te, el rey consideraba que era un buen medio para reca bar la ayuda de las potencias extranjeras, sobre todo de Prusia y Austria. También los políticos girondinos veían en la guerra una solución para los problemas internos. Si la Consti tución no podía funcionar porque el rey paralizaba todas las medidas del legislativo con su derecho de veto, la guerra forzaría a Luis XVI a actuar lealmente o, de lo contrario, se expondría a ser acusado de alta traición, lo cual permitiría someterle a juicio. Estos eran los razona- Hacia la guerra Luis XVI subió al trono en 1774, en medio de la alegría general. En 1770 se había casado con María Antonieta, hija de Francisco I de Austria, la cual se hizo muy impo pular entre los fran ceses. El rey, de ca rácter débil, no su po enfrentarse a los graves problemas económicos y so ciales del país, y no dio suficiente apoyo a los ministros de los que se rodeó pa ra que implantaran medidas eficaces. 39 Hacia la guerra mientos de Brissot. Por otro lado, los generales políticos (Lafayette y Dumouriez) veían en la guerra no sólo el medio de adquirir prestigio, sino el de disponer de un ejército adicto para imponer su programa. El entusias mo revolucionario y los ideales «patrióticos» se fueron extendiendo, confiando en que la guerra permitiría «ha cer triunfar la revolución contra la tiranía» en los países que participasen en ella. ¡Ideas generosas! Ideas nefas tas, dirá Robespierre en sus famosos discursos a los gi rondinos: «Antes de combatir a la aristocracia más allá de las fronteras, hay que destruirla en el interior; quedan aún demasiados con trarrevolucionarios capaces de aprovechar la guerra para aplas tar la Revolución.» Pero el ardor y los argumentos de los girondinos se fueron imponiendo en la Asamblea. Sólo Robespierre se resisitió, haciendo ver que la guerra beneficiaría a la monarquía y que, en todo caso, traería como conse cuencias inevitables la dictadura, el debilitamiento de los franceses y la reacción nacional de los pueblos que se pretendía liberar. La guerra contra las potencias contra revolucionarias de sató el entusiasmo popular que se ad vierte en estas imá genes. Por primera vez el enemigo esta ba fuera de las lu chas internas. Arri ba, la reina María Antonieta. 40 41 La guerra contra las monarquías absolu tas despertó una se rie de entusiasmos difíciles de contro la r ; vo lu n ta r io s exaltados abarro taban las calles pi d iendo a rm as y organ izando una estructura militar paralela al ejército regular, mandado aún por oficiales pertenecientes a la nobleza. Se declara la guerra: 20 de abril de 1792 A pesar de los argumentos de Robespierre, la corriente a favor de la guerra se precipitó en los primeros meses de 1792. Pero en realidad ya había sido preparada mu cho antes. Tras la humillación que Luis XVI había sufri do al ser detenido en Varennes, los representantes de los emigrados franceses se entrevistaron con el empe rador de Austria, Leopoldo 11. y con el rey de Prusia, Federico Guillermo II. El resultado de la reunión fue la declaración de Pillnitz del 27 de agosto de 1791, por la cual ambos monarcas se comprometían a intervenir contra Francia, siempre que las demás potencias europeas unieran sus esfuerzos a los suyos. Pero los gobiernos europeos eran lentos a la hora de decidirse y a Luis XVI se le agotaba la pacien cia. El 20 de abril propuso a la Asamblea la declaración de guerra al «rey de Hungría y Bohemia» y sólo una pe queña minoría, de acuerdo con Robespierre, votó en contra. Los partidarios de la guerra pensaban que ésta sería rápida y decisiva, pero se equivocaron: pronto se produ jeron las primeras derrotas y desde 1792 Francia entró en un período de guerras que duró hasta 1815. En los ejércitos franceses, cuyos altos mandos perte necían a la nobleza, anidaba la traición y el recelo de los oficiales hacia sus tropas; éstas, a su vez. iban perdien- Francia en guerra do la confianza en los mandos, mientras los ejércitos aus tríacos y prusianos se aproximaban a las fronteras de Francia. La situación empeoró aún más debido a que la reina María Antonieta, hermana del emperador de Austria, había informado a los austríacos de los planes militares del ejército francés. La Asamblea endureció su política contra los enemigos de la Revolución y dispuso la for mación de batallones de voluntarios para defender la capital y hacer frente a toda tentativa militar de los ge nerales monárquicos. Luis XVI se negó a sancionar tales medidas, a pesar de los razonamientos de Roland haciéndole ver que su veto podría provocar una fuerte reacción entre los fran- ceces, al indicar que el rey se alineaba decididamente al lado de los enemigos de Francia. El monarca, haciendo caso omiso de estos requerimientos, destituyó a Roland y a los ministros girondinos, y los fuldenses volvieron al poder. Ahora estaban decididos, con el apoyo de La- fayette y otros generales, a imponer su programa en la Asamblea: desplazar a los jacobinos, revisar la Consti tución reforzando el poder del rey y poner fin a la gue rra por medio de un acuerdo con el enemigo. La reacción popular no se hizo esperar. A lo largo de todo el país se fueron formando destacamentos de vo luntarios que acudían a la defensa de París. El ardor pa triótico y el impulso revolucionario dieron fama a los Francia en guerra Roger de L'Isle, un oficial del ejército del Rin, canta en su habitación las es trofas de una can ción patriótica des tinada a convertirse en un himno cono cido universalmen te como La M arse- llesa, al ser adopta do como canción de guerra por un regi miento procedente de la capital medi terránea. Nadie, y menos él, podía imaginar que este himno sería sinóni mo de Francia, con el transcurso de los tiempos. 43 La Marsellesa Los elementos repu blicanos adquieren mayor protagonis mo a medida que la amenaza de las po tencias monárqui cas pone en peligro las conquistas revo lucionarias. En este estado de cosas, la publicación de los Diez M andamientos de la R e p ú b l ic a Francesa represen tó una firme decla ración de las futu ras intenciones a las que se dirigía el proceso político de la Revolución. destacamentos armados de Marsella, cuyo himno, L a M a rs e lle s a , se convirtió en emblema nacional. El 3 de julio de 1792, el diputado Vergniaud, en un célebre dis curso, denunció la traición del rey, y unos días más tar de. la Asamblea declaró solemnemente: «La patria está en peligro.» La alarma cundió en toda Francia; se distri buyeron armas a la población civil y los batallones de voluntarios marcharon al frente de batalla. Mientras tanto, el duque de Brunswick, comandante en jefe de los ejércitos prusianos, hizo público un mani fiesto en el que amenazaba con la represión más im placable si la familia real sufría algún daño y si no se restauraba el poder de la monarquía francesa que re presentaba Luis XVI. Seguidamente, estos mismos ejér citos, junto a lasmilicias de emigrados franceses, comen zaron desde Coblenza la ofensiva contra París. 44 El derrocamiento de la Monarquía El manifiesto prusiano confirmó todas las sospechas so bre el acuerdo del rey con sus aliados exteriores. Se or ganizó entonces un amplio movimiento popular, a tra vés de las secciones o asambleas de barrio, cuyo poder iba a desbordar a la propia Asamblea Legislativa. En el Ayuntamiento de París, se eligió un Comité Municipal Revolucionario, la Comuna, cuyo programa incluía rei vindicaciones económicas, derivadas de la carestía de los alimentos, además de una serie de exigencias políti cas que ya habían adoptado las secciones: destitución del rey, convocatoria de una nueva Asamblea elegida por sufragio universal y renovación de las administra ciones locales y provinciales, también elegidas por su fragio universal. Ante estas exigencias, los diputados girondinos defen dieron la autoridad de la Asamblea, cuya iniciativa políti ca debía mantenerse frente a la presión popular. Las secciones parisienses habían fijado un plazo para que la Asamblea llevara a efecto su programa; si llegado La Monarquía, derrocada La resistencia de Luis XVI a aceptar las imposiciones de la Asamblea provo có un clima de exal tación política que convirtió al rey en principal enemigo del pueblo. El 10 de agosto de 1792, paisanos, militares y elementos políti cos exaltados ata caron las Tullerías para apresar al rey. 45 La Monarquía, derrocada La jornada del 10 de agosto represen ta el fin del papel moderador asigna do al soberano. La furia popular que desbordó a la guar dia suiza en las es caleras del palacio acabaría arrastran do a la Monarquía. el día previsto los diputados no se hubieran puesto de acuerdo, serían los «secciónanos» y las milicias urba nas quienes tomarían por asalto el palacio de las Tulle- rías. Y en efecto, el día 10 de agosto de 1792. después de un primer intento, las fuerzas revolucionarias toma ron el palacio, pero el rey y su familia ya no estaban allí; Luis XVI se había refugiado en la Asamblea, pidiendo protección. Tras intensos debates, el rey fue despojado de sus funciones y recluido, junto con su familia, en la Torre del Temple. Derrocada la Monarquía y vacante el gobierno, la Asamblea Legislativa designó un consejo ejecutivo, pre sidido por Roland y otros ministros girondinos, al que se incorporó también un representante de los jacobinos, Danton. como ministro de justicia. Se adoptaron impor tantes medidas para prevenir la temida reacción de los militares monárquicos ante la caída del rey. pero las ma las noticias de la guerra, con los ejércitos prusianos pró- ximos a Verdún, hacían cada vez más urgente organizar la defensa interior y exterior. Bajo la presión de la C o muna. el consejo ejecutivo accedió a constituir un tribu nal extraordinario para juzgar los «crímenes de los con trarrevolucionarios». así como a fortificar la capital y au torizar los registros domiciliarios de los «sospechosos». Comenzaron a ejecutarse los decretos contra los sacer dotes «refractarios» y la violencia anticlerical se hizo in discriminada. Del 2 al 5 de septiembre de 1792 se or ganizaron los tribunales, y de los 3.000 «sospechosos» detenidos. 1.500 fueron ejecutados. Poco a poco se ins tauraba un régimen de excepción que pretendía ser la expresión de la «justicia popular», y que fue el prece dente del «Gran Terror». En cuanto al curso de la guerra, muchos oficiales aris tócratas habían emigrado y el ejército revolucionario empezaba a recuperar la confianza. El 20 de septiembre de 1792. las tropas francesas, mucho peor equipadas, derrotaron al poderoso ejército prusiano en la batalla de Valmy. Después de esta victoria, que sirvió sobre todo para elevar la moral de los soldados, el ejército francés recuperó la ofensiva y en poco tiempo ocupó Bélgica (Países Bajos austríacos), Saboya, Maguncia y otras ciu dades de la orilla izquierda del Rin Terminaba así una fase decisiva de la Revolución, pero se iniciaba una nue va etapa, mucho más conflictiva y violenta. La Monarquía, derrocada Mientras París co nocía un proceso de radicalización polí tica durante el ve rano de 1792, los ejércitos revolucio narios lograban su más espectacular victoria contra el todopoderoso ejér cito austro-prusia no en Valmy (aba jo); desde entonces, Francia dejaba de estar a la defensi va y su poder mili tar comenzó a ser tem id o en toda Europa. Después de Valmy, la Monarquía no te nía sentido. La Con vención decretó la «abolición de la rea leza» y el pueblo dio rienda suelta a su odio contra la insti tución monárquica. Las estatuas de los reyes caen de sus pedestales y la Re pública se procla ma como fórmula de gobierno para el nuevo régimen. La República Democrática: girondinos y montañeses La victoria de Valmy coincidió con la apertura de la Convención, nombre que recibió la nueva Asamblea ele gida por sufragio universal masculino y cuya principal misión era elaborar una nueva constitución: la Consti tución del Año I. En la primera sesión (septiembre de 1792), la Convención se pronunció por la «abolición de la realeza». Al día siguiente se ordenó que las actas y documentos oficiales «serán fechados con la indicación del Año I de la República Francesa». De este modo, sin más ceremonias, la República hacía su entrada en la his toria de Francia. Mucha menos unanimidad hubo en la Asamblea a la hora de decidir su carácter centralista y unitario. Los girondinos sentían una fuerte hostilidad contra el centralismo ejercido desde París y contra la preponde rancia de la Comuna. Las administraciones departamen tales, que habían sido renovadas por sufragio universal, se mostraban también favorables a la descentralización que propugnaban los girondinos. Finalmente, la Con vención definió la República como «una e indivisible», y para reforzar esta fórmula se estableció la pena de muerte contra cualquiera que intentara «romper la uni- 48 dad de la República Francesa o bien desvincular sus par tes integrantes para unirlas a un territorio extranjero». La Convención estaba representada por tres ten dencias políticas bien definidas: los girondinos, que constituían la mayoría; los jacobinos (llamados ahora «montañeses», por ocupar sus diputados los lugares más altos del recinto); entre ambos, un amplio grupo de di putados que formaban la «llanura» o el «pantano», no vinculados a ninguno de los anteriores. Al analizar la procedencia social de los dos grandes grupos que compartían la Convención, algunos historia dores han señalado que no había entre ellos grandes di ferencias sociales ni de intereses, puesto que girondinos y montañeses procedían de las mismas capas sociales burguesas. Sin embargo, la mera procedencia geográfi ca de los diputados refleja unos orígenes diferentes. Así, la mayoría de los diputados girondinos procedían de las grandes ciudades portuarias de Francia, como Nantes. Burdeos o Marsella (escenario de la prosperidad del ca- La República Francesa Jardines de las Tu nerías a Anales del siglo XVIII. La Repú blica, consecuente con su condición de sistema democráti co, abrió al público los antiguos recin tos palaciegos. Sin em bargo, pronto surgirán en ese pue blo profundas di sensiones motiva das por los distintos intereses de los dife rentes grupos políti cos y sociales aco gidos al sistema re publicano. 49 Girondinos y montañeses Marat, «el amigo del pueblo» y a la vez el representante m ás carism ático del partido jacobi no, ocupa la tribuna de la Convención entre las iras de los girondinos y el en tusiasmo de los su yos, con un gesto cómico-trágicoen el que amenaza con su ic id a rs e si la asamblea no aprue ba el programa de su partido, tenden te a lograr las rei vindicaciones popu lares que dieron lu gar a los sucesos del verano de 1792, y que provocaron la caída de la Monar quía. pitalismo mercantil). Por el contrario, los diputados montañeses tenían su origen e implantación en las pía zas fuertes del jacobinismo, especialmente en París y su provincia. En general, estaban menos vinculados al mundo de los negocios y de las finanzas, y defendían los intereses de la pequeña burguesía y de las clases popula res urbanas (artesanos, comerciantes), que padecían la guerra y sus consecuencias: la carestía de vida, el paro, la escasez de alimentos y los bajos salarios. Sus líderes más representativos eran Robespierre. Danton. Marat y Saint-Just. Sin embargo, al margen de su procedencia social, el problema fundamental que les distanciaba era la concep ción misma de la Revolución y su desarrollo. Para mu chos diputados, el mayor peligro estaba en la subversión popular, y el retorno al orden constituía para ellos una necesidad perentoria. Para otros, especialmente los ja cobinos o montañeseá, lo más importante era la defensa de la Revolución contra el peligro aristocrático en el ex terior y en el interior. Pero esta «defensa nacional» im ponía una alianza con el movimiento popular, que obli gaba a dar satisfacción, al menos parcial, a las exigen cias sociales de estos sectores y adoptar para ello una política muy alejada del simple liberalismo económico. Desde esta perspectiva de intereses, las posturas políti cas de la Convención estuvieron condicionadas por la 50 presión de una tercera fuerza que actuaba desde fuera de la propia Asamblea, en las calles y barrios de París: los s a n s -c u lo tte s . denominación que recibían, sobre to do a partir de 1792, los sectores populares urbanos, es pecialmente activos y organizados en los barrios pari sienses de Saint Antoine y Saint-Marcel, a ambas orillas del Sena. Socialmente, los s a n s -c u lo t te s representaban a los habitantes de las ciudades que vivían de su trabajo (arte sanos. obreros u oficiales de los gremios) y que sufrían Los sans-culottes Estas mujeres sans- culottes, provistas de picas y adorna das con gorros fri g io s , com pon en una estam pa de agresión y decisión que identificaba al bajo pueblo en sus demandas contra los elementos bur gueses más mode rados, adscritos al partido girondino; pronto, jacobinos y girondinos empren derían una lucha a muerte por el poder que acabaría devo rando a sus más acreditados repre sentantes. 51 sans-culottes La mayor agresi vidad de los sans- culottes contra los s o sp e c h o so s de contrarrevoluciona rios dio a sus accio nes de represión po lítica unos tintes de persecución indis criminada. Ante los tribunales de inves tigación popular comparecían, con escasas garantías ju r íd ic a s , todos aquellos que eran denunciados como reaccionarios. más directamente las dificultades de aprovisionamiento y las crisis de subsistencia. Algunos de ellos, tras una vi da laboriosa, podían acceder a la propiedad de un pe queño inmueble en la ciudad y disfrutar de las rentas que percibían por su alquiler. No se debe confundir a los s a n s -c u lo t te s con los indigentes o «ciudadanos des validos», a los que deseaban socorrer. Su programa político, poco elaborado e impreciso, tenía como punto de partida la soberanía popular y co mo aspiración social el principio de la igualdad. Su as pecto externo reflejaba también su origen popular: ves tían pantalón, su prenda de trabajo, y no la c u lo t te (cal zón), prenda utilizada por las clases acomodadas; se cu brían la cabeza con un gorro frigio y se acompañaban siempre del sable o la pica para «poder defender la Re volución». De entre las filas y secciones de los s a n s -c u lo t te s sur gieron también otros grupos radicales, como los e n ra - g é s (rabiosos), cuyos portavoces más destacados fueron Leclerc y Jacques Roux (el s a c e rd o te ro jo ) : o el grupo li derado por Hébert (hebertistas), caracterizado por su ex tremismo anticlerical y cuyas acciones violentas preocu paron seriamente al propio gobierno revolucionario. 52 El proceso de Luis XVI Uno de los primeros problemas que hubo de afrontar la Convención fue el procesamiento de Luis XVI. prisio nero en el Temple. Los girondinos habían intentado evitar este proceso que, en su opinión, conducía a una ruptu ra demasiado brutal: podía provocar graves perturbacio nes en el país, incitando la insurrección de los aristócra tas y el clero «refractario», sin olvidar los peligros de una reacción europea. Con estos y otros argumentos, los gi rondinos casi habían conseguido convencer a la mayo ría de la Asamblea, pero el 20 de noviembre de 1792 se descubrió en el palacio de las Tullerías un «armario de hierro», donde el rey guardaba sus papeles secretos. Estos documentos comprometedores permitieron acu sarle de alta traición y que fuese juzgado por la propia Asamblea. Luis XVI compareció ante ella el 11 de di ciembre, reclamando para su persona la inviolabilidad que le otorgaba la Constitución y negando conocer la existencia de tales documentos, lo que le restó muchas simpatías para su defensa. Juicio a Luis XV I La prisión del Tem ple acogió entre sus recios muros a un atribulado Luis XVI, cuyo proceso como enemigo del pueblo se convirtió en un juicio contra la Mo narquía como insti tución política. Ejecución de Luis XV I La e jecución de Luis XVI en ia gui llotina abría un ca mino de radicalis mo y de aislamien to para la Repú blica. Los girondinos plantearon entonces un último recur so: convocar al pueblo apelando a su ancestral venera ción por la procedencia «divina» de la autoridad del mo narca. Los montañeses hicieron fracasar esta maniobra, acusando a los girondinos de proteger al rey para evitar que salieran a la Iu e s u s compromisos con el monarca, revelados por algunos de los documentos incautados que habían desaparecido oportunamente antes del in ventario oficial. Tras largos debates, la Convención se pronunció por la culpabilidad del rey y Luis XVI fue guillotinado el 21 de enero de 1793. La sublevación de la Vendée La ejecución de Luis XVI provocó una oleada de estu por en toda Europa y a la coalición contra Francia se sumaron nuevos aliados: España, el reino de Ñapóles, los príncipes alemanes y, sobre todo. Inglaterra, que se sentía además amenazada por la anexión francesa de Bélgica. En abril de 1793, el comandante en jefe de los ejércitos del Norte, el general girondino Dumouriez, de sertó de su mando y se pasó a los austriacos. El curso de la guerra comenzó a cambiar y los franceses acumu laron derrota tras derrota. Los descalabros bélicos se agravaron al abrirse un fren te interno de guerra civil, provocado por la insurrección de la Vendée contra el gobierno revolucionario, a co mienzos de marzo de 1793. La Vendée es una región de la Francia occidental, de agricultura pobre, apenas capaz de asegurar la subsistencia de los campesinos. El paisaje dominante es el b o c a g e : pequeños campos cua drados cercados por vallas de arbustos y en los que la población se agrupa en aldeas formadas por algunas ca sas o caseríos en torno a la pequeña iglesia parroquial. El relativo aislamiento de la Vendée pemitió que se conservase prácticamente intacto el antiguo régimen se ñorial: los campesinos continuaban vinculados a sus tra dicionales formas de vida y a su clero, en la medida que La Vendée A causa de los nu merosos frentes de c o m b a te en las fronteras, surgieron problemas para el abastecimiento
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