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Gustavo Bueno Martínez - Primer ensayo sobre las categorias de las ciências políticas

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GUSTAVO BUENO 
PRIMER ENSAYO SOBRE LAS CATEGORÍAS 
DE LAS "CIENCIAS POLÍTICAS" 
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(iuslavo Bueno (Sto. Domingo de 
La Calzada, 1924) cursó estudios de Filo-
solia en /arago/.a y Madrid. Catedrátieo y 
Director de Instituto en Salamanca, 
deslié líMiO ha sido catedrático —ahora lo 
es emérito— de Fundamentos e Historia 
de los Sisleinas Filosóficos en la Univer-
sidad de Oviedo. 
Su obra, extensa y de una densidad y 
profundidad desacostimibradas en nuestro 
panorama cultural, constituye un capí-
lulo importante en la historia del pensa-
miento materialista y es, al mismo tiem]X>, 
reivindicación constante de lo que el 
mismo Bueno ha insistido en defender 
como sustancialidad de la niosoíla. 
Entre los libros más importantes de 
Gustavo Bueno se cuentan i'.l fxipcl de l<f Ji-
lo.wjín en el coHJun/n del sahn; KlU(do<r¡<i y 
ütopÚL, Ensayos nmUTiaüsULs I'jisayo sobre Uts 
calegorUts de la eeonomía política^ La melafisica 
presocrátiefiy El iinimal divino y Cuestiones 
cuodlihelales sobre Dios y la religión. Títulos 
que, pese a su importancia, sólo suponen 
una pequeña parte de la producción filo-
sófica y ensayística del autor, aparecida 
en forma de artículos o aiin inédita. 
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Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
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Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
La Biblioteca Riojana es un proyecto editorial a largo plazo, 
que pretende ofrecer al piiblico lector dos tipos fundamenta-
les de textos, creativos o ensayísticos: aquéllos que proceden 
de autores, a los que pueda caracterizarse como riojanos, en 
sentido lato, y aquellos otros, en segundo término, que inci-
den temáticamente, geográfica o históricamente, sobre el 
territorio regional. 
Madurado este proyecto en un ámbito cultural en el que 
se carece de tma mínima base bibliográfica, ha de contar con 
tan decisiva ausencia, y proponerse, en la mayor parte de los 
casos, la resurrección desde la muerte absoluta, cuando no 
desde el olvido secular, de nombres, obras, y protagonistas, 
con objeto, ya de recuperarlos, ya de redescubrirlos, ya de 
incluirlos en la parva nómina de la utópica cultura riojana. No 
creen los autores de este proyecto, ni en serio, ni en broma, en 
la existencia de esa hipotética cultura riojana, pero están, en 
cambio, convencidos de que es posible proyectar sobre el 
acervo cultural hispánico el legado de algunos «ilustres 
riojanos», o «riojanos ilustres», o el recuerdo de ilustres no 
riojanos, que se ocuparon alguna vez de cosas y casos riojanos. 
Los dos primeros eslabones de esa cadena, que conforma-
ría el núcleo textual de la Biblioteca, van a ser dos importantes 
hombres de pensamiento y creación en el subsuelo de la 
cultura española: se trata, en primer lugar, del catedrático de 
Filosofía de la Universidad ovetense, Gustavo Bueno, con el 
que inauguramos nuestra labor editora, a partir de una 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
investigación en el ámbito de las categorías políticas; y, como 
segunda aportación, un texto básico en la historia del cine 
español, el guión literario de la película «El C.ochecito», 
reelaborado especialmente para la Biblioteca Riojana por su 
autor, Rafael Azcona. 
El proyecto es amplio, y en suc;esi\as entregas, si las í'uentes 
de apoyo y financiación lo permitieran, el (xjnsejo Editor ha 
previsto la publicación de textos de Julio Rey Pastor, Bretón 
de los Herreros, Félix María Samaniego, Euis Diez del Ct)rral, 
María de la O Lejárraga, y un largo etcétera. Procurará así la 
Biblioteca Riojana, con seiiedad, con el imprescindible bagaje 
erudito, v con el necesario rigor analítico, contribuir al mejor 
conocimieiuo de La Ric>ja por parte de los riojanos, y a la 
diíusié)!! de sus creadores y humanistas, clásicos y contempo-
ráneos. 
El Consejo Editor. 
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Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
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Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRIMER ENSAYO SOBRE LAS CATEGORÍAS 
DE LAS "crENCL\s POLÍTIC;AS". 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
BIBLIOTECA RIOJANA 
Consejo Editor: 
MANUEL DE LAS RT/AS, 
A1.FONSO MARTÍNEZ GALILEA, JOSÉ RAMO, 
BERNARDO SÁNCHEZ, PEDRO SANTANA. 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
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Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
PRIMER ENSAYO SOBRE LAS CATEGORÍAS 
DE LAS "CIENCIAS POLÍTICAS" 
Presentación y Apéndices 
PEDRO SÁNTANA 
BIBLIOTECA RIOJANA 
N.° 1 
CULTURAL RIOJA 
Gobierno de La Rioja. Ayuntamiento de Logroño \ 
LOGROÑO, 1991 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
© GUSTAVO BUENO. 
© DE LA PRESENTE EDICIÓN: 
BIBLIOTECA RIOJANA. 
CULTURAL RIOJA. 
GOBIERNO DE LA RIOJA. AYUNTAMIENTO DE LOGROÑO. 
Primera Ediáón: 
ABRIL, 1991. 
COORDINADOR DE lA EüíaON: 
PEDRO SANTANA. 
DISEÑO DE IJí COIJiCClÓN: 
ALFONSO MARTÍNEZ GALILEA. 
LOGOTIPO DE IA COlJÍCClÓN: 
ÁNGEL COMPAIRÉ. 
PORTADA: 
JAIME COMPAIRÉ. 
EOTOCOMPOSiaON: MOCAR LINOTYPE, S.A. 
EOTOMECÁNICA: REPROTÉCNICA 
IMPRENTA: GRÁFICAS QUINTANA, S.L. 
/..S.B.JV..-84-87209-3.'i.I. 
D./...LR-206-I991 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRESENTACIÓN 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
BREVE APUNTE SOBRE LA OBRA DE GUSTAVO BUENO 
Cabe, para el introductor, la primera posibilidad de pensar que su trabajo 
es mera redundancia. Incluso mencionar las características especiales, más 
materiales que formales, de la edición que introduce puede parecerle tram-
poso. Tramposo porque tal vez eso no sea más que una tapadera ideológica 
para legitimar esa redundancia. Se diría que si el ciudadano lector dirige su 
atenciónhacia determinado libro es, en cualquier caso, porque sabe algo de 
lo que va buscando: la redundancia sería segura. Y tramposo porqu£ hablar 
de la especificidad de determinada edición supone, ya sea menoscabar, ya sea 
ensalzar la labor a la que uno se aplica. 
Por eso, el introductor y editor dirá qu£ solamente sigue las directrices de 
esta Biblioteca Riojana, en cuyos presupuestos se contempla la introduc-
ción, la presentación de un autor —en este caso más, mucho más, del autor, 
qv£ de la obra, un texto reciente, inédito y de novedad radical—, a un público 
que puede estar hipotéticamente más interesado por el «género» de la colec-
ción qu£ por el libro individual al que se acerca. Caemos en fin en esos su-
puestos de los que se quena huir, pero ahora, por así decir, la ley está de 
nuestro lado. 
Y, en fin, nuestra presentación será una exposición lo más simple qtie se 
pueda de la obra filosófica de Gustavo Bueno. Una exposición qu£, si hubiera 
departir del contexto de la filosofía española actual, se detendría al instante, 
porqu£ es tal la peculiar situación de Bueno dentro de ese contexto, qu£ cual-
quier caracterización habría de proceder por la acumulación de notas nega-
tivas acerca del panorama general 
En efecto, una constatación qu£ no costaría demasiado trabajo poner de 
manifiesto es la de que contra el fondo de la filosofía española —en su imagen 
pública— la figura de Gustavo Bueno se destaca y quizá sólo por una simple 
nota, la práctica de la filosofía. Por eso, aquello de lo que carece el fondo ges-
táltico que proporciona el citado panorama filosófico —si es lícito hablar 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PEDRO SANTANA 
unitariamente de un panorama nacional, visible como un todo, y siempre 
considerando que las categorías perceptivas serían aquí de carácter cul-
tural— es simplemente lo que sigue, la especificidad de la obra filosófica de 
Bueno. 
Gustavo Bueno nació en Santo Domingo de La Calzada en 1924 y cursó 
sus estudios universitarios en Zaragoza y Madrid. Catedrático y Director de 
Instituto en Salamanda, desde 1960 es catedrático de Fundamentos de la Fi-
losofia e Historia de los Sistemas Filosóficos en la Universidad de Oviedo. 
Desde 1989, es Catedrático Emérito. 
No sería inexacto decir que la actividad pública conocida de Gustavo 
Bueno es parte muy pequeña del conjunto total y que toda biografía está for-
zosamente incompleta sin una referencia a los años del franquismo y alas di-
ficultades consiguientes. En la primera de las Cuestiones cuodlibetales 
sobre Dios y la religión el mismo Bueno ha relatado una parcela de su 
experiencia, la concerniente a la Iglesia Católica y ala evolución de su pen-
samiento y sus actitudes acerca de la religión. 
Por otro lado, la exposición de sus produetos filosóficos sería inexacta sin 
la alusión a dos hechos determinantes de su producción. Uno es el estilo filo-
sófico genuino de Bueno, tal como se revela en su obra, en su organización y 
escritura, y otro tiene que ver con la manera en que está organizado el trabajo 
en el Departamento que dirige en Oviedo, el cual constituye lo que se ha dado 
en llamar un «taller de filosofía», denominación que, a las claras, declara el 
carácter material de los objetos con los que trabaja el filósofo y la distancia 
abismal que separa su disciplina del antojo místico o literario. 
¿Por dónde habría el lector de comenzar el estudio de la obra de Gustavo 
Bueno'? La pregunta parece, en esta ocasión, de fácil respuesta Paradójica-
mente, no remitiremos a ese «lector ideal» a una obra de autoría individual, 
sino a un libro de texto de tercero de B.UP escrito por tres autores, Alberto 
Hidalgo, Carlos Iglesias y el propio Bueno. Se trata de Symploké, libro que, 
como se recordará, fue rechazado por el Ministerio de Educación en primera 
instancia con el argumento de que era muy difícil En una reseña de esta 
obra, David Alvargonzález ha especificado qué partes corresponden a cada 
uno de los tres autores. Bueno, personalmente, escribió los capítulos relativos 
a —según reza el programa— «La dimensión trascendental del hombre» y, 
como señala Alvargonzález, «hace una incursión por una serie de temas 
sobre los que había publicado muy escasamente hasta el momento (ética, 
moral, libertad, persona, sentido de la vida)». Pero, aparte del interés general 
que Symploké presenta para el lector medio en cuanto obra competente-
mente realizada —y escrita, además, con la vista puesta en ese lector medio. 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRESENTACIÓN 
no necesariamente estudiante—, y del gran interés particular que las últimas 
páginas ofrecen por constituir una novedad, en Symploké se encuentra una 
introducción magnífica a la antología y ala gnoseología materialista que en 
otros lugares ha desarrollado Gustavo Bueno. 
Bueno aclara que la filosofía es un saber segundo, esto es, dependiente de 
otros saberes, pero —frente a Sacristán— afirma la sustancialidad de ese saber 
filosófico. 
Lafilosofia, al contrario que las ciencias, que manejan Conceptos, maneja 
Ideas. Resumiendo una educación que el lector puede leer también en 
Symploké, diremos que en la Mecánica Clásica, el parámetro tiempo es co-
rrelato de un cierto concepto tiempo. En la Gramática de una lengua dada, 
se define también un cierto concepto de tiempo. La idea de Tiempo, en 
cambio, surge del choque entre esas y otras conceptualizaciones, o experimen-
taciones, o plasmaciones de la Idea de Tiempo. Pues ésta y otras ideas apa-
recen entrelazadas en lo que Platón justamente llamó una symploké, y esta 
constatación se convierte en el núcleo fiíndamental del materialismo filosó-
fico y, ya que es una expresión del mismo, del libro Symploké. 
Pues es el materialismo filosófico el sistema o, mejor, lafilosofia de Bueno. 
Puede leerse en la página 47 de Symploké; 
El materialismo filosófico oferta un sistema de coordenadas capaz de tra-
ducir a sus términos el núcleo esencial de lafilosofia clásica Se trata de 
una doctrina académica (no vulgar), crítica (no simplista y dogmática 
como el Diamat), dialéctica y filosófica (no dentista como la de Have-
mann), cuya originalidad reside en la afirmación de que toda filosofía 
verdadera debe ser considerada como materialista. 
Entonces, por lo que respecta a la antología materialista, se distingue un 
plano general, que contiene la Idea de materia ontoUgico-general, y un 
plano que es el de la antología especial, la cual se basa en la doctrina de los 
tres géneros de materialidad, de la que —como Gustavo Bueno hace ver en 
Ensayos Materialistas, la obra en que se expone esta doctrina— existen an-
tecedentes filosóficos precisos. 
El primer género de materialidad es el de las entidades que constituyen el 
mundo exterior, físico. El segundo se refiere a los fenómenos de la vida inte-
rior, fenómenos psicológicos o etológicos. El tercer género, comprende los ob-
jetos abstractos. Entre si las tres materialidades son inconmensurables y 
heterogéneas, pero, obviamente, el tercer genero se ofrece sólo en conexión con 
los otros dos. 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PEDRO SANTANA 
Hay entonces relaciones entre la materia ontológico general y los tres gé-
neros, que son dialécticas, habiendo de entenderse que hablar de los tres gé-
neros no denota algo así como una partición de aquélla. El proceso de 
constitución de la Idea de materia ontológico-general se realiza a partir de 
las inconmensurabilidades y las contradicciones que se dan entre los tres gé-
neros especiales. Consiste este proceso de unregressus desde las materias ge-
néricas a un límite que sería la Idea de materia general. Al igual qu£ el 
citado, el proceso inverso, consistente en el progressus desde la Ideageneral 
hacia las genéricas, se realiza merced a una conciencia que lo mediatiza. 
Las ventajas de esta ontología se aprecian desde una perspectiva crítica, 
pero aquí nos limitaremos a constatar que permite la recuperación de temas 
filosóficos que otras ontologías expulsan. 
La Gnoseología de Gustavo Bueno es la llamada Teoría del Cierre Cate-
gorial. Más arriba, en esta misma sección, mencionamos el criterio que dis-
tingue a las ciencias de otros saberes, basado en que aquéllas operan con 
conceptos. El cierre categorial denota el momento histórico en que se consti-
tuye completamente una teoría científica al cerrarse el sistema de categorías 
que utiliza, cierre que expresa también el del sistema de operaciones que, en 
cuanto actividad humana, han dado origen a la ciencia en cuestión. 
Para Bueno, las ciencias no se separan de las técnicas radicalmente. 
Surgen de su desarrollo y de la necesidad que van imponiendo éstas de deli-
mitar campos. Los campos, y no unos supuestos objetos, definirían a las cien-
cias, las cuales, a su vez, no vendrían constituidas por todos unitarios, sino 
que se conformarían mediante la agrupación, más o menos circunstancial, de 
teorías diversas. 
Esta gnoseología, biográfica, históricamente, fije desarrollada o, al menos, 
dada a conocer, con posterioridad a la formulación de la ontología materia-
lista (Ensayos Materialistas, donde se contendría la ontología, fue publi-
cado en 1972). Hay que recalcar que la Teoría del Cierre debía, en 
consecuencia, no sólo prestar atención a las operaciones reales que histórica-
mente subyacen a la aparición de una ciencia y ala estructura lógica de las 
construcciones científicas, sino también a la ontología materialista. 
El lector puede consultar las magníficas introducciones a la teoría que son 
el citado artículo de Hidalgo, el capítulo correspondiente de Symploké, o, 
como fuentes de prímera mano los artículos de Bueno titulados «Idea de la 
ciencia desde la teoría del cierre categorial», «En tomo al concepto de ciencias 
humanas: la distinción entre metodologías a-operatorias y ^-operatorias», 
«El cierre categorial aplicado a las ciencias fisico-químicas» y «Gnoseología 
de las ciencias Humanas», cuyas referencias completas hallará en la biblio-
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRESENTACIÓN 
grafio. Desgraciadamente, permanece inédita una exposición general de la 
teoría. 
A discusiones críticas sobre la Economía Política y la Etnología, ha dedi-
cado Bueno dos libros: Ensayo sobre las categorías de la economía 
política, de 1972, y Etnología y Utopía de 1971, de la que existe una se-
gunda edición, que incluye un enjundioso epílogo, de 1987. 
Quedan por mencionar de las opera magna que han aparecido en forma 
de libro El papel de la filosofía en el conjunto del saber (1970), La 
Metafísica Presocrática (1974), y dos obras más recientes: El animal di-
vino (1984) y Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión 
(1989), a la cual hicimos una breve alusión. 
La decada de los ochenta ha asistido a la publicación de estas dos últim,as 
obras, en la que la reflexión de Gustavo Bueno se centra en la filosofía de la 
religión, considerada como disciplina filosófica enfrentada a las teologías 
natural y positiva. Lafilosofia de la religión propuesta por Bueno se formula 
en El animal divino, donde el autor propone tres fases en el desarrollo de 
las religiones: primaria, la de religiosidad primitiva y, digamos, numénica; 
secundaria, que coincide con la formación de un panteón de dioses; y ter-
ciaria, que es la de las religiones espiritualistas centradas en tomo a un Dios 
único. La división qu£ Bueno había planteado previamente del espacio an-
tropológico (en el ensayo «Sobre el concepto formal de espacio antropoló-
gico»), que distingue tres ejes (radial, circular y angular) define la 
religiosidad como una serie de fenómenos establecidos sobre el eje angular, a 
lo largo del cual los hombres se relacionan con entidades personales no hu-
manas, cuya referencia primera serían los animales. Del contacto del hombre 
primitivo con los animales surgirían las religiones pñmarias. Sin embargo, 
hay que subrayar que El animal divino no se propone una teoría positiva 
de la religión, la cual habría de quedar regional y categorialmente limitada, 
sino sentar las bases de una filosofía de la religión. 
Esta edición del Primer ensayo sobre las categorías de las «cien-
cias políticas» que el lector tiene en sus manos se completa con una selección 
de textos que mus que contener algo así como verdades acerca del «sistema fi-
losófico de Bueno», ha de ser entendida como una manera —ciertamente muy 
primitiva— de introducir algunos términos y temas fundamentales, y sobre 
todo de invitar al lector interesado a otras lecturas que tal vez no haya fre-
cuentado. Lecturas de obras que encontrará enumeradas en la bibliografía 
que también se ofrece. Para el manejo de este Primer ensayo sobre las ca-
tegorías de las «ciencias políticas», se ha completado la edición con un 
índice alfabético de autores citados. 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PEDRO SANTANA 
Muy vago, pálido e incompleto es, en cualquier caso, este forzado sumario 
de la obra de Bueno. El lector pu^de comprobar, a través de los títulos de los 
ensayos y artículos de la bibliografía, la extensión y variedad —de Causa-
lidad a Mater ia , de la gnoseología de la Historia a la de las Matemáticas, 
de la Antropología a la Lógica— de una producción única en el panorama 
filosófico de nuestro país. 
Y, en fin, reconociendo nuestra admiración por el autor de este ensayo qu£ 
el lector se dispone a' leer, habiendo intentado despertar el interés qu£ exige, 
concluyen éstas líneas que no estuvieron animadas de otro propósito que el de 
aportar un marco que situase la figura de Bueno, marco que no puede, a la 
postre, ser otro que el de la propia obra de Bueno, inteligible sólo desde la tra-
dición filosófica, y que no puede ser el del triste fenómeno que los medios de 
comunicación conocen como cultura. 
Pedro Santana. 
Logroño, Febrero de 1991. 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
PRIMER ENSAYO SOBRE LAS CATEGORÍAS 
DE LAS "CIENCIAS POLÍTICAS" 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRÓLOGO 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
En este libro ensayamos una primera reconstrucción, en un sis-
tema teórico, de un conjunto de «categorías» políticas —tales 
como «Estado» (¿cabe hablar de Estado cuando nos referimos a la 
jefatura zulú de Shaka y luego de Mpanda?), «sociedad civil», «de-
mocracia», «dictadura» (¿puede hablarse de «dictadura de Franco» 
antes de 1947?), «partido político»— que constituyen, indudable-
mente, los sillares más característicos de cualquier tipo de pensa-
miento político, mundano o académico, de nuestros días. Estas 
categorías tienen, cada una de ellas, su materia propia, lo que no 
significa: unívoca o rígida; pero precisamente estas materias o 
contenidos se determinan y varían relativamente al componerse 
con otros contenidos formando esas «redes conceptuales» consti-
tutivas de las «grandes concepciones» o «sistemas» políticos de 
nuestros días (socialismo, marxismo-leninismo, liberalismo, huma-
nismo, aristocratismo, anarquismo, teología de la liberación... o 
escepticismo político, entendido éste no de un modo negativo 
—pues en tal caso carecería de todo interés, fuera del meramente 
psicológico o psiquiátrico— sino como docta ignorantia política). 
Estos «sistemas», asociados en general a las ideologías políticas de 
partidos, sindicatos o movimientos religiosos, atraviesan en estos 
años una profunda crisis.Unas veces, a consecuencia del desmo-
ronamiento de la misma estructura racional del sistema, debido a 
los cambios que el curso de los acontecimientos ha dado a sus 
niismos «sillares» constitutivos —sería el caso del «marxismo-leni-
nismo»; otras veces, porque el sistematismo logra mantenerse 
firme pero sólo gracias a una «asistencia mística» (islamismo, eus-
kalherrismo, yanomamismo) que lo pone en el límite del delirio. 
Pero tampoco las «ciencias políticas» pueden ofrecer un entreteji-
miento sistemático de naturaleza estrictamente científica, es decir, 
19 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
una construcción que no sea meramente ideológica y que, desde 
luego, no se reduzca a simple «revestimiento teológico» (nematoló-
gico) del fanatismo. Y si las «ciencias políticas» no pueden ofre-
cernos una estructuración científica semejante es porque ella 
rebasa sus propias posibilidades racionales; las «ciencias políticas» 
no alcanzan un nivel de cientificidad comparable al de la Geome-
tría o al de la Química; su «cientificidad» es mucho más precaria, 
y no por negligencia de sus cultivadores —de los que tanto hay, 
por otra parte, que aprender— sino por la naturaleza de su 
campo. Las «ciencias políticas» encuentran sus «seguros senderos» 
más cuando caminan en la dirección del análisis de los «sillares» y 
de las relaciones empíricas de unos con otros, que en la dirección 
de la construcción del edificio del «sistema político». La construc-
ción del sistema político, aun cuando quiera mantenerse bajo la 
disciplina racionalista, no puede aspirar a alcanzar los resultados, 
incluso sistemáticos, que las ciencias más vigorosas han logrado 
obtener en sus respectivos campos categoriales —por ejemplo, el 
«sistema periódico de los elementos químicos». Esto se debe, prin-
cipalmente, a que la concatenación sistemática de las categorías 
políticas no puede llevarse a cabo en el recinto de un campo ca-
tegorialmente cerrado; tal sistematización obliga a tomar con-
ceptos de otros muchos campos —la etología, la biología, la lógica 
formal y material, la ontología o la historia—, es decir, a aban-
donar la estricta inmanencia que es propia de la forma de todas 
las ciencias genuinas y, por consiguiente, le empuja, si quiere 
mantener esa disciplina racional, a asumir la forma de la cons-
trucción filosófica (que —suponemos— no es una construcción 
científica, pero tampoco una construcción gratuita, arbitraria o 
resultado de una más alta iluminación mística). 
Supuestas estas consideraciones, se comprenderá mi pretensión 
de presentar este Ensayo como un ensayo crítico, y no dogmático. Más 
aún, de presentarlo como un primer esbozo de una «Crítica de la 
razón política». En efecto, crítico —y no dogmático— es ya el siste-
matismo que él busca en la medida en que este sistematismo deja 
de considerarse a sí mismo como científico y se reconoce como fi-
losófico; pues la filosofía, como saber «de segundo grado», se 
constituye como crítica de las pretensiones científicas de toda 
construcción que (como es el caso de la presente) no logra «ce-
rrar» en la inmanencia rigurosa de su campo. Pero también es crí-
20 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRÓLOGO 
tico el sistematismo filosófico por relación a toda ingenua con-
fianza en un pensar sapiencial o bien espontáneo, intuitivo o afo-
rístico (del cual sin duda hay que partir) que no haya sido 
sometido a la «crítica de la concatenación sistemática». La disci-
plina filosófica es la disciplina misma de la argumentación dialéc-
tica, de las pruebas y contrapruebas que tienen lugar en el cruce 
de cuestiones suscitadas por las ciencias más heterogéneas, las 
ideologías y las mismas opciones políticas o incluso místicas; por 
ello, el autor de un Ensayo filosófico sólo puede contar, como 
procedimiento de convictio, con la «complicidad» del lector, 
porque sólo puede apelar, más que a hechos positivos, o a demos-
traciones apodíeticas, o a principios subjetivos o subrogados al 
propio gremio, a la misma posibilidad de que el lector, re-constru-
yendo racionalmente sus pruebas y contrapruebas, pueda en-
granar con el autor, bien sea re-produciendo sus pasos, bien sea 
dando pasos en direcciones distintas y aun contrarias, pero 
abiertas por los pasos que ha dado el autor. La disciplina filosó-
fica —la de tradición platónica— no puede apelar a experiencias 
privadas, o a sabidurías gremiales de las que el lector se supone 
ha de quedar automáticamente excluido o, menos aún, a eviden-
cias místicas, sino a los mismos recursos del razonamiento «mun-
dano» que se practica en la vida política ordinaria; y si se 
diferencia en algo la filosofía (académica) de esta sabiduría polí-
tica ordinaria (filosofía mundana) es sólo por su «tenacidad» en 
prolongar, de un modo recurrente, los razonamientos a fin de lo-
grar un «sistema racional» que puede tener tanto de «obra de arte 
racional» como pueda tenerlo de «obra de ciencia». Pero un sis-
tema racional aunque pueda no ser apodíctico puede resultar ser 
sin embargo la única «opción decente» —como diría Ortega-
para quien se resiste a caer en el nihilismo o en el escepticismo. 
Porque el racionalismo asociado a la filosofía es —como todo ra-
cionalismo— obligadamente sistemático; no es posible predicar la 
racionalidad de proposiciones aisladas, exentas, lo que no signi-
fica tampoco que el contenido material de estas proposiciones sea 
irrelevante. La concatenación sistemática no puede, en virtud de 
su simple coherencia formal, confundirse con la filosofía: un sis-
tema teológico puede ser coherente sin que por ello (por ejemplo 
si contiene entre sus «sillares» la figura del dios Madak Táus, el 
«ángel pavo real» de los yazidíes) deje de ser irracional desde el 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
punto de vista filosófico, de una filosofía que pone su pie en los 
contenidos materiales —sin duda concatenados a su vez— de una 
filosofía materialista. 
Este Ensayo reivindica, en resolución, aun en sus partes aparen-
temente más dogmáticas, un significado crítico en el terreno de 
las categorías políticas. Crítico tanto de las ideologías políticas 
que se han convertido en ideologías dogmáticas, como de las 
«ciencias^ > o de los proyectos místicos o fanáticos o utópicos; y crí-
tico, por medio de la construcción del sistema, de la misma ten-
dencia crítica capaz de conducir al escepticismo político. 
¿Y qué «conclusiones prácticas» —qué «orientaciones», «ca-
minos», «objetivos políticos»— ofi"ece (o puede ofi^ecer) un Ensayo 
como el presente? Desde luego ninguna conclusión inaudita, 
ningún camino inesperado, nigún objetivo capaz de fanatizar a 
un grupo, grande o pequeño, de individuos. Pues, según su mé-
todo, lo que un ensayo como el presente puede ofrecer es, más 
que conclusiones nuevas o caminos inesperados, modos de volver 
a caminos ya conocidos y acaso abandonados, o confirmarse en 
conclusiones cuyo sonido nos es familiar desde siempre. En 
efecto, un ensayo filosófico, tal como lo entendemos, no puede 
proponer «conclusiones prácticas» o «senderos practicables» asu-
miendo la perspectiva de la predicación moral edificante en 
nombre de un deber-ser que él tuviera la misión de custodiar y 
aun administrar; tampoco puede intentar excitar entusiasmos 
ante su proyecto. Lo que un ensayo filosófico puede proponer —y 
no porque ello deba ser considerado más modesto o menos ambi-
cioso (pues en cierto modo lo es mucho más que cualquier otro 
designio)— lo ha de proponer únicamente contando, como hemos 
dicho, con la «complicidad racional» del lector y, por tanto, apo-
yándose en su misma racionalidad, en una continuada argumen-
tación dialéctica ad hominem. Si esta racionalidadno se supone 
actuando en el lector, toda la argumentación se perderá y se des-
virtuará; al no ofrecer el lector resistencia alguna, la polémica es 
imposible. 
Por lo demás, las conclusiones prácticas que el presente Ensayo 
aspira poder ofrecer son del tipo siguiente: unas de índole nega-
tiva, y otras de naturaleza más bien positiva; unas y otras críticas 
de las posiciones contrarias respectivas. 
22 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRÓLOGO 
Las conclusiones de índole negativa podrán considerarse prin-
cipalmente como requerimientos, en principio, contra los funda-
mentos del fanatismo, apelando a esa complicidad racional de la 
que venimos hablando. Por ejemplo: ¿no cabe concluir después 
de haber repasado todas sus razones que es irracional, más aún, 
estúpido orientar una acción política por medio del terror hacia 
el objetivo de lograr la independencia de un conjunto de hom-
bres capaces de hablar a la vez vasco e inglés? ¿Por qué no tam-
bién otros objetivos orientados a conseguir que el pueblo 
moldavo independiente hable también rumano, o que el lituano 
hable polaco? Aun cuando estos proyectos no fuesen utópicos, 
¿qué se conseguiría una vez realizados tales objetivos? ¿Qué signi-
ficado general para los amigos de los muertos que no sean vascos 
o lituanos o moldavos pueden tener esos objetivos? No parece 
haber ninguna justificación para semejantes proyectos; cabrá con-
cluir por tanto que no es filosófico el mantenerlos (y esto aunque 
se hable de una «filosofía de la liberación»). Aunque abriguemos 
una gran simpatía por los teólogos de la liberación —que actúan 
en América, no en Europa— tendremos que preguntar: ¿qué tiene 
que ver la liberación de los pueblos oprimidos con la Segunda 
Persona de la Santísima Trinidad? Y si acaso hay que responder: 
«nada», habrá que desestimar la teología de la liberación, como 
una opción no racional ajena a la filosofía. Como tampoco es ra-
cional el mantener esperanzas escatológicas en torno a un «es-
tado final de la Humanidad» en el que la justicia reinará y la 
felicidad inundará a todos los hombres. Lo filosófico aquí será 
abstenerse de tales esperanzas, si es que son vanas desde el punto 
de vista del razonamiento filosófico. 
Pero, ¿no nos llevará insensiblemente la crítica filosófica a abs-
tenernos por completo de cualquier proyecto o actividad política, 
a retirarnos de la vida política para contemplar, desde la orilla, 
con un sentimiento de gozo (puesto que no podemos salvarlo) al 
desgraciado que se hunde en el océano (Suave mare magnum... de 
Lucrecio)? No es nada fácil demostrar que el abstencionismo epi-
cúreo sea irracional y poco filosófico; pero tampoco será fácil de-
mostrar que la vía epicúrea, la vía del escepticismo político sea la 
única vía racional o filosófica. Bastaría concluir que no es irra-
cional la vía de la acción política; al fin y al cabo, aunque la me-
dicina no nos pueda ofrecer la vida perdurable, no por ello hay 
23 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
que despreciar sus servicios. Pero esta analogía sólo tiene valor 
cuando damos por supuesto —y esto sólo desde un sistema ade-
cuado puede darse por supuesto racionalmente— que la política, 
aunque no nos puede abrir ningún «camino hacia el paraíso», sin 
embargo es indispensable (aunque no sea motivo exclusivo suyo) 
para seguir manteniéndose socialmente de un modo más bien 
que de otro o ipcluso para mantenerse en absoluto. 
Y con esto llegamos a las conclusiones de índole positiva. Pues 
¿no cabe llegar a percibir que alguno de estos modos son más ra-
cionales que otros o, acaso, simplemente que algunos de estos 
modos son menos racionales que otros? ¿O son todos ellos igual-
mente racionales y tan filosófica puede considerarse la decisión 
de optar por uno más bien que por otro? Consideremos, por vía 
de ejemplo, las dos familias de opciones generalísimas que nos 
abre la vida social en sus relaciones con la acción política, a saber, 
las opciones aristocráticas y las opciones socialistas —las opciones 
orientadas al beneficio de un grupo (incluso de una nación, con-
siderada privilegiada) a costa de los demás hombres, y las op-
ciones orientadas al beneficio de todos los hombres. No se trata 
de apelar, como hemos dicho, para inclinamos por una u otra 
opción a motivos morales, edificantes, o al deber ser del que al-
guien pudiera sentirse mediador o guardián, pues no podemos 
arrogarnos este título más que cualquier otro hombre. Sólo po-
demos apelar, no ya a lo que debe ser moralmente, sino a lo que es 
racional. La pregunta se planteará así: ¿puede demostrarse que es 
irracional toda opción aristocrática, o bien que lo es toda orienta-
ción socialista? Aun cuando por hipótesis la defensa de la opción 
aristocrática pueda utilizar argumentos tan filosóficos (tan verda-
deramente filosóficos) como la defensa de la opción socialista, 
¿no cabrá concluir que esta opción es sin embargo la opción filo-
sófica verdadera? Aun cuando la inclinación por estas opciones 
no pueda tomarse aisladamente sino sólo tras haber debilitado a 
la contraria, ¿no sería suficiente resultado el poder proponer la 
propia opción como siendo una opción tan filosófica, por lo 
menos, como la opción opuesta, aun concediendo que sólo por el 
enfirentamiento con ella la propia opción se configura y cobra sus 
propias proporciones? 
Pero para poder llegar a formar juicio racional en torno a estas 
cuestiones es necesario poder disponer, en sus concatenaciones 
24 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRÓLOGO 
mutuas, de los conceptos por medio de los cuales podemos per-
cibir, de un modo inteligible, los senderos, enlaces y caminos que 
se nos muestran insinuados en la vida cotidiana de nuestra so-
ciedad: «estado», «sociedad civil», «democracia», «dictadura», «par-
tido político». 
Este Ensayo está dividido en dos partes, una gnoseológica y la 
otra ontológica. 
La Primera Parte está dedicada a esbozar las líneas más gene-
rales por las cuales podría llevarse a cabo un análisis crítico-gno-
seológico de los «saberes políticos» —en especial, de los «cientí-
ficos»— cuando se toman las coordenadas de la «teoría del cierre 
categorial». Esta teoría concibe a las ciencias como «sistemas ce-
rrados» (en el sentido matemático del término), constituidos por 
contenidos que pueden ser dispuestos simultáneamente, no sólo 
en un eje sintáctico (en el que distinguimos términos, relaciones y ope-
raciones) sino también en u n eje semántico (en el cual diferenciamos 
las referencias fisicalistas, los fenómenos y las estructuras esenciales) y en 
un eje pragmático (autologismos, dialogismos y normas). La Primera 
Parte del Ensayo no es otra cosa sino un sumario análisis —des-
pués de una brevísima caracterización global («sintética»)— de 
cada una de estas nueve clases de componentes que cabe atribuir 
a los saberes políticos, en la medida en que tengan algo que ver 
con una ciencia. 
La Segunda Parte del Ensayo se ocupa, no ya de los «saberes» 
que sobre la política podamos alcanzar, sino de las realidades po-
líticas mismas (que incluyen, desde luego, a los propios saberes), 
intentando determinar el radio de su «esfera» en el conjunto del 
campo antropológico. Su perspectiva es filosófica, es decir, no es 
científico-positiva (etnológica, jurídica, etc.); pero entendiendo la 
filosofía no como una actividad que pueda llevarse adelante al 
margen de las ciencias positivas, pues sólo es verdaderamente po-
sible part iendo constantemente de ellas, pero críticamente: ésta es 
la razón por la cual la «parte gnoseológica» antecede en este En-
sayo a la «parte ontológica». 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas',1991
PARTE I: 
GNOSEOLÓGICA. 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
§ 1. Cuestiones gnoseológicas de carácter global. 
1. En esta parte primera nos proponemos tratar, si bien de un 
modo sumario, y más bien programático, el conjunto de cues-
tiones principales que plantean, jio ya las realidades políticas, sino 
los saberes políticos (en particular: las «ciencias políticas») y esto 
supuesto que realidades políticas y saberes políticos sean indiso-
ciables, y que la distinción entre las realidades políticas y los sa-
beres políticos tenga algún sentido, aunque no sea el de su 
separabilidad. En la determinación y tratamiento de estas cues-
tiones gnoseológicas sobre los saberes políticos nos guiaremos 
por la «teoría del cierre categorial» (puede verse una exposición 
global en Actas del Primer Congreso de Teoría y Metodología de las Cien-
cias, Oviedo, Pentalfa, 1982, pp. 101-164 y 315-337). Esta teoría 
tiene como referencia directa, desde luego, no ya cualquier tipo 
de saberes, sino los saberes propios de las ciencias positivas (Ter-
modinámica, Mecánica, Geometría); por consiguiente, los «saberes 
políticos», en la medida en que no sean científicos (sino tecnoló-
gicos, prácticos, filosóficos), quedarían fiíera del cono de luz de la 
Gnoseología. Sin embargo, como siempre podemos proyectar este 
cono de luz sobre campos que, aunque no sean estrictamente 
científicos, o bien pretenden serlo o mantienen relaciones muy 
estrechas con las ciencias estrictas, las lagunas, sombras, distor-
siones que resulten de tal proyección podrán alcanzar también, 
por lo menos, un significado gnoseológico indirecto o crítico (es 
decir, clasificatorio y discriminativo) de los saberes políticos cien-
tíficos y los saberes políticos que no puedan ser considerados tales. 
Por lo demás, las cuestiones gnoseológicas tienen unas veces un 
carácter eminentemente analítico —las que se refieren a las com-
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
ponentes de la estructura de cada ciencia— y otras, un carácter 
sintético —por ejemplo, porque consideran a una ciencia como 
una unidad globalmente dada y la comparan con otras unidades 
de su clase. Vamos a comenzar nuestra exposición tocando al-
gunas cuestiones de carácter preferentemente sintético. Esto nos 
permitirá tomar posiciones iniciales que tienen trascendencia en 
relación con las restantes cuestiones analíticas. 
2. En el momento de iniciar un estudio gnoseológico de los 
«saberes políticos» se nos impone una primera constatación: los 
saberes políticos son muy diversos, no solamente atendiendo a la 
abundancia «vegetativa» de materias que en ellos se contienen 
sino, sobre todo, teniendo en cuenta la heterogeneidad de los 
modos mismos del saber. Por de pronto, es obvio que no todos 
estos saberes —y ello sin detrimento de su dignidad— se consi-
deran a sí mismos, ni son considerados por los demás, como 
«científicos». Los tipos presentados en la enumeración que sigue 
(sin pretensiones de exahustividad) no deben considerarse como 
necesariamente disyuntos por referencia a los sujetos que los po-
seen. 
I. Ante todo, nos referiremos a los «saberes políticos» ejerci-
tados, al tipo de saber político entendido como «experiencia polí-
tica» de un individuo o de un grupo de individuos, en tanto han 
participado activamente en la vida política, en la Realpolitik. Ori-
ginariamente cabe atribuir al grupo el saber político y su expe-
riencia; en todo caso ésta se refleja en los individuos, en la 
experiencia política individual —«nadie adquiere la experiencia 
por otro»— y su género literario de elección son las «memorias». 
Esta primera rúbrica sigue siendo muy general, y comprende sa-
beres muy heterogéneos, ya atendiendo a la diferencia psicoló-
gica de los participantes (según edades, sexo, educación, nivel 
intelectual, etc.) ya atendiendo a la situación de los individuos o 
grupos en el conjunto del sistema político en el que han partici-
pado. 
Por lo que se refiere a las diferencias psicológicas, las diferen-
cias serán tan grandes como grandes son las diferencias de los su-
jetos. El saber político que pueda tener un tarado mental, aunque 
3Q 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRIMER ENSAYO SOBRE LAS CATEGORÍAS DE LAS "CIENCIAS POLÍTICAS" 
haya desempeñado oficio de rey (el caso de Carlos II), ha de ser 
muy distinto del saber político que tiene un individuo inteligente 
pero que es simple aprendiz de un oficio manual. Es evidente que 
este saber político implica la posesión de una terminología mí-
nima relativa a las operaciones constitutivas de la propia expe-
riencia (que es más práctica que vivencial): «votar», «elecciones», 
alguna diferenciación, por oscura que sea, con otras categorías 
operatorias (mecánicas, de parentesco). 
Por lo que se refiere a las diferencias situacionales, y entre los 
múltiples criterios que pueden aplicarse, seguramente que no 
deja de tener importancia el que se atiene a la posición del sujeto 
en el entramado mismo de la que llamaremos «capa conjuntiva» 
de la sociedad política. Según este criterio, distinguiremos: 
A) El saber político o experiencia política de los «profesionales 
de la política», de las personas, sobre todo de las más relevantes, 
que hayan detentado funciones importantes de gobierno o que 
hayan asistido como consejeros a gobernantes de alto rango o 
ambas cosas a la vez: Daniel en la corte de Nabucodonosor; o Ma-
quiavelo como «secretario de los diez magistrados de libertad y 
paz» de la Florencia republicana, o Disraeli como primer ministro 
de la reina Victoria. Los grados de la escala son aquí muy nume-
rosos; las distancias son muy grandes: jefe de gobierno, ministro, 
prefecto o gobernador de una pequeña provincia, parlamentario 
de cola de lista «cerrada y bloqueada» o jefe de la oposición. 
Hegel valoraba mucho la posición del «funcionario» como atalaya 
que le permite una visión política superior a la del subdito parti-
cular. Pero la experiencia política de quien ha participado en 
cargos de responsabilidad política, aun teniendo en cuenta las di-
ferencias de grado, acaso tenga una coloración distinta siempre de: 
B) La experiencia y saber de quienes han participado en la 
vida política de forma activa pero como gobernados o subditos, 
aun cuando hayan sido electores, sea del partido victorioso, sea 
de los partidos de la oposición. Y también esta experiencia a su 
vez es distinta de: 
C) La experiencia o saber de quienes ni siquiera han interve-
nido activamente como electores, manifestantes, etc., sino que 
han permanecido al margen de toda actividad política, y no ya 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
por motivos psicológicos (infantilismo, escepticismo, debilidad 
mental), sino como consecuencia de la situación o estatus que 
han asumido (místico, artista, «matemático puro», al modo de 
Teeteto). 
Es evidente que este saber político es nulo, por definición. Sin 
embargo conviene incluir esta clase en la enumeración a título de 
clase límite inferior, que sirva de referencia para medir otros sa-
beres. Además esta clase debe ser tenida en cuenta por su impor-
tancia en el planteamiento de cuestiones gnoseológicas de gran 
alcance teórico, como pueda serlo la siguiente: un sujeto de la 
clase C ¿tiene capacidad para adquirir saberes políticos de tipos 
diferentes al tipo I? ¿Qué experiencia política inmediata tuvo no 
ya Platón, pero sí su discípulo, el meteco Aristóteles, cuando es-
cribía los libros de la Política} ¿Qué experiencia política tuvo 
santo Tomás de Aquino cuando escribió su De regimine principum? 
¿Acaso un médico debe de haber experimentado la enfermedad 
cuyaetiología, naturaleza y terapéutica conoce científicamente? E 
inversamente: ¿Qué importancia hay que atribuir al saber profe-
sional, experiencial o vivencial, para llegar a un tipo de saber 
científico o filosófico? El «saber profesional», en materia religiosa, 
de Eutifrón, como «especialista religioso» es grande. Sabe los ritos 
debidos a Zeus o a Cronos, sabe lo que agrada a Hefaistos o lo 
que desagrada a Hera. Sin embargo, según Sócrates, ese «saber de 
oficio» de Eutifrón no es sino un conjunto de experiencias inú-
tiles para el conocimiento de la naturaleza de la verdadera 
piedad. El saber que Eutifrón demuestra tener sobre la piedad le 
produce a Sócrates la impresión de que no es otra cosa sino una 
especie de arte comercial para conducir el imaginario tráfico de 
dones entre hombres y dioses. ¿Qué saberes habría que atribuir al 
correlativo saber religioso de Eutifrón que corresponde al saber 
político propio de un secretario de parlamento que conoce los 
partidos políticos, calcula los resultados aplicando la ley D'Hont, 
conoce los nombres de los candidatos, sus probabilidades de ser 
derrotados o elegidos? 
II. En segundo lugar, nos referiremos a los saberes políticos que 
se consideran a sí mismos como «ciencias políticas», pero los de-
signaremos con un nombre más neutro, el de «disciplinas polí-
ticas». Es característica de estas disciplinas (científicas o 
32 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRIMER ENSAYO SOBRE LAS CATE(;ORÍAS DE LAS "CIENCIAS POLtTICÍAS" 
para-científicas), en la actualidad, su voluntad de-distanciamiento, 
no solamente del saber político como «experiencia política indivi-
dual» (saber que se considerará más bien como material a ana-
lizar) sino también, y sobre todo, de la filosofía como tradición 
identificable (Platón, Aristóteles, Hobbes, les philosophes, Kant, 
Hegel...). A la filosofía política se la considerará muchas veces 
como «especulación» gratuita que o se escapa del tema, o en todo 
caso carece de interés positivo; a lo sumo, se la tomará como una 
referencia histórica que nos remite a un pensamiento pre-cientí-
fico en el que sin embargo quedaron señalados algunos jalones 
importantes (Hobbes/Rousseau, por ejemplo) que pueden tener 
cierta utilidad en la exposición. Así, Hobbes le sirve a Sahlins 
como cantera de citas ornamentales. Pero Service dice, por 
ejemplo, hablando del concepto de «estado de naturaleza» en los 
siglos XVII y XVIII: «los filósofos carecían de información co-
rrecta sobre los pueblos primitivos» —como si los historiadores, 
economistas o políticos de la época la hubieran tenido mayor—, y 
añade: «Lo que los filósofos no tuvieron en cuenta fue que una 
sociedad sin formas gubernamentales no siempre se encuentra 
realmente en estado de libertad», adición tan gratuita y necia 
—Platón, Aristóteles, Hobbes, Voltaire, Kant, Hegel— que sólo se 
explica por esa desbocada voluntad de distanciamiento a la que 
nos hemos referido. 
Las disciplinas políticas pueden clasificarse en tres géneros 
bien diferenciados, de los cuales los dos primeros corresponden a 
las dos primeras fases que Rothacker atribuye a toda «ciencia hu-
mana», a saber, la fase empírica, histórico-positiva (por ejemplo 
teología bíblica, historia del derecho) y la fase dogmática (teología 
dogmática, dogmática jurídica); la tercera fase correspondería a la 
filosofia. 
A) Unas disciplinas podrán incluirse en el género de las cien-
cias positivas, «empíricas», antropológicas, sociológicas o histó-
ricas. Hay, en efecto, una Antropología (etnología) política, hay 
una Sociología política y hay desde luego una Historia política. 
B) Otras disciplinas se incluirán en el género de las disciplinas 
doctrinales (en el sentido de la «doctrina jurídica» o «dogmática 
jurídica»). Así, el sistema de «derecho político o constitucional», la 
teoría del Estado o del Gobierno, etc., etc. 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
C) Hay también que reseñar un enfoque peculiar en el trata-
miento de las cuestiones políticas que se aproxima más a las cien-
cias formales (por ejemplo a la llamada «teoría de juegos»); 
también podría incluirse aquí la «aritmética electoral». Aun 
cuando también es cierto que estos métodos se aplican a mate-
riales propios de las ciencias reales (citemos la obra de Frederik 
Barth Political Leadership Among Swat Pathans, London School of 
Economics, 1959; o bien la de Michael Smith Govemnement in 
ZazzaiL-1850-1950, Oxford Univ. Press, 1960). 
La gran dificultad que nos plantea esta variedad de ciencias 
políticas es la de su misma unidad gnoseológica. Aun suponiendo 
que podamos hablar de «ciencia» en ese terreno, tenemos que 
decir que no existe la ciencia política, aunque no por defecto sino 
por exceso, porque existen muchas ciencias políticas. Y esto 
plantea la cuestión de cuál pueda ser la ciencia política funda-
mental. Alguna de estas ciencias políticas están evidentemente su-
balternadas a otras ciencias más generales, pues su campo es sólo 
un fragmento de campos más amplios: tal es el caso de la Antro-
pología política. 
III. En tercer lugar, nos referiremos a otro tipo de saberes polí-
ticos que contienen también géneros literarios muy heterogéneos 
pero que, desde nuestro punto de vista, haremos girar en torno a 
lo que tradicionalmente se llama «filosofía política»: La República 
de Platón, La Política de Aristóteles, el Sobre las leyes de Suárez, el 
Leviatán de Hobbes, los Dos tratados sobre el gobierno de Locke, El 
contrato social de Rousseau, La Filosofía del derecho de Hegel, la Crí-
tica a la filosofía del Estado de Marx o la Filosofía política de Eric Weil. 
Pero también cabe considerar, dentro de este tercer tipo, por ana-
logía de atribución, al género de la «Teología política», cuyo para-
digma es La Ciudad de Dios agustiniana y cuya actualidad está 
manifestada por la llamada Teología de la Liberación. La Teo-
logía, en efecto, (la cristiana, pero también la judía o la islámica) 
puede considerarse como una forma de uso, para muchos abuso, 
de la filosofía griega, o luego kantiana o hegeliana o krausista o 
heideggeriana. Lo más interesante de la dialéctica de las rela-
ciones filosofía/teología es esto: que la «teología política» cae bajo 
la jurisdicción crítica de la filosofía, a pesar de su resistencia; y 
que así como la filosofía no puede juzgar a las ciencias matemá-
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRIMER ENSAYO SOBRE LAS CATEGORÍAS DE LAS "CIENCIAS POLÍTICAS" 
ticas o a las físicas sí debe juzgar a la teología. Esta es la razón por 
la que suponemos que la teología política es reducible a la filo-
sofía. También por atribución podemos incluir en este tercer tipo 
a la disciplina llamada «Historia del pensamiento político o His-
toria de las ideas políticas» aunque no sea más que por el gran es-
pacio que ellas dedican a la exposición de las ideas de los 
filósofos antiguos, medievales o modernos. 
También la filosofía política tiene conciencia de su distancia 
respecto de las ciencias políticas positivas, una conciencia que ha 
de considerarse como un momento de la conciencia general de la 
distinción entre filosofía y ciencia positiva. Lo que ocurre es que 
los criterios según los cuales es trazada esta distinción son muy 
distintos y contrapuestos entre sí. Cabría señalar dos grandes di-
recciones: 
(1) La que reconoce, sin duda, una distinción entre ciencias po-
sitivas y fílosofía, pero de tal forma que la distinción se mantiene 
en el ámbito de la idea general de ciencia. La filosofía se distin-
guirá ahora por su pretensión de ser una ciencia más plena, 
ciencia en sentido riguroso, definitiva, la cúpula de las ciencias, la 
ciencia primera. Así, desde Platón y Aristóteles,pasando por Des-
cartes o Suárez, hasta Hegel o Husserl. Se comprende que, desde 
esta perspectiva, la probabilidad de que una obra de filosofía po-
lítica sea al mismo tiempo considerada como una obra de ciencia 
política en sentido pleno sea muy grande. Hegel dice en el pró-
logo de su Fenomenología del Espíritu: «Colaborar a que la filosofía 
deje de ser amor al saber y se convierta en saber, tal es nuestro 
propósito». 
(2) La que reconoce una distinción, desde luego, entre ciencia y 
filosofía pero no porque vea en las ciencias positivas saberes defi-
cientes que sólo podrán completarse con un saber filosófico supe-
rior, sino por otras razones muy distintas. La esencial sería ésta: 
reconocer a las ciencias positivas —al menos, a las que han encon-
trado su «seguro camino»— su condición de ciencias en sí mismas 
plenas y no deficientes, cerradas en su categoría y no dependientes 
de saberes ulteriores o previos; negai" a la filosofía su condición 
de «ciencia» categorial. Aquí, los modos de entender la filosofía se 
diversifican al máximo: desde quienes la entienden como mera 
logomaquia (un conjunto de frases sin sentido pero con apa-
riencia de tenerlo y muy profundo), hasta quienes la entienden 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
como síntesis provisional de los resultados de las ciencias particu-
lares, o como reflexión gnoseológica sobre estas mismas ciencias. 
En cualquiera de los casos, prácticamente no se alcanza nunca el 
consensus omnium, pues la exploración filosófica rara vez puede al-
canzar conclusiones capaces, aunque sean razonadas, de con-
vencer, dada la variedad de supuestos que es preciso movilizar. Es 
muy probable además que ella se interne en laberínticas especu-
laciones que lleguen a perder de vista el objetivo inicial. El recelo 
de quien se atrinchera en los reductos positivos del saber catego-
rial tiene muchas veces justificación. Desde su «trinchera» el cien-
tífico positivo encuen t ra motivos incluso para sonreír 
escépticamente ante las amplias trayectorias que los filósofos se 
ven obligados a describir en el momento de sobrevolar los 
«campos categoriales». Dice Julio Caro Baroja refiriéndose a los 
políticos-filósofos (o a los filósofos-políticos: algunos fueron Jefes 
de Estado) que actuaron en España en la época de «la Gloriosa 
Revolución» de 1868: «La cuestión era tener un "sistema" y unos 
"principios", pero arrancando de tan lejos, que antes de reorga-
nizar la modesta vida pública española, había que tomar posi-
ciones ante Dios, la Naturaleza, la Física, la Metafísica y la 
Historia Universal» (Introducción a una historia contemporánea del anti-
clericalismo español, cap. 22, «Filosofismos», Madrid, Istmo, 1980, p. 
202.) La ironía de Caro Baroja nos parece, sin embargo, superfi-
cial y, sobre todo, anacrónica. Dios está muy lejano de la modesta 
vida española cuando nos situamos en la perspectiva de un pre-
sente agnóstico o ateo (propiamente entonces la lejanía de Dios 
es infinita, es decir, no existe), pero El estaba muy cercano en 
1863, cuando Pío IX había publicado el Syllabvs, cuando media 
España consideraba la Desamortización como un latrocinio 
hecho a Dios a través de sus mediadores. En 1868, cualquier polí-
tico que, sin ser mero cacique de aldea, no fuese débil mental, 
tenía necesariamente que «arrancar desde muy lejos», en realidad, 
de la vecindad del Dios invocado por la poderosa España clerical; 
tenía forzosamente que tomar posiciones ante quienes en el Par-
lamento invocaban a Dios precisamente para trazar las directrices 
de su política reaccionaria, desde Donoso Cortés hasta Aparisi 
Guijarro. Los anarquistas, los proudhonianos, los marxistas de 
toda Europa también tomaban posiciones ante Dios en el mo-
mento de trazar sus programas políticos; y si muchos partidos po-
se 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRIMER ENSAYO SOBRE LAS CATEGORÍAS DE LAS "CIENCIAS POLÍTICAS" 
líticos no se creían forzados a manifestar sus posiciones teológicas 
no es porque no las tuvieran. Por motivos aún más profundos, los 
políticos de nuestros días tienen necesidad, aún más de lo que lo 
hacían los políticos filósofos de 1868, de arrancar de la lejana Na-
turaleza, puesto que todo el mundo sabe hoy que la «modesta 
vida pública española» depende de Gea, de la Naturaleza que 
hace un siglo se creía infinita e inagotable, y por tanto de la Fí-
sica que la estudia. ¿Y para qué hablar de la Metafísica y de la 
Historia? ¿Qué político de nuestros días no tiene en la cercanía 
de su boca —no en ninguna lejanía— ideas tan metafísicas u onto-
lógicas como puedan serlo «identidad», «libertad», «igualdad», 
«cultura», o bien ideas tan propias de la filosofía de la historia 
como puedan serlo «era nuclear», «tercera ola», «el nuevo mi-
lenio» o «el fin de la Historia»? 
De cualquier modo, la cuestión en torno a las relaciones entre 
ciencias políticas y filosofía política no puede tratarse como si 
fuese un mero caso particular de las relaciones entre las ciencias 
categoriales y la filosofía. No solamente por la gran variedad de 
situaciones contenidas en el concepto de las ciencias categoriales, 
o de acepciones según las cuales se toma la fílosofía, sino, sobre 
todo, porque hay que tomar posiciones acerca de la misma efecti-
vidad de las ciencias políticas, según hemos dicho: según que se 
suponga que las ciencias políticas son ciencias y en un rango 
dado, así también sus relaciones con la filosofía serán diferentes. 
Sería absurdo meter en el mismo saco, por ejemplo, a la disci-
plina llamada Antropología política en cuanto ciencia positiva-
empírica y a la disciplina llamada «Teoría política» en cuanto 
disciplina dogmática, heredera de la «Teoría general o ciencia del 
Estado». A pesar de los episodios de interdisciplinariedad recí-
proca, no es accidental que la Antropología política sea una disci-
plina incluida en aquello que Kant consideraba una Facultad 
inferior (la Facultad de Filosofía natural y civil) y que la Ciencia 
del Estado sea una disciplina incluida en alguna «Facultad supe-
rior» (la Facultad de Derecho o su heredera, la Facultad de Cien-
cias Políticas o la de Ciencias Económicas) . La Teoría General del 
Estado, aunque no quiera ser filosofía política, tiene una tradi-
ción que a veces retrotrae hasta Aristóteles, Maquiavelo o Hegel; 
Jellinek, Allgemeine Staatslehre, Berlín (3.^ edición, 1922), o Kelsen, 
Allgemeine Staatslehre, Berlín, Springer (1925) son sus «clásicos mo-
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Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
demos». La Antropología política se resiste, y no sin razón, a re-
conocer sus orígenes en la filosofía especulativa (otra cosa es que 
la Política de Aristóteles pueda reconocerse como filosofía especu-
lativa). A veces, se le señala un origen muy reciente: la publica-
ción en 1940 bajo la dirección de Fortes y Evans-Pritchard del 
colectivo African Political Systems. Se afirma con algún ftindamento 
la nueva Antropología política, precisamente en oposición a la 
tradición filosófica (aun distorsionándola, sin duda por carencia 
de una teoría de la ciencia adecuada, pero no sólo por eso). En 
general, se adopta el punto de vista de la «filosofía política madre 
de la ciencia política», de donde la necesidad de la «emancipa-
ción» y, como consecuencia de ésta, la tendencia a considerar a la 
madre como «perro muerto». El punto de vista desde el cual no-
sotros procedemos es diametralmente opuesto. Las ciencias cate-
goriales (y por tanto la Antropología política en la medida en que 
es una ciencia) no proceden de la filosofía sino de tecnologías o 
prácticas precisas; la fílosofía, al menos la de tradición platónica 
académica, no antecede absolutamente a las ciencias, sino quesus 
verdaderos problemas se abren a partir de aquéllas («Nadie entre 
aquí sin saber Geometría»), tanto a partir de sus resultados (fílo-
sofía como ontología) como a partir del modo científico mismo 
según el cual estos resultados han sido obtenidos (filosofía como 
gnoseología). 
De acuerdo con lo anterior concluiremos que las relaciones 
entre la Teoría General del Estado y la Filosofía política han de 
ser muy distintas de las que puedan mediar entre la Antropología 
política y Filosofía política. La Antropología política se constituye 
como disciplina científica ya sea a título de parte, no bien delimi-
table, de una disciplina más amplia, llamada Antropología social 
(D. Easton, A framework for political analysis, 1965), ya sea, a veces, 
como disciplina científica autónoma, con la autonomía al menos 
de un subsistema del sistema global de la Antropología social o 
cultural (así, entre otros, Abner Cohén: Antropología política. El aná-
lisis del simbolismo en las relaciones de poder). Autonomía que gnoseo-
lógicamente se justificaría sobre todo como autonomía esencial 
más que existencial; autonomía fiíndada en la circunstancia (seña-
lada por Fortes y Pritchard) de que muchas veces sistemas polí-
ticos de sociedades que manifiestan un alto nivel de semejanza 
cultural no son siempre del mismo tipo (aunque por regla ge-
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRIMER ENSAYO SOBRE LAS CATEGORÍAS DE LAS "CIENCIIAS POLÍTICAS" 
neral tiendan a serlo) y, a contrario, sociedades de cultura total-
mente diferente tienen a veces el mismo tipo de estructuras polí-
ticas. 
Sobreentendemos, por tanto que la cuestión de las relaciones 
entre ciencia política y filosofía política debe contraerse, de 
hecho, a la cuestión de las relaciones entre Antropología política 
y filosofía política, pues es la Antropología política la que más se 
aproxima en el conjunto de las disciplinas políticas, a la forma de 
una ciencia categorial. 
Pondremos en el origen de la Antropología política, en la me-
dida en que sea una disciplina científica, alguna tecnología (de la 
JTOÍTjoi^ o alguna praxis (de la q>góvr}aig) de larga tradición. No es 
esta la ocasión de tratar de frente este problema. Me limitaré por 
tanto a reiterar, traduciéndola a este contexto genético-gnoseoló-
gico, la conocida conexión entre el origen de la Antropología en 
general y la práctica del colonialismo, conexión que adquiere un 
significado especialísimo precisamente a propósito de la Antropo-
logía política. En particular, y para referirme a la Antropología 
política moderna, tal como se proyecta en la citada obra African 
polüical System, diré que en el origen de la moderna Antropología 
política habría que poner las experiencias prácticas de la política 
colonialista derivada de la metodología conocida como «gobierno 
indirecto». Pues son estas prácticas aquellas que permitieron, casi 
experimentalmente, establecer reglas de actuación basadas en la 
observación de concatenaciones diferenciales de consecuencias 
derivadas de una política o de otra o de la misma política apli-
cada una vez a una sociedad tipo A (los zulúes de Natal o los 
bemba de Zambia) y otra vez a una sociedad de upo B (los nuer de 
Sudán o los bantú kavirondo de Uganda). Los mismos directores de 
la obra de referencia, Meyer Fortes y E.E. Evans-Pritchard, reco-
nocían explícitamente, en su Introducción, el contexto práctico-
político de la nueva ciencia: «En un momento histórico [1940] en 
que la política de gobierno indirecto {indirected rule) es general-
mente aceptada, nos atreveríamos a sugerir que, a largo plazo, 
dicha política sólo puede ser ventajosa si se comprenden los prin-
cipios de los sistemas políticos africanos de que se ocupa dicho 
libro». Es cierto que no todas estas precisiones sobre la génesis 
pueden transferirse a la estructura. La génesis colonialista de la 
Antropología no invalida a priori la posibilidad de su objetividad 
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Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
científica, como tampoco la génesis militar de la artillería invalida 
sus consecuencias en la constitución de la Termodinámica. Preci-
samente el texto de Fortes-Pritchard sugiere que gracias al cono-
cimiento objetivo de la estructura política de las sociedades 
afi-icanas (determinado por el gobierno indirecto) será posible 
perfeccionar el gobierno indirecto, digámoslo claramente, el colo-
nialismo más refinado. En cualquier caso, nuestra insistencia en 
mirar hacia los orígenes prácticos (no filosóficos) de la Antropo-
logía política, tiene sobre todo la intención de corroborar nuestra 
oposición a la tesis corriente sobre los orígenes filosóficos de la 
misma. Pero la Antropología política no procede de la filosofía. 
Tal es nuestra tesis que, obviamente, tendrá que enfirentarse con 
quienes defienden la tesis contraria. Sin embargo, no me parece 
que los motivos del enfi"entamiento de la Antropología política 
con la Filosofía política puedan reducirse a estos motivos apagó-
gicos, polémicos. Estos explican una gran parte de la «animo-
sidad» de los antropólogos contra los filósofos, pero sólo una 
parte que, a fin de cuentas, tiene más de coyuntural que de es-
tructural, para decirlo de algún modo. Decimos «coyuntural» 
porque la «actitud antifilosófica» la suponemos dirigida contra 
dos fantasmas (y no contra la filosofía efectiva): (1°) contra el fan-
tasma del origen de la ciencia en la filosofía y (2°) contra el fan-
tasma —que a veces toma cuerpo— de una filosofía especulativa 
que consiste en logomaquias. Ahora bien, la animosidad de la an-
tropología política frente a la filosofía tiene, a nuestro juicio, fun-
damentos más profundos y permanentes. Esta tesis sobre la 
contradicción dialéctica entre Antropología y Filosofía política 
implica que tengamos que desestimar algunos criterios muy ex-
tendidos que presentan la distinción en un sentido armonista, de 
mera complementariedad de perspectivas. Principalmente dispo-
nemos de estos dos modelos: (1) La oposición empírico (descrip-
tivo)/especulativo {deductivo), y (2) la oposición «juicios de 
realidad» (proposiciones sobre el ser)/ «juicios de valor» (proposi-
ciones sobre el deber ser). 
(1) El primer criterio tiene la inequívoca coloración de la gno-
seología positivista. Lo rechazamos por razones generales por las 
que rechazamos esta gnoseología (me remito a las Actas del 
primer Congreso antes citado). Una ciencia no se reduce a ser 
una descripción o constatación de hechos o de fenómenos. Toda 
ciencia es constructiva y, por tanto, deductiva, aun cuando los tér-
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Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRIMER ENSAYO SOBRE LAS CATEGORÍAS DE LAS "CIENCIAS POLÍTICAS" 
minos o modelos que construye quieran ser hechos empíricos, 
reales; toda ciencia establece relaciones reales o de razón, pero 
objetivas, entre términos, y estas relaciones no resultan de una 
observación empírica o de una descripción, sino que acaso se des-
prenden tras largas cadenas de construcciones, comparaciones, 
clasificaciones, etc., etc. Así, por ejemplo^ consideramos como una 
relación establecida por la antropología política la correspon-
dencia entre las sociedades políticas del grupo A (autoridad cen-
tralizada, máquina administrativa desarrollada...) y la regulación 
de los segmentos territoriales por vía administrativa; así como la 
correspondencia entre las sociedades de este tipo A con volú-
menes de población que rebasan los 45.000 individuos. Y, de otro 
lado, la correspondencia entre sociedades B (sociedades que ca-
recen de autoridad centralizada, que no tienen una maquinaria 
administrativa desarrollada) y la regulación de los segmentos te-
rritoriales por relaciones de parentesco (sistema de linajes seg-
mentarios),así como la correspondencia de estas sociedades con 
volúmenes de población inferiores a 45.000 individuos. ¿Y que-
remos un ejemplo mejor de «construcción deductiva pura» que el 
que nos ofi-ece uno de los trabajos considerados ñmdacionales de 
la moderna antropología política, el trabajo de Morton H. Fried, 
Sobre la evolución de la estratificación social y del Estado'? Su teoría de 
las cuatro etapas de las sociedades políticas está muy lejos de lo 
que pudiera ser una descripción de un proceso real: «Sería en ex-
tremo gratificador -dice el mismo Fried- observar actualmente 
sociedades en transición de una etapa A (no debemos confundirla 
con el tipo A antes citado; se trata de sociedades con organiza-
ción igualitaria en las que existen tantas posiciones de prestigio 
en cualquier grado-edad-sexo, como personas capaces de ocu-
parlas) a una etapa B (sociedades jerárquicas, que por contener 
más individuos que posiciones de prestigio han de establecer lí-
mites adicionales en el acceso a los estatus) y de ésta a una etapa 
C (sociedad de estratificación, en la que alguno de sus miembros 
no tienen dificultades en el acceso a los recursos estratégicos de 
su existencia, mientras que otros tienen diversos impedimentos) y, 
por último, a una etapa D (sociedad estatal). Sin duda se han 
hecho algunas de estas observaciones aun cuando nadie haya sido 
capaz de observar todavía una sociedad particular, ni tampoco 
modelos seleccionados entre un grupo de sociedades afines gené-
ticamente a través de todos estos estadios». 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
(2) El segundo criterio tiene una coloración weberiana (la Wert-
freiheit o libertad de valoración que Max Weber atribuía al cientí-
fico social, tanto en el sentido de libertad-de, en cuanto a 
científico neutral, como en el de libertad-para, en cuanto ciuda-
dano «que actúa fiíera de la cátedra»). D.D. Raphael, en su cono-
cido manual Problemas de filosofía política, aplica el criterio de este 
modo: la ciencia política (y él tiene también como referencia 
principal la Antropología) «establece hechos causalmente conca-
tenados», mientras que la filosofía política «procura valorarlos 
axiológicamente». Pero este criterio es muy confiíso, pues confíjsa 
es esa operación de «valorar» y más aún esa redundancia de «va-
lorar axiológicamente». Toda ciencia cultural valora (o avalora, 
para decirlo con Rickert), es decir, pone los hechos en conexión 
con valores. Las avaloraciones pueden ser emic o etic y pueden ser 
inmanentes (a la categoría) o trascendentes a ella. Raphael parece 
sobreentender que las operaciones de valoración por las que se 
constituye la filosofía política son valoraciones etic de índole 
moral (trascendente, por tanto, a la política), lo que equivaldría a 
reducir la filosofía política a la condición de un aspecto o rama 
de la filosofía moral o de la Etica. También Fortes-Evans Prit-
chard ofi-ecen —mostrando, de paso, que no se acuerdan de la Po-
lítica de Aristóteles— un criterio similar: «La filosofía política se 
ha ocupado ftindamentalmente del deber ser, es decir, del cómo de-
berían vivir los hombres y de qué tipo de gobierno deberían 
tener, y no de cuáles son sus costumbres e instituciones políticas». 
No afírmo, por mi parte, que los criterios de Raphael o de Fortes 
Evans-Pritchard sean disparatados; afirmo que ellos no están gno-
seológicamente formalizados, porque no contienen la conexión 
interna que ha de existir entre, por ejemplo, el valorar ético y el 
valorar político y entre deber ser y el ser, es decir, la transición del 
ser al deber ser que Hume consideró imposible. Por ello, estos crite-
rios resultan extrínsecos y nos ofrecen la imagen de la filosofía 
política como una suerte de tribunal moral, una especie de juicio 
fínal divino, destinado a juzgar los hechos que la antropología 
política habría ido poniendo al desnudo: una misión que Hegel 
consideró ajena a la verdadera filosofía. 
Desde nuestras coordenadas gnoseológicas, el planteamiento 
de la cuestión de las relaciones entre antropología política y filo-
sofía política se lleva a cabo en términos muy distintos. Ante 
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Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
PRIMER ENSAYO SOBRE LAS CATEGORÍAS DE LAS "CIENCIAS POLÍTICAS" 
todo, determinando la naturaleza del campo de la antropología 
política; un campo que, si la antropología política es una ciencia, 
ha de contener un momento fisicalista, un momento fenoménico y 
un momento esencial (más adelante, en el § 3, Cuestiones semánticas, 
volveremos sobre ese punto). Por lo demás y en función del tipo 
de ciencia de que se trate, el nivel esencial puede reducirse al es-
tructural-fenoménico (que es el nivel de la astronomía ptole-
maica y aun copernicana anterior a Galileo y Newton o el nivel 
de la Espectroscopia de la época de Balmer; Ptolomeo, como Co-
pérnico regresaban a estructuras para «salvar los fenómenos»; las 
relaciones numéricas con la estructura de grupo descubiertas por 
Balmer eran estructuras fenoménicas). 
En el campo de la antropología política encontramos, desde 
luego, abundante material fisicalista, arqueológico o actual (socie-
dades africanas en la obra antes citada); en cuanto al plano feno-
ménico, me limitaré a sugerir las líneas por donde puede pasar 
este plano, remitiéndome al uso que hace Ronald Cohén del con-
cepto biológico de fenotipo: «En mi opinión, la lista de sociedades 
tratadas por los antropólogos se acerca a una clase de variaciones 
similar en muchos aspectos a las de la biología tradicional. Lo 
mismo que las cualidades del fenotipo y las estructuras (¿esen-
ciales?¿fenoménicas?) de los organismos proporcionan una base 
para simplificar sus diferencias, es decir, clasificarlas, del mismo 
modo la distribución de los roles de autoridad en una sociedad 
proporciona también una forma teóricamente útil de clasificar 
los sistemas políticos» ("El sistema político", en la compilación de 
J.R. Llobera Antropología política, Barcelona, Anagrama, 1979, 
p. 33). Lo que queremos retener de esta cita no es sólo la distin-
ción entre fenotipo (fenómeno) y estructura (eventualmente, 
esencia) sino también el modo como se apela a la estructura, que 
es la clasificación de las sociedades políticas; lo que nos obliga, a 
su vez, a regresar a los mismos presupuestos de la lógica de la 
clasificación. Y esto nos permitirá dar a la distinción un alcance 
más radical. Los fenómenos, que en los campos naturales pueden re-
ducirse a la condición de «momentos de la aparición de la 
esencia al sujeto gnoseológico», en los campos ^-operatorios ya 
no serán sólo la apariencia (ante nosotros) de la estructura sino un 
momento de la estructura misma; lo que nos inclinará a poner el 
fenómeno, y su estructura correspondiente, en otro nivel del 
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', 1991
GUSTAVO BUENO 
campo de la antropología política, un nivel en el cual no sola-
mente estableceremos diferencias de clases entre las sociedades 
que se den en su ámbito sino un nivel en el cual es el campo 
mismo de la antropología política el que resulte diferenciado de 
otros campos correspondientes a la teoría política o a la filosofía 
política. Pues la analogía de Ronald Cohén con la biología su-
giere que la distinción entre un momento fenoménico y otro mo-
mento esencial podría establecerse en el ámbito mismo del 
campo de la antropología política y éste es un supuesto que por 
lo menos, en principio, no tiene inás fundamento filosófico que 
este otro: que la distinción entre un momento fenoménico y un 
momento esencial desborda el campo mismo de la antropología 
política. De otro modo, que es el campo de la antropología polí-
tica aquello que habría que considerar como un campo fenomé-