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Alejandro Ferrari - El terruño -Estudio preliminar 15-46

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ESTUDIO PRELIMINAR
Alejandro Ferrari
La reedición de la obra de un escritor fallecido hace 
ochenta años, además de volver a insuflarle una nueva vida 
a ambos, nos permite asomarnos a otra época y otear otros 
panoramas. 
Conscientes de la extrañeza que puede acudir a nuestra lec-
tura, proponemos, en esta mirada preliminar, escuchar diver-
sas voces que han leído y comentado este libro ya centenario; 
mostrando cómo la mirada social se va transformando, los 
“gustos” van variando y la literatura padece diversos vaivenes, 
propios y ajenos.
DE PAISAJES
La situación paisajística, social, política, productiva y simbó-
lica del campo no es la misma que la de aquel lejano 1916, año 
de publicación de El Terruño.1
1 El Terruño tuvo, hasta ahora, seis ediciones, tres de ellas en vida de su 
autor:
I) Montevideo : Imprenta y Casa Ed. "Renacimiento", Librería "Mercu-
rio", 1916 [prólogo de José Enrique Rodó]. 
II) Buenos Aires : Agencia General de Librería y Publicaciones, 1927 [Edi-
ción retocada y definitiva].
III) Santiago de Chile : Eds. Ercilla, 1936.
IV) Buenos Aires: Losada, 1945. 
V) Montevideo: Biblioteca Artigas, 1953 [prólogo de Angel Rama]. Inclu-
ye la novela breve “Primitivo” y el prólogo de José Enrique Rodó].
VI) Montevideo: Instituto Nacional del Libro, 1977 [prólogo de Arturo 
Sergio Visca].
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La supremacía del agronegocio, la masiva presencia de la 
industria forestal, las diversas políticas productivas de diversa 
índole a través de los años con sus problemáticas medioam-
bientales anejas, la ley de las ocho horas para los trabajadores 
rurales y su sindicalización en la Unión Nacional de Asalaria-
dos, Trabajadores Rurales y Afines (UNATRA) que integra el 
PIT-CNT, la reducción de las escuelas rurales por la disminu-
ción de sus alumnos, el despoblamiento del campo por goteo, 
los cambios en la propiedad de la tierra con fuerte presencia 
de capitales extranjeros, el crecimiento y diversificación de la 
actividades del Instituto Nacional de Colonización, la comu-
nicación masiva por la amplia red de telefonía celular y las 
conexiones a internet, las movilizaciones de autoconvocados 
en torno al movimiento “Un solo Uruguay”, las fiestas masivas 
de temática rural como la Patria Gaucha, etc. son algunos de 
los tantos elementos que han modificado -y van modificando 
a distintos ritmos- la realidad del campo y la imagen que nos 
vamos haciendo de él, creando, al decir de la historiadora Ma-
ría Inés Moraes, “neopaisajes agrarios”2 o un nuevo escenario 
rural del Uruguay.3
Un ejemplo de nuestro pasado en la Patria Vieja nos puede 
hacer entender mejor este contraste y su correlato en las letras.
El 11 de junio de 1815 Dámaso Antonio Larrañaga estampó 
en su Diario de Viaje de Montevideo a Paysandú paisaje que 
divisaba en la zona del “Rincón de las Gallinas” o “Rincón de 
Haedo” cercano a Fray Bentos, en el actual departamento de 
Río Negro:
Salimos a las 8 1/4 dirigiéndonos a la estancia de Haedo para 
tomar algunos caballos, pues los que aquí había eran pocos 
2 María Inés Moraes. Mundos rurales (y paisajes agrarios). Montevideo: 
IMPO, 2013. (Serie Nuestro tiempo / Libro de los Bicentenarios 16).
3 Cf. Matías Carámbula Pareja, “Imágenes del campo uruguayo en-clave 
de metamorfosis: Cuando las bases estructurales se terminan quebrando”, 
Revista de Ciencias Sociales. vol.28, n.36 (2015) 17-36.
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y malos. Tardamos una hora en llegar atravesando varios pa-
jonales. No había sol porque la neblina lo ocultaba, y así no 
podía saber qué rumbo seguíamos. Cuál fue por lo mismo mi 
sorpresa, cuando llegamos a la estancia que la veía sobre un 
río y que yo creía el mismo Rio Negro, me encuentro que es 
el Uruguay: muy anchuroso y todo poblado de grandes y her-
mosas islas. Jamás he visto lugar que más me hechizase: creo 
que en pocas partes haya derramado la naturaleza a manos 
llenas ni más bellezas, ni más encantos; ¡y qué mortificación 
para mí no fue tener que tomar otro caballo, y salir inmedia-
tamente, sin permitirme bajar al río para observarlo de más 
cerca y para no verlo quizás jamás!4
Doscientos años después, la sorpresa del clérigo montevi-
deano -reforzada por la presencia de la neblina- hubiera sido 
otra. Ya no sería la epifanía subyugante del paterno río sino 
el encuentro no exento de sorpresa con una alta y humeante 
chimenea perteneciente a la planta productora de pulpa de 
celulosa UPM (ex Botnia). Aunque también hubiera visto el 
Puente Internacional Libertador General San Martín que nos 
une al país hermano o disfrutado el hermoso Teatro Miguel 
Young en la ciudad fraybentina o apreciado el “Paisaje Indus-
trial Fray Bentos”, patrimonio de la humanidad. 
Otro paisaje. Otro campo y, seguramente, un texto diferente 
el que podría haber escrito el delegado del cabildo montevi-
deano en viaje a Paysandú a encontrar al prócer Artigas.5 Es 
éste uno de nuestros primeros textos literarios y en él aparece 
el campo y su dinámica, apenas abandonando la historia co-
lonial de nuestra Banda Oriental que estuvo signada, entre 
4 Dámaso Antonio Larrañaga. Viaje de Montevideo a Paysandú [1815]. Pu-
blicado y anotado por el Pbro. Baldomero Vidal. Montevideo: Escuela 
Tipográfica Talleres Don Bosco, 1930, 103-104.
5 Cf. Nuestro artículo: “Un film de la patria vieja. Algunas reflexiones sobre 
el ‘Diario de Viaje de Montevideo a Paysandú’ (1815) de Dámaso Antonio 
Larrañaga”, Monograma: revista iberoamericana de cultura y pensamiento 2 
(2018) 101-122.
[18]
varias cosas, por la oscilación entre “tierra sin ningún prove-
cho” y “mina de carne y hueso”, con la preocupación de las 
autoridades por “el arreglo de los campos”.
El contraste de paisajes también cabe a la misma producción 
literaria del país, donde también es incontrovertible un giro 
copernicano, donde el campo perdió ante la ciudad y casi dejó 
de estar presente.
Si en 1961 Idelfonso Pereda Valdés recordaba que el campo 
había sido el “centro principal de inspiración de la literatura 
uruguaya”6, en el 2000 constataba Pablo Rocca “una visible 
decadencia de la ficción rural en Uruguay o que, en el mejor 
de los casos se ha ‘reciclado’ en algunas de las ficciones de 
Tomás de Mattos y Mario Delgado Aparaín (pero en ningún 
escritor ‘visible’ menor de cincuenta años).”7
La situación parece casi incambiada salvo contados casos. 
Quizás el mayor cultor actual de una literatura de “fuerte par-
ticipación rural” 8 sea Martín Bentancor y el universo con un 
“denso color local” 9 que viene creando en torno a su Terce-
ra Sección del departamento de Canelones, como “rendición 
literaria desprovista de intención telúrica o nativista”, según 
comentó Ileana Rodríguez.10
6 Idelfonso Pereda Valdés, “El campo en la literatura uruguaya, Letras, Cu-
ritiba, 12 (1961) 43-48.
7 Pablo Rocca, “La narrativa posgauchesca, ¿una poética colectiva? ”, Rose 
Corral ed. con la colaboración de Hugo J. Verani y Ana María Zubieta). 
Norte y Sur: la narrativa rioplatense desde México. México: El Colegio de 
México, 2000, 99.
8 Oscar Brando, “Criolledá”, Semanario Brecha 1659 (8 de setiembre de 
2017). Reseña de La lluvia sobre el muladar de Martín Bentancor. Monte-
video: Estuario Editora, 2017.
9 Matei Chihahia "Entlegene Nähe: das real Unheimliche bei Martín Ben-
tancor", Romanische Studien [Blog, 2017]. http://blog.romanischestudien.
de/martin-bentancor/
10 Ileana Rodríguez. “Al ritmo cansino del campo”, Carátula. 80 (2017). 
http://www.caratula.net/80-al-ritmo-cansino-del-campo
[19]
DIEZ MIRADAS SOBRE EL TERRUÑO 
Si el escenario rural cambió, así como su correlato en las 
letras, es innegable que también se modificó la valoración de 
Carlos Reyles y de su obra.
Aunque Reyles permanece como autor sugerido en los ac-
tuales programas de literatura de segundo ciclo, “han pasado 
los años y es evidente que Carlos Reyles se lee poco”, anota en 
2011 Fernando Aínsa.11 Esta constatación se podría unir a otra 
comprobación, expresada por el mismo Reyles a comienzos 
del siglo XX según la registró el periodista JoséVirginio Díaz 
quien lo visita en su estancia “El paraíso” en 1903:
Al hablar de la producción literaria, Reyles se expresó en 
términos desconsoladores: “No hay lectores” dijo, y añadió: 
“Mis obras tienen verdadero mercado fuera del Uruguay, 
Roxlo y Florencio Sánchez han debido emigrar. Rodó deberá 
igualmente emigrar... Javier de Viana lo ha hecho, lo hizo 
Acevedo Díaz... Es una calamidad escribir obras en este país; 
se necesita ser un verdadero héroe nacional y estar dispuesto 
a tirar plata a la calle... El Uruguay constituye un país donde 
menos se presta atención a la producción casera y por el he-
cho de serlo se la desprecia... y nos titulamos los “atenienses 
de América”... Así es la vida precaria y chata y silenciosa que 
lleva el Ateneo..”. “Por lo demás - dijo, completando su pen-
samiento-, yo jamás he visto a los tales atenienses por ningún 
lado...”12
La escasez de lectores expresada por Reyles a comienzos de 
siglo XX y retomada por Aínsa en el siglo XXI no es, sin em-
bargo, ausencia de críticas del libro que prologamos. Diversos 
11 Fernando Aínsa. Confluencia en la diversidad: siete ensayos sobre la inteli-
gencia creadora uruguaya. Montevideo: Trilce, 2011, 37. 
12 José Virginio Díaz. Viaje por la Campaña Oriental (1903): situación del 
país antes de la Revolución. Montevideo: El Galeón/Tierraadentro edicio-
nes, 2005, 49. Recopilación de textos e introducción de Oscar Padrón 
Favre. Agradezco la noticia de este testimonio de Reyles al Dr. Pablo Rocca.
[20]
autores han ido valorando esta obra de Reyles. Repasemos, en-
tonces, algunos de los principales comentarios que cosechó El 
Terruño. Ellos nos servirán para sopesar y cernir argumentos y 
valoraciones.
1. El encomio: Víctor Pérez Petit [1917]
Víctor Pérez Petit comentó in extenso y muy elogiosamente 
la obra.13 Acude al ejemplo del trabajo del pintor, para afirmar 
que la novela breve Primitivo [1896], perteneciente a las “Aca-
demias” de Reyles, es un boceto o croquis que tiene en germen 
El Terruño, en el que Reyles va “copiando -es la palabra- en su 
cuadro definitivo todos los trazos de su boceto original” (p. 
474). 
Lo llama Pérez Petit al autor “gran disecador de almas” y “de 
preferencia, pintor de caracteres a paisajista” perceptible en “la 
sobriedad de las descripciones”.
Si Reyles no es un descriptivo minucioso, a la manera de 
Zola, ni un sensitivo, a la manera de los hermanos Goncourt, 
ni un historiador, a la manera de Flaubert, en cambio ¡qué 
fino psicólogo y qué admirable perfilador de caracteres! Sus 
personajes tienen todos tales alientos de vida que de pronto 
echan a andar ante nosotros y les vemos gesticular y oímos 
sus palabras. Son tipos perfectamente humanos, que hemos 
conocido antes en la vida real y que ahora, durante el desarro-
llo de la acción, nos complacemos en saludar como a viejos 
conocidos (p. 475).
En este punto encuentra el crítico una de las mayores vir-
tudes del autor: “los tipos de Reyles son inconfundibles con 
otros porque tienen verdadero carácter”. Y se dedica largamen-
13 Víctor Pérez Petit,“El terruño”, Nosotros 96 (1917) 471-499.
[21]
te a analizar a los diversos personajes de la novela, en el que el 
tono laudatorio va in crescendo.
Por ejemplo, al analizar al personaje de Tocles, uno de los 
protagonistas de la novela, afirma:
¡Página admirable! Nunca en nuestra literatura novelesca 
y muy pocas en la alta literatura francesa y española se ha 
trazado en la psiquis de un personaje con tanto relieve y 
exactitud, con tan profunda verdad evocadora, con tantos 
donosos perfiles. Bajo la mano aguda del artista, Tocles vive 
ante nuestros ojos, pero vive con su alma abierta de par en 
par, mostrándonos sus debilidades, sus flaquezas, sus más ín-
timos dolores. (p. 482)
El embelesamiento es total. Tras analizar otro personaje, el 
de Mamagela, vuelve a afirmar la excepcionalidad local e in-
ternacional de Reyles, con “su mano aguda” y sus “donosos 
perfiles”:
La creación de este personaje, por sí sola, bastaría a justificar 
el hermoso libro de Reyles. Con Tocles, llena y completa todo 
el cuadro; pero supera éste por la profunda simpatía que la 
rodea tal que una aureola. Al otro, al ensoñador, al vencido, 
al universitario, lo admiramos, en tanto que creación literaria, 
por su complicado mecanismo, por sus cambiantes facetas, 
por sus tinieblas y luces, por sus ocultos repliegues y sus aris-
tas atrevidas; a esta, a la matrona práctica y honesta, por su 
sencillez, por su serenidad de una línea, por la vibración de 
amor y de piedad que la sacude. (p. 491) 
Esta es la conclusión a la que arriba el crítico fascinado:
Quien tiene entrañas para crear semejantes personajes es un 
artista de alta envergadura; y hoy por hoy, ninguno en nues-
tro país, y acaso en América, puede calzar los puntos que en 
tales materias calza el admirable cincelador de El Terruño. Es 
[22]
esta una constatación que pensamos sinceramente, y que ha-
bía que tener el valor de decirla alguna vez. (p. 494)
Reconocer al “artista de alta envergadura” es una “constata-
ción”, dice Pérez Petit, que piensa sinceramente y que tiene el 
valor de proclamar. La expresión valiente de su pensamiento 
sincero deja entrever una suerte de justicia con el autor.
Concluye el crítico con diversas consideraciones referidas a 
descripciones del espacio y al lenguaje:
[…] sin largos cuadros descriptivos de nuestras campiñas, ni 
preñados diálogos de una jerga pintoresca, Reyles hace litera-
tura eminentemente propia. No se hallarán, en efecto, en El 
Terruño mayores particularidades sobre las onduladas colinas 
que tapizan el trébol, ni sobre los salvajes arroyos que festo-
nan intrincados y umbríos montes de achiras, caraguatás y 
ceibos, ni sobre los misérrimos ranchos de terrones que coro-
na un nido de horneros y sombrea el paternal ombú; no con-
versaron mucho los personajes con sus elisiones de letras, sus 
imperativos de verbos mal conjugados (subí, traé, bajá) y sus 
modismos y comparaciones típicas y originales: pero la esen-
cia, el alma, el espíritu del libro nos hablará más hondamente, 
más sentidamente de todas nuestras cosas que toda aquella 
retórica vacua y todos aquellos similares del regionalismo tri-
vial. Y es que en Reyles el amor al terruño más que cosa del 
sentimentalismo es cosa de cerebración. (p. 497) 
Vincula Pérez Petit tres elementos en este párrafo que vale 
la pena ordenar. En primer lugar, la motivación del autor: “el 
amor al terruño” como cosa intelectual, de “cerebración”; lue-
go el vínculo con los lectores que experimentan en la lectura 
del libro profundidad (“nos hablará hondamente”) y senti-
miento (“sentidamente de todas nuestras cosas”); finalmente 
la separación entre “la esencia, el alma, el espíritu del libro”, y 
otros recursos: la “retórica vacua”, los “diálogos de la jerga pin-
toresca”, los “modismos y comparaciones típicas y originales” 
[23]
con los que se podría asemejar a los “similares del regionalismo 
trivial”. 
2. Pedagogía y literatura: Alberto Lasplaces [1917]
Alberto Lasplaces14 incorpora una lectura de El Terruño que 
incluye el “sangriento crepúsculo” de la Primera Guerra Mun-
dial, como escenario donde se verifica el conflicto que Reyles 
resuelve en la novela.
A diferencia del encandilado Pérez Petit, la penetración de 
Lasplaces permite el contraste, la intelección del contexto y de 
la ideología del autor y aporta, por ello, muchos elementos de 
análisis de la obra de Reyles que, según el critico, “ha querido 
hacer en esta novela, obra pedagógica” (p. 63).
Lasplaces va poniendo en consideración a lo largo de su re-
seña dos aspectos: la intención “pedagógica” de la novela y, 
por otra parte, su “valor literario” en el marco de la creación 
uruguaya de la época:
Más aún que por su valor literario, -que es muy grande, indu-
dablemente,- es la última novela de Carlos Reyles, “El Terru-
ño”, un verdadero acontecimiento en nuestro reducido mun-
do intelectual. Hasta ahora nuestros contadísimos novelistas 
camperoshabían hecho obra de índole distinta: pictórica, 
histórica o costumbrista, palpable sobre todo en lo que llevan 
escrito Acevedo Díaz y Javier de Viana. Lo que no se había 
tentado aún en una obra de gran aliento — y por eso repre-
senta gallardamente “El Terruño” un nuevo ensayo, —era la 
novela tendenciosa, es decir, puesta al servicio de un cuerpo 
de doctrinas bien definido. Tal intento ha alcanzado la coro-
nación que era de esperare en una pluma tan avezada en esas 
nobles lides como es la de Carlos Reyles y brilla por igual en 
la fuerte enjundia de la obra, perfectamente concluida y con-
14 Alberto Lasplaces, “El Terruño, por Carlos Reyles”, en: Opiniones li-
terarias (Prosistas uruguayos contemporáneos). Montevideo: Claudio García 
Editor, 1919, 62-76. 
[24]
ducida, en la valiosa observación psicológica de los perso-
najes y en la soberana limpieza del estilo. Desde todos estos 
puntos de vista, primordiales en una obra de esta clase, es “El 
Terruño” una novela sobresaliente que hace honor a nuestras 
letras y que acusa un fuerte espíritu creador, abundante a 
la vez en rica savia ideológica y en provechosas disciplinas 
mentales. (pp. 62-63) 
La significación del libro (“verdadero acontecimiento”) tie-
ne que ver con la novedad que representa: ser una novela “de 
gran aliento” y “tendenciosa”, “puesta al servicio de un cuerpo 
de doctrinas bien definido”. Lo que podría ser un deméri-
to sin embargo no lo es, gracias a la “pluma tan avezada” de 
Reyles, que crea una “novela sobresaliente”, con “fuerte en-
jundia”, que brilla. 
La calidad de la obra en sí misma radica, según describe 
Lasplaces, en tres elementos: en ser “perfectamente concluida 
y conducida”, en su “valiosa observación psicológica de los 
personajes” y en “la soberana limpieza del estilo”. Junto a ello 
la novela posee en abundancia “rica sabia ideológica” y “pro-
vechosas disciplinas mentales”.
Abunda el critico en estos elementos:
El estilo de “El Terruño” es como todo el de Reyles: mus-
culoso y brillante. No acusa por lo general la preocupación 
laboriosa del artífice que se empeña en buscar la originali-
dad, pero la alcanza, aunque no con tanto éxito como en 
“La muerte del Cisne”. Salvo algunas frases de evidente con-
torsión y de muy dudoso gusto, como “oíase el silencio cam-
pesino”, y “ni una chispa de viento”, el libro está escrito en 
lenguaje rico en palabras pero claro, conciso y de oportuna y 
no recargada adjetivación. Léese con gusto, aún cuando no 
se participe de sus ideas filosóficas, ni se admitan sus conclu-
siones ideológicas, ni se encuentren bien ciertas libertades de 
lenguaje que a nuestro parecer afean innecesariamente algu-
nas páginas. Todo lo cual quiere decir que la obra se lee con 
[25]
placer porque posee un real valor literario y por lo cual se va a 
imponer a la consideración del juicio de sus contemporáneos, 
y por lo cual también “El Terruño” no va a ser olvidado de-
masiado pronto. En resumen, esta obra se nos presenta como 
un fracaso para el sembrador de ideas, para el doctrinario de 
un nietzschianismo utópico, excéntrico y sin base, al mismo 
tiempo que como un nuevo triunfo para el narrador, para el 
literato, para el hábil artista de la frase que siempre ha habido 
en Carlos Reyles. (pp. 75-76) 
El comentarista despeja dudas acerca del “real valor litera-
rio”: reconoce un “lenguaje rico” a pesar de algunos deslices 
que no deja de mencionar, un estilo “musculoso y brillante”, 
que hace que el libro se lea “con gusto” y “con placer”. Placer 
en la lectura y valor literario le auguran, cierta duración: “no 
va a ser olvidado demasiado pronto”.
Sin embargo, en el honesto comentario de Lasplaces, la fi-
nalidad pedagógica del libro no se cumple. La obra es, en este 
sentido, un “fracaso para el sembrador de ideas” no así “para 
el literato”.
¿Cuál es esta doctrina que fracasará? “Un nietzschianismo 
utópico, excéntrico y sin base”, que no es ulteriormente 
desarrollado por el reseñista, pero que da cuenta con profun-
didad del pensamiento de Reyles.15 
3. El juego de ideas: Lauxar [1918]
Osvaldo Crispo Acosta (Lauxar) publica un libro donde exa-
mina la vida y la obra de Reyles16 en el que El Terruño es ana-
15 Carlos Reyles fue uno de los primeros intelectuales uruguayos en leer y 
adherir al pensamiento del filósofo Friedrich Nietzsche (1844-1900). Cf. 
Pablo Drews. Nietzsche en Uruguay, 1900-1920. José Enrique Rodó, Carlos 
Reyles y Carlos Vaz Ferreira. Montevideo: Ediciones Universitarias, 2016.
16 Lauxar. Carlos Reyles. Definición de su personalidad, examen de su obra 
literaria, su filosofía de la fuerza. Montevideo: Barreiro y Ramos, 1918.
[26]
lizado en un capítulo propio titulado “Aceptación y disciplina 
de la realidad: El Terruño”.
Los dos elementos centrales del análisis del crítico son el 
conflicto-juego de ideas expuestas en modo de tesis y la co-
nexión entre el personaje de Tocles y el propio Reyles.
En el juego de las ideas, que ya viene de obras anteriores, la 
idealidad, el intelectualismo y las ambiciones son presentadas 
en derrota frente a las tendencias sanas. Las tendencias son 
presentadas por sus personajes Tocles y Mamagela.
Mamagela es la encarnación del espíritu práctico, pero no lo 
representa en su más amplio vuelo, en sus mayores alcances, 
en las grandes empresas de la industria y la política, sino al 
contrario, en la modesta esfera de una humilde vida privada: 
el señor Temístocles Pérez y González (Tocles) , por su lado, 
personifica la tendencia idealista, pero no tiene en sí nada 
extraordinario. (p. 125) 
Partiendo del caso particular descrito en la novela, sin em-
bargo hablamos de una tesis puesto que la afirmación es tras-
ladable a todos los casos:
El problema de su oposición, la tesis del libro, va a agitar-
se pues, en términos circunscritos a la existencia ordinaria : 
no saldremos de sus ámbitos; no inqueriremos si basta para 
todo en el mundo el utilitarismo prudente, y si las almas 
capaces de heroísmo hallarían satisfacción completa en el 
mercado, sin horizonte abierto, de los tráficos egoístas. La 
cuestión se plantea ahora donde verdaderamente conviene, 
por su interés, a los hombres: en el caso general, no en la ex-
cepción posible: en el caso de los más, casi de todos. (p. 126) 
El personaje triunfante de Magela tiene, según el comenta-
rista “dos o tres cosas un tanto extravagantes que, precisamen-
te por su extravagancia, yo no acabo de admitir. Ya me cuesta 
[27]
un poco imaginármela enfrascada en lecturas de la Doctora 
Mística” (p. 129) . 
No obstante estas inconsistencias, Lauxar termina recono-
ciendo que las virtudes del personaje construido por Reyles 
son superiores:
Hay, sin embargo, tanta vida y verdad en Mamagela que, a 
pesar de mis escrúpulos y después de haberlos precisado, me 
doy a sospechar contra ellos y no sé resolverme entre mis ob-
servaciones y la narración del novelista, porque se me figura 
que no pudo engañarse quien tan perfectamente concibió su 
personaje. (p. 130) 
Por otra parte está Tocles, el vencido. El crítico propone “ver 
claro” en su “personalidad y la significación” mostrando, como 
lo hizo con Mamagela, la mano de Reyles detrás de la cons-
trucción del personaje como “padre orgulloso”:
¿Es, verdaderamente, un idealista? Por tal se tiene él mismo y 
lo tiene Reyles; pero es natural que ellos se engañen, cegado el 
uno por la vanidad del amor propio desatinado, y el otro por 
la prevención del padre orgulloso contra su hijo necio. ¿Acaso 
no fué él engendrado en la idealidad para castigar a ésta en las 
aflicciones de su hijo? (p. 132) 
En este punto, Lauxar incorpora una línea de análisis que 
será retomada en años siguientes por otros comentaristas, que 
consiste en “encontrar repetidas las experiencias del propio 
Reyles, en tan pobre sujeto como el señor Pérez y González”; 
procedimiento “que el autor se ha complacido antes en otro 
capricho análogo”, haciendo referencia a la obra La raza de 
Caín y al personaje de Julio Guzmán (p. 133).Las similitudes son variadas: “preocupaciones literarias deca-
dentistas”, “decepción de ambos en su campaña política den-
tro de los partidos tradicionales”, una “orientación de realismo 
[28]
práctico” que termina en “la ideología de la Fuerza” y en la 
“metafísica del Oro”, etc. Estas afinidades, por otra parte, in-
cluyen que “todo lo que piensa y dice, tocante a esto, el señor 
Pérez y González , es puntualmente lo que ha escrito Reyles 
en La Muerte del Cisne” (p. 134). 
Las inconsistencias que había mencionado Lauxar en el per-
sonaje de Mamagela las plantea irónicamente también para el 
de Tocles. Esta inconsistencia es otro “motivo de crítica” que 
será retomado en otros autores.
Siempre extremoso, Reyles no quiso darse por contento con 
mostrar en oposición las buenas mañas de Mamagela y el 
torpe ilusionismo del señor Pérez y González, y remató su 
defensa del espíritu realista y práctico, transformando al 
más recalcitrante soñador en hombre de provecho. Quizá 
también le habría proporcionado el cuerpo alargándole las 
piernas, ensanchándole el tronco y reduciéndole la cabeza y 
sobre todo la frente si el físico se prestara a tan estupendos 
cambios como lo moral. (p. 138) 
A través de sus personajes centrales Reyles plantea una te-
sis, planteada así por Lauxar:
Los elementos contrapuestos en la tesis de El Terruño son 
pues, por un lado, el egoísmo que deja de serlo y se con-
vierte en generosidad, el sentido común, el espíritu práctico, 
y por otro lado, la vanidad petulante de un amor propio 
que se considera superior al destino de los hombres oscuros, 
un deseo vago de falsa grandeza, falto de voluntad e incapaz 
de acción, resuelto en veleidades ostentosas de notoriedad. 
Hay que tener mucho del señor Temístocles Pérez y Gon-
zález para vacilar entre semejantes extremos, y puesto que 
Pérez y González tuvo partidarios afligidos en la consterna-
ción de sus desgracias, debemos reconocer que el libro no era 
inoportuno. (p. 138) 
[29]
La tesis desarrollada, ambientada en el escenario de la estan-
cia y de la situación de conflicto, reconoce la “acción nefasta” 
de “la brutalidad levantisca del caudillaje y la ineptitud de 
los políticos declamadores” que “juegan con la riqueza y el 
destino del país”. 
Poco parece contra su acción nefasta, la perseverancia de 
Mamagela, pero su triunfo al fin es seguro, porque ella es el 
instinto adaptado a la fuerza de las cosas. Con esta convic-
ción, abre Reyles su pecho a la esperanza, entre el tumulto y 
el dolor de nuestra vida desorientada. El Terruño es su única 
novela francamente optimista y debe su optimismo a las doc-
trinas de La Muerte del Cisne. (p. 142) 
4. La paradoja: Alberto Zum Felde [1921]
En su obra Crítica de la literatura uruguaya, Zum Felde co-
menta la novela de Reyles17 a la que califica de “optimista” (p. 
169) e inseparable de su persona y que acompaña su evolu-
ción intelectual. 
En El Terruño, dice, Reyles exagera cómicamente los rasgos 
del personaje de Tocles “hasta trazar su propia caricatura” (p. 
171), enfrentando la intelectualidad al criterio utilitario, Qui-
jote a Sancho, Tocles a Mamagela (p. 190).
La paradoja o el abismo viene planteado, según el comenta-
rista, porque “frente al error y al mal que provienen de la falsa 
intelectualidad, no presenta la antítesis de la intelectualidad 
verdadera, sino la negación, de toda intelectualidad, lo que es 
como combatir a la enfermedad con la muerte” (p. 192). 
El resultado del combate es, ni más ni menos, desesperan-
zador:
17 Alberto Zum Felde. Crítica de la Literatura Uruguaya. Sinopsis histórica. 
Montevideo: Maximino García, Editor, 1921.
[30]
El triunfo del utilitarismo de Mamagela deja en la obra un 
vacío espiritual tristísimo. Cuando Tocles, al final, desenga-
ñado, resignado y sumiso, quema sus manuscritos y sus car-
tas, el lector siente que no son sólo las ideas y las aspiraciones 
del pobre Tocles lo que se quema, sino toda aspiración espi-
ritual y toda idea. (p. 192) 
Siendo Tocles su caricatura, y habiendo postulado la comu-
nidad de destino entre autor y obra, Zum Felde abre algunas 
preguntas que desnudan la metamorfosis intelectual de Reyles:
¿Qué pensar de esta actitud de Reyles? Tocles es una caricatura; 
todo es ridículo en él, su nombre, su figura, sus títulos, sus 
ambiciones, sus fracasos. Al encarnar Reyles su propia acción 
en este personaje, en quien ha querido condenar y escarnecer 
al intelectualismo, ¿no es a sí mismo que se condena y escar-
nece? ¿Se trata de un auto de fe consigo mismo? (p. 193) 
Este arrepentimiento público y manifiesto en la novela for-
ma parte del proceso intelectual de Reyles, como lo desentra-
ña el crítico:
En la evolución filosófica de Reyles — evolución de la con-
ciencia, es decir -la tesis de “El Terruño” puede significar una 
transición entre el realismo dogmático de "La Muerte del 
Cisne” y la transición idealista de los ‘‘Diálogos Olímpicos”. 
Mamagela - en quien el autor pone su razón — reduce el 
radicalismo de la ideología de la Fuerza a un prudente po-
sitivismo: la voluntad de potencia se resuelve en un utilitaris-
mo burgués. El buen sentido práctico y el nominalismo moral 
anulan, pues, la tragedia que se planteaba en aquella adapta-
ción nietzcheana al plano económico. ¡Nietzsche se transfor-
ma en Smiles! (pp. 193-194) 
[31]
Confirma su afirmación de que toda obra de Reyles es un 
libro de tesis (ensayos y novelas) independientemente de su 
realización literaria. Tesis que van modificándose sin modifi-
car el modo de expresión del autor.
5. El léxico: Domingo A. Caillava [1921] 
En su breve ensayo La literatura gauchesca en el Uruguay18 
Domingo Caillava reconoce en Carlos Reyles al “ilustre nove-
lista” (“quizá el mejor de los novelistas uruguayos”) y afirma 
que El Terruño es una “interesante novela psicológica”. Y con-
tinúa:
Es una obra bien escrita, en la que se aprecia perfectamente 
el estilo elegante y castizo de su autor, así mismo como sus 
excelentes condiciones de novelista, tanto en el modo de es-
tudiar sus personajes como en lo que podríamos llamar su 
técnica especial para mover los individuos, dar realce y vida 
a las escenas y combinar las situaciones dramáticas de modo 
que produzcan una emoción intensa en el ánimo del lector; 
más que emoción, un sentimiento de conmiseración para 
esos seres desdichados, miserables; esas almas ignoradas que 
viven en los sitios más deshabitados de nuestra campiña. 
Caillava, sin embargo, emite una opinión negativa sobre el trata-
miento literario del discurso (disertaciones) y del lenguaje escogido 
por Reyles:
Hay en El Terruño largas disertaciones filosóficas, que tal vez 
repartidas en otra forma, hubieran beneficiado el desarrollo 
de la trama; pero aun así mismo la obra es interesante, sobria 
en los pasajes secundarios y muy dramática. De lamentar es 
18 Domingo A. Caillava. La literatura gauchesca en el Uruguay. Montevi-
deo: Claudio García, Editor, 1921.
[32]
que el señor Reyles no haya empleado en los diálogos de sus 
paisanos, el léxico gauchesco, único lenguaje que aún hablan 
la mayoría de los hombres rurales, y así la verdad de la ac-
ción, sería más real, más nuestra.(pp. 61-62) 
6. Una acción práctica: Luisa Luisi [1922]
La poetisa y crítica Luisa Luisi, en medio de un estudio ma-
yor sobre Reyles,19 analiza El Terruño reconociendo que es “la 
menos novelesca” de las novelas de Reyles, a la que considera 
“una obra de tesis y de propaganda” (p. 451) acerca del con-
flicto entre la ciudad y el campo, que cobra “los relieves de 
una verdadera oposición y hasta de lucha, en la que el autor 
dará el triunfo total y completo a la campaña”.
Es, sin dudas, una “obra recia, profunda y originalísima” (p. 
468) cuya premisa tácita, según Luisi, es que la única riqueza 
explotable del Uruguay es la ganadería. Junto al escritor apa-
recen el estanciero y el político. 
El conflicto aparente o real entre prédica o propaganda y 
obra novelesca o calidad literaria, ya descubierto por Laspla-ces, es analizado por Luisi. La dependencia de ser una obra de 
propaganda de una tesis, según la comentarista, desencadena 
cierta pérdida de interés de la trama, “pesada y lenta” y, final-
mente, que no haya tenido el éxito que otras obras del autor 
han tenido. (p. 452) 
Sin embargo, la obra vale por sí misma, incluso en compa-
ración con otra obras de Reyles. Así las analiza:
Y sin embargo, hay en El Terruño riqueza de caracteres, dra-
maticidad psicológica, vigor de colorido y profundidad de 
miras, mayores acaso que en las dos obras citadas [La raza 
de Caín y El embrujo de Sevilla]. Como intención, como 
19 Luisa Luisi, “Carlos Reyles, novelista”, Nosotros 158 (1922), 292-320 
y 159 (1922), 451-483.
[33]
trascendencia, como originalidad americana, El Terruño es 
superior a las demás novelas de Reyles, aunque le gane en 
realización artística y en fuerza pasional El Embrujo de Se-
villa, y en dramaticidad y hondura psicológica, La Raza de 
Caín. Esta última pudo ser escrita por un autor extranjero; 
por un español, El Embrujo. El Terruño sólo pudo ser escrito 
por un uruguayo, y entre éstos solamente por Carlos Reyles. 
Todas sus ideas, todas sus esperanzas, el objeto mismo de 
su vida, sus más caras aspiraciones, están contenidas en El 
Terruño, y algo también en Beba. (pp. 452-453) 
Los tres elementos de análisis son, entonces: intención/tras-
cendencia/originalidad americana, fuerza pasional y drama-
ticidad/hondura psicológica. En el primer rubro El Terruño 
vence. Sin embargo, enseña Luisi, un elemento de exclusivi-
dad. Las otras dos obras podrían haber sido escritas por ex-
tranjeros, no así El Terruño, donde se verifica la originalidad 
del escritor uruguayo, su pensamiento y su acción.
Esta exclusividad tiene que ver con distintos factores, que 
son analizados de esta manera:
Pero El Terruño será siempre la obra que arranca de lo más 
hondo y de lo más castizo de su autor. Por no haber com-
prendido esta ulterior trascendencia de la obra, su significa-
do racial, y mejor aún que de raza, de tierra y de pueblo que 
contiene, por haberlo juzgado solamente desde el punto de 
vista novelesco y psicológico, los críticos de la ciudad sólo 
vieron lo que a la ciudad y a su cultura se refería, olvidando 
que su autor, no podía renegar de lo que constituye para 
él, atractivo y razón de la existencia: el progreso material y 
moral, el cultivo y el ornamento del espíritu, la satisfacción 
de las necesidades estéticas e intelectuales, que por encontrar 
demasiado pobres en su patria, va a buscar, con harta fre-
cuencia, a las grandes capitales europeas. (p. 453)
[34]
La obra de Reyles requiere más que un “punto de vista no-
velesco y psicológico”. Hay que mirarla desde la profundidad 
de su autor y de su genuinidad de pertenencia a su tierra y 
su pueblo para ir más allá de la ciudad y llegar a su “ulterior 
trascendencia”.
El deseo del autor tiene que ver con “esta flor de civilización 
y de cultura, el arte, la ciencia, la especulación desinteresada 
del espíritu”, que “quiere desentrañarlas de lo más hondo e in-
trínseco de su tierra”. Reyles, según Luisi, “dirige sus esfuerzos 
a la campaña, en cuya riqueza ha de asentar sus raíces, el árbol 
futuro de la civilización y la cultura”. (p. 453) 
Para la crítica Luisi, “la más grande originalidad de las doc-
trinas filosóficas utilitarias de Reyles se expresan en el episodio 
de Papagoyo”, en su fugaz participación en la partida revolu-
cionaria junto al caudillo nacionalista y en la resolución que 
le da Mamagela creando una (necesaria) ilusión-engaño (pp. 
455-456).
Toda la prédica de Reyles, simbólica esta vez, tiende a volver 
a su equilibrio la mala distribución de las energías, devol-
viendo a la campaña, las legítimas fuerzas que le correspon-
den; al cuerpo, un sano y urgente egoísmo, impidiendo que 
ellas se esterilicen en un vano empeño de inútil cultura. Es 
para dirigir a la juventud vacilante, descarrilada por huecas 
declamaciones literarias, hacia las fuentes de la riqueza, del 
trabajo y de la energía encerradas en nuestra campaña, que 
El Terruño simboliza, aunque por veces exagere, la oposición 
real entre la ciudad y el campo. (p. 462) 
Mamagela encarna “la campaña sana y fecunda, frente a la 
ciudad y a su mal comprendida cultura” y también “los egoís-
mos bien entendidos […] y que al arraigarse en la realidad 
inmediata y concreta, acaban por rematar en generosidad, en 
desinterés, en altruismo”. 
[35]
Así, y a un mismo tiempo, concilia y funde Reyles en esta 
novela, sus dos grandes prédicas, que pueden reducirse a una 
sola. Es Mamagela, la encarnación del egoísmo individual, 
de donde parte, para levantarse a un generoso desinterés; y 
es también, el egoísmo social que parte del trabajo rural, re-
munerador y concreto, para elevarse al progreso y a la civili-
zación del país. De este oculto sentido de su principal figura, 
nace la fuerza de su actuación en la novela, que adquiere a 
ratos, la vehemencia de la prédica y a ratos la profundidad 
de la filosofía. Y por su tono y por su intención El Terruño 
es hermano carnal de La Muerte del Cisne; y como éste tiene 
también, a veces, las exageraciones propias de los libros de 
combate. Eligió Reyles la forma de novela, y puso en ella el 
vigor analítico y la fuerza creadora de personajes, que hacen 
de él, un novelista de garra poderosa; pero conserva el libro, 
a pesar de ello, su fisonomía inconfundible, de propaganda 
filosófica y social, y de enseñanza eficaz. (p. 465)
Los comentarios finales del extenso ensayo de Luisi, revelan 
elementos que tienen que ver con la factura literaria del libro, 
subrayando, por ejemplo, su “realismo”:
Pero a pesar de todo, la fuerza dramática, es en ciertos epi-
sodios, tan vigorosa, el colorido tan real, la descripción tan 
exacta, que parece estarse viviendo la concreta realidad de los 
hechos. (p. 466)
También menciona la reseñista un dato curioso: que no se 
le da lo cómico a Reyles: ni es su fuerte ni se compadecen del 
sentido emanante de la obra:
Un sentido cómico, inusitado en nuestro autor, y que no nos 
parece su fuerte, pone de vez en cuando, su ligero toque. El 
estilo, fuerte, musculoso, castizo, y al mismo tiempo, mo-
derno y viril, se esmalta en esta novela de algunas crudezas 
[36]
de expresión, acaso demasiado fuertes para nuestro gusto. 
Estas, y la nota cómica, que no se avienen con el sentido 
trascendente de la obra, son lo que menos nos agrada de ella. 
(p. 467) 
7. Irrealidad: Juan Carlos Onetti [1939]
Un joven Juan Carlos Onetti emitió un juicio sumamente 
negativo sobre El Terruño en una breve nota que recuerda a 
Carlos Reyles a un año de su muerte:
La personalidad de Reyles fue una de las más interesantes y 
típicas en nuestro ambiente. Realizó como nadie el tipo del 
“estanciero”, el señor semi-feudal, culto, totalmente europeo 
por raza y formación, pero acriollado, buscando ser uno con 
la tierra donde le tocó nacer, por una necesidad de afirma-
ción, prejuicio telúrico e intelectual —sospechamos— en 
este caso.
Es fácil percibir el cambio de signo. Onetti coloca la semilla 
de la sospecha a todos los comentarios y juicios previos. Y 
continúa desplegando su punto de vista:
Sus obras nacionales, “Beba", “El Terruño”, nos muestran 
un Uruguay visto por un espíritu extranjero. La figura heroi-
ca del caudillo en “El Terruño”, que ahora recordamos por 
su fuerza magistral es puramente intelectual, artística, en el 
sentido de irrealidad que lleva el término. Una montonera 
épica tratada por un esteta, absurdamente distante de lo que 
el caudillo y las patriadas fueron en este país.20
El pretendido realismo de Reyles es “irrealidad”, “fuerza 
puramente intelectual y artística”. La calificación de “esteta” 
20 Juan Carlos Onetti, “Carlos Reyles”, Marcha, 6 (28 de julio de 1939).
[37]
por parte de Onetti da vuelta la consideración bastante con-
sensuada en la crítica previa, que afirmaba que la fuerza de la 
tesis de la novela estaba por encima de la cuestión literaria.Una montonera épica absurdamente distante, donde el “ab-
surdamente” suena a declarar moribundo al libro y a su autor.
Vargas Llosa, comentando esta nota de Onetti, subraya que 
“las críticas a la literatura folclórica y telúrica no van dirigidas 
contra la idea de una literatura nacional” sino “porque le pare-
ce una literatura importada e insincera, que en nombre de lo 
pintoresco sacrifica la realidad profunda del país”.21
Este juicio inaugura una nueva etapa, que Pablo Rocca en-
cuentra en los “intereses urbanizadores” de Onetti, en su “ac-
titud ante la literatura rural uruguaya” y su consideración de 
su corpus obsoleto.22 Esta postura la desarrollarán “con algo 
más de cuidado y no menos vehemencia” varios críticos de la 
generación del 45. 
8. La lápida: Mario Benedetti [1950]
De alguna manera, Mario Benedetti emitió la partida de 
defunción de Reyles en un artículo de 1950.23
El criterio revisionista de Benedetti tiene como punto de 
partida -según su mirada- la evidencia de que “una lectura to-
tal […] de la obra literaria de Reyles, provoca en el lector una 
reacción de antipatía que no resulta fácil de pormenorizar”. 
Más aún, dice el crítico que el “mundo literario de Reyles 
resulta incómodo, desagradable, y no puede evitarse un pe-
21 Mario Vargas Llosa. El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onet-
ti. Madrid: Alfaguara, 2008, 31.
22 Pablo Rocca. Op.cit. 100.
23 Mario Benedetti, “Para una revisión de Carlos Reyles”, Número, Año 2 
6-7-8 (1950), 187-197.
[38]
queño desquite de satisfacción cuando se le abandona”. (pp. 
187-188) 
Esa sensación de incomodidad, desagrado y antipatía des-
pierta la pregunta de Benedetti: “¿qué falta allí, qué escondido 
desequilibrio impide la comunicación entre la conciencia del 
personaje y la del lector?”.(p. 188) 
Entre los elementos que va desgranando Benedetti anota que 
“a Reyles le agrada pasar por realista” pero su realismo apare-
ce como parcialmente deshonesto. (p. 191) Y abunda en el 
argumento:
Claro que la falta de verosimilitud y hasta la inconsecuencia 
literaria con su ambiente o con su tiempo, suelen convertirse 
en virtudes de un escritor que busque precisamente alejarse de 
la realidad, y hasta pueden ser imprescindibles, por ejemplo, 
en el caso de un escritor fantástico. Pero un declarado natura-
lista no se halla honestamente en situación de hinchar hasta 
límites intolerables la existencia de sus criaturas. (p. 192)
De ahí que no sea “mera coincidencia que los personajes de 
Reyles resulten artificiales hasta el ridículo, ni es asombroso 
que esos mismos personajes incurran en actos a cual más cho-
cante. El lector es siempre consciente de que trata con perso-
najes, nunca con personas”. Igualmente descubre el crítico 
que el naturalismo de Reyles tiene otra “alarmante fisura” que 
es la “notoria incomprensión del ambiente” (p. 192). 
En El Terruño esta artificialidad se aprecia, por ejemplo, en la 
salida seudoquijotesca de Papagoyo o en el discurso que pro-
nuncia Mamagela envuelta en la bandera patria (p. 193). 
Comparándolo con los cuentistas del 900 dice Benedetti que
Reyles no posee —como Quiroga o como el mismo Via-
na— condiciones naturales de narrador, verdadero olfato de 
la peripecia. Su pobreza narrativa le impide desligarse de sus 
relatos cortos iniciales, y así Primitivo se transforma en El 
Terruño […]. (p. 194) 
[39]
El realismo que no lo es tal junto a esta carencia de talento 
como narrador llevan al jucio lapidario de Benedetti:
El hecho de que aun hoy se le considere como un fiel intér-
prete, tanto de la realidad gauchesca como de la estentórea 
Sevilla, es únicamente atribuible a nuestra alarmante esca-
sez de narradores. Sólo gracias a ella puede Reyles sobresalir 
como uno de los pocos valores estimables de nuestra literatu-
ra narrativa. (p. 194) 
Reconociendo incluso el prestigio internacional de Reyles, 
sugiere el comentarista que una revisión de su obra reduciría 
este prestigio y pondría la verdad sobre su obra:
Es posible que de Reyles estén destinados a sobrevivir su no-
toria habilidad descriptiva y algunas pocas páginas de limpio 
estilo (presentes, en su mayoría, en la primera mitad de El 
gaucho florido); como obra completa, su cuento “Mansilla”... 
y nada más. El resto es hinchazón, merced a la cual consiguió 
Reyles, en su momento, el sensacionalismo que perseguía. 
Han bastado empero unos pocos años de distancia para que 
su mensaje aparezca ya como inactual y limitado. (p. 197)
Comenta Alberto Paganini el juicio del método crítico de 
Benedetti, con la “indagación de los entornos de la obra li-
teraria” y mostrando que Carlos Reyles “además de escritor 
fue terrateniente y oligarca”. Dice Paganini que Benedetti “no 
logró distanciar en el análisis ambos aspectos del escritor, y 
[que] el resultado fue una diatriba, de las más brillantes pero 
también de las más injustas. Y recuerda que, posteriormente, 
Ángel Rama lograría una mayor ecuanimidad crítica, en su 
análisis. 24
24 Alberto Paganini. Los críticos del 45. Capítulo Oriental 35. Montevideo: 
Centro Editor de América Latina, 1968, 550.
[40]
9.Excepción y disturbio: Angel Rama [1953]
Solo tres años después del categórico juicio de Benedetti, El 
Terruño, sin embargo, es publicado en la naciente Biblioteca 
Artigas Clásicos Uruguayos junto a la novela breve Primitivo, la 
primera de las Academias de Carlos Reyles. El cuidado de la 
edición y el prólogo fueron confiados al joven Ángel Rama.25
En su cuidado escrito, Rama propone mirar a Reyles como 
“una excepción y un disturbio” en la literatura nacional:
[…] por cuanto se presenta actuando en dos grandes esferas 
raramente vinculadas de modo auténtico: la de las letras a 
las cuales se dedicó respondiendo a un don nato de escritor 
y a su necesidad de singularización intelectual, y la de los 
negocios ganaderos en la que actuó con escasa felicidad, en 
la forma especial cómo en su persona y obra se vincularon y 
superpusieron artificialmente dos esferas de acción que da-
das las características especiales que asumieron en su caso 
particular, parecían llamadas a separarse e incluso a una opo-
sición radical. (p. VII)
Rama profundiza en el choque entre estas dos “esferas” de 
actividad y su resolución literaria en El Terruño, que marca la 
“finalización del período conflictual” entre estos ámbitos.
De su carácter de rico hacendado surgirá su concepción rea-
lista de la actividad humana, su afirmación de la energía y la 
fuerza en el hombre como valores superiores, su defensa del 
afán de riquezas simbolizado en la obtención de dinero, que 
es poder, el vago vitalismo nacido de Nietzsche que tiende a 
25 Angel Rama. “Prólogo”, en: Carlos Reyles. El terruño y Primitivo. Mon-
tevideo: Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social, 1953, III-
XV. En la misma colección se publicaron posteriormente La raza de Caín 
(1965) y Beba (1965).
[41]
colocar en un segundo plano los valores intelectuales y apor-
ta una terminante negación del idealismo romántico basado 
en la generosidad, el amor desinteresado, la pasión sin cál-
culo, el menosprecio del poder material. Estos criterios, que 
doctrinalmente forman su libro La muerte del cisne, serán 
novelados en Terruño, donde constituyen la tesis, o mejor, el 
tema de conversación y discusión que aproxima y aleja a los 
personajes entre sí. (p. X) 
El crítico descubre en la creación literaria de Reyles una 
mecánica que consiste en “la invención de los personajes an-
tes que de la situación argumental o del ambiente”. (p. XIV) 
El ambiente “será casi siempre el mismo: la vida en la es-
tancia modelo con los problemas que plantea su buen fun-
cionamiento y las fuerzas que lo retardan y dificultan”, cuya 
presencia es un “permanente telón de fondo que por mo-
mentos adquiere especial relieve” e imponiendo a veces “si-
tuaciones argumentales como simples derivaciones”.(p. XIV) 
En la mecánica creadora de Reyles, sin embargo, parece 
surgir primero, antes que el ambiente, un personaje-concien-cia, descrito así por Rama:
[...] un personaje, más exactamente una conciencia que ana-
liza a las demás y a sí misma, en busca de una verdad definiti-
va; preferentemente un hombre culto, refinado e inteligente, 
un hombre capaz de comprender la conducta de los demás 
hombres y también las virtudes y defectos de su persona-
lidad, un hombre que abarca el desarrollo y el sentido de 
la actividad del mundo y por lo tanto de la novela en que 
actúa, pero que no sobrepasa esta etapa de la comprensión: 
como si este mucho saber acerca de las fuerzas encontradas 
del bien y del mal que se mueven en la vida le restara fuerzas 
para su acción personal, como si vulnerara el resorte íntimo 
de la voluntad o como si sintiera la inutilidad de su esfuerzo 
[42]
ante el desenvolvimiento fatal de la vida por obra del vigor 
instintivo y egoísta que ponen en ella esos otros hombres, 
que sin embargo no comprenden los motivos de sus respec-
tivas acciones.(p. XV) 
Ese “primer personaje” es “visto desde dentro, en la intimi-
dad de su conciencia, desdibujándose en su calidad de actor 
para terminar siendo sólo conciencia que contempla”; no es 
un actor que desencadena acciones sino un espejo del “impul-
so vital” que es el verdadero “promotor de los hechos” (pp. 
XV-XVI). A su vez, “genera sus propios opositores, que sin 
embargo pertenecen a su misma familia y en definitiva son 
emanaciones, en sentidos opuestos, de la particular situación 
en que se encuentra” (p. XVI). 
En El Terruño este personaje-conciencia es Tocles y Rama 
agrega que “no se comprenderá bien el alcance de la novela 
si no se repara previamente” en esta similitud entre Tocles y 
Reyles” (p. XVII).
 
Como Tocles, Reyles es un intelectual, ha fundado asociacio-
nes para renovar la cultura del país, ha intentado adoctrinar 
a sus contemporáneos, intervino y fracasó en la vida política, 
vio la indiferencia hacia sus libros doctrinales, sufrió las con-
secuencias de las guerras civiles en sus estancias y escribe por 
último el libro que Tocles parece abandonar, El maravilloso 
sonambulismo del hombre . (p. XVIII) 
La resolución del conflicto, el destino del personaje-con-
ciencia, siguiendo la mecánica creadora reyleana sería el aban-
dono. Pero hay una resolución en la que el novelista “le obliga 
a retomar el cauce real forzadamente sin que quede explicada 
la transformación del personaje necesaria para justificar esta 
determinación” por lo que este “final conformista no corres-
ponde en puridad al desarrollo de la novela”. 
[43]
Esta “resolución forzada” significa una modificación de los 
presupuestos con que Reyles se manejó previamente.
La mecánica creadora del autor incluye, entre otras cosas, 
que “todos los personajes centrales son manifestación del pro-
pio Reyles y [que] las diferencias o aproximaciones entre ellos 
son dadas por las distintas maneras de vincularse dentro de él, 
persona y situación” (p. XX). 
Esta construcción particular de los personajes, a partir del 
personaje-conciencia, implica que
[…] en Reyles no hay descubrimiento de nuevas zonas de la 
vida interior, ni el retrato psicológico como en los grandes 
novelistas del XIX; hay una contemplación del fluir, contra-
dictorio a veces, de su conciencia, y esto nos da la pauta de 
cómo la nota dominante de su literatura sigue siendo, a pesar 
de toda su preocupación moral y sociológica, el esteticismo, 
que en él podemos llamar esteticismo psicologista. (p. XXI) 
Desde este “esteticismo psicologista”, su concepción de la 
literatura incluye “la consecución de la belleza, pero también 
la posibilidad de enseñar a sus contemporáneos, propagando 
entre ellos lo que piensa sobre diversos asuntos, tanto psicoló-
gicos como sociales o políticos” (p. XXI). 
Entra Rama, de esta forma, en el proyecto literario de Reyles, 
en su intención y en los medios escogidos:
Para “hacer pensar por medio del libro”, más que a tex-
tos áridos, recurrió a su propia naturaleza consciente, a 
las experiencias, dolorosas quizás, que él padeció, lo que 
nos explica uno de los rasgos más curiosos de su litera-
tura. (p. XXII)
Pero esta contemplación propia no es “complacencia admi-
[44]
rativa”, incluye una condena parcial, en la que se pierde “su 
persona desnuda” pero se salva “la persona que se ampara en 
la situación” (pp. XXII-XXIII). 
El mejor exponente de esta situación, como el mejor expo-
nente novelístico de su primer período, es El Terruño, don-
de su personaje central, presentado quijotescamente como 
un ser ridículo que sólo parece inspirar menosprecio y que 
deberá abjurar de sus convicciones para sobrevivir, se eleva 
sobre el ambiente natural en que se encuentra para tratar 
de entender los motivos de la conducta humana y el secreto 
funcionamiento de la vida. (p. XXIII) 
En torno a este ambiente Reyles ofrece una visión del cam-
po uruguayo y de sus problemas económicos, sociales y po-
líticos, especialmente la lucha de los partidos tradicionales, 
“cuyas filas en el campo presenta engrosadas por elementos 
regresivos como los caudillos y el hermano de Primitivo o por 
los enganchados a la fuerza, y cuyo enfrentamiento provoca 
la devastación del campo, arruinando la obra de las fuerzas 
progresistas, que son las nuevas estancias” (p. XXIV). 
El conflicto evocado es representado por la tríada Primi-
tivo-Tocles-Mamagela, que “da motivo a la situación argu-
mental que nos permitirá ver el comportamiento de los tres 
enfrentados a una realidad categórica que los obliga a tomar 
posición” (p. XXV). 
Pero, paralelamente, enseña Rama:
[…] le permite a Reyles demostrar la pericia de su escritura 
en la salida quijotesca de Papagoyo, la descripción del com-
bate y muerte de Pantaleón, el donaire epistolar de Mama-
gela, el preciosismo de sus descripciones que a veces caen en 
lo pomposo, pero que en otras adquieren una tensión que lo 
[45]
ubica como uno de los mejores prosistas de nuestro moder-
nismo. (p. XXIV)26 
10. El olvidado: Carlos Martínez Moreno [1968]
Uno de los últimos testimonios sobre El Terruño es el que se 
encuentra en la difundida colección Capítulo oriental.
En el fascículo correspondiente, Carlos Martínez Moreno 
analiza la obra de Reyles y dedica una breve mirada a la nove-
la que estudiamos.27
Dice:
En 1916 se publica en Montevideo la fundamental novela El 
Terruño, que la gran mayoría de sus críticos tiene por la no-
vela más importante de Reyles. La estancia “El Paraíso’’ es el 
escenario; Mamagela, la estanciera propulsora, es el retrato —
transferido de sexo— de don Carlos Genaro Reyles; su abúli-
co marido Papagoyo, el iluso y lamentable yerno, semi-inte-
lectual y frustrado político. Tocles (“un tomador de viento”) 
y el anacrónico caudillo Pantaleón, son sus contrafiguras, sus 
apoggiaturas dialécticas en el libro. Otra vez, y más caudalo-
samente que en Beba, se canta a la empresa rural, al patriarca-
lismo feudal y pionero, al trabajo obstinado. (p. 248)
Coincide el crítico en que El Terruño marca una bisagra en 
26 Como escritor “perteneciente a la primera efusión del modernismo”, la 
actitud literaria de Reyles incluye “un estilo preciosista, cargado de imá-
genes ricas y excesivamente poéticas a veces, pero con una sobriedad que 
el autor supervalora en el mismo pasaje”, en una “ búsqueda estilista de 
formas nuevas” en las que llega “al afán de purismo que distingue su novela 
El Terruño, donde la prosa modernista de sus obras anteriores se españoliza 
y academiza” (pp. IX-X). 
27 Carlos Martínez Moreno. Los narradores del 900: Carlos Reyles. Capítulo 
oriental 16. Montevideo: Centro Editor de América Latina, 1968.
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la biografía de Reyles, un cierre de su etapa idealista, cuando “ya ha 
quemado sus sueños políticos y los personajes proclaman ese chasco 
(Mamagela) o lo escarmientan (Tocles)” (p. 252). 
Finaliza Martínez Moreno evaluando el lugar y la atención que 
Reyles ha despertado. Por una parte, especialmente ateniéndonos “a 
una antología de sus mejores páginas” en las que hay que incluir “el 
capítuloXIV del combate y la muerte de Pantaleón en El Terruño , 
que “puede afirmarse que Reyles narrador está a la mayor altura que 
haya alcanzado la prosa de ficción en la literatura uruguaya”. Pero, 
“las reiteraciones, las falsedades, los sonidos a hueco y las arbitrarie-
dades de Reyles novelista actúan duramente contra su mejor fortuna 
literaria en el Tiempo”. 
Esta contradicción parte del mismo Reyles y le trazó un sino de 
fracaso, como el de sus actividades productivas. “Hombre arrogante 
y difícil de contradecir en su época, la posteridad ha hecho algo 
peor que contradecirlo: ha decidido olvidarlo. Lo cual es injusto” 
(p. 253). 
***
A más de cincuenta años de estas palabras, la inclusión de El Te-
rruño en el Catálogo del Proyecto Editorial de UTU, rescata par-
cialmente del olvido a la novela y nos permite una nueva lectura, 
desapasionada, quizás más justa.

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