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Aula 04 - Tiempo pasado

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TIEMPO 
PASADO· 
Cultura de la memoria 
y giro subjetivo. Una discusión 
por 
Beatriz Sarlo 
Siglo 
velntlun� 
editores 
Argentina 
ÍNDICE 
l. Tiempo pasado 
2. Crítica del testimonio: sujeto y experiencia 
3. La retórica testimonial 
4. Experiencia y argumentación 
5. Posmemoria, reconstrucciones 
6. Más allá de la experiencia 
Agradecimiento 
9 
27 
59 
95 
125 
159 
167 
l. Tiempo pasado 
El pasado es siempre conflictivo. A él se refieren, en compe­
tencia, la memoria y la historia, porque la historia no siem­
pre puede creerle a la memoria, y la memoria desconfía de 
una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos 
del recuerdo (derechos de vida, de justicia, de subjetividad). 
Pensar que podría darse un entendimiento fácil entre estas 
perspectivas sobre el pasado es un deseo o un lugar común. 
Más allá de toda decisión pública o privada, más allá de 
la justicia y de la responsabilidad, hay algo intratable en el 
pasado. Pueden reprimirlo sólo la patología psicológica, in­
telectual o moral; pero sigue allí, lejano y próximo, ace­
chando el presente como el recuerdo que irrumpe en el 
momento menos pensado, o como la nube insidiosa que 
rodea el hecho que no se quiere o no se puede recordar. 
Del pasado no se prescinde por el ejercicio de la decisión 
ni de la inteligencia; tampoco se lo convoca simplemente 
por un acto de la voluntad. El regreso del pasado no es 
siempre un momento liberador del recuerdo, sino un adve­
nimiento, una captura del presente. 
Proponerse no recordar es como proponerse no percibir 
un olor, porque el recuerdo, como el olor, asakt, incluso 
cuando no es convocado. Llegado de no se sabe dónde, el 
lO llEATRJZ SARLO 
recuerdo no permite que se lo desplace; por el contrario, 
obliga a una persecución, ya que nunca está completo. El re­
cuerdo insiste porque, en un punto, es soberano e incontro­
lable (en todos los sentidos de esa palabra). El pasado, para 
decirlo de algún modo, se hace presente. Y el recuerdo necesita 
del presente porque, como lo señaló Deleuze a propósito de 
Bergson, el tiempo propio del recuerdo es el presente: es de­
cir, el único tiempo apropiado para recordar y, también, el 
tiempo del cual el recuerdo se apodera, haciéndolo propio. 
Del pasado puede no hablarse. Una familia, un estado, un 
-·· 'gob!erno pueden sostener la prohibición; pero sólo de modo 
aproximativo o figurado se lo elimina, excepto que se elimi­
nen todos los sujetos que van llevándolo (ese fue el enloque­
cido final que ni siquiera logró la matanza nazi de los judíos). 
En condiciones subjetivas y políticas "normales", el pasado 
siempre llega al presente. Esta obstinada invasión de un tiem­
po (entonces) sobre otro (ahora) irritó a Nietzsche, que lo de­
nunció en su batalla contra el historicismo y contra una "his­
toria monumental" represora de los impulsos del presente. 
Una "historia crítica", por el contrario, que 'juzga y con­
dena", es la que correspondería a "aquel a quien una nece­
sidad presente oprime el pecho y que, a toda costa, quiere 
liberarse de esa carga".l La denuncia de Nietzsche (que es­
cuchó Walter Benjamín) se dirigía contra posiciones de la 
1 Friedrich Nieuschc, Sobre la utilidad y los pe1juicios de la historia para 
la vida, Madrid, Edaf, pp. 56-58. 
TIEMPO PASADO 11 
historia traducidas en •poder simbólico y en una dirección 
sobre el pensamiento. La historia monumental ahogaba el 
impulso "ahistórico" de producción de la vida, la fuerza por 
la cual el presente arma una relación con el futuro y no con 
el pasado. La diatriba nietzscheana contra el historicismo, 
articulada en el contexto de sus enemigos contemporáneos, 
también hoy puede hacer valer su alerta. 
Las últimas décadas dieron la impresión de que el im­
perio del pasado se debilitaba frente al "instante" (los luga­
res comunes sobre la posmodernidad con sus operaciones 
de "borramiento" repican el duelo o celebran la disolución 
del pasado); sin embargo, también fueron las décadas de 
la museificación, del heritage, del pasado-espectáculo, las al­
deas potemkin y los theme-parks históricos; lo que Ralph Sa­
muel designó como "manía preservacionista";2 el sorpren­
dente renacer de la novela histórica, los best-sellers y los 
films que visitan desde el siglo XIX hasta Troya, las histo­
rias de la vida privada, a veces indiscernibles del costum­
brismo, el reciclado de estilos, todo eso que Nietzsche lla­
mó, con irritación, la historia de los anticuarios. "Las 
sociedades occipentales están viviendo una era de auto-ar­
queologización¡', escribió Charles Maier.3 
1 
� Ralph Samuel, Theatres uf Memury, Londres, Verso, 1996 ( 1994), 
p. 139. Samud escribió un libro pionero e u el cambio de foco de la histo­
IÜ de circulación pública, es decit; la que excede el recinto acadé111ico. 
3 Tite Un,w;terab/e Past; flistmy, Hulow.ust, aud Gennan Natiuual!dmtity, 
Cambt·idge (Mass.) y Londres, Hat·vanl University Press, 1988, p. 12:). 
) 
12 Bf.ATRlZ SAIU.O 
Este neohistoricismo deja disconformes a los historiado­
res y a los ideólogos, como la historia natural victoriana de­
jaba disconformes a los evolucionistas darwinianos. Indica, 
sin embargo, que las operaciones con la historia entraron 
en el mercado simbólico del capitalismo tardío con tanta 
eficacia como cuando fueron objeto privilegiado de las ins­
tituciones escolares desde fines del siglo XIX. Cambiaron 
los objetos de la historia, de la académica y de la de circula­
ción masiva, aunque no siempre en sentidos idénticos. De 
un lado, la historia social y cultural desplazó su estudio ha­
cia los márgenes de las sociedades modernas, modificando 
la noción de sujeto y la jerarquía de los hechos, destacan­
do los pormenores cotidianos articulados en una poética 
del detalle y de lo concreto. Del otro, una línea de la histo­
ria para el mercado ya no se limita solamente a la narración 
de una gesta que los historiadores habrían ocultado o pasa­
do por alto, sino que tam�ién adopta un foco próximo a 
los actores y cree descubrir una verdad en la reconstruc­
ción de sus vidas. 
Estos cambios de perspectiva no podrían haber sucedi­
do sin uria variación en las fuentes: el lugar espectacular de 
la historia oral es reconocido por la disciplina académica 
que, des.de hace varias décadas, considera completamente 
legítimas las fuentes testimoniales orales (y, por momentos, 
da la impresión de que las juzga más "reveladoras"). Por su 
parte, historias del pasado más reciente, sostenidas casi ex­
clusivamente en operaciones de-la memoria, alcanzan una 
TIEl'vii'O PASADO 13 
circulación extradisciplinaria que se extiende a la esfera pú­
blica comunicacional, la política y, a veces, reciben el im­
pulso del estado. 
Vistas de pasado 
Las "vistas de pasado" (según la fórmula de Benveniste) son 
construcciones. Precisamente porque el tiempo del pasado 
es ineliminable, un perseguidor que esclaviza o libera, su 
irrupción en el presente es comprensible en la medida en 
que se lo organice mediante los procedimientos de la na­
rración y, por ellos, de una ideología que ponga de mani­
fiesto un continuum significativo e interpretable de tiempo. 
Del pasado se habla sin suspender el presente y, muchas ve­
ces, implicando también el futuro. Se recuerda, se narra o . 
se remite al pasado a través de un tipo de relato, de per­
sonajes, de relación entre sus acciones voluntarias e invo­
luntarias, abiertas y secretas, definidas por objetivos o in­
conscientes; los personajes articulan grupos que pueden 
presentarse como más o menos favorables a la independen­
cia respecto de factores externos a su dominio. Estas moda­
lidades dd discurso implican una concepción de lo social, y 
eventualmente también de la naturak/ZL Introducen una 
tonalidad dominante en las "vistas de pasado". 
En las narraciones históricasde circu lacióu masiva, un 
cerrado círculo hennenéurico une la reconstrucción de los 
14 BEATRIZ SARLO 
hechos con la interpretación de sus sentidos y garantiza vi­
.. ��;;;-g:¡;¡;�}e;,·, �iq üe IIas-que-;·err·J.a--mnbü.:íóu..de.ls:lU!"���<.!es -----................ -.. -........ . historiadores del siglo XIX, �·ueron las síntesis que hoy se 
consideran a veces imposibles, a veces indeseables y, por lo 
general, conceptualmente erróneas. Si, como dijo hace ya 
cuarenta aüos Hans-Robert J auss, nadie se propondría es­
cribir la historia general de una literatura, como fue el pro­
yecto de los filólogos e historiadores del XIX, las historias 
no académicas, dirigidas a un público formado por no es­
pecialistas, presuponen siempre una síntesis . 
. ..... ,., 
Las reglas del método de la disciplina histórica (inclui-
das sus luchas de poder académico) supervisan los modos 
de reconstrucción del pasado, o, por lo menos, conside­
ran que ése es un ideal epistemológico que asegura una 
aceptable artesanía de sus productos. La discusión de las 
modalidades reconstructivas es explícita, lo cual no quie­
re decir que a partir de ella se alcance una historia de 
gran interés público. Eso más bien.depende de la escritu­
ra y de temas que no sólo llamen la atención de los espe­
cialistas; depende también de que el historiador académico 
no se empecine en probar de modo obtuso su aquiescen­
cia a las reglas del método, sino que demuestre que ellas 
son importantes precisamente porque penniten hacer una 
historia mejor. 
La historia de circulación masiva, en calllbio, es sensible 
a las estrategias con que el present e vuelve funcional d asal­
to del pasado y considera que es completamente legítimo 
TIEMPO PASADO 15 
ponerlo en evidencia. Si no encuentra respuesta en la este-
·•·· .. !�Pii�bJi�_a. __ act�alLha _f.�-��a��.��_y_ ����c� __ compl�_ta�nente de_. 
interés. La modalidad no académica (aunque sea un histo-
riador de formación académica quien la practique) escu­
cha los sentidos comunes del presente, atiende las creen­
cias de su público y se orienta en función de ellas. Eso no la 
vuelve lisa y llanamente falsa, sino conectada con el imagi­
nario social contemporáneo, cuyas presiones recibe y acep­
ta más como ventaja que como límite. 
Esa historia masiva de impacto público recurre a una 
misma fórmula explicativa, un principio teleológico que 
asegura origen y causalidad, aplicable a todos los fragmen­
tos de pasado, independientemente de la pertinencia que 
demuestre para cada uno de los fragmentos en concreto. 
Un principio organizador. simple ejerce su soberanía sobre 
acontecimientos que la historia académica considera-influi­
dos por principios múltiples. Esta reducción del campo de 
las hipótesis sostiene el interés público y produce una niti­
dez argumentativa y narrativa de la que carece la historia 
académica. No sólo recurre al relato sino que no puede 
presciudir de él (a diferencia del ab andono frecuente y de­
liberado del relato en la historia académica); por lo tanto, 
impone unidad sobre las discontinuidades, ofreciL:ndo una 
"línea de tiempo" consolidada en sus nucks y desenlaces. 
Sus grandes esquemas explicativos son relativamente in­
dept:ndientt·s de Lt materia del pas;tdo sobre la que impo­
nen una línea superior de significados. l.a potencú organi-
1 
1 
1 
16 BEATRIZ SARLO 
zadora de estos esquemas se alimenta del "sentido común" 
con el que coincide. A este modelo también respondieron 
las "historias nacionales" de difusión escolar: un panteón de 
héroes, un grupo de excluidos y réprobos, una línea de de­
sarrollo unitario que conducía hasta el presente. La quiebra 
de la legitimidad de las instituciones escolares en algunos 
países, y la incorporación de nuevas perspectivas y nuevos 
sujetos, en otros, afectaron también las "historias naciona­
les" de estilo tradicional. 
Las modalidades no académicas de escritura encaran el 
asalto del pasado de modo menos regulado por el oficio y 
el método, en función de necesidades presentes, intelec­
tuales, afectivas, morales o políticas. Mucho de lo escrito so­
bre las décadas de 1960 y 1970 en la Argentina (y también 
en otros países de América Latina), en especial.las recons­
trucciones basadas en fuentes testimoniales, pertenece a 
ese estilo. Son versiones que se sostienen en la esfera públi­
ca porque parecen responder plenamente las preguntas so­
bre el pasado. Aseguran un sentido, y por eso pueden ofre­
cer consuelo o sostener la acción. Sus principios simples 
reduplican modos de percepción de lo social y no plantean 
contradicciones con el sentido común de sus lectores, sillo 
que lo sostienen y se sostienen en él. A diferencia de la hue­
na historia académica, no ofrecen un sistema de hipótesis 
:sino cenezas . 
.E:stos modos de la historia �esponden a la inseguridad 
perturbadora que causa el pasado en ausencia de un princi-
TlFMI'O PASADO 17 
pio explicativo fuerte y con capacidad incluyente. Es cierto 
que las modalidades comerciales (porque esa es su circula­
ción en las sociedades mediatizadas) despiertan la descon­
fianza, la crítica y también la envidia rencorosa de aquellos 
profesionales que fundan su práctica solamente en la ruti­
na del método. Como la dimensión simbólica de las socie­
dades en que vivimos está organizada por el mercado; los 
criterios son el éxito y la puesta en línea con el sentido co­
mún de los consumidores. En esa competencia, la historia 
académica pierde por razones de método, pero también 
por sus propias restricciones formales e institucionales, que 
la vuelven más preocupada por reglas internas que por la 
búsqueda de legitimaciones exteriores que, sin son alcanza­
das por un historiador académico, pueden incluso originar 
la desconfianza de sus pares. Las historias de circulación 
masiva, en cambio, reconocen en la repercusión pública de 
mercado su legitimidad. 
El giro subjetivo 
Hace y�t décadas, la mirada de muchos histori�tdorcs y cien­
tíficos sociales inspirados por lo etnográfico se desplazó ha­
cia la brujería, la locura, la tiesta, la literatLmt popular, el 
campesinado, las es trategias de lo cotidiano, buscando el 
de talle excepcional, el rastro de aquello que se opone a la 
nonn�tlizacióu, y las subjetividades que se distinguen por 
l!:l BEATRIZ SARLO 
una anomalía (el loco, el criminal, la ilusa, la posesa, la bru­
ja), porque presentan una refutación a las imposiciones del 
poder material o simbólico. Pero también se acentuó el in-
terés por los sujetos ''normales", cuando se reconoció que 
no sólo seguían itinerarios sociales trazados sino que prota­
gonizaban negociaciones, transgresiones y variantes. En un 
artículo pionero de imaginativa etnografía social,4 Michel 
de Ceneau presentó las estrategias inventadas por los obre­
ros en la fábrica para actuar en provecho propio, tomando 
v�.n�<0a de mínimas oportunidades de innovación ni políti­
ca ni ideológica sino cultural: usar en casa las herramientas 
del patrón o llevarse oculta una pequeíia parte del produc­
to. Estos actos de rebelión cotidiana, las "tretas del débil" 
escribe de Certeau, habían sido invisibles para los letrados 
que fijaron la vista en los grandes movimientos colectivos, 
cuando no sólo en sus dirigentes, sin descubrir, en los plie­
gues culturales de toda práctica, el principio de afirmación 
de la identidad, invisible desde la óptica que definía una 
"vista del pasado" que privaba de interés a la inventiva su­
balterna; y, por tanto, en un círculo vicioso de método, no 
podía observada. 
Las hipótesis de Michel de Ceneau se han fundido de 
tal modu con b ideología de las historias de "nuevos suje-
1 .. F,titc l:t petTut¡uc", en ;\rls dejaiH', !'arí,, Callilllard, l'JSO. ll.a iu­
vt>nciúu df fu cotidiww l. ArlfS de lwrn; México, Universidad Iberoamerica­
na, J�0íi.] 
TIEMPO PASADO 19 
tos" que se lo menciona poco como uno de sus innovadores 
teóricos(hoy se pescan más citas en el torrente de Homi 
Bhabha que en la historia francesa o el materialismo britá­
nico). Los nuevos sujetos del nuevo pasado son esos "cazado­
res furtivos", que pueden hacer de la necesidad virtud, que 
modifican sin espectacularidad y con astucia sus condicio­
nes de vida, cuyas prácticas son m:1s independientes que lo 
que creyeron las teorías de la ideología, de la hegemonía y 
de las condiciones materiales, inspiradas en los diferentes 
marxismos. En el campo de esos s�jetos hay principios de 
rebeldía y principios de conservación de la identidad, dos 
rasgos que las "políticas de L:\ identidad" valoran como au­
toconstituyen tes. 
Las "historias de la vida cotidiana" producidas, en gene­
r;J.l, de modo colectivo y monográfico en el espacio acadé­
mico, a veces extienden su público más allá de ese .ámbito 
precisamente por el interés "novelístico" de sus objetos. El 
pasado vudve como cuadro de costumbres donde se valo­
ran los detalles, las originalidades, la excepción a la norma, 
las curiosicLtdcs que ya no se encuentran en el presente. 
Como se trata de vida cotidiana, bs m t�eres (especialistas 
en esa dimensión de lu privado y lo público) ocupan una 
porción rdt:\ 'an te dd cuadro. Es tus st�jetos marginales, qut� 
habrían sido n:btivameute ignorados en 1Jlros modos ele b 
nanaciótl del pas�tdo, plantean nuevas exigencias ck IllL'tu­
do e inclin�tn a b escucha sistenütica de los ''discursos de 
meinoria": diarios, canas, consejos, oraciones. 
! 
1 
1 
j 
20 BEATRIZ SARLO 
Este reordenamiento ideológico y conceptual del pasa­
do y sus person<�es coincide con la renovación temática y 
metodológica que la sociología de la cultura y los estudios 
culturales realizaron sobre el presente. En The Uses of Lite­
racy, el libro pionero de Richard Hoggart, la vida domésti­
ca, la organización de la casa obrera y popular, las vacacio­
nes, la administración del gasto en condiciones de relativa 
escasez, las diversiones familiares esbozan un programa de 
investigaciones futuras que tocan no sólo a los estudios cul-
,. �urales sino también a las reconstr�ccíones del pasado. 
Hoggart cumple ese p¡:og¡:�ma" eri"l957; ·antes de que se lo 
presente como gran gesto de innovación teórica. En un 
movimiento que, en los años cincuenta del siglo XX, po­
día ser considerado sospechoso para las ciencias sociales, 
Hoggan trabaja con sus recuerdos y sus experiencias de in­
fancia y adolesc�ncia, sin considerarse obligado a fundar 
teóricamente la introducción de esa dimensión subjetiva . 
En el prólogo de la edición francesa,Jean-Claude Passeron 
alerta a Jos lectores que se encontraban hente a una forma 
nueva de abordar un objeto que todavía no había termina­
do de establecer su legitimidad. En 1970, Passeron todavía 
se siente obligado a escribir: "Es verdad que una experien­
cia autobiugr:dica no constituye por sí sola un protocolo 
de observación mt.:tódica ... Pero la obra de Hoggan tiene 
pn�cisamcnte la característica, aunque la vivacidad de la 
dc�cripción di�imuk a vece� su organización subyacente, 
de ordenarse según un plan de observación que tiene la 
TIEMPO PASADO 21 
rúbrica y los conceptos operativos del inventario etnográfi­
co".5 En una palabra: Passeron reconduce a Hoggart a los 
marcos disciplinarios, precisamente porque el recurso a la 
primera persona y a la experiencia propia podían enton­
ces, en aquel lejanísimo 1970, dar la impresión de que los 
debilitaba. 
La idea de entender el pasado desde su lógica (una uto­
pía que ha movido a la historia) se enreda con la certeza 
de que ello, en primer lugar, es completamente posible, lo 
cual aplana la complejidad de lo que se quiere reconstruir; 
y, en segundo lugar, de que se lo alcanza colocándose en 
la perspectiva de un sujeto y reconociendo a la subjetivi­
dad un lugar, presentado con recursos que en muchos ca­
sos provienen de lo que, desde mediados del siglo XIX, la 
literatura experimentó como primera persona del relato y 
discurso indirecto libre: modos de subjetivación de lo na­
rrado. Tomadas esta� innovaciones en conjunLo, la actual 
tendencia académica y del mercado de bienes simbólicos 
que se propone reconstruir la textura de la vida y la ver­
dad albergadas en la rememoración de la experiencia , la 
revaloracióu de la primera persona como punLo de vista, 
la reivindicación de una dimensión subjetiva, que hoy se 
expande subre los estudios del pasado y los t:studios cultu-
'• l'rcs<.:Ill�t<iÚll tk .J..:aH-Claudc Passerun a: lZichard llugg�ut, La mL­
ture du ¡muo u:, l',trís, Minuit, cul. Le sens COllllllllll, J '170. Cuuw se sabe, 
la cokcciún eLt dirigida por Pinrc Bounlieu, lo cu�d 110 dej�t de ser llll 
dato imponante. 
22 Bf.ATRlZ SARLO 
rales del presente, no resultan sorprendentes. Son pasos 
de un programa que se hace explícito, porque hay condi­
ciones ideológicas que lo sostienen. Contemporáneo a lo 
que se llamó en los años setenta y ochenta el "giro lingüís­
tico", o acompaúándolo muchas veces como su sombra, se 
ha impuesto el giro subjetivo. 
Este reordenamiento ideológico y conceptual de la socie­
dad del pasado y sus personajes, que se concentra sobre 
los derechos y la verdad de la subjetividad, sostiene gran 
parte de la empresa reconstructiva de las décadas del se­
senta y setenta. Coincide con una renovación análoga en 
la sociología de la cultura y los estudios culturales, donde 
la identidad de los sujetos ha vuelto a tomar el lugar que, 
en los aúos sesenta, fue ocupado por las estructuras.ti Se 
ha restaurado la razón del sujeto, que fue, hace décadas, me­
ra "ideología" o "falsa conciencia", es decir, discurso que 
encubría ese depósito oscuro de impulsos o mandatos que el 
sujeto necesariamente ignoraba. En consecuencia, la his­
toria oral y el testimonio han devuelto la confianza a esa 
primera persona que narra su vida (privada, pública, afec­
tiva, política), para conservar el recuerdo o para reparar 
una id en ti dad lastimada. 
ti P�tL.l una exposición detallada de esta problemática en el cunpo de 
los estudios culturales y de la semiología (�tdernás de una completa bi­
btiogralía), \'éasc: l.eonor Arfuch, 1�'1 espacio /;iogHijiw; dilemas de la subjeti­
vidad wnlemjJUrlÍIIW, Buenos Aires, FCE, 2002. 
TIEMPO PASADO 23 
Recordar y entend�r 
Este libro se ocupa del pasado y la memoria de las últimas 
décadas. Reacciona no frente a los usos jurídicos y morales 
del testimonio, sino frente a sus otros usos públicos. Anali­
za la transformación del testimonio en un ícono de la Ver­
dad o en el recurso más importante para la reconstrucción 
del pasado; discute la primera persona como forma privile­
giada frente a discursos de los que la primera persona está 
ausente o desplazada. La confianza en la inmediatez de la 
voz y del cuerpo favorece al testimonio. Lo que me propon­
go es examinar las razones de esa confianza. 
Durante la dictadura militar algunas cuestiones no po­
dían ser pensadas a fondo, se las revisaba con cautela o se 
las soslayaba a la espera de que cambiaran las condicio­
nes políticas. El mundo se dividía claramente en amigo y 
[ enemigo y, bajo una dictadura, es preciso mantener la 
, convicción de que la separación es tajante. La crítica de 
i la lucha armad�, por ejemplo, parecía trágicamente para­
: 
dójica cuando
1
1 los militantes eran asesinados. De todos 
1 
modos, durantf los años de la dictadura, en la Argentina 
y en el exilio, s� reflexionó precisamente sobre ese tema, 
1 
pero la discusiqn abierta, sin chant;,�es morales, sólo em­
! 
. pezó, y con un�chas dificultades, con la transiciCm demo-
cr:nica. Han pa�ado veinte años y es, por lo tanto, absurdo 
1 
' 
negarse a pensar sobre cualquier cosa, con las consecuen­
cias que pueda tener su exam e n . El espac i o de libertad 
24 BEATRIZ SAlti_O 
intelectual se defiende incluso frente a las mejores in­
tenciones. 
La memoria ha sido el deber de la Argentina posteriora 
la dictadura militar y lo es en la mayoría de los países de 
América Latina. El testimonio hizo posible la condena del 
terrorismo de estado; la idea del "nunca más" se sostiene 
en que sabemos a qué nos referimos cuando deseamos que 
eso no se repita. Como instrumento jurídico y como modo 
de reconstrucción del pasado, allí donde otras fuentes fue­
ron destruidas por los responsables, los actos de memoria 
fueron una pieza central de la transición democrátic;;t, sos­
tenidos a veces por el estado y de forma permanente por 
organizaci�nes de la sociedad. Ninguna condena hubiera 
sido posible si esos actos de memoria, manifestados en los 
relatos de testigos y víctimas, no hubieran existido. 
Como es evidente, el campo de la memoria es un campo 
de conflictos que tienen lugar entre quienes mantienen el 
recuerdo de los crímenes de estado y quienes proponen pa­
sar a otra etapa, cerrando el caso más monstruoso de nues­
tra historia. Pero también es up campo de conflictos entre 
los que sostenemos que el terrorismo de estado es un ca­
pítulo que debe quedar jurídicamente abierto, y que lo 
sucedido durante la dictadura militar debe ser enser1ado, 
difundido, discutido, comenzando por la escuela. Es un 
campo de conflictos también para quienes sostenemos que 
el "nunca más" no es un cierre que deja atrús el pasado si­
uo una decisión de evitar las repeticiones, recordándolo. 
TIEMPO PASADO 25 
Desearía que esto quedara claro para que los argumentos 
que siguen puedan ser leídos en lo que realmente tratan 
de plantear. 
Vivimos una época de fuerte subjetividad y, en ese senti­
do, las prerrogativas del testimonio se apoyan en la visibili­
dad que "lo .personal" ha adquirido como lugar no simple­
mente de intimidad sino de manifestación pública. Esto 
sucede no sólo entre quienes fueron víctimas, sino también 
y fundamentalmente en ese territorio de hegemonía sim­
bólica que son los medios audiovisuales. Si hace tres o cua­
tro décadas el yo despertaba sospechas, hoy se le reconocen 
privilegios que sería interesante examinar. De eso se trata, y 
no de cuestionar el testimonio en primera persona como 
instrumento jurídico, como modalidad de escritura o co­
mo fuente de la historia, a la que en muchos casos resulta 
indispensable, aunque le plantee el problema de cómo ejer­
cer la crítica que normalmente ejerce sobre otras fuentes. 
Mi argumento aborda la primera persona del testimonio 
y las formas del pasado que resultan cuando el testimonio es 
la única fueme (porque no existen otras o porque se lo con­
sidera más confiable que otras). No se trata sim¡.Jiemente 
de una cuestión de la forma del discurso, sino de su pro­
dticción y ele las condiciones culturales y polítiGts que lo 
vuelven creíble. Se ha dicho muchas vecn: vivimos en la 
era de la mnnoria y el temor o la ameuaza de una ··pérdida 
de memoria" responde, m:ts que al bonamit�uto efectivo de 
algo que debería ser recordado, a un "terna cultural" que, 
26 BEAl'RIZ SAIU.O 
en países donde hubo violencia, guerra o dictaduras milita­
res, se entrelaza con la política. 
La cuestión del pasado puede ser pensada de muchas 
maneras y la simple contraposición de memoria completa y 
olvido no es la única posible. Me parece necesario avanzar 
críticamente más allá de ella, desoyendo la amenaza de que, 
si se examinan los actuales procesos de memoria, se estaría 
fortaleciendo la posibilidad de un olvido indeseable. Esto 
no es cierto. 
Susan Sontag escribió: "Quizá se le asigna demasiado 
valor a la memoria y un valor insuficiente al pensamiento". 
La frase pide precaución frente a una historia en la que el 
exceso de memoria (cita a los serbios, a los irlandeses) pue­
de conducir, nuevamente, a la guerra. Este libro no explora 
en la dirección de esas memorias nacionales guerreras, si­
no en otra, la de la intangibilidad de ciertos discursos sobre 
el pasado. Está movido por la convicción de Sontag: es más 
importante entender que recordar, ·aunque para entender 
sea preciso, también, recordar. 
1 
1 
1 
1 
2. Crítica del testimonio: 
sujeto y experiencia 
A los combates por la historia también se los llama ahora 
combates por la identidad. En esta permutación del voca­
bulario se ret1eja la primacía de lo subjetivo y el rol que se 
le atribuye en la esfera pública. Sujeto y experiencia han 
vuelto y, por consiguiente, deben examinarse sus atributos 
y sus pretensiones una vez más. En la inscripción de la ex­
periencia se reconoce una verdad (¿originada en el suje­
to?) y una fidelidad a lo sucedido (¿sostenida por un nuevo 
realismo?). Al respecto, algunas preguntas. 
¿Qué relato de la experiencia está en condiciones de eva­
dir la contradicción entre la fijeza de la puesta en discurso y 
la moviLidad ele lo vivido? ¿Guarda la narración de la expe­
riencia algo de la intensidad de lo vivido, ele la �'rlebnis? ¿O 
simple men te las innumerables veces que ha sido puesta en 
discurso ha gast:lclo toda posiLilidad de significación? ¿La 
experiencia se disuelve u se cow;erva en el relato? ¿Es posi­
ble recordar una experiencia o lo c¡ue se recuerda es súlo el 
recuerdo previam ente puesto en discuiso, y así sólo hay una 
sucesión de relatos e¡ u e no tien en la posibilitLtd de recupe­
rar nada de lo que pretenden como objeto? ¿El rebLO, eu 
28 BI0\TRIZ SARLO 
lugar de re-vivir la experiencia, es una forma de aniquilarla 
forzándola a responder a una convención? ¿Tiene algún 
sentido re-vivir la experiencia o el único sentido está en 
comprenderla, lejos de una re-vivencia, incluso contra ella? 
¿Cuánto garantiza la primera persona para captar un senti­
do de la experiencia? ¿Debe prevalecer la historia sobre el 
discurso y renunciarse a aquello que de individual tuvo la 
experiencia? Entre un horizonte utópico de narración de 
la experiencia y un horizonte utópico de memoria: ¿qué lu­
gar queda para
_ 
un saber del pasado? 
La actualidad de estas preguntas viene de lo político. En 
1973 en Chile y en Uruguay, y en 1976 en la Argentina se 
producen golpes de estado de nuevo tipo. Los regímenes 
que se establecen realizan actos (asesinatos, torturas, cam­
pos de concentración, desaparición, secuestro) que consi-
' 
deramos inéditos, novedosos, en la historia política de estos 
países. Desde ames de las transiciones democráticas, pero 
acentuadamente a-partir de ellas, la reconstrucción de esos 
actos de violencia estatal por víctimas-testigos es una dimen­
sión jurídica indispensable a la democracia. Pero, además 
de que fue la base probatoria de juicios y condenas al terro­
rismo de estado en la Argentina (y lo están haciendo posi­
ble en Chile), el testimonio se ha convertido en un relato 
de gran impacro fuera de la escena judicial. Allí donde ope­
ra cultural e ideológicamente, se moverán las tentativas de 
respuesta a las pregllnt<.�s del comienzo. 
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXI'ERIENCL\ 29 
Narración de la experiencia 
La narración de la experiencia está unida al cuerpo y a la 
voz, a una presencia real del sujeto en la escena del pasa­
do. No hay testimonio sin experiencia, pero tampoco hay 
experiencia sin narración: el lenguaje libera lo mudo de 
la experiencia, la redime de su inmediatez o de su olvido 
y la convierte en lo comunicable, es decir, lo común. La na­
rración inscribe la experiencia en una temporalidad que 
no es la de su acontecer (amenazado desde su mismo co­
mienzo por el paso del tiempo y lo irrepetible), sino la de 
su recuerdo. La narración también funda una lemporali­
dacl, que en cada repetición y en cada variante volvería a 
actualizarse. 
El auge del testimonio es, en sí mismo, una refutación de · 
lo que, en las primeras décadas del siglo XX, algunos consi­
deraron su cierre definitivo. Walter Benjamín, frente a las 
consecuencias de la primera guerra mundial, expuso el ago­
tamiento del relato a causa del agotamiento de la experien­
cia que le daba origen. De las trincherasy los fi·entes de bata­
lla de la guerra, afirmó , los hombres volvieron ennmdecidos. 
Como es in n egable, Benjamín se equivocaba en lo relativo 
a la escasez de testimonios, precisamente porque "la guerra 
ele l�Jl4-EJlB marca el comienzo del testimonio de masas".l 
1 Annl'LLt.: \Yieviurka, L'he du témoin, París, Plon, 19�18, p. 12. 
30 BEATRIZ SARLO 
Sin embargo, es iiltet·esante analizar el núcleo teórico del 
argumento be1�jaminiano. 
El shock habría liquidado la experiencia transmisible y, 
eri consecuencia, h1 experiencia en sí misma: lo que se vivió 
como shock era demasiado fuerte para "el minúsculo y frágil 
cuerpo humano".2 Los hombres muelos no habrían encon­
trado una forma para el relato de lo que habían vivido, y el 
paisaje de la guerra sólo conservaba del pasado las nubes. 
Benjamín seúala con precisión: "las nubes", porque sobre 
todo el resto había volado el huracán de un cambio, impre­
visible cuando las primeras columnas de soldados se enca­
minaron hacia los campos de las primeras batallas. El fin de 
La mouta·ña mágica y de La marcha de Radetzky son variacio­
nes sobre la llegada de algo que no se esperaba, una espe­
cie de maligna potencia de redención
_ 
inversa, que terminó 
con lo anterior, destruyéndolo radicalmente, sin posibili­
dad ele que sus resros se incorporaran a ningún porvenir. 
Entonces, los hombres que fueron llevados al teatro donde 
esa fuerza desplegó su novedad perdieron la posibilidad de 
reconocer su experiencia, porque ella les fue completamen­
te ajena ; su carúcter inesperado (para esos oficiales que 
avanzaron en uuifm me de gala hacia el barro de las trin­
cheras, para esa caballería que iba a enü-eutarsc cou los tan-
� W.dter lknj.llnin, "El narr�tdur. Cunsidt-raciollc., sobre la obra de 
Nikubi Leskuv", t>ll Sobre d Jnvgmma de lajiluiUjia jillum )' ulrus UIIIIIJUI, Ct­
ClCt;,, 1\·!unt<: A.vib, 1970, p. 190. 
CRÍTICA DEL TESTJMONJO: SUJETO Y EXPERIENCIA 31 
ques después de los desfiles de despedida donde la victoria 
parecía asegurada para todo el mundo, para todos los con­
tendientes enemigos) provocó que lo nuevo no pudiera ser 
vivido sino físicamente, en los mmilados, los enf�rmos, los 
hambrientos y los millones de muertos. "Lo que, diez aíi.os
. 
después, se vertió en el caudal de los libros de guerra, era 
una cosa muy distinta de la experiencia que pasa boca a bo­
ca", escribió Benjamín. 
En su clásico ensayo sobre el narrador, Benjamín expre­
só no sólo una perspectiva pesimista, sino melancólica, por­
que lo que se ha ausentado no es simplemente el relato de 
lo vivido, sino la experiencia misma como suceso compren­
sible: lo que sucedió en la gran guerra probaría la relación 
inseparable de experiencia y relato, por una parte; y tam­
bién que llamarnos experiencia a lo que puede ser puesto 
en relato, algo vivido que no sólo se padece sino que se 
transmite. Existe experiencia cuando la víctima se convier­
te en testigo. Hija y producto de la modernidad técnica, la 
primera guerra hizo que los cuerpos ya no pudieran com­
prender, ni orien tarse en el mundo donde se movían. La 
guerra anuló la experiencia. 
El tono nwbncúlico del argumeu tn benjaminiano se ex­
Liewk hacia atrás. Aunque la guerra le da un car:tner defi­
nitivo al cie rre del ciclo de narraciones sostenidas por la ex­
periencia , v�trios siglo:, antes, eu la elllergencia de la 
modernidad europea, el narradur del gesto y b voz, cumu 
Odisco o lus t'\';tngdistas, COHH'llí.Ó a perder dumittio sobre 
32 BEATRIZ SARLO 
su historia. El Quijote es, desde el romanticismo hasta los 
formalistas rusos, un texto-insignia, porque la novela mo­
derna nace bajo el signo irónico del desencanto. Aunque 
no es mencionado, Lukács da la clave interpretativa de la 
novela en términos de desgarramiento de un mundo don­
de la desinteligencia entre lo vivido y la comprensión ele lo 
vivido escinde el acto de su narración. Debilitadas las razo­
nes trascendentes que estaban detrás de la experiencia y el 
relato, toda experiencia se vuelve
. 
problemática (es decir, 
no encuentra su significado) y todo relato está perseguido 
por un momento autorreferencial, metanarrativo, es decir, 
no inmediato. La experiencia se ha desconcertado y tam­
bién su puesta en discurso: "Ah, ¿a quién pedir ayuda? No 
al ángel, ni a los hombres, y los astutos animales ya se han 
dado cuenta de que no confiamos ni nos sentimos en casa 
en el mundo dt; los significados".3 Benjamín se refiere a un 
"enmudecimiento", a partir de que el relato de una expe­
riencia significativa se eclipsó, mucho antes del shock de la 
guerra y del shock técnico de la modernidad, con el surgi­
miento de la novela, que tomó el lugar de las ''formas arte­
sanales" de transmisión, es decir, aquellas arraigadas en la 
inmediatez de la voz, en un mundo donde el peligro rodea-
:J "Ach, w.:n verméígen / wir denn zu bt·auchen? Engel 11icht, tvlens­
chen nicht, / und die findigcn Tit:Te llltTken es schon, / dass wir nidtl 
'chr verl:[,s!ich Lll Haus sind / in dcr gedeut<:tell \Velt" (l·biner !'viaria 
Rilke, "Uie erste E!egie"; en adelante, s�dvo indicación en coutr:1riu, tll­
da, las traduccionc"s SOl! tnías). 
CRÍTICA DU. TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 33 
ba a la experiencia (la hacía posible), en lugar de habitar 
en su centro. En el momento en que el riesgo de la expe­
riencia se interioriza en la subjetividad moderna, el relato 
de la experiencia se vuelve tan problemático corno la posi­
bilidad misma de construir su sentido. Y eso, siglos antes de 
Flaubert y La educación sentimental. 
Cuando la narración se separa del cuerpo, la experien­
cia se separa de su sentido. Hay una huella utópica retros­
pectiva en estas ideas benjarninianas, porque dependen de 
la creencia en una época de plenitud de sentido, cuando el 
narrador sabe exactamente lo que dice, y quienes lo escu­
chan lo entienden con asombro pero sin distancia, fascina­
dos pero nunca desconfiados o irónicos. En ese momento 
utópico lo que se vive es lo que se relata, y lo que se relata 
es lo que se vive. Naturalmente, no corresponde a ese mo­
mento legendario la nostalgia, sino la melancolía que reco­
noce su absoluta imposibilidad. 
Si se sigue a Benjamín, resulta contradictorio en térmi­
nos teóricos y equivocado en términos críticos afirmar la 
posibilidad del relato de la experiencia en la modernidad y, 
especialmente, en las épocas posteriores al shock de b gran 
guerra. ¿Si ésta desgarró la trama de experiencia y discurso , 
qué desgarramientos no prodtúo el Holocausw y, después, 
los crímenes masivos del siglo XX, el Gulag, las gLterras de 
limpieza rac ial , el terrorismo de esLado? 
Trab<üando más bien al costado de las hipótesis sobre 
experienci;t y relato, Benjamín abri,·J otra línea de reflexión. 
34 BEATRIZ SAlU.O 
Su filosofía de la historia es una reivindicación de la memo­
ria como instancia reconstructiva del pasado. Los llamados 
"hechos" de la historia son un "mito epistemológico", que 
reitica y anula su posible verdad, encadenándolos en un rela­
to dirigido por alguna teleología. En la estela de Nietzsche, 
Benjamín denuncia el causalismo; en la estela de Bergson, 
reivindica la cualidad psíquica y temporal de los hechos de 
memoria. El historiador, seguida esta afirmación en todas 
sus consecuencias, no reconstruye los hechos del pasado 
(esto equivaldría a someterse a una filosofía de la historia 
reificante y positivista) ,,sino .que Jos "recuerda", dándoles 
así su carácter de pasado presente, respecto del cual hay 
siempre una deuda impaga. 
Benjamín, entonces, hace dos Ínovimientos que se emre­
lazan en una contradicción desgarrada. Por un lado, señala 
la disolución de la experiencia y del relato que ha perdido 
la verdad presencial antes anclada en el cuerpo y la voz. Por 
ot,ro lado, critica el positivismo histórico que reificaría aque­
llo que en el pasado fue experiencia y, al convertirlo en "he­
cho",anularía su relación con la subjetividad. Sin embargo, 
si se acepta la disolución de la experiencia ante el shodc, ese 
"hecho" reiiicado no podría ser sino lo que es: un resto obje­
tivo de temporalidad y subjetividad inertes. Benjamín se re­
bela freutc a esto, a través del movimiento romántico-mesiá­
nico de la redención del pasado por la memoria, que 
uevu\vcrü �ü pasado la subjetividad: la historia como memo­
ria de la historia, es decir, como dimensión temporal snbje-
CIÚTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 35 
tiva. Como sea, si la m<:omoria de la historia posibilitaría un� 
restauración moral de la experiencia pasada, subsiste el pro­
blema de construir experiencia en una época, la moderni­
dad, que ha erosionado su posibilidad y que, al hacerlo, tam­
bién ha vuelto frágiles las fuerzas del relato. 
Esta aporía no se resuelve, porque las condiciones de re­
dención de la experiencia pasada están en ruinas. El pensa­
miento de Benjamín se mueve entre un extremo y su opues­
to, reconociendo, por un lado, las imposibilidades y, por el 
otro, el mandato de un acto mesiánico de redención. Po­
dría decirse que las aporías de la relación entre historia y 
memoria se esbozan ya casi completamente en estos textos. 
Hasta aquí Benjamín. 
Muerte y resurrección del sujeto 
"Lo que hacía hmiliar al mundo ha desaparecido. El pasa­
do y la experiencia de los viejos ya no sirven corno refe­
rencia para orientarse en el mundo moderno e iluminar 
el futuro de las jóvenes generaciones. Se ha roto b conti­
nuidad de la experiencia. "4 Jean-Pierre Le Goff localiza 
esta ruptura en los aíios sesenta del siglo XX y la explica 
con argumentos de inuovación tecnoló��ica, cullltral y mu-
·1 .Jt:an-Pint t: L, Culf, i\lai 60, l 'hilitage ilnjJ<H.1ilde, !\tri,;, La lkcuuvn­
' tt:, 2002 ll !J�JB]. p. :i-1). 
36 llEATRlZ SAlUD 
ral. Lo que describe como destrucción de la continuidad 
entre generaciones no proviene de la "naturaleza" de la 
experiencia, sino de la aceleración del tiempo; no provie­
ne del shock que dejó enmudecidos a los soldados de la 
primera guerra, sino de experien�ias que ya no se entien­
den y son mutuamente inconmensurables: los jóvenes per­
tenecen a una dimensión del presente donde los saberes y 
las creencias de sus padres se revelan inútiles. Allí donde 
Benjamín seúaló la imposibilidad del relato, Le Goff (y 
antes Margaret Mead) seilaló su carácter intransferible en­
tre generaciones diferentes. 
Benjamín captó algo propio de la modernidad capitalis­
ta en su sentido más específico. Ella habría afectado las sub­
jetividades hasta enmudecerlas; en ella, sólo el movimiento 
de redención mesiánica podría abrir el horizonte utópico 
de una restauración del tiempo histórico por la memoria 
que quebraría la corteza reificada de los hechos. Quienes 
sostienen, por su parte, la hipótesis de un cambio en la con­
tinuidad de las generaciones, seilalan un tipo de incomuni­
cabilidad de la experiencia de carácter diferente. Se trata 
de la crisis, también moderna, de· la autoridad del pasado 
sobre el presente. Lo nuevo se impone sobre lo viejo por su 
intrínseca cualidad liberadora. Todo esto es bien conocido 
cksde las vanguardias estéticas de comienzos del siglo XX: 
lo que ellas sostuvieron para el arte desbordó sobre la vida 
en las décadas siguientes. 
En este corte entre lo nuevo y lo viejo no está la sul�je-
CRiTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPLRJENCIA 37 
tividad en juego, por lo meuos en primer lugar. La crisis 
de la idea de subjetividad proviene de otros procesos y po­
siciones, de gran cxpansividad más allá del campo filosófi­
co a partir de los ailos sesenta. El estructuralismo triun­
fante conquistó territorios desde la antropología hasta la 
lingüística, l.a teoría literaria y las ciencias sociales. Ese ca­
pítulo está escrito y lleva por título "la muerte del suje­
to".5 Cuando ese giro del pensamiento contemporáneo 
parecía completamente establecido, hace dos décadas, se 
produjo en d campo de los estudios de memoria y de me­
moria colectiva un movimiento de restauración de la pri­
macía de esos sujetos expulsados durante los aíios a�1te­
riOI·es. Se abrió un nuevo capítulo, que podría llamarse 
"el sujeto resucitado". 
Pero antes de celebrar a este sujeto que ha vuelto a la vi­
da, conviene repasar los argumentos que decreTaron su 
muerte, cuaudo su experiencia y su representación fueron 
criricadas y declaradas imposibles. 
En 1979, Paul de Man publicó un artículo que, sin men­
ciouar la moda de los estudios autobiográficos que domina­
ba en la academia literaria, era una crítica radical a la posii.Ji­
li<bd misma de establecer cualquier sistema de equivalencias 
sustanciales entre el yo de un rebLo, su amor y la experiencia 
'' Con un;t pcrspéctiva crítica es, sin ctub;ttgo, cxlt.tttslil'il el p:uwra· 
ma proporct<llt;tdo por Luc Fcrry y Abin Rcn:udt, /_¡¡ jJ<'JL.\t:,. 68. F,�;r¡{ .1/ll 
l'anldtulltti!Ú.IIItt' coll.ll'lltjJulain, l'aris, ( ;;tllinul d, 1 �IWl. 
38 1\EATRJZ SARLO 
vivida (triángulo semiológico en el que se apoyaba la teoría 
de la autobiograiía de Philippe Lejeune, que lo presentaba 
como un "pacto de lectura").6 Frente a la idea de que existe 
un género estable, sostenido por el contrato entre autor y 
lector, de Man niega la idea misma de género autobiográfi­
co. Lo que las llamadas "autobiografías" producen es "la ilu­
sión de una vida como referencia" y, en consecuencia, la 
ilusión de que existe algo así como un st�eto unificado en el 
tiempo. No hay sujeto exterior al texto que pueda sostener 
esta ficción de unidad experiencia! y temporal. 
Las llamadas autobiografías serían indistinguibles de la 
ficción en primera persona, una vez que se acepte que es 
imposible establecer un pacto referencial que no sea ilu­
sorio (es decir: los lectores pueden creerlo, incluso el es­
critor puede escribir bajo esa ilusión, pero nada de eso ga­
rantiza que ella remita a una relación verificable entre un 
yo textual y un yo de la experiencia vivida). Como en la 
ficción en primera persona, todo lo que una "autobiogra­
fía" puede mostrar es la estructura especular en la que al­
guien, que dice llamarse yo, se toma por objeto. Es decir 
que ese yo textual pone en escena a un yo ausente, y cu­
bre su rostro cun esa máscara. De este modo, de Man deii-
,; El anícul<l dc- l'aul de Man, "r\utoLiography as De-facement", a¡.:M­
reci,) pur priuter�l \'l?Z en MLV, Comjl(tmlive l.ileralure, vul. 9'1, IIÚHtero :,, 
dicit:tttbre <k 1')7�J. El lilJro ele l'hilippe Lej<·une, I.e Jmde auloúiugraplu­
'ftlt', lúe puLlictclo <.:11 P�trís, por f:ditiuns du Seuil, eu 197!í. [FI Jmllo au­
tuln.ugnijico )' ulru> ntwfio,, ¡\hch-i< 1-¡\Lílaga, 1\'kga:wl-Endymion, 1 q<).l_] 
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXI'ERIENCIA 39 
ne la autobiografía (la autorreferencia del yo) con la figu­
ra de la prosopopeya, es decir, el tropo que otorga la pala­
bra a un muerto, un ausente, un objeto inanimado, un 
animal, un avatar de la naturaleza. Nada queda de la au­
tenticidad de una experiencia puesta en relato, ya que la 
prosopopeya es un artificio retórico, inscripto en el orden 
de los procedimientos y de las formas del discurso, donde 
la voz enmascarada puede desempeílar cualquier rol: ga­
rante, consejero, fiscal,juez, vengador (enumera de Man). 
La voz de la autobiografía es la de un tropo que hace las 
veces de sujeto de lo que narra. Pero no podría garantizar 
identidad entre sujeto y tropo. 
En sus estudios sobre Rousseau (agrupados en Alegorías 
de la lectura), de Man afirma que la conciencia de sí no es 
una representación sino la "forma de una representación", 
la figura que indica que una máscara está hablando. Habla 
el person<�e (persona, máscara del te atto clásico), que no 
puede ser medido en relación con la referencia que su mis­
mo discurso propone; ni puede ser juzgado (corno no se 
juzga al actor) por su sinceridad, sino por su presentación 
deun estado de "sinceridad". En consecuencia, esa másca­
ra no est:t ligada por ningún pacto refer encial; nc1 hay par e­
cido que pu eda juzgarse esencial a su discurso ni probarse 
a trav�s de i:l. Lo decisivo es la atribución de voz <¡uc st: h:t­
ce a travé·s de Lt buca de la mJ.scara; no hay verdad sin o una 
nüscara que dice decir su venbd (de m:iscara: de Vl·nga­
dor, de víctiwa, de seductor, de seducido). ,¡ 
,j 
40 BEATRIZ SAIU.O 
La crítica de Paul de Man a la autobiografía es posible­
mente el punto más alto del deconstruccionismo literario, 
que todavía hoy es una línea hegemónica. No puede pasar­
se por alto, en la medida en que la reivindicación del testi­
monio y de la verdad de la voz se hace sin tomar en cuenta 
que, si se quiere avanzar en ese camino, es necesaria una 
respuesta a esta crítica radical. Es más, casi podría decirse 
que muchas veces, en los mismos espacios en que se difun­
den las tesis de De Man, se afirman las verdades de la subje­
tividad y de sus testimonios autobiográficos. 
Poco después, en 1984, Derrida presentó algunas ref1e­
xiones sobre autobiografía que tienen fuertes afinidades 
con el texto de Paul de Man.7 En su crítica, las bases filo­
sóficas de un testimonio autobiográfico son imposibles. 
Derrida niega que se pueda construir un saber sobre la 
experiencia, pm'que no sabemos qué es la experiencia. No 
hay relato que pueda darle unidad al yo y valor de verdad 
a lo empírico (que queda siempre fuera). No sabemos 
tampoco por dói1de pasa la línea móvil que separa lo esen­
cial de los hechos empíricos entre sí, y un hecho empírico 
de algo que no lo es. Lo que en la autobiografía se mani­
fiesta como identidad de un sujet.o con sus enunciados só­
lo está sostenido por la firma. "Un autor, que es una firma 
� 0/u/;iugmp!tirs; J:mságnemn¡/ de Nidzsdu: 1'1 /a pulitique du nom pruJHe, 
l'�uís, C;tlike, 10/H. Aparecido al aúo siguiente, con ;tgregados, en ingl<'s 
nnno Tlw Far of tite Ot/u:r, Nueva York, Schucken Buoks. 
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 41 
que se declara como narrador-sujeto de su propia narra­
ción", escribe Nora Catelli.S 
Por lo tanto, el interés de la autObiografía (Derrida está 
leyendo Ecce horno de Nietzsche) reside en los elementos que 
presenta como cimiento de una primera persona cuyo úni­
co fundamento es, en realidad, el mismo texto. Nietzsche 
escribe: "Vivo de mi propio crédito. Y quizá sea un simple 
prejuicio, que yo viva". El yo sólo existe porque hay un con­
trato secreto, una cuenta de crédito que se pag:..trá con la 
muerte. En la frase de Nietzsche, Derrida encuentra una 
clave: lejos del acuerdo por el que los kctores adjudica­
rían un crédito ele verdad al texto, éste sólo puede aspirar 
a la existencia si el crédito ele su propio autor lo sostiene. 
No hay fundamento exterior al círculo firma-texto y nada 
en esa dupla está en condiciones de aseverar que se dice 
una verdad. 
Como de Man, Derrida hace la crítica ele la subjetividad 
y la crítica de la representación, y seiiala el modo en que 
cualquier relato autobiográfico se despliega buscando per­
suadir. Ecce hamo lo deja ver desde sus primeras líneas: la in­
tervención autobiográfica es pro domo sua, y por eso la nece­
sidad de su examen retórico. No es necesat-io suscribir una 
epistemología nihilista para traer estas posiciones a una dis­
cusión con las con cepcio n es simples de la verdad en el tes-
¡; En Ji/ "'Jmcio autobiográjico (Barcelona, Lumen, 1 <)t) 1), Cttelli oli·eu� 
una di:tbna exposiciún de los e;,criws de Paul de Man sobre el Lema. 
42 BEATRIZ SARLO 
timonio autopiográfico o con las ideas de que un relato de 
posmemoria (como se verá más adelante) es vicario. Para 
de Man y Derrida ser vicario no significa nada, ya que antes 
de ese vicario no hubo un sujeto que estuviera en condicio­
nes de pretender ser sujeto verdadero de su verdadero rela­
to. El sujeto que habla es una máscara o una firma. 
"Quise darle al lector 
la materia prima de la indignación" 
La frase es de Primo Levi. Señala, como es habitual en Levi, 
el núcleo del problema sin necesidad de grandes gestos teó­
ricos. Su testimonio sobre Auschwitz es una materia a partir 
de la cual puede emerger un sentimiento de índole moral. 
Las condiciones que hacen posible su testimonio son extre­
mas, y por eso mismo las reglas que lo regulan deben limi­
tar todas las posibilidades de la exageración. Nunca, dice 
Levi, un testimonio verdadero debe abrir la posibilidad de 
que un testimonio exagerado tome su lugar. La materia pri­
ma de la indignación debe ser restringida. Si esto es un hom­
bn: es un testimonio parco y, en vistas a la proliferación de 
horrores que toma por objeto, breve. 
A Levi no pueden planteársele los mismos problemas ele 
b primera persona del modo en que ésta queda sometida a 
sospecha cuando se cri t ica la centralidad del sujeto. Por el 
contrario, l.evi habla por dos razones. La primera, exu·atex-
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 43 
tual, psicológica, ética y compartida con casi todos los que sa­
len del Lager: simplemente es imposible no hablar. La segun­
da tiene que ver con el objeto del testimonio: la verdad del 
campo de concentración es la muerte masiva, sistemática, y 
de ella sólo hablan los que pudieron escapar a ese destino; el 
sujeto que habla no se elige a sí mismo, sino que ha sido ele­
gido por condiciones también extratextuales. Los que no fue­
ron asesinados no pueden hablar plenamente del campo de 
concentración; hablan entonces porque otros han muerto y 
en su lugar. No conocieron la función última del campo y 
por lo tanto sobre ellos no operó su lógica por completo. No 
hay pureza en la víctima que está en condiciones de decir 
"fui víctima". No hay plenitud de ese sujeto. 
"Era típico del Lager volverse culpable en alguna medi­
da, yo, por ejemplo, acepté trabajar en un laboratorio de 
lG-Farben." La "regla era ce�er" porque (excepto en las su­
blevaciones, cuya cualidad inevitable era suicida) el Lager 
no es un espacio de resistencia. Todos, prisioneros y nazis, 
perdían parte de su humanidad y el sujeto del testimonio 
del campo no está convencido de ser sujeto pleno de lo que 
va a enunciar. Por el contrario, es un sL�jeto herido, no por­
que pretenda ocupar vicariamente el lugar de lus muertos, 
sino pon¡tte sabe de antemano que ese lugar no le corres­
ponck. lbhbr;i entonces trasmitiendo un�t ''wateria pri­
ma", pun¡ue el que debería haber sido el stueto en printLéra 
persona dd tes t i monio está ausente, es llil mucno del que 
nu hay rc-prese11tación vicaria. Los "condc�nados" ya no pue-
44 llEATRIZ SARLO 
den hablar y ese silencio impuesto por el asesinato vuelve 
incompleto el testimonio de los "salvados". Agamben lee 
acá la problemática de un stueto ausente, una primera per­
sona que, cuando surge en el testimonio, siempre está en 
reemplazo de otra, pero no porque pueda ser su vicaria, su 
representante, sino porque no ha muerto en lugar del que 
ha muerto. De modo radical, no puede representar· a los 
. ' 
ausentes y en esta imposibilidad se alimenta la paradoja del 
testigo: el que sobrevive a un campo de concentración so­
brevive para testificar y toma la primera persona de los que 
serían los verdaderos testigos, los muertos.9 Un caso límite, 
terrible, de prosopopeya. 
El testimonio de los salvados es la "materia prima" de sus 
lectores o escuchas que deben hacer algo con eso que se les 
comunica y que es, precisamente porque logró ser comuni­
cado, sólo u�a v'ersión incompleta. Los que se salvaron "no 
pueden sino recordar" (escribe Agamben) y, sin embargo, 
no pueden recordar lo decisivo, no pueden testificar sobre 
el campo en la medida en que no han sido víctimas totales, 
como lo fue el "musulmán" que se entregó y dejó de luchar, 
y se separó de aquellos restos desagregados de sociedad que 
quedaban en el campo. Levi los llama "no vivos", es ckcir:no sLuetos que han perdido la noción de cualquie r límite 
ético y, para comenzar, han pe rdido la palabra en vida. 
9 CoJIJcnurio de Giurgio .-\g:JJn!Jen a Jos escriws de Primo [,e\·i: l.u 
que queda de ,!usdauitz, Valencia, Pretextos, 20UO ( 1 !)91)). 
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPD<.JENCIA 45 
Como Levi lo comprobó en quienes lo escuchaban y lo 
leían, en especial durante los ai1os inmediatamente poste­
riores a 1945, todo en el campo resulta increíble. No sólo la 
organización sistemática de la muerte; también la disolu­
ción de las relaciones y de la idea social del tiempo. Por 
eso, del campo de concentración tampoco se puede repre­
sentar el aburrimiento de la vida que transcurre. La memo­
ria tiende a rescatar los "episodios singulares, clamorosos o 
terribles", pero estos episodios sucedían en un tejido total­
mente deshecho, que había perdido casi por completo sus 
i cualidades sociales. Y, en el otro extremo, también es irre­
presentable la intensidad de la experiencia en el campo, 
! que en muchos aspectos fue una aventura, "el período más 
interesante de mi vida", dice Levi.lO Una amiga suya, que 
, fue a Ravenbruck a los diecisiete años, afirmaba después 
, que ésa había sido su universidad. Levi escribió: "Crecí en 
Auschwitz". Esta intensidad de la experiencia vivida, increí­
ble para quien no haya vivido esa experiencia, es también 
lo que el testimonio no es capaz de representar. 
En suma: no puede representar todo lo que la experien­
cia fue para el sujeto, porque se trata de una "materia pri­
ma" donde el sujeto testigo es menos importante que los 
efectos moLdes de su discurso. No es d sLueto el que se res-
IU F.Htrn·ist�t de tvbrcu Vigev�mi a l'riiiJo L.:vi, t·n: !'rimo Le\'i, Cun-.xF 
saz.úmi r inln vi, ti; 1 ')úJ-1987, Turín, Einaudi, 1 'l'Jí, p. :!:!G. [L'ntn:uislus y 
wnvnsaciunD, Lbrcelona, l'.:llÍnsula, l'J'JS.] 
46 BEATRIZ SARI.O 
taura a sí mismo en el testimonio del campo, sino una di­
mensión colectiva que, por oposición y por imperativo mo­
ral, se desprende de lo que el testimonio transmite. 
Esta perspectiva sobre el testimonio es dubitativa y final­
mente escéptica en cuanto a su poder de restauración del 
sujeto testigo, y podría explicar el destino suicida de algu­
nos "escapados", como Primo Levi, Jean Améry, Bruno 
Bettelheim. Aunque Levi sea citado por quienes creen en la 
potencia sanadora de la memoria, su propio testimonio es 
cautelosamente acompaúado por un escepticismo que im­
pide toda teodicea de la memoria como principio de cica­
trización de las heridas. Para Levi, su testimonio no repre­
senta una epifanía del conocimiento ni tiene un poder de 
sanación de la identidad. Es, simplemente, inevitable por 
razones psicológicas y morales. La preocupación de Levi, 
por lo menos durante los primeros aúos de la posguerra, es 
la de ser escuchado y creído. Mientras estaban en los cam­
pos, _muchos prisioneros ya desconfiaban de la forma en 
que su relato (si ese relato se volvía posible) sería tomado. 
Esta dificultad es bien evidente cuando se piensa en tér­
minos de verdad. Riccrur, al referirse a los testimonios ori­
ginados en la Shoah, dice que establecen un caso límite, 
porque es difícil incorporarlos al archivo y suscitan una 
verdadera "crisis del concepto de testimonio ".11 Son una 
11 l';llll Ric�ur, l.a mémoire, l'histoire, l'oubli, París, Seuil, 2000, p. 2:!2. 
[ La 1/IC//turia, La /ti;tvlia, el olvido, Madrid, TroLU, 2003.] 
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 47 
excepción sobre la cmtl es complicado (quizás iwpropio) 
ejercer el método historiográfico, porque se trata de expe­
riencias extraordinarias, que no pueden mensurarse con 
otras experiencias. Pero si Ricreur está en lo cierto, su ad­
vertencia sobre los testimonios del Holocausto como caso 
límite permitiría también pensar hacia adentro de los lími­
tes. El testimonio del Holocausto se ha convertido en mo­
delo testimonial. De modo que un caso límite transfiere 
sus rasgos a casos no límite, incluso a condiciones de testi­
monio completamente banales.I2 No sólo en el caso del 
Holocausto el testimonio reclama que sus lectores o escu­
chas contemporáneos acepten su veracidad referencial, po­
niendo en primer plano argumentos morales sostenidos 
en el respeto al sujeto que ha soportado los hechos sobre 
los cuales habla. Todo testimonio quiere ser creído y, sin 
embargo, no lleva en sí mismo las pruebas por las cuales 
puede comprobarse su veracidad, sino que ellas deben ve­
nir desde afuera. 
En condiciones judiciales, por ejemplo en el juicio a las 
tres juntas de comandantes de la dictadura argentina, los 
fiscales se vieron obligados a elegir, entre cientos, a los tes­
tigos cuya palabra facilitaba el ejercicio de las reglas de la 
l� Con esto suc"de lo que tamoién sucede con la pabbra genocidio, 
cuyo uso extenclido a lus m:t, cliversus escenarios )'a ha sido discuticlu su­
ficientemente por llugo Vezzetti en l)u;atlu y pn:swle, l>tteJtlls Aires, Si­
glo XXI Editores, 2002; y la serie de sus anículos en Punto de Vista, desde 
los aiios uoventa . 
48 BEATRiZ SAlUD 
prueba. En condiciones no judiciales, el testimonio pide 
una consideración donde se mezclan los argumentos de su 
verdad, sus legítimas pretensiones dé credibilidad, y su uni­
cidad sostenida en la unicidad del sujeto que lo enuncia 
con su propia voz, poniéndose como garantía presente de 
lo que dice, incluso cuando no se trate de un sujeto que ha 
soportado situaciones límite. 
Si, como afirma Ricceur en Temps et récit, el testimonio 
está en el origen del discurso histórico, la idea de que sobre 
un tipo de testimonio sea dificil, cuando no imposible, ejer­
cer el método crítico de la historia, pone una res.tricción 
que no concierne a sus funciones sociales o judiciales pero 
sí a sus u_sos historiográficos. Y si es admisible que un acon­
tecimiento de carácter excepcional como el Holocausto re­
clame para sí una cualidad inabordable, es posible pensar 
los testimonios contemporáneos que no surgen de sucesos 
comparables con aquellos que volverían intocables los testi­
monios del Holocausto. La crítica �el sttieto y su verdad, la 
crítica de la verdad de la voz y de su conexión con una ver­
dad de la ·experiencia que afloraría en el testimonio, inclu­
so cuando no se sigan las conclusiones radicales de De Man 
y Derrida, es ueccsaria excepto que se decida adjudicar al 
testimonio un valor referencial general del que se descon­
fía cuando otros discursos lo reivindican para sí . La perple­
jidad de Ricu:ur frente a los testi monios dd llolocausto, 
que escap�u1 a las reglas de la crítica, Licue suficientes razo­
nes; pero ellas no son suficientes para otros casos. El tcsti-
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EX!'EIUENCIA 49 
monio, por su autorrepresentación como verdad de un su­
jeto que relata su experiencia, pide no someterse a las re­
glas que se aplican a otros discursos ele intención referen­
cial, alegando la verdad de la experiencia, cuando no la del 
sufrimiento, que es la que precisamente necesita ser exami­
nada. Acá hay un problema. 
Frente a un problema, 
el recurso al optimismo teórico 
La actualidad es optimista y ha aceptado la construcción de 
la experiencia como relato en primera persona, aun cuan­
do desconfíe de que todos los demás relatos puedan remitir 
de modo más o menos pleno a su referente. Proliferan las 
narraciones llamadas "no ficcionales" (tanto en el periodis­
mo como en la etnografía social y la literatura): testimonios, 
historias de vida, entrevistas, autobiografías, recuerdos y me­
morias, relatos identitarios.l3 La dimensión intensamente 
subjetiva (un verdadero renacimiento del st�eto que se ere-
1:1 v,:;ase: Leonor Arfuch, m npaciu biu,grájiru, .. , cit.; y LL'lHtur Arfuch 
(comp.), ldotluiadn, 'ujelus, .\ttbjetivú/ade,, BLtcnos Air..:s, l'runlt:lt:O Li­
bros, �00�1. No pueck dejar de se íi.alarse d GtLÜ '' ·r pionero debs inws­
tigacioncs de l'ltilippt: l.ejeunc sobre el espacio y el p••cto autuiJiogr•ifi­
co, 'tsÍ conH> los estudios de Ceorgt·s Cusdorf y Jt·:w St,llobinski. Sin 
embargo, t:llllO Cusdorf como Starubinski "' anticipan a Lt motb con­
temporánea )' no penenecen a dLt. 
50 BEATRIZ SARLO 
yó muerto en los. ailos sesenta y setenta) caracteriza el pre­
sente. Lo mismo sucede en el discurso cinematográfico y 
plástico que en el literario y en el mediático. Todos los gé­
neros testimoniales parecen capaces de hacer sentido de la 
experiencia. Un movimiento de devolución de la palabra, 
de conquista de la palabra y de derecho a la palabra se ex­
pande reduplicado por una ideología de la "sanación" iden­
titaria a través de la memoria social o personal.l4 El tono 
subjetivo marcó la posmodernidad, como la desconfianza o 
la pérdida de la experiencia marcó
. 
los últimos capítulos de 
la modernidad cultural. Los derechos de la primera perso­
na se presentan, por una parte, como derechos reprimidos 
que deben liberarse; y como instrumentos de verdad, por 
la ou·a. Si fueran lo segundo, es claro por qué, desde los lu­
gares de autoridad, se desconfiaría de ellos. 
Según Benjamín, aquello que fue posible hasta un mo­
mento determinado de la historia se volvió imposible, a 
causa del carácter irreversible de la intervención capitalista 
moderna sobre la subjetividad; pero hoy, incluso citando a 
Benjamín, la restauración de un relato significativo de la 
experiencia se considera posible, pasando por alto precisa­
mente aquello que, para Benjamín, volvía trágica la situa-
11 Ceotln:y Hanmann, crítico liter;uio y responsable acadt>mico dd ar­
chivo del llolucausto de la Universicbd de Ycde seúala esta dimensión: ''El 
ddJCl de t·"·uch;tr y de restablecer un di;ilogu con persun;¡s que fueron 
w;u-c;trbs por su expetiencia de ulmodo t¡ue la integración w�tl en b vida 
cutidiana no t:'S sino aparente" (en: \Vieviorka, cit., p. 141). 
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 51 
ción contemporánea. En efecto, la confianza en un healing 
identitario producido por la palabra se sustrae de la dimen­
sión problemática en que la subjetividad fue focalizada des­
de finales del siglo XIX y abandona, por decirlo rápidamen­
te, no sólo la perspectiva desde la que se descubre la herida 
cultural capitalista, sino todas las epistemologías de la sos­
pecha, de Nietzsche a Freud. El sujeto no sólo tiene expe­
riencias sino que puede comunicarlas, construir su sentido 
y, al hacerlo, afirmarse como sujeto. La memoria y los rela­
tos de memoria serían una "cura" de la alienación y la cosi­
ficación. Si ya no es posible sostener una Verdad, florecen 
eu cambio unas verdades subjetivas que aseguran saber 
aquello que, hasta hace tres décadas, se consideraba oculto 
por la ideología o sumergido en procesos poco accesibles a 
la introspección simple. No hay Verdad, pero los sujetos, 
paradójicamente, se han vuelto cognoscibles. 
A veces resulla sorprendente encontrar en este campo de 
ideas la convivencia de un deconstruccionismo filosófico 
"blando" junto con un optimismo identitario que, si bien no 
restaura la primacía de Aquel Sujeto anterior al siglo XX, 
construye St�jetos Múltiples, hábiles como Ulises en las c·sca­
ramuzas para m�tntener lo que son y cambiarlo; recuperar el 
pasado y ade cuarlo al presente; acept;u· lo extrzu uero colllu 
una m:tsctra a la que, en el momento 111ismo dt� act:ptada, 
se la ddúrm�1, transforma o parocliza; sostener las contradic­
ciones lihcr;Ü1duse, al mismo tiempo, del binarisn w simple, 
etc. Siguiendo al m(ts brilbnte de estos teóricos, Humi 
\¡ 
1, 
5:.! BEATRIZ SAlU.O 
Bhabha,l5 se relee no sólo escritos inc�mpatibles con estos 
principios (como sucede con los usos poscoloniales de 
Gramsci), sino que se los presenta en,marcados en un apara­
to filosófico de efecto deconstrucúvo que, de ser coherente, 
no admitiría ninguna positividad en el discurso identitario. 
Como sea, las contradicciones teóricas que admiten al 
mismo tiempo la indecibilidad de una Verdad y la verdad 
identitaria de los discursos de experiencia plantean proble­
mas no sólo a la filosof1a sino a la historia. Y eso es lo que 
me interesa ah_ora: ¿qué garantiza la memoria y la primera 
persona como captación de un sentido de la experiencia? 
Después de haber sido sometida a crítica radical, la restau­
ración de la experiencia como memoria es una cuestión 
que debería examinarse. La intensa subjetividad del "tem­
peramento" posmoderno marca también este campp de es­
tudios. Cuando nadie está dispuesto � aceptar la verdad de 
una historia (lo que Benjamín denominó los "hechos" reifi­
cados), todos parecemos más dispuestos a la creencia en las 
verdades de unas historias en plural (el plural: esa inflexión 
del paradigma que ha ganado la más alta categoría, lo cual 
es afortunado, pero también se propone como solución ver­
balista a cualquier cuestión cont1ictiva). 
h llomi Hhabha, The Lowtion of Cultwe, Londn:s, Routlcdge [l�llugar 
de la ru/twu, Hueno' Aires, Manantial, 2002]; y '"DissemiNation: time, na­
rrative, amlthe margins of the modern nation", en !Iomi llhabha (ed.), 
Natiun ami Narmtiun, Londres, Routledge, 1991. 
CRÍTICA lll!:L TESTIMONIO: SUJETO Y EXL'ERlENCIA 53 
La imaginación sale de visita 
Apoyada sobre la hipotética continuidad entre experiencia 
y relato, se reivindica esta proximidad como sustento de 
una representación verdadera. Sin embargo, una línea de­
cisiva de la estética del siglo XX sostuvo la necesidad de una 
ruptura reflexiva con la inmediatez de las percepciones y 
de la experiencia para que éstas puedan ser repn:�entadas. 
Bertolt Brecht y los formalistas rusos pensaron que el arte 
está en condiciones de iluminar lo que nos rodea de modo 
más inmediato a condición de que produzca un corte por 
extraúarniento, que desvíe a la percepción de su hábito y la 
desarraigue del suelo tradicional del sentido común. La 
puesta en cuestión de lo acostumbrado es la condición de 
un conocimiento de los objetos más próximos, a los que ig·­
noramos precisamente porque permanecen ocultos por la 
ümliliaridad que los vela. Esto rige también para el pasado. 
"Pensar con una mente abierta", escribe Hannah Arendt, 
"significa entrenar a la imaginación para que salga de visita". 
La imagen alude a una externidad de la imaginación res­
pecto de su relato. Quien cuenta una historia se enfrenta, 
ante todo, con una materia que, incluso en el caso de la ex­
periencia propia, se ha vuelto, por su familiaridad, incom­
prensible o banal. Odilio Alves Agui�u, t·xaminando est a 
dimensión del pensamiento arendliano, afirrn�t que, en au­
sencia de Lt imaginación, '"la experiencia pierde Sll decihili­
dad y se pierde eu el torbellino de las vivencias y de los hi-
BEATRIZ SAlU.O 
bitos repetidos".l6 Es posible dar sentido a este torbellino, 
pero sólo a condición de que la imaginación cumpla su tra­
b::.�o de externalización y de distancia. Se trata no sólo de 
una cualidad del historiador sino también de quien lo escu­
cha: la imaginación "sale de visita" cuando rompe con aque­
llo que la constituye en proximidad y se aleja para capturar 
reflexivamente la diferencia. La condición dialógica es esta­
blecida por una imaginación que, abandonando el propio 
territorio, explora posiciones desconocidas donde es posi­
ble que smja un sentido de experiencias desordenadas, 
contradictorias y, en especial, resistentes a rendirse ante la 
idea demasiado simple de que se las conoce porque se las 
ha soportado. 
Con la franqueza severa que su condición de víctima vol­
vió audible , Primo Levi sostuvo que el campo de concentra­
ción no ennoblece a sus víctimas; podría agregarse que tam­
poco el horror padecido les permite conocerlo mejor. Para 
conocer, la imaginación necesita ese recorrido que la lleva 
fuera de sí misma, y la vuelve reflexiva; en su viaje, aprende 
que la historianunca podrá contarse del todo y nunca ten­
drá un cierre, porque todas las posiciones no pueden ser re­
corridas y l�ul lpoco su acumulación resulta en una totalidad. 
El principio de un diálogo sobre la historia descansa en el 
lti Odilio Al ve> Ag,uictr, "PenS<lllWI}to e Narrac,:ao e m l Lumah t\rendt", 
lklo Horizuntt:, Editorial de b Univnsid•td dt· Minas Ct:rais, �001 (tra­
ducido por Ada Solari, en Pu 11 tu de Vis fa, 78, abril de 200-1). 
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 55 
reconocimiento de su carácter incompleto (que, por supues­
to, no es una blta en la representación de los detalles ni de 
los "casos", sino una admisión de la cualidad múltiple de los 
procesos). De este modo, la narración así pensada no po­
dría sostener una identidad ni una tradición, tampoco dotar 
de legitimidad a una práctica. No cumple funciones de for­
talecimiento identitario ni de fundación de leyendas nacio­
nales. Permite ver, precisamente, lo excluido de las narra­
ciones identitarias reivindicadas por un grupo, una minoría, 
un sector dominante o una nación. La óptica de esta histo­
ria no es lejana sino desplazada de lo familiar: como lo su­
giere Benjamín, es la óptica de quien soporta el desplaza­
miento del viajero, que abandona el país de origen. 
A las narraciones de memoria, los testimonios y los escri­
tos de fuerte inflexión autobiográfica los acecha el peligro 
de una imaginación que se establezca demasiado firmemen­
te "en casa", y lo reivindique como una de las conquistas de 
la empresa de memoria: recuperar aquello perdido por la 
violencia del poder, deseo cuya entera legitimidad moral y 
psicológica no es suficiente para fundar una legitimidad in­
telectual igualmente indiscutible. Entonces, si lo que la me­
moria busca es recuperar un lug·;u· perdido o Llll tiempo pa­
sado, sería �yena a su movimiento la deriva que la alejaría 
de ese centro utópico. 
Esto es lo que VLlelve a la mnnoria, ele algún modo, irre­
futable: el v<Llor de verdad del teslimonio prete nde soste­
nerse sobre la inmediatez de la experiencia; y su capacidad 
56 
BEATRIZ SARLO 
de contribuir a la reparación del daño sufrido (una repara­
�ión judicial indispensable en el caso de las dictaduras) la 
1 • 
localiza en aquel!;:¡ dimensión redentora del pasado que 
�enjamin reclamaba como deber mesiánico de una historia 
¡ 
�ntipositivista. . 
� Del lado de la historia (si es que pese a todas las heridas, 
q por ellas justamente, queremos tener una historia, y escri-· 
bo la palabra en singular para evitar que el tributo a un fe­
tichismo gramatical de los plurales cierre el problema de 
' 
lf1 multiplicidad de perspectivas), el derecho de veto recla-
�ado por J�1 memqri<! plqpJ�<Lun desafío. En las últimas 
décadas la historia se acercó a la memoria y aprendió a in­
terrogarla; la expansión de las "historias orales" y de las mi­
crohistorias es suficiente para probar que ese tipo de testi-
' 
monios ha obtenido una escucha tanto académica como 
mediática. El "deb�r de memoria" que impone el Holocms­
to a la historia europea fue acompañado por la atención 
prestada a las memorias de los sobrevivientes y las huellas 
dejadas por las víctimas. 
Sin embargo, hay que problematizar la extensión de esta 
hegemonía moral, sostenida por un deber de resarcimien­
to, sobre todo hecho de memoria: "La legítima lucha por 
110 olvicbr el ge u ocidio de los judíos erigió un santuario de 
b memoria y fundú una 'nueva religión cívica', según b ex­
presión de Georges lknsoussan. Extendido por el uso a 
otros ol�jetos hi�Lóricos, el 'deber de memoria' induce una 
relación afectiva, moral, con el pasado, poco compatible 
CRÍTICA OEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXI'ERlENClA 57 
con la puesta en distancia y la búsqueda de inteligibilidad 
que son el oficio del historiador. Esta actitud de deferencia, 
de respeto congelado frente a algunos episodios dolorosos 
del pasado puede hacer menos comprensible, en la esfera 
pública, a la investigación que se nutre de nuevas pregun­
tas e hipótesis. Del lado de la memoria, me parece descu­
brir la ausencia de la posibilidad de discusión y de confron­
tación crítica, rasgos que definirían la tendencia a imponer 
una visión del pasado".l7 En medio siglo, el que va entre el 
fin de la segunda guerra y el presente, la memoria ha gana­
do un estatuto irrefutable. 
Es cierto que la memoria puede ser un impulso moral 
de la historia y también una de sus fuentes, pero estos dos 
rasgos no soportan el reclamo de una verdad más indiscuti­
ble que las verdades que es posible construir con y desde 
otros discursos. Sobre la memoria no hay que fundar una 
epistemología ingenua cuyas pretensiones serían rechaza­
das en cualquier otro caso.I8 No hay equivalencia entre el 
derecho a recordar y la afirmación de una verdad del re­
cuerdo; tampoco el deber de memoria obliga a aceptar esa 
equivaleucia. !Vbs bien, grandes líneas del pensamiento del 
siglo XX se han permitido cksconüar fren te a un discurso 
17 Didit·r Cuiv;trr'h, J.a uu:moirt: wl!alwe. f),· /u¡;·dmrhe a l't·n:>t'ignellll'lll, 
Croupe de Rn:herclte en lliswirt: ltllllt:di;tlc, ectsLex(IDuuiv-tlst·�.fi·. 
IH Escribe VeLLelli: "[la tnemnri:¡J tiende;¡ l't:l· lus aconlt'Cilllint!OS 
desde una pnspectiva única, recl¡;¡z·,¡ la ;unbigüedad y li;tsla reduce lus 
acontecimieul<Js a arqtwtipos fijadus". 
58 BEATIUZ SARLO 
de la memoria ejercido como construcción de verdad del 
sujeto. Y el arte, cuando no busca mimetizarse con los dis­
cursos sobre memoria que se elaboran en la academia, LO­
mo sucede con algunas de las estéticas de la monumentali­
zación y contramonumentalización del Holocausto,l9 ha 
demostrado que la exploración no está encerrada sólo den­
tro de los límites de la memoria, sino que otras operacio­
nes, de distanciamiento o de recuperación estética de la di­
mensión biográfica, son posibles. 
��Pienso en el discurso mimético entre crítica de ane y monumentos 
y coutramonumentos. y¿ase, po¡· ejemplo: James Yuung, !lt lvlemory 's 
l�'dge; A)ter-Images in Coulempomry Art uml Architature, Nueva York y Lon­
dres, Yale University Press, 2000. Por el colltrario, el análisis de Andreas 
Huysse11 dt· la obra de Ansehu K.iefer pennité pensar una intervención 
eslétict (¡ue tiene al pas;�do como objeto desde tlll;l perspectiva c¡ue no 
n:produce el discurso dd anist�t sobre su our;t (En lmsw del jilturu J'erdi­
du; cullu ra y mnnuria e11 tiempu:; de glubaliz.aciuri, Buenos Aires, FCE, 2001). 
3. La retórica testimonial 
A la salida de las dictaduras del sur de América Latina, re­
cordar fue una actividad de restauración de lazos sociales y 
comunitarios perdidos en el exilio o destruidos por la vio­
lencia de estado. Tomaron la palabra las víctimas y sus re­
presentantes (es decir, sus narradores: desde el comienzo, 
en los ·aiios sesenta, los antropólogos o ideólogos que re­
presentaron historias como las de Rigoberta Menchú o de 
Do mi tila; más tarde los periodistas). 
Desde mediados de la década de 1980, en la escena euro­
pea, especialmente la alemana, se comenzó :1 escribir un 
nuevo capítulo, decisivo, sobre el Holocausto. Por una par­
te, el debate de los historiadores alemanes sobre la solu­
ción final y el papel activo del estado alem{m en las políti­
cas de reparación y la monumentalización del Holocausto; 
por la otra, la gran difusión de los escritos luminosos de 
Primo Levi, donde sería difícil hallar ninguna afirmación 
del saber del sujeto en el Lagn� más tarde, bs lecturas de 
Giorgio Agambcn, donde tam poco es posible encontrar 
una positivichd optimista; el íllm Slwah de CLtucle Llllz­
lllann, que propuso u11 tratamiento uuevo cld testimonio 
y I-euunciú, al mismo tiempo, a la imagen de lus campos 
ti O BEATRIZ SAIU.O 
de concentración, privándose, por un lado, de iconografía 
y forzando, por el otro, el discurso de los sobrevivientes. 
La mención de a con tecimien tos podría seguir.! Todos 
acompaiiaron