Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
[15] ESTUDIO PRELIMINAR Alejandro Ferrari La reedición de la obra de un escritor fallecido hace ochenta años, además de volver a insuflarle una nueva vida a ambos, nos permite asomarnos a otra época y otear otros panoramas. Conscientes de la extrañeza que puede acudir a nuestra lec- tura, proponemos, en esta mirada preliminar, escuchar diver- sas voces que han leído y comentado este libro ya centenario; mostrando cómo la mirada social se va transformando, los “gustos” van variando y la literatura padece diversos vaivenes, propios y ajenos. DE PAISAJES La situación paisajística, social, política, productiva y simbó- lica del campo no es la misma que la de aquel lejano 1916, año de publicación de El Terruño.1 1 El Terruño tuvo, hasta ahora, seis ediciones, tres de ellas en vida de su autor: I) Montevideo : Imprenta y Casa Ed. "Renacimiento", Librería "Mercu- rio", 1916 [prólogo de José Enrique Rodó]. II) Buenos Aires : Agencia General de Librería y Publicaciones, 1927 [Edi- ción retocada y definitiva]. III) Santiago de Chile : Eds. Ercilla, 1936. IV) Buenos Aires: Losada, 1945. V) Montevideo: Biblioteca Artigas, 1953 [prólogo de Angel Rama]. Inclu- ye la novela breve “Primitivo” y el prólogo de José Enrique Rodó]. VI) Montevideo: Instituto Nacional del Libro, 1977 [prólogo de Arturo Sergio Visca]. [16] La supremacía del agronegocio, la masiva presencia de la industria forestal, las diversas políticas productivas de diversa índole a través de los años con sus problemáticas medioam- bientales anejas, la ley de las ocho horas para los trabajadores rurales y su sindicalización en la Unión Nacional de Asalaria- dos, Trabajadores Rurales y Afines (UNATRA) que integra el PIT-CNT, la reducción de las escuelas rurales por la disminu- ción de sus alumnos, el despoblamiento del campo por goteo, los cambios en la propiedad de la tierra con fuerte presencia de capitales extranjeros, el crecimiento y diversificación de la actividades del Instituto Nacional de Colonización, la comu- nicación masiva por la amplia red de telefonía celular y las conexiones a internet, las movilizaciones de autoconvocados en torno al movimiento “Un solo Uruguay”, las fiestas masivas de temática rural como la Patria Gaucha, etc. son algunos de los tantos elementos que han modificado -y van modificando a distintos ritmos- la realidad del campo y la imagen que nos vamos haciendo de él, creando, al decir de la historiadora Ma- ría Inés Moraes, “neopaisajes agrarios”2 o un nuevo escenario rural del Uruguay.3 Un ejemplo de nuestro pasado en la Patria Vieja nos puede hacer entender mejor este contraste y su correlato en las letras. El 11 de junio de 1815 Dámaso Antonio Larrañaga estampó en su Diario de Viaje de Montevideo a Paysandú paisaje que divisaba en la zona del “Rincón de las Gallinas” o “Rincón de Haedo” cercano a Fray Bentos, en el actual departamento de Río Negro: Salimos a las 8 1/4 dirigiéndonos a la estancia de Haedo para tomar algunos caballos, pues los que aquí había eran pocos 2 María Inés Moraes. Mundos rurales (y paisajes agrarios). Montevideo: IMPO, 2013. (Serie Nuestro tiempo / Libro de los Bicentenarios 16). 3 Cf. Matías Carámbula Pareja, “Imágenes del campo uruguayo en-clave de metamorfosis: Cuando las bases estructurales se terminan quebrando”, Revista de Ciencias Sociales. vol.28, n.36 (2015) 17-36. [17] y malos. Tardamos una hora en llegar atravesando varios pa- jonales. No había sol porque la neblina lo ocultaba, y así no podía saber qué rumbo seguíamos. Cuál fue por lo mismo mi sorpresa, cuando llegamos a la estancia que la veía sobre un río y que yo creía el mismo Rio Negro, me encuentro que es el Uruguay: muy anchuroso y todo poblado de grandes y her- mosas islas. Jamás he visto lugar que más me hechizase: creo que en pocas partes haya derramado la naturaleza a manos llenas ni más bellezas, ni más encantos; ¡y qué mortificación para mí no fue tener que tomar otro caballo, y salir inmedia- tamente, sin permitirme bajar al río para observarlo de más cerca y para no verlo quizás jamás!4 Doscientos años después, la sorpresa del clérigo montevi- deano -reforzada por la presencia de la neblina- hubiera sido otra. Ya no sería la epifanía subyugante del paterno río sino el encuentro no exento de sorpresa con una alta y humeante chimenea perteneciente a la planta productora de pulpa de celulosa UPM (ex Botnia). Aunque también hubiera visto el Puente Internacional Libertador General San Martín que nos une al país hermano o disfrutado el hermoso Teatro Miguel Young en la ciudad fraybentina o apreciado el “Paisaje Indus- trial Fray Bentos”, patrimonio de la humanidad. Otro paisaje. Otro campo y, seguramente, un texto diferente el que podría haber escrito el delegado del cabildo montevi- deano en viaje a Paysandú a encontrar al prócer Artigas.5 Es éste uno de nuestros primeros textos literarios y en él aparece el campo y su dinámica, apenas abandonando la historia co- lonial de nuestra Banda Oriental que estuvo signada, entre 4 Dámaso Antonio Larrañaga. Viaje de Montevideo a Paysandú [1815]. Pu- blicado y anotado por el Pbro. Baldomero Vidal. Montevideo: Escuela Tipográfica Talleres Don Bosco, 1930, 103-104. 5 Cf. Nuestro artículo: “Un film de la patria vieja. Algunas reflexiones sobre el ‘Diario de Viaje de Montevideo a Paysandú’ (1815) de Dámaso Antonio Larrañaga”, Monograma: revista iberoamericana de cultura y pensamiento 2 (2018) 101-122. [18] varias cosas, por la oscilación entre “tierra sin ningún prove- cho” y “mina de carne y hueso”, con la preocupación de las autoridades por “el arreglo de los campos”. El contraste de paisajes también cabe a la misma producción literaria del país, donde también es incontrovertible un giro copernicano, donde el campo perdió ante la ciudad y casi dejó de estar presente. Si en 1961 Idelfonso Pereda Valdés recordaba que el campo había sido el “centro principal de inspiración de la literatura uruguaya”6, en el 2000 constataba Pablo Rocca “una visible decadencia de la ficción rural en Uruguay o que, en el mejor de los casos se ha ‘reciclado’ en algunas de las ficciones de Tomás de Mattos y Mario Delgado Aparaín (pero en ningún escritor ‘visible’ menor de cincuenta años).”7 La situación parece casi incambiada salvo contados casos. Quizás el mayor cultor actual de una literatura de “fuerte par- ticipación rural” 8 sea Martín Bentancor y el universo con un “denso color local” 9 que viene creando en torno a su Terce- ra Sección del departamento de Canelones, como “rendición literaria desprovista de intención telúrica o nativista”, según comentó Ileana Rodríguez.10 6 Idelfonso Pereda Valdés, “El campo en la literatura uruguaya, Letras, Cu- ritiba, 12 (1961) 43-48. 7 Pablo Rocca, “La narrativa posgauchesca, ¿una poética colectiva? ”, Rose Corral ed. con la colaboración de Hugo J. Verani y Ana María Zubieta). Norte y Sur: la narrativa rioplatense desde México. México: El Colegio de México, 2000, 99. 8 Oscar Brando, “Criolledá”, Semanario Brecha 1659 (8 de setiembre de 2017). Reseña de La lluvia sobre el muladar de Martín Bentancor. Monte- video: Estuario Editora, 2017. 9 Matei Chihahia "Entlegene Nähe: das real Unheimliche bei Martín Ben- tancor", Romanische Studien [Blog, 2017]. http://blog.romanischestudien. de/martin-bentancor/ 10 Ileana Rodríguez. “Al ritmo cansino del campo”, Carátula. 80 (2017). http://www.caratula.net/80-al-ritmo-cansino-del-campo [19] DIEZ MIRADAS SOBRE EL TERRUÑO Si el escenario rural cambió, así como su correlato en las letras, es innegable que también se modificó la valoración de Carlos Reyles y de su obra. Aunque Reyles permanece como autor sugerido en los ac- tuales programas de literatura de segundo ciclo, “han pasado los años y es evidente que Carlos Reyles se lee poco”, anota en 2011 Fernando Aínsa.11 Esta constatación se podría unir a otra comprobación, expresada por el mismo Reyles a comienzos del siglo XX según la registró el periodista JoséVirginio Díaz quien lo visita en su estancia “El paraíso” en 1903: Al hablar de la producción literaria, Reyles se expresó en términos desconsoladores: “No hay lectores” dijo, y añadió: “Mis obras tienen verdadero mercado fuera del Uruguay, Roxlo y Florencio Sánchez han debido emigrar. Rodó deberá igualmente emigrar... Javier de Viana lo ha hecho, lo hizo Acevedo Díaz... Es una calamidad escribir obras en este país; se necesita ser un verdadero héroe nacional y estar dispuesto a tirar plata a la calle... El Uruguay constituye un país donde menos se presta atención a la producción casera y por el he- cho de serlo se la desprecia... y nos titulamos los “atenienses de América”... Así es la vida precaria y chata y silenciosa que lleva el Ateneo..”. “Por lo demás - dijo, completando su pen- samiento-, yo jamás he visto a los tales atenienses por ningún lado...”12 La escasez de lectores expresada por Reyles a comienzos de siglo XX y retomada por Aínsa en el siglo XXI no es, sin em- bargo, ausencia de críticas del libro que prologamos. Diversos 11 Fernando Aínsa. Confluencia en la diversidad: siete ensayos sobre la inteli- gencia creadora uruguaya. Montevideo: Trilce, 2011, 37. 12 José Virginio Díaz. Viaje por la Campaña Oriental (1903): situación del país antes de la Revolución. Montevideo: El Galeón/Tierraadentro edicio- nes, 2005, 49. Recopilación de textos e introducción de Oscar Padrón Favre. Agradezco la noticia de este testimonio de Reyles al Dr. Pablo Rocca. [20] autores han ido valorando esta obra de Reyles. Repasemos, en- tonces, algunos de los principales comentarios que cosechó El Terruño. Ellos nos servirán para sopesar y cernir argumentos y valoraciones. 1. El encomio: Víctor Pérez Petit [1917] Víctor Pérez Petit comentó in extenso y muy elogiosamente la obra.13 Acude al ejemplo del trabajo del pintor, para afirmar que la novela breve Primitivo [1896], perteneciente a las “Aca- demias” de Reyles, es un boceto o croquis que tiene en germen El Terruño, en el que Reyles va “copiando -es la palabra- en su cuadro definitivo todos los trazos de su boceto original” (p. 474). Lo llama Pérez Petit al autor “gran disecador de almas” y “de preferencia, pintor de caracteres a paisajista” perceptible en “la sobriedad de las descripciones”. Si Reyles no es un descriptivo minucioso, a la manera de Zola, ni un sensitivo, a la manera de los hermanos Goncourt, ni un historiador, a la manera de Flaubert, en cambio ¡qué fino psicólogo y qué admirable perfilador de caracteres! Sus personajes tienen todos tales alientos de vida que de pronto echan a andar ante nosotros y les vemos gesticular y oímos sus palabras. Son tipos perfectamente humanos, que hemos conocido antes en la vida real y que ahora, durante el desarro- llo de la acción, nos complacemos en saludar como a viejos conocidos (p. 475). En este punto encuentra el crítico una de las mayores vir- tudes del autor: “los tipos de Reyles son inconfundibles con otros porque tienen verdadero carácter”. Y se dedica largamen- 13 Víctor Pérez Petit,“El terruño”, Nosotros 96 (1917) 471-499. [21] te a analizar a los diversos personajes de la novela, en el que el tono laudatorio va in crescendo. Por ejemplo, al analizar al personaje de Tocles, uno de los protagonistas de la novela, afirma: ¡Página admirable! Nunca en nuestra literatura novelesca y muy pocas en la alta literatura francesa y española se ha trazado en la psiquis de un personaje con tanto relieve y exactitud, con tan profunda verdad evocadora, con tantos donosos perfiles. Bajo la mano aguda del artista, Tocles vive ante nuestros ojos, pero vive con su alma abierta de par en par, mostrándonos sus debilidades, sus flaquezas, sus más ín- timos dolores. (p. 482) El embelesamiento es total. Tras analizar otro personaje, el de Mamagela, vuelve a afirmar la excepcionalidad local e in- ternacional de Reyles, con “su mano aguda” y sus “donosos perfiles”: La creación de este personaje, por sí sola, bastaría a justificar el hermoso libro de Reyles. Con Tocles, llena y completa todo el cuadro; pero supera éste por la profunda simpatía que la rodea tal que una aureola. Al otro, al ensoñador, al vencido, al universitario, lo admiramos, en tanto que creación literaria, por su complicado mecanismo, por sus cambiantes facetas, por sus tinieblas y luces, por sus ocultos repliegues y sus aris- tas atrevidas; a esta, a la matrona práctica y honesta, por su sencillez, por su serenidad de una línea, por la vibración de amor y de piedad que la sacude. (p. 491) Esta es la conclusión a la que arriba el crítico fascinado: Quien tiene entrañas para crear semejantes personajes es un artista de alta envergadura; y hoy por hoy, ninguno en nues- tro país, y acaso en América, puede calzar los puntos que en tales materias calza el admirable cincelador de El Terruño. Es [22] esta una constatación que pensamos sinceramente, y que ha- bía que tener el valor de decirla alguna vez. (p. 494) Reconocer al “artista de alta envergadura” es una “constata- ción”, dice Pérez Petit, que piensa sinceramente y que tiene el valor de proclamar. La expresión valiente de su pensamiento sincero deja entrever una suerte de justicia con el autor. Concluye el crítico con diversas consideraciones referidas a descripciones del espacio y al lenguaje: […] sin largos cuadros descriptivos de nuestras campiñas, ni preñados diálogos de una jerga pintoresca, Reyles hace litera- tura eminentemente propia. No se hallarán, en efecto, en El Terruño mayores particularidades sobre las onduladas colinas que tapizan el trébol, ni sobre los salvajes arroyos que festo- nan intrincados y umbríos montes de achiras, caraguatás y ceibos, ni sobre los misérrimos ranchos de terrones que coro- na un nido de horneros y sombrea el paternal ombú; no con- versaron mucho los personajes con sus elisiones de letras, sus imperativos de verbos mal conjugados (subí, traé, bajá) y sus modismos y comparaciones típicas y originales: pero la esen- cia, el alma, el espíritu del libro nos hablará más hondamente, más sentidamente de todas nuestras cosas que toda aquella retórica vacua y todos aquellos similares del regionalismo tri- vial. Y es que en Reyles el amor al terruño más que cosa del sentimentalismo es cosa de cerebración. (p. 497) Vincula Pérez Petit tres elementos en este párrafo que vale la pena ordenar. En primer lugar, la motivación del autor: “el amor al terruño” como cosa intelectual, de “cerebración”; lue- go el vínculo con los lectores que experimentan en la lectura del libro profundidad (“nos hablará hondamente”) y senti- miento (“sentidamente de todas nuestras cosas”); finalmente la separación entre “la esencia, el alma, el espíritu del libro”, y otros recursos: la “retórica vacua”, los “diálogos de la jerga pin- toresca”, los “modismos y comparaciones típicas y originales” [23] con los que se podría asemejar a los “similares del regionalismo trivial”. 2. Pedagogía y literatura: Alberto Lasplaces [1917] Alberto Lasplaces14 incorpora una lectura de El Terruño que incluye el “sangriento crepúsculo” de la Primera Guerra Mun- dial, como escenario donde se verifica el conflicto que Reyles resuelve en la novela. A diferencia del encandilado Pérez Petit, la penetración de Lasplaces permite el contraste, la intelección del contexto y de la ideología del autor y aporta, por ello, muchos elementos de análisis de la obra de Reyles que, según el critico, “ha querido hacer en esta novela, obra pedagógica” (p. 63). Lasplaces va poniendo en consideración a lo largo de su re- seña dos aspectos: la intención “pedagógica” de la novela y, por otra parte, su “valor literario” en el marco de la creación uruguaya de la época: Más aún que por su valor literario, -que es muy grande, indu- dablemente,- es la última novela de Carlos Reyles, “El Terru- ño”, un verdadero acontecimiento en nuestro reducido mun- do intelectual. Hasta ahora nuestros contadísimos novelistas camperoshabían hecho obra de índole distinta: pictórica, histórica o costumbrista, palpable sobre todo en lo que llevan escrito Acevedo Díaz y Javier de Viana. Lo que no se había tentado aún en una obra de gran aliento — y por eso repre- senta gallardamente “El Terruño” un nuevo ensayo, —era la novela tendenciosa, es decir, puesta al servicio de un cuerpo de doctrinas bien definido. Tal intento ha alcanzado la coro- nación que era de esperare en una pluma tan avezada en esas nobles lides como es la de Carlos Reyles y brilla por igual en la fuerte enjundia de la obra, perfectamente concluida y con- 14 Alberto Lasplaces, “El Terruño, por Carlos Reyles”, en: Opiniones li- terarias (Prosistas uruguayos contemporáneos). Montevideo: Claudio García Editor, 1919, 62-76. [24] ducida, en la valiosa observación psicológica de los perso- najes y en la soberana limpieza del estilo. Desde todos estos puntos de vista, primordiales en una obra de esta clase, es “El Terruño” una novela sobresaliente que hace honor a nuestras letras y que acusa un fuerte espíritu creador, abundante a la vez en rica savia ideológica y en provechosas disciplinas mentales. (pp. 62-63) La significación del libro (“verdadero acontecimiento”) tie- ne que ver con la novedad que representa: ser una novela “de gran aliento” y “tendenciosa”, “puesta al servicio de un cuerpo de doctrinas bien definido”. Lo que podría ser un deméri- to sin embargo no lo es, gracias a la “pluma tan avezada” de Reyles, que crea una “novela sobresaliente”, con “fuerte en- jundia”, que brilla. La calidad de la obra en sí misma radica, según describe Lasplaces, en tres elementos: en ser “perfectamente concluida y conducida”, en su “valiosa observación psicológica de los personajes” y en “la soberana limpieza del estilo”. Junto a ello la novela posee en abundancia “rica sabia ideológica” y “pro- vechosas disciplinas mentales”. Abunda el critico en estos elementos: El estilo de “El Terruño” es como todo el de Reyles: mus- culoso y brillante. No acusa por lo general la preocupación laboriosa del artífice que se empeña en buscar la originali- dad, pero la alcanza, aunque no con tanto éxito como en “La muerte del Cisne”. Salvo algunas frases de evidente con- torsión y de muy dudoso gusto, como “oíase el silencio cam- pesino”, y “ni una chispa de viento”, el libro está escrito en lenguaje rico en palabras pero claro, conciso y de oportuna y no recargada adjetivación. Léese con gusto, aún cuando no se participe de sus ideas filosóficas, ni se admitan sus conclu- siones ideológicas, ni se encuentren bien ciertas libertades de lenguaje que a nuestro parecer afean innecesariamente algu- nas páginas. Todo lo cual quiere decir que la obra se lee con [25] placer porque posee un real valor literario y por lo cual se va a imponer a la consideración del juicio de sus contemporáneos, y por lo cual también “El Terruño” no va a ser olvidado de- masiado pronto. En resumen, esta obra se nos presenta como un fracaso para el sembrador de ideas, para el doctrinario de un nietzschianismo utópico, excéntrico y sin base, al mismo tiempo que como un nuevo triunfo para el narrador, para el literato, para el hábil artista de la frase que siempre ha habido en Carlos Reyles. (pp. 75-76) El comentarista despeja dudas acerca del “real valor litera- rio”: reconoce un “lenguaje rico” a pesar de algunos deslices que no deja de mencionar, un estilo “musculoso y brillante”, que hace que el libro se lea “con gusto” y “con placer”. Placer en la lectura y valor literario le auguran, cierta duración: “no va a ser olvidado demasiado pronto”. Sin embargo, en el honesto comentario de Lasplaces, la fi- nalidad pedagógica del libro no se cumple. La obra es, en este sentido, un “fracaso para el sembrador de ideas” no así “para el literato”. ¿Cuál es esta doctrina que fracasará? “Un nietzschianismo utópico, excéntrico y sin base”, que no es ulteriormente desarrollado por el reseñista, pero que da cuenta con profun- didad del pensamiento de Reyles.15 3. El juego de ideas: Lauxar [1918] Osvaldo Crispo Acosta (Lauxar) publica un libro donde exa- mina la vida y la obra de Reyles16 en el que El Terruño es ana- 15 Carlos Reyles fue uno de los primeros intelectuales uruguayos en leer y adherir al pensamiento del filósofo Friedrich Nietzsche (1844-1900). Cf. Pablo Drews. Nietzsche en Uruguay, 1900-1920. José Enrique Rodó, Carlos Reyles y Carlos Vaz Ferreira. Montevideo: Ediciones Universitarias, 2016. 16 Lauxar. Carlos Reyles. Definición de su personalidad, examen de su obra literaria, su filosofía de la fuerza. Montevideo: Barreiro y Ramos, 1918. [26] lizado en un capítulo propio titulado “Aceptación y disciplina de la realidad: El Terruño”. Los dos elementos centrales del análisis del crítico son el conflicto-juego de ideas expuestas en modo de tesis y la co- nexión entre el personaje de Tocles y el propio Reyles. En el juego de las ideas, que ya viene de obras anteriores, la idealidad, el intelectualismo y las ambiciones son presentadas en derrota frente a las tendencias sanas. Las tendencias son presentadas por sus personajes Tocles y Mamagela. Mamagela es la encarnación del espíritu práctico, pero no lo representa en su más amplio vuelo, en sus mayores alcances, en las grandes empresas de la industria y la política, sino al contrario, en la modesta esfera de una humilde vida privada: el señor Temístocles Pérez y González (Tocles) , por su lado, personifica la tendencia idealista, pero no tiene en sí nada extraordinario. (p. 125) Partiendo del caso particular descrito en la novela, sin em- bargo hablamos de una tesis puesto que la afirmación es tras- ladable a todos los casos: El problema de su oposición, la tesis del libro, va a agitar- se pues, en términos circunscritos a la existencia ordinaria : no saldremos de sus ámbitos; no inqueriremos si basta para todo en el mundo el utilitarismo prudente, y si las almas capaces de heroísmo hallarían satisfacción completa en el mercado, sin horizonte abierto, de los tráficos egoístas. La cuestión se plantea ahora donde verdaderamente conviene, por su interés, a los hombres: en el caso general, no en la ex- cepción posible: en el caso de los más, casi de todos. (p. 126) El personaje triunfante de Magela tiene, según el comenta- rista “dos o tres cosas un tanto extravagantes que, precisamen- te por su extravagancia, yo no acabo de admitir. Ya me cuesta [27] un poco imaginármela enfrascada en lecturas de la Doctora Mística” (p. 129) . No obstante estas inconsistencias, Lauxar termina recono- ciendo que las virtudes del personaje construido por Reyles son superiores: Hay, sin embargo, tanta vida y verdad en Mamagela que, a pesar de mis escrúpulos y después de haberlos precisado, me doy a sospechar contra ellos y no sé resolverme entre mis ob- servaciones y la narración del novelista, porque se me figura que no pudo engañarse quien tan perfectamente concibió su personaje. (p. 130) Por otra parte está Tocles, el vencido. El crítico propone “ver claro” en su “personalidad y la significación” mostrando, como lo hizo con Mamagela, la mano de Reyles detrás de la cons- trucción del personaje como “padre orgulloso”: ¿Es, verdaderamente, un idealista? Por tal se tiene él mismo y lo tiene Reyles; pero es natural que ellos se engañen, cegado el uno por la vanidad del amor propio desatinado, y el otro por la prevención del padre orgulloso contra su hijo necio. ¿Acaso no fué él engendrado en la idealidad para castigar a ésta en las aflicciones de su hijo? (p. 132) En este punto, Lauxar incorpora una línea de análisis que será retomada en años siguientes por otros comentaristas, que consiste en “encontrar repetidas las experiencias del propio Reyles, en tan pobre sujeto como el señor Pérez y González”; procedimiento “que el autor se ha complacido antes en otro capricho análogo”, haciendo referencia a la obra La raza de Caín y al personaje de Julio Guzmán (p. 133).Las similitudes son variadas: “preocupaciones literarias deca- dentistas”, “decepción de ambos en su campaña política den- tro de los partidos tradicionales”, una “orientación de realismo [28] práctico” que termina en “la ideología de la Fuerza” y en la “metafísica del Oro”, etc. Estas afinidades, por otra parte, in- cluyen que “todo lo que piensa y dice, tocante a esto, el señor Pérez y González , es puntualmente lo que ha escrito Reyles en La Muerte del Cisne” (p. 134). Las inconsistencias que había mencionado Lauxar en el per- sonaje de Mamagela las plantea irónicamente también para el de Tocles. Esta inconsistencia es otro “motivo de crítica” que será retomado en otros autores. Siempre extremoso, Reyles no quiso darse por contento con mostrar en oposición las buenas mañas de Mamagela y el torpe ilusionismo del señor Pérez y González, y remató su defensa del espíritu realista y práctico, transformando al más recalcitrante soñador en hombre de provecho. Quizá también le habría proporcionado el cuerpo alargándole las piernas, ensanchándole el tronco y reduciéndole la cabeza y sobre todo la frente si el físico se prestara a tan estupendos cambios como lo moral. (p. 138) A través de sus personajes centrales Reyles plantea una te- sis, planteada así por Lauxar: Los elementos contrapuestos en la tesis de El Terruño son pues, por un lado, el egoísmo que deja de serlo y se con- vierte en generosidad, el sentido común, el espíritu práctico, y por otro lado, la vanidad petulante de un amor propio que se considera superior al destino de los hombres oscuros, un deseo vago de falsa grandeza, falto de voluntad e incapaz de acción, resuelto en veleidades ostentosas de notoriedad. Hay que tener mucho del señor Temístocles Pérez y Gon- zález para vacilar entre semejantes extremos, y puesto que Pérez y González tuvo partidarios afligidos en la consterna- ción de sus desgracias, debemos reconocer que el libro no era inoportuno. (p. 138) [29] La tesis desarrollada, ambientada en el escenario de la estan- cia y de la situación de conflicto, reconoce la “acción nefasta” de “la brutalidad levantisca del caudillaje y la ineptitud de los políticos declamadores” que “juegan con la riqueza y el destino del país”. Poco parece contra su acción nefasta, la perseverancia de Mamagela, pero su triunfo al fin es seguro, porque ella es el instinto adaptado a la fuerza de las cosas. Con esta convic- ción, abre Reyles su pecho a la esperanza, entre el tumulto y el dolor de nuestra vida desorientada. El Terruño es su única novela francamente optimista y debe su optimismo a las doc- trinas de La Muerte del Cisne. (p. 142) 4. La paradoja: Alberto Zum Felde [1921] En su obra Crítica de la literatura uruguaya, Zum Felde co- menta la novela de Reyles17 a la que califica de “optimista” (p. 169) e inseparable de su persona y que acompaña su evolu- ción intelectual. En El Terruño, dice, Reyles exagera cómicamente los rasgos del personaje de Tocles “hasta trazar su propia caricatura” (p. 171), enfrentando la intelectualidad al criterio utilitario, Qui- jote a Sancho, Tocles a Mamagela (p. 190). La paradoja o el abismo viene planteado, según el comenta- rista, porque “frente al error y al mal que provienen de la falsa intelectualidad, no presenta la antítesis de la intelectualidad verdadera, sino la negación, de toda intelectualidad, lo que es como combatir a la enfermedad con la muerte” (p. 192). El resultado del combate es, ni más ni menos, desesperan- zador: 17 Alberto Zum Felde. Crítica de la Literatura Uruguaya. Sinopsis histórica. Montevideo: Maximino García, Editor, 1921. [30] El triunfo del utilitarismo de Mamagela deja en la obra un vacío espiritual tristísimo. Cuando Tocles, al final, desenga- ñado, resignado y sumiso, quema sus manuscritos y sus car- tas, el lector siente que no son sólo las ideas y las aspiraciones del pobre Tocles lo que se quema, sino toda aspiración espi- ritual y toda idea. (p. 192) Siendo Tocles su caricatura, y habiendo postulado la comu- nidad de destino entre autor y obra, Zum Felde abre algunas preguntas que desnudan la metamorfosis intelectual de Reyles: ¿Qué pensar de esta actitud de Reyles? Tocles es una caricatura; todo es ridículo en él, su nombre, su figura, sus títulos, sus ambiciones, sus fracasos. Al encarnar Reyles su propia acción en este personaje, en quien ha querido condenar y escarnecer al intelectualismo, ¿no es a sí mismo que se condena y escar- nece? ¿Se trata de un auto de fe consigo mismo? (p. 193) Este arrepentimiento público y manifiesto en la novela for- ma parte del proceso intelectual de Reyles, como lo desentra- ña el crítico: En la evolución filosófica de Reyles — evolución de la con- ciencia, es decir -la tesis de “El Terruño” puede significar una transición entre el realismo dogmático de "La Muerte del Cisne” y la transición idealista de los ‘‘Diálogos Olímpicos”. Mamagela - en quien el autor pone su razón — reduce el radicalismo de la ideología de la Fuerza a un prudente po- sitivismo: la voluntad de potencia se resuelve en un utilitaris- mo burgués. El buen sentido práctico y el nominalismo moral anulan, pues, la tragedia que se planteaba en aquella adapta- ción nietzcheana al plano económico. ¡Nietzsche se transfor- ma en Smiles! (pp. 193-194) [31] Confirma su afirmación de que toda obra de Reyles es un libro de tesis (ensayos y novelas) independientemente de su realización literaria. Tesis que van modificándose sin modifi- car el modo de expresión del autor. 5. El léxico: Domingo A. Caillava [1921] En su breve ensayo La literatura gauchesca en el Uruguay18 Domingo Caillava reconoce en Carlos Reyles al “ilustre nove- lista” (“quizá el mejor de los novelistas uruguayos”) y afirma que El Terruño es una “interesante novela psicológica”. Y con- tinúa: Es una obra bien escrita, en la que se aprecia perfectamente el estilo elegante y castizo de su autor, así mismo como sus excelentes condiciones de novelista, tanto en el modo de es- tudiar sus personajes como en lo que podríamos llamar su técnica especial para mover los individuos, dar realce y vida a las escenas y combinar las situaciones dramáticas de modo que produzcan una emoción intensa en el ánimo del lector; más que emoción, un sentimiento de conmiseración para esos seres desdichados, miserables; esas almas ignoradas que viven en los sitios más deshabitados de nuestra campiña. Caillava, sin embargo, emite una opinión negativa sobre el trata- miento literario del discurso (disertaciones) y del lenguaje escogido por Reyles: Hay en El Terruño largas disertaciones filosóficas, que tal vez repartidas en otra forma, hubieran beneficiado el desarrollo de la trama; pero aun así mismo la obra es interesante, sobria en los pasajes secundarios y muy dramática. De lamentar es 18 Domingo A. Caillava. La literatura gauchesca en el Uruguay. Montevi- deo: Claudio García, Editor, 1921. [32] que el señor Reyles no haya empleado en los diálogos de sus paisanos, el léxico gauchesco, único lenguaje que aún hablan la mayoría de los hombres rurales, y así la verdad de la ac- ción, sería más real, más nuestra.(pp. 61-62) 6. Una acción práctica: Luisa Luisi [1922] La poetisa y crítica Luisa Luisi, en medio de un estudio ma- yor sobre Reyles,19 analiza El Terruño reconociendo que es “la menos novelesca” de las novelas de Reyles, a la que considera “una obra de tesis y de propaganda” (p. 451) acerca del con- flicto entre la ciudad y el campo, que cobra “los relieves de una verdadera oposición y hasta de lucha, en la que el autor dará el triunfo total y completo a la campaña”. Es, sin dudas, una “obra recia, profunda y originalísima” (p. 468) cuya premisa tácita, según Luisi, es que la única riqueza explotable del Uruguay es la ganadería. Junto al escritor apa- recen el estanciero y el político. El conflicto aparente o real entre prédica o propaganda y obra novelesca o calidad literaria, ya descubierto por Laspla-ces, es analizado por Luisi. La dependencia de ser una obra de propaganda de una tesis, según la comentarista, desencadena cierta pérdida de interés de la trama, “pesada y lenta” y, final- mente, que no haya tenido el éxito que otras obras del autor han tenido. (p. 452) Sin embargo, la obra vale por sí misma, incluso en compa- ración con otra obras de Reyles. Así las analiza: Y sin embargo, hay en El Terruño riqueza de caracteres, dra- maticidad psicológica, vigor de colorido y profundidad de miras, mayores acaso que en las dos obras citadas [La raza de Caín y El embrujo de Sevilla]. Como intención, como 19 Luisa Luisi, “Carlos Reyles, novelista”, Nosotros 158 (1922), 292-320 y 159 (1922), 451-483. [33] trascendencia, como originalidad americana, El Terruño es superior a las demás novelas de Reyles, aunque le gane en realización artística y en fuerza pasional El Embrujo de Se- villa, y en dramaticidad y hondura psicológica, La Raza de Caín. Esta última pudo ser escrita por un autor extranjero; por un español, El Embrujo. El Terruño sólo pudo ser escrito por un uruguayo, y entre éstos solamente por Carlos Reyles. Todas sus ideas, todas sus esperanzas, el objeto mismo de su vida, sus más caras aspiraciones, están contenidas en El Terruño, y algo también en Beba. (pp. 452-453) Los tres elementos de análisis son, entonces: intención/tras- cendencia/originalidad americana, fuerza pasional y drama- ticidad/hondura psicológica. En el primer rubro El Terruño vence. Sin embargo, enseña Luisi, un elemento de exclusivi- dad. Las otras dos obras podrían haber sido escritas por ex- tranjeros, no así El Terruño, donde se verifica la originalidad del escritor uruguayo, su pensamiento y su acción. Esta exclusividad tiene que ver con distintos factores, que son analizados de esta manera: Pero El Terruño será siempre la obra que arranca de lo más hondo y de lo más castizo de su autor. Por no haber com- prendido esta ulterior trascendencia de la obra, su significa- do racial, y mejor aún que de raza, de tierra y de pueblo que contiene, por haberlo juzgado solamente desde el punto de vista novelesco y psicológico, los críticos de la ciudad sólo vieron lo que a la ciudad y a su cultura se refería, olvidando que su autor, no podía renegar de lo que constituye para él, atractivo y razón de la existencia: el progreso material y moral, el cultivo y el ornamento del espíritu, la satisfacción de las necesidades estéticas e intelectuales, que por encontrar demasiado pobres en su patria, va a buscar, con harta fre- cuencia, a las grandes capitales europeas. (p. 453) [34] La obra de Reyles requiere más que un “punto de vista no- velesco y psicológico”. Hay que mirarla desde la profundidad de su autor y de su genuinidad de pertenencia a su tierra y su pueblo para ir más allá de la ciudad y llegar a su “ulterior trascendencia”. El deseo del autor tiene que ver con “esta flor de civilización y de cultura, el arte, la ciencia, la especulación desinteresada del espíritu”, que “quiere desentrañarlas de lo más hondo e in- trínseco de su tierra”. Reyles, según Luisi, “dirige sus esfuerzos a la campaña, en cuya riqueza ha de asentar sus raíces, el árbol futuro de la civilización y la cultura”. (p. 453) Para la crítica Luisi, “la más grande originalidad de las doc- trinas filosóficas utilitarias de Reyles se expresan en el episodio de Papagoyo”, en su fugaz participación en la partida revolu- cionaria junto al caudillo nacionalista y en la resolución que le da Mamagela creando una (necesaria) ilusión-engaño (pp. 455-456). Toda la prédica de Reyles, simbólica esta vez, tiende a volver a su equilibrio la mala distribución de las energías, devol- viendo a la campaña, las legítimas fuerzas que le correspon- den; al cuerpo, un sano y urgente egoísmo, impidiendo que ellas se esterilicen en un vano empeño de inútil cultura. Es para dirigir a la juventud vacilante, descarrilada por huecas declamaciones literarias, hacia las fuentes de la riqueza, del trabajo y de la energía encerradas en nuestra campaña, que El Terruño simboliza, aunque por veces exagere, la oposición real entre la ciudad y el campo. (p. 462) Mamagela encarna “la campaña sana y fecunda, frente a la ciudad y a su mal comprendida cultura” y también “los egoís- mos bien entendidos […] y que al arraigarse en la realidad inmediata y concreta, acaban por rematar en generosidad, en desinterés, en altruismo”. [35] Así, y a un mismo tiempo, concilia y funde Reyles en esta novela, sus dos grandes prédicas, que pueden reducirse a una sola. Es Mamagela, la encarnación del egoísmo individual, de donde parte, para levantarse a un generoso desinterés; y es también, el egoísmo social que parte del trabajo rural, re- munerador y concreto, para elevarse al progreso y a la civili- zación del país. De este oculto sentido de su principal figura, nace la fuerza de su actuación en la novela, que adquiere a ratos, la vehemencia de la prédica y a ratos la profundidad de la filosofía. Y por su tono y por su intención El Terruño es hermano carnal de La Muerte del Cisne; y como éste tiene también, a veces, las exageraciones propias de los libros de combate. Eligió Reyles la forma de novela, y puso en ella el vigor analítico y la fuerza creadora de personajes, que hacen de él, un novelista de garra poderosa; pero conserva el libro, a pesar de ello, su fisonomía inconfundible, de propaganda filosófica y social, y de enseñanza eficaz. (p. 465) Los comentarios finales del extenso ensayo de Luisi, revelan elementos que tienen que ver con la factura literaria del libro, subrayando, por ejemplo, su “realismo”: Pero a pesar de todo, la fuerza dramática, es en ciertos epi- sodios, tan vigorosa, el colorido tan real, la descripción tan exacta, que parece estarse viviendo la concreta realidad de los hechos. (p. 466) También menciona la reseñista un dato curioso: que no se le da lo cómico a Reyles: ni es su fuerte ni se compadecen del sentido emanante de la obra: Un sentido cómico, inusitado en nuestro autor, y que no nos parece su fuerte, pone de vez en cuando, su ligero toque. El estilo, fuerte, musculoso, castizo, y al mismo tiempo, mo- derno y viril, se esmalta en esta novela de algunas crudezas [36] de expresión, acaso demasiado fuertes para nuestro gusto. Estas, y la nota cómica, que no se avienen con el sentido trascendente de la obra, son lo que menos nos agrada de ella. (p. 467) 7. Irrealidad: Juan Carlos Onetti [1939] Un joven Juan Carlos Onetti emitió un juicio sumamente negativo sobre El Terruño en una breve nota que recuerda a Carlos Reyles a un año de su muerte: La personalidad de Reyles fue una de las más interesantes y típicas en nuestro ambiente. Realizó como nadie el tipo del “estanciero”, el señor semi-feudal, culto, totalmente europeo por raza y formación, pero acriollado, buscando ser uno con la tierra donde le tocó nacer, por una necesidad de afirma- ción, prejuicio telúrico e intelectual —sospechamos— en este caso. Es fácil percibir el cambio de signo. Onetti coloca la semilla de la sospecha a todos los comentarios y juicios previos. Y continúa desplegando su punto de vista: Sus obras nacionales, “Beba", “El Terruño”, nos muestran un Uruguay visto por un espíritu extranjero. La figura heroi- ca del caudillo en “El Terruño”, que ahora recordamos por su fuerza magistral es puramente intelectual, artística, en el sentido de irrealidad que lleva el término. Una montonera épica tratada por un esteta, absurdamente distante de lo que el caudillo y las patriadas fueron en este país.20 El pretendido realismo de Reyles es “irrealidad”, “fuerza puramente intelectual y artística”. La calificación de “esteta” 20 Juan Carlos Onetti, “Carlos Reyles”, Marcha, 6 (28 de julio de 1939). [37] por parte de Onetti da vuelta la consideración bastante con- sensuada en la crítica previa, que afirmaba que la fuerza de la tesis de la novela estaba por encima de la cuestión literaria.Una montonera épica absurdamente distante, donde el “ab- surdamente” suena a declarar moribundo al libro y a su autor. Vargas Llosa, comentando esta nota de Onetti, subraya que “las críticas a la literatura folclórica y telúrica no van dirigidas contra la idea de una literatura nacional” sino “porque le pare- ce una literatura importada e insincera, que en nombre de lo pintoresco sacrifica la realidad profunda del país”.21 Este juicio inaugura una nueva etapa, que Pablo Rocca en- cuentra en los “intereses urbanizadores” de Onetti, en su “ac- titud ante la literatura rural uruguaya” y su consideración de su corpus obsoleto.22 Esta postura la desarrollarán “con algo más de cuidado y no menos vehemencia” varios críticos de la generación del 45. 8. La lápida: Mario Benedetti [1950] De alguna manera, Mario Benedetti emitió la partida de defunción de Reyles en un artículo de 1950.23 El criterio revisionista de Benedetti tiene como punto de partida -según su mirada- la evidencia de que “una lectura to- tal […] de la obra literaria de Reyles, provoca en el lector una reacción de antipatía que no resulta fácil de pormenorizar”. Más aún, dice el crítico que el “mundo literario de Reyles resulta incómodo, desagradable, y no puede evitarse un pe- 21 Mario Vargas Llosa. El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onet- ti. Madrid: Alfaguara, 2008, 31. 22 Pablo Rocca. Op.cit. 100. 23 Mario Benedetti, “Para una revisión de Carlos Reyles”, Número, Año 2 6-7-8 (1950), 187-197. [38] queño desquite de satisfacción cuando se le abandona”. (pp. 187-188) Esa sensación de incomodidad, desagrado y antipatía des- pierta la pregunta de Benedetti: “¿qué falta allí, qué escondido desequilibrio impide la comunicación entre la conciencia del personaje y la del lector?”.(p. 188) Entre los elementos que va desgranando Benedetti anota que “a Reyles le agrada pasar por realista” pero su realismo apare- ce como parcialmente deshonesto. (p. 191) Y abunda en el argumento: Claro que la falta de verosimilitud y hasta la inconsecuencia literaria con su ambiente o con su tiempo, suelen convertirse en virtudes de un escritor que busque precisamente alejarse de la realidad, y hasta pueden ser imprescindibles, por ejemplo, en el caso de un escritor fantástico. Pero un declarado natura- lista no se halla honestamente en situación de hinchar hasta límites intolerables la existencia de sus criaturas. (p. 192) De ahí que no sea “mera coincidencia que los personajes de Reyles resulten artificiales hasta el ridículo, ni es asombroso que esos mismos personajes incurran en actos a cual más cho- cante. El lector es siempre consciente de que trata con perso- najes, nunca con personas”. Igualmente descubre el crítico que el naturalismo de Reyles tiene otra “alarmante fisura” que es la “notoria incomprensión del ambiente” (p. 192). En El Terruño esta artificialidad se aprecia, por ejemplo, en la salida seudoquijotesca de Papagoyo o en el discurso que pro- nuncia Mamagela envuelta en la bandera patria (p. 193). Comparándolo con los cuentistas del 900 dice Benedetti que Reyles no posee —como Quiroga o como el mismo Via- na— condiciones naturales de narrador, verdadero olfato de la peripecia. Su pobreza narrativa le impide desligarse de sus relatos cortos iniciales, y así Primitivo se transforma en El Terruño […]. (p. 194) [39] El realismo que no lo es tal junto a esta carencia de talento como narrador llevan al jucio lapidario de Benedetti: El hecho de que aun hoy se le considere como un fiel intér- prete, tanto de la realidad gauchesca como de la estentórea Sevilla, es únicamente atribuible a nuestra alarmante esca- sez de narradores. Sólo gracias a ella puede Reyles sobresalir como uno de los pocos valores estimables de nuestra literatu- ra narrativa. (p. 194) Reconociendo incluso el prestigio internacional de Reyles, sugiere el comentarista que una revisión de su obra reduciría este prestigio y pondría la verdad sobre su obra: Es posible que de Reyles estén destinados a sobrevivir su no- toria habilidad descriptiva y algunas pocas páginas de limpio estilo (presentes, en su mayoría, en la primera mitad de El gaucho florido); como obra completa, su cuento “Mansilla”... y nada más. El resto es hinchazón, merced a la cual consiguió Reyles, en su momento, el sensacionalismo que perseguía. Han bastado empero unos pocos años de distancia para que su mensaje aparezca ya como inactual y limitado. (p. 197) Comenta Alberto Paganini el juicio del método crítico de Benedetti, con la “indagación de los entornos de la obra li- teraria” y mostrando que Carlos Reyles “además de escritor fue terrateniente y oligarca”. Dice Paganini que Benedetti “no logró distanciar en el análisis ambos aspectos del escritor, y [que] el resultado fue una diatriba, de las más brillantes pero también de las más injustas. Y recuerda que, posteriormente, Ángel Rama lograría una mayor ecuanimidad crítica, en su análisis. 24 24 Alberto Paganini. Los críticos del 45. Capítulo Oriental 35. Montevideo: Centro Editor de América Latina, 1968, 550. [40] 9.Excepción y disturbio: Angel Rama [1953] Solo tres años después del categórico juicio de Benedetti, El Terruño, sin embargo, es publicado en la naciente Biblioteca Artigas Clásicos Uruguayos junto a la novela breve Primitivo, la primera de las Academias de Carlos Reyles. El cuidado de la edición y el prólogo fueron confiados al joven Ángel Rama.25 En su cuidado escrito, Rama propone mirar a Reyles como “una excepción y un disturbio” en la literatura nacional: […] por cuanto se presenta actuando en dos grandes esferas raramente vinculadas de modo auténtico: la de las letras a las cuales se dedicó respondiendo a un don nato de escritor y a su necesidad de singularización intelectual, y la de los negocios ganaderos en la que actuó con escasa felicidad, en la forma especial cómo en su persona y obra se vincularon y superpusieron artificialmente dos esferas de acción que da- das las características especiales que asumieron en su caso particular, parecían llamadas a separarse e incluso a una opo- sición radical. (p. VII) Rama profundiza en el choque entre estas dos “esferas” de actividad y su resolución literaria en El Terruño, que marca la “finalización del período conflictual” entre estos ámbitos. De su carácter de rico hacendado surgirá su concepción rea- lista de la actividad humana, su afirmación de la energía y la fuerza en el hombre como valores superiores, su defensa del afán de riquezas simbolizado en la obtención de dinero, que es poder, el vago vitalismo nacido de Nietzsche que tiende a 25 Angel Rama. “Prólogo”, en: Carlos Reyles. El terruño y Primitivo. Mon- tevideo: Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social, 1953, III- XV. En la misma colección se publicaron posteriormente La raza de Caín (1965) y Beba (1965). [41] colocar en un segundo plano los valores intelectuales y apor- ta una terminante negación del idealismo romántico basado en la generosidad, el amor desinteresado, la pasión sin cál- culo, el menosprecio del poder material. Estos criterios, que doctrinalmente forman su libro La muerte del cisne, serán novelados en Terruño, donde constituyen la tesis, o mejor, el tema de conversación y discusión que aproxima y aleja a los personajes entre sí. (p. X) El crítico descubre en la creación literaria de Reyles una mecánica que consiste en “la invención de los personajes an- tes que de la situación argumental o del ambiente”. (p. XIV) El ambiente “será casi siempre el mismo: la vida en la es- tancia modelo con los problemas que plantea su buen fun- cionamiento y las fuerzas que lo retardan y dificultan”, cuya presencia es un “permanente telón de fondo que por mo- mentos adquiere especial relieve” e imponiendo a veces “si- tuaciones argumentales como simples derivaciones”.(p. XIV) En la mecánica creadora de Reyles, sin embargo, parece surgir primero, antes que el ambiente, un personaje-concien-cia, descrito así por Rama: [...] un personaje, más exactamente una conciencia que ana- liza a las demás y a sí misma, en busca de una verdad definiti- va; preferentemente un hombre culto, refinado e inteligente, un hombre capaz de comprender la conducta de los demás hombres y también las virtudes y defectos de su persona- lidad, un hombre que abarca el desarrollo y el sentido de la actividad del mundo y por lo tanto de la novela en que actúa, pero que no sobrepasa esta etapa de la comprensión: como si este mucho saber acerca de las fuerzas encontradas del bien y del mal que se mueven en la vida le restara fuerzas para su acción personal, como si vulnerara el resorte íntimo de la voluntad o como si sintiera la inutilidad de su esfuerzo [42] ante el desenvolvimiento fatal de la vida por obra del vigor instintivo y egoísta que ponen en ella esos otros hombres, que sin embargo no comprenden los motivos de sus respec- tivas acciones.(p. XV) Ese “primer personaje” es “visto desde dentro, en la intimi- dad de su conciencia, desdibujándose en su calidad de actor para terminar siendo sólo conciencia que contempla”; no es un actor que desencadena acciones sino un espejo del “impul- so vital” que es el verdadero “promotor de los hechos” (pp. XV-XVI). A su vez, “genera sus propios opositores, que sin embargo pertenecen a su misma familia y en definitiva son emanaciones, en sentidos opuestos, de la particular situación en que se encuentra” (p. XVI). En El Terruño este personaje-conciencia es Tocles y Rama agrega que “no se comprenderá bien el alcance de la novela si no se repara previamente” en esta similitud entre Tocles y Reyles” (p. XVII). Como Tocles, Reyles es un intelectual, ha fundado asociacio- nes para renovar la cultura del país, ha intentado adoctrinar a sus contemporáneos, intervino y fracasó en la vida política, vio la indiferencia hacia sus libros doctrinales, sufrió las con- secuencias de las guerras civiles en sus estancias y escribe por último el libro que Tocles parece abandonar, El maravilloso sonambulismo del hombre . (p. XVIII) La resolución del conflicto, el destino del personaje-con- ciencia, siguiendo la mecánica creadora reyleana sería el aban- dono. Pero hay una resolución en la que el novelista “le obliga a retomar el cauce real forzadamente sin que quede explicada la transformación del personaje necesaria para justificar esta determinación” por lo que este “final conformista no corres- ponde en puridad al desarrollo de la novela”. [43] Esta “resolución forzada” significa una modificación de los presupuestos con que Reyles se manejó previamente. La mecánica creadora del autor incluye, entre otras cosas, que “todos los personajes centrales son manifestación del pro- pio Reyles y [que] las diferencias o aproximaciones entre ellos son dadas por las distintas maneras de vincularse dentro de él, persona y situación” (p. XX). Esta construcción particular de los personajes, a partir del personaje-conciencia, implica que […] en Reyles no hay descubrimiento de nuevas zonas de la vida interior, ni el retrato psicológico como en los grandes novelistas del XIX; hay una contemplación del fluir, contra- dictorio a veces, de su conciencia, y esto nos da la pauta de cómo la nota dominante de su literatura sigue siendo, a pesar de toda su preocupación moral y sociológica, el esteticismo, que en él podemos llamar esteticismo psicologista. (p. XXI) Desde este “esteticismo psicologista”, su concepción de la literatura incluye “la consecución de la belleza, pero también la posibilidad de enseñar a sus contemporáneos, propagando entre ellos lo que piensa sobre diversos asuntos, tanto psicoló- gicos como sociales o políticos” (p. XXI). Entra Rama, de esta forma, en el proyecto literario de Reyles, en su intención y en los medios escogidos: Para “hacer pensar por medio del libro”, más que a tex- tos áridos, recurrió a su propia naturaleza consciente, a las experiencias, dolorosas quizás, que él padeció, lo que nos explica uno de los rasgos más curiosos de su litera- tura. (p. XXII) Pero esta contemplación propia no es “complacencia admi- [44] rativa”, incluye una condena parcial, en la que se pierde “su persona desnuda” pero se salva “la persona que se ampara en la situación” (pp. XXII-XXIII). El mejor exponente de esta situación, como el mejor expo- nente novelístico de su primer período, es El Terruño, don- de su personaje central, presentado quijotescamente como un ser ridículo que sólo parece inspirar menosprecio y que deberá abjurar de sus convicciones para sobrevivir, se eleva sobre el ambiente natural en que se encuentra para tratar de entender los motivos de la conducta humana y el secreto funcionamiento de la vida. (p. XXIII) En torno a este ambiente Reyles ofrece una visión del cam- po uruguayo y de sus problemas económicos, sociales y po- líticos, especialmente la lucha de los partidos tradicionales, “cuyas filas en el campo presenta engrosadas por elementos regresivos como los caudillos y el hermano de Primitivo o por los enganchados a la fuerza, y cuyo enfrentamiento provoca la devastación del campo, arruinando la obra de las fuerzas progresistas, que son las nuevas estancias” (p. XXIV). El conflicto evocado es representado por la tríada Primi- tivo-Tocles-Mamagela, que “da motivo a la situación argu- mental que nos permitirá ver el comportamiento de los tres enfrentados a una realidad categórica que los obliga a tomar posición” (p. XXV). Pero, paralelamente, enseña Rama: […] le permite a Reyles demostrar la pericia de su escritura en la salida quijotesca de Papagoyo, la descripción del com- bate y muerte de Pantaleón, el donaire epistolar de Mama- gela, el preciosismo de sus descripciones que a veces caen en lo pomposo, pero que en otras adquieren una tensión que lo [45] ubica como uno de los mejores prosistas de nuestro moder- nismo. (p. XXIV)26 10. El olvidado: Carlos Martínez Moreno [1968] Uno de los últimos testimonios sobre El Terruño es el que se encuentra en la difundida colección Capítulo oriental. En el fascículo correspondiente, Carlos Martínez Moreno analiza la obra de Reyles y dedica una breve mirada a la nove- la que estudiamos.27 Dice: En 1916 se publica en Montevideo la fundamental novela El Terruño, que la gran mayoría de sus críticos tiene por la no- vela más importante de Reyles. La estancia “El Paraíso’’ es el escenario; Mamagela, la estanciera propulsora, es el retrato — transferido de sexo— de don Carlos Genaro Reyles; su abúli- co marido Papagoyo, el iluso y lamentable yerno, semi-inte- lectual y frustrado político. Tocles (“un tomador de viento”) y el anacrónico caudillo Pantaleón, son sus contrafiguras, sus apoggiaturas dialécticas en el libro. Otra vez, y más caudalo- samente que en Beba, se canta a la empresa rural, al patriarca- lismo feudal y pionero, al trabajo obstinado. (p. 248) Coincide el crítico en que El Terruño marca una bisagra en 26 Como escritor “perteneciente a la primera efusión del modernismo”, la actitud literaria de Reyles incluye “un estilo preciosista, cargado de imá- genes ricas y excesivamente poéticas a veces, pero con una sobriedad que el autor supervalora en el mismo pasaje”, en una “ búsqueda estilista de formas nuevas” en las que llega “al afán de purismo que distingue su novela El Terruño, donde la prosa modernista de sus obras anteriores se españoliza y academiza” (pp. IX-X). 27 Carlos Martínez Moreno. Los narradores del 900: Carlos Reyles. Capítulo oriental 16. Montevideo: Centro Editor de América Latina, 1968. [46] la biografía de Reyles, un cierre de su etapa idealista, cuando “ya ha quemado sus sueños políticos y los personajes proclaman ese chasco (Mamagela) o lo escarmientan (Tocles)” (p. 252). Finaliza Martínez Moreno evaluando el lugar y la atención que Reyles ha despertado. Por una parte, especialmente ateniéndonos “a una antología de sus mejores páginas” en las que hay que incluir “el capítuloXIV del combate y la muerte de Pantaleón en El Terruño , que “puede afirmarse que Reyles narrador está a la mayor altura que haya alcanzado la prosa de ficción en la literatura uruguaya”. Pero, “las reiteraciones, las falsedades, los sonidos a hueco y las arbitrarie- dades de Reyles novelista actúan duramente contra su mejor fortuna literaria en el Tiempo”. Esta contradicción parte del mismo Reyles y le trazó un sino de fracaso, como el de sus actividades productivas. “Hombre arrogante y difícil de contradecir en su época, la posteridad ha hecho algo peor que contradecirlo: ha decidido olvidarlo. Lo cual es injusto” (p. 253). *** A más de cincuenta años de estas palabras, la inclusión de El Te- rruño en el Catálogo del Proyecto Editorial de UTU, rescata par- cialmente del olvido a la novela y nos permite una nueva lectura, desapasionada, quizás más justa.
Compartir