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EL CUENTO DEL SEÑOR SUSTANTIVO

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Material traducido y adaptado a la gramática española del libro “Grammar Land” de M.L. Nesbitt 
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EL CUENTO DEL SR. SUSTANTIVO 
 
En la primera parte del juicio se llamó a declarar al Sr. Sustantivo. Un caballero, 
muy bien vestido, al que no le importaba aparentar lo rico que era. Llevaba un 
traje de chaqueta gris, y en la solapa un triángulo bordado de color negro, que 
destacaba claramente cuando caminaba. 
Cuando el Sr. Sustantivo se acercó al estrado, el sargento Análisis colocó su 
pluma sobre la mesa, arregló sus papeles y mirando al Sr. Sustantivo por encima 
de sus gafas, le preguntó: 
—¿Cuál es su nombre? 
—Nombre – respondió el Sr. Sustantivo. 
—Sí, su nombre.— repitió el sargento Análisis. 
—Nombre. –respondió de nuevo el Sr. Sustantivo. 
—No bromee señor –dijo el juez con severidad—, ¿cuál es su nombre? 
Responda ahora mismo y con sinceridad. 
—He respondido con la verdad –contestó el Sr. Sustantivo.— Mi nombre 
es Nombre, porque Sustantivo significa Nombre. El nombre de todo lo que me 
pertenece, por lo que me puede llamar Sr. Nombre o Sr. Sustantivo, que 
significan absolutamente lo mismo, y todas mis palabras se denominan 
sustantivos. 
—¿El nombre de todo lo que le pertenece a usted?— preguntó el sargento 
Análisis, sorprendido. 
—Sí —respondió el Sr. Sustantivo—, el nombre de todo, de cualquier 
cosa. 
—¿Qué? ¿Se refiere que está afirmando que el nombre de todas las cosas 
que puedo ver a mi alrededor ahora mismo es una de sus palabras y que se 
llaman sustantivos? 
—Lo afirmo, de hecho.—dijo el Sr. Sustantivo.— El nombre de cada cosa 
que usted puede ver, o tocar, o saborear, u oler, u oír, me pertenece. 
—¿Qué? –dijo el sargento Análisis— ¿es esta mesa suya entonces, y la 
tinta y la pluma y la ventana? 
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—Las palabras que está nombrando son todas mías —dijo el Sr. 
Sustantivo.— Por supuesto, no tengo nada que ver con las cosas. Ningún 
caballero en Gramatilandia tiene nada que ver con las cosas, sólo con las 
palabras; y le aseguro Sargento que no se puede nombrar cualquier cosa que se 
pueda ver, o tocar, o saborear, u oler, u oír, sin utilizar de alguna manera una 
de mis palabras: escritorio, pluma, tinta, ventana, agua, vino, fuego, humo, luz, 
rayos, truenos, un sabor, un olor, un ruido,… todas estas palabras me 
pertenecen, y se llaman sustantivos. 
—Ya veo –dijo el sargento Análisis— usted puede oír el trueno, y oler el 
humo, y probar el vino, y supongo que la cena y el té ¿son también suyos? 
—Ciertamente, las palabras de desayunos, cenas y té, son mías —respondió 
el Sr. Sustantivo. —Las cosas son lo que las personas aprenden en la escuela, 
pero no pueden nombrar lo que comen sin usar mis palabras. La sirvienta 
tendría que hacer signos para que la gente supiera que la cena está lista, pero 
yo le permito usar mi sustantivo “cena”. 
—Bueno —dijo el sargento Análisis—, si tiene el nombre de todo lo que 
podemos ver, tocar, probar, oler, u oír, todo lo que puedo decir es, espero que 
esté satisfecho, y que no reclame más palabras. 
—Lo cierto —respondió el Sr. Sustantivo, irguiéndose con orgullo—, es 
que no he mencionado casi todas mis palabras. Le he dicho al principio que 
tengo el nombre de todo, y esto abarca un montón de cosas, incluso las que no 
se pueden ver o tocar, o saborear u oler u escuchar. Por ejemplo, el amor o la 
ira, o la felicidad. Usted puede sentirlas en su corazón, y saber que están ahí, 
aunque no se las puede tocar con los dedos, o saborear con la lengua, o notar 
con alguno de los sentidos. 
—¿Se está refiriendo usted —preguntó el sargento Análisis,— a palabras 
como cuando un niño se siente travieso en su corazón? 
El señor Sustantivo alzó la cabeza con soberbia. 
—“Maldad”, sí, es mía —dijo el Sr. Sustantivo—. La palabra maldad, es 
el nombre de eso que hace que el niño se porte mal. 
—¿Y cuando el niño es bueno? 
—La “bondad”, efectivamente también es mía, ya que es el nombre de 
ese algo agradable y bueno que siente en su corazón. De hecho muchas más 
palabras que terminan en —AD, y que son nombres de cosas abstractas, es 
decir que se pueden sentir y de las que podemos hablar, pero que sin embargo 
no se puede decir qué forma o color, u olor u sabor tienen, son mías, como: la 
humildad, lealtad, libertad, sinceridad o caridad. 
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—A ver —dijo el sargento Análisis— No se puede saber qué forma o 
color tiene la sinceridad, pero pronto se puede saber si un niño tiene algo de 
ella según las mentiras que diga cuando se le pregunta si ha estudiado sus 
lecciones. 
—Sí —dijo el Sr. Sustantivo.— Y, precisamente, los nombres de sus 
lecciones son míos también, porque las lecciones son cosas abstractas de las 
que se puede aprender como: historia, geografía, matemáticas, literatura,… 
Todos estos nombres me pertenecen. 
—Realmente señor Sustantivo —dijo el sargento Análisis— no hace 
más que reclamar la mayoría de palabras como suyas. Si sigue así va a hacer 
que los nombres de las personas también le pertenezcan. 
—Y lo hacen —respondió el Sr. Sustantivo. No importa qué personas 
son, sus nombres me pertenecen. Tengo el nombre de cada persona del mundo, 
desde la buena reina Victoria en su trono al niño mendigo de la calle. No hay 
un niño en la escuela, cuyo nombre no sea un sustantivo. Y no tengo solo los 
nombres de la gente, sino de todos los perros, gatos, pájaros, caballos o conejos 
como: Fido, Tobby, Tiny, Pelusa o Blanquita. Y cualquier otro nombre de 
animales domésticos que se pueda imaginar. De hecho, yo soy muy exigente 
con estos nombres. Los llamo Nombres Propios, y espero que siempre sean 
escritos con una letra mayúscula. 
—¿Nombres propios? –repitió el sargento Análisis.— Entonces, ¿cómo 
se denominan todos los otros nombres? 
—Son sólo nombres comunes —respondió el Sr. Sustantivo con 
desgana. 
—¿Me está diciendo que todos los nombres son nombres comunes, 
excepto los nombres de personas o animales, ¿verdad? –preguntó el sargento 
Análisis. 
—No, no, no—dijo el Sr. Sustantivo de bastante mal humor—. El 
nombre de un animal no es un nombre propio, a menos que sea el propio 
nombre especial del animal, que le diferencia de otros animales de la misma 
especie. Perro es el nombre dado a todos los perros, tiene ese nombre en común 
con todos ellos; pero Toby es el nombre de un perro en particular, su nombre 
propio por el cual su amo lo llama. Así perro es un nombre común, pero Toby 
es un nombre propio. 
—Oh, ya veo. —dijo el sargento Análisis.— Es decir, el nombre 
particular de cualquier persona o animal es un nombre propio, y todos los otros 
nombres son nombres comunes. 
—¡Nunca he dicho eso! —exclamó el Sr. Sustantivo—. No me está 
entendiendo, señor mío. Nunca he dicho que el nombre particular de un lugar 
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o una cosa no sea un nombre propio también. Cada nombre particular y 
especial, ya sea de una persona, un animal, un lugar, o una cosa, es un nombre 
propio. Cada lugar tiene su propio nombre propio, o debería tenerlo. Cada país 
y cada montaña y el río y las ciudades en Europa tienen un sustantivo propio. 
¿Cómo podría llamar a Inglaterra un nombre común? Hay un montón de países 
en el mundo, pero sólo hay un país que se llame por el nombre propio de la 
vieja y querida Inglaterra. País es un nombre común, todos los países tienen 
ese nombre en común, pero cuando se quiere hablar de algún país en particular 
utilizamos los nombres propios: Inglaterra, Escocia, Irlanda, Francia, etc., etc. 
" 
—Bueno, creo que podemos entender que los nombres particulares de 
los lugares son los nombres propios —dijoel sargento Análisis—; Pero usted 
hablaba de cosas también. ¿Acaso las cosas no tienen nombres propios? ¿Usted 
no da nombres a las sillas y mesas, y los llama el Sr. Apoyo o Sra. Caoba? " 
—No exactamente —respondió el Sr. Sustantivo—, no nombramos 
sillas y mesas con nombres propios, ¿pero respecto a las casas? Son cosas, 
¿verdad? Y es posible que haya oído hablar de nombres tales como Casablanca, 
Casal Solleric, o la Casa Batló". 
—Bueno, digamos entonces que no hay otras cosas, además de las casas, 
que tengan nombres propios, ¿verdad? —dijo el sargento Análisis. 
—Los libros son cosas —dijo el Sr. Sustantivo—, y todos ellos tienen 
nombres propios. También algunos barcos (como los de Cristóbal Colón 
cuando llegó a América: La Pinta, la Niña y la Santa María). También he oído 
hablar de una campana en la catedral de Mallorca que fue llamada Eloi, y usted 
debe saber que a la espada del rey Arturo se la llamaba Excalibur. De hecho, 
se puede dar un nombre propio a lo que quiera que desee distinguir de otras 
cosas del mismo tipo. 
—Y todos esos nombres propios, o sustantivos propios o, como se les 
llame, ¿deben escribirse con mayúscula? Quiero decir, si son los nombres de 
personas, animales, lugares o cosas, ya sean grandes o pequeñas? 
—Señor —respondió el Sr. Sustantivo—, pequeñez o grandeza no hacen 
ninguna diferencia. Si usted tenía una mascota mosca, y la llamó Plata, 
entonces su nombre debe ser escrito con una P mayúscula, porque es un nombre 
propio. 
—Pues bien, Sr. Sustantivo, —dijo el sargento Análisis—, sus ideas de 
los nombres propios me parecen bastante peculiares, pero supongo que el 
doctor Sintaxis no tiene ninguna objeción, así que voy a añadir nada más. 
El doctor Sintaxis en silencio inclinó la cabeza. 
A continuación habló el juez Gramático. 
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—Sr. Sustantivo, ha reclamado un gran número de palabras, y queda por 
ver si todas las otras partes del discurso están de acuerdo con sus declaraciones. 
Con el fin de averiguar si lo hacen o no, voy a pedir a nuestros amigos de la 
escuela pública que nos escriban, cada uno de ellos, una lista de veinte 
nombres, los nombres de cualquier cosa que puedan ver, oír, tocar, probar, oler 
o pensar, o los nombres propios de las personas, animales, lugares o cosas que 
sepan, y cuando volvamos a vernos voy a leer lo que han escrito, y vamos a ver 
si alguien tiene una buena razón para afirmar que no deben ser llamados 
sustantivos. 
Entonces, el juez se levantó de su asiento, y levantó la sesión.

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