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Os Primeiros Missionários Adventistas na Europa

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africanos, y los hindúes y chinos que se 
veían de vez en cuando.
Algunos adventistas estaban algo in-
cómodos con las descripciones de Elena 
G. de White de ciertas visiones primeras. 
Estas parecían indicar que los creyentes 
en los mensajes de los tres ángeles se 
encontrarían en todas partes del mundo 
a la venida de Jesús. Pero, ¿era esto 
realmente necesario? ¿Era eso posible 
con el número reducido de miembros, 
sus recursos limitados, y la brevedad del 
tiempo?
Sin embargo, los adventistas, desde 
temprano, percibieron que la página im-
presa podría ir con facilidad donde los 
mensajeros humanos no podrían hacerlo. 
Lo natural era que los que recibían la 
“verdad presente” quisieran compartirla 
con gozo con amigos y parientes en sus 
antiguas tierras natales. Por 1861 la Re-
view estaba recibiendo mensajes desde 
Inglaterra e Irlanda contando de personas 
que habían tomado la decisión de guardar 
el sábado y esperaban ansiosamente el 
pronto regreso de Jesús, todo por causa 
de las publicaciones enviadas por correo 
desde Norteamérica.
A Europa
Por 1862, a pesar de las presiones de 
la Guerra Civil, Jaime White comenzó 
a señalar la necesidad de enviar a un 
predicador adventista a Europa. Tal vez 
B. F. Snook debería serlo. Cuando se 
considera cuán pronto el pastor Snook 
iba a estar en oposición a los líderes de 
la iglesia, parece realmente afortunado 
que no fuera enviado como el primer 
misionero de ultramar.
El primer pastor adventista que fue al 
extranjero con la idea de llevar adelante 
una evangelización activa, no fue enviado 
por la iglesia ni con su bendición. Sin em-
bargo, su predicación dio como resultado 
las primeras congregaciones adventistas 
del séptimo día en Europa, y por medio 
de ellas, convenció a la Asociación Ge-
neral a que enviase su primer misionero 
a ultramar, una década más tarde. Este 
agente no oficial fue M. B. Czechowski, 
el ex sacerdote polaco que había llegado 
a ser adventista en 1857.
Después de predicar varios años, 
Czechowski sintió un deseo profundo 
de llevar el mensaje adventista a Europa. 
Particularmente lo atraían los descen-
dientes de los valdenses, que todavía 
vivían en los valles alpinos del noroeste 
de Italia. En 1864 Czechowski le pidió a 
J. N. Loughborough, que en ese entonces 
desarrollaba una serie de reuniones en la 
ciudad de Nueva York, que intercediera 
ante la Asociación General para que lo 
enviaran como misionero a Italia. Pero 
los dirigentes de la iglesia no veían muy 
claro el camino para aceptar la propuesta 
de Czechowski. Pusieron en duda su 
juicio financiero, su disposición a recibir 
consejos, la profundidad de su devoción 
al “Mensaje del Tercer Ángel”, y su 
temperamento volátil.
No dispuesto a ver que la misión que 
tanto deseaba, se viera frustrada, Cze-
chowski se fue a Boston, donde recien-
temente había publicado un emocionante 
informe de sus años como sacerdote y 
su conversión al protestantismo. Allí 
persuadió a los dirigentes cristianos ad-
ventistas a patrocinar su misión a Italia. 
De este modo, en 1864, acompañado por 
su esposa y Annie E. Butler (una cristia-
na adventista, hermana de G. I. Butler), 
Czechowski salió para Europa.
Czechowski pasó más de un año 
predicando en los valles del Piamonte 
antes de que la oposición del clero, tanto 
católico como protestante, le hicieran 
reubicarse en Suiza. Concentrándose en 
las profecías de Daniel y el Apocalipsis, 
enseñó el sábado y el inminente retorno 
de Jesús. Czechowski promovió sus pun-
tos de vista religiosos con la publicación 
de un periódico, L’Evangile Eternel (El 
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evangelio eterno). También preparó 
folletos y un cartel profético en francés 
y en alemán.
Durante sus viajes y conferencias 
encontró una audiencia receptiva en 
la aldea suiza de Tramelan. Allí orga-
nizó una iglesia con cerca de sesenta 
miembros. Sin embargo, Czechowski 
no reveló a estos creyentes la existencia 
de los cristianos adventistas que habían 
patrocinado su misión a Europa o la de 
los adventistas del séptimo día, cuyas 
doctrinas estaba enseñando. Cuando le 
preguntaban de dónde había obtenido 
sus creencias, sencillamente contestaba: 
“De la Biblia”. Hasta donde se refiere a 
sus conversos, eran las únicas personas en 
el mundo que comprendían las Escrituras 
de ese modo.
Un incendio dañó su casa parcial-
mente completada y la oficina de su 
imprenta y trajo a la luz la debilidad 
financiera de Czechowski. Pronto llegó 
a ser evidente que estaba en verdaderas 
dificultades. Por ese tiempo uno de los 
creyentes de Tramelan, Albert Vuilleu-
mier, descubrió un ejemplar reciente de 
la Review and Herald en una habitación 
que Czechowski había ocupado durante 
una visita. Comprendía suficiente inglés 
para darse cuenta de que existía una 
organización religiosa en Norteamérica 
que sostenía los mismos conceptos que 
Czechowski estaba enseñando.
Vuilleumier inició correspondencia 
con los editores de la Review, y even-
tualmente hizo que los dirigentes adven- 
tistas invitaran a un representante suizo 
para que asistiera a la sesión de la Aso-
ciación General en 1869, en Battle Creek. 
Los suizos enviaron a James Erzberger, 
un joven estudiante de teología, que llegó 
demasiado tarde para asistir a la sesión de 
la Asociación General, pero que quedó en 
los Estados Unidos para cimentarse com-
pletamente en las creencias adventistas. 
Cuando regresó a Suiza, fue como pastor 
adventista oficialmente ordenado. 
Czechowski se sintió muy turbado 
al saber de los contactos entre Tramelan 
y Battle Creek. La convergencia de este 
evento con una intensificación de los 
problemas financieros y personales, lo 
llevó a abandonar Suiza abruptamente. 
Después de viajar por Alemania y Hun-
gría, se afincó eventualmente en Ruma-
nia. Allí trabajó solo por muchos años, 
estorbado por su falta de conocimiento 
de la lengua local. A pesar de esto, pudo 
ganar como una docena de conversos en 
Pitesti. Más tarde, uno de ellos se puso en 
contacto con los adventistas por la lectura 
del periódico en lengua francesa que J. 
N. Andrews publicó en Suiza en 1876.
Exhausto por sus viajes y problemas, 
Czechowski murió en un hospital de 
Viena el 25 de febrero de 1876. Su per-
sistencia obstinada dio como resultado la 
introducción de las creencias adventistas 
en Italia, Suiza y Rumania, años antes 
M.B. Czechowski (1818-1876), aunque no fue 
patrocinado oficialmente por la iglesia, pasó 
gran parte de las décadas de 1860 y 1870 
evangelizando Europa central y oriental.
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que sus hermanos más cautos estuvieran 
listos para enviar un heraldo viviente 
del mensaje del tercer ángel a Europa. 
Exactamente cuánta fue la contribución 
de Czechowski al éxito de la aceptación 
de este mensaje no es claro. Escribiendo 
un año después de su llegada a Europa, 
J. N. Andrews podía ver principalmente 
“el dolor y la tristeza” que la conducta del 
ex sacerdote había causado al “pueblo de 
Dios”. A los ojos de Andrews lo bueno 
que había logrado Czechowski “fue 
mayormente debido al sabio consejo y 
la valiosa ayuda de la Hna. A. E. Butler, 
en ese momento parte de su familia... 
Los servicios de ella como traductora y 
asistente general fueron tales que él no 
podría haber estado sin ella. En realidad, 
cuando ella cesó en su trabajo y otros 
ayudantes tomaron su lugar, la obra 
del pastor C. pronto terminó en tristeza 
para el pueblo de Dios”. Sin embargo, 
cualquiera haya sido la debilidad de los 
instrumentos humanos involucrados, el 
adventismo había cruzado el Atlántico y 
había dado el primer paso para llegar a ser 
una iglesia internacional y no meramente 
estadounidense.
Aunque Erzberger no asistió a la 
sesión de la Asociación General de 1869, 
el tema de enviar misioneros a otras tie-
rras fue considerado por los delegados. 
Como resultado se formó una sociedad 
misionera adventista del séptimodía bajo 
la presidencia de Jaime White. Su meta 
era promover “el mensaje del tercer ángel 
por medio de misioneros, periódicos, li-
bros, folletos, etc.” Todos los adventistas 
fueron invitados a unirse a esta sociedad 
pagando una cuota de ingreso de cinco 
dólares. El pastor White pidió otras do-
naciones “desde diez centavos hasta cien 
dólares” de modo que la sociedad pudiera 
atender las solicitudes “casi diarias” para 
enviar publicaciones a otras tierras que 
las oficinas de la Asociación General 
estaban recibiendo.
En los meses subsiguientes comen-
zaron a aparecer en la Review informes 
de las actividades de Erzberger en Suiza. 
También había frecuentes llamados de 
Suiza para que enviaran a un obrero expe-
rimentado. También enviaron a Adhémar 
Vuilleumier a Battle Creek para estudiar, 
y tal vez para servir como un recordativo 
permanente de las necesidades de Europa.
A fines de 1871 Elena de White reci-
bió una visión que indicaba la necesidad 
de una mayor dedicación al presentar el 
adventismo a otros. Como resultado, ella 
invitó a jóvenes que aprendieran otros 
idiomas “para que Dios pueda usarlos 
como medios de comunicación de su 
verdad salvadora a los de otras nacio-
nes”. Se necesitan con mayor abundancia 
publicaciones en lenguas extranjeras, 
escribió Elena de White. Pero eso no era 
suficiente; hombres y mujeres deben ser 
enviados a ultramar para dar testimonios 
personales.
J. N. Andrews, primer misionero 
oficial de ultramar
Dos años más tarde, Jaime White 
comenzó a promover planes más am-
plios para esparcir el adventismo. La 
enfermedad había impedido que White 
ejerciera un liderazgo activo en la Aso-
ciación General durante varios años; pero 
cuando su salud se restableció, también se 
reafirmaron sus conceptos de lo que debía 
y podía hacerse. Sugirió que el pastor An- 
drews fuera enviado para ayudar a los 
hermanos europeos. Esto se podría hacer 
aprovechando los casi $2.000 disponibles 
en el Fondo para la Misión Europea de la 
Asociación General. 
White también indicó que se debía 
hacer una obra más amplia en las gran-
des ciudades de Norteamérica. Las reu- 
niones en carpa deberían realizarse en 
lugares como Nueva York, Chicago y 
Boston, en las que debían distribuirse 
“toneladas de nuestras publicaciones”. 
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