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ARTIGO URTEAGA - Miseria, miasmas y microbios Las topografías médicas y el estudio del medio ambiente en el siglo XIX

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UNIVERSIDAD DE
BARCELONA
ISSN: 0210-0754 
Depósito Legal: B. 9.348-1976
Año V. Número: 29
Noviembre de 1980
 
MISERIA, MIASMAS Y MICROBIOS. LAS TOPOGRAFÍAS MÉDICAS Y EL ESTUDIO
DEL MEDIO AMBIENTE EN EL SIGLO XIX (1)
 
Luis Urteaga
Algunas veces las cosas existen antes de tener nombre. En 1873 el naturalista Haeckel acuñaba la palabra
"ecología" para referirse al estudio de las relaciones de los seres vivos con el ambiente físico y biológico;
pasarían varias décadas antes de que el hombre ocupase el lugar central de los procesos ecológicos. Ratzel
publica su Antropogeografía en 1882; también transcurrirán bastantes años hasta que la ciencia geográfica
afirme que su objeto de estudio son las relaciones entre el hombre y el medio. Sin embargo, cien años antes
de Ratzel y Haeckel, un grupo de médicos --los llamados higienistas--, se habían planteado el problema del
influjo del medio ambiente en la vida del hombre desde una perspectiva que anticipa los trabajos de ecólogos
y geógrafos.
El higienismo es una corriente de pensamiento desarrollada desde finales del siglo XVIII, animada
principalmente por médicos. Partiendo de la consideración de la gran influencia del entorno ambiental y del
medio social en el desarrollo de las enfermedades, los higienistas critican la falta de salubridad en las
ciudades industriales, así como las condiciones de vida y trabajo de los empleados fabriles, proponiendo
diversas medidas de tipo higiénico-social, que pueden contribuir a la mejora de la salud y las condiciones de
existencia de la población. La raíz del pensamiento higienista está en el impacto que produce en los espíritus
europeos el proceso de la revolución industrial; su desarrollo debe inscribirse en la historia (o la prehistoria)
de las ciencias sociales modernas, es decir, de cualquier reflexión sobre lo social, que trate de explicar los
desajustes y conflictos provocados por los nuevos fenómenos que genera la industrialización.
En España, los médicos preocupados por la salud pública, derrocharon una gran actividad a lo largo del
ochocientos, la cual ha sido parcialmente estudiada, entre otros, por López Piñero (1964) y M. y J. L. Peset
(1972 y 1978). Fruto de esta actividad es una voluminosa literatura científica,(2) en la que podemos
encontrar tratados --agrupándolos desde una perspectiva actual-- los siguientes temas:
a. La higiene aparece en primer lugar, como una parte de la actividad médica centrada en la preservación de
la salud pública. En este sentido tienen especial importancia los trabajos de tipo epidemiológico que versan
sobre:
- Enfermedades epidémicas (cólera y fiebre amarilla especialmente). 
- Enfermedades endémicas permanentes en las ciudades (viruela, tifus, difteria, escarlatina, etc.). 
- Enfermedades profesionales relacionadas con la revolución industrial.
Dado que entre los higienistas está generalizada una concepción de la enfermedad como producto social, en
los estudios de tipo epidemiológico es muy frecuente encontrar abundante información sobre el medio
geográfico, económico y social en el que se desarrollan las dolencias estudiadas.
b. Como consecuencia de la marcada preocupación por la sociedad de su época, los higienistas desarrollan en
conjunto una línea de pensamiento social, en la que aparecen reflejados. entre otros, los siguientes temas:
- El pauperismo y la beneficencia. 
- La moralidad y las costumbres de la época. 
- Los sistemas políticos. Utopías. 
http://www.ub.es/geocrit/menu.htm
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- La lucha de clases. 
- La reforma social.
c. Los médicos realizan asimismo toda una serie de investigaciones empíricas de tipo sociológico y
geográfico.
- Los trabajos sociológicos suelen tener como objetivo la situación de la clase obrera y el impacto de la
industrialización sobre la salud pública (mortalidad infantil, sobremortalidad de los trabajadores, condiciones
de trabajo y vivienda, alimentación, etc.). 
- Las investigaciones empíricas de tipo geográfico son las Geografías y Topografías médicas. Bajo esta
rúbrica, se realizaron desde finales del setecientos una serie de estudios de tipo geográfico-estadístico, en los
que se insertan diversas consideraciones acerca del origen y desarrollo de las epidemias y sobre la
morbilidad en general. Estas monografías médicas suelen ceñirse a ciudades, localidades y comarcas o
regiones concretas, y tienen como base determinadas concepciones médicas, que consideran la génesis y
evolución de las enfermedades como fuertemente determinadas por el clima y el medio local.
d. Desde el campo de la higiene, se tratan también, ampliamente, problemas del espacio urbano, como la
limpieza y la salubridad de las ciudades en su conjunto; pero a la vez aparecen:
- Servicios: mataderos. alcantarillado, cementerios, etc. 
- Hábitat: ciudades obreras, habitaciones, etc. 
- Edificios públicos: hospitales, cárceles, templos, etc.
Es obvio, que muchos de estos temas no son tratados de forma monográfica, ni siquiera aparecen insertos en
una teoría de conjunto, sino que suelen ser presentados de forma empírica, no sistemática, enlazados unos
con otros en tratados generales de higiene, obras de divulgación, memorias sobre epidemias, topografías
médicas, etc. A pesar de ello, creemos que su sola enumeración puede bastar para calibrar el interés de la
tradición higienista y su importancia para la historia de la geografía, la ecología y otras ciencias sociales.
Entre las líneas de investigación seguidas por los higienistas, hay una que emparentó directamente su
actividad con la de nuestra comunidad científica. Los estudios de Geografía médica fueron uno de los centros
de atención más característicos de los galenos españoles interesados por la higiene pública. La consciencia
de la amplitud y continuidad de la tradición de investigaciones que representan las topografías médicas,
sugiere una serie de interrogantes como éstas: ¿qué razones impulsaron a los médicos, durante el siglo XIX,
a fijar su atención en el estudio del espacio y del medio ambiente?; ¿cuáles fueron los motivos del auge y
decadencia de esta tradición científica --tal como entonces se concebía--?; ¿qué relaciones pudo haber entre
la actividad de los higienistas y la de los geógrafos y otros cientificos?; y, finalmente, ¿qué lugar ocupan las
topografías en la historia de la ciencia geográfica? Responder a estas preguntas --junto a otras anexas a ellas-
- es la tarea que intentamos con este trabajo.
1. LA TRADICION "ECOLOGICA" EN MEDICINA.
La relación estrecha, que a lo largo del siglo XIX se da entre medicina y geografía, o más precisamente, la
gran atención prestada por el pensamiento médico al medio ambiente y al marco espacial, no es algo nuevo,
específico de esa centuria, sino que tiene hondas raíces en el pasado. Podemos decir, que en el ochocientos
cristaliza en nuestro país una línea de investigación que viene gestándose, desde tiempo atrás, en varios
países europeos.
Se trata aquí, de establecer la génesis del tipo de literatura científica que conocemos como Topografías
médicas. Para ello, consideramos de interés detener nuestra atención en el estudio de algunas características
científicas y sociales del siglo XVIII. No tan sólo, porque las monografías médicas redactadas en España son
herederas de las realizadas en Inglaterra, y sobre todo en Francia, en la segunda mitad del setecientos, sino
porque --y esto es lo principal--, el tipo de creencias científicas, de prácticas institucionales y de necesidades
sociales, que dan soporte en el siglo XIX a las encuestas médicas sobre el espacio tienen su punto de partida
inmediato en la medicina de la Ilustración.
La medicinade las constituciones
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Cuando a mediados del siglo XVIII el médico Gaspar Casal tiene que referirse a las causas de las epidemias
que afectaron a Asturias en los años 1719 y 1749, reflexionará del siguiente modo:
"Haciendo memoria de las diversas causas, que los autores asignan a la ictericia (ya descubiertas por
observaciones, y ya por disecciones anatómicas) tengo por verosímil que, así en una, como en otra epidemia,
tuvieron mucho influjo los ábregos, que en ambas constituciones del tiempo persistieron sobre los demás
vientos (...). También hago memoria de que en Asturias se encienden, y agitan los humores, y parece, que
adquieren un hervor molestísimo, siempre que predominan los vientos ábregos, o australes (...). Por lo cual,
no pienso, que se tendría por temerario al médico, que juzgase ser tan posible la ictericia epidémica, cuando
la fogosa constitución del tiempo agita, enciende, y turba los líquidos del cuerpo (...). Por ictericias, no
peligrosas, comenzaron los males en ambas ocasiones, y después se siguieron las paperas: sucedieron tras
éstas los catarros, y viruela malignas; por fin nos vinieron las fiebres de malísima casta" (G. Casal, 1762,
235-236) .
El autor de estas líneas --que hoy pudieran parecernos elucubraciones de algún extraño pensador-- fue
médico del rey Fernando VI, miembro del Real Protomedicato y de la Real Academia Médica Matritense, y
es una de las personalidades científicas destacadas de nuestro siglo XVIII. Más aún, Casal fue observador
directo de ambas epidemias, actuando como clínico en Asturias, y hay fundadas razones para considerar que
se trataba de un observador meticuloso. En realidad, sus reflexiones debemos inscribirlas en un conjunto de
teorías que gozaron de gran crédito en el setecientos, que trataban de establecer la relación existente entre el
secado ocasional del medio ambiente y el modo de enfermar.
Resulta innecesario multiplicar los ejemplos para probar esta afirmación: los "Tratados de epidemias" que
proliferan en el siglo de las luces, recogen el tipo de ideas expresadas por Casal de forma continua. Acaso
valga la pena referirse a un informe del Protomedicato del año 1785, sobre una epidemia de tercianas que en
los años anteriores asoló el Levante español.(3) Pues bien, frente a la muy razonable idea, defendida por
numerosos observadores, que atribuía la existencia de un paludismo endémico en la región a la extensión de
los cultivos de arroz, el Real Protomedicato argumenta:
"...médicos famosos y aún el mismo Hipócrates hablando de las tercianas y de otras epidemias ¿pensaron
acaso en señalar por causa y origen de ellas a los terrenos húmedos y pantanosos? ¿No atribuyeron su
principio a la constitución de los tiempos, al clima particular y a la casual combinación de las lluvias,
nieblas, aires, soles y demás que producen aquel Quid divinum, ignorado de todos hasta ahora?" (Manuscrito
de la Facultad de Medicina de Valencia, sig. 14-35; cit. por M. y J. L. Peset, 1972, 53.)
Estas teorías, que la moderna historiografía de la medicina agrupa bajo el concepto de constituciones
epidémicas, habían sido expuestas de forma sistemática por el médico inglés Thomas Sydenham (1624-
1689). Este autor, conectado con la tradición empírica inglesa del siglo XVII --fue amigo y colega del
filósofo John Locke y del científico R. Boyle--, había estudiado la pandemia que afectó a Londres en los
años 1660-70, y establecido lo que consideraba estrecha relación entre las fiebres y el clima. Influido por las
lecturas de Hipócrates, resucita el concepto de "katástasis" o constitución epidémica, y procede a dividir las
enfermedades agudas en: epidémicas, estacionarias, intercurrentes y anómalas. Tienen interés para nosotros
los dos primeros tipos: serán enfermedades epidémicas --dice Sydenham-- "las determinadas por una
alteración secreta e inexplicable de la atmósfera" (Cit. por Lain Entralgo, 1978, 316-317). Las enfermedades
estacionarias debemos atribuirlas a "una oculta e inexplicable alteración acaecida en las entrañas mismas de
la tierra".
No parece haber un total acuerdo, entre los intérpretes contemporáneos de la obra de Sydenham, respecto al
verdadero alcance de la "constitución epidémica". Así mientras para Lain Entralgo puede reducirse al
"aspecto meteorológico del año" (1978, 317), para otros autores tiene un sentido más amplio. Por ejemplo,
M. Foucault afirma que: "La constitución de Sydenham no es una naturaleza autónoma, sino el complejo de
un conjunto de acontecimientos naturales: cualidades del suelo, climas, estaciones, lluvia, sequedad, centros
pestilentes, penuria..." (1978, 42). En cualquier caso, desde Sydenham la medicina europea del siglo XVIII
renovará la tradición de Hipócrates, inaugurada en el libro Sobre los aires, las aguas y los lugares, dando
origen a una corriente higienista que prestará una singular atención al medio natural y su posible relación con
los problemas patológicos.
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Las topografías médicas surgen como exigencia lógica de la doctrina de las constituciones. Mediante ellas
pueden indicarse los lugares sanos y enfermos, las zonas en que es posible habitar y aquéllas que deben
evitarse. Más aún, se espera que una vez determinadas las variables meteorológicas (temperatura, humedad,
presión atmosférica, orientación del viento) y climáticas de un área, podrá establecerse un relativo
acoplamiento entre estos datos, las "fiebres" del lugar, y el "temperamento" de sus habitantes, posibilitando
así una acción terapéutica eficaz.
No resulta extraño pues, que en Inglaterra, durante la segunda mitad del XVIII, la geografía médica contase
con un gran número de cultivadores, entre los que el historiador Ackerknecht (1973, 143) destaca a
Cleghorn, Hillary Rutty y R. Jalison entre otros famosos galenos.
En Francia, la mirada que los médicos dirigen al espacio, interrogándose por las causas de la morbilidad, su
difusión y distribución, tiene una larga historia. En 1786, J. J. Meneuref constata que: "Es bien cierto que
existe una cadena que vincula en el universo, en la tierra y en el hombre, a todos los seres, a todos los
cuerpos, a todas las afecciones: cadena cuya sutileza al eludir las miradas superficiales del minucioso
experimentador y del frío disertador descubre al genio verdaderamente observador" (J. J. Meneuref, 1786,
139; cit. por M. Foucault, 1978).
Descubrir los eslabones de esa cadena constituirá uno de los más definidos empeños de la higiene francesa
de la segunda mitad del setecientos. Para ello, se hará necesario realizar una sistemática tarea de observación,
recopilando una ingente masa de datos meteorológicos, hidrológicos, demográficos, etc. En 1776,
Hautesierck, había propuesto a los médicos y cirujanos militares franceses, un plan de trabajo que
comprendía:
"El estudio de las topografías (la situación de los lugares, el terreno, el agua, el aire, la sociedad, los
temperamentos de los habitantes), observaciones meteorológicas (presión, temperatura, régimen de vientos),
análisis de las epidemias y de las enfermedades reinantes, descripción de los casos extraordinarios" (M.
Foucault, 1978, 52).
Prolongación de este proyecto es la realización de una notable colección de topografías médicas. De entre
ellas, merecen citarse la que Meneuref dedicó a París (1786), los trabajos de Lepecq de la Cloture sobre
Rouen en 1778, la monografía de Souquet sobre el distrito de Boulogne (1791), y la Topografía médica de
Montpellier confeccionada por Murat.(4)
Vale la pena señalar ahora, que a lo largo del siglo XVIII se generalizarán dos teorías, que en la centuria
siguiente, y unidas a las ideas que expusimos antes, vendrán a constituir el eje teórico del paradigma de las
topografías médicas.(5)Nos referimos a la doctrina miasmática y a las teorías sociales sobre la enfermedad.
Veámoslas por separado. 
 
Sobre miasmas y emanaciones malignas
Para algunos médicos, desde comienzos del siglo XVIII, las vagas referencias a la "constitución de los
tiempos" no aclaran suficientemente la naturaleza y las causas de las enfermedades epidémicas. En Italia, G.
M. Lancisi (1654-1720), recogiendo algunas ideas de los iatroquímicos del siglo anterior, sobre la
"fermentación" de las aguas estancadas, concederá una importancia decisiva a los "vapores" emanados de los
pantanos, en orden a establecer el origen de las epidemias.
Según Lancisi (Lain Entralgo, 1978, 322-323), las temperaturas elevadas de la época estival, producen una
"destilación química" de las aguas pantanosas; los vapores, convertidos en efluvios volátiles, son trasladados
por el viento, ocasionando diversos tipos de morbidez. A estos productos inorgánicos, se unen otros seres
orgánicos producto de la descomposición, formando los enigmáticos "miasmas", que difundidos por la
atmósfera afectarán al organismo humano.
Desde mediados de siglo, los miasmas aparecen por doquier, muchas veces como complemento de las
alteraciones atmosféricas. En general, y hasta la segunda mitad del siglo XIX, gozarán de amplia aceptación
todas aquellas prédicas que atribuyen a los miasmas el origen de las epidemias -tercianas, fiebre amarilla,
cólera, etc-. Tan extraños elementos, se definen usualmente como substancias imperceptibles disueltas en la
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atmósfera, originadas por la descomposición de cadáveres, elementos orgánicos o incluso por emanaciones
de enfermos.
En las últimas décadas del setecientos, y en relación con el avance de la química y su influjo en la medicina,
se producen intensos esfuerzos para precisar la naturaleza de los componentes de estos miasmas, y su
comportamiento químico. J. P. Janin (1731-1799) establece en 1782 el "carácter alcalino" de los vapores
pestilenciales; para Guyton de Morveau (1737-1816), las emanaciones pútridas son "amoniacales", mientras
que para Latham Mitchill (1764-1831) -representante de la escuela americana-, los miasmas son el resultado
de "la acción del septon -un óxido de nitrógeno- sobre el oxígeno" (J. L. Carrillo y otros, 1977, 2). En
consonancia con estas teorizaciones, se concretan desde finales del XVIII una serie de medidas, terapéuticas
y preventivas, que consisten principalmente en la fumigación de los lugares apestados -o que corren peligro
de contagio- con diversas sustancias: ácido nítrico y clorhídrico y gas cloro, habitualmente.(6) Inmerso en
este ambiente, el médico español A. Cibat, puede observar del siguiente modo la acción contagiosa de la
fiebre amarilla por medio del viento:
"El gas animal que se levanta del cuerpo de los contagiados, si no es diluido por el aire agitado, forma una
neblina, que ocupa la circunferencia de los afligidos, que son su centro; del que emanan como otras tantas
fuentes los vapores o miasmas contagiosos. Estos miasmas son a veces imperceptibles, como lo es el agua y
demás exhalaciones que se separan de la superficie de la tierra, durante el día por la acción de los rayos
solares; y así como éstos forman nubecillas más o menos densas, que si el aire está en calma se mantienen
suspensas sobre los hogares de que se separaron, se ven fluctuar igualmente los miasmas contagiosos, o el
gas animal alrededor de los enfermos de quienes se separa, como refieren haberlo visto varios físicos de nota
muy distinguida" (A. Cibat, 1804; cit. por M. y J. L. Peset, 1972, 162-163)
Para Cibat, que escribe en 1804, el núcleo de estas "emanaciones malignas", habría que situarlo en los
"lugares de podredumbre": cloacas, cementerios, cárceles, etc., que deberán ser sometidos a vigilancia,
limpieza y aislamiento.
De este modo, la generalización de las doctrinas miasmáticas recogidas por la geografía médica, implicará la
aceptación de una serie de puntos focales de la enfermedad, a partir de los cuales se difunden los mortíferos
miasmas. Desde esta óptica, resulta coherente la importancia que tuvieron los estudios médicos sobre el
medio urbano -con su machacona insistencia en la erradicación de los focos infecciosos-, en la preparación
de las obras hidráulicas y de saneamiento realizadas en París a partir de 1800 (G. Barret Kriegel, 1979, 26-
27).
En las topografías médicas del siglo XIX encontraremos, además de una sistemática preocupación por los
vientos, ya que a través de ellos se dispersan los miasmas, una persistente atención sobre aquellos lugares
concretos que son considerados como focos de peste: pantanos, mataderos, ciudades, estercoleros, etc. y que,
por tanto, deben ser objeto de vigilancia y ordenación. Se desarrolla así, desde el campo higienista, una
reflexión propia sobre el espacio urbano.
La miseria como reducto de enfermedades
Por la misma época en que tienen gran consideración las doctrinas miasmáticas, se originan también aquellas
interpretaciones de la enfermedad como fenómeno social, que alcanzaron una amplia difusión en el siglo
pasado. A finales del XVIII algunos médicos atribuirán a la pobreza, el exceso de trabajo, la mala
alimentación, el hacinamiento en barrios insalubres, y otros factores de tipo económico-social, una gran
relevancia para explicar el impacto de determinadas enfermedades. En 1790, el médico vienés J. P. Frank
(1745-1821), publica un folleto de expresivo título: La miseria del pueblo, madre de enfermedades.
Este mismo autor, escribió entre 1779 y 1819, un extenso tratado de higiene pública: System einer
volltaendigen medizinischen Jolizey (6 vol), donde se recogen las principales doctrinas sobre sanidad pública
de la época, y en el que aparece desarrollada una teoría social de la enfermedad (A. Castigloni, 1941, 611).
Las condiciones de vida y trabajo de las clases subalternas, los barrios pobres de las ciudades, los lugares
públicos de reunión de multitudes (iglesias, mercados, teatros, etc), aparecen, a partir de J. P. Frank como
focos o agentes de procesos patógenos, que el médico debe escrutar estrechamente.
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Aunque resulta difícil probar si estas ideas tuvieron una fuerte difusión en la España ilustrada, no faltan
evidencias de que debieron influir en el pensamiento epidemiológico de la época. Cuando en 1804 el médico
J. M. Mociño recorre Andalucía, por orden de la Junta Superior gubernativa de Medicina, para inspeccionar
la epidemia de fiebre amarilla, encuentra que:
"La suma miseria de sus habitantes es una causa poderosa de que la epidemia proceda con mayor
ma:ignidad. La pérdida de la cosecha ha arruinado la fortuna de los colonos y la retardación de las lluvias
iiene sin ejercicio a los jornaleros que, incapaces de procurarse algún pedazo de pan, llevan muchos días de
hacer su principal alimento de sólo frutas. lo que ha deteriorado su constitución y héchola más susceptible de
las miasmas deletéreas" (cit. por G. Anes, 1970, 417).
En general, con la medicina de la Ilustración se perfila lo que será uno de los puntos neurálgicos de la
geografía médica del siglo XIX: la consideración de un "espacio social", que unido al espacio puramente
físico, debe ser estudiado, analizado meticulosamente, si se quieren desentrañar los procesos morbosos.
Pero, volvamos a la obra de G. Casal. Su Historia Natural y Médica de Asturias (1762), que en cierto sentido
puede considerarse integrada en la tradición de las "historias naturales" que todo tipo de eruditos realizan en
el siglo XVIII, debe ser vista también desde la perspectiva antes apuntada: la nueva atención que los médicos
prestan al entorno físico, que preludia las topografíasmédicas de la centuria siguiente.(7) En especial, nos
interesa destacar un aspecto del importante trabajo del médico español: el enorme influjo que en su
concepción ejercen la obra de Sydenham y la tradición hipocrática.
Más, no debe concluirse de esto que G. Casal se conforme con adherirse dogmáticamente a viejos sistemas,
al contrario, su obra está transitada por un deseo de observación directa, de trabajo empírico, pues como él
mismo afirma: "para dar una relación más verosímil y clara de estas enfermedades, no creo procedente acudir
al auxilio de raciocinios deducidos de otras especies ya existentes, ni de ideas fundadas en hipótesis de los
autores, sino más bien a los fenómenos sensibles y que se manifiestan extrínsecamente..." (G. Casal, 1762,
243).
Estos dos rasgos, la fidelidad al legado hipocrático, y la sugestión de la observación empírica se conservarán
como características metodológicas en las monografías médicas del ochocientos.
La tradición geográfica en la medicina española no se reduce exclusivamente, en el siglo XVIII, a la Historia
Natural de Gaspar Casal. En 1788, A. Pérez Escobar publica en Madrid la Medicina patria o Elementos de la
Medicina Práctica de Madrid, que puede servir de aparato a la Historia Natural Médica de España, obra
que junto a otras debidas a Castellano Ferrer, Sánchez Buendía, Cerdán y Cisneros, fueron consideradas por
J. B. Peset y Vidal (1878, 20) como genuinas representantes de la geografía médica de nuestra Ilustración.
La Topografía médica de la comarca de Alcira, remitida por F. Llansol en 1797 a la Real Academia de
Medicina de Barcelona, nos permitirá situar la cuestión en el declive de la época ilustrada. Señala Llansol en
su prefacio que:
"El estudio de las enfermedades epidémicas se ha considerado siempre como necesario en el ejercicio de la
Medicina [...] y siendo el aire la causa más general que influye en la producción de las epidemias, puso
Hipócrates el mayor cuidado en exponer sus variedades, y los distintos efectos que se originaban en la
economia animal, como resultas de sus varias impresiones en el cuerpo humano...
Sydenham sin hacer uso de los termómetros, ni barómetros, y aplicando una atentísima observación, nos dejó
escritas unas observaciones epidémicas tan apreciables, que Piquer cree que son comparables con las de
Hipócrates. No por esto repruebo, antes bien alabo el uso, que en el estado presente se hace de estos
instrumentos en cuanto se aplican a examinar con más certidumbre las cualidades físicas del aire, pero
aseguraré que jamás podrán servir de norma para poder alcanzar los efectos, que produce en el viviente por
los miasmas, o vapores, que contiene, y siendo sin duda ésta una de las causas más comunes, con que el aire
ejecuta su imperio, nos veremos siempre obligados a indagar por los varios síntomas que sobresalen en las
enfermedades epidémicas, que son otros tantos efectos producidos por el transtorno, que indujo en la
economía animal la cualidad de los miasmas, o vapores, el vicio especial del aire... Si Hipócrates se interesó
tanto en el conocimiento de los males epidémicos, no tuvo menor cuidado en averiguar las distintas
afecciones sensibles, y enfermedades, que se producían por la situación de los lugares, por la cualidad de las
aguas, y por los aires, que dominan en los Pueblos, todo lo cual constituye las enfermedades endémicas esto
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es Pátrias. Para esto nos dejó escrito un precioso tratado de los aires, aguas y lugares [...]. Yo siempre he
creído que en este libro de Hipócrates están contenidas las mejores reglas para una verdadera Topografía
médica..." (F. Llansol, 1797, Archivo RAMB, leg. 54).
Tan larga cita, creo puede eximirnos de continuar el comentario sobre los orígenes intelectuales de la
tradición científica que representan las topografías médicas. Añadamos, que F. Llansol no es un erudito
formado en lecturas trasnochadas, sino que su encuesta responde a un plan trazado por los doctores F. Salvá
y F. Sanponts de la Real Academia de Medicina de Barcelona; este plan, le había sido remitido dos veces
consecutivas a Llansol por el secretario de la Academia, animándole a que se empeñase en su realización.
En resumen, en la segunda mitad del siglo XVIII, son evidentes para numerosos médicos las conexiones que
existen entre la morbilidad, y por tanto la mortalidad, y el medio ambiente. Las sutiles relaciones que se
establecen entre las aguas, los vientos, el aire, los climas, el suelo, la alimentación y la aparición de
epidemias, su difusión a través de miasmas y la distribución espacial de las enfermedades, deben, por tanto,
ser objeto de estudio. Al superar la medicina el estudio del cuerpo humano, como lugar privilegiado de
enfermedad, se enfrenta a un espacio mucho más amplio, que primero será sólo físico, para devenir
finalmente en social. Los médicos se convertirán así, en una de las primeras comunidades científicas que
elaborarán un estudio de espacios concretos, localizados, de regiones; en suma, una geografía, en el sentido
que luego se dio a este término.
2. EL IMPULSO DE LAS SOCIEDADES CIENTÍFICAS
Consideramos que, para que se desarrolle una tradición intelectual, no siempre basta con que un determinado
grupo de científicos delimiten unos problemas y compartan un tipo de creencias. A menudo, es necesario que
las instituciones científicas que los agrupan consideren esos problemas como relevantes, y estén dispuestas a
impulsar aquellas investigaciones -generalmente trazando un plan que sirve de marco a todos los estudios, y
creando un sistema adecuado de recompensas-. Asimismo, parece importante que exista un clima social
favorable, que pueda estimular el quehacer científico.
Los inicios en la segunda mitad del siglo XVIII, de una "política de la salud" impulsada por los estados
absolutistas e instrumentalizada a través de las sociedades científicas, y las nuevas demandas sociales que
imponen el impacto de enfermedades endémicas y nuevas epidemias (fiebre amarilla y cólera), constituyen el
marco institucional y social respectivos, que pueden ayudarnos a explicar el éxito de los "enfoques
ecológicos" en la medicina.
El desarrollo de una "política de la salud" en la Europa ilustrada
Como en tantos otros aspectos -cambio demográfico, transformaciones sociales, convulsiones políticas, etc.-,
asistimos en el siglo XVIII a una profunda reorientación de las actitudes sociales ante el fenómeno de la
enfermedad. Frente al tradicional fatalismo que presidía cualquier brote epidémico y aconsejaba "huir o
encomendarse a Dios", se desarrollarán ahora medidas de saneamiento y control.
En el lugar de los viejos hospitales generales que amontonaban heridos, enfermos, contagiosos, locos,
ancianos y mendigos, convirtiéndose en foco de infección, se alzarán dispensarios y hospitales
especializados. La población será valorada por los fisiócratas como fuente de riqueza, y la preservación del
"cuerpo social" se convertirá en empeño de los gobiernos absolutistas. El cuidado de los enfermos se separa
progresivamente de la asistencia a los menesterosos. La salud y la enfermedad se convierten en problemas
centrales para los hombres de la IIustración.
El proceso ha sido descrito por Foucault (1979) como la instalación en la sociedad dieciochesca de una
"política de la salud"; política que no contempla únicamente las notables transformaciones de la profesión
médica: incremento del número de facultativos, estandarización en su formación, fundación de nuevos
hospitales, sino que afecta al todo social, integrándose con una gestión económica y política que intenta
racionalizar la sociedad.
Veamos algunos hechos. Marsella, en 1720, polarizará la atención de los gobiernos absolutistas. Allí llega el
médico R. Mead, enviado por el gobierno inglés para que estudie la epidemia de peste que azota la ciudad; a
su regreso a Inglaterra propondráun sistema de aislamiento y cuarentenas para combatir la enfermedad.
Siguiendo su dictamen, se establece un Consejo de Sanidad central al que pertenecen médicos y magistrados,
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encargado de velar por la salud pública (Ph. Hauser, 1971). Por las mismas fechas, la ciudad recibe la visita
de J. Fornés, comisionado por el Gobierno de Madrid para estudiar los efectos de la peste negra.
Cuando J. L. y M. Peset analizan las medidas tomadas por la Monarquía borbónica para enfrentar la peste
(1978, 7-28), encuentran que frente al sistema tradicional de defensa caracterizado por la improvisación, la
fragmentación y el clericalismo (la Iglesia soportaba el peso de la asistencia a los apestados), se alza un
nuevo sistema: estable, centralizado, laico y burocrático. Se crea una Junta Suprema de Sanidad, que dicta y
hace cumplir enérgicas medidas para prevenir el contagio: cierre del comercio con Francia, vigilancia de
costas; los buques y puertos son sometidos a control especial y se instaura un completo sistema de lazaretos
y cordones sanitarios.(8) A partir de entonces, se mantendrá durante todo el siglo XVIII la Junta de Sanidad
en España, que dirige juntas provinciales y municipales, y a cada nuevo brote morboso serán enviados
inspectores de epidemias para recabar información.
No resulta casual que se considere la fecha de 1720 como punto de partida en el establecimiento de una
política de la salud. Uno de los rasgos más sobresalientes de este proceso es, desde luego, la implantación de
estrategias de prevención, hasta entonces bastante ausentes de la práctica médica.
Estas estrategias preventivas se asentarán sobre dos ejes que corren paralelos desde mediados del siglo
XVIII. Por un lado, se adoptarán desde el poder nuevas tecnologías de la salud, como los citados intentos de
prevenir los ataques epidémicos, o las tentativas para difundir la vacunación antivariólica de finales de la
centuria. Por otro -y éste es el aspecto que más nos interesa aquí-, la administración pública será el punto de
partida de diferentes encuestas médicas sobre la salud de la población.
Los informes del filántropo inglés J. Howard sobre el estado de los hospitales y las cárceles en su país,(9) la
labor de la Comisión oficial nombrada en Francia en 1785, para informar sobre la situación hospitalaria, los
dictámenes de los inspectores de epidemias que recorren España en el siglo de las luces para informar a la
Junta de Sanidad, y por supuesto, las topografías médicas, responden a una misma necesidad perentoria:
recoger una amplia información sobre los peligros que acechan al "cuerpo social".
En su conjunto, este despliegue de actividad científica, testimonia la preocupación de los poderes políticos en
la época ilustrada, por delimitar los focos, las zonas de enfermedad; promoviendo un tipo de encuestas, en
las que el estudio poblacional, y la atención a las variables espaciales, ocupan un lugar preeminente.
En una segunda fase, ya no se tratará únicamente de la vigilancia de aquellos puntos "negros" que aparecen
como fuente de contagio. El espacio urbano en general se descubre como lugar privilegiado de análisis. En
palabras de Foucault:
"La ciudad con sus principales variables espaciales aparece como un objeto a medicalizar. Mientras que las
topografías médicas de las regiones analizan datos climáticos o hechos geológicos sin posible alternativa, y
no pueden sugerir más que medidas de protección o de compensación, las topografías de las ciudades
diseñan, al menos esquemáticamente, los principios generales de la planificación urbanística" (M. Foucault,
1979. 13).
El papel de las Academias de Medicina
Nos hemos referido brevemente, al modo en que un nuevo clima social respecto a la enfermedad, pudo haber
influido en el impulso de los trabajos de geografía médica en el siglo XVIII. Materializamos este impulso en
el establecimiento de una política de la salud, que se define progresivamente en la segunda mitad de la
centuria. Como es de suponer, a este proceso científico y social no fueron ajenas las sociedades científicas.
De hecho, la nueva política respecto a la salud pública será instrumentalizada a través de instituciones como
las Academias de Medicina.
Nuestro propósito es mostrar cómo la realización de topografías médicas fue en gran medida -desde fines del
siglo XVIII- una tarea institucional, apoyada y promovida por diversas corporaciones médicas. La
persistencia de este apoyo a lo largo de más de cien años evidencia, creemos nosotros, la inercia de las
tradiciones científicas, y puede ilustrarnos acerca de la naturaleza y evolución del paradigma de la geografía
médica.
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En España, la medicina es una de las primeras disciplinas científicas en dotarse de instituciones propias. En
1734 se crea la Real Academia Médica Matritense; a mediados de siglo aparecen Colegios de Cirugía en
Cádiz, Barcelona y Madrid. Estas instituciones tendrán una influencia decisiva en la reforma de la enseñanza
y la práctica médica, así como en la investigación científica. Consultando las Memorias y publicaciones de
las Reales Academias, encontramos evidencias, a fines de la centuria, de una explícita preocupación por la
geografía médica:(10) Carlos III, aprueba en 1786 los Estatutos de la Real Academia Médico Práctica de
Barcelona, en los que se establecen como trabajos académicos a realizar, la elaboración de "un cuerpo
meteorológico-médico práctico de las epidemias dominantes en Catalunya y particularmente en Barcelona",
y "una historia médica de esta ciudad y sus alrededores".(11) Más claros aún son, si cabe, los propósitos de la
Real Academia Médica de Madrid. En el "plan de ocupaciones" de esta institución, aprobado en 1796, se
señala como primeraocupación:
"La Historia Natural y Médica, principalmente de España, que comprenderá la descripción topográfica de los
diferentes lugares, su verdadera longitud y latitud determinadas astronómicamente: el examen de la
naturaleza de los vientos que reinan con más frecuencia: la naturaleza del terreno: sus varias producciones
animales, vegetales y minerales que pueden servir de medicina o alimento [...] el cómputo de los nacidos de
uno y otro sexo: los cálculos de la probabilidad de la duración de la vida en los diferentes climas de los
vastos dominios de España: el modo de precaver la multitud de ciegos, impedidos y otros que por lo común
sólo sirven de gravamen a la República, indicando el partido que en las Ciencias, Artes y Oficios puede sacar
de todos ellos el Estado; y finalmente, así los cálculos necrológicos, como los de la población de España"
(Memorias de la Real Academia M. de Madrid, Tomo 1, 1797, pp. XIX-XX).
Resulta claro que, declinando el siglo XVIII, es un hecho el reconocimiento, por las instituciones médicas de
mayor prestigio, de la necesidad de los estudios de geografía médica. El interés de las Academias de
Medicina por este género de investigaciones se incrementará aún en la centuria siguiente, llevando a estas
instituciones a precisar mucho más las características de los trabajos que pueden efectuarse en este campo.
Para ello se publican toda una serie de Programas o Planes para la redacción de topografías, a los que
pueden atenerse los "médicos-geógrafos".
Así. la Real Academia de Medicina de Barcelona, encargó a principios de siglo a uno de sus miembros más
prestigiosos, el doctor F. Salvá, la redacción de un "plan general" al que debían ajustarse los estudios
topográfico-médicos (F. Salva. 1821). La Sociedad de Salud Pública constituida en Barcelona en el año
1821, proporciona en el primer número de su periódico otro de esos esquemas. Su autor, R. Durán, nos
confiesa que fue realizado "tomandopor modelo la clave propuesta por la Sociedad médico-quirúrgica de
Cádiz para la formación de las descripciones topográfico-médicas...".(12)
Al describir la producción científica en períodos de ciencia normal, como una actividad tendente a la
"resolución de enigmas", T. S. Kuhn ha señalado que: "Una de las razones por las cuales la ciencia normal
parece progresar tan rápidamente es que quienes la practican se concentran en problemas que sólo su falta de
ingenio podría impedirles resolver" (1975, 71). Una ojeada a la "clave topográfica" nos invita a hacer la
siguiente reflexión: entre los diversos estudios, que hipotéticamente podían abordar los higienistas españoles,
tuvieron éxito (en el estricto sentido de atraer la atención de un número creciente de estudiosos) aquellos que
estaban firmemente inscritos en un paradigma desarrollado. En el caso de las topografías, el paradigma no
sólo proporciona un conjunto de conceptos y teorías generales, sino también las reglas y pautas de
investigación necesarias para desarrollarlo. Las "claves" funcionan como un esquema general que puede ser
completado mediante las observaciones de campo que realice cada médico en el 1ugar de su ejercicio
profesional.
La influencia, que en el crecimiento de las investigaciones sobre geografía médica tuvieron los planes de
investigación diseñados por las Academias, fue detectada por autores de la pasada centuria. Peset y Vidal
escribía en 1878: "El grande impulso que en el siglo actual recibieron estos estudios, se debe principalmente
a las Corporaciones científico-médicas [...] que invitaron a sus socios, a escribir sobre el asunto, publicando
una clave o plan metódico a que se ciñesen en sus trabajos para facilitarlos y armonizarlos" (J. B. Peset y
Vidal, 1878, 21).
Tenemos pues, desde las primeras décadas del siglo XIX delimitado un objetivo científico. La redacción de
topografías de los diferentes lugares del país se percibe como una necesidad científica de importancia, y para
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facilitar esta tarea las instituciones científicas proporcionan guías o claves adecuadas. A lo largo de toda la
centuria, se mantendrá y aún reforzará esta tendencia(13) mediante el desarrollo de un sistema institucional
de recompensas, mantenido por las Academias de Medicina durante toda la etapa que estudiamos,(14) que
reconocía la labor de los autores de monografías médicas. Veamos, a continuación, la evolución de esta
tradición científica en nuestro país.
3. LAS TOPOGRAFÍAS MÉDICAS EN ESPAÑA. DESCRIPCIÓN DE UN TIPO DE LITERATURA
CIENTÍFICA
Lo que puede considerarse un simple proyecto de las Academias de Medicina en el siglo XVIII, se convierte,
en la centuria siguiente, en una realidad tangible. Un numeroso grupo de médicos españoles, atendiendo el
llamamienlo de las corporaciones a que pertenecían, y con el impulso de las Sociedades de Higiene,
dedicarán parte de su tiempo a realizar estudios de geografía médica. Estas investigaciones fueron
generalmente presentadas como "Memorias" a concurso en las Reales Academias de Medicina, y
actualmente duermen en sus archivos. Una buena parte de ellas se publicaron, y pueden consultarse en
diferentes bibliotecas. En su conjunto forman un interesante eslabón de la producción científica española de
su tiempo.
En nuestra opinión, el ejemplo de literatura científica que representan las topografías médicas ofrece un
interés indudable, no sólo para los historiadores de la medicina, sino también para quienes se ocupan de la
historia de la geografía y de la ecología. Asimismo, su consulta puede aportar informaciones valiosas a los
estudiosos de la historia de España, en sus vertientes demográfica, agraria, social y urbana.
En la bibliografía se incluye un primer catálogo de topografías médicas, resultado de nuestra pesquisa en
diferentes bibliotecas y archivos. Recogemos en él más de doscientos títulos, que abarcan las obras de
geografía médica realizadas y publicadas entre 1800 y 1940.(15) Excepto en un caso, todos los trabajos
fueron realizados por autores españoles, y, se refieren al territorio nacional y las antiguas colonias.
La relación de topografías que ofrecemos dista de ser exhaustiva. Seguramente faltan pocos títulos de obras
editadas: a la lista de libros presentes en los catálogos de las bibliotecas que consultamos, hemos añadido
unas pocas obras, espigadas aquí y allá en algunos inventarios bibliográficos.(16)
Un caso diferente, es el de las Memorias presentadas a concurso. Los manuscritos inéditos de estas
topografías, se encuentran archivados en las Academias de Medicina de todo el país. Y aunque nos consta
que las de Madrid y Barcelona -cuyos fondos hemos podido consultar- fueron las corporaciones médicas más
activas, y las que atrajeron una mayor producción científica, parece claro que en otras academias
provinciales deben encontrarse nuevas monografías. Con todo ello, dado el volumen de topografías que
actualmente conocemos, no creemos que la incorporación de nuevos títulos pueda alterar sustancialmente la
cifra actual.
Descripción cuantitativa
Limitamos voluntariamente los datos de nuestro estudio al período 1800-1940. Antes de 1800 se realizaron
también topografías (hemos dado cuenta de algunas de ellas en páginas anteriores), pero su número, por lo
que sabemos fue reducido y, se encuentran demasiado dispersas cronológicamente. Después de 1940, todavía
se realizan este tipo de estudios, aunque en número muy limitado y con rasgos cada vez más diferenciados de
los característicos en la etapa anterior. Podemos considerar que a comienzos del siglo XIX se inicia una
tradición sostenida en la realización de estas investigaciones, que queda cortada en los años 30 de nuestro
siglo, tras un largo período de decadencia. Un elemento más ha sido decisivo al optar por esta acotación
cronológica: en la etapa que consideramos, las topografías médicas mantienen una identidad metodológica y
una semejanza temática, que nos permiten considerarlas como elementos de una misma tradición científica.
De las 212 obras que consideramos, un 44 % viene dado por Memorias inéditas. Es tradicional considerar
que los estudios publicados concuerdan con los productos científicos de mayor calidad. Y, efectivamente, las
topografías publicadas, en buena parte habían sido premiadas en concursos de las Reales Academias. Pero,
un buen porcentaje de las Memorias fueron distinguidas asimismo con premios. Tampoco se advierten
diferencias sustanciales, ni en la metodología ni en el contenido temático entre unos y otros trabajos. Por
ello, en esta descripción cuantitativa trataremos como un grupo homogéneo el conjunto de topografías. 
 
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CUADRO 1. 
Topografías médicas (1800-1940) 
 
AÑO PUBLICADAS MEMORIAS TOTAL
1801–10 1 2 3
1811–20 1 1 2
1821–30 — 5 5
1831–40 2 6 8
1841–50 4 2 6
1851–60 11 4 15
1861–70 7 3 10
1871–80 6 10 16
1881–90 21 26 47
1891–00 14 11 25
1901–10 14 9 23
1911–20 14 7 21
1921–30 17 4 21
1931–40 5 1 6
s. fecha 2 2 4
TOTAL 119 93 212
En el Cuadro 1, se recoge la distribución por décadas de la producción de estos estudios. En el gráfico
elaborado a partir de él (fig. 1), puede apreciarse el razonable ajuste entre la curva definida por las obras
publicadas y la que indica la evolución de las Memorias. Unicamente se detecta una discordancia notable: las
cifras correspondientes a las décadas de 1920 y 1930.
Figura 1 
Topografías médicas (1800-1940)
 
 
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En el período 1800-1870, se realizan 49 topografías -menos de un 25 % del total-. Una cifra bien modesta,
que además se distribuye muy irregularmente: en la década 1820-30, parece suspenderse la publicación de
estas investigaciones, y, al relativo auge de mediados de siglo, sigue un nuevo descenso en la siguiente
década.
Los años que median entre 1871 y el fin de la centuria, comprenden la etapa de mayor producción de
topografías médicas: en total 88 obras, que representan más de un 41% de todo el período estudiado. La
década 1880-90, señala el punto culminante en la realización de estudios de geografía médica, ya que se
escriben en esos diez años 47 monografías. Señalemos aquí, una curiosa coincidencia de orden científico,
que resulta de interés, para próximas explicaciones: el momento de máximo auge en la redacción de
topografías en España, coincide justamente con el gran desarrollo de la microbiología en Europa. Los
avances de la microbiología transformaron por completo las concepciones epidemiológicas, y ello influyó
necesariamente en la orientación de la geografía médica.
Entre 1900 y 1940 asistimos a la decadencia de este tipo de literatura científica, iniciada ya en los últimos
años del siglo XIX. Se escriben 71 obras, que suponen un 33 % de la totalidad. Es de destacar, que en las tres
primeras décadas de esta última época se mantiene casi constante el volumen de topografías, para caer
bruscamente en los años 30. Qué duda cabe, que el impacto de la guerra civil española influyó en la brusca
interrupción de esta tradición científica.
Podemos plantearnos ahora la siguiente cuestión: ¿qué lugar ocupa la geografía médica en el panorama de la
higiene pública española del siglo XIX? Un simple acercamiento cuantitativo bastará para evidenciar que la
producción de topografías médicas es una de las importantes aportaciones del higienismo en el período que
estudiamos.
Gracias a los trabajos del doctor Granjel, conocemos el volumen de la producción editorial española de libros
de Higiene, para la etapa 1808-1936. Recogiendo sus cifras, y revisándolas con los datos que aporta nuestra
bibliografía -topografías médicas publicadas en el mismo período-, se obtienen las cifras recogidas en el
Cuadro 2.
Las cantidades son elocuentes. La producción editorial de obras de geografía médica, alcanza el 23 % de la
totalidad de obras de Higiene publicadas en España entre los años 1808 y 1936. Es un porcentaje que
muestra claramente el interés que para los higienistas tuvieron estos estudios.
CUADRO 2 
Obras de higiene publicadas en España (1808-1936) 
 
MATERIAS 1808–1874 1875–1936 TOTAL %
Textos Generales 12 34 46 9
Higiene privada 14 54 68 13
Higiene pública 22 254 276 55
Geografía médica 26 91 117 23
TOTALES 74 433 507 100
Fuente: L. S. Granjel, 1975 y elaboración propia
Si eliminamos las traducciones de obras extranjeras, tenemos aún cifras más significativas. En este caso, para
la totalidad del período, los libros de geografía médica suponen un 26 % de la producción editorial, y, si nos
ceñimos a la época comprendida entre 1808 y 1874, alcanzan un 44 %.
Geografía médica y topografías
Delimitada la amplitud que alcanza la producción de topografías, resulta ya inaplazable el ocuparnos de la
definición de esta tradición científica. Intentaremos contestar ahora a cuestiones como: ¿qué es la geografía
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médica, cuál es su objeto?, ¿dónde radica la línea de separación entre topografías y geografía médica?, y,
¿cómo se justifica el interés de estos estudios?
Si nos atenemos al testimonio de los "médicos-geógrafos", parece haber, en todo el período que estudiamos,
un relativo acuerdo en definir la geografía médica, como la ciencia que estudia las relaciones existentes entre
el medio físico y social y el estado de salud de la población. Así, para un autor de principios del siglo XIX,
esta disciplina se ocupa de "la correlación que existe entre el clima, agricultura, genio, usos, costumbres y
dolencias" (J. Ardevol, 1820, 3). El conocido médico valenciano J. B. Peset y Vidal, la define como "el
estudio de cuantas circumstancias especiales contribuyen directa o indirectamente al desarrollo de los afectos
propios de un país..." 11878, 12). Y, en el Programa razonado de Geografía médica de España, -un texto de
tipo normativo publicado en 1886-, encontramos que la misma disciplina se interesa por el estudio de "todos
los modificadores, telúricos, atmosféricos o de otra índole, que ejercen influencia en la vida del hombre, en
los nacimientos y defunciones, en la salud que disfruta, en las enfermedades que adquiere y en sus causas,
carácter y tratamiento" (M. Iglesias Díaz, 1886, 13). Afirmaciones de este tipo podemos encontrar en todos
aquellos autores, que durante la pasada centuria explicitaron su concepción de la geografía médica. Que en
su nivel más general podría resumirse ...utilizando una terminología actual-, como el estudio del medio
ecológico-social y su influencia en la salud del hombre.
Tampoco plantea grandes problemas, en un primer nivel, la diferenciación entre geografía médica y
topografías, aunque sea ésta una cuestión escasamente abordada por los propios estudiosos. De hecho,
numerosos autores utilizan indistintamente "Geografía" o "Topografía" para designar al mismo tipo de
trabajos.
En general, la topografía médica se ocupa de los mismos problemas y utiliza idénticos métodos que la
geografía médica, aunque a diferente escala. La Topografía estudia lugares, comarcas o regiones, y habría
que reservar la denominación de Geografía para estudios a nivel suprarregional o nacional. El médico militar
F.Weyler, autor de la Topografía Físico-médica de las Islas Baleares, ensaya a mediados del siglo XIX una
delimitación de tipo etimológico, concluyendo que:
"Siempre que el estudio de la medicina en general, se hermanase con el de la tierra, denominaría a dicha
ciencia Geografía médica-general, reservando para un punto dado, el de topografía, o mejor Geo-Topografía
médica, cuyo objeto sería: El conocimiento físico meteorológico, posición, extensión, división, estructura,
productos naturales, población, instrucción, costumbres, padecimientos, etc., y por último, relaciones e
influjos que todos estos objetos tienen entre sí, consecuencias que de ellos se puedan deducir, y aplicaciones
que se derivan en provecho de la medicina practicada en aquel país" (F. Weyler, 1854, 13).
Retengamos dos aspectos de la reflexión de Weyler, que representan correctamente los rasgos dominantes de
la geografía médica tal como se concibe en el siglo XIX. Por un lado la insistencia -a la que aludíamos antes-
en las "relaciones" o "influjos" del medio sobre la vida humana. Por otro, la extensión omnicomprensiva del
objeto de esta materia. Las definiciones del objeto de la geografía médica suelen constituir un inventario
completo de los rasgos físicos y humanos de cada región -con el añadido de los datos sanitarios- presentados
desde una perspectiva holística o globalizadora que no subordina ninguno de ellos. Una posición nítida en
este sentido, que nos ahorrará ulteriores comentarios, es la defendida en el discurso inaugural de las sesiones
de la Real Academia de Medicina de Madrid en 1886. Afirmaba entonces el doctor Iglesias:
"La Geografía Médica deberá comprender en mi opinión, todas las circunstancias de geografía física general
que se refieren a la longitud y latitud, exposición, altura sobre el nivel del mar; corteza terrestre, que
comprende la orografía, terrenos, minerales, flora y fauna, desiertos, bosques, valles y montañas; fenómenos
que alteran o perturban la constitución de nuestro planeta, como los volcanes, temblores de tierra,
oscilaciones lentas, que se anuncian, según se cree, con el sismógrafo o sismómetro; laselevaciones y
depresiones de la superficie de la tierra; la hidrología, con los mares, ríos, arroyos, fuentes y lagunas; la
atmosferología y climatología; la distribución de las razas; carácter físico, moral e intelectual de los
habitantes de un país; movimiento de población, que comprende los nacimientos, defunciones, emigración,
inmigración, alteraciones del número de habitantes dentro del territorio, matrimonios y vida media; en fin, la
distribución de las enfermedades de las diversas comarcas, estudiando principalmente su naturaleza
particular, curso y tratamiento, o sea la nosografía o geografía patológica".
Para concluir. en buena lógica, que:
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"La órbita de esta rama de los conocimientos médicos es, por tanto vastísima: abarca dilatados y difíciles
estudios, como el de las capas sólidas, líquida y gaseosa de la tierra; la distribución de las plantas, de los
animales y del hombre, y la influencia de todos los agentes naturales en la vida de éste, con especialidad en
su salud y enfermedad". (M. Iglesias, 1886, 14-15).
Veamos ahora, como se concretaba tan ambicioso programa en los estudios empíricos.
Descripción temática
Como es previsible en una producción científica tan dilatada cronológicamente, encontramos sensibles
diferencias entre las diversas topografías: al lado de trabajos que no alcanzan el centenar de páginas, se
pueden consultar estudios voluminosos, que superan el millar. Las referencias temáticas también permiten
ciertas variaciones según el designio de cada autor; así por ejemplo, Hauser en su Topografía médica de
Sevilla dedica más de 300 páginas a tratar temas sociales, como la prostitución, el pauperismo y la
beneficencia, que para otros autores pasan prácticamente desapercibidos. A pesar de todo ello, no presenta
gran dificultad establecer el hilo temático general de las topografías. Esto se debe a la existencia de planes
generales para la redacción de este tipo de trabajos, que son seguidos, más o menos rígidamente, por la
práctica totalidad de los autores.
Suelen iniciarse las monografías médicas con una introducción de tipo histórico-local, en la que el autor
recoge diversas noticias sobre el pasado de la ciudad o comarca. A continuación, se pasa al estudio de la
geografía física del área. Este apartado, de tipo descriptivo, acostumbra a ser amplio y minucioso; tanto por
las consideraciones de la medicina de la época acerca de las variables meteorológicas como por el indudable
peso que en los planes de estudio de medicina, tenía en aquellos tiempos la formación naturalista: así, es
frecuente encontrar minuciosas clasificaciones botánicas, o incluso amplias referencias a la zoología de la
zona estudiada.
El desarrollo de este capítulo de geografía física, suele acogerse a la fórmula tradicional de describir
progresivamente, el relieve, el clima, y la vegetación, haciendo hincapié en el apartado dedicado al clima. Es
frecuente la inclusión en este epígrafe de gráficos y cuadros estadísticos, confeccionados a partir de
observaciones termométricas y pluviométricas realizadas por el propio autor, en los numerosos casos en que
no puede contar con los datos de un observatorio oficial.
La tercera parte de una topografía acostumbra a entremezclar una variopinta serie de informaciones, que
corresponden, más o menos, a una descripción económico-social del lugar aludido. En ella, puede incluirse,
la producción agraria, la situación económica general, las vías de comunicación, el estado del comercio, las
profesiones, y también el "temperamento" de los habitantes, las fiestas, los vestidos, y otras notas igualmente
curiosas. Cuando el estudio médico se refiere a núcleos urbanos de cierta entidad, este capítulo cobra una
especial relevancia, al incluirse en él la descripción del medio urbano.
Dado que el estudio del estado sanitario de las poblaciones, es un tema central de la higiene, resulta lógico,
que al efectuar la topografía de las ciudades se dedique un buen número de páginas a tratar el marco urbano.
Este tipo de estudios constituye, sin duda alguna, un buen documento sobre el estado de las ciudades
españolas en el siglo pasado.
La sección dedicada a higiene urbana, a veces individualizada en un capítulo aparte, incluye la descripción
de las calles, el estado de las viviendas, el abastecimiento de agua y el sistema de alcantarillado; también
suelen describirse minuciosamente los edificios considerados como "focos de mefitismo": hospitales, casas
de beneficencia, inclusas, cuarteles, cárceles, cementerios, templos, teatros, etc. Las mejores topografías,
incluyen un plano de la ciudad.
Un cuarto apartado, presente en toda la serie que estudiamos, y que gana terreno progresivamente, a medida
que avanza el siglo XIX, es el capítulo dedicado a demografía; si a principios de siglo solamente
encontramos referencias a la cifra total de población, y su distribución por sexos, así como algunas tablas de
defunciones, a medida que avanzamos en el tiempo, menudean las series estadísticas de natalidad, mortalidad
y nupcialidad -muchas veces elaboradas por los propios autores-, el cálculo de tasas demográficas, y la
construcción de pirámides de población. Obviamente, a finales del XIX, y ya en el siglo XX, lo corriente en
este apartado, es la reproducción de los datos recogidos en los Censos y Diccionarios estadísticos publicados
en la época.
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Finalmente, cierra las topografías, un apartado dedicado a la situación patológica de la localidad. En él se
hace referencia a las enfermedades más comunes del lugar, y a posibles medidas terapéuticas; en el caso de
haber sufrido alguna epidemia reciente, se describe su evolución y se conjetura acerca de sus causas.
Conviene señalar aquí, que el contenido específicamente médico de las topografías, aunque en algunos casos
es notable, la mayoría de las veces aparece reducido a una determinada sección, no siempre de las más
importantes.(17)
Es preciso, sin embargo, precisar un tanto esta última observación, que siendo, a nuestro juicio, legítima
desde la perspectiva actual, resultaría seguramente inaceptable para los autores de topografías médicas.
Ciertamente, la selección de temas abordados en una monografía, está vinculada a determinadas creencias
médicas: se estudian los fenómenos meteorológicos, por ser estos la base de las "constituciones epidémicas",
o del "clima médico" particular de una región; se intenta definir el "temperamento" de los habitantes de una
población, dado que para la medicina de la época son palpables las relaciones entre las bruscas alteraciones
del temperamento y el desarrollo de ciertas afecciones; se centran, en fin, las observaciones en el cálculo de
las disponibilidades de aire en un determinado edificio, ya que éste puede ser contaminado por los miasmas.
Ahora bien, el tratamiento básicamente descriptivo de los problemas y la deficiente articulación de los
postulados puramente médicos con el resto de la problemática tratada, invita a emparentar, desde una
perspectiva actual, este género de trabajos con los tradicionales estudios descriptivos sobre regiones o
ciudades que tanto peso han tenido en el campo de la Geografía, y de otras ciencias sociales.
4. LAS TOPOGRAFÍAS MÉDICAS Y LA REVOLUCIÓN BACTERIOLÓGICA
Hemos visto hasta ahora, como en su intento de desentrañar los procesos patológicos, los médicos del siglo
pasado pusieron el acento en la influencia de los factores ambientales y sociales, para explicar el origen y
evolución de las enfermedades epidémicas. La geografía médica es el ejemplo más acabado de lo que hemos
llamado enfoque "ecológico" en el desarrollo de la higiene. Este punto de vista ecológico viene definido, en
el plano teórico, por la consideración de las enfermedades como resultado de una complejainterrelación de
fenómenos ambientales (temperatura, vientos, suelo, etc.) y fenómenos socio-económicos (miseria,
hacinamiento, condiciones de trabajo, etc.), y en el plano metodológico por el recurso a la investigación
empírica de base, que pueda dar cuenta del complejo haz de interconexiones entre tales fenómenos.
El enfoque "ecológico", que es el dominante en la literatura higienista durante gran parte del siglo XIX, es el
sustrato teórico del paradigma de las topografías médicas. En las páginas que siguen, intentaremos explicar
la crisis de este paradigma en las últimas décadas del siglo pasado y la lenta agonía de la geografía médica en
España, que culmina en los años treinta del siglo XX. En este sentido, nuestra tesis principal es que el
enfoque ecológico se ve sacudido por una revolución científica que reorienta toda la actividad investigadora
de los médicos. A partir de 1880 los descubrimientos bacteriológicos permiten sentar sobre nuevas bases las
explicaciones sobre el origen y naturaleza de las enfermedades contagiosas; lo que se ha llamado mentalidad
etiopatológica (Lain Entralgo, 1978, 489) pasará a ser el enfoque dominante en las ciencias médicas,
pasando a segundo plano, e incluso desapareciendo los enfoques tradicionales.(18)
La crisis del enfoque "ecológico"
En torno a 1880 parece evidente que el repertorio de explicaciones médicas en torno a los problemas
epidémicos está en profunda crisis. Las sucesivas epidemias de fiebre amarilla y cólera que sacuden Europa
durante el siglo XIX muestran palpablemente que las teorías existentes sobre las enfermedades contagiosas
son inadecuadas, y las medidas profilácticas propuestas por los médicos ineficaces.
Según T. S. Kuhn, el fracaso de las explicaciones tradicionales y la proliferación de versiones de una teoría,
así como una notable inseguridad profesional, suelen ser los síntomas más claros de las crisis científicas
(1975, 113-119). Un rápido repaso de la literatura científica sobre el cólera, en esta época, nos brinda un
ejemplo particularmente elocuente de la naturaleza, y el alcance de la crisis del higienismo y la geografía
médica a finales del ochocientos.
Cuando llega a España la última de las grandes pandemias coléricas en 1885, los médicos europeos llevan
más de cincuenta años enfrentándose a esta enfermedad. En torno al cólera, desde 1830 se despliega uno de
los frentes más importantes de la actividad científico-médica. Cada brote epidémico es minuciosamente
estudiado, y la literatura científica sobre este tema llena muchos miles de páginas. Pese a todo este
despliegue de actividad, a comienzos de la octava década del siglo pasado, todavía no se conocen tres puntos
http://www.ub.es/geocrit/geo29.htm#N_17_
http://www.ub.es/geocrit/geo29.htm#N_18_
06/09/2020 Miseria, miasmas y microbios. Las topografías médicas y el estudio del medio ambiente en el siglo XIX
www.ub.edu/geocrit/geo29.htm 16/34
clave en relación a esta enfermedad: su origen, los agentes de contagio, y una terapéutica eficaz (P. Faus,
1964, 307-316).
La edición española del Diccionario de Higiene de Tardieu, nos puede servir para mostrar el grado de
confusión y desacuerdo entre los higienistas en torno al cólera. Uno de los temas más debatidos es el de su
contagiosidad. Sobre este tema, la opinión de Tardieu es tajante:
"Nos abstendremos de suscitar la cuestión del contagio del cólera, no porque la prejuzguemos demasiado
difícil o demasiado oscura, sino muy al contrario, porque a nuestro parecer nunca debió suscitarse; está desde
hace mucho tiempo resuelta por los datos comunes a todas las grandes epidemias, y por la experiencia
demasiado justificada de la inutilidad de las medidas anticontagionistas que se han querido oponerle. El
cólera es algunas veces importable por la movilidad de los focos epidémicos, pero jamás comunicable por
contacto" (1883, p. 5).
En el mismo libro, cien páginas más adelante en una de las muchas adiciones introducidas por el traductor
español José Sanz y Criado, se expone una opinión no menos rotunda, pero de sentido contrario:
"El cólera es contagioso, entendiendo por contagio la transmisión de una enfermedad del hombre enfermo al
sano, verificada por medio de un producto emanado del enfermo" (1883, 101).
Durante todo el siglo XIX, había prevalecido la opinión de los anticontagionistas en relación al cólera (E.
Balaguer y R. B. 1964, 364 y ss.) y, aunque a partir de la segunda mitad de la centuria se oyen cada vez más
voces que defienden la doctrina del contagio, en torno a 1880, como hemos podido ver, la cuestión aún no
estaba resuelta.
Como también estaba pendiente el problema del origen de la temida enfermedad. Dos teorías explicativas
sobre el origen del cólera se disputaban por entonces la primacía. En primer lugar la doctrina miasmática ya
clásica, que seguía contando con gran número de adeptos. Ramón y Cajal, que participó en la polémica en
torno a la vacunación anticolérica de Ferrán, refiere en sus Memorias este estado de opinión:
"Como de costumbre, reinaba entre los médicos la contradicción y la duda. Los viejos galenos, recelosos de
toda novedad, ateníanse en la teoría, a la doctrina clásica de las miasmas y en el orden práctico, al inevitable
láudano de Sydenham" (cit. por P. Faus. 1964. 336).
Dentro del enfoque ecológico, a la doctrina miasmática, se oponía desde mediados de siglo la doctrina
telúrica. Tal teoría, formulada por Pettenkofer, sostenía que la propagación del cólera tenía como elemento
determinante el suelo y las aguas subterráneas. Pettenkofer tuvo un gran número de seguidores; incluso en un
país tan alejado de la cultura centroeuropea como España, la teoría telúrica inspirará un buen número de
estudios empíricos.(19)
A finales del ochocientos, son muchos los higienistas que sin optar por la doctrina miasmática o la teoría
telúrica, conjugan ambas en una explicación ecléctica, de la que no suele estar ausente alguna referencia al
medio social o urbano entre las causas del cólera. Así, por ejemplo, Tardieu afirma que: "Fácil es presentir
como pueden obrar las condiciones higiénicas, al menos como causas secundarias en la producción del
cólera. La salubridad de las ciudades y de las casas, el hacinamiento de las poblaciones, el ejercicio de ciertas
profesiones, tienen en todas las enfermedades epidémicas, una influencia cierta, perfectamente comprobada
en las irrupciones del cólera" (A. Tardieu, 1883, 44).
El hecho es que todas estas teorías explicativas sobre el origen del cólera, dado el desarrollo de los
conocimientos médicos en aquel período, eran razonables desde un punto de vista lógico, y más importante
aún, tenían una sólida base empírica en la que apoyarse (W. Mc Neill, 1976, 232). Resulta difícil exagerar la
importancia de esto; debe tenerse en cuenta, que desde finales del siglo XVIII, las topografías médicas y los
estudios sobre epidemias, habían proporcionado un rico y abundante material empírico en el que apoyar estas
generalizaciones explicativas sobre el cólera. Las colecciones de datos reunidos por los médicos que
compartían el enfoque ecológico, contribuyeron a reforzar las teorías antes citadas, y en algunos casos,
sirvieron para rechazar explicaciones que hoy parecen más pertinentes, como por ejemplo la tesis de J. Snow,
sobre el origen hídrico del cólera.(20)
http://www.ub.es/geocrit/geo29.htm#N_19_
http://www.ub.es/geocrit/geo29.htm#N_20_
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www.ub.edu/geocrit/geo29.htm 17/34
Vistas algunas de las teorías sobre el origen del cólera, entre las que se debatía la ciencia médica, y apuntada
la polémica existente en torno a la cuestión del contagio, pasemos a señalar el elemento decisivo, que más
pudo contribuir al descrédito de la higiene tradicional: las medidas preventivas y curativas.
Cuando en 1884 se reconocen en España los primeros efectos de la nueva epidemia colérica se vuelve a
echar mano de las mismas medidas que en anteriores pandemias. La terapéuticase centraba en la creación de
hospitales y lazaretos para coléricos, así como en el desarrollo de una serie de medidas rigurosas de control y
aislamiento de las zonas epidemiadas (cordones sanitarios, cuarentenas, etc.), a lo que hay que añadir las
fumigaciones con diversos ácidos (fénico especialmente), la cremación de ropas y enseres de los apestados,
etc. (P. Faus, 1964, 313). Los rápidos progresos de la epidemia muestran una vez más la inutilidad de estas
medidas, y evidencian con claridad algo que ya está en la mente de muchos médicos: sin conocer
exactamente la causa del cólera no pueden emprenderse medidas eficaces para combatirlo. Las cuarentenas y
los cordones sanitarios despiertan la ira de los comerciantes y el descontento de la población, y son un blanco
fácil para las críticas corrosivas de los bacteriólogos:
"Como antes -escribe J. Ferrán-, se aplica hoy el régimen cuarentenario, se acordona, se fumiga, se encarecen
las subsistencias y se propaga la miseria, condenando, como materias contumaces, substancias alimenticias
que no ofrecen el menor peligro, se bebe agua hervida y se prodigan los desinfectantes a toneladas; se
mandan cegar los pozos, etc., etc. Todo se hace a la moderna, con una "mise en scene" aparatosa y
deslumbrante, de la cual se ríen los microbios, colándose entre las mallas, siempre demasiado holgadas, de
una red de precauciones muy racionales, racionalísimas, si las bacterias fueran algo así como serpientes boas
que anunciaran su presencia a coletazos".(21)
Nos hemos limitado voluntariamente al caso del cólera para tratar de evidenciar la crisis científico médica de
fines del siglo XIX. Un recorrido por la historia de otras afecciones, como la fiebre amarilla, el tifus, o la
tuberculosis, no haría sino aumentar la extensión de este apartado para llegar a las mismas conclusiones. El
enfoque ecológico, que venía guiando la literatura higienista desde el siglo XVIII, hace aguas por todas
partes. La higiene tradicional, en su impotencia para resolver los problemas planteados por las epidemias,
está en crisis, y con ella la geografía médica. La variedad de teorías enfrentadas, todas ellas con una cierta
base empírica, y la ausencia de explicaciones satisfactorias sobre las enfermedades contagiosas, son el
preludio de la radical reorientación de la medicina, que se producirá a partir de 1880 con la emergencia de la
bacteriología.
Un nuevo paradigma en la visión de la enfermedad. El impacto de la bacteriología
En la historia moderna de las ciencias, pocas disciplinas científicas han tenido un éxito tan claro, rápido y
resonante como la microbiología médica. Entre 1880 y los comienzos del siglo XX, se descubrieron los
microbios productores de la mayoría de las enfermedades infecciosas, y se pusieron a punto las vacunas que
permitían una lucha más racional y exitosa contra estas dolencias. Los descubrimientos de gérmenes
patógenos se acumulan en una carrera espectacular a partir de 1871, en que A. Hansen descubrió el bacilo de
la lepra. En 1880 L. Laveran encuentra el plasmodio de la malaria; R. Koch, en 1882, descubre el bacilo de
la tuberculosis. Y un año más tarde el "vibrión colérico". La veda para la caza de los microbios quedaba
abierta. Poco a poco, los microscópicos agentes de la peste, la disentería, la fiebre amarilla, la difteria, etc.,
sucumbirán ante el celo desplegado por los nuevos investigadores.
La historia de la bacteriología es justamente famosa, y suficientemente conocida como para que aquí nos
detengamos en ella, nos limitaremos pues a lo esencial: en qué consiste el paradigma bacteriológico, cómo
influye en la orientación de la actividad médica a partir de su aparición, y cuáles son las líneas esenciales que
separan la nueva higiene propiciada por los descubrimientos microbianos de la higiene tradicional en la que
se inscriben los estudios de geografía médica.
P. Lain Entralgo, utilizando a Klebs, ha resumido las características del paradigma bacteriológico, o su
sinónimo, la mentalidad "etiopatológica" en las siguientes afirmaciones:
"a) La enfermedad es siempre infección; las agresiones físicas o químicas sólo dan lugar a verdaderas
enfermedades y dejan de ser meros accidentes nocivos cuando una infección se les sobreañade.
b) La enfermedad, caso particular de la darwiniana "lucha por la vida", es la expresión de un combate entre
el organismo y el microbio.
http://www.ub.es/geocrit/geo29.htm#N_21_
06/09/2020 Miseria, miasmas y microbios. Las topografías médicas y el estudio del medio ambiente en el siglo XIX
www.ub.edu/geocrit/geo29.htm 18/34
c) La índole nosográfica del proceso morboso, y por tanto su cuadro clínico, dependen de la peculiaridad
biológica del germen infectante" (Lain Entralgo, 1978, 489).
Destaquemos simplemente, el núcleo central de estos asertos. La concepción de la enfermedad que subyace
al paradigma bacteriológico es puramente biológica, quedando totalmente marginadas aquellas
consideraciones sobre la influencia del medio ambiental o del marco social, que eran características del
enfoque ecológico. Esta primacía del marco puramente científico-natural reorienta por completo la actividad
investigadora, que a partir de 1880 tendrá como gran meta el hallazgo de los gérmenes patógenos y el modo
de combatirlos mediante vacunas, y como único escenario el laboratorio (R. M. Coe, 1979, 21).
En el título de este capítulo hemos deslizado la expresión "revolución bacteriológica", para designar este
proceso. Apenas necesita justificarse el uso de esta expresión. Kuhn ha caracterizado las revoluciones
científicas como "aque1los episodios de desarrollo no acumulativo en que un antiguo paradigma es
reemplazado completamente o en parte, por otro nuevo e incompatible" (T. S. Kuhn, 1975). Frente a la
medicina tradicional que veía miasmas y propugnaba cuarentenas y fumigaciones, la bacteriología encuentra
microbios y ofrece vacunas. Si el interés de la higiene tradicional estribaba en lo supraindividual (medio
ambiente, marco social, etc.), la nueva medicina científica se ceñirá al individuo y a los fenómenos internos
del organismo. Si el camino de la geografía médica pasaba por voluminosos estudios empíricos, de carácter
general, en los que se hacía acopio de un gran número de datos, la nueva epidemiología se centrará en el
laboratorio, y seguirá un método experimental. La sustitución de paradigma es evidente.
En España, el impacto de la bacteriología puede detectarse con rapidez. Méndez Alvaro, uno de los
higienistas mejor informados, da cuenta en un discurso pronunciado en 1882 de los hallazgos de los
microbiólogos. Su actitud, entre cautelosa y reticente ante estos descubrimientos es un magnífico ejemplo del
recibimiento que los higienistas tradicionales dispensarán a la nueva ciencia.
"Si estos prodigios de la ciencia moderna -dice Méndez Alvaro refiriéndose a los descubrimientos
bacteriológicos- ofrecieran el carácter de positivos, que algunos les otorgan, hallaría la higiene en su
aplicación la profilaxis de muchas terribles enfermedades, y la humanidad estaría, por tanto, de enhorabuena.
Más, sin incurrir en un prematuro y poco reflexivo entusiasmo, y mientras se averigua cuál sea el legítimo
papel de esos organismos patogénicos, debemos limitarnos a exponer las ventajas ya obtenidas y
sospechadas, a concebir esperanzas muy lisonjeras para un porvenir más dichoso. El tiempo aclarará si esos
organismos [...] son causa, o efecto de las enfermedades en que se observan, o si su aparición se reduce a
pura coincidencia con un estado ya morboso del organismo que favorezca su desenvolvimiento" (P. Méndez
Alvaro, 1882, 42).
La "gran higiene" frente a la "pequeña higiene"
Tal como predice Méndez Alvaro, la Higiene se verá pronto afectada por los avances de la bacteriología. Los
resultados de la investigación etiológica, especialmente el descubrimiento de los agentes patógenos, y poco
después el de las vacunas para neutralizarlos imprimirán un giro copernicano a las concepciones higienistas.
Frente a una higiene tradicional, de doctrinas

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