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Ylan Esperanza La Revolucion Francesa

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Biblioteca Basica de Historia 
-Monografías-
La Revolución 
Francesa
Esperanza Yllán
ANAYA
E n 1789, hace ahora doscien­tos años, se inició en Francia un proceso revolucionario que 
llegó a transformar el orden tra­
dicional del Antiguo Régimen y 
cuyos protagonistas principales 
procedían del «tercer estado»: 
burgueses, campesinos y prole­
tarios. A lo largo de este proce­
so, que culminó en 1799, se 
produjeron acontecimientos de 
repercusión universal, que si­
guen suscitando controversias. 
ESPERANZA YLLAN, Profesora Titu­
lar de Historia Moderna de la 
Universidad Complutense de 
Madrid, es autora de numero­
sos libros y artículos sobre te­
mas históricos.
1544038
La Revolución 
Francesa
Esperanza Yllán
Colección: Biblioteca Básica 
Serie: Historia (Monografías)
Diseño: Narcís Fernández 
Maquetación: Pablo Rico
Comentarios a las ilustraciones: Manuel González Moreno 
Ayudantes de edición: Mercedes Castro y Olga Escobar
Coordinación científica: Joaquim Prats i Cuevas 
(Catedrático de Instituto y 
Profesor de Historia de la 
Universidad de Barcelona)
Coordinación editorial: Juan Diego Pérez González 
Enrique Posse Andrada
© del texto. Esperanza Yllán, 1989 
© de la edición española, Grupo Anaya, S A . 1989 
Telémaco. 43. 28027 Madrid 
Primera edición, septiembre de 1989 
Segunda edición, julio de 1991 
Tercera edición, mayo de 1993 
I.S.B.N.: 84-207-3445-4 
Depósito legal: M-8.513-1993 
Impreso en ANZOS, S. A. La Zarzuela. 6 
Polígono Industrial Cordel de la Carrera 
Fuenlabrada (Madrid)
Impreso en España Printed in Spaln
R e s e rv a d o s to d o s lo s d e re c h o s D e c o n fo r m id a d c o n lo d is p u e s to 
e n e l a r t íc u lo 5 3 4 - b is d e l C ó d ig o P e n a l v ig e n te , p o d r á n s e r c a s t ig a d o s 
c o n penas de multa y p r iv a c ió n d e l ib e r ta d q u ie n e s r e p r o d u je r e n o 
p la g ia re n , e n to d o o e n p a r te , uno o b ra l ite ra r ia , a r tís t ic a o cientijfica 
f i ja d a e n c u a lq u ie r t ip o d e s o p o r te , s in la p r e c e p t iv a a u to r iz a c ió n .
Contenido
L a R e v o lu c ió n F r a n c e s a : 
u n a p o lé m ic a a b ie r ta 4
1 La Francia del Antiguo Régim en 6
2 Francia en vísperas de 
la Revolución 12
3 La tom a de la Bastilla 24
4 Los principios de 1789: abolición 
del feudalism o y D e c la r a c ió n 
d e D e r e c h o s d e l H o m b r e 26
5 El rey y la Asam blea Legislativa 38
6 La República Democrática: 
girondinos y montañeses 48
7 La Convención montañesa 
y el G obierno revolucionario 60
8 La dictadura jacobina y la primeras 
victorias del G obierno revolucionario 70
9 El Directorio 80
1 0 El go lpe de estado del 18 Brumario: 
N apoleón Bonaparte 86
D a t o s p a r a u n a h is t o r ia 90
G lo s a r i o 92
I n d i c e a l f a b é t ic o 94
B ib l io g r a f í a 96
La Revolución Francesa: 
una polémica abierta
Cuando el 14 de julio de 1789 el pueblo de París asal­
taba la vieja fortaleza de la Bastilla, Luis XVI, sorpren­
dido y asustado, preguntó a uno de sus cortesanos: «¿Se 
trata de un tumulto?» «No, señor — le respondieron— ; 
es una revolución.» De este modo, los últimos años del 
siglo XVIII. en el que se habían desarrollado las ideas de 
la Ilustración, se vieron sacudidos por el impacto de una 
gran conmoción social, una Revolución que transformó 
el orden tradicional del Antiguo Régimen y cuyo prota­
gonismo principal correspondió al llamado te r c e r esta­
do. burgueses, artesanos, campesinos y asalariados. Ha­
ce ya doscientos años de aquello y desde entonces no 
han cesado de publicarse los más variados estudios sobre 
la Revolución Francesa, que ha sido considerada como 
el viraje más decisivo en la historia moderna europea.
Para muchos franceses, la Revolución no fue una sor­
presa. Algunos filósofos de la Ilustración la creían inevi­
table. Ya en 1764 Voltaire había escrito:
«Todo cuanto contemplo arroja las semillas de una revolución 
que sobrevendrá indefectiblemente, y de la que no tendré el 
placer de ser testigo.»
Sin embargo, el XVIII fue un siglo de expansión eco­
nómica, de enriquecimiento de Europa en general, y de 
Francia en particular. ¿Por qué entonces terminó el si­
glo con una revolución y por qué ésta se produjo en 
Francia? Varias generaciones de historiadores se han he­
cho estas o parecidas preguntas y sus diferentes respues­
tas reflejan las diversas formas de entender el proceso 
histórico general y. sobre todo, la naturaleza de un fenó­
meno revolucionario que aún continúa suscitando polé­
micas. El estallido de 1789 estuvo jalonado por aconte­
cimientos de gran repercusión universal: la D e c la ra c ió n 
d e D e re c h o s d e l H o m b r e : la instauración del régimen 
parlamentario, la República; la creación de los símbolos 
patrióticos franceses (la bandera tricolor y L a M a rs e lle - 
s a ). así como la propia aparición del concepto contem 
poráneo de n a c ió n o la incorporación a la ideología po­
lítica de los conceptos de d e re c h a e iz q u ie rd a . Veamos 
cómo se desarrollaron los hechos.
La creciente activi­
dad comercial de 
los puertos ingleses 
reforzaba el desa­
rrollo económ ico 
del Reino Unido, 
conjugando su ex­
pansionismo indus­
trial con la facilidad 
para abrir nuevos 
mercados exterio­
res. Abajo, el puer­
to de Bristol, a me­
diados del XVIII.
La Francia del Antiguo Régimen
A finales del siglo XVIII Francia era. en muchos aspec­
tos, el país más avanzado de Europa. El movimiento de 
la Ilustración y las nuevas teorías de los «philosophes» 
y enciclopedistas franceses circulaban por todo el conti­
nente, y sus libros y periódicos se leían en todo el mun­
do. El crecimiento demográfico fue continuo a partir de 
la segunda mitad del siglo: la población aumentó de 19 
a 25 millones en vísperas de la Revolución. Sin embar­
go, a pesar de que en 1789 existían unas 60 ciudades 
con más de 10.000 habitantes, el campesinado repre­
sentaba todavía el 85 por 100 de la población francesa.
La actividad comercial y la producción artesanal ha­
bían experimentado un gran desarrollo. Francia exporta­
ba a Inglaterra y a Bélgica materias primas (cereales, 
lana, ganado) y a las regiones orientales del Mediterrá­
neo y a las colonias americanas artículos manufactura­
dos y productos alimenticios. También vendía en toda 
Europa sus excelentes vinos, así como artículos de lujo: 
encajes, porcelanas, objetos de bronce, muebles finos...
6
Sin embargo, el sistema de aduanas interiores (que 
correspondían a las antiguas divisiones territoriales del 
feudalismo) y las trabas que imponían los reglamentos 
de los gremios, obstaculizaban el desarrollo del comer­
cio. En las grandes ciudades los artesanos ocupaban 
distintos barrios según sus oficios: sastres, curtidores, tin­
toreros, etc.; estaban obligados a pagar fuertes con­
tribuciones, que recaudaban una amplia red de fun­
cionarios del gobierno real, y se regían por una estricta 
reglamentación gremial, que obligaba a producir los ar­
tículos según modelos y cantidades establecidos, lo que 
dificultaba el abastecimiento de un mercado cuya de­
manda estaba en continuo crecimiento.
A pesar de estas dificultades, la gran expansión co­
mercial del siglo XVIII favoreció el desarrollo económi­
co de un amplio sector de la burguesía, el que estaba 
al frente de las finanzas, del comercio y de la industria, 
y que proporcionaba a la monarquía tanto sus técnicos 
administrativos como los recursos y empréstitos nece­
sarios para la marcha del Estado.
El Antiguo
Régimen
Mientras Inglaterra 
aumentaba su co­
mercio, Francia se 
encontraba sumida 
en una crisis que le 
impedía un despe­
gue similar al in­
glés, retrasando su 
puesta aldía res­
pecto a la actividad 
mercantil. Abajo, 
aduana de Londres.
8
El Antiguo
Régimen
Este molino de ha­
rina es un ejemplo 
del rudim entario 
sistema de transfor­
mación de materias 
primas derivado del 
Antiguo Régimen. 
El cam bio de los 
mecanismos en la 
actividad agraria, 
tanto impositivos 
como comerciales, 
era necesario para 
log rar un m ode­
lo económico mo­
derno.
En la agricultura también habían ido penetrando las 
relaciones mercantiles, y se había superado el viejo ré­
gimen de servidumbre que aún existía en Rusia o en la 
Europa oriental. En Francia, la mayor parte de la tierra 
pertenecía a los estamentos privilegiados: la nobleza, la 
Iglesia, y también a la burguesía y a la Corona; pero mu­
chos campesinos habían accedido a la propiedad, aun­
que la mayoría trabajaba la tierra en régimen de arren­
damiento o se encontraba a jornal con el señor o con 
otro campesino. Pero a pesar de que el régimen de ser­
vidumbre personal se mantenía en Francia en muy pocos 
lugares, el sistema agrario y sus relaciones de depen­
dencia económica seguían reflejando, en su conjunto, la 
importancia de las cargas feudales y de los tributos se­
ñoriales.
El campesino estaba obligado a entregar parte de la 
cosecha al propietario de la tierra (generalmente una 
cuarta parte) o a pagarle su valor en dinero, así como 
a satisfacer una serie de impuestos por las más variadas 
actividades: transportar los cereales a través de un puen-
te; moler grano en el molino o cocer el pan en el horno 
del amo. etc. Además de estas cargas señoriales, exis­
tían otros impuestos, como el diezmo (equivalente a la 
décima parte de la cosecha) destinado a la Iglesia, y otros 
muchos en favor del rey: el impuesto de bienes (la ta­
lla). de ingresos (la vigésima) o el impuesto por cabeza 
(la capitación). Todas estas cargas o tributos agobiaban 
al campesino. Incluso los que habían comprado las tie­
rras a bajo precio tenían que asumir como propietarios 
los correspondientes impuestos, que apenas podían pa­
gar con los beneficios de sus tierras y menos aún cuan­
do tenían que hacer frente a las adversidades de una 
mala cosecha.
Para el pueblo llano, y en particular para los campesi­
nos y obreros, la expansión económica del siglo XVIII no 
fue muy apreciable. Los jornales no habían participado 
en absoluto de la prosperidad de las ganancias burgue­
sas. Hasta 1780 los precios de los artículos de consumo 
se elevaron un 65 por 100, mientras los jornales sólo 
aumentaron un 22 por 100.
Por otro lado, la revalorización del suelo y de los pre­
cios agrícolas que se produjo a partir de 1750 habían 
beneficiado sobre todo a los grandes terratenientes, que
El Antiguo 
Régimen
Los horizontes del 
pueblo llano no pu­
dieron mejorar du­
rante el «siglo de las 
luces», pese a la ex­
tensión del pensa­
miento fisiocrático 
qtie propugnaba el 
incentivo de las ren­
tas y actividades 
agrarias. Campesi­
nos cruzando el río 
en la c iudad de 
Aviñón.
9
10
El Antiguo 
Régimen
El aspecto cómico 
de la caricatura de 
una a r is tó c ra ta 
francesa (arriba), 
realzado por la des­
com unal peluca, 
constrasta con la 
elegancia de la pa­
reja de nobles de la 
derecha: represen­
tantes de la suntuo­
sidad y el lujo reser­
vado casi en exclu­
siva a una nobleza 
ociosa y ciega ante 
los cambios socia­
les que se le venían 
encima.
vieron aumentar sus rentas, y a los grandes agriculto­
res, que obtenían importantes ganancias con la venta 
de sus excedentes.
Al mismo tiempo, esta revalorización provocó un fe­
nómeno de «reacción feudal»: los propietarios de tierras 
comenzaron a resucitar y a poner en vigor sus antiguos 
derechos señoriales y una serie de prestaciones de los 
campesinos caídas en desuso. Comenzaron a exigir, por 
ejemplo, una mayor rigidez en los contratos de arren­
damiento, haciéndolos imposibles de satisfacer por los 
campesinos.
A este renacer del feudalismo sobre el régimen de 
propiedad de la tierra, se añadió la cada vez más pode­
rosa presión de los nobles, que intentaban desplazar a 
la burguesía de los cuerpos de la administración del Es­
tado. Así, en los diferentes grados de la jerarquía (cor­
tes de justicia, intendentes, tenientes generales, obispa­
dos, etc.) se defendía el privilegio nobiliario frente a los 
«plebeyos». Esta actitud de la aristocracia provocaba la 
hostilidad de los burgueses y campesinos y contribuyó, 
en buena medida, a la gestación de un clima prerrevo- 
lucionario.
En definitiva, la Francia del Antiguo Régimen, a pe­
sar de la prosperidad económica del siglo XVIII y del de­
sarrollo experimentado por la burguesía francesa (y 
europea en general), seguía siendo una sociedad rígi­
damente estructurada en ó rd e n e s , donde aún predomi­
naban las relaciones feudales. Las órdenes o estamen­
tos privilegiados (el clero y la nobleza), además de no 
pagar impuestos directos, ocupaban también los empleos 
públicos más distinguidos y los más altos cargos de la 
jerarquía eclesiástica y del ejército.
Al tercer estado, o estado llano, pertenecían todos 
aquellos que no eran ni nobles ni eclesiásticos, es decir, 
la mayoría de la población de Francia. Jurídicamente ca­
recían de derechos políticos y estaban sujetos al pago 
de impuestos. Desde el punto de vista social, pertene­
cían a este estamento los elementos más activos de la 
economía: grandes comerciantes, burgueses importan­
tes, empresarios de manufacturas, así como los secto­
res ilustrados y profesionales. También pertenecían a él 
los artesanos (agrupados en cofradías, gremios y cor­
poraciones) y el campesinado.
El Antiguo
Régimen
Representación tea­
tral en un salón 
aristocrático del si­
glo XVIII. La selecta 
concurrencia al pe­
queño espectáculo 
doméstico simboli­
zaba el refinamien­
to social que las 
clases privilegiadas 
habían acumulado 
en su dorada y es­
pléndida soledad.
11
12
El marqués de Lafa- 
yette (arriba) luchó 
en tierras nortea­
mericanas a favor 
de la independencia 
de las trece colo­
nias que constitui­
rían los Estados 
Unidos, merced al 
triunfo de las ideas 
de la Ilustración y al 
tesón de la burgue­
sía norteamericana 
en hacer realidad el 
sueño de libertad 
que simbolizaba la 
proclamación de su 
Independencia (de­
recha), para lo cual 
contaron con la co­
laboración de un 
cuerpo de ejército 
francés, mandado 
por Lafayette, y otro 
español al mando 
de B e rn a rd o de 
Gálvez.
Francia en vísperas de la Revolución
El fuerte impulso experimentado por la economía fran­
cesa en el siglo XVIII comenzó a manifestar ciertos sín­
tomas de agotamiento en la década de 1780. La pérdi­
da de casi todas sus colonias americanas después de la 
guerra de los Siete Años (1756-1765) ya había afecta­
do seriamente al comercio y la situación se agravó más 
tarde con la intervención francesa en la guerra de Inde­
pendencia de las colonias británicas en América del Nor­
te (1777-1783). que produjo considerables gastos y obli­
gó a recurrir a elevados préstamos.
Por otro lado, el tratado de comercio con Inglaterra 
firmado en 1786, beneficioso para vinateros y comer­
ciantes, pero que perjudicaba los intereses industriales, 
contribuyó en buena medida a que la industria experi­
mentara dificultades. En la década de 1780 los países 
más avanzados de Europa intentaron una primera ex­
periencia de comercio libre; se firmaron por entonces 
varios tratados comerciales y de navegación entre Fran­
cia y los jóvenes Estados Unidos, Inglaterra y varios paí­
ses bálticos, con el fin de ampliar los intercambios y re­
ducir las barreras aduaneras que obstaculizaban las 
relaciones económicas internacionales. De este modo, 
el citado acuerdo de 1786 facilitaba la venta de vino y 
productos de lujo a Inglaterra, pero al mismo tiempo re­
ducía losderechos aduaneros que habían de pagar las 
mercancías británicas; como consecuencia de ello, un 
torrente de artículos ingleses, especialmente textiles, 
inundó el mercado francés, provocando la alarma y el 
desconcierto de comerciantes y manufactureros.
Sin embargo, el problema más grave seguía siendo el 
abastecimiento de una población que había crecido a 
mayor velocidad que la producción de cereales. Fran­
cia vivía obsesionada por la escasez, por el recuerdo de 
las «revueltas de hambre» que se habían producido a 
lo largo del siglo XVll! y el temor a su repetición. Este 
problema, unido al encarecimiento continuo de los pro­
ductos alimenticios, explican el descontento y agitación 
existente entre los campesinos y los sectores urbanos, 
cuya subsistencia dependía de la producción agrícola.
El año anterior a la Revolución, en el verano de 
1788, la cosecha fue mala, y el invierno resultó inusita­
damente riguroso. La catástrofe agrícola cerró el merca-
13
Vísperas de
la Revolución
do rural y en las ciudades, donde ya existía una abun­
dante mano de obra, el paro se multiplicó y los salarios 
descendieron. En varias provincias estallaron insurrec­
ciones de campesinos, que asaltaban los graneros de los 
señores, se repartían el trigo y exigían a los comercian­
tes que vendieran el grano a un precio razonable o. co­
mo decían, a «un precio honrado».
Los economistas burgueses venían proponiendo co­
mo único remedio para resolver estas situaciones la libe- 
ralización del comercio de los cereales (beneficiosa so­
bre todo para los propietarios y comerciantes), pero el 
pueblo, por su parte, seguía reclamando la tradicional 
reglamentación y en los períodos de escasez exigía in­
cluso las requisas de grano y el establecimiento de pre­
cios fijos que fuesen asequibles.
14
En la Europa de fi­
nales del siglo xvill 
las ciudades tenían 
un ciclo vital here­
dado del Antiguo 
Régimen. La cele­
bración de merca­
dos semanales y de 
fe r ia s a g r íc o la s 
ferias agrícolas ge­
neraban un meca­
nismo de intercam­
bio y transacciones 
limitado a los ámbi­
tos comarcales, en 
abierto contraste 
con las necesidades 
recaudatorias de 
los estados, cuyos 
com prom isos les 
exigían imponer ca­
da vez mayores im­
puestos al consumo 
doméstico.
La crisis financiera
Todos estos factores se sumaron para provocar una si­
tuación desesperada en las finanzas del Estado. Los gas­
tos que exigían el ejército, la corte, la política exterior, 
las obras públicas, etc., eran muy superiores a los ingre­
sos que se obtenían por medio de los impuestos. Por 
j otro lado, como los intereses que generaban las 
deudas contraídas por el Estado se abona­
ban con retraso, los banqueros se ne­
gaban a otorgar nuevos préstamos.
De este modo la deuda francesa, considerablemente 
incrementada por la guerra de Independencia america­
na y por el despilfarro ostentoso de la corte, no podía 
cancelarse, debido a que el presupuesto nacional no lo­
graba equilibrarse. Esta mala situación de las finanzas 
francesas no se debía a la pobreza nacional, sino a que 
los estamentos privilegiados, especialmente la nobleza, 
no pagaban impuestos.
La Iglesia, por su parte, consideraba que sus bienes 
no podían ser gravados con impuestos del Estado, al que 
ya contribuía por medio de su periódica y «libre dona­
ción» a las arcas del rey; pero, con ser importante, esta 
aportación era muy inferior a lo que podría obtenerse 
mediante un impuesto directo sobre las tierras que po­
seía la Iglesia francesa.
En definitiva, el problema residía en que las clases 
que se beneficiaban de casi toda la riqueza del país no 
pagaban unos impuestos acordes con sus ingresos y. lo 
que era más grave, se resistían a ello por considerarlo 
propio de las clases inferiores, es decir, del tercer 
estado exclusivamente. Esta situación, en reali­
dad, se venía arrastrando desde mucho an­
tes, podría decirse que desde la épo­
ca en que el cardenal Richelieu 
era consejero de Luis XIII.
Puerto de Burdeos 
(Francia). La avidez 
del fisco real iba 
mermando el nú­
mero de importa­
ciones y exportacio­
nes que pasaban 
por las ad uan as 
francesas a finales 
del siglo xvili, al 
gravarlas con fuer­
tes impuestos.
Vísperas de
la Revolución
Vísperas de 
la Revolución
16
Necker, ministro 
de F in an z a s de 
Luis XVI, intentó, 
sin éxito, un proyec­
to reformista para 
hacer p aga r im ­
puestos a la noble­
za y al clero, exen­
tos por su estatuto 
privilegiado de es­
tas contribuciones. 
La oposición que 
encontraron sus 
propuestas le llevó 
a presentar la dimi­
sión.
Las tentativas de reforma 
y la revuelta aristocrática
Esta resistencia obligó al gobierno real a buscar una 
salida para la situación. Ya al comienzo del reinado de 
Luis XIV. el economista Turgot, interventor general de 
finanzas, había propuesto suprimir el privilegio de no pa­
gar impuestos del que gozaban los nobles y el clero. 
Pero la mayor parte de sus reformas fueron suprimidas, 
y la misma suerte corrió el programa económico de 
Necker, su sucesor.
En 1783, Charles Alexandre de Calonne, un exce­
lente y experimentado administrador, fue nombrado mi­
nistro de Hacienda para que acometiese la solución del 
problema, cuando ya no quedaba otra salida que trans­
formar radicalmente la Hacienda Pública y su política 
fiscal, o bien declararse en bancarrota y no pagar las deu­
das contraídas, lo cual significaba no volver a obtener 
nuevos empréstitos.
Calonne propuso establecer una «subvención territo­
rial», impuesto que habrían de pagar todos los terrate­
nientes sin excepción; también planteó la supresión de 
aduanas interiores y de varios impuestos de consumo, 
así como la liberalización del comercio de granos, la con­
fiscación de algunas propiedades de la Iglesia y. por úl­
timo. el establecimiento de Asambleas Provinciales con 
representación de los tres estamentos.
Calonne sabía el alcance político de su proyecto y las 
dificultades que se plantearían para su aceptación por 
los organismos jurídicos, que estaban controlados por 
los sectores aristocráticos: los parlamentos, estados pro­
vinciales y la asamblea del clero. Ni Luis XVI ni sus mi­
nistros se atrevían a imponer tales medidas por decreto 
y consideraron más prudente reunir una Asamblea de 
Notables, designados por el rey, para conseguir su acep­
tación del proyecto. Pero la asamblea resultó menos dócil 
de lo que se esperaba: los notables se opusieron fron­
talmente a las medidas de Calonne y la opinión general 
reaccionó con estupor ante la magnitud de la crisis fi­
nanciera y la resistencia de la nobleza a ponerle reme­
dio. El conflicto terminó con la destitución de Calonne. 
Le sustituyó el arzobispo de Toulouse, Loménie de Brien- 
ne, protegido de la reina María Antonieta y enemigo de 
Calonne.
Brienne obtuvo de los nobles un empréstito que per­
mitió evitar de momento la bancarrota. Pero, a cambio, 
los nobles exigieron la convocatoria de los Estados G e­
nerales. mediante los cuales podían controlar a la m o­
narquía. Estos acontecimientos tuvieron repercusión en 
algunas provincias, donde la nobleza pidió el restableci­
miento de sus propios Estados Provinciales; en la re­
gión del Delfinado los nobles decidieron restablecerlos 
por su cuenta.
Ante la rebeldía de la nobleza, Brienne presentó su 
dimisión y el rey volvió a llamar a Necker. cuya primera 
medida fue aplazar la reforma, establecer los parlamen­
tos y convocar los Estados Generales para el 1 de mayo 
de 1789.
Algunos historiadores han calificado de «revolución 
aristocrática» este período de 1787 a 1789. Y. en efec­
to, durante estos años de crisis y enfrentamiento con los 
parlamentos, el protagonismo corrió a cargo de los ma­
gistrados y la nobleza, que defendían los derechos parla­
mentarios frente alabsolutismo. Pero, en la práctica, el 
restablecimiento de los Estados Generales suponía vol-
Vísperas de 
la Revolución
Parlamento de Pa­
rís en una sesión 
a mediados del si­
glo XVlll. Los parla­
mentarios provin­
ciales resultaron in­
capaces de alcan­
zar un acuerdo que 
sirviera para resol­
ver los problemas 
financieros del esta­
do francés.
Vísperas de
la Revolución
ver a 1614. a una asamblea de carácter feudal, donde se 
seguía manteniendo la vieja fórmula de «el voto por or­
den»: cada orden o estamento disponía de un solo vo ­
to. por lo que el número de diputados que correspon­
diera a cada uno de ellos carecía de importancia, ya que 
la votación final siempre sumaba dos votos (correspon­
dientes a los estamentos superiores) frente a uno (del 
tercer estado). A pesar de todo, la convocatoria de los 
Estados Generales significaba en aquel momento que 
la monarquía dejaba de ser absoluta. Era un paso im­
portante, casi una revolución, pero la intervención de 
la burguesía y la defensa de sus intereses por parte del 
tercer estado hicieron cambiar su sentido inicial.
Caricatura que re­
presenta la opre­
sión del clero y la 
nobleza sobre el ter­
cer estado (arriba). 
La imagen contiene 
un elemento de evi­
dencia incuestiona­
ble, ya que la acti­
vidad productiva 
del campo y las ma­
nufacturas (dere­
cha) eran las úni­
cas que aportaban 
sus rendimientos al 
sostén del estado.18
Los Estados Generales y la Asamblea 
Nacional Constituyente
El decreto real convocando los Estados Generales se di­
fundió ampliamente y fue leído en todas las iglesias. La 
campaña electoral desempeñó un papel determinante 
en la formación de la opinión general y en la reflexión 
sobre los diversos problemas que padecía la sociedad 
francesa. Cada estamento confeccionaba una relación 
de peticiones, recogida en los llamados «cuadernos de 
quejas», que constituyen un valioso testimonio colecti­
vo de las esperanzas de reforma surgidas en todo el país. 
Los nobles y el alto clero insistían en la necesidad de 
conservar la sociedad tradicional, dividida en estamen­
tos, o defendían el fortalecimiento del parlamento fren­
te al absolutismo real. La burguesía, por el contrario, exi­
gía en sus «cuadernos» la eliminación de los privilegios 
estamentales y de casta, así como la libertad del comer­
cio y de la industria y, sobre todo, poder político para 
interventir en la marcha del Estado. Por su parte, las pe-
Vísperas de
la Revolución
La convocatoria de 
los Estados Gene­
rales (a b a jo ) fue 
prácticamente una 
concesión del rey a 
las demandas cre­
cientes de una so­
ciedad que ya no te­
nía confianza algu­
na en sus viejas ins­
tituciones.
Vísperas de
la Revolución
Las quejas que lle­
gaban a las cám a­
ras de represen ­
tación , com o la 
Asamblea de Nota­
bles (abajo), eran 
numéricamente mi­
noritarias, pero ex­
presaban el descon­
tento p o p u la r y 
avisaban del peligro 
de una inminente 
revuelta generali­
zada.
ticiones del pueblo, especialmente las de los campesi­
nos, contenían abundantes quejas contra el aumento de 
las cargas feudales, de los impuestos y del alto precio 
de los arriendos, y también contra la injusticia de los tri­
bunales y la intransigencia de los señores que se apro­
piaban de sus tierras. Pero a los Estados Generales sólo 
se enviaron los «cuadernos de quejas» de las circuns­
cripciones más importantes; la burguesía urbana y rural 
efectuaba previamente una selección, eliminando los que 
contenían reivindicaciones populares y campesinas que 
afectaban a sus intereses.
Como estaba previsto, los Estados Generales se reu­
nieron en Versalles el 5 de mayo de 1789. El número 
de diputados sumaba el millar: 250 de la nobleza; otros 
tantos del clero y 500 diputados del tercer estado (que 
había sido duplicado), todos ellos miembros de la bur­
guesía financiera y comercial, o bien intelectuales y pro­
fesionales cualificados.
En la ceremonia de inauguración, el rey pronunció 
un breve discurso, insistiendo en la necesidad de con­
tribuir al fisco; se quejó del estado alarmante en que se 
hallaba el país y de las nuevas ideas imperantes y lanzó
20
advertencias contra las innovaciones. Al día siguiente, 
los nobles y el clero se reunieron por separado para dis­
cutir las cuestiones de procedimiento y la forma de vo­
tación. Por su parte, el tercer estado insistió desde el 
principio en que las sesiones fueran conjuntas de los tres 
estamentos, y que la votación no fuera «por orden», si­
no «por cabeza» (nominal), a lo que se negaron la no­
bleza y el clero.
Tras varias semanas de negociaciones infructuosas, el 
tercer estado comenzó, por su propia cuenta, a verificar 
los poderes o credenciales de los diputados de los tres 
estamentos. Varios representantes de la nobleza y del 
clero se incorporaron al estamento burgués, que se vio 
considerablemente aumentado. Cuando terminaron de 
pasar lista y a propuesta del abate Sieyés, el tercer esta­
mento, ampliamente mayoritario, se declaró «represen-
Vísperas de
la Revolución
Ajenos a los conflic­
tos entre las institu­
ciones. las gentes 
del pueblo llano 
afrontaban su suer­
te con el escepticis­
mo propio de los 
que sufren todas las 
cargas con la espe­
ranza incierta en 
unos cambios que 
nuncan llegaban. 21
Vísperas de
la Revolución
El Ju ra m en to del 
juego de pelota, de 
David, es una obra 
repleta de tensión, 
que tiene un efecto 
narrativo de fácil 
lectura: el escena­
rio, un frontón, y los 
protagonistas, los 
diputados del tercer 
estado, que se ju­
ramentan para de­
fender los derechos 
del pueblo, que aso­
ma, entre curioso y 
expectante, por las 
ventanas del re ­
cinto.
tante de la nación», constituyéndose en una asamblea 
a la que denominaron Asamblea Nacional, declarando 
que el rey no tenía derecho a vetar sus decisiones: el 
tercer estado se había erigido como poder supremo de 
la nación, término que adquirió un nuevo significado.
Sin embargo, tres días más tarde, cuando la Asam­
blea iba a reunirse, encontró cerradas por parte del rey 
las puertas del recinto donde tenían lugar las sesiones. 
Los diputados no se detuvieron ante ello; se traslada­
ron a una estancia próxima (un salón destinado al jue­
go de pelota) y allí pronunciaron el solemne juramento 
de no abandonar la sala hasta concluir la elaboración 
de una constitución para Francia.
Ante este desafío, el rey decidió tomar medidas enér­
gicas. Convocó una nueva reunión, y esta vez su dis­
curso tuvo un tono más amenazador: anuló todas las 
decisiones adoptadas por el tercer estado, ordenando 
la disolución de la Asamblea Nacional y la vuelta al sis­
tema de estamentos.
El clero/y la nobleza obedecieron al rey y abando­
naron la sala, pero los representantes del tercer esta- 
tado, como protesta, permanecieron en sus lugares en
22
la más silenciosa indignación. Al ver que la Asamblea 
no se disolvía, el maestro de ceremonias reiteró la or­
den real; el diputado Mirabeau le contestó:
«Vaya y díga a su señor que nosotros estamos aquí por la vo­
luntad del pueblo y sólo la fuerza de las bayonetas nos puede 
arrojar de este lugar.»
Vísperas de
la Revolución
La Asamblea continuó, y pese a la prohibición del rey, 
muchos diputados de la nobleza se fueron incorporan­
do a ella, atraídos por la fuerza del tercer estado.
La nueva Asamblea Nacional, compuesta por repre­
sentantes de los tres órdenes, decidió por votación defi­
nirse como Asamblea Constituyente. La importancia de 
esta decisión era fundamental, porque con ello la Asam­
blea se atribuyó un poder que la hacía superior al mo­
narca: redactar una constitución llamada a regular la or­
ganización y distribución de los poderes.
r. 3. z.
Mirabeau (arriba), 
diputado del ter­
cer estado aunque 
pertenecía ala no­
bleza, asum ió en 
la respuesta sobre 
la disolución de la 
Asam blea N ac io ­
nal una actitud de 
abierta rebeldía an­
te la intransigen­
cia del poder consti­
tuido. 23
Las mujeres ten­
drían a lo largo del 
proceso revolucio­
nario un protago­
nismo decisivo en 
muchos momentos. 
Armadas y reivindi- 
cativas, su estampa 
aguerrida pronto se 
haría familiar a los 
ojos de los ciudada­
nos franceses de fi­
nales del siglo XVlll.
La toma de la Bastilla
La Asamblea Constituyente (1789-1791) comenzó sus 
sesiones en un momento de grave situación económi­
ca. La crisis de subsistencias, la escasez de alimentos y 
la subida de precios exacerbaban a las clases populares, 
empujándolas a movilizarse.
El rey aparentaba transigir con la existencia de la 
Asamblea, pero en realidad había decidido disolverla 
por medio de la fuerza. Las tropas reales comenzaron a 
avanzar hacia Versalles y París, mientras el pueblo y los 
diputados seguían con inquietud las medidas del gobier­
no. El 12 de julio se supo en París que el rey había des­
tituido a Necker. ministro del gobierno partidario de las 
reformas. La noticia se consideró como prueba de que 
se estaba gestando un «complot aristocrático», y una 
gran manifestación de protesta se extendió por las ca­
lles y plazas de la capital. Hubo enfrentamientos con las 
tropas reales, pero en poco tiempo el pueblo parisien­
se. armado con picas y piedras, se fue haciendo con el 
control de los barrios.
En la noche del 14 al 15 de julio, todo París estaba 
movilizado y expectante. Se temía que las tropas reales 
asaltaran la capital. Los hombres levantaban barricadas 
y las mujeres amontonaban piedras en los tejados para 
arrojarlas contra los soldados. Comenzaron a correr ru­
mores de que la Bastilla, la vieja fortaleza medieval que 
venía siendo utilizada como prisión, se disponía a dis­
parar sus cañones. Una muchedumbre enfurecida se di 
rigió a la fortaleza, dispuesta a asaltarla. Después de va­
rias horas de sangriento asedio, el comandante de la pri­
sión fue muerto y la guarnición se rindió. Se había to­
mado la Bastilla.
La insurrección de París y la caída de la Bastilla supu­
sieron, en cierto modo, el comienzo de una insurrección 
general. Hasta entonces, los múltiples motines y enfren­
tamientos ocurridos desde 1787 no habían tenido mu­
cha relación entre sí. pero a partir de este momento la 
mayoría de las ciudades y pueblos de Francia comenza­
ron, con inusitada rapidez, a imitar a la capital. El temor 
a un complot aristocrático, que había estado latente des­
de el principio, se fue extendiendo, cargado de negros 
presagios, hasta constituir lo que se ha dado en llamar 
la g ra n d e p e u r . un «gran miedo» que avanzaba impara­24
ble. poniendo en pie de guerra a la mayoría de los 
campesinos.
A finales de julio, en las ciudades y pueblos se ocupa­
ban los ayuntamientos: se formaban comités permanen­
tes y milicias urbanas, que más tarde tomaron el mon- 
bre de guardias nacionales. En las zonas campesinas, 
del mismo modo que los parisienses habían asaltado la 
Bastilla, los labriegos asaltaban los castillos, irrumpían 
en las tierras, se repartían los pastizales y los bosques 
de los señores y exigían, para quemarlos, los viejos títu­
los en los que estaban inscritos los derechos feudales de 
propiedad de la tierra.
Desbordado por los acontecimientos, el rey se resistía 
a dar la orden de una ofensiva militar contra París, y or­
denó la retirada de las tropas. Necker fue restituido en 
su cargo y el aristócrata Lafayette, destacado general de 
la Guerra de la Independencia norteamericana, recibió el 
nombramiento de comandante de la Guardia Nacional.
La Bastilla
El 14 de julio de 
1789, la prisión de 
la Bastilla caía en 
manos de la multi­
tud que veía en el 
antiguo castillo un 
símbolo del caos y 
la injusticia genera­
do por la Monar­
quía para encauzar 
las reivindicaciones 
del pueblo. La Re­
volución Francesa 
había comenzado.
Francia entró en 
1789 en un proceso 
acelerado de trans­
formaciones ten­
dentes a alterar un 
equilibrio que había 
favorecido a los ór­
denes privilegiados 
hasta ese momen­
to. Sobre el clero 
caerán las primeras 
medidas destinadas 
a expropiar sus nu­
m erosos b ienes, 
convertido en el 
blanco de la ira po­
pular.
Los principios de 1789: abolición del 
feudalismo y Declaración de Derechos 
del Hombre
Mientras los campesinos trataban de destruir por la fuerza 
el régimen señorial, la Asamblea Constituyente llegaba 
a la conclusión de que únicamente la abolición oficial 
de este régimen tan odiado podía restablecer el orden 
y la paz en el país. La perplejidad y los intereses enfren­
tados reinaban en la Asamblea y las discusiones se pro­
longaban. Finalmente, durante la noche del 4 al 5 de 
agosto, la Asamblea declaró: «El feudalismo queda abo­
lido.» Se suprimieron los privilegios de los nobles y los 
diezmos de la Iglesia, aunque los campesinos tenían que 
seguir pagando una contribución a los antiguos propie­
tarios. Sin embargo, la resistencia de los propietarios a 
la aplicación de estas medidas y la negativa de los cam­
pesinos a pagar la citada contribución, provocó en 1790 
una nueva movilización agraria y en muchas provincias 
hubo insurrecciones y enfrentamientos armados.
También en las ciudades, desabastecidas de alimen­
tos, la agitación era continua. Para los artesanos y los 
proletarios la situación empeoraba, porque gran parte 
de la aristocracia había huido y con ello desaparecieron 
los encargos de artículos de lujo. Los negocios no pros­
peraban, aumentaba el paro, bajaban los salarios y la es­
casez de los alimentos básicos se iba agravando de día 
en día.
26
I
Después de la resolución que declaraba abolido el feu­
dalismo, la Asamblea hizo pública la D e c la ra c ió n d e D e ­
r e c h o s d e l H o m b r e y d e l C iu d a d a n o , el 26 de agosto 
de 1789. Este documento fue recibido como base de 
una filosofía universal que proclamaba los derechos del 
hombre sin distinciones de tiempo, lugar, raza ni nación. 
En su texto se exponen los fundamentos de una nueva 
sociedad y se condena toda la estructura política y so­
cial del Antiguo Régimen. Así. el artículo 2 señala: «Nin­
gún individuo puede ejercer una autoridad que no ema­
ne expresamente de la nación.» Por otro lado, los cons­
tituyentes fijaron en la D e c la ra c ió n las bases jurídicas del 
nuevo régimen, que reconocía a cada hombre unos de­
rechos fundamentales: la libertad, la propiedad y la re­
sistencia a la opresión.
La D e c la ra c ió n tuvo, además, una gran trascendencia 
histórica en un mundo en el que dominaban los regí­
menes absolutistas. Por todas partes comenzaron a sur 
gir grupos pro-franceses y se produjeron movimientos 
contra las monarquías y los privilegios feudales. Pero este 
«contagio de la Revolución» provocó a su vez la reac­
ción inmediata de las monarquías europeas, y el movi­
miento contrarrevolucionario se extendió también por 
todas partes.
Los Derechos 
del Hombre
Los tumultos y re­
vueltas se extienden 
tanto por el territo­
rio continental co­
mo por las posesio­
nes de las colonias: 
la autoridad, desde 
los ayuntamientos 
hasta los tribuna­
les, se ve cuestiona­
da, cuando no asal­
tada, y los funcio­
narios más odiados 
pagarán a menudo 
con su vida el esta­
do de injusticia ge­
nerado por el Anti­
guo Régimen.
27
El pueblo
interviene
El otoño de 1789 
será decisivo en el 
devenir de los suce­
sos que tienen al 
bajo pueblo como 
protagonista más 
directo. Las muje­
res de París mar­
charon a Versalles, 
exigiendo pan, sin 
que el ejército opu­
siera resistencia al­
guna a su entrada 
en el recinto.
Las jornadas de octubre de 1789
Durante las sesiones de la Asamblea Constituyente se 
fueron perfilando diversastendencias políticas, aunque 
todavía no estaban estructuradas como partidos, en el 
sentido actual del término. Las divergencias surgieron 
cuando la Asamblea tuvo que abordar la futura organi­
zación del régimen, que debía quedar reflejada en la 
constitución. Aristócratas y monárquicos estaban a fa­
vor de que el rey tuviera derecho de veto, y apoyaban 
ia institución de un cuerpo legislativo dividido en dos 
cámaras (bicameralismo) y un sistema electoral censita- 
rio, siguiendo el modelo de Inglaterra. Los llamados «pa­
triotas», partidarios de la soberanía nacional, se oponían 
a ello, porque temían que la cámara alta restituyera en 
el poder a la antigua aristocracia y que el rey, de acuer­
do con los nobles, ejerciera su derecho de veto contra 
los decretos de abolición del feudalismo y contra la pro­
pia D e c la r a c ió n d e D e re c h o s d e l H o m b r e .
Una vez más, el recelo contra la aristocracia tuvo un 
papel decisivo en el curso de los acontecimientos. El her­
mano de Luis XVI, el conde de Artois, ya había salido 
de Francia y junto a otros muchos emigrados estaba in­
tentante movilizar a los gobiernos monárquicos de Euro­
pa contra la Francia revolucionaria.
El 5 de octubre se produjeron tumultos en los merca­
dos de París, provocados por los sectores populares más 
afectados por la escasez de alimentos y la subida del pan. 
Al día siguiente, una gran muchedumbre se dirigió a Ver- 
salles, sitió el palacio real y obligó al rey a trasladarse 
a París, donde podría ser vigilado para evitar su huida. 
También la Asamblea se trasladó a París y, al reanudar­
se las sesiones, triunfaron los partidarios de la cámara 
legislativa única y de la limitación del veto real.
La intervención del pueblo resultó determinante, pe­
ro su creciente protagonismo atemorizaba a la mayoría 
de los diputados. Muchos de ellos consideraban inacep­
table que las cuestiones constituyentes se vieran resuel­
tas por la presión del «populacho» y pensaban que el 
movimiento inicial por la defensa del parlamento esta­
ba cayendo en manos indignas.
Esta preocupación tuvo como consecuencia ciertas 
medidas adoptadas por la Asamblea Constituyente: se 
aprobó una ley que autorizaba el uso de la fuerza arma­
da para sofocar las revueltas populares y la llamada «ley 
de Chapelier», que prohibía a los obreros organizarse 
en asociaciones.
Por otro lado, a la hora de establecer el procedimien­
to electoral mediante el cual se pudiera expresar la «so-
E1 pueblo 
interviene
El pueb lo actúa 
movido por agita­
dores cuyas consig­
nas avivan el des­
contento: éste lleva 
a la plebe, el 5 de 
octubre, a invadir la 
Asamblea Constitu­
yente, para exigir 
mayor celeridad en 
las reformas, que 
aún no habían lle­
gado a hacerse no­
tar en las condicio­
nes de vida de los 
más necesitados.
29
Ciudadanos
con reparos
beranía nacional», no todos los franceses recibieron los 
mismos derechos ni adquirieron, por tanto, la categoría 
de ciudadanos contemplada en la famosa D e c la ra c ió n . 
En primer lugar, las mujeres, cuyo protagonismo fue de­
cisivo a lo largo de todo el proceso revolucionario, que­
daron excluidas pura y simplemente de la ciudadanía 
y, por tanto, del derecho al voto, al igual que los hom­
bres menores de veinticinco años, los individuos subor­
dinados estrechamente a otro individuo (como los cria­
dos) y. finalmente, aquellos que careciesen de domici­
lio fijo. Todas estas personas constituían la categoría de 
ciudadanos p a s iu o s . En cambio, eran considerados ciu­
dadanos a c t iu o s todos los hombres mayores de veinti­
cinco años que pagasen un impuesto directo equivalente 
a la remuneración de tres jornadas de trabajo. Pero la 
plenitud de derechos políticos residía en una tercera ca­
tegoría, constituida por un número bastante limitado de 
personas, ya que sólo podían alcanzar el rango de di­
putados los franceses con propiedades y posibilidades 
económicas suficientes para poder pagar los elevados 
impuestos que se exigían para ostentar estos cargos.
30
Esta imagen, El no ­
ble arruinado, era 
más un deseo que 
una re a lid ad en 
1789. La nobleza 
aún no había sido 
cuestionada como 
clase dirigente, pe­
ro el odio acumu­
lad o con tra sus 
miembros desem­
bocaría a una per­
secución inmediata 
e implacable de los 
aún poderosos aris­
tócratas franceses.
A pesar de estas tendencias que hoy podríamos con­
siderar conservadoras, durante el período constituyente 
se aprobaron leyes de gran alcance histórico, que deja­
ron constancia del espíritu reformista de la Asamblea. 
Aparte de la Constitución misma, aprobada en 1791. 
se procedió a una reorganización administrativa gene­
ral. Esta reorganización sustituyó a la tradicional frag­
mentación del país, con todos sus vestigios feudales, por 
una nueva organización territorial por Departamentos 
de extensión más o menos igual. Se reorganizaron los 
tribunales y se puso fin a la diferenciación social por es­
tamentos, suprimiéndose todos los títulos nobiliarios; asi­
mismo se reformó el sistema de contribuciones fiscales 
y se aprobaron una serie de leyes que abolían las trabas 
existentes tanto para la iniciativa privada como para la 
libertad industrial y mercantil.
Las reformas 
constitucionales
Custodiados por las 
alegorías de la ver­
dad y la justicia, los 
principios que cons­
tituyen la D ecla ra ­
ción Universal de 
los D e re ch o s del 
H o m b re represen­
tan uno de los m a­
yores avances de la 
hum anidad en la 
consideración del 
hombre como obje­
to de la acción po­
lítica. Sin embargo, 
este catá logo de 
principios raciona­
les encontraría tan­
tos adversarios co­
mo partidarios.
iglesia y 
Revolución
La Iglesia y la Revolución
En cuanto a la Iglesia. la Asamblea aprobó la llamada 
Constitución Civil del Clero de 1790. provocando un 
grave conflicto con el papado, que tendría gran reper­
cusión en el futuro. En su aspecto económico, el conflic­
to estuvo relacionado con las necesidades financieras del 
Estado. Con el fin de conseguir dinero para el erario 
público, los bienes de la Iglesia fueron confiscados y 
puestos a la venta como «bienes nacionales». La medi­
da pretendía beneficiar a los campesinos sin tierra; sin 
embargo, los verdaderos beneficiarios fueron aquellos 
nobles y burgueses que pudieron comprarlas.
En Francia sólo había un banco importante; la Caisse 
d'Escompte de París. Esta compañía, previendo que con 
la venta de los bienes eclesiásticos se producirían fuertes 
ingresos, adelantó dinero al Estado. El gobierno, como 
sistema de reembolsar este préstamo, emitió unos bille­
tes llamados A s ig n a d o s , que estaban respaldados por
32
Entre los enemigos 
irreconciliables de 
la Revolución des­
tacará la Iglesia 
Católica, cuyo po­
der e influencia fue­
ron duramente ata­
cados por los revo­
lucionarios, con la 
intención de soca­
var el prestigio del 
clero y provocar el 
que buena parte de 
la población retira­
se el apoyo a la 
Iglesia y sus m i­
nistros.
¡ S r C ?
J-
- - 1
los bienes de la Iglesia. Con estos billetes se podían 
comprar los llamados «bienes nacionales». El gobierno 
había previsto que a medida que estos bienes se ven­
dieran los asignados se inan destruyendo. Pero no se hizo 
así: se emitieron sin control y perdieron todo su valor. 
Ello contribuyó a que empezase a circular en Francia una 
moneda con muy poco valor, que no se aceptaba dentro 
ni fuera del país.
Por otro lado, el conflicto entre la Iglesia y la Revolu­
ción se debía a cuestiones relacionadas con las delimi­
taciones del poder civil y el eclesiástico. Los miembros 
de la Asamblea Constituyente (que en esto seguían a 
los monarcas franceses del siglo XVIII) consideraban a 
la Iglesia como una autoridad pública y. por tanto, su­
bordinada al podersoberano del monarca. Es decir, no 
se reconocía la universalidad e independencia de la je­
rarquía eclesiástica, sino que se subordinaba al estado, 
como otro más de sus elementos.
Los diputados votaron la Constitución Civil del Clero, 
por lo cual éste pasaba a formar un cuerpo de funciona-
iglesia y 
Revolución
La reacción de la 
Iglesia ante las me­
didas legales de la 
Asamblea Constitu­
yente estuvo siem­
pre dirigida desde 
Roma. Esto aumen­
tó su imagen de ins­
titución ajena a los 
intereses naciona­
les y al servicio de 
los elementos más 
reaccionarios del 
país.
Iglesia y 
Revolución
Los eclesiásticos 
que habían gozado 
de impunidad casi 
absoluta hacia sus 
personas y actos, 
en el periodo revo­
lucionario fueron 
centro de los ata­
ques de los ilustra­
dos y liberales, ini­
ciándose una larga 
guerra entre pen­
sam iento libre e 
Iglesia.
rios, similar al de los jueces o los diputados, cuyos 
miembros serían designados por la asamblea de electo­
res. Se exigió a todos los elementos del clero el jura­
mento de fidelidad a la nación y a la nueva ley, pero 
ellos objetaron que debían primero fidelidad al Papa y 
a los obispos.
Se solicitó la mediación del Vaticano, pero el Papa 
no sólo consideró la Constitución Civil como atentato­
ria contra las prerrogativas de la Iglesia Católica, sino que 
condenó la Revolución misma y toda su obra. Este con­
flicto agudizó las tensiones en el seno de la Asamblea, 
cuya resolución final fue exigir a todo el clero francés 
un juramento de fidelidad a la propia Constitución, in­
cluida la Constitución Civil. El estamento eclesiástico se 
dividió en dos bandos; el más numeroso lo constituye­
ron los religiosos que se negaron a prestar juramento, 
que fueron llamados «refractarios», y que adoptaron una 
actitud violentamente contrarrevolucionaria. Esta escisión 
originó la existencia de dos Iglesias en Francia: una clan­
destina, sostenida por las donaciones voluntarias y los 
fondos que entraban desde el exterior, y otra oficial, pro­
tegida y financiada por el Estado.
34
La huida del rey y la tragedia 
del Campo de Marte
Desde que el rey fuera obligado por la muchedumbre 
a trasladarse a París, centró todos sus esfuerzos en in­
tentar salir de Francia para reunirse en el extranjero con 
los nobles emigrados y solicitar ayuda de los gobiernos 
europeos para una intervención armada. El 20 de junio 
de 1791, la familia real logró salir en secreto del palacio 
de las Tullerías. En una pesada berlina se dirigieron ha­
cia la frontera, donde se había concentrado un destaca 
mentó de tropas reales. Durante el trayecto el rey fue 
reconocido en varios lugares, sin que nadie osara de­
nunciarlo. Pero al llegar a Varennes un funcionario de 
postas tuvo la audacia de detener el carruaje real e im­
pedirle el paso. A la voz de alarma acudió la Guardia 
Nacional, se concentraron campesinos de todos los lu­
gares cercanos y, en medio de un tumulto, el rey y su 
familia fueron devueltos a París.
Ante el cariz de los 
acontecimientos de 
París, el rey huyó 
de la capital, pero 
fue descubierto y 
apresado en Varen­
nes. Desde este mo­
mento el monarca 
pasó a ser un rehén 
en m anos de la 
Revolución.
35
El rey 
huye
El comandante en 
jefe de la Guardia 
Nacional, Lafayet- 
te, comenzó a per­
filarse como un ele­
mento moderado 
tras su acción re­
presiva en el Cam ­
po de Marte, g a ­
nándose a los revo­
lucionarios mode­
rados.
El «acontecimiento de Varennes» causó una profun­
da impresión en el pueblo. Muchos franceses leales a la 
Revolución habían creído en las buenas intenciones de 
Luis XVI y culpaban de las intrigas a los «malos minis­
tros»; pero la huida disipó las dudas sobre su complici­
dad con el «complot aristocrático». Como consecuencia 
se produjeron tumultos y manifestaciones en contra del 
rey, que fueron violentamente reprimidos por la Guar­
dia Nacional. Se difundió la versión de que no había in­
tentado huir, sino que había sido «raptado» por el pue­
blo. La protesta y la indignación se extendieron por los 
ambientes políticos de la capital y, sobre todo, en los 
c lu b s , donde se iba abriendo paso la propaganda repu­
blicana. El 17 de julio de 1791. una gran manifestación 
se concentró en el Campo de Marte de París, exigiendo 
la abdicación del rey y su entrega a los tribunales. Por 
orden de la Asamblea, un destacamento de la Guardia 
Nacional, al mando de Lafayette. disolvió la manifesta-
ción abriendo fuego contra los concentrados y causan­
do un elevado número de muertos y heridos.
La tragedia del Campo de Marte provocó la división 
abierta entre las diversas tendencias políticas de la 
Asamblea. El club de los jacobinos sufrió una escisión 
cuando los partidarios de la monarquía constitucional, 
agrupados en tomo a Lafayette, formaron su propio club, 
el de los fuldenses. La dirección del club jacobino la ocu­
paron los partidarios de la República y de continuar la 
revolución democrática, bajo el liderazgo de Robespie- 
rre y Brissot.
La Asamblea Constituyente se disolvió el 30 de sep­
tiembre de 1791. después de haber concluido la Cons­
titución, que fue firmada por el rey. Con ella se instau­
raba una monarquía constitucional, en la que una nueva 
Asamblea Legislativa unicameral tendría que afrontar to­
davía la resistencia de Luis XVI. que no aceptaba el nue­
vo orden implantado por la Revolución.
El Campo
de Marte
Ante la falta de so­
luciones políticas, 
las iras del pueblo 
se desataron contra 
las iglesias y el cle­
ro. Sin embargo, la 
Revolución seguía 
exigiendo reformas 
que no llegaban, en 
medio del caos y la 
violencia.
El rey y la Asamblea Legislativa
Antes de la disolución de la Asamblea Constituyente, 
se había acordado que ninguno de sus miembros po­
dría formar parte de la nueva Asamblea Legislativa. Los 
diputados elegidos, todos ellos ciudadanos activos, eran 
más jóvenes y formaban una asamblea más revolucio­
naria que la anterior, con muy escasos representantes 
de la antigua derecha aristocrática. La derecha la cons­
tituía ahora el partido de los fuldenses. La izquierda la 
representaban los diputados jacobinos, en cuyo club se 
decidía la actitud que debían adoptar sus afiliados. Mu­
chos de ellos habían sido elegidos por el departamento 
de la Gironda (Brissot, Condorcet. Vergniaud); de ahí 
que fueran conocidos con el nombre de «Girondinos». 
Los llamados «demócratas», el sector más radical de los 
jacobinos, ejercían su influencia por medio del club; 
su líder, Robespierre, actuaba indirectamente sobre la
La izquierda revolu­
cionaria decidió en 
1792 acelerar los 
cambios, llevando 
nuevamente al pue­
blo a la calle y pre­
sionando a los par­
tidos m oderados 
con su presencia 
tumultuosa.
38
Asamblea, aunque no fuera diputado por haberlo sido 
ya en la Constituyente.
Ante esta nueva institución representativa, el rey ma­
nifestó una actitud hostil, que se acentuó a medida que 
la Asamblea fue adoptando sistemas más radicales para 
controlar la situación: confiscación de bienes, severos 
castigos a los contrarrevolucionarios y privación de sus 
sueldos a los sacerdotes que se negaran a prestar el ju­
ramento de fidelidad a la Constitución. Luis XVI, hacien­
do uso de su prerrogativa, vetó estas y otras medidas y 
dirigió todos sus esfuerzos a intensificar sus contactos 
internacionales, confiando en que una intervención ex­
terior podría fortalecer el trono francés. La presión de 
los sectores más radicales se acentuó en la Asamblea; 
las divergencias políticas crecían y el rey, aprovechando 
las disensiones internas, decidió formar un nuevo go ­
bierno girondino, presidido por Roland.
Durante la primavera de 1792, la carestía de alimen­
tos hizo aumentar los desórdenes en las ciudades; se exi­
gía el establecimiento de precios fijospara los cereales 
y los más radicales pedían la pena de muerte para los 
acaparadores. En el campo se acrecentaba el movimien­
to campesino reclamando tierra, mientras por toda Fran­
cia se extendía la amenaza de la guerra.
Entre los monarcas de otros países europeos —que 
recibían con alarma las noticias de la Revolución Fran­
cesa que traían los emigrados— se creó una fuerte co­
rriente de opinión a favor de Luis XVI, basada sobre to­
do en el miedo a que el fervor revolucionario fuese algo 
contagioso.
En el sentir popular y en el club de los jacobinos, la 
idea de la guerra como el único medio de salvar a los 
pueblos de la opresión prendió con fuerza. Por su par­
te, el rey consideraba que era un buen medio para reca­
bar la ayuda de las potencias extranjeras, sobre todo de 
Prusia y Austria.
También los políticos girondinos veían en la guerra 
una solución para los problemas internos. Si la Consti­
tución no podía funcionar porque el rey paralizaba todas 
las medidas del legislativo con su derecho de veto, la 
guerra forzaría a Luis XVI a actuar lealmente o, de lo 
contrario, se expondría a ser acusado de alta traición, lo 
cual permitiría someterle a juicio. Estos eran los razona-
Hacia la 
guerra
Luis XVI subió al 
trono en 1774, en 
medio de la alegría 
general. En 1770 se 
había casado con 
María Antonieta, 
hija de Francisco I 
de Austria, la cual 
se hizo muy impo­
pular entre los fran­
ceses. El rey, de ca­
rácter débil, no su­
po enfrentarse a los 
graves problemas 
económicos y so­
ciales del país, y no 
dio suficiente apoyo 
a los ministros de 
los que se rodeó pa­
ra que implantaran 
medidas eficaces. 39
Hacia la 
guerra
mientos de Brissot. Por otro lado, los generales políticos 
(Lafayette y Dumouriez) veían en la guerra no sólo el 
medio de adquirir prestigio, sino el de disponer de un 
ejército adicto para imponer su programa. El entusias­
mo revolucionario y los ideales «patrióticos» se fueron 
extendiendo, confiando en que la guerra permitiría «ha­
cer triunfar la revolución contra la tiranía» en los países 
que participasen en ella. ¡Ideas generosas! Ideas nefas­
tas, dirá Robespierre en sus famosos discursos a los gi­
rondinos:
«Antes de combatir a la aristocracia más allá de las fronteras, 
hay que destruirla en el interior; quedan aún demasiados con­
trarrevolucionarios capaces de aprovechar la guerra para aplas­
tar la Revolución.»
Pero el ardor y los argumentos de los girondinos se 
fueron imponiendo en la Asamblea. Sólo Robespierre 
se resisitió, haciendo ver que la guerra beneficiaría a la 
monarquía y que, en todo caso, traería como conse­
cuencias inevitables la dictadura, el debilitamiento de los 
franceses y la reacción nacional de los pueblos que se 
pretendía liberar.
La guerra contra las 
potencias contra­
revolucionarias de­
sató el entusiasmo 
popular que se ad­
vierte en estas imá­
genes. Por primera 
vez el enemigo esta­
ba fuera de las lu­
chas internas. Arri­
ba, la reina María 
Antonieta.
40
41
La guerra contra las 
monarquías absolu­
tas despertó una se­
rie de entusiasmos 
difíciles de contro­
la r ; vo lu n ta r io s 
exaltados abarro ­
taban las calles pi­
d iendo a rm as y 
organ izando una 
estructura militar 
paralela al ejército 
regular, mandado 
aún por oficiales 
pertenecientes a la 
nobleza.
Se declara la guerra: 20 de abril de 1792
A pesar de los argumentos de Robespierre, la corriente 
a favor de la guerra se precipitó en los primeros meses 
de 1792. Pero en realidad ya había sido preparada mu­
cho antes. Tras la humillación que Luis XVI había sufri­
do al ser detenido en Varennes, los representantes de 
los emigrados franceses se entrevistaron con el empe­
rador de Austria, Leopoldo 11. y con el rey de Prusia, 
Federico Guillermo II.
El resultado de la reunión fue la declaración de Pillnitz 
del 27 de agosto de 1791, por la cual ambos monarcas 
se comprometían a intervenir contra Francia, siempre 
que las demás potencias europeas unieran sus esfuerzos 
a los suyos. Pero los gobiernos europeos eran lentos a 
la hora de decidirse y a Luis XVI se le agotaba la pacien­
cia. El 20 de abril propuso a la Asamblea la declaración 
de guerra al «rey de Hungría y Bohemia» y sólo una pe­
queña minoría, de acuerdo con Robespierre, votó en 
contra.
Los partidarios de la guerra pensaban que ésta sería 
rápida y decisiva, pero se equivocaron: pronto se produ­
jeron las primeras derrotas y desde 1792 Francia entró 
en un período de guerras que duró hasta 1815.
En los ejércitos franceses, cuyos altos mandos perte­
necían a la nobleza, anidaba la traición y el recelo de los 
oficiales hacia sus tropas; éstas, a su vez. iban perdien-
Francia en 
guerra
do la confianza en los mandos, mientras los ejércitos aus­
tríacos y prusianos se aproximaban a las fronteras de 
Francia.
La situación empeoró aún más debido a que la reina 
María Antonieta, hermana del emperador de Austria, 
había informado a los austríacos de los planes militares 
del ejército francés. La Asamblea endureció su política 
contra los enemigos de la Revolución y dispuso la for­
mación de batallones de voluntarios para defender la 
capital y hacer frente a toda tentativa militar de los ge­
nerales monárquicos.
Luis XVI se negó a sancionar tales medidas, a pesar 
de los razonamientos de Roland haciéndole ver que su 
veto podría provocar una fuerte reacción entre los fran- 
ceces, al indicar que el rey se alineaba decididamente al 
lado de los enemigos de Francia. El monarca, haciendo 
caso omiso de estos requerimientos, destituyó a Roland 
y a los ministros girondinos, y los fuldenses volvieron 
al poder. Ahora estaban decididos, con el apoyo de La- 
fayette y otros generales, a imponer su programa en la 
Asamblea: desplazar a los jacobinos, revisar la Consti­
tución reforzando el poder del rey y poner fin a la gue­
rra por medio de un acuerdo con el enemigo.
La reacción popular no se hizo esperar. A lo largo de 
todo el país se fueron formando destacamentos de vo ­
luntarios que acudían a la defensa de París. El ardor pa­
triótico y el impulso revolucionario dieron fama a los
Francia en 
guerra
Roger de L'Isle, un 
oficial del ejército 
del Rin, canta en su 
habitación las es­
trofas de una can­
ción patriótica des­
tinada a convertirse 
en un himno cono­
cido universalmen­
te como La M arse- 
llesa, al ser adopta­
do como canción de 
guerra por un regi­
miento procedente 
de la capital medi­
terránea. Nadie, y 
menos él, podía 
imaginar que este 
himno sería sinóni­
mo de Francia, con 
el transcurso de los 
tiempos. 43
La
Marsellesa
Los elementos repu­
blicanos adquieren 
mayor protagonis­
mo a medida que la 
amenaza de las po­
tencias monárqui­
cas pone en peligro 
las conquistas revo­
lucionarias. En este 
estado de cosas, la 
publicación de los 
Diez M andamientos 
de la R e p ú b l ic a 
Francesa represen­
tó una firme decla­
ración de las futu­
ras intenciones a 
las que se dirigía el 
proceso político de 
la Revolución.
destacamentos armados de Marsella, cuyo himno, L a 
M a rs e lle s a , se convirtió en emblema nacional. El 3 de 
julio de 1792, el diputado Vergniaud, en un célebre dis­
curso, denunció la traición del rey, y unos días más tar­
de. la Asamblea declaró solemnemente: «La patria está 
en peligro.» La alarma cundió en toda Francia; se distri­
buyeron armas a la población civil y los batallones de 
voluntarios marcharon al frente de batalla.
Mientras tanto, el duque de Brunswick, comandante 
en jefe de los ejércitos prusianos, hizo público un mani­
fiesto en el que amenazaba con la represión más im­
placable si la familia real sufría algún daño y si no se 
restauraba el poder de la monarquía francesa que re­
presentaba Luis XVI. Seguidamente, estos mismos ejér­
citos, junto a lasmilicias de emigrados franceses, comen­
zaron desde Coblenza la ofensiva contra París.
44
El derrocamiento de la Monarquía
El manifiesto prusiano confirmó todas las sospechas so­
bre el acuerdo del rey con sus aliados exteriores. Se or­
ganizó entonces un amplio movimiento popular, a tra­
vés de las secciones o asambleas de barrio, cuyo poder 
iba a desbordar a la propia Asamblea Legislativa. En el 
Ayuntamiento de París, se eligió un Comité Municipal 
Revolucionario, la Comuna, cuyo programa incluía rei­
vindicaciones económicas, derivadas de la carestía de 
los alimentos, además de una serie de exigencias políti­
cas que ya habían adoptado las secciones: destitución 
del rey, convocatoria de una nueva Asamblea elegida 
por sufragio universal y renovación de las administra­
ciones locales y provinciales, también elegidas por su­
fragio universal.
Ante estas exigencias, los diputados girondinos defen­
dieron la autoridad de la Asamblea, cuya iniciativa políti­
ca debía mantenerse frente a la presión popular.
Las secciones parisienses habían fijado un plazo para 
que la Asamblea llevara a efecto su programa; si llegado
La Monarquía, 
derrocada
La resistencia de 
Luis XVI a aceptar 
las imposiciones de 
la Asamblea provo­
có un clima de exal­
tación política que 
convirtió al rey en 
principal enemigo 
del pueblo. El 10 de 
agosto de 1792, 
paisanos, militares 
y elementos políti­
cos exaltados ata­
caron las Tullerías 
para apresar al rey.
45
La Monarquía, 
derrocada
La jornada del 10 
de agosto represen­
ta el fin del papel 
moderador asigna­
do al soberano. La 
furia popular que 
desbordó a la guar­
dia suiza en las es­
caleras del palacio 
acabaría arrastran­
do a la Monarquía.
el día previsto los diputados no se hubieran puesto de 
acuerdo, serían los «secciónanos» y las milicias urba­
nas quienes tomarían por asalto el palacio de las Tulle- 
rías. Y en efecto, el día 10 de agosto de 1792. después 
de un primer intento, las fuerzas revolucionarias toma­
ron el palacio, pero el rey y su familia ya no estaban allí; 
Luis XVI se había refugiado en la Asamblea, pidiendo 
protección. Tras intensos debates, el rey fue despojado 
de sus funciones y recluido, junto con su familia, en la 
Torre del Temple.
Derrocada la Monarquía y vacante el gobierno, la 
Asamblea Legislativa designó un consejo ejecutivo, pre­
sidido por Roland y otros ministros girondinos, al que se 
incorporó también un representante de los jacobinos, 
Danton. como ministro de justicia. Se adoptaron impor­
tantes medidas para prevenir la temida reacción de los 
militares monárquicos ante la caída del rey. pero las ma­
las noticias de la guerra, con los ejércitos prusianos pró-
ximos a Verdún, hacían cada vez más urgente organizar 
la defensa interior y exterior. Bajo la presión de la C o­
muna. el consejo ejecutivo accedió a constituir un tribu­
nal extraordinario para juzgar los «crímenes de los con­
trarrevolucionarios». así como a fortificar la capital y au­
torizar los registros domiciliarios de los «sospechosos». 
Comenzaron a ejecutarse los decretos contra los sacer­
dotes «refractarios» y la violencia anticlerical se hizo in­
discriminada. Del 2 al 5 de septiembre de 1792 se or­
ganizaron los tribunales, y de los 3.000 «sospechosos» 
detenidos. 1.500 fueron ejecutados. Poco a poco se ins­
tauraba un régimen de excepción que pretendía ser la 
expresión de la «justicia popular», y que fue el prece­
dente del «Gran Terror».
En cuanto al curso de la guerra, muchos oficiales aris­
tócratas habían emigrado y el ejército revolucionario 
empezaba a recuperar la confianza. El 20 de septiembre 
de 1792. las tropas francesas, mucho peor equipadas, 
derrotaron al poderoso ejército prusiano en la batalla de 
Valmy. Después de esta victoria, que sirvió sobre todo 
para elevar la moral de los soldados, el ejército francés 
recuperó la ofensiva y en poco tiempo ocupó Bélgica 
(Países Bajos austríacos), Saboya, Maguncia y otras ciu­
dades de la orilla izquierda del Rin Terminaba así una 
fase decisiva de la Revolución, pero se iniciaba una nue­
va etapa, mucho más conflictiva y violenta.
La Monarquía, 
derrocada
Mientras París co­
nocía un proceso de 
radicalización polí­
tica durante el ve­
rano de 1792, los 
ejércitos revolucio­
narios lograban su 
más espectacular 
victoria contra el 
todopoderoso ejér­
cito austro-prusia­
no en Valmy (aba ­
jo); desde entonces, 
Francia dejaba de 
estar a la defensi­
va y su poder mili­
tar comenzó a ser 
tem id o en toda 
Europa.
Después de Valmy, 
la Monarquía no te­
nía sentido. La Con­
vención decretó la 
«abolición de la rea­
leza» y el pueblo dio 
rienda suelta a su 
odio contra la insti­
tución monárquica. 
Las estatuas de los 
reyes caen de sus 
pedestales y la Re­
pública se procla­
ma como fórmula 
de gobierno para el 
nuevo régimen.
La República Democrática: 
girondinos y montañeses
La victoria de Valmy coincidió con la apertura de la 
Convención, nombre que recibió la nueva Asamblea ele­
gida por sufragio universal masculino y cuya principal 
misión era elaborar una nueva constitución: la Consti­
tución del Año I. En la primera sesión (septiembre de 
1792), la Convención se pronunció por la «abolición de 
la realeza». Al día siguiente se ordenó que las actas y 
documentos oficiales «serán fechados con la indicación 
del Año I de la República Francesa». De este modo, sin 
más ceremonias, la República hacía su entrada en la his­
toria de Francia. Mucha menos unanimidad hubo en la 
Asamblea a la hora de decidir su carácter centralista y 
unitario.
Los girondinos sentían una fuerte hostilidad contra el 
centralismo ejercido desde París y contra la preponde­
rancia de la Comuna. Las administraciones departamen­
tales, que habían sido renovadas por sufragio universal, 
se mostraban también favorables a la descentralización 
que propugnaban los girondinos. Finalmente, la Con­
vención definió la República como «una e indivisible», 
y para reforzar esta fórmula se estableció la pena de 
muerte contra cualquiera que intentara «romper la uni-
48
dad de la República Francesa o bien desvincular sus par­
tes integrantes para unirlas a un territorio extranjero».
La Convención estaba representada por tres ten­
dencias políticas bien definidas: los girondinos, que 
constituían la mayoría; los jacobinos (llamados ahora 
«montañeses», por ocupar sus diputados los lugares más 
altos del recinto); entre ambos, un amplio grupo de di­
putados que formaban la «llanura» o el «pantano», no 
vinculados a ninguno de los anteriores.
Al analizar la procedencia social de los dos grandes 
grupos que compartían la Convención, algunos historia­
dores han señalado que no había entre ellos grandes di­
ferencias sociales ni de intereses, puesto que girondinos 
y montañeses procedían de las mismas capas sociales 
burguesas. Sin embargo, la mera procedencia geográfi­
ca de los diputados refleja unos orígenes diferentes. Así, 
la mayoría de los diputados girondinos procedían de las 
grandes ciudades portuarias de Francia, como Nantes. 
Burdeos o Marsella (escenario de la prosperidad del ca-
La República 
Francesa
Jardines de las Tu­
nerías a Anales del 
siglo XVIII. La Repú­
blica, consecuente 
con su condición de 
sistema democráti­
co, abrió al público 
los antiguos recin­
tos palaciegos. Sin 
em bargo, pronto 
surgirán en ese pue­
blo profundas di­
sensiones motiva­
das por los distintos 
intereses de los dife­
rentes grupos políti­
cos y sociales aco­
gidos al sistema re­
publicano. 49
Girondinos y 
montañeses
Marat, «el amigo 
del pueblo» y a la 
vez el representante 
m ás carism ático 
del partido jacobi­
no, ocupa la tribuna 
de la Convención 
entre las iras de los 
girondinos y el en­
tusiasmo de los su­
yos, con un gesto 
cómico-trágicoen 
el que amenaza con 
su ic id a rs e si la 
asamblea no aprue­
ba el programa de 
su partido, tenden­
te a lograr las rei­
vindicaciones popu­
lares que dieron lu­
gar a los sucesos 
del verano de 1792, 
y que provocaron la 
caída de la Monar­
quía.
pitalismo mercantil). Por el contrario, los diputados 
montañeses tenían su origen e implantación en las pía 
zas fuertes del jacobinismo, especialmente en París y su 
provincia. En general, estaban menos vinculados al 
mundo de los negocios y de las finanzas, y defendían los 
intereses de la pequeña burguesía y de las clases popula­
res urbanas (artesanos, comerciantes), que padecían la 
guerra y sus consecuencias: la carestía de vida, el paro, 
la escasez de alimentos y los bajos salarios. Sus líderes 
más representativos eran Robespierre. Danton. Marat y 
Saint-Just.
Sin embargo, al margen de su procedencia social, el 
problema fundamental que les distanciaba era la concep­
ción misma de la Revolución y su desarrollo. Para mu­
chos diputados, el mayor peligro estaba en la subversión 
popular, y el retorno al orden constituía para ellos una 
necesidad perentoria. Para otros, especialmente los ja­
cobinos o montañeseá, lo más importante era la defensa 
de la Revolución contra el peligro aristocrático en el ex­
terior y en el interior. Pero esta «defensa nacional» im­
ponía una alianza con el movimiento popular, que obli­
gaba a dar satisfacción, al menos parcial, a las exigen­
cias sociales de estos sectores y adoptar para ello una 
política muy alejada del simple liberalismo económico. 
Desde esta perspectiva de intereses, las posturas políti­
cas de la Convención estuvieron condicionadas por la
50
presión de una tercera fuerza que actuaba desde fuera 
de la propia Asamblea, en las calles y barrios de París: 
los s a n s -c u lo tte s . denominación que recibían, sobre to­
do a partir de 1792, los sectores populares urbanos, es­
pecialmente activos y organizados en los barrios pari­
sienses de Saint Antoine y Saint-Marcel, a ambas orillas 
del Sena.
Socialmente, los s a n s -c u lo t te s representaban a los 
habitantes de las ciudades que vivían de su trabajo (arte­
sanos. obreros u oficiales de los gremios) y que sufrían
Los
sans-culottes
Estas mujeres sans- 
culottes, provistas 
de picas y adorna­
das con gorros fri­
g io s , com pon en 
una estam pa de 
agresión y decisión 
que identificaba al 
bajo pueblo en sus 
demandas contra 
los elementos bur­
gueses más mode­
rados, adscritos al 
partido girondino; 
pronto, jacobinos y 
girondinos empren­
derían una lucha a 
muerte por el poder 
que acabaría devo­
rando a sus más 
acreditados repre­
sentantes. 51
sans-culottes
La mayor agresi­
vidad de los sans- 
culottes contra los 
s o sp e c h o so s de 
contrarrevoluciona­
rios dio a sus accio­
nes de represión po­
lítica unos tintes de 
persecución indis­
criminada. Ante los 
tribunales de inves­
tigación popular 
comparecían, con 
escasas garantías 
ju r íd ic a s , todos 
aquellos que eran 
denunciados como 
reaccionarios.
más directamente las dificultades de aprovisionamiento 
y las crisis de subsistencia. Algunos de ellos, tras una vi 
da laboriosa, podían acceder a la propiedad de un pe­
queño inmueble en la ciudad y disfrutar de las rentas 
que percibían por su alquiler. No se debe confundir a 
los s a n s -c u lo t te s con los indigentes o «ciudadanos des­
validos», a los que deseaban socorrer.
Su programa político, poco elaborado e impreciso, 
tenía como punto de partida la soberanía popular y co­
mo aspiración social el principio de la igualdad. Su as­
pecto externo reflejaba también su origen popular: ves­
tían pantalón, su prenda de trabajo, y no la c u lo t te (cal­
zón), prenda utilizada por las clases acomodadas; se cu­
brían la cabeza con un gorro frigio y se acompañaban 
siempre del sable o la pica para «poder defender la Re­
volución».
De entre las filas y secciones de los s a n s -c u lo t te s sur­
gieron también otros grupos radicales, como los e n ra - 
g é s (rabiosos), cuyos portavoces más destacados fueron 
Leclerc y Jacques Roux (el s a c e rd o te ro jo ) : o el grupo li­
derado por Hébert (hebertistas), caracterizado por su ex­
tremismo anticlerical y cuyas acciones violentas preocu­
paron seriamente al propio gobierno revolucionario.
52
El proceso de Luis XVI
Uno de los primeros problemas que hubo de afrontar la 
Convención fue el procesamiento de Luis XVI. prisio­
nero en el Temple. Los girondinos habían intentado evitar 
este proceso que, en su opinión, conducía a una ruptu­
ra demasiado brutal: podía provocar graves perturbacio­
nes en el país, incitando la insurrección de los aristócra­
tas y el clero «refractario», sin olvidar los peligros de una 
reacción europea. Con estos y otros argumentos, los gi­
rondinos casi habían conseguido convencer a la mayo 
ría de la Asamblea, pero el 20 de noviembre de 1792 
se descubrió en el palacio de las Tullerías un «armario 
de hierro», donde el rey guardaba sus papeles secretos. 
Estos documentos comprometedores permitieron acu­
sarle de alta traición y que fuese juzgado por la propia 
Asamblea. Luis XVI compareció ante ella el 11 de di­
ciembre, reclamando para su persona la inviolabilidad 
que le otorgaba la Constitución y negando conocer la 
existencia de tales documentos, lo que le restó muchas 
simpatías para su defensa.
Juicio a
Luis XV I
La prisión del Tem­
ple acogió entre sus 
recios muros a un 
atribulado Luis XVI, 
cuyo proceso como 
enemigo del pueblo 
se convirtió en un 
juicio contra la Mo­
narquía como insti­
tución política.
Ejecución 
de Luis XV I
La e jecución de 
Luis XVI en ia gui­
llotina abría un ca­
mino de radicalis­
mo y de aislamien­
to para la Repú­
blica.
Los girondinos plantearon entonces un último recur­
so: convocar al pueblo apelando a su ancestral venera­
ción por la procedencia «divina» de la autoridad del mo­
narca. Los montañeses hicieron fracasar esta maniobra, 
acusando a los girondinos de proteger al rey para evitar 
que salieran a la Iu e s u s compromisos con el monarca, 
revelados por algunos de los documentos incautados 
que habían desaparecido oportunamente antes del in­
ventario oficial.
Tras largos debates, la Convención se pronunció por 
la culpabilidad del rey y Luis XVI fue guillotinado el 
21 de enero de 1793.
La sublevación de la Vendée
La ejecución de Luis XVI provocó una oleada de estu­
por en toda Europa y a la coalición contra Francia se 
sumaron nuevos aliados: España, el reino de Ñapóles, 
los príncipes alemanes y, sobre todo. Inglaterra, que se 
sentía además amenazada por la anexión francesa de 
Bélgica. En abril de 1793, el comandante en jefe de los 
ejércitos del Norte, el general girondino Dumouriez, de­
sertó de su mando y se pasó a los austriacos. El curso 
de la guerra comenzó a cambiar y los franceses acumu­
laron derrota tras derrota.
Los descalabros bélicos se agravaron al abrirse un fren­
te interno de guerra civil, provocado por la insurrección 
de la Vendée contra el gobierno revolucionario, a co­
mienzos de marzo de 1793. La Vendée es una región 
de la Francia occidental, de agricultura pobre, apenas 
capaz de asegurar la subsistencia de los campesinos. El 
paisaje dominante es el b o c a g e : pequeños campos cua­
drados cercados por vallas de arbustos y en los que la 
población se agrupa en aldeas formadas por algunas ca­
sas o caseríos en torno a la pequeña iglesia parroquial.
El relativo aislamiento de la Vendée pemitió que se 
conservase prácticamente intacto el antiguo régimen se­
ñorial: los campesinos continuaban vinculados a sus tra­
dicionales formas de vida y a su clero, en la medida que
La
Vendée
A causa de los nu­
merosos frentes de 
c o m b a te en las 
fronteras, surgieron 
problemas para el 
abastecimiento

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