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Capítulo do livro Só Acredito em um Deus que Saiba Dançar, Sérgio Veleda SUFISMO Y DZOGCHEN (La naturaleza-espejo del estado primordial) A través del amor es posible conocer a Dios. Esa comprensión para los sufís indica que el corazón es un órgano interno de percepción y acercamiento a Él. Por otro lado, la mente, en su naturaleza funda- mental, es un espacio, una apertura luminosa, que posee la capacidad de conocer y penetrar el espacio de todas las cosas, Dharmadatu. En el budismo, la mente es el campo de la experiencia de la naturaleza íntima, por medio de la cual se realiza directamente la atención plena y la contemplación intrínseca de la realidad última, el Dharmata. Es la forma que se llega a reconocer, esa vasta extensión pre- sente en la propia mente, como su naturaleza verdadera, o rigpa. Tanto en el sufismo como en el budismo, el corazón-mente o la mente-corazón representan juntos la profundidad de una experiencia sobre la naturaleza de todas las cosas, Alá, Dharmadatu. Dzogchen en el linaje Ningma y mahamudra en el linaje Kagyu del budismo tibetano representan enseñanzas avanzadas, las enseñanzas sobre la no dualidad de la mente. Enseñanzas que permanecieron guardadas mucho tiempo y que hoy se enseñan ampliamente para que no desparezcan. En Liberación natural, Padmasambhava, la segunda figura de mayor importancia en todo el budismo (después de Gautama Buda), señala la naturaleza no dual de la mente como la «naturaleza primordial» no reconocida por la mayoría de la gente. Según él, la contemplación desnuda de la propia mente, sin el uso de conceptuación, revelará su inmensa perfección. Dice Padmasambhava que en este preciso momento solo existe eso, es decir, esa claridad natural de la mente en su naturaleza perfecta. Un sufí diría, casi con las mismas palabras, que no hay otro más que Él, solo Él. En Dzogchen, el estado de autoperfección, Namkhai Norbu dice: “ Las enseñanzas dzogchen no son filosofía, ni una doctrina religiosa, ni tampoco una tradición cultural. Entender el mensaje de las enseñanzas significa descubrir la verdadera condición de uno mismo, despojada de todas las decepciones y falsificaciones que la mente crea. El sig- nificado del término tibetano dzogchen, Gran Perfección, se refiere al verdadero estado primordial de cada individuo, no a alguna realidad trascendente.” Tanto la experiencia del sufismo como la del budismo dzogchen están basadas en esa radical experiencia de la «naturaleza primordial de la realidad» o de la Esencia. En el sufismo, la naturaleza del corazón se ve como un espejo que se debe pulir hasta que Alá pueda reflejarse en él. El espejo también es una metáfora dzogchen, sobre la base de lucidez y percepción no distorsionada, no dual, del estado de presencia lúcida de la mente primordial. El espejo, sea el corazón-espejo o la mente-espejo, es la base en la que se da la experiencia interior definitiva. Dice Chogyal Namkhay Norbu (Dzogchen, el estado de autoperfección) de nuevo: “ Tomemos el ejemplo de un espejo. Cuando miramos un espejo, ve- mos las imágenes reflejadas de los objetos que están delante de él, pero no vemos la naturaleza (la base) del espejo. ¿A qué se refiere esta «naturaleza del espejo?» A su capacidad de reflejar, definida como suclaridad, pureza y limpidez, que son condiciones indispensables para la manifestación de los reflejos. Esta «naturaleza del espejo» no es algo visible; solo podemos concebirla mediante las imágenes refleja- das en él.” En su estudio sobre la malamatiyya, el Dr. Yannis Toussulis comenta: “ Los malamatis defienden una forma de «pobreza verdadera» y de «vacío» para preservar la reflectividad del espejo humano. Esta pobreza especial, que en realidad es la expresión máxima de la humildad, tam- bién se llama «no ser» en la tradición sufí. Es el espejo puro en el que la propia existencia y experiencia de Dios se manifiestan. La experiencia atenuada y limitada del espejo pintado también se considera como experiencia de Dios, pero infinitamente limitada por el yo egoico.” Todos los reflejos surgen en el espejo, no en la cristalinidad del espejo. La cristalinidad del espejo es su naturaleza oculta, descono cida para nosotros, porque le prestamos atención a los reflejos. Igual que le prestamos mayor atención a las cosas que experimentamos, que son velos que ocultan la divinidad, según los sufís. Ese concepto se conoce en el sufismo como los setenta velos que cubren el rostro de Alá. Las apariencias flotan sobre el espejo, surgen en él, pero no son el espejo. Del mismo modo, Alá no tiene ningún semejante. Todo lo que puede ser visto y conocido no puede ser Él. Sin embargo, las apariencias son inseparables del espejo. Tanto para el sufismo, sobre todo en Ibn Arabi, como para el dzogchen, el mahamudra el advaita hindú, la conciencia es una dimensión que tanto trasciende como es inmanente, a través de la que se dan a conocer todas las cosas. En ella se contemplará la multiplicidad y la diversi- dad de formas, siendo la conciencia la unidad de todas ellas como naturaleza primordial de la realidad. No hay, de otro modo, otra cosa que esa naturaleza primordial completamente inmanente, pero trascendente y eterna. Le llamemos turya (advaita), naturaleza- buda (budismo) o unidad del ser (sufismo), estamos hablando de lo mismo o de una experiencia que al final va más allá de la cultura y de la geografía. Sea en el lenguaje sufí del amor para algunos sheiks o en el lenguaje de la sabiduría (prajna) y del conocimiento no obstruido para los yoguis tibetanos, o la Verdad para el advaita hindú, amor y sabi- duría, corazón y mente, son uno y el mismo fenómeno de la expe- riencia espiritual. La pedagogía de la iluminación en el sufismo consiste en pulir el espejo, el corazón, para que Dios pueda reflejar- se en él. En la tradición dzogchen consiste en la facultad que recono- ce inmediata y directamente la naturaleza luminosa de la mente-espejo, dotada de la capacidad de apertura (espacio) y cono cimiento (o claridad) más allá de los pensamientos (velos). Ese conocimiento inmediato, conocimiento que no se apoya en nada de fuera, que se ilumina a sí mismo, como la luz del Corán que se vierte sobre sí misma; que también se concibe como la transmisión del conocimiento directo del estado de rigpa en el dzogchen; se co- noce también como la marifa, forma de sabiduría conocida por la gnosis chiita en Irán. En todos los casos, nos referimos a esa forma de conocer inmediata, que no puede ser mediada por nada. Enten- diendo el acto de conocer como el acto de iluminar, como decía Sohravardi al referirse a la unidad entre existencia y esencia. La Verdad (haqiqa) es como un cristal, o una estrella bailarina que brilla en la mente, como diría Nietzsche. Para el sufí, la luz de la verdad es el vino que embriaga y hace conocer al Amado. Al beber, el sufí se ve invadido o poseído por la sustancia celestial que provoca el estado extático. Tal embriaguez es necesaria para que el hombre pueda arrancarse de sí mismo y ver cómo su mente condicionada desaparece en la claridad primordial, en la Luz de todas las luces a la que se refirió Sohravardi y que en el dzogchen se denomina rigpa. Cuando el devoto pierde su conciencia, entrevé «la eternidad en un segundo y el infinito en la palma de su mano», como dijo William Blake. En el mismo caso, el conocimiento directo de la naturaleza dzogchen de la mente solo se alcanza con la ausencia del yo. El espejo, que tanto el sufismo como el dzogchen utilizan como metáfora, es la pantalla o fuente de la que surgen todos los movimientos. Esos movimientos se cristalizan en la mente reflexiva que se separó de su naturaleza primordial, en la conciencia dual de la realidad, filtrada por los conceptos. Después cristalizan bajo la forma de muchos velos que cubren la naturaleza íntima:pensamiento, miedo, deseo, imagen, ira, alegría, ideas, conceptos, múltiples for- mas, múltiples apariencias o conceptuación de las cosas. El Espíritu (Hu) o la naturaleza fundamental de la mente quedará, de ese modo, tapado por velos de variados colores y apariencias, según Najmudin Kubrai. Pero tanto para el sufí como para el practicante dzogchen, al limpiar el espejo del corazón (sufismo), o al no fijarse en los movimientos o apariencias, surge en el fondo la unidad o estabilidad, que absorberá o hará desaparecer todas las formas en un espacio informe, vacío y luminoso. Aunque todo se siga viendo como forma, apariencia, sombras, solo se experimentará la realidad primordial que antecede la forma o cualquier acto de separación, disociación, fragmentación, dualidad. Aún así, solo se ve a Alá. A eso se le llama Dios o naturaleza absoluta de la realidad, rigpa (naturaleza y esencia de la propia mente). Todas las apariencias son velos que cubren la divinidad, igual que los pensamientos son nubes que cubren el cielo vacío de la mente primordial. Los velos cubren el rostro de Alá, impidiendo su visión en el mundo de todos los días. Del mismo modo, las nubes nublan el cielo de la naturaleza primordial de la mente. Cuando los velos caen, se reconoce la naturaleza radiante del Ser Único, y la mente se muestra como un cristal. La experiencia radical del amor en el sufismo es una experiencia de no dualidad o de disolución del amante en el Amado. No se ve otra cosa que el Amado en todo, es decir, se contempla al Amado como el fundamento de este mundo y de todos los mundos visibles e invisibles. En el dzogchen la disolución de sujeto y objeto marca la visión no dual de la «inteligencia clara no obstruida». Lo absoluto de la mente y de la realidad se vencomo base para todas las demás cosas. Solo se ven las cosas tal como son. La naturaleza de la mente o de la realidad es la naturaleza de todo. Del mismo modo, Dios está contenido en todo y todo está contenido en Él. La percepción de lo Intransferible es: no hay nada más que Dios; o no hay nada más que la «gran perfección» de la realidad. En la visión dzogchen, samsara (mundo condicionado por actos) y nirvana (autoliberación del mundo condicionado) se convierten en una sola cosa y forman la experiencia en la que la base del espejo y sus reflejos son una única realidad. Todo son apariencias, máscaras de Dios. Las imágenes y los pensamientos que vemos en este momento son perfectas en su naturaleza fundamental, porque se encuentran desnudas en la vasta extensión del espacio de la mente en el que surgen: el dharmadhatu, el espacio en el que todas las cosas quedan absorbidas en un punto primordial o en la naturaleza dzogchen de la mente relativa. Así se representa el tawhid, la no dualidad para los sufís. Para los sufís Dios no tiene forma y nada de lo que conocemos se asemeja a Él. Aún así, sea con las manifestaciones de los movimientos de Dios que producen miríadas de efectos sobre la Tierra, o como la irradia- ción incesante y totalmente espontánea de la naturaleza perfecta de la mente (dzogchen), nada está separado; lo que experimentamos es una realidad inmanente/trascendente innombrable, dotada de claridad amorosa. En el dzogchen, el yogui reconoce su esencia como rigpa. A través de rigpa la mente reconoce el fundamento de toda la existencia, el espacio primordial, el espejo cósmico, como refería Dorje Dradul , que es el Dharmadhatu, el espacio de todas las cosas o de todo lo que existe. En ese caso, el concepto de espacio (vacío, apertura, extensión infinita) para el budismo dzogchen es de capital importancia, fundamento, base, esencia para todas las cosas. Chogyam Trungpa Rimpochê, en cierta ocasión, dijo que el Espacio (dharmadhatu) es el concepto budista para Dios. La práctica dzogchen consiste en no hacer nada, para poder reconocer directamente y sinesfuerzo esa naturaleza espejo de la mente, rigpa. Cualquier esfuerzo representa una separación en esa práctica, un problema que esta- blecemos, ya que nada en el fondo está separado. La separación se ve como una ilusión desde el momento que la base y la naturaleza vacía y clara de todas las cosas es la naturaleza-buda, tathagatabarba. Dice Hafiz, el poeta sufí: “Simplemente siéntate aquí, ahora. No hagas nada. Descansa. Porque solucionar tu separación de Dios es el trabajo más arduo del mundo.” Tanto en el sufismo como en el dzogchen la dualidad es una ilusión. La realidad es inmanencia y trascendencia, tanto en la vi-sión dzogchen como en la sufí. Dice Abu Yazid al-Bistami: «La experiencia del creyente lo hace no buscar nada en este mundo ni en el otro, solo en Alá. Todo lo que busca de Su Señor, es Su Señor». La naturaleza, la base, el fundamento, la esencia de todas las cosas es solo una: Rigpa, Dharmadhatu, Alá, Verdad, Mahamudra. En la su- perficie de esa base surgen las apariencias, los setenta velos que cubren el rostro de Alá; son proyecciones, exteriorizaciones de la mente, que se separan del espacio primordial. Ni Alá, ni Rigpa, son algo que se coge y se guarda. Son totalmente ajenos a la noción conceptual de las cosas del mundo ordinario. No hay cómo coger, no hay qué hacer, no hay cómo hacer esfuerzos, no hay cómo guardar, porque es la experiencia de disolución de aquel que mira las cosas en términos de objeto y propiedad. Para un sufí, Dios no es una propiedad. En el dzogchen la experiencia de la naturaleza perfecta no es la experiencia de algo. Otra vez dice al-Bistami: «Eso de lo que hablamos no se puede encontrar buscando, pero solo el que busca encuentra».
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