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Agustín Cueva - Ensayos sociológicos y políticos

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Agustín Cueva
Ensayos Sociológicos y Polí ticos
PENSAMIENTO POLÍTICO ECUATORIANO
Agustín Cueva
Ensayos Sociológicos y Políticos
Introducción y selección de Fernando Tinajero
© De la presente edición:
Ministerio de Coordinación de la Política
y Gobiernos Autónomos Descentralizados
Venezuela OE 3-66 entre Sucre y Espejo
(593) 2 2953-196
www.mcpolitica.gob.ec
BEaTrIz TOla BErmEO
ministra
JOSé larrEa Jarrín
Secretario Técnico
anDréS ChIrIBOga TEJaDa
Proyecto de Estudios y Pensamiento Político
ISBn:
Cuidado de la edición:
Sofia Bustamante layedra
guillermo maldonado Cabezas
Diseño de la portada e interiores:
rubén risco Intriago
Imprenta V&m gráficas
Quito, febrero 2012
Pensamiento Político Ecuatoriano
Colección dirigida por Fernando Tinajero
5
Presentación
Beatriz Tola Bermeo
Sin lugar a dudas, agustín Cueva Dávila es una de las figuras mayores de la cul-
tura ecuatoriana en la segunda mitad del siglo XX y su pensamiento no deja de
incidir en las ciencias sociales y las concepciones políticas de nuestros días. Vin-
culado a uno de los movimientos más influyentes de los años sesenta, fue además
un adelantado de la nueva sociología en el Ecuador –disciplina cuyo estudio,
por extraña coincidencia, fue fundado por su padre, el doctor agustín Cueva
Sanz, primer profesor de sociología que tuvo la Universidad Central en 1916.
Brillante en la crítica literaria y cultural, su libro Entre la ira y la esperanza
fue la campanada que dio comienzo a un proceso de cuestionamiento de las
más tradicionales concepciones de nuestro pasado cultural; pero lo que le dio
verdadera dimensión continental es su producción sociológica y política, nacida
en su actividad docente en la Universidad Central y continuada en la Univer-
sidad nacional autónoma de méxico. Fueron célebres sus intervenciones po-
lémicas en torno a los temas del populismo, del carácter no marxista de la teoría
de la dependencia y de la caracterización de los modos de producción en amé-
rica latina, todos ellos de carácter académico, pero indudablemente ligados a
las definiciones políticas más importantes en un momento de crisis en nuestro
continente, cuando los grandes procesos de los años sesenta tropezaron con la
más violenta reacción conservadora, no solo en nuestro país, donde tuvimos
que soportar casi una década de dictaduras militares, sino también en el Cono
Sur, donde los excesos del poder han sido ya universalmente reconocidos como
uno de los peores atropellos a los derechos humanos que se hayan registrado
en el mundo después de la Segunda guerra mundial. 
Para el ministerio de Coordinación de la Política es un acto de justicia la
incorporación de una selección de textos de agustín Cueva en la Colección del
Pensamiento Político Ecuatoriano; pero el objetivo de haberlo hecho no ha sido
solamente el de rendir un merecido reconocimiento de la producción de uno
de nuestros principales intelectuales contemporáneos, sino el de ofrecer a los
ecuatorianos un punto de vista autorizado acerca de los temas trascendentes de
la estructura social y sus necesarias transformaciones. 
En estos mismos días, cuando el Ecuador se prepara para un nuevo acon-
tecimiento democrático, del cual depende el porvenir inmediato de los procesos
de cambio que han sido emprendidos por el gobierno de la revolución Ciu-
dadana, es altamente necesario que nuestras preocupaciones no se enreden en
el escándalo cotidiano, siempre provocado por aquellas fuerzas que no disponen
de otra arma de combate, y que se concentren en aquello que es fundamental:
contar con criterios bien fundamentados para tomar decisiones acertadas sobre
aquello que nos hace ser lo que somos, y sobre aquello que aspiramos a ser. 
6
7
índice
Presentación ........................................................................................... 5
Beatriz Tola Bermeo
agustín Cueva, o la lucidez apasionada .................................................. 9
Fernando Tinajero
Antología de Agustín Cueva
· Ciencia social e ideologías de clase ............................................. 35
· Cultura, clase y nación ............................................................... 53
· Problemas y perspectivas de la teoría de la dependencia ............. 73
· El uso del concepto de modo de producción en américa latina:
algunos problemas teóricos ........................................................ 99
· El análisis dialéctico: requisito teórico y a la vez político .......... 119
· Elementos y niveles de conceptualización del fascismo ............. 129
· El Estado latinoamericano 
y las raíces estructurales del autoritarismo ................................ 143
· Vigencia y urgencia del “Che”
en la era del neoconservadurismo ............................................. 157
· la democracia latinoamericana:
¿forma vacía de todo contenido? .............................................. 165
· las interpretaciones de la democracia en américa latina:
algunos problemas ................................................................... 177
· El populismo como problema teórico-político ......................... 221
· El velasquismo: un ensayo de interpretación ............................ 235
referencias ......................................................................................... 263
Bibliografía ........................................................................................ 264
agustín Cueva, o la lucidez apasionada
Fernando Tinajero
… todas las revoluciones latinoamericanas de este siglo, desde la mexicana
hasta la nicaragüense,[…] han sido una rebelión contra las tiranías 
o las «democracias fraudulentas» […] y simultáneamente contra la
injusticia social y la dominación imperialista. En cierto sentido trato 
de recuperar teóricamente esta tradición, tanto popular como de
la izquierda, a la que de manera tal vez romántica me aferro.
agUSTín CUEVa
En los días finales de 1964, cuando agustín, Françoise y yo empezamos a pla-
near la revista Indoamérica, ninguno de nosotros podía imaginar que al cabo
de veintiocho años él habría de morir casi en mi presencia después de regresar
de méxico para pasar en Quito los últimos meses de su breve vida. aunque
nos conocimos en 1958, mientras los dos cursábamos estudios de derecho en
la Universidad Católica –antes de que yo abandonara los códigos para estudiar
filosofía, antes también de que él fuera expulsado de la Universidad por su ac-
titud ya alineada con la izquierda–, nuestra amistad comenzó después, a su re-
greso de París, y nunca fue alterada por sus ausencias ni las mías.
a causa de su temprano origen, la adhesión de agustín al marxismo fue al
comienzo de carácter emocional, como la mayor parte de las que aparecieron
en la primera mitad del siglo –y quizá un poco más, cuando las izquierdas em-
pezaron a recibir un poderoso aliento que llegaba del Caribe. no obstante, en
un proceso que duró algunos años, agustín fue transformando esa elección
emocional en firmes convicciones que nacieron de la lectura de los clásicos del
marxismo, condimentada desde luego con el Sartre marxista de los años sesenta
y el mariátegui de los veinte, pero al mismo tiempo, con todas las experiencias
cercanas y lejanas que no podían dejar de provocar ira y esperanza, para decirlo
con las palabras de su título más célebre. Esa firmeza explica que agustín no
haya renunciado a sus ideas ni siquiera en los años finales de su vida, cuando
los Kapellmeisters del capitalismo pusieron una pesada lápida sepulcral sobre la
fosa donde habían arrojado las efigies de marx, creyendo que de ese modo en-
9
terraban al marxismo. al contrario, esa adhesión fue la constante de su obra y
de su vida, tan marcada esta última por sorprendentes avatares. Por eso en otra
parte1, al recordar la curiosa clasificación de los intelectuales que fue propuesta
por Berlin al amparo de un verso de arquíloco (πολλ’ οίδ’ άλώπης άλλ’ έχινος
έν μέγα –«muchas cosas sabe la zorra; el erizo sabe una sola pero grande»),
afirmé que si es válida esta clasificación–y no hay razón de que no lo sea, puesto
que es tan arbitraria como cualquiera otra– agustín Cueva fue un «erizo»: uno
de esos escritores que «saben relacionar todo su trabajo con una única visión
central que da significado a todo lo que son y todo lo que dicen», y no una
«zorra», como aquellos otros que «persiguen muchos fines, a menudo inconexos
y hasta contradictorios»2.
ParíS, InEVITaBlEmEnTE ParíS
al comenzar la fabulosa década de los sesenta, agustín dejó también los estu-
dios de derecho al recibir su licenciatura y se marchó a Francia para estudiar
sociología. París seguía siendo el paraíso soñado por intelectuales y artistas, y
la tertulia de sus cafés era un hervidero alimentado por las polémicas de Sartre,
que no se cansaba de distribuir sus periódicos maoístas en el Boul’ mich’. 
mucho tiempo después, al prologar la quinta edición de Entre la ira y la
esperanza, agustín hizo un balance de aquellos años: entre los «hitos positivos»
que contribuyeron a su formación intelectual, menciona precisamente a Sartre3
y agrega los nombres de Barthes y de Claude lévy-Strauss –cuyo pensamiento,
según declara, siempre fue fascinante para él–, sin olvidar por supuesto a
györgy lukács, «redescubierto» en esos tiempos después de haber sufrido la
10
1 Véase mi prólogo al último libro de agustín, de cuya edición me encargué después de su muerte:
Literatura y conciencia histórica en América Latina, Quito, Planeta del Ecuador, 1993. 
2 Cfr. Isaiah Berlin, e hedgehog and the fox, 1953. Con una ilustre ejemplificación en la que
constan Platón, Pascal, hegel, Dostoievsky y Proust como «erizos», y aristóteles, montaigne, goethe,
Balzac y Joyce como «zorras», el profesor inglés ha advertido que la diferencia entre las dos categorías
no es de nivel, sino de personalidad, de actitud general ante la producción intelectual o artística. 
3 la influencia de Sartre en todos los intelectuales de mi generación fue intensa y decisiva, aunque
no siempre tuvo el mismo significado. Véase al respecto, alicia Ortega, editora, Sartre y nosotros, libro
que reúne las contribuciones para un seminario en conmemoración del primer centenario del naci-
miento de Sartre (Quito, Universidad andina Simón Bolívar / Editorial El Conejo, 2007). Para este
tema, es especialmente interesante la sección «memorias», donde se encuentran ensayos de abdón Ubi-
dia y martha rodríguez, y entrevistas a alejandro moreano, Ulises Estrella, Fernando Balseca, raúl
Vallejo y Fernando nieto. 
condena del dogmatismo soviético por el delito de haber pensado con espíritu
creativo. O sea que los verdaderos maestros de agustín fueron dos filósofos
–uno de ellos más conocido por muchos como novelista, dramaturgo y ensa-
yista–, un lingüista y crítico de la literatura, y un etnólogo, pero ningún soció-
logo: revelación que no deja de ser sorprendente, porque no se puede suponer
que tales hayan sido las lecturas preferidas por quien estaba preparándose para
ser un sociólogo profesional. 
Y las revelaciones de agustín van todavía más lejos: declara que «jamás se
deslumbró» con las clases o los libros de georges gurvitch y que tampoco lle-
garon a interesarle los análisis de maurice Duverger –dos de sus maestros en la
École des Hautes Études Sociales–, y agrega:
Por la época en que publiqué mi primer trabajo de «sociología política»
(Más allá de las palabras: introducción a la mitología velasquista4), de hecho
lo que hice fue leer y releer a Barthes y lévi-Strauss, apasionándome luego
por el 18 Brumario de marx, pero paradójicamente a partir de la relectura
de Tristes trópicos. En contraste, jamás me pasó por la cabeza la idea de ins-
pirarme en Duverger y, menos todavía, la de aprovechar técnicas de inves-
tigación como las de Paul lazarsfeld –para citar otro ejemplo– cuyo curso
en la Sorbona recibí como una verdadera tortura que fui incapaz de resistir
por más de dos semanas5.
Como si todo eso no fuera suficiente, estas revelaciones se cierran con la
que acaso sea la más sorprendente de todas: declara que de sus profesores de
París, el único que de veras le interesó y al que nunca dejó de leer fue raymond
aron,
11
4 Este texto apareció por primera vez en el número 7-8 de la revista Indoamérica (1967). Después,
totalmente reelaborado, volvió a aparecer en El proceso de dominación política en el Ecuador, bajo el
título de «El velasquismo: un ensayo de interpretación», Quito, Editorial Planeta del Ecuador, 1997
(véase en este volumen p. 235).
5 Cfr. agustín Cueva, «Veinte años después. Introducción a la 5a. edición de Entre la ira y la es-
peranza», Quito, Editorial Planeta del Ecuador, 1986. alejandro moreano anota que Cueva llegó al
marxismo desde la sociología clásica representada por Durkheim y Weber. Cueva no menciona a estos
autores, pero es evidente que ellos también dejaron huella en su formación intelectual. Cfr. a. moreano,
«Estudio introductorio» en Agustín Cueva. Pensamiento fundamental, Quito, Campaña nacional Euge-
nio Espejo por el libro y la lectura, Corporación Editora nacional / Universidad andina Simón Bo-
lívar, 2007.
…ese pensador de derecha y especie de anti Sartre que ya a comienzos de
los años sesenta era considerado más como un «publicista» (o periodista)
que como un sociólogo, juicio de intención peyorativa al que él respondía
comentando que algunos de sus colegas investigaban de manera cada vez
más rigurosa y con métodos más sofisticados problemas cada día menos
importantes (Id.).
mejores que cualquier argumentación sobre el sentido de su obra, estas
revelaciones de agustín, hechas cuando ya gozaba de prestigio en el Ecuador y
en américa, dan la pauta más precisa para definir el carácter de su producción:
una enorme apertura intelectual –que no se detiene por limitaciones de secta,
capilla ni «especialización»–, en la cual se advierten los motivos que le hicieron
refractario al empirismo, ya perceptible en esos años, con todo su bagaje de
técnicas que en su afán de matematizar todos los hechos no pueden ocultar la
impronta positivista de su concepción. al citar a aron, agustín parecía decir a
sus lectores que tampoco él aceptaba esos refinamientos de método que llevan
a descubrir casi todo sobre casi nada, y prefería la amplia y penetrante manera
de mirar que ha caracterizado a los franceses. 
Esto no significa, sin embargo, que agustín haya sido un autor afrance-
sado. al contrario, el Ecuador y américa latina ocupan el centro de su atención
a lo largo de todo su trabajo, pero lo hacen sin los sesgos del «especialista» que
recorta la realidad para examinarla rigurosamente por uno solo de sus aspectos:
el hecho de que haya transitado por el análisis sociológico, la crítica literaria y
la polémica política, sin contar la reflexión retrospectiva que le puso en el te-
rritorio mismo de la historia6, muestra en cambio que su abordaje de la realidad
desde ópticas distintas le permitió alcanzar casi siempre una comprensión más
profunda y compleja –más discutible también– de la multiforme realidad de
nuestro continente. 
En este sentido, pero solo en este, el caso de Cueva es semejante al de Eche-
verría, que ha sido ya presentado a los lectores en el primer volumen de esta
Colección. los dos optaron por el marxismo desde edades tempranas; los dos
mantuvieron esa misma convicción hasta la muerte; los dos se formaron en
Europa; los dos nutrieron su trabajo con alimentos muy variados, que jamás
excluyeron la literatura ni el arte; los dos estuvieron permanentemente vincu-
12
6 Véase el «Estudio Introductorio» de rodolfo agoglia en el volumen Historiografía ecuatoriana,
Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano, vol. 25, Quito, Banco Central del Ecuador / Corpora-
ción Editora nacional, 1985. 
lados con el movimiento político-cultural de los años sesenta; los dos tuvieron
como propósito central de su trabajo la transformación revolucionaria de nues-
tra sociedad, y entendieron como nuestra a toda la sociedad de américa latina. 
no obstante, el modo de asumir el mismo corpus de ideas no fue igual
para ambos: BolívarEcheverría llevó a cabo una lectura nueva de la teoría que
nace de «ese proyecto inacabado» que es la obra de marx y no vaciló en señalar
sus limitaciones, entendiendo el marxismo como un campo de trabajo más que
como una doctrina acabada; agustín Cueva hizo una lectura nueva de la praxis
política y social en américa latina, manteniéndose dentro de lo que algunos
consideran «ortodoxia» por no haber cuestionado los principios fundamentales
del marxismo, pero haciendo de ellos un manejo creativo, que a veces le permite
un despliegue de sutileza poco frecuente entre sus colegas. ambos, sin embargo,
fueron vistos por los partidos comunistas con el recelo que las viejas dirigencias
tenían frente a quienes se atrevían a pensar y recibían por eso el sanbenito de
«disidentes», «revisionistas» o «traidores». hoy, a más de veinte años del hun-
dimiento del bloque soviético y su dogmatismo, tales epítetos han perdido
completamente su sentido –si alguna vez lo tuvieron–, aunque de tarde en tarde
algunos despistados insisten todavía en seguirlos usando: a despecho de ese an-
claje en el pasado, tanto Echeverría como Cueva son verdaderos referentes en
la búsqueda de una nueva comprensión de nuestra realidad social y de las vías
posibles para superarla.
lOS COmIEnzOS: DEl TzAnTzISMo a IndoAMÉrICA
En 1964, cuando regresó de Francia después de haber obtenido un diploma
en sociología, agustín Cueva se integró rápidamente al movimiento cultural
que había nacido del Tzantzismo y que estaba empezando a reproducir su re-
beldía iconoclasta frente a un gobierno militar que era popularmente designado
con el mote de «dictablanda»7. Eso no significaba, desde luego, que aquel mo-
vimiento cultural hubiera alcanzado ninguna unanimidad en las concepciones
políticas y estéticas de todos los grupos o individuos que constantemente en-
13
7 El grupo Tzántzico hizo su primera aparición pública en 1962. Para 1964, su actitud de ruptura
ya había producido algunas repercusiones en el ámbito de la cultura, no solo en Quito sino también en
otras ciudades del país. agustín nunca fue un tzántzico, pero siempre miró con simpatía esa actitud re-
belde, calificada por él como «tierna e insolente». acerca de ese período, véase mi ensayo «los años de
la fiebre», en el libro homónimo editado por Ulises Estrella, Quito, libresa, 2005. además, puede con-
sultarse de Susana Freire garcía, Tzantzismo: tierno e insolente, Quito, libresa, 2008.
grosaban sus filas: significaba solamente que estábamos viviendo tiempos de
rebeldía general, cuyas manifestaciones se extendían en el mundo por todos
los ámbitos de la sociedad, traspasaban fronteras, y provocaban un clima de
permanente exaltación con sus inolvidables utopías.
Incorporado a los «coloquios» que se hacían en el Café 778, agustín par-
ticipó también en la constitución de la asociación de Escritores y artistas Jó-
venes del Ecuador (aEaJE), y en 1965 fue elegido su primer presidente: la
claridad de su talento, unida a la firmeza de sus ideas, hizo que su personalidad
se convirtiera en una suerte de polo de atracción para la cantidad creciente de
poetas, narradores o pintores que empezaban a asumir la necesidad de articular
una acción colectiva capaz de reivindicar los derechos del arte y la cultura, pero
ante todo la «autenticidad» de una identidad nacional que se consideraba «mis-
tificada» por el proceso colonial de los siglos XVI a XIX, y agravada por el co-
lonialismo contemporáneo. las ideas de identidad y liberación nacional,
firmemente alentadas por las noticias que llegaban primero desde argelia y des-
pués desde Vietnam, se vinculaban así a las afirmaciones antiimperialistas que
provenían del Caribe: la cultura y la política andaban como siempre por el
mismo andarivel, y por momentos parecía que la diferencia entre las dos era
anulada por un mismo oleaje de crisis, impugnaciones y propuestas. 
Pero no fue solamente la circunstancia de haberse involucrado en ese
proceso, sino una inclinación espontánea que no desapareció jamás, lo que
llevó a agustín a iniciar su labor intelectual en el horizonte de la crítica. Esa
fue la época en que él y yo hicimos, con Françoise Perus9, la revista Indoamé-
14
8 Situado en la casa que perteneció a marieta de Veintemilla, en la esquina de las actuales calles
Benalcázar y Chile, el Café 77 fue el cuartel general de los tzántzicos, quienes le bautizaron con ese ex-
traño nombre. allí tenían lugar, todos los viernes por la noche, los Coloquios sobre arte y literatura
que congregaban a un público muy numeroso cuya afluencia contrastaba con las salas vacías de la Casa
de la Cultura intervenida por la dictadura. a una cuadra de Carondelet, el Café 77 fue el lugar donde
los temas literarios y artísticos derivaban fácilmente hacia temas políticos, y se terminaba hablando
abiertamente contra el régimen militar y contra sus auspiciantes de la Embajada de los Estados Unidos.
Clausurado por orden del gobierno en 1965, sus animadores fueron perseguidos y al menos dos de
ellos fueron apresados y maltratados en los cuarteles: vivíamos una época en que las fuerzas armadas de
todo el continente habían sido instrumentalizadas para la «defensa continental», como se llamaba ofi-
cialmente a la lucha anticomunista, convertida en el común denominador de los gobiernos fuertes de
américa latina. 
9 En todos los números de nuestra revista aparece, en el reverso de la portada, esta leyenda: «In-
doamérica, revista cultural dirigida por agustín Cueva y Fernando Tinajero»; y después, una línea más
abajo, consta el nombre de Françoise con el agregado de «secretaria de redacción». Esa discriminación,
absolutamente injusta, fue la expresión de un machismo inconsciente que se acomodaba a la ideología
dominante. En honor a la verdad, quiero dejar constancia ahora de que Indoamérica fue hecha por los
rica, que vino a sumarse a las que ya se publicaban desde el costado izquierdo
de nuestro movimiento: Pucuna, que fue la revista combativa de los Tzánt-
zicos encabezados por Ulises Estrella, y La Bufanda del Sol de la primera
época, a cargo de alejandro moreano, Francisco Proaño y el mismo Ulises,
que se propuso difundir en el Ecuador lo que se hacía en otros países de amé-
rica latina, al mismo tiempo que daba a conocer a esos países lo que se hacía
en el Ecuador. Junto a estas «hermanas mayores», Indoamérica se propuso ser
la revista teórica del movimiento –lo cual no significa que necesariamente
haya llegado a serlo10. 
Según mi opinión, ese período –que poca atención ha recibido de parte
de quienes han estudiado el pensamiento de Cueva–, es sin embargo un mo-
mento clave en el desarrollo de sus ideas. Fue en Indoamérica donde apare-
cieron sus primeras incursiones en el tema de la cultura nacional y sus
primeras exploraciones del proceso político ecuatoriano, que se ampliaría
después a toda américa latina; fue en sus páginas, por tanto, donde tomaron
su forma original sus primeras intuiciones sobre la ideología del mestizaje11
y el populismo, entendido como un epifenómeno del modo de ser de la do-
minación capitalista en américa latina12.
15
tres, sin que el aporte de Françoise haya sido de ninguna forma inferior al que hicimos agustín y yo.
hay que recordar que Françoise ha ejercido también durante muchos años la docencia en la Universidad
nacional autónoma de méxico, y en dos ocasiones (1976 y 1982) ha obtenido el Premio Casa de las
américas por su importante producción en el campo de la crítica literaria (véase, de F. Perus, Literatura
y sociedad en América Latina: el modernismo, la habana, Casa de las américas, 1976; e Historia y crítica
literaria, la habana, Casa de las américas, 1982).
10 Con exceso de generosidad, abdón Ubidia recuerda la aparición de Indoamérica y dice que
aquella revista fue «una versión ecuatoriana de Los tiempos modernos». no lo fue, en realidad, pero pudo
haber llegado a ser algo parecido si las circunstancias la hubieran permitido prolongar su vida. (Véase,
de abdón Ubidia, «la galaxia Sartre», en Sartre y nosotros, cit. supra.).11 Como toda ideología, la del mestizaje –tan cara a los intelectuales de la burguesía latinoameri-
cana a partir de la década del veinte– tiene un carácter encubridor: en ella, las relaciones de dominación
étnica, económica y cultural se convierten en idilio… no es inútil precisar, en todo caso, que no debe
confundirse la ideología del mestizaje con el hecho histórico y social que esa ideología alude y elude. 
12 los ensayos publicados por agustín Cueva en la revista Indoamérica fueron los siguientes: «la
encrucijada de la cultura ecuatoriana», n° 1, enero-febrero de 1965, pp. 6-14; «reflexiones sobre la
novela indigenista», n° 2, marzo-abril de 1965, pp. 117-122; «mito y verdad de la cultura mestiza»,
n° 4-5, julio-diciembre de 1965, pp. 288-302; «más allá de las palabras. Introducción a la mitología
velasquista», n° 7-8, enero-mayo de 1967, pp. 36-69. 
Un lIBrO-InSIgnIa
En 1966, después de la caída de la Junta militar de gobierno que fue encabe-
zada por el contraalmirante ramón Castro Jijón, agustín volvió a Francia en
goce de una beca, y durante su ausencia se produjo la «toma» de la Casa de la
Cultura y su consiguiente «reorganización»13, que en rigor se limitó a la expe-
dición de una ley avanzada que tuvo una vigencia efímera, y al regreso de Ben-
jamín Carrión a la presidencia de la institución que él mismo había fundado
en 1944: como he expresado ya alguna vez14, la verdad es que aquella «toma»
fue un proceso frustrado cuyos menguados logros no pasaron de ser un suce-
dáneo del objetivo real que buscaba desde nuestro costado el movimiento. Sin
embargo, como prueba de la indecisa situación inicial después de la «victoria»,
poco después, formando parte del nuevo plan editorial de la Casa, de sus pren-
sas salieron nuestros primeros libros: el de agustín titulaba Entre la ira y la es-
peranza y estaba llamado a convertirse en el libro-insignia de una generación: 
Obra de gran fórmula –escribe abdón Ubidia–, mención indispensable
para quien reseñe el ensayo ecuatoriano, audaz, irreverente, apasionada,
publicada en ediciones ya incontables, fue para nuestra generación un grito
de guerra y una advertencia: el pasado impregnaba el presente, lo conta-
minaba y pervertía; la Colonia renacía de entre sus propias cenizas y se en-
carnaba en sombríos personajes que la añoraban. aquello debía terminar
de una vez por todas. Un ¡basta! inequívoco brotaba de esas páginas lumi-
nosas, claras, que decían lo suyo con un estilo austero y directo, impecable,
bien trabajado y lúcido en su fluida elegancia15. 
la idea matriz que desarrolla este libro es la afirmación de que la Colonia,
lejos de haber muerto al producirse la independencia, siguió viviendo bajo las
16
13 Un año después, hernán rodríguez Castelo (que sin representar a nadie participó en el «triun-
virato» que dirigió aquellas jornadas), publicó un folleto con un título excesivo: revolución cultural
(Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1967), en el que cuenta de un modo casi fiel todo el desarrollo
del acontecimiento, pero su interpretación es triunfalista: como es obvio, sus objetivos no eran los nues-
tros. Véase además, «El radicalismo de los Tzántzicos», entrevista de hernán Ibarra a Ulises Estrella, en
Sartre y nosotros, cit. supra.
14 Cfr. «los años de la fiebre», cit. supra.
15 abdón Ubidia, «Cuarenta años después. los ardientes años que aún viven», prólogo a la edición
de Entre la ira y la esperanza incluida en la Colección Bicentenario, editada por el ministerio de Cultura
en 2008.
formas republicanas, y seguía aún tan fresca como en el siglo XVII16. Esto sig-
nifica que entre el movimiento de la sociedad y el lenguaje de la cultura se
había establecido la relación que existe entre la máscara y el rostro: las cam-
biantes estructuras de la sociedad quedaron escondidas bajo la forma de un
lenguaje que funcionó siempre como «ablución» –es decir, un lenguaje que no
existía para comunicar sino para «purificar» o sacralizar la realidad mediante el
ritual de la palabra, del arte y de los comportamientos cotidianos17.
En el prólogo ya citado, agustín declara sin rodeos que alberga serias dudas
acerca del carácter «marxista» que algunos han atribuido a Entre la ira y la es-
peranza, y agrega que ni siquiera está seguro de que se trate de un texto socio-
lógico. Y tiene razón. El lector no encontrará en ese libro ni sociología ni
marxismo: encontrará literatura –una literatura en la que la intuición desem-
peña el papel que en los estudios sociales debe desempeñar la teoría, aunque
evidentemente se encuentra sobredeterminada por una toma de posición po-
lítica–. Dentro de la tradición latinoamericana del ensayo literario, tan venido
a menos actualmente, agustín compuso en esas páginas una visión apasionada
y penetrante de nuestro proceso cultural, reducido a menos de doscientas pá-
ginas con la osadía que solo se puede tener hasta los treinta. Pero es esa osadía,
justamente, la que impregna ese libro de un tono y una lucidez que no pudie-
ron alcanzar los demás libros de agustín, pese a que nunca dejó de tener un
ánimo combativo, siempre dispuesto a la polémica, asumida por él como el
modo propio de la lucha revolucionaria en la palabra. no creo inútil recordar
que agustín era dueño de un talento lúcido como pocos, pero también de un
temperamento apasionado.
17
16 Téngase en cuenta la fecha en que apareció Entre la ira y la esperanza: 1967. han pasado ya 45
años, pero a pesar de los enormes cambios que se han producido en nuestra sociedad, víctima de crisis
económicas, inestabilidad política, devastación neoliberal…, en ciertos aspectos ideológicos y en ciertas
prácticas sociales, la tesis de agustín Cueva sigue en pie.
17 Compárese esta temprana percepción de Cueva con el concepto de ethos barroco que fue pro-
puesto mucho después por Echeverría, sobre un fundamento teórico indudablemente serio. Véase ade-
más la relación entre el lenguaje concebido como ablución y el concepto de «blanqueamiento» (cfr.
Bolívar Echeverría, «la historia de la cultura y la pluralidad de lo moderno: lo barroco», en La moder-
nidad de lo barroco, méxico, Editorial Era, 1998, y además, «Imágenes de la blanquitud», en Moder-
nidad y blanquitud, méxico, Editorial Era, 2010). 
la PIEDra DEl ESCánDalO
Después de haber escrito dos artículos destinados a un diccionario de la litera-
tura de américa latina que fueron incorporados más tarde a Lecturas y rupturas,
agustín entregó al público un libro que estaba llamado a ser la piedra del es-
cándalo: El proceso de dominación política en Ecuador18. Se trataba de un nuevo
desarrollo del tema tratado en su artículo de Indoamérica sobre el velasquismo,
al cual se agregaron los materiales reunidos para los cursos que dictaba en la
Escuela de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Central. 
En síntesis, el conflicto se produjo cuando rafael Quintero publicó El mito
del populismo en el Ecuador (1980), cuyos planteamientos, contrarios a los que
agustín había sostenido, dieron lugar a un intenso debate durante el III En-
cuentro de historia y realidad Económica y Social del Ecuador, realizado en
Cuenca en aquel mismo año19. Fundándose en un minucioso estudio de los
resultados electorales de de 1933, que dieron la victoria al doctor Velasco Ibarra,
Quintero sostenía que la base del electorado velasquista había sido la población
rural de la Sierra, manipulada por la Iglesia y las fuerzas conservadoras, lo cual
le llevaba a afirmar que Velasco no fue un político populista, sino un represen-
tante de la oligarquía terrateniente y católica; en tanto que Cueva había afir-
mado que los triunfos del caudillo se debían al subproletariado urbano, sobre
todo costeño, y a la caótica superposición de sus creencias, hábilmente mane-
jadas por Velasco-candidato con intenciones reformistas y promesas taumatúr-
gicas, aunque al final Velasco-presidente acabara aprisionado por las oligarquías,
todo lo cual hacía de él un populista. hay que notar, desde luego, que el objeto
del estudio no fue exactamente el mismoen ambos casos: Cueva había formu-
lado sus juicios teniendo en mientes todo el velasquismo, desde su aparición
en 1932, hasta 1972, cuando concluyó el último período presidencial del doc-
tor Velasco Ibarra; Quintero, en cambio, había analizado exclusivamente las pri-
meras elecciones en las que triunfó el caudillo. 
Evidentemente, se trataba de un debate académico, en toda la extensión
de la palabra, puesto que ponía en juego las teorías desde las cuales se interpre-
taba la realidad, así como los métodos empleados para la demostración de las
18
18 la primera edición fue preparada por rené Báez para Ediciones Crítica, y apareció en 1972.
Véase sobre la accidentada historia de este libro el prólogo escrito por el propio agustín para la edición
hecha por Editorial Planeta del Ecuador en 1988.
19 Desde su tercera edición (1997), El mito del populismo trae entre los anexos la transcripción de
este debate, que fue realizada por el Instituto de Estudios Sociales (IDIS) de Cuenca. Es de lamentar
que ese documento se haya hecho público cuando agustín ya no podía pronunciarse sobre él. 
hipótesis. agustín había dirigido una mirada abarcadora al proceso histórico y
social del Ecuador durante el siglo XX, y había trazado una fenomenología del
velasquismo poniendo en relación los sustratos de una cultura popular abiga-
rrada y ambigua con las propias palabras de Velasco; pero a pesar de la agudeza
de sus observaciones, había incurrido en el error –hay que admitirlo– de for-
mular generalizaciones que nacían de una percepción intuitiva del fenómeno,
sin contrastarlas con la realidad objetiva20. Quintero, en cambio, usando téc-
nicas precisas y una paciencia admirable, había preferido sustentar sus inter-
pretaciones en las cifras correspondientes a las elecciones presidenciales de 1931
y 1933, con la ayuda de las cuales había sometido a una crítica rigurosa a las
habituales interpretaciones del velasquismo –con presupuestos que no son co-
munes a todos los populismos que llegaron después, ni siquiera a los demás
velasquismos, que no fueron estudiados por Quintero.
a partir de ese momento, la interpretación del velasquismo se dividió entre
«quinteristas» y «cuevistas», con un saldo más bien negativo para el desarrollo
de nuestras ciencias sociales, porque los debates no se desarrollaron ya en el
nivel de la teoría ni del método, sino en las banderías de una izquierda que ya
para entonces había abandonado la lucha contra el enemigo real –el imperia-
lismo político y su inhumano sistema económico–, por haberse enredado en
una lucha intestina que terminó paralizándola durante largo tiempo21. 
19
20 recuérdese las revelaciones de Cueva sobre su resistencia a recibir las lecciones relativas a las
técnicas de investigación que incluyen el manejo de datos empíricos; pero téngase en cuenta, además,
la necesidad de distinguir entre el uso de datos empíricos en una investigación concreta –que es un pro-
cedimiento legítimo y necesario, siempre que tales datos sean sometidos a una interpretación teórica
con arreglo a principios previamente asumidos–, y el empirismo tout court, entendido como la negación
de todo saber especulativo y la proclamación de la experiencia como única fuente del conocimiento,
distinción que desgraciadamente no siempre es clara en los textos de agustín. Por otra parte, me parece
indispensable contrastar críticamente la consistencia de los datos empíricos manejados por Quintero y
la argumentación teórica que desarrolla fundándose en ellos. 
21 Véase sobre la accidentada historia de este libro el prólogo escrito por el propio agustín para la
edición hecha por Editorial Planeta del Ecuador en 1988. Demás está decir que, desde el punto de
vista del marxismo, en rigor no debe existir divorcio entre la lucha política y la lucha en la teoría; la fra-
gilidad de los varios «marxismos» ecuatorianos, sin embargo, radica, entre otras cosas, en el hiato que
se produce entre esas dos instancias.
DE lOS SESEnTa a lOS SETEnTa «FUErza DE laS COSaS»
Pero no vayamos tan de prisa. la primera edición de El proceso de dominación
política en Ecuador apareció en 1972, pero la polémica que queda aludida se
produjo en el 80. los ocho años de intervalo entre esos hechos corresponden
a un cambio de grandes consecuencias en la vida y la producción intelectual
de agustín, y ese cambio coincide con una difícil transición en los panoramas
intelectuales y políticos de américa latina, que al pasar de los sesenta a los se-
tenta fue transformando de modo acelerado aquello que Eduardo Devés de-
nomina «la sensibilidad» de la época (¿zeitgeist?), siempre más efímera que las
ideas o las «mentalidades»: una «sensibilidad» que en los años setenta empezó
a reflejar la pérdida de las ilusiones y el esfuerzo por re-significar el pensamiento
revolucionario, de cara a la «guerra sucia», mientras en los sesenta había estado
caracterizada por una serie de rasgos frecuentemente contrapuestos22, cuya per-
manente contradicción produjo un clima espiritual que no podrá ser encon-
trado en ningún otro momento del siglo XX: un clima que favoreció el
nacimiento de un pensamiento marcado siempre por la búsqueda del cambio
y cristalizado en configuraciones de notable importancia –la teoría de la de-
pendencia, la pedagogía, la filosofía y la teología de la liberación, la «historia
de las ideas»– cuya formulación alimentaba al mismo tiempo el desarrollo de
aquel mismo clima, en una relación dialéctica en la que cada elemento producía
y era producido por el otro, aunque sin llegar a diseñar una espiral, sino un
círculo que se consumía en sí mismo.
20
22 «…el desarrollo de un clima deseoso de cambios, la difusión del marxismo, especialmente a
partir de una versión cubana; la renovación o la dimensión social del pensamiento cristiano, la exaltación
de la militancia y el compromiso político, la admiración por los movimientos populares y de masas, la
búsqueda de formas de vida alternativas a las convencionales: hippismo, rastafarismo, orientalismo, pro-
toecologismo; la exaltación de la marginalidad y hasta de la locura, entre los no marginales; la búsqueda
de conciencia y de concientización; el afán ordenador, planificador, organizador de la economía y de la
sociedad, el utopismo y el romanticismo asociados a la convicción de la bondad y la perfectibilidad de
las personas; la búsqueda de la autenticidad, de la expresión, del ser sí mismos; el sentimiento de explo-
tación, dependencia, injusticia, marginación y pobreza; el deseo de dar vida por la causa y vocación sa-
crificial [...] Todo lo que podía ser contradictorio se hacía coherente en la medida en que representara
un rechazo a los modos de vida existentes. El rechazo, el cuestionamiento o la descalificación de las
formas de existencia constituyen algo más que un trazo de esa sensibilidad. En realidad, esto es lo que
da sentido a todo lo demás, es aquello que permite dar coherencia a todos los elementos, por contradic-
torios que sean individualmente. Todo conducía al sentimiento, a la convicción, de que la situación en
la que se vivía «no daba para más» y que debía (y podía) ser cambiada mediante un gran acto que cortaría
el nudo gordiano…» (Cfr. Eduardo Devés Valdés, El pensamiento latinoamericano en el siglo XX. Tomo
II: desde la CEPAL al neoliberalismo (1950-1990), Buenos aires, Editorial Biblos, 2003). 
Un proceso de esas características, y sobre todo de esa temperatura social,
solo podía tener el cruel destino de Saturno: estaba inevitablemente condenado
a devorar a sus propios hijos. hacia finales de la década, cuando la exaltación
del cambio llegó a sus puntos más dramáticos –el asesinato del Che en la selva
boliviana, la rebelión francesa del 68, la masacre mexicana en Tlatelolco, la pri-
mavera praguense que terminó arrebatando la máscara «revolucionaria» del to-
talitarismo soviético…–, se hizo evidente que la revolución soñada en los
sesenta se alejaba sin remedio: poco después, apenas comenzada la década si-
guiente, el golpe pinochetista en Santiago anunció el advenimientode lo que
agustín llamaría más tarde «los tiempos conservadores». 
De un modo paralelo, entre nosotros los virajes convirtieron a los años de
nuestra exaltación en un brevísimo paréntesis: nuestro movimiento había na-
cido junto a la más chata de todas las dictaduras –aquella del 63, que no pudo
ir más allá de la invasión a la Universidad Central–, y terminó en la dictadura
«nacionalista y revolucionaria» de rodríguez lara, pasando por esa ficción de-
mocrática que fue la sucesión de interinazgos de Yerovi y arosemena gómez,
seguidos muy de cerca por el quinto velasquismo… 
En un ajuste perfecto con su tiempo, agustín dio entonces a su vida un
giro de tales proporciones, que toda ella iba a quedar marcada por un «antes»
y un «después»: al terminar una breve estancia profesional en Bolivia, donde
cumplió alguna consultoría, se estableció en Chile, para profesar una cátedra
de literatura en la universidad de Concepción. El deterioro de la situación chi-
lena por la arremetida de la derecha contra el gobierno de la Unidad Popular
determinó, sin embargo, que agustín se trasladara a méxico, en cuya mayor
universidad habían encontrado abrigo muchos otros intelectuales de américa
latina que no podían ejercer su trabajo en sus lugares de origen debido al acoso
de la reacción más rabiosa que hayamos conocido en nuestro continente. Uno
a uno los gobiernos latinoamericanos fueron cayendo en manos de unas fuerzas
militares comprometidas con el Pentágono, y las libertades de expresión e in-
vestigación sufrieron tales recortes, que el nombre de marx terminó convir-
tiéndose en una mala palabra y no era recomendable mencionarlo ni aun para
pronunciarse en contra. la Universidad nacional autónoma de méxico se be-
nefició entonces de una masiva migración de intelectuales, cuya presencia en
ella la convirtió en el centro más importante de producción de saber desde el
río Bravo hasta la Patagonia. 
Una somera revisión de la bibliografía de agustín a partir de entonces da
la medida de lo que para él significaron sus años mexicanos: El desarrollo del
21
capitalismo en América Latina (1977), Teoría social y procesos políticos en América
Latina (1979), Lecturas y rupturas (1986), Tiempos conservadores. América La-
tina y la derechización de occidente (1987), Las democracias restringidas de Amé-
rica Latina (1988), América Latina en la frontera de los años 90 (1989), y por
fin, el libro que ocupó los meses finales de su vida, y apareció después de su
temprana muerte: Literatura y conciencia histórica en América Latina (1993). 
hay que agregar que el primero de los libros ahora enumerados fue pre-
miado en 1977 en el concurso de ensayo Siglo XXI, promovido por la editorial
del mismo nombre: con él pudo agustín ingresar en la primera plana de las
ciencias sociales de américa latina, lo cual significó el comienzo de una intensa
participación en los foros universitarios de todo el continente.
lOS nUDOS CríTICOS
En el afán de identificar las líneas teóricas que dan sentido y coherencia al tra-
bajo intelectual de agustín Cueva en esta época, a partir de El desarrollo del ca-
pitalismo en América Latina, me parece pertinente señalar dos vertientes en su
rica producción sociológica y política, sin separarla jamás de su matriz marxista:
su crítica a la teoría de la dependencia, que incluye su intervención en el debate
sobre los modos de producción en américa latina, y el de su aporte a la defi-
nición del fascismo latinoamericano a través del análisis concreto de los proce-
sos políticos más notables de nuestro subcontinente. Dichas vertientes se
desarrollaron en forma coincidente en los años setenta, y desembocaron en la
crítica a los procesos de derechización de nuestra américa, desarrollada en los
años ochenta. 
En torno a la teoría de la dependencia
En 1974, durante el XI Congreso latinoamericano de Sociología, celebrado
en San José, Costa rica, agustín presentó una ponencia titulada «Problemas y
perspectivas de la teoría de la dependencia»23, en la cual formuló serias críticas
al pensamiento que había venido a sustituir al desarrollismo dominante en las
ciencias sociales y la política de américa latina durante toda la década de los
sesenta. Según dice el propio agustín:
22
23 Véase en este volumen p. 73
…toda la paradoja y gran parte de la originalidad de la teoría de la depen-
dencia estriba […] en una suerte de cruzamiento de perspectivas que de-
termina que, mientras por un lado se critica a las corrientes burguesas desde
un punto de vista cercano al marxista, por otro se critique al marxismo-le-
ninismo desde una óptica harto impregnada de desarrollismo y de con-
cepciones provenientes de las ciencias sociales burguesas (Id.).
no tiene sentido, desde luego, pormenorizar aquí la argumentación desarro-
llada por agustín a partir de esta observación, puesto que el lector puede en-
contrar en este volumen el texto completo al que hago referencia; solo quiero
subrayar que, aun reconociendo innegables aciertos en la teoría de la depen-
dencia, o al menos, en algunos de los libros de los autores que la han sostenido,
agustín les reprocha un uso inadecuado de las categorías marxistas, e incluso
el haberlas sustituido en muchas ocasiones por ideas no definidas que introdu-
cen peligrosas ambigüedades. Sustituir, por ejemplo, como hace eotonio
Dos Santos24, el concepto de desarrollo del capitalismo por la idea de crecimiento
económico, no es un mero recurso lingüístico inocente, sino un procedimiento
que, con intención o sin ella, contribuye a confundir las perspectivas teóricas
y provoca innumerables desviaciones ideológicas: puesto que no se trata de pa-
labras o nombres cualesquiera, sino de categorías teóricas precisas, un procedi-
miento semejante lleva los análisis a robustecer las concepciones desarrollistas,
que son justamente las que se pretendía superar. Igual efecto causan los textos
que, como los de gunder Frank25, conducen a sustituir el análisis de las estruc-
turas por el de sus efectos, tomados como determinaciones últimas del proceso
social; o el reemplazo de los análisis de la explotación y de las contradicciones
de clase, por el de un sistema indeterminado de contradicciones nacionales,
como ocurre en un importante texto de Stavenhagen26.
Fueron intervenciones de esta naturaleza las que dieron pie para la muy
divulgada acusación de «dogmatismo» que se hizo a agustín. Es obvio que no
se trataba solamente de las observaciones aquí citadas, que aparecen a título de
ejemplo; pero aun así, tengo la opinión de que se trató siempre de una acusa-
ción sin fundamento. no lo digo por la amistad que tuve con él ni por el afecto
23
24 eotonio Dos Santos, dependencia y cambio social, cit por a. Cueva, en «Problemas y pers-
pectivas de la teoría de la dependencia», en Teoría social y procesos políticos en América Latina, méxico
D.F., Editorial Edicol, 1979.
25 a. gunder Frank, «la sociología del desarrollo y el subdesarrollo de la sociología», en desarrollo
del subdesarrollo, méxico, Escuela nacional de antropología e historia, 1969. 
26 rodolfo Stavenhagen, Siete tesis equivocadas sobre América Latina, cit. por a. Cueva, loc. cit.
con que guardo su memoria: lo digo porque me parece que es preciso dis-
tinguir entre ortodoxia y dogmatismo. Una cosa es el esfuerzo por conservar
el sentido exacto de un sistema de categorías teóricas, y declarar que tal o
cual aplicación de ese sistema es o no coherente con el significado preciso
de los conceptos, y otra muy distinta el esfuerzo por imponer a priori un
conjunto de ideas prescindiendo de toda demostración racional y negando
la posibilidad de toda crítica. lo primero es sencillamente rigor intelectual
–ese rigor que todos desearíamos dar a nuestros trabajos o encontrar en los
ajenos–; lo otro es resucitar el viejo y repudiable principio de autoridad,
propio de todos los fideísmos y absolutamente incompatible con la racio-
nalidad crítica del marxismo. 
Cabe observar que la tarea asumida por agustín en el texto citado no
consistía en sometera una crítica las categorías del marxismo –como hizo,
por ejemplo, Bolívar Echeverría en el horizonte estrictamente teórico–, sino
en denunciar el carácter no marxista de la teoría de la dependencia, cuyo
sentido aparece plenamente fuera de la órbita marxista: como dice el propio
agustín al referirse a gunder Frank y luis Vitale,
…siempre que uno haga caso omiso de El Capital y se ubique de lleno en
la óptica de la economía y la historiografía no marxistas, las aseveraciones
de Frank y Vitale se tornan límpidas e irrefutables» (loc. cit.).
Esta idea, que no se debe perder de vista en un balance general sobre
aquella célebre polémica, se completa con la réplica de agustín a los textos
de Theotonio Dos Santos27 y Vania Bambirra28, donde es posible leer tex-
tualmente esto: 
lo que he sostenido y sostengo es que la especificidad de la llamada teoría
de la dependencia radica en la aplicación de un paradigma simplista, me-
cánico, unilateral, de análisis de los problemas latinoamericanos, que con-
siste en deducirlo todo de nuestra “articulación con la economía
mundial”. Y que, metodológicamente adialéctico, dicho paradigma ha
impedido comprender adecuadamente la organización jerarquizada de las
distintas determinaciones y contradicciones de nuestro desarrollo histó-
24
27 Imperialismo y dependencia, méxico, Era, 1978.
28 Teoría de la dependencia: una anticrítica, méxico, Era, 1978.
rico, así como de las categorías susceptibles de explicarlo; hecho que, a su
turno, ha desencadenado bizantinas disquisiciones teóricas, ciertamente
“originales”, aunque no en el sentido que les atribuyen sus autores29.
Acerca de los modos de producción en América Latina
En el contexto de este debate sobre la teoría de la dependencia, agustín inter-
vino también en el que se desarrolló acerca de la definición de los modos de
producción en américa latina30, a partir de ciertos textos de andré gunder
Frank y luis Vitale31, quienes sostenían que desde la conquista ibérica hasta el
presente, no ha existido en nuestra américa otra cosa que el capitalismo, lo
cual debía tomarse como el punto de partida para la definición de una línea
política correcta, cuyo esquema debía incluir el comienzo inmediato de la lucha
armada para implantar el socialismo, también de manera inmediata, en todos
nuestros países.
Estas tesis encontraron acogida en un buen número de intelectuales lati-
noamericanos, quienes, al decir de Cueva, quedaron «fascinados por el torbe-
llino de sus elucubraciones ideológicas», aunque fueron incapaces de percibir
una evidente paradoja:
«Todos los movimientos que en ese momento estaban luchando, armas en
la mano, por la implantación del socialismo, lo hacían convencidos de la
existencia de un sector todavía feudal en américa latina». 
Y aun más,
tal convicción era quizás el único punto en que no podía registrarse mayor
diferencia entre comunistas, maoístas y castristas. la revisión teórica que
ciertos intelectuales realizaban por su lado, poco tenía pues que ver con
las prácticas revolucionarias que por otro lado venían efectuándose (Id.).
25
29 a. Cueva, «¿Vigencia de la “anticrítica” o necesidad de autocrítica? respuesta a eotonio Dos
Santos y Vania Bambirra», en Teoría social y procesos políticos en América Latina, cit. supra., p. 88.
30 Cfr. agustín Cueva, «El uso del concepto de modo de producción en américa latina: algunos
problemas teóricos», en Teoría social…, cit. supra., pp. 40- 59 (véase en este volumen p. 99).
31 agustín cita de a. gunder Frank, sobre todo Capitalismo y subdesarrollo en América Latina,
Buenos aires, Signos, 1970; y de luis Vitale, «américa latina: ¿feudal o capitalista?» (sin indicación
de fuentes) e Interpretación marxista de la historia de Chile, t. II, especialmente el capítulo «la colonia
y la revolución de 1810», Santiago de Chile, Prensa latinoamericana S.a., 1969. Cfr. 
agustín menciona otros dos aspectos que tienden a mostrar la incongruen-
cia que, según él, aparece en los esfuerzos por afirmar un «pancapitalismo» pre-
cisamente cuando ya es indudable que los elementos feudales van perdiéndose
en américa latina y sin que tal afirmación se haya sustentado en nuevos estu-
dios históricos; pero pasa de inmediato a lo que quizá es el núcleo esencial de
la discusión: dice que los trabajos destinados a sostener esta tesis aparecen den-
tro del propósito de «renovar» el marxismo considerado como «dogmático» o
«tradicional», pero señala inmediatamente el hecho de que toda la argumenta-
ción desarrollada en este sentido proviene de «la ciencia social burguesa», que
define el capitalismo como una economía «abierta» o por la simple existencia
de moneda y comercio, 
es decir, contradiciendo de plano toda la obra de marx y los otros clásicos
del marxismo, que revolucionaron precisamente aquella concepción […]:
nadie que haya leído con seriedad las obras de marx (aunque solo fuese el
folleto Trabajo asalariado y capital), se arriesgaría hoy a asumir las tesis de
Frank, sobre las que existen, además, esclarecedores estudios críticos, como
el de Ernesto laclau (Id.). 
nuevamente encontramos aquí el tema del «dogmatismo»: ¿no es esta,
precisamente, una prueba de que, en el aspecto teórico, el trabajo de agustín
se encuentra efectivamente traspasado por ese dogmatismo insistentemente re-
petido por muchos comentaristas? El problema es delicado, y lo es por varias
razones.
En primer lugar, el debate sobre la vigencia de las teorías clásicas sobre los
modos de producción fue puesta en el tapete de américa latina cuando el co-
munismo mundial atravesaba una situación crítica, debido al cisma entre la
Unión Soviética y la China de mao –cuyo contenido no era únicamente polí-
tico sino también teórico e ideológico– y además porque no se habían apagado
todavía los ecos de los procesos de desestalinización –ellos sí caracterizados de
manera indudable como una vigorosa reacción contra el dogmatismo stalinista. 
En segundo lugar, sin que ello signifique menor importancia, la misma si-
tuación de américa latina se presentaba en ese momento extremadamente
compleja, pues no había desaparecido aún la poderosa influencia ejercida por
Cuba en la intelectualidad de nuestro continente, mientras el triunfo de la re-
acción ultraconservadora empezaba a llenar el mapa de américa con las ban-
deritas que señalaban los países gobernados por dictaduras militares aliadas
26
del Pentágono, y en diversos lugares se estaba desarrollando una lucha armada
–los Tupamaros en Uruguay, el ErP en argentina–, mientras el ascenso de
la Unidad Popular en Chile ensayaba la posibilidad de un cambio revolucio-
nario sin violencia, a todo lo cual los gobiernos militares del Cono Sur res-
pondieron con la «guerra sucia». 
En tales circunstancias, todos los trabajos que se proponían renovar o
profundizar las teorías de marx, aduciendo la necesidad de «ponerlas al día»
o de «adaptarlas» a la especificidad histórica y social de américa latina, tenían
que lucir necesariamente sospechosos. Si en términos generales tal actualiza-
ción es comprensible y aun deseable y necesaria, bajo ese membrete bien pue-
den filtrarse ideas adversas al marxismo que acaben por deformarlo y
convertirlo en una caricatura de sí mismo, con los consiguientes efectos en la
praxis política.
Bien sabemos que la teoría de marx es la más certera explicación del funcio-
namiento de la sociedad y el Estado bajo el dominio del capital; pero sabemos
también que esa teoría no es absoluta. Cabe decir incluso que el marxismo podría
considerarse como una verdad aún no superada si algunos de sus partidarios no
pretendieran convertirlo en verdad absoluta. Es legítimo, por consiguiente, todo
esfuerzo por desarrollar la teoría de marx, no solo para superar sus límites, sino
incluso para dar respuestas adecuadas a un mundo muy distinto de aquel que
marx conoció y tuvo como referente de su trabajo teórico; pero de ahí a aceptar
toda «revisión» del marxismo, incluso aquellas que recurren a las categorías de
una ciencia social directamente opuesta a susprincipios fundamentales, y que
contribuyen a la confusión más que a la definición de nuevas perspectivas, hay
ciertamente una distancia. Pienso, en consecuencia, que la intervención de agus-
tín en el debate sobre los medios de producción en américa latina, igual que la
más amplia que se desarrolló a propósito de la teoría de la dependencia, repre-
sentaban una voz de alerta ante ese confusionismo que, precisamente en los años
setenta, provocó la proliferación de grupos, movimientos y organizaciones, cuyos
adherentes se disputaban entre sí el privilegio de representar al «verdadero» mar-
xismo, o proclamaban la aparición de un «nuevo» marxismo o una «nueva iz-
quierda». lo que agustín hacía, en otros términos, era salir por los fueros de la
claridad conceptual, y reprochaba a sus colegas cuando empezaban a deslizarse
hacia posiciones no marxistas mientras declaraban estar «renovando» el marxismo.
Por eso he dicho más arriba que no se debe olvidar la diferencia entre ortodoxia
y dogmatismo. Creo que la posición y el esfuerzo intelectual de agustín corres-
ponden a lo primero, pero de ningún modo a lo segundo.
27
De ahí que, luego de examinar minuciosamente otras intervenciones en
este debate, entre ellas, la de Fernando henrique Cardoso32, agustín haya sen-
tido la necesidad de distinguir entre la categoría de modo de producción, que es
de carácter abstracto, y la de formación social, que permite ya un grado de con-
creción, puesto que alude a las condiciones particulares que de hecho se dan
en cada realidad histórica. Por lo demás, agustín no deja de reconocer que la
discusión sobre los modos de producción en américa, con todas sus «extrava-
gancias», dejó como saldo positivo un estudio más detenido de varias cuestiones
histórico-sociales que hasta entonces habían sido tratadas de un modo muy su-
perficial33. 
Dos palabras sobre el fascismo
Especie de puente hacia su libro sobre la teoría marxista, los cuatro ensayos
que constituyen una suerte de segunda parte en Teoría social…, están dedicados
al fascismo, cuya presencia fue sentida en toda américa latina cuando el Cono
Sur del continente fue asolado por las peores dictaduras que haya registrado
nuestra historia34. Si bien todos esos ensayos revisten enorme importancia,
acaso el que propone algunas líneas conceptuales para la caracterización del
fascismo sea el que tiene actualmente mayor pertinencia, en la medida en que
son frecuentes las voces que desde el costado de las ideologías liberales –más o
menos comprometidas con el mantenimiento de las «democracias fraudulentas»
sometidas al capital internacional–, han surgido repetidamente las acusaciones
de fascismo lanzadas contra los gobiernos fuertes de nuestra región, empeñados
en preparar un cambio profundo en las sociedades latinoamericanas.
28
32 agustín cita Las clases sociales y la crisis política de América Latina, mimeografiado, Oaxaca, mé-
xico, Instituto de Investigaciones Sociales, Unam, 1973.
33 alejandro moreano dice que «al cabo de los años es evidente que las tesis más avanzadas de la
teoría de la dependencia han mostrado su sorprendente validez, y menciona en especial la dialéctica de
la dependencia, de ruy mauro marini, La estructura del sistema capitalista mundial, de aníbal Quijano,
y El nuevo carácter de la dependencia, de eotonio Dos Santos, como los textos más avanzados de esa
línea de pensamiento, de la cual han recibido influencia pensadores como Samir amin e Inmanuel Wa-
llerstein, aclarando que el libro de marini «que es sin duda el mayor esfuerzo teórico de interpretación
de américa latina», recoge los aportes de agustín Cueva. Cfr. a. moreano, loc. cit.
34 los cuatro ensayos mencionados son: «la fascistización de américa latina», originalmente pu-
blicado en 1975 en los Cuadernos del CEla, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
Unam; «la política económica del fascismo», ponencia presentada en un seminario en méxico en
1976; «Elementos y niveles de conceptualización del fascismo», publicado en la revista Mexicana de
Sociología en 1977 y reproducido en este volumen p.127, y «la “remodelación” fascista de la sociedad»,
publicado en Cuadernos políticos en 1978.
En su ensayo titulado «Elementos y niveles de conceptualización del fas-
cismo», agustín empieza por descartar la posibilidad de definir el fascismo por
los rasgos más o menos característicos que han revestido los regímenes indu-
dablemente fascistas, puesto que un procedimiento semejante, directamente
derivado de la sociología weberiana, no ofrece ningún criterio objetivo para
distinguir lo que es un atributo estructural del fascismo –agustín emplea la
palabra «esencial», que a mi juicio no es adecuada– de lo que es un atributo
coyuntural nacido de las circunstancias particulares de cada régimen. a un pro-
cedimiento semejante, que presupone la construcción de un modelo ideal,
agustín opone el método marxista, para el cual los rasgos característicos –«esen-
ciales»– del fascismo son los siguientes:
1. Se trata no solamente de una dictadura burguesa, sino de una dicta-
dura en que el sector monopólico tiene el predominio omnímodo,
incluso sobre los sectores burgueses no monopólicos.
2. Esa dictadura adquiere un carácter terrorista hasta el punto de pro-
ducir un cambio cualitativo en la forma de dominación y consecuen-
temente en la forma del Estado, operando una ruptura radical con las
fuerzas democrático-burguesas.
3. Esta forma de dominación se ejerce en lo fundamental contra la clase
obrera, que la burguesía identifica como su enemigo principal.
4. Tal dictadura aparece como “el remedio infalible en donde el capita-
lismo atraviesa por una crisis y teme un colapso” (Togliati). 
a partir de esta conceptualización, agustín procede a descartar el carácter
supuestamente esencial que se atribuye a otros rasgos, como por ejemplo la
construcción de un partido de masas o el nacionalismo, que si bien han carac-
terizado a los regímenes fascistas instaurados en Europa en el segundo tercio
del siglo XX, corresponden a condiciones particulares difícilmente verificables
en américa latina. El nacionalismo a ultranza, por ejemplo, es difícil de ima-
ginar en los gobiernos que pudieran establecerse en américa latina con pre-
dominio del capital monopólico, puesto que ese capital es precisamente
extranjero35. 
29
35 hay que advertir, a este propósito, que los nacionalismos que han existido en américa latina
han estado más bien identificados con algunos sectores de la burguesía no monopólica y de las clases
medias, e incluso han configurado la imagen sui generis que han tenido algunos movimientos de iz-
quierda.
El recurso a la teoría
Fueron precisamente estos debates, pero sobre todo la emergencia de múltiples
variantes del marxismo clásico y la perspectiva de una pérdida de los referentes
teóricos fundamentales, las causas de que agustín recurriera a la reflexión teó-
rica aunque sabía que no era ese su ámbito propio de trabajo. así, en octubre
de 1977 concurrió al Segundo Coloquio nacional de Filosofía, celebrado en
monterrey (nuevo león), y presentó una ponencia titulada «análisis dialéctico
y revolución social»36, que en realidad no fue sino la antesala de un libro entero
dedicado diez años después a los problemas teóricos del marxismo –La teoría
marxista. Categorías de base y problemas actuales37,– en cuyas páginas desarrolla
una exposición de las categorías fundamentales del marxismo examinadas desde
el punto de vista de un sociólogo: incluye la exposición de la teoría marxista
sobre las clases sociales y su relación con la propiedad, incide en la debate sobre
la relación entre la ciencia social y la ideología, desarrolla una discusión sobre
el concepto de enajenación38, y presenta una exposición sucinta de la teoría
clásica sobre la relación entre la cultura, la clase y la nación, trabajada a partir
de textos de marx, lenin y gramsci. Completan ese libro una crítica del con-
cepto de hegemonía, que no favorece a las versiones gramscianas que habían
despertado tanto entusiasmo enamérica latina, y un capítulo dedicado al
marxismo latinoamericano. moreano dice que se trata de una refundación de
la sociología marxista; pero no podemos dejar de percibir en este libro la in-
fluencia que louis althusser ejerció en ese tiempo sobre la concepción que
agustín tenía del marxismo.
lOS añOS FInalES
Este último libro mencionado, no obstante, se inscribe en un nuevo período
del trabajo de agustín, correspondiente a los años ochenta, que representan en
30
36 Este texto, bajo el título de «El análisis dialéctico: requisito teórico y a la vez político», fue in-
cluido después en Teoría social y procesos políticos en América Latina, méxico, Edicol, 1979 (véase en
este volumen p. 119).
37 Véase La teoría marxista, Quito, Planeta del Ecuador, 1987. 
38 Es interesante señalar que el punto de vista de agustín acerca de este tema es opuesto al que en
su momento sostuvo Bolívar Echeverría, para quien nunca fue aceptable que se pusiera a marx contra
marx, oponiendo sus escritos de juventud con los de su madurez, tal como fue propuesto por althusser
(cfr. Pour Marx, Paris, la Pensée, 1965).
nuestra américa un largo momento de reflujo que habría de prolongarse hasta
los noventa: no una década, sino veinte años «perdidos» en la historia conti-
nental, cuyo balance es la devastación del Estado y la pérdida de las conquistas
sociales ya adquiridas. las doctrinas neoliberales buscaron desembozadamente
transferir a la empresa privada las funciones y derechos de la sociedad y del Es-
tado, identificaron a las clases dominantes con la «sociedad civil» para disolver
la conciencia de las contradicciones y favorecer el sometimiento al ambicioso
proyecto del capital internacional, impuesto bajo el engañoso nombre de «glo-
balización», y representaron el más grande atraco a los pueblos de todo el
mundo, y en particular a los latinoamericanos, en todo el transcurso del siglo
XX: con todo ello vino aparejado el desmantelamiento de la izquierda, que no
pudo sino optar entre dos alternativas: o suavizar sus posiciones y colaborar
con los nuevos poderes a título de «realismo», «progresismo» o de «izquierda
renovada», o aferrarse a una radicalización clandestina e inútil, para la cual el
fanatismo no podía ser sino la máscara de la desesperación. 
Sin saber que estaba viviendo sus últimos años, agustín asumió entonces
la tarea que como intelectual le correspondía: la tarea de desarrollar la crítica
de la situación y las rutas de la ciencia social en américa latina, así como de
los procesos políticos en curso, entendiendo que, si en ese momento no era
viable ninguna acción política concreta por no existir fuerzas capaces de llevarlas
a cabo, la crítica era por sí misma una acción que tenía un valor político en la
medida en que contribuía a la comprensión del acontecer inmediato y favorecía
el nacimiento y aun proliferación de grupos dispuestos a preparar una acción
para el futuro próximo. no es descaminado pensar que la emergencia actual
de nuevos procesos reformistas o revolucionarios en la mayor parte de américa,
lejos de ser un fenómeno inmediato y espontáneo, representan el resultado de
ese fermento provocado por la misma presencia del neoliberalismo, pero ante
todo por la acción de esclarecimiento crítico desarrollada por muchos intelec-
tuales. 
Son de esa época cuatro libros muy importantes de agustín: dos de ellos
confirman que, en medio de toda su actividad académica y política, nunca dejó
de interesarse por la literatura ecuatoriana y latinoamericana39, en las cuales no
vio jamás simples documentos para ilustrar el análisis de la realidad histórico-
social, sino productos estéticos, dotados de su propia legalidad, aunque nece-
31
39 Véase Lecturas y rupturas, Quito, Editorial Planeta, 1986, y Literatura y conciencia histórica en
América Latina (1993). Este último libro, preparado en los meses finales de la vida de agustín, se publicó
un año después de su muerte.
sariamente vinculados al contexto del que nacen. los otros dos son los vehícu-
los de su crítica a la «democracia» fraudulenta establecida por el neoliberalismo
y a ellos se suma una recopilación de ensayos propios y ajenos que dan cuenta
del avance victorioso del conservadurismo40.
Si se lee estos ensayos de agustín en la óptica de la circunstancia que en-
tonces atravesaba américa latina, aparece con meridiana claridad que toda su
labor, independientemente del campo epistemológico en que se haya desen-
vuelto, está marcada por una intencionalidad política indudable, para la cual
no son válidos los señuelos con que la dominación capitalista intenta engañar
a sus adversarios: si renovó su lenguaje, vaciando a los conceptos de su conte-
nido propio para rellenarlos con otro que no dejó de desorientar a muchos,
hombres como agustín, de inquebrantables convicciones, no se dejaron enga-
ñar. más aun, alcanzaron, como agustín, la fuerza y el valor moral necesarios
para mantenerse fieles a tales convicciones cuando parecía que el carro de la
historia había abierto rutas que les dejaban solos. Ese valor moral que sostuvo
a agustín durante los tres últimos años de su vida, cuando la caída del muro
de Berlín y el derrumbe del «socialismo real» parecieron marcar la hora de la
derrota definitiva. 
De un modo que Javier Ponce calificó de simbólico en un artículo de
prensa, agustín murió el 1 de mayo de 1992. Simultáneamente, sin embargo,
en aquel día nació para el futuro, porque sus textos siguen alumbrando la ruta
de los pueblos que no pierden su norte, marcado ahora por la Cruz del Sur. 
Quito, enero de 2012
32
40 Véase Las democracias restringidas de América Latina, Quito, Planeta, 1988; América Latina en
la frontera de los años 90, Quito, Planeta, 1989, además de la compilación Tiempos conservadores. América
Latina y la derechización de occidente, Quito, Planeta, 1987.
Agustín Cueva
Ensayos Sociológicos y Políticos
Ciencia social e ideologías de clase 
I.
La práCtICa CIentífICa en generaL: unIdad epIstemoLógICa
Con dIferentes estatutos soCIoLógICos
La actividad científica, en general, puede definirse como una práctica encauzada
a producir un conocimiento objetivo de las leyes que rigen la estructuración y
el funcionamiento de determinado campo de la realidad natural o social. en
este sentido, posee una especificidad que la vuelve irreductible a cualquier otro
tipo de práctica, confiriéndole unidad a pesar de la diferencia del objeto de
cada ciencia particular. es posible afirmar, por consiguiente, que no existe di-
ferencia epistemológica alguna entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. 
sin embargo, esta unidad epistemológica no implica que los dos grupos
de ciencias posean un estatuto sociológico similar, es decir, una idéntica forma
de inserción en el todo social. por el contrario, aquí surgen diferencias subs-
tanciales que determinan la marcada e inevitable intervención de las ideologías
en el campo teórico de las ciencias sociales, en contraste con lo que ocurre en
el terreno, también teórico, de las ciencias naturales. para entender la diversa
evolución histórica de uno y otro conjunto de ciencias en este aspecto, hay
pues que comenzar por la recuperación de su heterogéneo estatuto sociológico.
II.
eL estatuto soCIoLógICo de Las CIenCIas naturaLes
por definición, las ciencias naturales están destinadas a dar cuenta de estructuras
y procesos no sociales, pero cuya aprehensión teórica interesa a la sociedad en
la medida en que le abre la posibilidad de acrecentar constantemente su domi-
nio sobre la naturaleza. en cuanto instancia de conocimiento, las ciencias na-
turales están directamente ligadas con el desarrollo de las fuerzas productivas, al
menos desde que se implantó el primer modo de producción que en estricto
rigor involucra un proceso de reproducción ampliada, esto es, el modo de pro-
ducción específicamente capitalista. 
35
no es un azar que desde entonces las ciencias naturales hayan adquirido
un vertiginoso desarrollo y una independencia cada vez mayor con respecto a
las formas ideológicas(teología, filosofía especulativa, etcétera) que secular-
mente las mantenían supeditadas. tales formas devinieron una verdadera traba
a partir del momento en que las “potencias espirituales” del hombre, descu-
biertas como facultad de producir conocimientos sistemáticamente aplicables
a la transformación de la naturaleza, fueron incorporadas de manera consciente
al proceso productivo. 
ahora bien, ya que la tarea de dominar la naturaleza no es cuestionada ac-
tualmente por ningún grupo social históricamente significativo1, y que la natu-
raleza, por su parte, mal puede oponerse a tal voluntad de dominio, las ciencias
que se ocupan de ella gozan de un estatuto social particular que si no las preserva
cien por ciento de la lucha ideológica de clases, al menos tiende abiertamente a
ello. por esta razón nadie habla, en el momento presente, de una ciencia bur-
guesa y una ciencia proletaria en el campo de las ciencias naturales. 
resulta legítimo, entonces, señalar que hay un claro proceso de desideo-
logización de este tipo de ciencias, con la sola condición de no confundir la
práctica científica propiamente tal con la “filosofía nocturna” de los hombres
de ciencia, para retomar la expresión de Bachelard. está claro que las especu-
laciones idealistas de un biólogo o un físico, por ejemplo, no forman parte de
la biología o de la física (con las que guardan una relación de exterioridad), sino
que tienden a ser ubicadas en el ámbito de la ideología a que pertenecen. 
Igualmente hay que distinguir –siempre en el caso de las ciencias de la na-
turaleza– entre el proceso de producción de conocimientos, de una parte, y su
aplicación y explotación sociales, de otra. La física nuclear, por ejemplo, no es
en su estructura interna una ciencia de clase por más que las armas atómicas
que se fabriquen con su aplicación sean utilizadas para la defensa de determinado
sistema social y estén, por lo mismo, al servicio de ciertos intereses de clase. 
aun sin recurrir a ejemplos tan extremos como éste, es fácil señalar que en
una sociedad clasista el propio desarrollo de las fuerzas productivas está supe-
ditado a los intereses de la clase dominante, que instrumentalizó las ciencias
naturales desde el mismo momento de la instauración del modo de producción
específicamente capitalista (que de otra manera no hubiera podido establecer
36
1 Los movimientos ecologistas –salvo en sus expresiones más exageradamente románticas– no se
oponen a que el hombre domine la naturaleza, sino a la forma destructiva en que lo hace. en rigor se
oponen a cierta aplicación y explotación sociales de la ciencia, lo cual es muy distinto como más adelante
se verá. actitud justa, por lo demás. 
la extracción de plusvalía relativa como eje básico de su funcionamiento). pero
no hay que olvidar que las instrumentalizó propiciando su desarrollo como
instancias de conocimiento objetivo de la realidad natural y no distorsionando
su estructura teórica en función de intereses de clase. 
tal instrumentalización no deja de plantear problemas de carácter ético a
los hombres de ciencia (y no debería dejar de hacerlo), mas no porque ello afecte
a la naturaleza interna de su ciencia, deformándola en este ámbito, sino porque
sus conocimientos de cierta esfera de la realidad, en virtud de su misma obje-
tividad, son aplicados y explotados con determinados fines sociales, a menudo
aviesos. 
por lo tanto, es lícito hablar de problemas ideológicos (en el sentido lato
del término) derivados de la aplicación social de las ciencias naturales, pero en
rigor no se puede hablar de una intervención de las ideologías en la construc-
ción teórica de dichas ciencias. 
III.
eL estatuto teórICo de Las CIenCIas soCIaLes
distinto es el caso de las ciencias sociales, dado que ellas, en su misma construc-
ción teórica tienen que dar cuenta de estructuras y procesos sociales y no de es-
tructuras y procesos naturales. se vinculan, pues, de manera inmediata y directa
con la esfera de las relaciones sociales de producción, a cuyo mantenimiento o
transformación contribuyen por el solo hecho de elaborar tal o cual represen-
tación teórica de base.
aquí ya no se dispone del espacio de neutralidad abierto por la existencia
de una meta universalmente admitida (necesidad de dominar la naturaleza) y
por la unilateralidad del agente, como en el caso anterior, sino que se está en
la encrucijada de intereses de clase contrapuestos y en lucha. La relación de do-
minio del hombre sobre la naturaleza es una relación sin contrincante y por lo
tanto apolítica; las relaciones sociales de producción son en cambio intrínseca-
mente políticas y no pueden dejar de expresarse como tales, incluso en el te-
rreno científico. por esto, las ideologías intervienen directa y activamente en
las ciencias sociales, determinando la construcción de universos teóricos dife-
rentes. 
Lo que acabamos de señalar es fácil de comprobar con solo confrontar un
tratado de sociología burguesa con uno de materialismo histórico, que no tienen
37
otra cosa en común que su referencia a un campo vagamente definible como el
espacio de “lo social”. Y decimos campo, que no objeto, en vista de que las diver-
gencias comienzan en el momento mismo de convertir a ese campo en objeto
teórico. en efecto, ¿qué hay de común entre los conceptos marxistas de modo de
producción y formación social, que conforman el objeto de estudio del materia-
lismo histórico, y los conceptos weberianos de sociedad y cultura, por ejemplo? 
recordemos, a título ilustrativo, que ni siquiera la concepción del quehacer
científico coincide en el caso de las dos corrientes que acabamos de mencionar.
para Weber, en rigor, no existen leyes que rijan el movimiento histórico en su
conjunto, sino únicamente constelaciones individuales de hechos correlacio-
nados entre sí, de modo que desde su perspectiva mal podría definirse a la cien-
cia social en el sentido en que lo hemos hecho nosotros.
en palabras suyas:
“para las ciencias exactas de la naturaleza, las ‘leyes’ son –tanto más im-
portantes y valiosas cuanto más general es su validez–. para el conocimiento
de los fenómenos históricos a través de sus premisas concretas, las leyes gene-
rales son regularmente las más faltas de valor, por ser las más vacías de conte-
nido. porque cuanto más abarca la validez de un concepto genérico –cuanto
mayor es su extensión–, tanto más nos aleja de la riqueza de la realidad, puesto
que ha de ser lo más abstracto y pobre de contenido para poder contener el as-
pecto común del mayor número posible de fenómenos. en el campo de las
ciencias de la cultura, el conocimiento de lo general nunca tiene valor por sí
mismo. de lo dicho hasta aquí resulta que carece de sentido un estudio ‘obje-
tivo’ de los procesos culturales en el sentido de que el fin ideal del trabajo cien-
tífico deba consistir en la reducción de la realidad empírica a unas ‘leyes’”2. 
además, Weber no concibe a la sociedad como una totalidad estructurada
en la que es posible distinguir lo que objetivamente es esencial y lo que no lo
es. por eso escribe: 
“Cuando exigimos del historiador o del sociólogo la premisa elemental de
que sepa distinguir entre lo esencial y lo secundario, y que para ello cuente con
los ‘puntos de vista’ precisos, únicamente queremos decir que sepa referir –cons-
ciente o inconscientemente– los procesos de la realidad a unos ‘valores cultu-
rales’ universales y entresacar consecuentemente aquellas conexiones que tengan
un significado para nosotros. Y si de continuo se expone la opinión de que tales
puntos de vista pueden ser ‘deducidos de la materia misma’, ello solo se debe a
38
2 marx Weber, Sobre la teoría de las ciencias sociales, Barcelona, ediciones península, 1971, p. 47.
la ingenua ilusión del especialista, quien no se percata que –desde un principio
y en virtud de las ideas de valor con las que ha abordado inconscientemente el
tema– de entre la inmensidad absoluta solo ha destacado un fragmento íntimo,
precisamente aquel cuyo examen le importa”3. 
perspectiva

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