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Geografía Económica

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CAPÌTULO 2
ORGANIZACIÒN ESPACIAL 
DEL SISTEMA ECONÒMICO
1. La organización de la actividad económica
1.1. ECONOMIA Y SOCIEDAD
En uno de los diccionarios sobre geografía más reconocidos en el panorama internacional se comienza una extensa definición sobre el concepto de geografía económica afirmando que es la rama del saber geográfico que trata “de la lucha del hombre por ganarse la vida” y, como tal, “debería ocuparse de la producción humana y sostenible, del uso y la reproducción de las condiciones sociales, naturales y materiales de la existencia humana” ( Johnston, R.J.; Gregory D. y Smith, D. M., 1994, 147 ).
Esa interpretación no está alejada de otras muchas ensayadas para la economía que, por ejemplo, en el Penguin Dictionary of Economics aparece definida como “la ciencia que estudia aquellos aspectos de la conducta e instituciones humanas que utilizan recursos escasos para producir y distribuir bienes y servicios con vistas a la satisfacción de las necesidades humanas”, mientras el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua opta por un enunciado más sintético, al referirse a ella como la “ciencia que trata de la producción y distribución de la riqueza”. No obstante, desde su misma definición inicial, cualquier referencia a cuestiones económicas parece también asociada a conceptos como necesidad y escasez, razón por la que puede resultar útil recordar la definición dada en su día por Sanpedro y Martínez Cortiña, al entenderla como ciencia de la pobreza, “ tanto más extraordinaria y sorprendente cuanto que sigue invencible en esta época nuestra de fabulosa técnica”(Sanpedro, J.L. y Martínez Cortiña, R., 1973, 23 ).
Las cuestiones de índole económica han constituido un reto permanente para todas las sociedades a lo largo de la historia y mantienen e, incluso refuerzan, ese protagonismo en la actualidad, cuando la humanidad se enfrenta al dilema de “cómo elevar los ingresos y mejorar la calidad de vida en todo el mundo, y aun así proteger el planeta para las generaciones futuras” ( Butler, J.H., 1986, 15 ), convirtiendo en hechos declaraciones genéricas como, por ejemplo, las aprobadas en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro ( 1992 ), a favor de hacer compatibles un “desarrollo económico eficiente, justicia social distributiva y conservación del medio ecológico”.
El problema inicial a que deben enfrentarse quienes intentan ahondar en este tipo de estudios desde una perspectiva geográfica es el de abarcar de forma panorámica los múltiples aspectos que componen la realidad económica, respondiendo a la pregunta de cómo analizar las actividades existentes en un territorio, o cómo comparar la situación económica de territorios distintos. Para iniciar ese camino puede resultar de utilidad volver ahora sobre las definiciones iniciales para precisar y desarrollar los diversos conceptos que incorporan.
Tal como ya se afirmó, la actividad económica corresponde a una de las dimensiones básicas de la realidad social, destinada a la obtención de toda una serie de bienes económicos a partir de un proceso de producción basado en la utilización de recursos escasos, susceptibles de usos alternativos, y en la aportación de trabajo humano, para su posterior distribución entre los miembros de la sociedad con objeto de cubrir sus necesidades.
Esos bienes económicos, que se diferencian de otros que en principio son inagotables, como el aire (bienes libres), pueden ser de diversos tipos en función de su naturaleza o características intrínsecas y del uso a que se destinan:
--- Según su naturaleza, pueden distinguirse los bienes de carácter material y tangible ( alimentos, manufacturas, edificios, carreteras…), de los bienes inmateriales o servicios ( educación, ocio, salud, restauración…).
 
--- Según el uso a que se destinan, se diferencian los bienes de producción o capital, que sirven para producir otros bienes (maquinaria, instalaciones industriales…), y los bienes de consumo o finales, que satisfacen directamente las necesidades de la población, subdivididos en bienes de carácter perecedero, que desaparecen en el acto de consumo (una bebida, el combustible de un automóvil…) o duradero ( el propio automóvil, una vivienda…).
El proceso económico existente en cualquier territorio, que permite llevar a cabo las diferentes fases mencionadas, incluye dos tipos de actividades básicas e interdependientes: por un lado, la producción, u obtención de bienes materiales y/o servicios mediante la aportación de trabajo, y, por otro, el consumo, destinado a la satisfacción de las necesidades, tanto objetivas como subjetivas, individuales o colectivas.
En las economías tradicionales de autosubsistencia, de carácter cerrado ambos procesos se combinaban y confundían por lo general en el seno de la unidad familiar ( u otra célula social equivalente), donde se obtenía la práctica totalidad de bienes necesarios para la supervivencia, desde producir alimentos y vestidos a construir la vivienda, reparar las herramientas de trabajo, etc., y donde se llevaban a cabo su uso o consumo. En caso de existir excedentes, era posible un cierto intercambio, bien en forma de trueque entre productos distintos, o mediante otras formas de pago que alcanzaron su pleno desarrollo con la aparición de la moneda.
Aunque los procesos de producción, consumo e intercambio están en la base del funcionamiento económico de las sociedades y los territorios desde los albores de la historia, la evolución registrada a lo largo del tiempo ha supuesto, básicamente, cuatro tipos de transformaciones que merecen destacarse:
---- Un aumento constante de la capacidad de producción, que se ha convertido en exponencial durante los dos últimos siglos, desde el inicio de la primera revolución industrial, hasta plantear problemas sobre el carácter insostenible del modelo de crecimiento masivo con vistas al futuro. Baste señalar, por ejemplo, que desde 1900 y hasta la actualidad, la población mundial se multiplicó por tres, pero la producción total lo hizo por veinte, el consumo de combustibles por treinta y la producción industrial por cincuenta.
---- Una creciente separación funcional y espacial de la producción y el consumo, que se realiza cada vez más por personas y en lugares distintos, lo que ha generado un crecimiento igualmente intenso de los intercambios y de la circulación, tanto mercancías como de capitales, personas o información, que también tienden a ampliar su radio de acción desde el ámbito local, dominante durante siglos, al mundial.
---- Una progresiva especialización de las tareas y las funciones, tanto en el interior de las unidades familiares, con frecuente separación entre ambos géneros del trabajo productivo y de reproducción social o doméstico, como dentro de las sociedades, estableciendo divisorias que guardan una relación muy estrecha con la posición ocupada en la estructura social: trabajadores manuales de producción o del transporte, comerciantes, médicos, empresarios, directivos, etc.
---- Una paralela fragmentación de la producción y del trabajo entre territorios que tienden a especializarse en actividades diferentes, y que generan, en consecuencia, flujos de intercambio de carácter desigual en cuanto al valor y la importancia de lo ofrecen y reciben. Aumentan, pues, tanto la división técnica, como la social y espacial del trabajo, con lo que se facilitan los contrastes iniciales asociados a sus distintas condiciones naturales o herencias históricas.
1.2. EL CARÁCTER SISTÉMATICO DE LA ECONOMÍA Y LA NOCIÓN DE CIRCUITO ECONOMICO
Si se acepta la definición habitual de sistema como conjunto de elementos interrelacionados (frente al simple agregado, compuesto por elementos aislados e independientes entre sí ), que tienden a especializarse y jerarquizarse, mantenimiento un equilibrio dinámico sometido a cambios de estado, puede afirmarse que la economía mundial se configura, cada vez más como un sistema integrado, que puede subdividirse territorialmente: subsistemas nacionales, regionales,etc.
Tal como refleja el diagrama de la figura 2.1, todo sistema, cualquiera que sea su escala espacial, integra dos tipos de agentes económicos principales:
--- Unidades de producción (empresas).
--- Unidades de consumo (individuos o familias).
Entre ambos conjuntos se establece una corriente ( fig. 2.1 ) circular o circuito económico, de carácter permanente y densidad variable según los territorios, compuesta por diversos tipos de flujos:
a) Flujos materiales: las empresas demandan el trabajo y el capital que los individuos / familias están dispuestos a ofrecer, al tiempo que ofrecen toda una serie de bienes y servicios como resultado de su actividad, que las unidades de consumo demandan.
b) Flujos monetarios: las empresas retribuyen los factores recibidos mediante el pago de salarios, intereses y beneficios, mientras las unidades de consumo pagan a las empresas los bienes y servicios que adquieren.
 
Se generan así dos movimientos complementarios de de sentido inverso, que están directamente interrelacionados, por lo que cualquier desajuste entre ambos favorecerá la aparición de desequilibrios. En concreto, si el volumen de producción se mantiene constante o crece menos que la masa monetaria disponible se favorecerá un paralelo aumento de la inflación, con elevación de los precios, frente a una deflación ( descenso de precios ) en caso contrario.
c) Un tercer tipo de flujos, también inmateriales o intangibles pero de importancia creciente en el mundo contemporáneo, son los de información y conocimiento, que se transmiten a través de relaciones interpersonales o de medios de telecomunicación cada vez más densos, rápidos y baratos, circulando en todas direcciones. Pueden presentar formas muy diversas, desde la información sobre mercados, tecnologías disponibles, o demandas / ofertas de trabajo, a la existente en materia de publicidad, precios, condiciones para la localización, etc.
Las relaciones entre los productores y los consumidores no suelen realizarse de forma directa, sino a través del mercado, que es una pieza central en el funcionamiento económico al centralizar las funciones de intercambio que mueven el sistema. Si bien este concepto suele aplicarse a lugares concretos, que han sido objeto de frecuentes estudios geográficos (desde los mercados centrales y de barrio de una ciudad, a las ferias, las Bolsas de valores…), muchas veces no tiene una localización precisa, aunque no por ello deja de presentar connotaciones espaciales. Así, por ejemplo, el mercado de trabajo no se identifica con un lugar concreto donde empresarios y trabajadores se ponen en relación, pero sus características y problemas resultan muy diferentes según las condiciones de cada territorio; algo similar puede decirse del mercado de capitales, actualmente deslocalizado, pero afectado por las políticas monetarias, financieras o fiscales existentes en cada país, que influyen en su mayor o menor disponibilidad y en el precio del dinero.
Pueden distinguirse dos tipos principales de mercados, según lo que se intercambia en ellos: mercados de productos (bienes materiales y servicios) y mercados de factores (trabajo, capital, suelo). Mientras que en las economías de planificación centralizada, inspiradas en el modelo puesto en funcionamiento en la Unión Soviética desde los años veinte de nuestro siglo, esos mercados se sometían al control y la autoridad del Estado, mediante la creación de organismos de planificación encargados de regular su funcionamiento ( productos que se ofrecen, precios, salarios…), en las economías de mercado o capitalistas se supone que son libres, sometidos a las múltiples decisiones de productores y consumidores ( Molina, M., 1984 ). No obstante, esa libertad de mercado está sometida en todos los países a un cierto grado de intervención pública con el fin de evitar algunos desajustes y desequilibrios derivados de la simple superposición de intereses individuales. En el transcurso del siglo y hasta la actualidad, la oposición entre las propuestas neoliberales, defensoras de una mínima intervención en los mercados, frente a las de corte socialdemócrata y keynesiano (del economista británico J.M. Keynes), que defienden la presencia del Estado como contrapeso a los posibles excesos del mercado, marca alguno de los debates clave en economía, que se trasladan a la geografía a través de la discusión sobre importancia que debe otorgarse a las políticas de desarrollo y ordenación territorial.
 La identificación de la estructura y los componentes del circuito económico tiene consecuencias prácticas de interés para la geografía, la primera de las cuales guarda relación con el tipo de indicadores a utilizar para identificar las características económicas de los diferentes territorios, cuestión en la que puede optarse por primar los indicadores relativos a la producción, que miden su potencial para generar riqueza, o los de consumo, que en cambio se relacionan de forma más directa con el bienestar de la población.
 Entre los indicadores del primer tipo, que identifican el potencial productivo de países y regiones, el principal es, sin duda, el producto interior bruto ( PIB ), definido como el valor total de la producción obtenida a lo largo de un año dentro de ese territorio y en todo tipo de actividades. Así por ejemplo según muestra el cuadro 2.1, el PIB total español al iniciarse los años noventa era de 46,3 billones de pesetas, de los que 5,5 billones ( un 11,9 % del total ) correspondieron a las actividades comerciales, otros 5 billones a los servicios públicos, etc., hasta llegar a la exigua importancia alcanzada por la pesca, con apenas el 0,4 % de la producción final. Por contrario, en la economía vasca que con 2,7 billones representó el 6% del PIB español la actividad generadora de mayor riqueza fue la industria de productos metálicos y maquinaria ( 15,5 % del total ), mientras en Castilla –La Mancha, región que generó el 3,4% del PIB español, esa posición de privilegio continuó representada por las actividades agrarias ( 13,2% del total ). No obstante, al calcular el valor final de lo producido aparece siempre una cierta proporción correspondiente a las materias primas que se incorporan, que no debe ser incluida en el cálculo para evitar duplicidades; así por ejemplo, en la fabricación de un automóvil se incluyen múltiples elementos ( motor, neumáticos, carrocería, tapicería, cristales, equipamiento eléctrico…), contabilizados ya en la producción de otros sectores industriales, que a su vez utilizan ciertos recursos naturales ( mineral de hierro, bauxita, hidrocarburos, sílice…) incluidos en la producción del sector extractivo. En consecuencia, para obtener el PIB sólo deberá sumarse el valor añadido por cada una de las actividades existentes en el territorio como resultado de su trabajo, descontando los insumos o recursos utilizados.
 En algunas estadísticas internacionales el PIB es sustituido por el producto nacional bruto (PNB), que corresponde al valor total de la producción obtenida por las empresas de un país, incluyendo sus establecimientos en el extranjero y descontando la conseguida por empresas de capital exterior dentro del territorio nacional, aspectos cada vez más difíciles de determinar ante la creciente presencia de empresas con participación de capitales de origen múltiple, lo que tiende a reducir el uso de este indicador.
 Si al PIB se le descuenta la amortización del capital, es decir, el gasto necesario para reponer las instalaciones, maquinaria e infraestructuras que se desgastan o deterioran en el proceso y que son necesarias para mantener en funcionamiento el sistema económico, se obtiene el producto interior neto ( o el producto nacional neto si se establece a partir del PNB). Al detraer de esa cantidad los beneficios no distribuidos y reinvertidos por las empresas, junto con los impuestos pagados por éstas, y sumar o restar los flujos de capital que pueden llegar o salir del territorio, se obtiene la renta nacional ( o, en su caso,regional), que es la cantidad disponible para destinar al consumo. Finalmente, si a la reta nacional se le descuentan los impuestos personales y las cotizaciones sociales que paga cada trabajador, se alcanza a contabilizar la renta familiar disponible, que es la cantidad que realmente llega a los bolsillos de la población. 
Dividida entre el número de habitantes, permite calcular la renta por habitante o renta per cápita, que es un prímenos equilibrada que exista en cada territorio y las desviaciones reales existentes a esa cifra.
 En relación con los estudios geográficos, lo más importante de lo señalado es el hecho de que, con frecuencia, la distribución espacial de la producción y la renta no resultan espacialmente coincidentes en función de las transferencias de capital entre territorios, el nivel impositivo existente en cada uno, etc., así como tampoco ofrecerá resultados comparables el uso de indicadores absolutos o de valores referidos a la población, lo que debe tenerse en cuenta ante el riesgo de manipulación estadística que conlleva la elección de unos u otros. Así, por ejemplo, los datos de la figura 2.2 sobre la distribución regional del PIB en España y del PIB por habitante ofrecen dos imágenes muy distintas de la realidad: en la primera, destaca la fuerte concentración de la producción total en Cataluña, Madrid, Andalucía y la Comunidad Valenciana, que representan cerca del 60% sobre el total español, frente a las pequeñas comunidades de Navarra, Cantabria y La Rioja, que ocupan el extremo opuesto; en la segunda, la inclusión de la cifra de habitantes parece atenuar los contrastes interregionales y, sobre todo, modifica la jerarquía destacando la posición de privilegio ocupada por Baleares (2,4 millones de pesetas por habitante), bastante por encima de Madrid y Cataluña, frente a la situación más desfavorable que ahora se identifica con Extremadura, Andalucía y Murcia.
Pueden, por tanto, diferenciarse una geografía de la producción y una geografía del consumo. Mientras la primera analiza principalmente las empresas y su actividad, estableciendo los condicionamientos impuestos por el territorio para su localización y características, así como los resultados de su actividad en forma de potencial productivo, la segunda se interesa por determinar tanto la distribución de la renta y la capacidad de compra de bienes y servicios, como las características de los espacios destinados a tal fin, teniendo hasta el momento un desarrollo bastante inferior a la otra.
Pero la apariencia de equilibrio y estabilidad en el sistema económico, que parece deducirse, del esquema cerrado de un circuito que se retroalimenta, resulta engañosa, pues existen factores que pueden generar distorsiones y desequilibrios en su funcionamiento habitual.
Por una parte, el carácter abierto de los sistemas económicos territoriales supone la existencia habitual de relaciones con el exterior que, con frecuencia, tienen un carácter disimétrico, pues las entradas y salidas de capital, mercancías, personas o información resultan excedentarias o deficitarias según los casos, ejerciendo como factor de impulso o freno al crecimiento. La creciente apertura de fronteras para los flujos económicos limita las posibilidades de controlar el sistema a los agentes que operan en su interior y acentúa la inestabilidad, o, en otros términos, hace cada vez más dependiente el desarrollo endógeno --- basado en las iniciativas y recursos internos de factores exógenos.
Por otro lado, en el interior de los sistemas tienden a producirse desajustes periódicos entre una capacidad de producción cada vez mayor y un consumo que crece de manera más irregular, generadores de crisis cíclicas que serán estudiadas en el próximo capítulo. El intento de paliar tales
desequilibrios ha sido uno de los principales factores que impulsaron la intervención del Estado en la economía, sobre todo tras la segunda guerra mundial, ya sea para orientar la producción ( creación de empresas públicas en sectores estratégicos ), impulsar el consumo ( construcción de carreteras, viviendas, fomento de la educación y la sanidad…), redistribuir las rentas generadas a través del sistema fiscal, regular los mercados, atraer inversiones o larga discusión sobre la efectividad de tales medidas.
Finalmente, además de por una estructura interna, referida a la organización y relaciones existentes entre los diferentes agentes y actividades, todo sistema económico se identifica también por una lógica de funcionamiento, es decir, por la forma en que da respuesta a toda una serie de preguntas esenciales, referidas a:
---- en qué cantidad y cómo utilizar los recursos disponibles para la producción;
---- qué necesidades deben considerarse prioritarias;
---- qué cantidad de trabajo aplicar ( número de puestos de trabajo, intensidad y duración);
---- dónde llevar a cabo las diferentes actividades de producción y distribución;
---- cómo distribuir los bienes y servicios obtenidos, tanto entre la población como entre los territorios.
En tal sentido, todo sistema establece los objetivos prioritarios, los medios para conseguirlos y sus principales beneficiarios, es decir, las reglas del juego con las que operan los agentes económicos. En el transcurso de la historia han existido --- a veces en oposición --- diferentes sistemas económicos, desaparecidos ya total o parcialmente: economía de autosubsistencia, esclavismo, feudalismo, planificación centralizada. Esa evolución desemboca hoy en una hegemonía prácticamente completa del sistema económico capitalista, por lo que sus éxitos y fracasos se convierten en un factor que incide de forma directa sobre el bienestar o malestar de personas, empresas, grupos sociales y territorios, así como en sus relaciones.
La estructura, la lógica y la evolución del sistema, destacando en cada uno de estos aspectos su componente espacial, serán por tanto las tres cuestiones clave a considerar en el estudio del capitalismo, como punto de partida para abordar luego su transformación actual y sus efectos sobre la localización de las actividades y los desequilibrios territoriales.
 
2. Estructura y dinamismo del sistema productivo
2.1. LA IDENTIFICACIÓN DE LOS SECRORES PRODUCTIVOS
El núcleo central de la actividad económica de cualquier territorio está constituido por su sistema productivo, definido como “ el conjunto de agentes y relaciones productivas que tienen lugar sobre un espacio determinado”(Scheifler, M..A., 1991, 105 ). 
Está constituido por toda una serie de empresas, unidades básicas de actuación y decisión, con personalidad jurídica, dedicadas a la obtención, transformación y/o distribución de bienes y servicios, que suponen una aportación de trabajo y generan un valor añadido como resultado de su actividad. Se habla de sistema porque entre ellas existe un cierto tipo de relaciones ( compraventa de productos o tecnología, intercambio de información, relaciones sociales, financieras, etc ), y porque además comparten ciertas condiciones comunes para el desempeño de sus tareas, por el hecho de ocupar un determinado territorio ( normativa legal, recursos naturales y humanos, condiciones del mercado de trabajo, etc ). 
Pueden identificarse sistemas productivos a diferentes escalas espaciales, pues , si bien lo más habitual ha sido el estudio de sistemas productivos nacionales y regionales, cada vez se otorga mayor atención al sistema mundial y a los de ámbito urbano-metropolitano.
Las empresas que componen estos sistemas realizan una gran variedad de actividades, complementarias entre sí, que pueden agruparse según su posición y funcionalidad dentro del proceso productivo, tal como reflejas la figura 2.3:
a) Actividades extractivas, dedicadas a la obtención de recursos naturales, principalmente del suelo y subsuelo, así como del mar, que incluyen desde la agricultura y la ganadería, a la pesca, la explotación forestal, las minas y canteras, la producción de energía y la captación de agua. Son la base de todas las demás,aunque su importancia relativa tiende a decrecer en la mayoría de regiones.
b) Actividades industriales, dedicadas a la transformación de los recursos naturales en bienes de naturaleza diferente ( forma, composición, utilidad…), con un incremento de valor en el proceso. Según su posición en ese proceso de transformación, suelen diferenciarse las industrias básicas o de cabecera, que realizan una primera fase a partir de materias primas en bruto ( siderurgia, agroalimentarias, refinerías de petróleo, fabricación de celulosa y pasta de papel…), las industrias de bienes intermedios, que obtienen productos semielaborados (piezas, componentes ) que luego se ensamblan en otros, las de bienes de equipo, que sirven para fabricar otros productos ( maquinaria), por lo que su mercado es también de carácter empresarial, y las industrias de bienes de consumo, que destinan su producción a la población.
c) Actividades de servicios, que incluyen tanto los servicios a las empresas, las actividades financieras y las de transporte/comunicación , que movilizan los flujos (de información y tecnología , mercancías, personas o capital ) que permiten el desarrollo del sistema, junto a las que distribuyen los bienes y servicios entre la población, y las relacionadas con la Administración pública, que regulan su funcionamiento.
Ya en la primera mitad del siglo, los trabajos de Fisher y, sobre todo, de Colin Clark ( 1940), identificaron esas actividades con los sectores económicos, a los que calificaron como primario, secundario y terciario, respectivamente. Según su interpretación, que
alcanzó una amplia difusión posterior, se ha producido una tendencia histórica de carácter evolutivo marcada por un progresivo desplazamiento desde las economías dominadas por el sector primario hacia otras con una importancia creciente de los sectores secundario y terciario, que identificaron con las etapas esenciales en el proceso de crecimiento económico y transformación social. Se pasaría así de las sociedades preindustriales a otras de carácter industrial y, más tarde postindustrial, con un trasvase paralelo de empleos desde sectores en declive a sectores emergentes, propio de las sociedades más desarrolladas, en tanto las más atrasadas aún aparecen dominadas por economías primario – extractivas. Esa visión lineal del crecimiento económico, que identifica la situación actual en nuestro entorno con la transición hacia una sociedad postindustrial como la descrita por Bell (1973),justificando así la creciente terciarización de las economías frente al retroceso de la industria, ha sido contestada en los últimos años, dando origen a un debate entre las denominadas teorías postindustriales frente a las neoindustriales, que será objeto de análisis en el capítulo sexto.
En consecuencia, la realización de un diagnóstico sobre la estructura productiva de un territorio deberá incorporar una referencia a aspectos como:
1. El volumen total de actividades económicas existentes, identificado a través del número de empresas o de establecimientos / centros de trabajo ( una empresa puede tener varios ), el volumen total de empleo y su relación con el desempleo, el valor añadido de la producción, tanto en términos absolutos como en relación a la población, o las ventas / exportaciones generadas.
2. La productividad del trabajo, definida como el valor añadido medio por empleo existente en el territorio, que guarda relación con la eficiencia de las empresas, la cualificación de los trabajadores, o la intensidad en el proceso de trabajo.
3. La composición sectorial, estableciendo el tipo de especialización ( agraria, industrial, de servicios) dominante en el área, aspecto que la llamada teoría sectorial del crecimiento económico considera de especial importancia, pues ciertas actividades tienden a presentar un mayor dinamismo que otras, lo que, en principio, beneficiará la expansión económica de aquellas áreas donde su presencia relativa sea elevada, frente a la situación más desfavorable de aquellas otras especializadas en actividades en declive. Es el caso actual de áreas turísticas de fuerte crecimiento, frente a cuencas mineras productoras de carbón en agudo proceso de reconversión.
El cuadro 2.2, que ofrece toda una serie de indicadores económicos básicos para los quince países de la Unión Europea, permite establecer esas comparaciones. Destaca así la hegemonía de Alemania, Francia, Italia y el Reino Unido como los miembros con mayor participación el PIB total ( 74% de los 6,7 billones de dólares), hegemonía que desaparece cuando se relacionan esos valores con la cifra de habitantes, pasando entonces a las primeras posiciones Luxemburgo, Alemania, Dinamarca y Austria, países que también se encuentran entre los de mayor productividad por empleo y menor tasa de paro, junto con Portugal, Suecia, Bélgica y los Países Bajos. Esos datos guardan cierta relación con su estructura sectorial, pues 
la mejor situación económica suele corresponder con bajos niveles de población trabajadora en el sector agrario ( inferior al 4% en el Reino Unido, Bélgica, Suecia, Luxemburgo, Alemania y Países Bajos), en contraste con una fuerte terciarización de todas las economías, que ya ocupan a más de la mitad de sus activos en el sector terciario o de servicios ( hasta el 71,2% en los Países Bajos y el 69,9% en Suecia), mientras la importancia de la industria resulta bastante más heterogénea, destacando países como Alemania, Austria, Italia y España, que superan el actual promedio del 32,6%. Tanto los contrastes estructurales entre los países del norte y del sur, como la posición intermedia de España en ese conjunto, pero con diferencias apreciables según el tipo de indicador utilizado, permiten una primera aproximación descriptiva al análisis de su realidad económica.
2.2.
LOS FACTORES DE PRODUCCIÓN
La capacidad productiva de los diferentes sistemas nacionales, regionales o locales, así como su desigual potencial de crecimiento, están condicionados, en buena medida, por la disponibilidad de toda una serie de factores de producción, definidos como aquellos recursos o insumos que utilizan las empresas originarios, que son la tierra y el trabajo, y factores derivados de los anteriores, como el capital y la tecnología.
 El factor tierra hace referencia al conjunto de recursos naturales que son utilizados en el proceso de producción, que constituyen un objetivo prioritario para los estudios neoeconómicos desde sus orígenes al establecer una relación directa entre la sociedad y la naturaleza. Suele señalarse que la existencia de recursos abundantes, de calidad y a bajo precio constituye un primer factor para impulsar el crecimiento económico de cualquier territorio, afirmación genérica que puede constatarse en determinados países y regiones. No obstante, deben incorporarse, al menos tres tipos de matizaciones. Por un lado, esos recursos no son inmutables, pues las condiciones técnicas y de mercado pueden hacer rentables recursos que antes no lo eran, o reducir el valor de otros, y ejemplos como el antes mencionado de determinadas cuencas carboníferas, o la ruina de ciertas regiones tropicales que a principios de siglo basaron su auge en la explotación del caucho a partir de las plantaciones de hevea, desaparecidas cuando se inventó el caucho sintético, son dos de los más mencionados. Por otro, también ha sido frecuente que la dominación ejercida por grandes compañías de procedencia exterior sobre los recursos naturales de determinadas áreas del mundo, que pagan unos precios muy bajos y obtienen así grandes beneficios repartidos y reinvertidos en los países de origen, no sólo no permitió el crecimiento económico y el bienestar social en las áreas de extracción, sino que las sometió a relaciones de dependencia, que en su momento pudieron revestir un carácter colonial, por lo que la propiedad de los recursos nunca puede considerarse al margen de su calidad o cantidad. Finalmente, en algunas áreas la sobreexplotación de unos recursos no renovables, o que exigen largosperíodos para su recuperación, ha provocado una degradación progresiva de las condiciones medioambientales al superarse los márgenes de tolerancia con efectos negativos a largo plazo.
 El factor trabajo se identifica con los recursos humanos existentes en un territorio, elemento central como sujeto de una actividad productiva que debe orientarse a la satisfacción de sus necesidades, de los que interesará conocer, ante todo, el volumen de la fuerza de trabajo disponible ( número de personas en edad de trabajar), relacionado con aspectos como la tasa de crecimiento ( natural y migratorio) y la estructura por edades de la población , la participación de la mujer en el mercado de trabajo remunerado, o las condiciones legales de entrada y salida de ese mercado. Una oferta de trabajo abundante fue valorada tradicionalmente como un factor necesario de impulso al crecimiento económico, generando, en consecuencia, políticas de corte poblacionista en ciertos momentos y lugares, destinadas a incrementar esa oferta mediante la atracción de inmigrantes o el fomento de la natalidad. Pero en el momento actual, cuando el cambio tecnológico tiende a desequilibrar la relación entre la oferta y la demanda de trabajo a favor de esta última, con el consiguiente aumento de los excedentes laborales desocupados, se otorga mayor importancia a otras características cualitativas, como puedan ser su nivel de formación y cualificación, su costes salariales, su productividad, así como su organización y capacidad reivindicativa. La creciente división técnica y espacial del trabajo diversifica su influencia según los tipos de actividades; así por ejemplo, mientras algunas se interesan aún por la existencia de una oferta laboral abundante y a bajo precio, siempre que cuente con una productividad suficiente, otras priman la cualificación o experiencia profesional aunque puedan suponer mayores salarios. 
El factor capital se define como el conjunto de bienes disponibles destinados a producir otros bienes, que pueden revestir la forma de capital líquido o monetario, existente bajo la forma de dinero, o bien de capital físico, formado por toda una serie de bienes de producción materiales y tangibles, muchas veces inmovilizados en el territorio; carreteras y aeropuertos, escuelas, máquinas e instalaciones productivas, viviendas, parques industriales, etcétera. Esta división se relaciona de forma directa con los conceptos de capital fijo, que corresponde a aquellos bienes de producción duraderos que se acumulan en el tiempo y permiten elevar la capacidad competitiva del territorio, y del capital circulante, que se consume en el proceso productivo (pago de salarios, energía, etc. ), conceptos próximos a los de capital constante, “parte del capital que se transforma en máquinas, instalaciones, materias primas, etcétera, cuya producción no aumenta el valor sino que solamente lo conserva”, según Mandel ( 1974 ,62 ), y capital variable, “ parte del capital con que el capitalista compra la fuerza de trabajo”. La teoría económica marxista planteó que el progreso técnico y la necesidad de competir tienden a aumentar la composición orgánica del capital, es decir, la proporción de capital constante en el total, exigiendo crecientes inversiones que han favorecido una concentración cada vez más acusada en grandes grupos empresariales, que tienden una posición dominante con relación a la pequeñas y medianas empresas (PYMEs).
 Un último factor, ignorado durante bastante tiempo, pero que en los últimos años ha adquirido un protagonismo creciente, es la tecnología, que puede definirse de forma genérica como el conjunto de conocimientos y métodos incorporados al proceso productivo para mejorar su eficiencia y rentabilidad, tanto si se incorporan a los procesos, elevando su rapidez y precisión, reduciendo sus costes, etc., como a los productos, mejorando su calidad y diferenciación. La tecnología se constituye en un factor de primera importancia para elevar hoy la capacidad competitiva, tanto de las empresas individuales como de los territorios donde se generan y/o aplican esas innovaciones, si bien a costa de originar también nuevos problemas a resolver (destrucción de puestos de trabajo, exclusión de quienes no pueden incorporarse al rápido cambio tecnológico, etc ).
La importación y el significado de estos cuatro factores productivos ha variado a lo largo del tiempo y también resulta diferente según territorios. Desde una perspectiva histórica, se ha producido un desplazamiento progresivo desde economías basadas en las condiciones/recursos naturales y la aportación de trabajo, donde el poder se relacionaba con la propiedad de la tierra y el control de una población sometida con frecuencia al estatuto de siervo o esclavo, hasta economías basadas en fuertes inversiones de capital y un intenso desarrollo tecnológico, que se constituyen hoy en los principales resortes del poder, frecuentemente interrelacionados ( Töffler, A.; 1990 ). Desde una perspectiva geográfica, el desigual reparto de los factores productivos favorece la especialización económica de los territorios en función de las ventajas comparativas que cada uno de ellos ofrece, relacionadas con el factor más abundante y barato disponible ( suelos con alta calidad agronómica, mano de obra barata, buenas infraestructuras de comunicación, centros de investigación de calidad…), lo que también impulsa los flujos comerciales. Al mismo tiempo, el organigrama sobre la estructura del sistema productivo (véase fig. 2.3) también ayuda a comprender los contrastes esenciales en la localización de los distintos tipos de actividades y empresas, pues mientras algunas lo harán próximas a determinados factores ( recursos minerales, profesionales de alto nivel, suelo en polígonos industriales, etc,), otras lo harán en la proximidad de otras empresas con las que mantienen relaciones frecuentes, y un último tipo se situará al final del proceso, junto a los mercados de consumo que representan las grandes concentraciones de población.
En conclusión, el estudio de los sistemas productivos, cualquiera que sea la escala espacial utilizada, deberá incluir una referencia a los apartados que se incluyen en el cuadro 2.3: a la descripción de su estructura interna y las pautas de localización mostradas por sus diferentes actividades habrá de seguir un esfuerzo por identificar los factores explicativos de tal situación, junto a las tendencias evolutivas observadas y sus posibles efectos sobre otros componentes ( sociales, demográficos, ambientales…) del territorio. Pero superar la referencia a casos concretos en la búsqueda de una interpretación más ambiciosa sobre las relaciones entre economía y territorio sólo será posible si se comprende que los fenómenos locales que observamos responden a una lógica global relacionada con el funcionamiento del sistema económico.
3.
Lógica espacial del sistema capitalista: mecanismos de funcionamiento y fases de desarrollo
Tal como acaba de afirmarse, analizar la estructura interna del sistema y las tendencias que marcan su evolución resulta claramente insuficiente si no se incorpora una referencia explícita a los objetivos que guían la actuación de los diversos agentes, privados y públicos, que participan en la actividad económica, los mecanismos de actuación que ponen en práctica para alcanzarlos, así como los principales resultados observables en el plano económico –espacial. En tal sentido, la organización espacial de la actividad económica contemporánea depende, en lo esencial, de las características del sistema capitalista, que en sus cinco siglos de existencia ha mantenido invariables una serie de principios básicos que lo identifican entre los sistemas económicos que se han sucedido en la Historia. Esos rasgos, que definen la esencia del capitalismo, pueden resumirse con fines didácticos en cinco fundamentales:
a) Multiplicidad de agentes económicos y sociales, con predominio de la empresa privada y la búsqueda del beneficio individual como objetivo prioritario,frente al carácter subsidiario de la intervención pública.
b) Competencia creciente entre las empresas, que fuerza la aplicación de diversas estrategias de respuesta que incluyen aspectos espaciales, además de favorecer una tendencia hacia la concentración económica.
c) Acumulación de excedente como fundamento último del sistema, y como base que hace posible la inversión, el crecimiento económico y la expansión de las relaciones capitalistas.
d) Determinación de los precios en el mercado a través de los mecanismos de oferta y demanda, que influyen sobre qué producir, en qué cantidad, dónde y para quién, excluyendo a aquellos que no puedan acceder a esos mercados.
e) División técnica, social y espacial del trabajo, como mecanismo para lograr su rentabilidad máxima, lo que favorece la segmentación sociolaboral y la creciente especialización de los territorios.
Pero, junto a esas características que permanecen prácticamente inmutables pese al transcurrir del tiempo, la evolución del capitalismo ha supuesto también un gran número de cambios que han modificado en profundidad su fisonomía. Aunque buena parte de esos cambios tienen un carácter incremental y muy lento, generando pequeñas alteraciones en la organización económica, que se reparten de manera aleatoria a lo largo del tiempo, periódicamente han tenido lugar cambios radicales que supusieron verdaderas rupturas o crisis en la evolución del sistema, permitiendo la identificación de diversas fases de desarrollo que, bajo denominaciones diversas, son referencia habitual en los estudios de historia económica.
Suele hablarse, así de un capitalismo mercantil o preindustrial, imperante hasta finales del siglo XVIII, al que sucedió una era de capitalismo industrial o competitivo, resultado de las grandes transformaciones estructurales que introdujo la primera revolución industrial en la transición al siglo XIX. La nueva fase de crisis, que trajo consigo la calificada como segunda revolución industrial a comienzos del siglo XX, transformó algunas características del modelo anterior, inaugurando así la era del capitalismo monopolista, identificada por otros con el fordismo, que mostró signos de agotamiento desde finales de los años sesenta. Se inició entonces una nueva fase de crisis e inestabilidad, que desencadenó el inicio de una tercera revolución industrial, como puerta de entrada a una nueva fase de capitalismo global, que hoy define ya con bastante nitidez sus contornos, asociada a nuevos esquemas productivos y espaciales que algunos vinculan al posfordismo o la sociedad informacional (Ominami, C., ed., 1988; Castells, M, 1989; Santos, M., 1994; Amin, A., ed., 1994 ).
En cada una de esas etapas, aunque la lógica general del sistema se mantenga, tienen lugar rápidas y profundas modificaciones que afectan a cuatro dimensiones básicas de la realizad económica-espacial ( véase fig. 2.4 ):
--- Los recursos materiales disponibles, con cambio de la tecnología dominante y la importancia ostentada por los diferentes factores productivos.
---- La organización de la producción y el funcionamiento de las empresas, tanto en su interior como en sus relaciones mutuas.
---- La regulación sociolaboral y la presencia institucional del Estado en el funcionamiento de la actividad económica.
---- La organización territorial, que en el plano económico incluye las pautas de localización seguidas por los distintos tipos de sectores y empresas, las redes de flujos o relaciones espaciales entre las mismas, así como los contrastes derivados, visibles a distintas escalas.
 A partir de ese contexto interpretativo, que pese a la inevitable simplificación que introduce también pretende orientar en la búsqueda de regularidades y la comprensión de determinados problemas, comunes a diferentes áreas del mundo, las páginas que siguen se dedicarán a analizar los rasgos invariables que definen la esencia del capitalismo, junto con algunas de sus principales consecuencias en el plano geográfico, que han permitido hablar de un espacio del capital ( Lipietz, A., 1977; Sheppard, E. y Barnes, T., 1990; Fernández Cuesta, G., 1994). Tras esa panorámica de conjunto, el siguiente capítulo abordará el análisis de los cambios cíclicos asociados a su proceso de desarrollo, con una particular atención a los modelos territoriales que se han sucedido hasta la actualidad.
4.
Lógica del benefició estrategias espaciales de las empresas
4.1. EL BENEFICIO COMO PRINCIPIO BASICO DE ACTUACIÓN Y FACTOR DE LOCALIZACIÓN
 El capitalismo se define, ante todo, como un sistema económico en el que domina la propiedad privada de los medios de producción, ostentada ya sea de forma individual o conjunta (sociedades limitadas, sociedades anónimas, cooperativas, etc.), junto al trabajo asalariado de la mayoría de la población. Esto supone la coexistencia de múltiples agentes económicos en la toma de decisiones , con objetivos diferentes y a menudo contrapuestos, que aplican estrategias de actuación específicas para alcanzar sus fines, incluyendo algunas de índole espacial que comienzan por su localización. En palabras de Dobb, el capitalismo es “un sistema en el que los instrumentos y utensilios, las estructuras y los stocks de bienes por medio de los cuales se realiza la producción ---- el capital, en una palabra--- son predominantemente de propiedad privada o individual (aquí incluidos los particulares unidos como propietarios conjuntos bajo la forma de una sociedad anónima o compañía mercantil en donde la propiedad de cada individuo está singularizada bajo la forma de acciones ). Esto se describe más sencillamente como sistema de empresa privada” (Dobb, M., 1972, 11).
 En consecuencia, tanto la producción como la distribución de bienes y servicios que tiene lugar en nuestras sociedades es realizada de forma prioritaria por empresas privadas, cuyo principal objetivo a corto plazo es la obtención de beneficios como resultado de su actividad. Ese beneficio o plusvalía puede definirse como el excedente que queda tras la venta de sus productos o servicios en el mercado y una vez retribuidos los factores productivos utilizados en el proceso ( mano de obra, suelo o inmuebles, energía consumida, mientras primas…), así como descontada la amortización del capital gastado en el mismo y los impuestos que se pagan. Si esa cifra anual se divide por el valor de los bienes de capital invertidos, se obtiene la tasa de beneficio, que es un indicador más preciso de la rentabilidad económica de una empresa, un sector de actividad o un territorio. Las diferencias sectoriales y territoriales en la tasa de beneficios son un factor de impulso al desplazamiento del capital a favor de las actividades y espacios más rentables en cada momento, y en detrimento de aquellos otros que nunca lo fueron o se ven afectados por un cierto declive.
Por su parte, la actuación de los consumidores parece guiada, en gran parte, por el principio de utilidad, o grado de satisfacción obtenida en el acto de consumo, una vez descontados los costes e incomodidades a que debieron enfrentarse para su realización: pago de los bienes y servicios adquiridos, tiempo de desplazamiento, etc.
Aunque resulta evidente que la actuación empresarial se ve también guiada por otros móviles complementarios (seguridad y reducción de riesgos, prestigio o imagen, crecimiento a largo plazo…), algunos de ellos no contables por ser de índole extraeconómica y con un acusado componente subjetivo, no es menos cierto que el principio del beneficio resulta un factor explicativo fundamental en los procesos de decisión, lo que hace conveniente identificar sus determinantes principales, pues inducirán otras tantas estrategias de actuación tendentes a maximizarlo. Si se parte del principio de que el beneficio viene a ser la diferencia obtenida entre ingresos y gastos, su volumen anual se verá influido por todo un conjunto de factores como los que se recogen en el cuadro 2.4:
---- Por un lado, el aumento de ingresos puede conseguirse ampliando el volumen de compradoreso el precio de producto/ servicio, para lo que la eliminación de competidores potenciales, la mejora de su calidad y diferenciación, la localización en importantes mercados o la búsqueda de otros nuevos, a ser posible protegidos, serán estrategias de respuesta habituales por parte de muchas empresas.
---- Por otro, la reducción de los costes medios de producción puede lograrse mediante la mejora de la eficiencia productiva por tiempo de trabajo o empleo, la disminución en el precio pagado por los insumos (salarios, suelo, materias primas, bienes de capital, servicios ) y en los gastos de desplazamiento necesarios para mantener la relación entre los diferentes establecimientos de la empresa ( costes de coordinación), o con clientes y proveedores ( costes de transacción). Para esos fines, la incorporación de innovaciones en los procesos, los productos o la gestión, la búsqueda de nuevos proveedores, de suelo y mano de obra más baratos, etc., así como la localización allí donde resulte más fácil conseguirlo, o en espacios bien comunicados y accesibles, serán actuaciones frecuentes, de importancia variable según sectores y empresas. Tal como habrá ocasión de estudiar en el capítulo 7, las llamadas teorías neoclásicas de localización intentaron explicar la distribución espacial de los diversos tipos de actividades a partir de la sencilla ecuación:
Beneficios= Ingresos- Costes ( Producción + Transporte)
 Es evidente que los supuestos restrictivos y el esquematismo argumental que supone una explicación de las localizaciones empresariales a partir del simple principio del beneficio han propiciado una profunda revisión crítica tendente a buscar explicaciones multicausales capaces reaproximarse a una realidad compleja. No obstante, las estrategias espaciales identificadas en el cuadro 2.4 continúan siendo útiles para interpretar, al menos de forma parcial, el comportamiento geográfico de numerosas empresas y los mapas de distribución resultantes.
4.2. EL CARÁCTER SUBSIDIARIO DE LA INTERVENCIÓN PÚBLICA
 Hasta su rápida y profunda crisis a finales de los años ochenta, y durante más de medio siglo, las economías de planificación centralizada que imitaron la experiencia soviética intentaron promover un modelo económico basado en el protagonismo del Estado, tanto a través de la creación de un organismo central encargado de definir los parámetros básicos del sistema, como mediante la propiedad pública de la mayor parte de los medios de producción, que, en todo caso, permitía la presencia de pequeñas empresas privadas con un carácter marginal y en actividades no consideradas estratégicas ( agricultura, comercio, minorista, artesanía…). Por el contrario, en el capitalismo la importancia de la intervención pública en la organización de la economía y el espacio económico debe valorarse como subsidiaria, pese al evidente incremento registrado a lo largo del siglo XX, frente al predominio ejercido por los agentes privados.
No obstante, una afirmación tan genérica como ésta corre el peligro de establecer una oposición frontal entre lo público y lo privado que ignore su frecuente complementariedad y vinculación, así como de no valorar adecuadamente las múltiples funciones que el Estado y otras estructuras políticas cumplen en la organización del sistema productivo en la práctica totalidad de países del mundo, sintetizadas en cuatro fundamentales:
· Función legislativa, mediante el establecimiento de un marco normativo que influye sobre la actividad de los restantes agentes económicos y sobre sus relaciones mutuas. La importancia de sus decisiones en materia fiscal y financiera ( presión impositiva, coste del dinero…), en la regulación de los mercados ( relaciones laborales, suelo…), el control de los precios, o las relaciones económicas con el exterior ( proteccionismo arancelario frente a la importancia o apertura de fronteras, condiciones para la inversión exterior…) es el exponente de unas actuaciones que nunca pueden ser neutrales en el reparto de beneficios y perjuicios entre agentes con intereses muchas veces opuestos.
· Función productora, mediante la creación de empresas públicas o la participación junto al capital privado en empresas mixtas, que operan, sobre todo, en sectores considerados estratégicos ( energía, transporte, medio de comunicación, industria militar…), o que exigen fuertes inversiones en capital fijo y tienen una rentabilidad muchas veces limitada que desanima a la iniciativa privada ( minería, industria pesada…). Sus decisiones de actuación no responden, en ocasiones, a motivaciones de carácter estrictamente económico, sino social o político, por lo que pueden jugar un papel compensador aun a costa de una menor rentabilidad a corto plazo, lo que también suele reflejarse en unas pautas de localización diferenciadas.
· Función promotora y de ordenación, mediante la aprobación y aplicación de políticas económicas y territoriales orientadas a impulsar el crecimiento o la modernización/reconversión de sectores específicos, la mejora de los factores productivos ( política de infraestructuras, tecnológica, de formación y empleo…), o el desarrollo de regiones concretas mediante actuaciones de promoción. 
En otros casos, lo que se busca es una mejor ordenación de las actividades en el territorio para evitar así efectos indeseados sobre la población o el medio ambiente, intentando hacer compatibles los beneficios de los agentes individuales con el beneficio social, si bien no puede ignorarse que en bastantes ocasiones la actuación pública acaba propiciando determinados interese particulares.
· Función redistribuidora, tanto mediante una política de rentas destinada a generar transferencias de capital entre grupos sociales, como con la provisión de diversos servicios públicos ( sanidad, educación, cultura, transporte, ocio…), que deben asegurar un cierto nivel asistencial a toda la población en aras del principio de equidad, aspectos que también se cumplen de forma muy desigual según los territorios.
En cualquiera de esas cuatro vertientes complementarias, la actuación pública tiene unas implicaciones geográficas evidentes, ya que afecta las interrelaciones que establecen la economía y el territorio. Así, por ejemplo, los cambios en materia legislación fiscal, laboral o de control del capital exterior pueden atraer o desanimar ciertas inversiones empresariales, que también se verán influidas por la existencia o no de buenas comunicaciones, controles medioambientales, subvenciones a la instalación, población con alto nivel educativo, servicios públicos de calidad, etc. Al mismo tiempo, los controles a la inversión de las grandes empresas, muchas veces de capital transnacional, también asegurarán que sus beneficios reviertan en mayor medida sobre la colectividad, evitando algunos efectos indeseados, frente a la conversión del territorio en simple plataforma para sus operaciones, sin apenas efectos multiplicadores en el entorno.
La intervención pública en la economía ha sido objeto de controversia y factor de enfrentamiento entre las diferentes opciones teóricas que interpretan el funcionamiento económico, así como entre los grupos sociales y organizaciones políticas que con su actuación lo hacen posible. La oposición entre las tesis favorables a una total liberalización del sistema, frente a los partidarios de un intervencionismo que alcanza grados diversos según los casos, nos remite a un debate ya antiguo, que se ha renovado periódicamente hasta la actualidad. Así, tras un largo período que se inició en el primer tercio del siglo XX, dominado por una creciente presencia pública en los diversos planos ya señalados, considerada por algunos como compensadora de los abusos y disfunciones asociados a la mano invisible del mercado, e, incluso como garante de la propia viabilidad del sistema, la crisis económica de los años setenta supuso una revitalización de las posiciones neoliberales que, bajo el argumento de “menos Estado y más mercado”, propugnaban una progresiva desregulacióneconómica y laboral favorecedora de una más rápida adaptación a los rápidos cambios del entorno. 
La flexibilización de los mercados de trabajo, la creciente apertura exterior en materia comercial y financiera, la privatización de empresas públicas rentables y el cierre de otras que generan pérdidas, las limitaciones impuestas al gasto en materia de ayuda al desarrollo, o el cuestionamiento de algunos servicios asociados al llamado Estado del bienestar en el mundo desarrollado son el exponente de una tendencia que ha dominado la escena internacional y los medios de comunicación de masas desde hace más de una década. La desprotección de aquellos segmentos del tejido social y económico más débiles, que extiende los fenómenos de marginación ( Álvarez-Uría, F., ed., 1992), así como la crisis de ciertos territorios con dificultades para afrontar ese nuevo marco de creciente competencia resultan sus principales contrapartidas.
5. Competencia y concentración empresarial
5.1 LA BÚSQUEDA DE VENTAJAS COMPETITIVAS
La actuación de las empresas, guiada por la búsqueda del beneficio, nunca se produce de forma aislada, sino en confluencia con otras que operan en los mismos mercados y tienen objetivos similares, lo que impone ciertas limitaciones y condicionamientos a su capacidad de decisión. Se establece así una competencia entre empresas y territorios, que trae consigo el establecimiento de relaciones jerárquicas y que tiende a ampliar su escala con el paso del tiempo hasta alcanzar hoy en bastantes casos un ámbito mundial.
En consecuencia, la búsqueda de ventajas competitivas, entendidas como el “dominio y control por parte de una empresa de una característica, habilidad, recurso o conocimiento que incrementa su eficiencia y le permite distanciarse de la competencia” (Bueno, E. y Morcillo, P., 1994, 274), se convierte en clave explicativa fundamental de la actuación empresarial, incluidos sus comportamientos espaciales.
La búsqueda de rentabilidad a corto plazo, junto al deseo de asegurarse la permanencia en el mercado o el crecimiento a medio y largo plazo obligan a las empresas a adoptar toda una serie de estrategias competitivas, que variarán según el sector de actividad en que operen (por ejemplo, el comercio minorista de alimentación, la banca, la industria de telecomunicaciones o petroquímica, la consultoría, etc.), la estructura de la propia empresa ( tamaño y nivel de capitalización, origen del capital, complejidad de su organización interna, etc.) y las características del entorno territorial en que actúen ( marco legislativo, nivel de renta de la población, calidad de las infraestructuras y servicios disponibles, etc. ). No obstante, todas las empresas deberán adoptar una serie de decisiones genéricas que, según la teoría de las ventajas competitivas, pueden resumirse en las que recoge el cuadro 2.5:
· Competir en costes, reduciendo al mínimo posible el precio de los bienes o servicios que se ofrecen mediante el abaratamiento de los factores productivos, o el aumento de la productividad del trabajo, frente a la opción de competir en calidad y productos diferenciados de los de la competencia (diseño, marca propia, denominación de origen, certificación de calidad reconocida…), aunque los precios resulten más elevados que los de otras empresas. Mientras la primera estrategia favorece muchas veces la localización en espacios habitualmente calificados como periféricos, donde pueden minimizarse algunos de esos costes ( salarios bajos, suelo barato…), la segunda suele acompañarse de mayores exigencias en servicios de calidad complementarios, personal cualificado, etc., lo que restringe sus posibilidades de difusión territorial, favoreciendo en cambio su localización en áreas ya desarrolladas.
· Especializarse en solo tipo de producto e, incluso, en alguna gama concreta destinada a un nicho de mercado específico ( fabricantes de automóviles de lujo, de calzado deportivo, comercio de antigüedades, empresas financieras de capital-riesgo…), o bien diversificar la oferta para abastecer múltiples segmentos de mercado ( fabricantes de automóviles en serie con amplia gama de modelos, grandes almacenes, banca comercial…). Si en el primer caso la dispersión habitual de una clientela reducida puede favorecer concentrar la oferta de ese producto en un solo establecimiento bien comunicado, desde donde se distribuye a todo el mercado, en el segundo son más habituales localizaciones múltiples, próximas a los compradores o condicionadas por otro tipo de factores.
· Operar en un ámbito territorial reducido, con la mayor parte de los proveedores y los clientes localizados en un entorno local o, a lo sumo, regional, frente a la posibilidad de hacerlo en áreas más extensas, que pueden alcanzar en un número creciente de casos una dimensión internacional. Si en el primer caso una buena posición en el interior de esa área reducida no sólo es la mejor ubicación sino que, en bastantes casos, es la única que se consideró, en el caso de las empresas que operan en diversos países es frecuente la instalación de un centro de trabajo en su interior ( o, al menos, en los más importantes) para evitar posibles restricciones aduaneras y conocer mejor sus demandas específicas, si bien en los últimos años se asiste a una relocalización en algunos sectores, planteada a partir de una estrategia de conjunto que será objeto de atención en el capítulo 4; las grandes ciudades con amplios mercados y los principales nudos en las redes de transporte internacional son, en este caso, lugares privilegiados para implantar ese tipo de establecimientos.
· Por último, las empresas pueden optar por llevar a cabo una integración de múltiples tareas y actividades en su interior, o por el contrario, descentralizar todas aquellas que --- bien porque generan un valor añadido escaso, son muy especializadas, o bien se utilizan tan sólo de forma esporádica----- resultan más rentables compradas o subcontratadas en el exterior, lo que cada vez parece más frecuente ante las mayores facilidades para la comunicación entre empresas. 
Mientras la primera estrategia no genera unos efectos espaciales determinados, la segunda sí se asocia con cierta frecuencia a espacios con gran densidad de empresas, donde resulta más fácil y barato el establecimiento de ese tipo de redes.
 Pero la competencia también se establece entre países, regiones y ciudades cada vez más próximos e interdependientes, conectados por redes de flujos de densidad y complejidad crecientes. La competencia se convierte así en factor de dinamismo e inestabilidad, que tiende a erosionar con cierta rapidez las ventajas adquiridas por empresas y territorios, originando con ello un constante desplazamiento entre los ganadores y perdedores del proceso económico. Así, la obtención de elevados beneficios por parte de determinadas empresas en una rama de actividad atraerá la aparición de un gran número de imitadores, del mismo modo que los territorios donde se obtengan altas tasas de beneficios atraerán nuevas inversiones e instalación de empresas, con la subsiguiente elevación de costes y el riesgo de saturación. En consecuencia, tal como recuerdan Bowles y Edwards (1900, 129 ), “en el mercado queda muy lejos el concepto de equilibrio competitivo. Como Alicia en el país de las maravillas, el capitalista no debe dejar de correr si quiere mantenerse en el mismo sitio”.
 No obstante, los anteriores planteamiento sobre los comportamientos empresariales se basan en el supuesto de una competencia perfecta, con un gran número de productores y compradores de pequeña dimensión, que no tienen capacidad para influir sobre el precio ni establecen relaciones de dominación y dependencia entre ellos, existiendo además una perfecta movilidad, tanto de los factores productivos, como de las mercancías y la información. La realidad, en cambio, aparece dominada por situaciones de competencia imperfecta, con múltiples sectores y subsectores de actividad en donde unas cuantas grandes empresas ejercensu dominio sobre las restantes, e influyen, a través de la publicidad, sobre el comportamiento de los consumidores, lo que les permite adoptar otro tipo de estrategias que es preciso tener en cuenta.
5.2 LAS GRANDES EMPRESAS COMO PROTAGONISTAS EN EL FUNCIONAMIENTO DEL SISTEMA ECONÓMICO
 La forma más sencilla de medir el grado de competencia existente en un sistema productivo o en un sector concreto de éste consiste en analizar qué proporción del empleo, las ventas o la producción total corresponde a las mayores empresas existentes, con lo que se obtiene un índice de concentración orientativo. En la tercera edición de su conocida obra sobre Localización el espacio, Lloyd y Dicken ( 1990 ) recogieron información sobre diferentes países y sectores, llegando a la conclusión de que la tendencia a la concentración durante las últimas décadas resultaba bastante generalizada, si bien con notables diferencias según los casos, pues existen actividades, como las industrias del automóvil, aeronáutica o de fabricación de neumáticos, junto a las grandes cadenas de distribución comercial o los servicios de telecomunicación, donde el control ejercido por unas pocas firmas es máximo, frente a un reparto más equilibrado en otras.
 La frecuencia de tales situaciones no es fruto de la casualidad, sino consecuencia directa de la propia lógica competitiva, que ha favorecido un proceso histórico de concentración del capital, es decir, de crecimiento de unos a costa de otros, materializado en la aparición de grandes empresas, protagonistas destacadas del rumbo adquirido por la economía mundial. Pese a las mencionadas diferencias según sectores y países, la información disponible coincide en destacar su creciente poder financiero y tecnológico, así como una capacidad de influencia social y política que no puede cuantificarse pero que resulta innegable. Identificadas en su fases iniciales de desarrollo con la industria, la minería o las entidades financieras, su presencia se extiende a otras muchas actividades del sector servicios, desde los grandes operadores turísticos, los medios de comunicación y editoriales, las cadenas hoteleras, etc.
 El cuadro 4.8a, que identifica las mayores empresas del mundo por su cifra de negocios en 1994, pone de manifiesto la dimensión gigantesca de compañías que llegan a controlar más de medio millón de trabajadores repartidos por todo el mundo y un volumen de ingresos que en ciertos casos llega a superar con creces los cien mil millones de dólares. También apunta la tendencia paralela hacia una progresiva centralización del capital en grupos o conglomerados que integran empresas industriales, comerciales, de transporte y comunicación, etc., generalmente articuladas a través de una corporación financiera que actúa como núcleo. Éste es el caso de los grandes holdings, donde una sociedad de carácter privado o público ejerce el control del grupo mediante participaciones en el capital y los consejos de administración de las restantes empresas, ya sea de forma mayoritaria o minoritaria, lo que hace que sus límites externos resulten, con frecuencia, bastante imprecisos y cambiantes. Ése es el caso de los grandes grupos financiero-industriales españoles o de la Corporación Siderúrgica Integral, surgida tras la reconversión de la siderometalurgia en los años ochenta, tal como se articulaban en 1996 ( véase fig. 2.5).
 El tamaño empresarial favorece una mayor capacidad competitiva frente a la mayoría de pequeñas y medianas empresas ( PYMEs), lo que trae consigo un proceso de carácter acumulativo que tiende a retroalimentar las diferencias iniciales, ahondándolas. Entre las principales ventajas asociadas a la dimensión suelen destacarse:
--- La obtención de economías de escala, tanto en la producción, como en el transporte, la distribución, la compra de servicios, etc., por reducción de los costes medios por unidad al mantenerse los costes fijos y sólo crecer los costes variables a medida que aumenta el volumen de activad. Una factoría consigue esas economías porque el gasto que supone su construcción o la compra de maquinaria se atenúa si éstas se utilizan a pleno rendimiento, mientras se acentúa si trabajan por debajo de su capacidad; una gran empresa de distribución puede conseguir mejores precios de los transportistas si utiliza vagones o contenedores de carga completa, así como de los fabricantes si les asegura un volumen de facturación muy elevado, etc.
--- Unos mayores recursos disponibles, para investigación y desarrollo tecnológico (I+D), publicidad y marketing, compra de equipos, o contratación de los mejores especialistas, así como mayor capacidad de riesgo, lo que puede traducirse en mayor eficiencia, calidad y, en definitiva, competitividad.
--- Una superior capacidad negociadora, tanto respecto a proveedores y clientes, como en sus relaciones con los gobiernos, en especial los regionales y locales, o los sindicatos; eso tenderá a reflejarse en un mayor control sobre el funcionamiento de las otras empresas, o en un trato especialmente favorable por parte de la Administración con tal de atraerlas o impedir que se trasladen, que puede revestir formas muy diversas (subvenciones, contratos…).
 El tamaño suele afectar también a la toma de decisiones relacionadas con la organización espacial de la propia empresa. Sin entrar en análisis más detallados que serán tratados en el capítulo 4 al analizar el caso de las firmas multinacionales, baste ahora señalar que, en las grandes organizaciones, la propiedad del capital, repartido en acciones, se disocia con frecuencia de la dirección / gestión de la empresa, controlada por un grupo de directivos que forman lo que Galbraith (1967) calificó como tecnoestructura, más interesados por la estabilidad o el crecimiento de la empresa a medio / largo plazo, que asegure su propia posición, que por un beneficio inmediato; esto puedes favorecer localizaciones guiadas por el objetivo de abrir nuevos mercados, adelantarse o expulsar a posibles competidores, etc., aunque su rentabilidad inicial sea moderada.
 No obstante, esa tendencia hacia una mayor concentración y centralización del capital, que convierte a la gran empresa en agente decisivo, con capacidad de influencia sobre los restantes actores económicos, debe ser matizada y ponderada en doble sentido:
 --- El dinamismo económico de numerosas regiones sigue protagonizado por un gran número de PYMEs, que reúnen y generan buena parte del empleo total, sin que deban asociarse de forma genérica a empresas de carácter marginal. Por el contrario, en los últimos tiempos se ha insistido en el dinamismo y capacidad innovadora mostrados por determinados territorios conocidos como distritos industriales, caracterizados por la presencia de un elevado conjunto de PYMEs industriales y de servicios a la producción que operan en red, combinando estrategias de competencia por ocupar los mismos mercados con otras de cooperación formal o informal, lo que les permite mejorar su eficiencia al especializar en mayor medida su actividad, acceder a mayor información, adquirir ciertos servicios de uso común, etc. ( Benko, G. y Lipietz, A., eds.,1992).
 --- La concentración económica no debe confundirse con la concentración técnica de la actividad de las empresas en grandes establecimientos donde se integran tareas diversas. Aunque la aparición de grandes fábricas, inmuebles de oficinas o grandes almacenes acompañó durante décadas la tendencia anterior hasta el punto de parecer indisociables, al tiempo que se producía una paralela concentración espacial a favor de las grandes ciudades, las nuevas tecnologías de información favorecen hoy una segmentación o fragmentación de algunas actividades en establecimientos más pequeños pero interconectados, junto a una cierta recuperación del trabajo domiciliario. Crece así con rapidez el número de empresas multilocalizadas, con establecimientos distribuidos en lugares diversos para así beneficiarsede sus ventajas comparativas para el desarrollo de alguna de sus actividades ( costes inferiores por abundancia de algún factor productivo), o abastecer diferentes mercados de consumo. Esas empresas toman sus decisiones de localización en función de una estrategia de conjunto, que en unos casos favorece la reproducción del mismo tipo de establecimiento en lugares diferentes ( por ejemplo, los grandes hipermercados, restaurantes de comida rápida, fábricas de bebidas, etc.), mientras en otros supone una especialización de los centros de trabajo en tareas diferenciadas y complementarias, lo que conlleva efectos muy distintos en cada lugar sobre el volumen y la calidad del empleo generado, la demanda de suelo o servicios auxiliares, los flujos de transporte o el medio ambiente.
6.
Excedente, inversión y crecimiento desigual
6.1.
LA ACUMULACION DE EXCEDENTES COMO CLAVE PARA LA REPRODUCCIÓN AMPLIADA DEL CAPITALISMO
Tanto para sus más acérrimos defensores como para sus críticos, resulta incuestionable que el capitalismo es el sistema económico que históricamente ha generado un mayor crecimiento de la producción y el consumo, así como unas transformaciones más intensas en las sociedades y los territorios que lo albergan, si bien tampoco puede ignorarse que todo ello trajo consigo unos elevados costes sociales y ambientales, “la era capitalista no tiene igual. Durante la vida relativamente corta del capitalismo--- corta históricamente hablando ---- el mundo ha cambiado de una forma más rápida, más constante y más profunda que durante cualquier otro período anterior. Además, el ritmo de cambio parece que se está acelerando, por lo que podemos esperar que, a lo largo de nuestra vida, se producirán más cambios radicales” ( Bowles, S. y Edwards, R., 1990, 19 ).
 
Ese crecimiento ha sido posible a partir de la acumulación de excedente, objetivo básico del sistema en su conjunto, tal como el beneficio o la utilidad lo son para las unidades de producción y consumo, respectivamente.
 Ese excedente puede definirse como aquella parte de la producción total que queda, una vez descontada la cantidad de bienes y servicios consumida por la población y aquella otra necesaria para reponer los restantes factores ( maquinaria, infraestructura, materias primas, inmuebles…) utilizados o consumidos en el proceso productivo. En otros términos, el excedente es la diferencia entre el producto total y el producto necesario para la reproducción social, más la amortización del capital gastado, lo que exige un cierto tiempo de trabajo excedentario que no se remunera a los trabajadores.
--- aumentar la cantidad de trabajo(tiempo, intensidad ) de la población; 
 --- reducir su nivel salarial y de consumo;
 --- elevar la productividad del trabajo y reducir el desgaste o la depreciación del capital mediante la incorporación de progreso técnico.
 Por esa razón, el control de las decisiones que afectan a la generación de excedentes ( proceso de trabajo), así como as u distribución entre los componentes de la sociedad ( uso social del excedente) son elementos esenciales de todo sistema económico. Ambos aspectos permiten la identificación de clase sociales, entendidas como grupos de personas que comparten un determinada posición dentro del sistema y en el control del excedente ( propietarios del capital, ya sean industriales, comerciantes, accionistas, etc.; asalariados, autoempleados), más allá de otras características que pueden aparecer o no de forma adicional, como un nivel de renta y educativo similar, una determinada distribución espacial, etc.
 La habitual contraposición de intereses entre el capital y el trabajo por la apropiación o reparto de ese excedente puede ayudar a comprender algunas tendencias recientes en las estrategias espaciales de determinadas empresas. Así, durante el período expansivo que vivieron las economías capitalistas desarrolladas ( de 1945 a 1970 aproximadamente ), las bajas tasas de desempleo favorecieron un progresivo aumento en la capacidad negociadora de los trabajadores traducida en una elevación de los salarios reales ( en relación a los precios). Al tiempo, el ámbito nacional de la mayor parte de las empresas contraponía para éstas la deseada reducción de los costes laborales con la necesidad de mantener unos salarios capaces de asegurar un alto nivel de demanda. La crisis progresiva de ese sistema se ha producido con el aumento de las tasas de desempleo, que reduce la capacidad reivindicativa de los trabajadores y favorece un frecuente descenso de los salarios reales, que en el caso español se pone de manifiesto con la caída registrada por la participación de las rentas del trabajo en el conjunto de la renta nacional, desde su máximo histórico en 1979 ( 64,3% del total ), hasta poco más del 55% en 1991 ( véase fig. 2.6). 
Al mismo tiempo , se disocian cada vez más los lugares de producción y consumo, lo que ha hecho rentable la deslocalización de una parte de la producción hacia países de bajos salarios, desde donde la mayor parte de lo obtenido se destina a la exportación, lo que ya no exige en la misma medida unos trabajadores con cierta capacidad adquisitiva.
6.2. INVERSIÓN, CRECIMIENTO ECONÓMICO Y CAMBIO ESPACIAL
El excedente acumulado por una sociedad puede destinarse a usos diversos, según los intereses y valores de quienes lo controlen: construcción de infraestructuras y equipamientos públicos, adquisición de bienes suntuarios o material bélico, reducción del tiempo de trabajo, etc. No obstante, la competencia entre las empresas y la búsqueda de beneficios crecientes fuerzan a los propietarios del capital a dirigir una parte sustancial del mismo hacia la inversión, con objeto de reponer los bienes de capital gastados (depreciación) y generar nueva capacidad productiva (inversión neta ).
La realización de inversiones, tanto privadas como públicas, desencadena una espiral de crecimiento acumulativo que se difunde al conjunto del sistema generando efectos multiplicadores ( véase fig. 2.7), al elevar el potencial productivo de las empresas y favorecer la creación del empleo, lo que se traducirá en el consiguiente aumento de las rentas y la capacidad de consumo de una parte significativa de la población, elevándose así las tasas de beneficio de numerosas firmas, lo que generará un nuevo estímulo para invertir. No obstante, además de que cada territorio genera un determinado volumen de excedente, una parte variable de la inversión realizada por las empresas puede dirigirse fuera del país o la región de origen cuando las expectativas de beneficio resultan mayores y el nivel de riesgo escaso, por lo que la materialización de esos procesos de crecimiento inducidos por los flujos de inversión resultará desigual en el espacio y cambiante en el tiempo, aspecto que se acentúa con la creciente globalización y apertura de los mercados de capital.
La continuidad de esta tendencia estructural a los largo de la historia no sólo explica el formidable crecimiento registrado en la capacidad productiva, es decir, en la cantidad y variedad de bienes y servicios disponibles ---- al menos para quienes pueden adquirirlos en el mercado ----, sino también la expansión territorial del sistema a la búsqueda de nuevas fuentes de aprovisionamiento, nuevos mercados de consumo y áreas para la realización de inversiones rentables destinadas a la producción de mercancías. Desde sus orígenes en las ciudades comerciales de la Europa mediterránea y noroccidental durante la Baja Edad Media, el capitalismo se ha difundido ----de forma voluntaria o mediante el uso de la fuerza ---- hasta resultar hoy hegemónico en la
práctica totalidad del mundo, tras la crisis del sistema de planificación centralizada en Europa oriental y la antigua Unión Soviética, su progresiva transición hacia formas de economía mixta en China, y la reducción constante de las áreas que aún mantienen economías de autosubsistencia.
La acumulación de excedentes es, por tanto,

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