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Cultura e Literatura Hispano Americanas - Livro Texto – Unidade I

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Cultura e Literatura 
Hispano-Americanas
Professor conteudista: Eduardo Rubio
Revisor: Jamilson José Alves da Silva
Sumário
Cultura e Literatura Hispano-Americanas
Unidade I
1 DEL DESCUBRIMIENTO AL SENTIMIENTO NACIONAL ..........................................................................3
1.1 La Crónica del Descubrimiento ..........................................................................................................5
1.2 La crónica de la conquista ...................................................................................................................8
1.3 La cuestión humana: Cabeza de Vaca y Las Casas ................................................................. 15
1.4 Crónicas Reales: el Inca Garcilaso ................................................................................................. 19
1.5 Barroco: Sor Juana Inés de la Cruz ............................................................................................... 22
1.6 Iluminismo: Bello, Olmedo, Heredia ............................................................................................. 25
Unidade II
2 LAS INDEPENDENCIAS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ...................................................... 28
2.1 La identidad nacional: el romanticismo y Facundo ............................................................... 29
2.2 Una nación literaria: Martín Fierro y poesía gauchesca ....................................................... 36
2.3 Rubén Darío y el Modernismo ........................................................................................................ 39
2.4 El ensayo y la cuestión de la identidad hispanoamericana: Martí y Rodó ................... 43
2.5 Narrativa de cambio de siglos: Horacio Quiroga ..................................................................... 47
Unidade III
3 DE LA VANGUARDIA A LA LITERATURA CONTEMPORÁNEA .......................................................... 51
3.1 La vanguardia: Huidobro, Vallejo y Neruda ............................................................................... 52
3.2 Dos caminos literarios: Borges y Arlt ........................................................................................... 55
3.3 Crítica y poesía: Octavio Paz y Mario Benedetti ...................................................................... 59
3.4 El boom: Cortázar, Rulfo y García Márquez .............................................................................. 62
3.5 La cultura en las dictaduras: Saer y Piglia ................................................................................. 68
3.6 La literatura y la cultura contemporáneas ................................................................................. 70
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Cuando estudiamos la Literatura Española, sabemos que 
hay que tomar bastante cuidado para delimitar nuestro objeto 
de estudio. Normalmente lo que entendemos por Literatura 
Española es la literatura producida en la Península Ibérica 
escrita en español, o castellano, y es a eso que volvemos nuestra 
atención.
Dejamos de lado así las literaturas producidas en la Península 
en otras lenguas — no sólo la Literatura Portuguesa, como 
sería obvio, como también las literaturas producidas en España 
pero en otros idiomas, como el gallego, el catalán y el euskera 
(vascuence) — bien como las obras escritas en español fuera de 
España y de la Península Ibérica, con excepción de obras que 
influyen directamente en la Literatura Española peninsular, 
como es el caso de la obra de Rubén Darío, escrita mayormente 
en América, donde nació y vivió la mayor parte de su vida el 
escritor nicaragüense.
Ahora que vamos a estudiar la Literatura Hispanoamericana, 
tenemos que tomar el mismo cuidado al empezar: definir 
claramente nuestro objeto de estudio. Al fin y al cabo, ¿qué es 
la Literatura Hispanoamericana?
Como la entendemos aquí, es el conjunto de las literaturas 
escritas en español (o castellano) producidas en América, desde 
la época del Descubrimiento del continente por los europeos 
hasta los días de hoy. Geográficamente, el “área” de la Literatura 
Hispanoamericana comprende los territorios de los siguientes 
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países actuales: México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, El 
Salvador, Costa Rica, Panamá, Cuba, República Dominicana, 
Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, 
Paraguay, Uruguay, Argentina y Chile. Muchos países, ¿verdad? 
Lo que nos lleva a una segunda consideración.
Cuando estudiamos la Literatura Española, tenemos la 
oportunidad de conocer la literatura nacional de un único país. 
Por motivos prácticos y por tradición, al estudiar la Literatura 
Hispanoamericana tratamos de las literaturas nacionales de 
casi una veintena de países a la vez. Por esto, nuestro trabajo 
forzosamente tiene que ser distinto. No vamos a empezar por 
la Literatura Mexicana desde sus principios y seguir hasta los 
días de hoy para, enseguida, hacer lo mismo con la Literatura 
Guatemalteca y así sucesivamente. ¡Para eso necesitaríamos 
unas veinte “apostilas”!
Lo que haremos acá es tratar el conjunto de la Literatura y 
de la Cultura Hispanoamericanas del Descubrimiento hasta hoy, 
tratando de poner en relieve cada momento lo que creemos que 
es fundamental para la comprensión de la cultura del continente 
como un todo. De este modo, en el período colonial nuestra 
mirada estará puesta especialmente en los actuales México 
y Perú (antiguos Virreinatos de Nueva España y del Perú), ya 
que estos fueron los principales centros de los comienzos de la 
conquista y de la colonización de América.
Por otro lado, daremos especial atención a la Argentina en 
el siglo XIX, el período de la Independencia y de la construcción 
nacional, por entender que el caso del país platino nos sirve 
de modelo, de paradigma, para entender los procesos de 
independencia y construcción nacional que ocurren en casi toda 
América.
Por supuesto, no obstante la atención especial a determinados 
países, escritores y movimientos culturales a veces locales, 
trataremos de ver un poco de toda Hispanoamérica, de sus 
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artistas y escritores, siempre en búsqueda de los rasgos que los 
hacen tan distintos entre sí y de los otros y, sin embargo, tan 
unidos por un abstracto sentido de pertenencia a una cultura 
única: la hispanoamericana.
1 DEL DESCUBRIMIENTO AL SENTIMIENTO 
NACIONAL
Como hemos visto, nuestro objetivo aquí es estudiar las 
literaturas escritas en español producidas en América. Así, 
es lógico empezar por la llegada de la lengua española al 
continente, con los primeros descubridores, exploradores y 
conquistadores españoles. Sin embargo, antes de hacerlo, vale 
la pena un pequeño aparte para preguntarnos: ¿y antes de la 
llegada de los europeos, no había gente acá? Por supuesto que 
sí, había, como había una importante Cultura Precolombina, es 
decir, la cultura de los pueblos indígenas de antes de la llegada 
de Cristóbal Colón.
En América — y ahí podemos pensar no sólo en lo que se 
convertiría en Hispanoamérica, sino en los actuales territorios 
de Brasil, Estados Unidos y Canadá, por ejemplo –, antes de la 
llegada de los europeos, vivía un sinnúmero de pueblos indígenas, 
cada cual con su lengua, su cultura y sus costumbres propias. 
Aunque, por supuesto,cada uno de ellos tuviera su cultura 
propia, el nivel de organización social y desarrollo tecnológico 
no era el mismo entre todos los indios.
La verdad es que la mayoría de los pueblos indígenas, como 
los que vivían en Brasil, vivía en tribus dispersas, sin un poder 
político centralizado, y era poco desarrollada tecnológicamente. 
Sin embargo, los españoles se depararon en la conquista de 
América con al menos dos pueblos completamente distintos, con 
una organización social y un desarrollo económico y tecnológico 
admirables, comparables con los patrones europeos: los aztecas 
(en el México actual) y los incas (en los actuales Perú y Bolivia 
mayormente).
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Como comparación, la capital del Imperio Azteca, Tenochtitlán 
(actual Ciudad de México), era mucho mayor que cualquier 
ciudad española de la época, y más, se considera que era ciudad 
más grande del mundo en aquel entonces.
No obstante, la política colonizadora española (y también la 
portuguesa, aunque de manera algo distinta) de sumisión de los 
pueblos indígenas, con su conversión obligatoria a la fe católica 
y consecuente abandono de muchos de sus hábitos, costumbres 
y tradiciones, prácticamente aniquiló a esas culturas tan ricas. 
Algunas de ellas poseían incluso alfabetos jeroglíficos para la 
escrita de sus lenguas, pero poco de esos alfabetos ha sido 
descodificado hasta hoy.
Por eso, mucho de las antiguas leyendas indígenas se ha 
perdido o se ha conservado en lengua castellana, con el perjuicio 
de que, en este caso, no sabemos hasta que punto las historias 
son realmente originales o “adaptaciones” españolas, es decir, 
europeas y católicas. La obra más conocida de ese período 
prehispánico es el Popol Vuh (o Popol Wuj), el mito maya que 
narra la creación del mundo y la historia del pueblo Maya, que 
vivía en la región de la actual Guatemala y sur de México.
Como el Imperio Maya ya había desaparecido cuando de la 
llegada de los españoles, las versiones del Popol Vuh que nos 
quedan hoy día son traducciones, o transcripciones, españolas 
y se discute la existencia de una versión original, escrita en el 
alfabeto maya, de la obra.
No hay duda, sin embargo, que a pesar de la falta de 
“Literatura Precolombina” propiamente dicha, es decir, obras de la 
cultura indígena, escrita en alfabeto indígena antes de la llegada 
de Colón, nos sobran ejemplares de manifestaciones culturales 
de ese período en América. Además del patrimonio inmaterial 
— costumbres, tradiciones, palabras de origen indígena, hábitos 
alimentares y de vestimenta, etc –, hay en museos de América y 
alrededor del mundo innúmeras piezas pictográficas, esculturas 
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y objetos de los pueblos originales de América, antes que la 
Historia le agregara adjetivos: Hispanoamérica, Latinoamérica, 
Estados Unidos de América…
1.1 La Crónica del Descubrimiento
En 12 de octubre de 1492 las carabelas comandadas por el 
navegador genovés Cristóbal Colón (Génova, actual Italia, 1451 
— Valladolid, 1506) llegan por primera vez a lo que sería bautizada 
Isla Hispaniola (actuales República Dominicana y Haití).
En este momento se considera el descubrimiento de América 
por los europeos. Curiosamente, en toda América, incluso en los 
Estados Unidos, se considera esta la fecha del descubrimiento 
y Colón el autor de la hazaña, mientras en Brasil se parece 
considerar a Pedro Álvares Cabral como autor de algo aparte, el 
descubrimiento de Brasil, como si nuestro país no formara parte 
del continente.
Eso se explica por la inmensa — e intensa — rivalidad 
entre Portugal y España, grandes potencias a la época de los 
descubrimientos y de las grandes navegaciones. Por otro lado, 
parece ser el marco fundador de la idea de que Brasil no es parte del 
continente y no comparte con los otros países latinoamericanos 
mucha historia en común y una cultura con muchos puntos de 
contacto, más allá de la diferencia de idiomas, lo que nos parece 
algo lejos de ser verdadero. Pero volvamos a Colón.
En sus viajes a América, Colón le escribe al Rey de España 
cinco cartas (una de ellas no se conservó hasta hoy) en las cuales 
describe los viajes y el producto de la empresa: la descubierta 
de tierras y riquezas. Es como un “informe de productividad” 
al jefe, si pudiéramos poner las cosas en términos, digamos, 
empresariales modernos. De todos modos, las Cartas de Colón, 
si consideramos los criterios que establecimos al principio, se 
pueden considerar como el texto fundador de la Literatura 
Hispanoamericana. Pero, ¿cómo exactamente es este texto?
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El texto de las Cartas de Colón se clasifica como crónica, 
es decir, un texto de no ficción que versa sobre hechos de la 
actualidad del que escribe. De ahí, podemos ver en las cartas — 
sobretodo en la primera — una serie de problemas que, pensados, 
nos hacen descubrir una serie de cosas sobre la Literatura 
Hispanoamericana. En primer lugar tenemos la cuestión del 
tema de la obra.
Como hemos dicho, Colón informa al Rey sobre su viaje y 
sobre la llegada a tierras desconocidas. Lo hace escribiendo en un 
español aprendido en Portugal — recordemos que el navegador 
era de Génova, ciudad de la actual Italia — y con una mente y una 
cultura formadas en la Europa del Renacimiento, es decir, el texto 
que leemos es una obra de la literatura renacentista europea.
Así, con los libros que había leído en mente, escribe Colón 
y su historia se contamina a veces de una retórica que no 
corresponde exactamente a la realidad — describe, por ejemplo, 
formidables monstruos marinos encontrados en el viaje, seres 
comunes en las novelas de caballería y de aventura de la época, 
pero inexistentes en el mundo real. La verdad es que lo que 
ve Colón llega al texto bastante matizado por la mentalidad y 
la cultura del navegador. Además hay en el texto del genovés 
intenciones bastante claras: complacer al Rey.
Si consideramos las navegaciones — y el descubrimiento de 
nuevas tierras como “efecto colateral” — como una empresa, es 
decir, un emprendimiento, Colón es un empleado de la Corona 
Española que ha presentado un proyecto — llegar al Oriente 
navegando hacia el Occidente — y tiene que presentar resultados 
que justifiquen el esfuerzo y las inversiones de dinero y recursos 
humanos. Por eso, al leer con atención las cartas de Colón al Rey, 
notamos una preocupación en mostrar la expedición como algo 
positivo y rentable. Como el navegador no depara a principio 
con pueblos evolucionados y ricos, trata de dejar una esperanza 
futura y su estilo crea el suspense de que hay en las nuevas 
tierras más que un pueblo desnudo y atrasado:
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Traían ovillos de algodón filado y papagayos y 
azagayas y otras cositas que sería tedio de escrebir, 
y todo daban por cualquier cosa que se los diese. Y 
yo estaba atento y trabajaba do saber si había 
oro, y vide que algunos de ellos traían un pedazuelo 
colgado en un agujero que tienen a la nariz, y por 
señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la 
isla por el Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes 
vasos de ello, y tenía muy mucho. Trabajé que fuesen 
allá, y después vide que no entendían enla idea. 
Determiné de aguardar fasta mañana en la tarde y 
después partir para el Sudueste, que según muchos 
de ellos me enseñaron decían que había tierra al Sur y 
al Sudueste y al Norueste, y que estas del Norueste le 
venían a combatir muchas veces, y así ir al Sudueste 
a buscar el oro y piedras preciosas. Esta isla es bien 
grande y muy llana y de árboles muy verdes y muchas 
aguas y una laguna en medio muy grande, sin ninguna 
montaña, y toda ella verde, que es placer de mirarla; 
y esta gente farto mansa, y por la gana de haber de 
nuestras cosas, y teniendo que no se les ha de dar sin 
que den algo y no lo tienen, toman lo que pueden y 
se echan luego a nadar; mas todo lo que tienen lo 
dan por cualquier cosa que les den; que fasta los 
pedazos de las escudillas y de las tazas de vidrio rotas 
rescataban (…)1
De todos modos, la intención original de Colón no era 
descubrir nuevas tierras, sino encontrar nuevas rutas comerciales 
hacia el Oriente. Así, no tiene demasiado interés en explorar las 
tierras descubiertas, pero sí en encontrar puertos buenos para el 
comercio y pueblos con quien comercializar.
Cuando se pinta al navegador genovés como un ingenuo (o 
un tonto) que descubrió un nuevo continente sin darse cuenta, 
pensando haber llegado a la India, se comete una injusticia y 
un gran error histórico. Como dijimos, la intención de Colón 
1 CALERO, S.; FOLINO, E. (Org.). Cronistas de Indias. Buenos Aires: 
Colihue, 1999. p. 46.
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era encontrar rutas comerciales al oriente navegando hacia el 
occidente y en esto el genovés estaba correcto — al fin y al cabo 
la Tierra es redonda. Al llegar a las islas del Caribe, el navegador 
probablemente sabía — o no se importaba con eso propiamente 
— no estar en la India que se conocía en la época, que por otro 
lado no es propiamente el país “India” que conocemos hoy. La 
verdad es que el término “Indias” históricamente pasa a designar 
vastas áreas tanto en el oriente — las Indias Orientales — como 
en el occidente — las Indias Occidentales: Antillas y Bahamas.
Por fin, Colón descubrió América. Un continente que no 
estaba descubierto no podía ser conocido y menos reconocido: 
¡por supuesto que Colón no sabía estar en América al llegar al 
continente por primera vez! Quería llegar a un lugar que trajera 
riqueza a los financiadores de su empresa y lo hizo al final. Sin 
embargo, con todo eso, ¿cuál es el lugar de Cristóbal Colón en 
la Literatura Hispanoamericana? ¿Qué de “hispanoamericano” 
tiene ese navegador genovés que aprendió español en Portugal, 
descubrió América, pero apenas conoció el continente — en el 
primer viaje sólo llegó a las islas caribeñas y no tocó la “tierra 
firme” propiamente? Esta sí es una cuestión fundamental: ¿hay 
Literatura Hispanoamericana sin hispanoamericanos?
1.2 La crónica de la conquista
Después de la descubierta de Colón, España manda al 
Nuevo Mundo otros navegadores y exploradores para conocer 
mejor qué eran esas nuevas tierras que a partir de entonces se 
agregarían al Imperio Español. Enseguida, por supuesto, vinieron 
los conquistadores a descubrir riqueza, someter a los indígenas, 
ampliar el Imperio y difundir la fe católica (por las buenas o por 
las malas).
Muchos de esos exploradores y conquistadores, soldados 
y religiosos, escribieron las historias de sus aventuras, y de la 
aventura del pueblo español en América. Esas crónicas, escritas 
por los primeros europeos en América pueden ser consideradas los 
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primeros textos de la Literatura Hispanoamericana. Sin embargo, 
volvamos a la pregunta: ¿hay de hecho ya tal Literatura?
El primer problema de las crónicas del descubrimiento y de 
la conquista como obras de la Literatura Hispanoamericana es 
que quien las escribió eran españoles, que venían de Europa 
y, en la mayoría de las veces, a ella volvían después de sus 
viajes por el nuevo continente. Es decir, todavía no existe el 
“hispanoamericano” como individuo nacido en América que trae 
consigo la herencia cultural de España, existe el indio americano y 
el español europeo. Lo que escribe el español forma parte — y trae 
toda la fisonomía — de la cultura europea. América es solamente 
su tema y aparece vista a partir de esa cultura europea.
Un ejemplo interesante de ese proceso son los nombres que 
los conquistadores les dieron a muchos lugares y pueblos de 
América: al ver indios guerreros de pelo largo, pensaron tratarse 
de las amazonas de la mitología griega, mujeres guerreras que 
se cortaban el seno para mejor pelear, y bautizaron aquella tierra 
como la de las Amazonas; California es el nombre de una isla 
en la novela de caballería Las sergas de Esplandián; el gigante 
Patagón, personaje de Primaleón, también una novela de 
caballería, inspiró a los españoles el topónimo Patagonia — en el 
sur de Argentina y Chile –, tierra donde vivía un pueblo indígena 
que espantó a los españoles por su gran estatura. Con estos 
ejemplos, pasamos al segundo problema: más allá de cuestión 
del “hispanoamericanismo”, ¿hasta qué punto las crónicas se 
pueden considerar como “literatura”, en el sentido del valor 
estético y artístico de la obra?
La verdad es que podemos considerar a las crónicas como 
textos a medio camino entre la historia y la literatura. Como 
historia, son documentos sin duda importantes, pero no 
completamente fiables de los hechos que retratan. Si al ver indios 
los españoles piensan estar delante de las míticas guerreras 
amazonas, ¿cómo confiar en sus narraciones o descripciones? 
Lo que pasa es que aquellos europeos usan los parámetros 
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culturales que conocen — europeos, por supuesto — para narrar 
situaciones y describir personas y paisajes completamente 
distintos de todo lo conocido en Europa. Seamos sinceros, no 
debe de ser fácil describir un animal jamás visto, el sabor de 
una fruta jamás probada. La comparación con lo que se conoce 
era la alternativa. Con todo, es evidente que eso compromete la 
objetividad que se espera de un documento histórico.
Por el lado de la literatura, hay que tomarse las crónicas con 
cuidado. Como hemos dichos, muchos españoles escribieron 
sobre sus aventuras en América. La mayoría de esos textos tiene 
poco relieve histórico y prácticamente ningún literario. Algunos 
de ellos, sin embargo, tienen su valor estético e histórico y son 
realmente representativos de ese momento de formación de 
Hispanoamérica. Vamos a ellos.
Hernán Cortés
Hernán Cortés (Badajoz, 1485 — Sevilla, 1547) fue el 
comandante español de la conquista de México y era, ante todo, 
un soldado, del Imperio y de la Iglesia Católica. Escribió al rey de 
España cinco cartas dando cuenta de los sucesos en la conquista 
del Nuevo Mundo y estos son los textos más importantes para 
nosotros en nuestro camino hacia el conocimiento de la cultura 
hispanoamericana.
Cortés es el primer español que ve la riqueza cultural de 
América al llegar a Tenochtitlán, la capital del Imperio Azteca, 
y describe en sus Cartas esa riqueza. Con un estilo bastante 
objetivo, el conquistador extremeño demuestra tener “buen 
ojo” para lo que ve y no una falta completa de competencia 
estilística en su texto. Sus eventuales faltas y omisiones son 
perdonables, como dice el crítico Anderson Imbert: “No es por 
pereza por lo que Cortés se confiesa incapaz de comunicar al 
reylos portentos que ve; es, de veras, el sentimiento de que 
la realidad de México es mayor que los cuadros mentales que 
había traído de España”.2
2 ANDERSON IMBERT, E. Historia de la literatura hispanoamericana I. 
México: Fondo de Cultura Económica, 1991. p. 32.
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No obstante ver y reconocer la grandeza de los aztecas, 
Cortés es, como hemos dicho, un soldado y como tal tiene 
una misión: tomar posesión de las nuevas tierras en nombre 
del Imperio Español, descubrir y conquistar riquezas y, no 
menos importante, convertir a todos los que encuentre a la fe 
católica.
En la prosa de Hernán Cortés quedan claros sus objetivos al 
poner la mirada y hacer minuciosas descripciones de lo que ve en 
las tierras aztecas. A pesar de su presunta frialdad y objetividad 
en las descripciones, queda transparente cierto asombro de 
aquel español delante de tanta grandiosidad:
Esta gran ciudad de Temixtitán3 está fundada en 
esta laguna, y desde la Tierra Firme hasta el cuerpo 
de la dicha ciudad, por cualquier parte que quisiesen 
entrar en ella, hay dos leguas. Tiene cuatro entradas, 
todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos 
lanzas jinetas. Es tan grande la ciudad como Sevilla y 
Córdoba. (…)Tiene esta ciudad muchas plazas, donde 
hay continuos mercados y trato de comprar y vender. 
Tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad 
de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, 
donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil 
ánimas comprando y vendiendo; donde hay todos 
los géneros de mercadurías que en todas las tierras 
se hallan, así de mantenimientos como de vituallas4 
de oro y de plata, de plomo, de latón, de cobre, de 
estaño, de piedras, de huesos, de colchas, de caracoles 
y de plumas; véndese tal piedra labrada y por labrar, 
adobes, ladrillos, madera labrada y por labrar de 
diversas maneras.5
La riqueza del Imperio Azteca y la codicia que despierta 
en los españoles se hace notar por la manera que Cortés, muy 
atentamente, observa la corte de Moctezuma, el imperador de 
los aztecas:
3 Temixtitán: Tenochtitlán (donde actualmente está la Ciudad de 
México).
4 Vituallas: conjunto de cosas necesarias para la comida, 
especialmente en el ejército.
5 Cronistas de Indias. op.cit. p. 79-81.
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En lo del servicio de Muteczuma y de las cosas de 
admiración que tenía por grandeza y estado hay 
tanto que escribir, que certifico a vuestra alteza que 
no sé por do comenzar que pueda acabar de decir 
alguna parte dellas; porque, como ya he dicho, ¿qué 
más grandeza puede ser que un señor bárbaro como 
este tuviese contrahechas6 de oro y plata y piedras y 
plumas todas las cosas que debajo del cielo hay en 
su señorío, tan al natural lo de oro y plata que no 
hay platero en el mundo que mejor lo hiciese, y lo de 
las piedras que no baste juicio comprehender con que 
instrumentos se hiciese tan perfecto, y lo de pluma 
que, ni de cera ni en ningún broslado se podría hacer 
tan maravillosamente?7
Por fin, no se puede dejar de notar la preocupación de Cortés 
por el aspecto religioso. Debemos recordar que España recién 
había salido de la Guerra de la Reconquista contra los moros 
musulmanes que vivieron por siglos en la Península Ibérica. Así 
la guerra que se hacía contra los infieles — cualesquiera que 
fueran — se identificaba, por extensión con la guerra contra los 
musulmanes. Eso se nota cuando Cortés identifica a los templos 
aztecas con mezquitas:
Hay en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas de 
sus ídolos, de muy hermosos edificios, por las colaciones 
y barrios della, y en las principales della hay personas 
religiosas de su secta, que residen continuamente en 
ellas; para los cuales, demás de las casas donde tienen 
sus ídolos hay muy buenos aposentos.8
La preocupación del conquistador español es, por consiguiente, 
convertir a los indios, convenciéndolos — u obligándolos — a 
dejar sus creencias y a adoptar la fe católica:
Yo les hice entender con las lenguas cuan engañados 
estaban en tener su esperanza en aquellos ídolos, que 
6 Contrahechas: imitaciones, falsificaciones. Cortés quiere decir que 
Moctezuma tiene “copias” (esculturas) en oro y plata de todas las cosas de 
la naturaleza.
7 Cronistas de Indias. op.cit. p. 86.
8 Cronistas de Indias. op.cit. p. 83.
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eran hechos por sus manos, de cosas no limpias, e 
que habían de saber que había un solo Dios, universal 
Señor de todos, el cual había creado el cielo y la tierra 
y todas las cosas, e hizo a ellos y a nosotros, y que 
éste era sin principio e inmortal, y que a él habían de 
adorar y creer, y no a otra criatura ni cosa alguna; y 
les dije todo lo demás que yo en este caso supe, para 
los desviar de sus idolatrías y atraer al conocimiento 
de Dios nuestro Señor (…).9
Con todo, Hernán Cortés no vino sólo a conquistar las Indias 
y, del gran grupo de conquistadores que lo acompañaron o lo 
sucedieron, uno llama la atención por los relatos que hizo de la 
conquista de México: Bernal Díaz de Castillo.
Bernal Díaz del Castillo
Soldado del ejército conquistador de Hernán Cortés, 
Bernal Díaz del Castillo (Medina del Campo, España, 1496 
— Guatemala, 1584) acompaña a su comandante durante toda 
la campaña de la conquista de México. Los hechos que nos 
traen sus crónicas no son, en esencia, distintos de los que narra 
Cortés. Sin embargo, su obra — de la cual destacamos Historia 
verdadera de la conquista de la Nueva España — nos presenta 
dos interesantísimas novedades: el punto de vista del escritor y 
el público al cual este se dirige.
Como todo escritor con un mínimo de conciencia sobre el 
acto de escribir, los que hemos visto hasta ahora, Colón y Cortés, 
se preocupan por el destinatario de sus textos. Lo que pasa es 
que tienen como lector de sus “obras” — en realidad, sus cartas 
— un único lector: el Rey. De este modo, los textos que hemos 
visto hasta ahora traen como marca la subjetividad de unas 
personas que le deben a su lector más que obediencia; también 
satisfacciones sobre sus hechos y, además, esperan de ese lector 
determinados hechos en correspondencia — reconocimiento, 
glorias, riqueza. Bernal Díaz de Castillo no tiene esa preocupación: 
9 Cronistas de Indias. op.cit. p. 84.
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vuelve a España después de sus aventuras en América y decide 
escribir un libro que dé cuenta de la “verdadera historia” de la 
conquista por quien la vivió en su propia piel, ya que por aquel 
entonces empiezan a surgir montones de escritores — muchos de 
los cuales nunca habían estado en el Nuevo Mundo — tratando 
del tema de América y de la conquista del nuevo continente, 
cosa que mucho lo enoja a Díaz del Castillo, que cree haber en 
esos textos muchas inexactitudes y mentiras.
De todos modos, a los que no tenemos sangre real, nos 
interesa y nos cautiva mucho más la prosa del simple soldado 
— que nos quiere cautivar — que la del importante comandante 
con su objetividad fría y sus ojos puestos en la figura del rey. 
Para demostrarlo, veamos como nos describe Díaz del Castillo la 
llegada de Cortés y sus soldados a la corte de Moctezuma:
Desde que vimos cosas tan admirables,no sabíamos 
que decir, o si era verdad lo que por delante parecía, 
que por una parte en tierra había grandes ciudades, y 
en la laguna otras muchas, y veíamoslo todo lleno de 
canoas, y en la calzada muchos puentes de trecho a 
trecho, y por delante estaba la gran ciudad de Méjico 
y nosotros no llegábamos a cuatrocientos soldados 
y teníamos muy bien en la memoria las pláticas y 
avisos que nos dijeron los de Huexocingo, Tlascala y 
Tamanalco, y con muchos otros avisos que nos habían 
dado para que nos guardásemos de entrar en Méjico, 
que nos habían de matar desde que dentro nos tuviesen. 
Miren los curiosos lectores si esto que escribo si había 
bien que ponderar en ello. ¿Qué hombres ha habido 
en el universo que tal atrevimiento tuviesen?10
Por el fragmento arriba, podemos notar dos características 
importantes del texto de Bernal Díaz del Castillo que lo distinguen 
de los demás: la manera como crea una intimidad con su lector, 
dirigiéndose directamente a él, y la forma como pone como 
sujeto de las hazañas de la conquista un “nosotros” — “vimos 
10 Cronistas de Indias. op.cit. p. 105-6.
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cosas tan admirables”, “muchos otros avisos que nos habían 
dado” — que contradice la fórmula de consagración de un hecho 
notable a algún héroe aislado, como quien dice que “Cortés fue 
el conquistador de México” o “Pedro Álvares Cabral descubrió 
el Brasil”. ¡Como si el español solito hubiera sometido a miles 
de aztecas o como si el navegador portugués hubiera salido de 
su país y llegado a la costa de Sudamérica sin la compañía de 
nadie!
Bernal Díaz del Castillo es el cronista de las masas, que no 
disminuye la figura de Cortés, pero atribuye la conquista de 
América más al coraje de los soldados y del pueblo español. Si 
su historia no es “la verdadera” del punto de vista histórico, no 
queda duda de que su narrativa nos ofrece un contrapunto a la 
versión oficial de la conquista ofrecida por Cortés, además de 
una prosa fluida y apasionante que, como dice Anderson Imbert, 
“se lee con gusto”.11
1.3 La cuestión humana: Cabeza de Vaca y Las 
Casas
El andaluz Álvar Núñez Cabeza de Vaca (Jerez de la Frontera, 
1490/95 - Sevilla, 1557/60) fue un conquistador y explorador 
español que vino a “hacer la América”, como muchos otros. 
Escribió sus aventuras también como muchos y si sus textos 
tienen un interés especial, más allá de sus cualidades artísticas, 
es porque sus hazañas llegan al borde de lo increíble: naufragó 
en la costa de América; cruzó el territorio de México a pie, desde 
el Golfo de México hasta el Golfo de California; vivió muchos 
años entre los indios; fue gobernador de las provincias del Río 
de la Plata (actual Argentina); fue el primer europeo a describir 
las Cataratas de Iguazú.
No obstante la vida aventurera de Cabeza de Vaca, si sus textos 
conmovieron a los lectores españoles es porque no les faltan 
calidades estilísticas. Para nosotros, lectores de hoy, además de la 
calidad textual, nos interesan los textos del aventurero andaluz 
11 Historia de la literatura hispanoamericana I. op.cit. p. 33.
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también porque nos trae una visión distinta de la América de los 
tiempos de conquista. Cabeza de Vaca naufraga en la costa de 
México y, acompañado de unos pocos compañeros, se mete en 
el territorio mexicano adentro, teniendo un contacto distinto 
con los indios de lo que había ocurrido y había sido narrado 
hasta entonces.
El explorador y sus compañeros no llegaban a formar un 
“ejército conquistador” y, más que conquistar, su misión es 
sobrevivir. Más que oro y piedras preciosas, lo que buscan es 
comida y abrigo. Después de esas aventuras, narradas en su libro 
más importante, Naufragios, Cabeza de Vaca topa finalmente 
con un grupo de españoles que casi no lo reconocen como 
europeo: después de años viviendo entre los indios, el andaluz en 
todo se les asemejaba y había incluso adoptado sus costumbres, 
hábitos y cultura. De europeo conservaba solamente la fe católica. 
Esta “inmersión” en el mundo indígena nos presenta una nueva y 
distinta mirada sobre los primeros habitantes de América, como en 
este fragmento en que narra la creencia de los indios en “terapias” 
o “procesos de cura” absolutamente extraños al español:
En aquella isla que he contado nos quisieron hacer 
físicos12 sin examinarnos ni pedirnos los títulos, 
porque ellos curan las enfermedades soplando al 
enfermo, y con aquel soplo y las manos echan de él 
la enfermedad, y mandárannos que hiciésemos lo 
mismo y sirviésemos en algo; nosotros nos reíamos de 
ello, diciendo que era burla y que no sabíamos curar; y 
por eso nos quitaban la comida hasta que hiciésemos 
lo que nos decían. Y viendo nuestra porfía, un indio 
me dijo a mí que yo no sabía lo que decía en decir 
que no aprovecharía nada aquello que él sabía, ca13 
las piedras y otras cosas que se crían por los campos 
tienen virtud; y que él con una piedra caliente, 
tryéndola por el estómago, sanaba y quitaba el dolor, 
y que nosotros, que éramos hombres, cierto era que 
teníamos más virtud y poder.14
12 Físicos: médicos.
13 Ca: pues
14 Cronistas de Indias. op.cit. p. 120.
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En no estando en una posición de poder — muy al revés, ya 
que Cabeza de Vaca y sus compañeros dependían de los indios 
para sobrevivir — el español se ve obligado a aceptar la cultura de 
los indios. Y para aceptarla hay primero que notarla y conocerla. 
Todas las “rarezas” a los ojos europeos que vio el andaluz también 
vieron muchos otros exploradores. Sin embargo, estos estaban 
preocupados no en ver, sino en cumplir su misión por España — 
encontrar riquezas, conquistar territorios, convertir infieles — y/
o en conquistar su propia gloria personal. El elemento indígena, 
tan importante en la formación cultural de Latinoamérica, aquí 
aparece visto bastante más de cerca y con más atención.
El Padre Bartolomé de Las Casas
También andaluz, como Cabeza de Vaca, era el padre 
Bartolomé de Las Casas (Sevilla, 1474 — Madrid, 1566), 
considerado el gran defensor de los indios en el proceso de 
conquista de América. Como ya hemos visto, los españoles 
tenían como misión, más allá de los aspectos económicos, 
conquistar territorios para su Imperio y difundir la fe católica. 
Ambas las misiones se justificaban legal, moral y filosóficamente 
porque el Imperio Español se consideraba el gran representante 
del Catolicismo en la tierra — y de hecho lo era –, por eso la 
conquista de América se adecuaba a la “político-teología” de la 
época: toda la Tierra pertenece a Dios y está bajo la autoridad 
del Papa que le delegó a España la tarea de ocuparla con la fe 
cristiana. Así, el hecho de tomarle la tierra a un pueblo que ya la 
habitaba antes no tenía nada de inmoral, todo lo contrario.
El fray Bartolomé de Las Casas no se oponía a ese raciocinio 
a principio y la verdad es que, como cristiano y representante 
de la Iglesia, le interesaba llevar la fe católica a aquellos 
pueblos desnudos e “ignorantes de la verdad divina”. No es la 
conservación de la cultura indígena lo que defiende propiamente, 
sino la conservación de los indios, como vemos en el fragmento 
debajo de su obra más importante, Brevísima relación de la 
destrucción de las Indias, publicada en España en 1552:
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(…) tuve por conveniente servir a Vuestra Alteza con 
este sumario brevísimo, de muy difusa historia que 
de los estragos y perdiciones acaecidas se podría y 
debería componer. Suplico a Vuestra Alteza lo reciba 
y lea, con la clemencia y real benignidad que suele las 
obras de sus criados y servidores, que puramente por 
sólo el bien público y prosperidad del estado real servir 
desean. Lo cual, visto y entendida la deformidad de 
la injusticia que a aquellas gentes inocentes se hace, 
destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa ni 
razón justa para ello, sino por sola la codicia y ambición 
de los que hacen tan nefaria obras pretenden. Vuestra 
Alteza tenga por bien (…) que deniegue a quien las 
pidiere tan nocivas y detestables empresas, antes 
ponga en esta demanda infernal perpetuo silencio, con 
tanto terror, que ninguno sea osado desde adelante ni 
aun solamente se las nombrar. Cosa es esta (muy alto 
Señor) convenientísima y necesaria para que todo 
el estado de la corona real de Castilla, espiritual y 
temporariamente, Dios lo prospere y conserve y haga 
bienaventurado. Amen.
Lo que condena Las Casas en su texto es el sistema de 
encomiendas, por el cual los conquistadores y exploradores 
españoles tomaban para sí un grupo de indios que les servía en 
régimen de esclavitud. El fraile andaluz piensa que los indios 
son seres humanos, tienen alma y no se puede esclavizarlos. 
La conversión a la fe católica tiene que ser lograda por el 
convencimiento y no por la fuerza bruta. Explorar a los indios 
con fines económicos y robar sus riquezas no serían actos de un 
verdadero cristiano.
Para comprobar sus tesis, Bartolomé de Las Casas pinta un 
retrato de la destrucción de los indios y de sus culturas durante 
el proceso de la conquista — especialmente en la República 
Dominicana, donde vivió. Su texto ardoroso nos revela un autor 
preocupado antes que nada por promover sus ideales. Si en 
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términos de estilo, el autor se vuelve un poco causativo con su 
lenguaje muchas veces de sermón, especialmente para el lector 
de hoy día, le sobra pasión al defender sus ideas.
1.4 Crónicas Reales: el Inca Garcilaso
Hasta el momento hemos visto el descubrimiento y la 
conquista del Nuevo Mundo a través de la mirada de los 
españoles: unos que se fijaban en el proceso de la conquista 
únicamente — Colón, Cortés, Bernal Díaz del Castillo –, otros 
que, por un motivo o por otro, le echaron un vistazo a los indios 
y a su cultura sin los motivos absolutamente pragmáticos de los 
primeros — Cabeza de Vaca y Bartolomé de Las Casas. Con todo, 
en ambos casos se tratan de españoles que vinieron a América y 
escribieron sobre lo que vieron. Los indios, habitantes primitivos 
del continente, aparecen como máximo como personajes de las 
crónicas
Además de los ya mencionados, hubo por supuesto otros 
cronistas de cierto relieve: Gonzalo Fernández de Oviedo 
y Francisco López de Gómara (que en realidad nunca viajó 
al Nuevo Mundo, a pesar de haber escrito crónicas sobre 
la conquista) en México; Pedro Cieza de León y José de 
Acosta en Perú; Juan de Castellanos y Gonzalo Jiménez 
de Quesada en el Virreinato de Nueva Granada (actualmente 
Colombia, Venezuela, Panamá y Ecuador); Luis de Miranda y 
Pero Hernández en Argentina. Todos españoles. Casos un poco 
diferentes son el paraguayo Guzmán y el español Ercilla.
Ruy Díaz de Guzmán, aunque hijo de españoles, nace en 
América, en Asunción, y es uno de los primeros escritores criollos 
— americano hijo de europeos, específicamente españoles 
— de alguna importancia literaria. Ya Alonso de Ercilla y 
Zúñiga es un escritor de considerable importancia dentro del 
llamado Siglo de Oro español. Su “participación” en la literatura 
hispanoamericana por cierto no es lo que le asegura un lugar 
en la historia literaria. Además, después de un breve pasaje por 
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América, su vida literaria se da en España. Aún así, escribe la 
obra que es considerada la epopeya fundadora de Chile, La 
Araucana, poema épico publicado en Madrid en tres partes a 
partir del año 1569.
El último de los cronistas que trataremos acá y que cierra 
este período de conquista y ocupación del territorio americano 
por parte de los españoles, cuando no había propiamente las 
colonias establecidas en América, es Gómez Suárez de Figueroa, 
apodado Inca Garcilaso de la Vega, (Cuzco, Virreinato del 
Perú, 1539 — Córdoba, España, 1616). Descendiente de nobles 
españoles por parte de padre — era pariente distante del 
Garcilaso de la Vega, que revolucionó la poesía española en el 
Renacimiento — y de nobles indígenas por parte de madre — ella 
misma una princesa inca — se fue a España con diecinueve años 
y jamás volvió a su tierra. En Europa publica su obra maestra, los 
Comentarios reales de los incas en 1609 cuando ya contaba 
el escritor con setenta años. En ella, el Inca Garcilaso cuenta la 
historia y los mitos del pueblo Inca del cual descendía como si 
fuera su crónica personal y la de su familia, como vemos en el 
fragmento abajo:
Después de haber dado muchas trazas y tornado 
muchos caminos para entrar a dar cuenta del origen 
y principio de los Incas Reyes naturales que fueron 
del Perú, me pareció que 1a mejor traza y el camino 
mas fácil y llano era contar lo que en mis niñeces oí 
muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tíos y 
a otros sus mayores acerca de este origen y principio, 
porque todo lo que por otras vías se dice de él viene 
a reducirse en lo mismo que nosotros diremos, y será 
mejor que se sepa por las propias palabras que los 
Incas lo cuentan que no por las de otros autores 
extraños. Es así que, residiendo mi madre en el Cuzco, 
su patria, venían a visitarla casi cada semana los 
pocos parientes y parientas que de las crueldades y 
tiranías de Atahualpa (como en su vida contaremos) 
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escaparon, en las cuales visitas siempre sus más 
ordinarias pláticas eran tratar del origen de sus Reyes, 
de la majestad de ellos, de la grandeza de su Imperio, 
de sus conquistas y hazañas, del gobierno que en paz 
y en guerra tenían, de las leyes que tan en provecho y 
favor de sus vasallos ordenaban. En suma, no dejaban 
cosa de las prósperas que entre ellos hubiese acaecido 
que no la trajesen a cuenta.
De las grandezas y prosperidades pasadas venían 
a las cosas presentes, lloraban sus reyes muertos, 
enajenado su Imperio y acabada su republica, etc. 
Estas y otras semejantes pláticas tenían los Incas y 
Pallas en sus visitas, y con la memoria del bien perdido 
siempre acababan su conversación en lágrimas y 
llanto, diciendo; “Trocósenos el reinar en vasallaje”. 
etc. En estas pláticas yo, como muchacho, entraba y 
salía muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba 
de las oír, como huelgan los tales de oír fábulas.15
El Inca Garcilaso de la Vega es considerado por el crítico 
Irving Leonard16 como el primer escritor clásico de las Américas. 
Por clásico, en este caso, entendemos que su obra es la primera 
que se sustenta más por los motivos literarios y menos por el 
contexto histórico en que se presenta. La obra de los escritores 
que estudiamos antes — con la excepción de Ercilla, que másbien 
pertenece a la Literatura Española que a la Hispanoamericana –, 
aparte de sus méritos estéticos, se estudian y se valoran más por 
ser un retrato de la formación primera de Hispanoamérica.
Aunque no sean documentos de exactitud histórica 
comprobada, antes lo contrario, esos textos sin duda nos 
traen mucho del espíritu de la época, de cómo se dio, y con 
que ideas, la conquista, y luego la colonización del continente 
americano. El Inca Garcilaso, nos trae una visión algo distinta, 
con una mentalidad distinta, a causa de su origen mestizo y 
de su sangre india. De todos modos, todavía falta algo para 
15 GARCILASO DE LA VEGA, Inca. Comentarios reales de los Incas 
— vol. 1. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho, 1976.
16 LEONARD, I. A. Ensayos y semblanzas: bosquejos históricos y 
literarios de la América Latina Colonial. México: Fondo de Cultura Económica, 
1990. p. 54-64.
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el próximo paso de la Literatura Hispanoamericana: una vida 
literaria local, consecuencia, por supuesto de una vida social, 
política y económica también locales.
1.5 Barroco: Sor Juana Inés de la Cruz
Si hasta principios del siglo XVII lo que hemos visto de la 
Literatura Hispanoamericana lo produjeron escritores españoles 
— o nacidos en América que buscaban en España su vida 
literaria, su existencia como escritores –, ya a mediados de este 
mismo siglo podemos ver las colonias españolas en América ya 
establecidas. Se crean los Virreinatos de Nueva España — actuales 
México, países de Centroamérica y del Caribe — y del Perú — 
toda Sudamérica, con excepción de Brasil y de la Guyana — y 
muchos centros — especialmente México y Perú, pero también 
con menor importancia Asunción, Buenos Aires, Caracas y otras 
ciudades — ya tienen una vida social y cultural desarrollándose, 
por supuesto que dentro del ámbito de la metrópolis española.
Es en ese contexto que surge la primera gran escritora del 
continente: Sor Juana Inés de la Cruz (San Miguel de Nepantla, 
México, 1648 — Ciudad de México, 1695). En 1690 se da a 
conocer su Carta Athenagórica, una contestación teológica 
a un sermón del gran escritor y orador luso-brasileño padre 
Antonio Vieira. La publica el Obispo de Puebla y junto a ella va 
una carta firmada con el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz 
(probablemente el propio obispo), en la que la ficticia monja le 
aconseja a Sor Juana a tomar cuidado con lo que escribe.
Eso se justifica, si pensamos que estamos en una colonia 
en pleno siglo XVII: ¡imaginen una monja, es decir, una mujer, 
tratar de discutir intelectualmente un tema teológico con el 
consagrado religioso Antonio Vieira! Realmente el escándalo no 
era por poca cosa. Sor Juana, sin embargo, no se intimida y da 
a conocer su Respuesta a Sor Filotea, una carta en que la 
escritora mexicana demuestra todo el conocimiento que tenía de 
la retórica y en la que cuenta su vida y su pasión por el estudio 
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y por el conocimiento. Tan grande era esa pasión que no podría 
hacerse la tonta y no decir lo que creía que tenía que decir sobre 
lo que fuese, incluso sobre los sermones de Vieira.
Al fin y al cabo, las presiones para que abandonara la vida 
intelectual y se dedicara a su vida de monja — es decir, rezar y no 
mucho más que eso — tuvieron éxito y Sor Juana prácticamente 
se recogió al silencio hasta su muerte, muy debilitada por el 
contacto con los pobres enfermos que trataba. Antes, sin 
embargo, escribió bastante poesía, como Primero sueño, obra 
que más estimaba, y varios poemas como el que reproducimos 
abajo:
Procura desmentir los elogios que a un retrato de la 
poetisa inscribió la verdad que llama pasión17
Este, que ves, engaño colorido, 
que del arte ostentando los primores, 
con falsos silogismos de colores 
es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido 
excusar de los años los horrores, 
y venciendo del tiempo los rigores, 
triunfar de la vejez y del olvido:
es un vano artificio del cuidado, 
es una flor al viento delicada, 
es un resguardo inútil para el hado,
es una necia diligencia errada, 
es un afán caduco y, bien mirado, 
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
Al leer el soneto, podemos comprobar la influencia de 
Góngora — que por su vez ya había tomado prestado el tema del 
carpe diem de un poema de Garcilaso de la Vega (el español, no el 
17 SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ. Primero sueño y otros textos. 
Buenos Aires: Losada, 1998. p. 60.
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inca peruano). La verdad es que tanto Garcilaso como Góngora, 
y después Sor Juana e incluso el brasileño Gregorio de Matos, 
beben en la fuente de la tradición retórica y poética clásicas, 
que remontan a la cultura de la Antigua Grecia. De todos modos 
es interesante ver como el tema se va “retrabajando” de poeta a 
poeta. Vea como lo tratan Góngora y Gregorio:
Soneto CLXVI18
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido el sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio por cogello,
siguen más ojos que el clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no solo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
(Luis de Góngora)
A Maria dos Povos, sua futura esposa19
Discreta, e formosíssima Maria, 
Enquanto estamos vendo a qualquer hora, 
Em tuas faces a rosada Aurora, 
Em teus olhos e boca o Sol, e o dia:
Enquanto com gentil descortesia 
O ar, que fresco Adônis te namora, 
Te espalha a rica trança voadora, 
Quando vem passear-te pela fria:
18 Poesía lírica del Siglo de Oro. Ed. de Elias L. Rivers. 17. ed. Madrid: 
Cátedra, 1997. p. 212.
19 MATOS, Gregório de. Poemas escolhidos. Ed. de J. M. Wisnik. São 
Paulo: Cultrix; 1997. p. 319.
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Goza, goza da flor da mocidade, 
Que o tempo trata a toda ligeireza, 
E imprime em toda a flor sua pisada.
Oh não aguardes, que a madura idade, 
Te converta essa flor, essa beleza, 
Em terra, em cinza, em pó, em sombra, em nada.
(Gregorio de Matos)
La comparación que hemos hecho nos demuestra por fin 
lo siguiente: Sor Juana Inés de la Cruz es la primera escritora 
notable a nacer vivir y morir en América, sin nunca haber ido 
a España. Sin duda hay rasgos en su carácter y en su obra que 
tienen un color local, mexicano. Con todo, el sistema artístico-
cultural en que está inserta la monja mexicana es todavía el 
sistema español.
Seguramente ni ella ni nadie en su época la consideraba una 
escritora mexicana como si “mexicano” fuera algo autónomo, 
algo más que una parte del Virreinato de Nueva España, 
algo más que una parte del Imperio Español. Con todas sus 
características locales, con todas las particularidades de su 
historia, los mexicanos eran todavía parte de España, como eran 
los catalanes, gallegos o andaluces.
Faltaba, todavía, un sentimiento genuinamente nacional.
1.6 Iluminismo: Bello, Olmedo, Heredia
A fines del sigloXVIII, Hispanoamérica ya tenía más de 
dos siglos de historia como colonia española. El Virreinato de 
Nueva España — creado en 1535 — sufrió algunos cambios y 
el Virreinato del Perú — creado en 1542 — se fragmentó, con 
la creación de los Virreinatos de Nueva Granada — en 1717, 
comprendiendo los actuales Venezuela, Colombia, Panamá 
y Ecuador — y del Río de la Plata — en 1716, comprendiendo 
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los actuales Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Todos esos 
cambios, con todo, no alteraban la condición de colonizados de 
los hispanoamericanos.
Con las ideas del Iluminismo europeo, la Revolución 
Francesa (en 1789) y la Independencia Norteamericana (1776), 
los aires empiezan a cambiar en Hispanoamérica. Ideas de una 
autonomía social, cultural y política poco a poco ganan fuerza y 
repercusión de norte a sur del subcontinente. Hasta que llegue 
la final autonomía política en el siglo XIX, muchos escritores 
contribuirán con sus textos para crear un ambiente cultural 
original que justificará y dará soporte a la independencia política. 
Entre ellos estarán Bello, Olmedo y Heredia.
José Joaquín de Olmedo (Guayaquil, Ecuador, 1780 / 1847) 
era el mayor del famoso triunvirato de poetas del Neoclasicismo. 
Después de una carrera política en que fue ministro, vicepresidente 
de Ecuador y alcalde de Guayaquil por diversas veces, Olmedo 
pudo finalmente dedicarse a la poesía con exclusivamente. Su 
poema más importante, La victoria de Junín, una oda al triunfo 
del ejército de Simón Bolívar — uno de los grandes libertadores 
de América — en la lucha por la independencia peruana, sigue 
los parámetros de la poesía neoclásica, con su búsqueda por la 
inspiración en las fuentes latinas y griegas.
El más joven del trío de poetas fue José María Heredia 
(Santiago de Cuba, 1803 — Toluca, México 1839), el primero 
de una larga lista de grandes escritores cubanos. En su corta 
vida escribió una poesía más rica estéticamente que la de sus 
contemporáneos Olmedo y Bello, en la que se destacan los 
poemas En el teocalli de Cholula y Niágara, este último es 
un canto a la magnífica cascada ubicada en la frontera entre 
Canadá y los Estados Unidos.
Con una sensibilidad poética algo diferente a la de sus 
antecesores, la obra de Heredia agrega a la estética neoclásica un 
desgarre de sentimientos que lo acerca al primer romanticismo. 
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Por eso, muchos críticos ya consideran al poeta cubano como 
un prerromántico, o mismo como el primer poeta romántico de 
Hispanoamérica.
Por último, veamos a Andrés Bello (Caracas, Venezuela, 
1781 — 1865). No tan político como Olmedo ni tan poeta como 
Heredia, no cabe duda, sin embargo, de la importancia de Bello 
para la formación de la cultura hispanoamericana. Si como poeta 
su principal obra, la silva A la agricultura de la zona tórrida, 
no va mucho más allá en términos estéticos de las convenciones 
de la poesía neoclásica, su contribución a la construcción de las 
identidades culturales de Hispanoamérica, más allá incluso de las 
fronteras de su Venezuela natal, impresionan por su diversidad 
y alcance.
Escribió sobre la educación en los jóvenes países del 
continente, sobre gramática y el español en América — con sus 
diferencias en relación a la variante peninsular –, redactó el 
Código Civil de Chile — que después sirvió de modelo a varios 
países latinoamericanos –, luchó en las trincheras intelectuales 
no sólo por la autonomía cultural del continente, sino por la 
unión y colaboración política entre los países que lo forman. 
Andrés Bello es el primer intelectual hispanoamericano de hecho, 
con énfasis en lo “hispanoamericano” y tomándose el concepto 
de “intelectual” en toda la amplitud que invoca la palabra.
Con Bello, Heredia y Olmedo, entre otros, se crea una 
conciencia hispanoamericana, tan importante — o más — a los 
pueblos del continente como la autonomía política. Y es tanto 
de sus acciones — como políticos, artistas, intelectuales — como 
de su obra que brota esta conciencia. Al tratar en su literatura de 
temas como la naturaleza (en Niágara), los hechos históricos (La 
victoria de Junín) y la capacidad realizadora (A la agricultura de 
la zona tórrida) de la gente de América, un nuevo pueblo surge, 
con su historia, sus mitos y su orgullo.
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